HISTORIA DE LA POESIA EN ESPAÑA
QUINTA PARTE
DE GONGORA A LOPE
Góngora (Luis de)
(Córdoba 1561 - id.1627). Estudió
Cánones en Salamanca, pero su ocupación principal fue la poesía. Financiado por
el cabildo catedral de Córdoba estuvo con diversas comisiones en Madrid,
Salamanca y Valladolid. Se ordenó sacerdote y fue capellán honorario de Felipe
III. Su prestigio literario fue enorme.
Tuvo encuentros con los poetas de
su época (Quevedo, Lope de Vega) a los que dedicó poemas ofensivos, pero contó
también con grandes amigos, como el conde de Villamediana y el Paravicino entre
otros... Sus apuros económicos fueron grandes ya que según parece quería vivir
como un gran señor y además era algo dado al juego.
En 1626, ya enfermo, se retiró a
Córdoba donde murió al año siguiente. Su obra consta de letrillas, romances,
sonetos y otras composiciones diversas de arte mayor y menor. Entre sus obras
más importantes podemos citar: FÁBULA DE PÍRAMO Y TÍSBE, SOLEDADES, FÁBULA DE POLIFEMO
Y GALATEA, PANEGÍRICO AL DUQUE DE LERMA. Además cuenta con dos obras
dramáticas: LAS FIRMEZAS DE ISABELA Y EL DOCTOR CARLINO.
AMARRADO
AL DURO BANCO
Amarrado al duro banco
de una galera turquesa,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales
tragedias!,
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes
besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras,
porque si es verdad que
llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es
verdad
que las aguas tienen
lengua,
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es
muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su
ausencia.
¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.
ANDEME
YO CALIENTE...Y RIASE LA GENTE
Andeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y agua ardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el Enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me
cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la
fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
ANSARES
DE MENGA
Ansares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.
El arroyo espera
las hermosas aves,
que císnes suaves
son de su ribera;
cuya Venus era
hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.
Pudiera la pluma
del menos bizarro
conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos viven nieve,
él corre cristal
Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.
La agua apenas trata
cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
los viste de nieve,
le presta cristal.
BELLISIMA
CAZADORA
Aquí entre la verde juncia
quiero (como el blanco
cisne
que envuelto en dulce
armonía,
la dulce vida despide)
despedir mi vida amarga
envuelta en endechas
tristes,
y querellarme de aquélla
tan hermosa como libre.
Descanse entre tanto el
arco
de la cuerda que le aflige,
y pendiente de sus ramos
orne esta planta de Alcides,
mientras yo a la tortolilla
que sobre aquel olmo gime,
le hurto todo el silencio
que para sus quejas pide.
Bellísima cazadora,
más fiera que las que
sigues
por los bosques cruel
verdugo
de mis años infelices:
tan grandes son tus
extremos
de hermosa y de terrible,
que están los montes en
duda
si eres diosa o si eres
tigre.
Préciaste de tan soberbia
contra quien es tan humilde
que, considerados bien,
todos los monteros dicen
que los dos nos parecemos
al roble que más resiste
los soplos del viento
airado:
tú en ser dura, yo en ser
firme.
En esto sólo eres roble,
y en lo demás flaca mimbre,
no sólo a los recios
vientos,
mas a los aires sutiles.
Ya no persigues, cruel,
después que a mí me
persigues,
a los ciervos voladores
ni a los fieros jabalíes.
Ni de tu dichoso albergue
las nobles paredes visten
los despojos de las fieras
que, como a mí, muerte
diste.
No porque no gustes de
ello,
sino porque no te obligue
el encontrarme en la caza
a que siquiera me mires.
Los monteros te suspiran
por todos estos confines,
y el mismo monte se agravia
de que tus pies no le
pisen,
por el rastro que dejaban
de rosas y de jazmines,
tanto que eran a sus campos
tus dos plantas dos
abriles.
Haz tu gusto, que yo quiero
dejar (pues de ello te
sirves)
el espíritu cansado
que mis flacos miembros
rige.
Conseguiremos en esto
ambos a dos nuestros fines:
tú el de cruel en dejarme,
yo el de leal en morirme.
Tú, rey de los otros ríos,
que de las sierras sublimes
de Segura al Oceano
el fértil terreno mides,
pues en tu dichoso seno
tantas lágrimas recibes
de mis ojos, que en el mar
entran dos Guadalquivires,
ruégote que su crueldad
y mi firmeza publiques
por todo el húmedo reino
de la gran madre de
Aquiles,
porque no sólo en las
selvas,
mas los que en las aguas
viven
conozcan quién es Daliso
y quién es la ingrata Nise.
A
DON CRISTOBAL DE MORA
Arbol de cuyos ramos
fortunados
las nobles moras son quinas
reales,
teñidas en la sangre de
leales
capitanes, no amantes
desdichados;
en los campos del Tajo más
dorados
y que más privilegian sus
cristales,
a par de las sublimes
palmas sales,
y más que los laureles
levantados.
Gusano, de tus hojas me
alimentes,
pajarilla, sosténganme tus
ramas,
y ampáreme tu sombra,
peregrino.
Hilaré tu memoria entre las
gentes,
cantaré enmudeciendo ajenas
famas,
y votaré a tu templo mi
camino.
AMOR
TIRANO
Ciego que apuntas, y
atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre
-que murió, siendo
inmortal,
de envidia de mi señora-
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido a mi pesar
tus inquietas banderas,
foragido capitán.
Perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de
paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un
desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí;
aré un alterado mar,
sembré en estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la vanidad,
mayor que la de Nembroth,
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
a la cárcel libertad,
miel dulce al amargo
acíbar,
principio al fin, bien al
mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
AL
MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR
CÓRDOBA, LE MOSTRÓ UN RETRATO DE LA MARQUESA
Clarísimo Marqués, dos
veces claro,
por vuestra sangre y
vuestro entendimiento,
claro dos veces otras, y
otras ciento
por la luz, de que no me
sois avaro,
de los dos soles que el
pincel más raro
dio de su luminoso
firmamento
a vuestro seno ilustre
(atrevimiento
que aun en cenizas no
saliera caro);
¿qué águila, señor,
dichosamente
la región penetró de su
hermosura
por copiaros los rayos de
su frente?
Cebado vos los ojos de
pintura,
en noche camináis, noche luciente,
que mal será con dos soles
obscura.
CELALBA
MIA
Cosas, Celalba mía, he
visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse
vientos,
altas torres besar sus
fundamentos,
y vomitar la tierra sus
entrañas;
duras puentes romper, cual
tiernas cañas;
arroyos prodigiosos, ríos
violentos,
mal vadeados de los
pensamientos,
y entrenados peor de las
montañas;
los días de Noé, gentes
subidas
en los más altos pinos
levantados,
en las robustas hayas más
crecidas.
Pastores, perros, chozas y
ganados
sobre las aguas vi, sin forma
y vidas,
y nada temí más que mis
cuidados.
DULCE
ENEMIGA
¿Cuál del Ganges marfil, o
cuál de Paro
blanco mármol, cuál ébano
luciente,
cuál ámbar rubio, o cuál
oro excelente,
cuál fina plata, o cuál
cristal tan claro,
cuál tan menudo aljófar,
cuál tan caro
oriental safir, cuál rubí
ardiente,
o cuál, en la dichosa edad
presente,
mano tan docta de escultor
tan raro
bulto de ellos formara,
aunque hiciera
ultraje milagroso a la
hermosura
su labor bella, su gentil
fatiga,
que no fuera figura al sol
de cera,
delante de tus ojos, su
figura,
oh bella Clori, oh dulce mi
enemiga?
AL
DUERO
Cuantas al Duero le he
negado ausente,
tantas al Betis lágrimas le
fio,
y, de centellas coronado,
el río
fuego tributa al mar de
urna ya ardiente.
Volcán desta agua y destas
llamas fuente
es, ingrata señora, el
pecho mío;
los suspiros lo digan que
os envío,
si la selva lo calla, que
lo siente.
Cenefas de este Erídano
segundo
cenizas son; igual mi
llanto tierno
a la de Faetón loca
experiencia.
Arde el río, arde el mar,
humea el mundo;
si del carro del Sol no es
mal gobierno,
lágrimas y suspiros son de
ausencia.
DESNUDOS
HOMBROS
Cuatro o seis desnudos
hombros
de dos escollos o tres
hurtan poco sitio al mar,
y mucho agradable en él.
Cuánto lo sienten las ondas
batido lo dice el pie,
que pólvora de las piedras
la agua repetida es.
Modestamente sublime
ciñe la cumbre un laurel,
coronando de esperanzas
al piloto que le ve.
Verdes rayos de una palma,
si no luciente, cortés,
Norte frondoso, conducen
el derrotado bajel.
Este ameno sitio breve,
de cabra, apenas montés
profanado, escaló un día
mal agradecida fe;
joven, digo, ya esplendor
del Palacio de su Rey,
el hueco anima de un tronco
nueve meses habrá o diez,
a quien, si lecho no
blando,
sueño le debe fiel,
brame el Austro, y de las
rocas
haga lo que del ciprés.
Arrastrando allí eslabones
de su adorado desdén,
hierbas cultiva no ingratas
en apacible vergel.
¡Oh, cuán bien las solicita
sudor fácil, y cuán bien
émulas responden ellas
del más valiente pincel!
Confusas entre los lirios
las rosas se dejan ver,
bosquejando lo admirable
de su hermosura cruel
tan dulce, tan natural,
que abejuela alguna vez
se caló a besar sus labios
en las hojas de un clavel.
Sierpe de cristal, vestida
escamas de rosicler,
se escondía ya en las
flores
de la imaginada tez,
cuando velera paloma,
alado, si no bajel,
nubes rompiendo de espuma,
en derrota suya un mes,
le trajo, si no de oliva,
en las hojas de un papel,
señas de serenidad,
si el arco de Amor se cree.
DA
BIENES FORTUNA
Da bienes Fortuna
que no están escritos:
cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
¡Cuán diversas sendas
se suelen seguir
en el repartir
honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
a otros sambenitos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
A veces despoja
de choza y apero
al mayor cabrero;
y a quien se le antoja
la cabra más coja
pare dos cabritos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
Porque en una aldea
un pobre mancebo
hurtó sólo un huevo,
al sol bambolea;
y otro se pasea
con cien mil delitos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
DE
CHINCHES Y DE MULAS
De chinches y de mulas voy
comido,
las unas culpa de una cama
vieja,
las otras de un Señor que
me las deja
veinte días y más, y se ha
partido.
De vos, madera anciana, me
despido,
miembros de algún navío de
vendeja,
patria común de la nación
bermeja,
que un mes sin deudo de mi
sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos
pies me ha dado
tal coz el que quizá tendrá
mancilla
de ver que me coméis el
otro lado.
A Dios, Corte envainada en
una villa,
a Dios, toril de los que
has sido prado,
que en mi rincón me espera
una morcilla.
DE
UNA QUINTA DEL CONDE DE SALINAS,
RIBERA DE DUERO
De ríos soy el Duero
acompañado
entre estas apacibles
soledades,
que despreciando muros de
ciudades,
de álamos camino coronado.
Este, que siempre veis
alegre, prado
teatro fue de rústicas
deidades,
plaza ahora, a pesar de las
edades,
deste edificio, a Flora
dedicado.
Aquí se hurta al popular
rüido
el Sarmiento real, y sus
cuidados
parte aquí con la verde
Primavera.
El yugo desta puente he
sacudido
por hurtarle a su ocio mi
ribera.
Perdonad, caminantes
fatigados.
DE
UN CAMINANTE ENFERMO
QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO
Descaminando, enfermo,
peregrino
en tenebrosa noche, con pie
incierto
la confusión pisando del
desierto,
voces en vano dio, pasos
sin tino.
Repetido latir, si no
vecino,
distincto oyó de can
siempre despierto,
y en pastoral albergue mal
cubierto
piedad halló, si no halló
camino.
Salió el sol, y entre
armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce
saña
salteó al no bien sano
pasajero.
Pagará el hospedaje con la
vida;
más le valiera errar en la
montaña,
que morir de la suerte que
yo muero.
BELERMA
Diez años vivió Belerma
con el corazón difunto
que le dejó en testamento
aquel francés boquirrubio.
Contenta vivió con él,
aunque a mí me dijo alguno
que viviera más contenta
con trescientas mil de
juro.
A verla vino doña Alda,
viuda del conde Rodulfo,
conde que fue en Normandía
lo que a Jesu Cristo plugo;
y hallándola muy triste
sobre un estrado de luto,
con los ojos que ya eran
orinales de Neptuno,
riéndose muy despacio
de su llorar importuno,
sobre el muerto corazón
envuelto en un paño sucio,
le dice: «Amiga Belerma,
cese tan necio diluvio,
que anegará vuestros años
y ahogará vuestros gustos.
Estése allá Durandarte
donde la suerte le cupo;
buen pozo haya su alma,
y pozo que esté sin cubo.
Si él os quiso mucho en
vida,
también le quisistes mucho,
y si tiene abierto el.
pecho,
queréllese de su escudo.
¿Qué culpa tuviste vos
de su entierro, siendo
justo
que el que como bruto
muere,
que le entierren como a
bruto?
Muriera él acá en París
a do tiene su sepulcro,
que allí le hicieran lugar
los antepasados suyos.
Volved luego a Montesinos
ese corazón que os trujo,
y enviadle a preguntar
si por gavilán os tuvo.
Descosed y desnudad
las tocas de lienzo crudo,
el mongilón de bayeta
y el manto basto peludo;
que aun en las viudas más
viejas,
y de años más caducos
las tocas cubren a enero
y los monjiles a julio;
cuánto más a una muchacha
que le faltan días algunos
para cumplir los treinta
años,
que yo desdichada cumplo.
Seis hace, si bien me
acuerdo,
el día de Santiñuflo,
que perdí aquel mal logrado
que hoy entre los vivos
busco.
Holguéme de cuatro y ocho
haciéndoles dos mil hurtos,
a las palomas de besos
y a las tórtolas de
arrullos.
Sentí su fin, pero más
que muriese sin ver fruto,
sin ver flujo de mi
vientre,
porque siempre tuve pujo;
mas no por eso ultrajé
mi buena tez con rasguños,
cabal me quedó el cabello,
y los ojos casi enjutos.
Aprended de mí, Belerma,
holguémonos de consuno,
llévese el mar lo llorado,
y lo suspirado el humo.
No hiléis memorias tristes
en este aposento oscuro,
que cual gusano de seda
moriréis en el capullo.
Haced lo que en su fin hace
el pájaro sin segundo,
que nos habla en sus
cenizas
de pretérito y futuro.
Llorad su muerte, mas sea
con lagrimillas al uso;
de lo mal pasado nazca
lo por venir más seguro.
Pongámonos a la par
dos toquitas de repulgo,
ceja en arco, y manos
blancas,
y dos perritos lanudos.
Yedras verdes somos ambas,
a quien dejaron sin muros
de la Muerte y del Amor
baterías e infortunios.
Busquemos por do trepar,
que a lo que de ambas
presumo
no nos faltarán en Francia
pared gruesa, tronco duro.
La iglesia de San Dionís
canónigos tiene muchos,
delgados, cariaguileños,
carihartos y espaldudos.
Escojamos como peras
dos déligos capotuncios,
de aquestos que andan en
mulas,
y tienen algo de mulos;
destos Alejandros Magnos,
que no tienen por disgusto
por dar en nuestros
broqueles,
que demos en sus escudos.
De todos los Doce Pares
y sus nones abrenuncio,
que calzan bragas de malla,
y de acero los pantuflos.
¿De qué nos sirven, amiga,
petos fuertes, yelmos
lucios?
Armados hombres queremos,
armados, pero desnudos.
De vuestra Mesa Redonda
francos paladines huyo,
donde ayunos os sentáis
y os levantáis más ayunos.
La de cuatro esquinas quiero,
que la ventura me puso
en casa de un cuatro picos,
de todos cuatro picudo;
donde sirven la Cuaresma
sabrosísimos besugos,
y turmas en el Carnal,
con su caldillo y su zumo.»
Más iba a decir doña Alda,
pero a lo demás dio un
nudo,
porque de don Montesinos
entró un pajecillo zurdo.
DINEROS
SON CALIDAD
Dineros son calidad,
¡verdad!
Más ama quien más suspira,
¡mentira!
1
Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahúres muy desnudos
con dados ganan Condados;
ducados dejan Ducados,
y coronas Majestad:
¡verdad!
2
Pensar que uno solo es
dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
¡mentira!
3
Todo se vende este día,
todo el dinero lo iguala:
la Corte vende su gala,
la guerra su valentía;
hasta la sabiduría
vende la Universidad:
¡verdad!
4
En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
y en Sevilla doña Elvira:
¡mentira!
5
No hay persona que hablar
deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se
queje;
que tiene cara de hereje
y aun fe la necesidad:
¡verdad!
6
Siendo como un algodón,
nos jura que es como un
hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello
almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira:
¡mentira!
7
Cualquiera que pleitos
trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón,
y entre el río de la Plata;
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
¡verdad!
8
Siembra en una artesa
berros
la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros;
y sus yernos rompen hierros
en la toma de Algecira:
¡mentira!
DEL
REY Y REINA NUESTROS SEÑORES
EN EL PARDO, ANTES DE REINAR
Dulce arroyuelo de la nieve
fría
bajaba mudamente desatado,
y del silencio que guardaba
helado
en labios de claveles se
reía.
Con sus floridos márgenes
partía
si no su amor Fileno, su
cuidado;
no ha visto a su Belisa, y
ha dorado
el sol casi los términos
del día.
Con lágrimas turbando la
corriente,
el llanto en perlas coronó
las flores,
que ya bebieron en cristal
la risa.
Llegó en esto Belisa,
la alba en los blancos
lirios de su frente,
y en sus divinos ojos los
amores,
que de un casto veneno
la esperanza alimentan de
Fileno.
EL
QUE A SU MUJER PROCURA
El que a su mujer procura
dar remedio al mal de
madre,
y ve que no la comadre
sino que el Cura la cura,
si piensa que el Padre Cura
trae la virtud en la
estola,
mamóla.
Soldado que de la armada
partió a casarse doncel
con la que lo es menos que
él
(aunque mucho más soldada),
si la vitoria ganada
atribuye a la pistola,
mamóla.
La dama que llama el paje
dejó en la cama a su esposo
y le halló, de celoso,
más helado que el potaje;
si ella dijo era mensaje
de su madre, y él creyóla,
mamóla.
Si abierta la puerta tiene
todo el año la casada,
no es bien la halle cerrada
el marido cuando viene;
y si en abrir se detiene
y piensa que estaba sola,
mamóla.
El padre que no replica
viendo gastar a las hijas
galas, copete y sortijas,
desde la grande a la chica,
si piensa no usan de pica
cuando ya saben de gola,
mamóla.
El que da mil alabanzas
a su mujer, porque sabe
hacer con estremo grave
mil diferencias de danzas,
si el que pagó estas
mudanzas
piensa no hizo cabriola,
mamóla.
Si piensa el que vio
amarilla
a su dama de contino,
cuando el rojo sobrevino
en una y otra mejilla,
que no es ajena semilla
la que causa esta amapola,
mamóla.
La dama que en su retrete
sólo al tenderete juega,
y para jugarlo alega
ser la cama buen bufete,
si piensa que el
«tenderete»
no es juego de pirinola,
mamóla.
Si piensa el que a doña
Inés
en conversación la halló,
donde sólo se trató
de la toma de Calés,
que no fue sarao francés
ni acabó en justa española,
mamóla.
El que, por más que
espolee,
no endereza el acicate
(quizá porque mejor bate
otro el vientre), si no
cree
que, porque no se mosquee,
le han castigado la cola,
mamóla.
EN
EL CAUDALOSO RIO
En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el
agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la
barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a
distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan
humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta
playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa
clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
AL
EXCELENTISIMO SEÑOR EL CONDE DUQUE
En la capilla estoy, y
condenado
a partir sin remedio desta
vida;
siento la causa aun más que
la partida,
por hambre expulso como
sitiado.
Culpa sin duda es ser
desdichado;
mayor, de condición ser
encogida.
De ellas me acuso en esta
despedida,
y partiré a lo menos
confesado.
Examine mi suerte el hierro
agudo,
que a pesar de sus filos me
prometo
alta piedad de vuestra
excelsa mano.
Ya que el encogimiento ha
sido mudo,
los números, Señor, deste
soneto
lenguas sean y lágrimas no
en vano.
ENTRE
LOS SUELTOS CABALLOS
Entre los sueltos caballos
de los vencidos Cenetes,
que por el campo buscaban
entre la sangre lo verde,
aquel español de Orán
un suelto caballo prende,
por sus relinchos lozano,
y por sus cernejas fuerte,
para que le lleve a él,
y a un moro cautivo lleve,
un moro que ha cautivado,
capitán de cien jinetes.
En el ligero caballo
suben ambos, y él parece,
de cuatro espuelas herido,
que cuatro alas le mueven.
Triste camina el alarbe,
y lo más bajo que puede
ardientes suspiros lanza
y amargas lágrimas vierte.
Admirado el español
de ver cada vez que vuelve
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere,
con razones le pregunta,
comedidas y corteses,
de sus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.
El cautivo, como tal,
sin excusas le obedece,
y a su piadosa demanda
satisface deste suerte:
«Valiente eres, capitán,
y cortés como valiente:
por tu espada y por tu
trato
me has cautivado dos veces.
Preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes,
y débote la respuesta
por quien soy y por quien
eres.
En los Gelves nací, el año
que os persistes en los
Gelves,
de una berberisco noble
y de un turco matasiete.
En Tremecén me crié
con mi madre y mis
parientes
después que perdí a mi
padre,
corsario de tres bajeles.
Junto a mi casa vivía,
porque más cerca muriese,
una dama del linaje
de los nobles Melioneses,
extremo de las hermosas,
cuando no de las crueles,
hija al fin de estas
arenas,
engendradoras de sierpes.
Cada vez que la miraba
salía un sol por su frente,
de tantos rayos ceñido
cuantos cabellos contiene.
Juntos así nos criamos,
y Amor en nuestras niñeces
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes.
Labró el oro en mis
entrañas
dulces lazos, tiernas
redes,
mientras el plomo en las suyas
libertades y desdenes.
Apenas vide trocada
la dureza de esta sierpe,
cuando tú me cautivaste:
¡mira si es bien que
lamente!»
«Esta es la causa, español,
que a llanto pudo moverme;
mira si es razón que llore
tantos males juntamente.»
Conmovido el capitán
de las lágrimas que vierte,
parando el veloz caballo,
pare sus males promete.
«Gallardo moro, le dice,
si adoras como refieres,
y si como dices amas,
dichosamente padeces.
¿Quién pudiera imaginar,
viendo tus golpes crueles,
cupiera un alma tan tierna
en pecho tan duro y fuerte?
Si eres del Amor cautivo,
desde aquí puedes volverte,
que me pedirán por voto
lo que entendí que era
suerte.
Y no quiero por rescate
que tu dama me presente
ni las alfombras más finas
ni las granas más alegres.
Anda con Dios, sufre y ama,
y vivirás, si lo hicieres,
con tal que cuando la veas
hayas de volver a verme.»
Apeóse del caballo,
y el moro tras él
desciende,
y por el suelo postrado
la boca a sus pies ofrece.
«Vivas mil años, le dice,
noble capitán valiente,
pues ganas más con librarme
que ganaste con prenderme.
Alah se quede contigo,
y te dé victoria siempre
para que extiendas tu fama
con hechos tan excelentes.»
SOLEDAD
PRIMERA
(Primer segmento)
Era del año la estación
florida
en que el mentido robador
de Europa
(media luna las armas de su
frente,
y el Sol todos los rayos de
su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace
estrellas,
cuando el que ministrar
podía la copa
a Júpiter mejor que el
garzón de Ida,
náufrago, y desdeñado sobre
ausente,
lagrimosas de amor dulces
querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al
viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce
instrumento.
Del siempre en la montaña
opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla Delfln no fue
pequeño
al inconsiderado peregrino,
que a una Libia de ondas su
camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano pues antes
sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo
coronado
de secos juncos, de
calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde
halló nido
de Júplter el ave.
Besa la arena, y de la rota
nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa
dio a la roca;
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas
señas.
Desnudo el joven, cuanto ya
el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas;
y al Sol lo extiende luego,
que lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado
fuego,
lento lo embiste, y con
suave estilo
la menor onda chupa al
menor hilo.
No bien pues de su luz los
horizontes,
que hacían desigual,
confusamente,
montes de agua y piélagos
de montes,
desdorados los siente,
cuando entregado el mísero
extranjero
en lo que ya del mar
redimió fiero,
entre espinas crepúsculos
pisando,
riscos que aun igualara mal
volando
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso,
escala.
Vencida al fin la cumbre
del mar siempre sonante,
de la muda campaña,
árbitro igual e
inexpugnable muro,
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor del mal
distinta lumbre,
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en
aquel incierto
golfo de sombras anunciando
el puerto.
«Rayos, les dice, ya que no
de Leda
trémulos hijos, sed de mi
fortuna
término luminoso.» Y
recelando
de invidiosa bárbara
arboleda
interposición, cuando
de vientos no conjuración
alguna,
cual haciendo el villano
la fragosa montaña fácil
llano,
atento sigue aquella
(aun a pesar de las
tinieblas bella,
aun a pesar de las
estrellas clara)
Piedra, indigna Tiara,
si tradición apócrifa no
miente,
de animal tenebroso, cuya
frente
carro es brillante de
nocturno día:
tal diligente el paso
el joven apresura,
midiendo la espesura
con igual pie que el raso,
fijo, a despecho de la
niebla fría,
en el carbunclo, Norte de
su aguja,
o el Austro brame, o la
arboleda cruja.
El can ya vigilante
convoca, despidiendo al
caminante,
y la que desviada
luz poca pareció, tanta es
vecina,
que yace en ella robusta
encina,
mariposa en cenizas
desatada.
Llegó pues el mancebo, y
saludado,
sin ambición, sin pompa de
palabras,
de los conducidores fue de
cabras,
que a Vulcano tenían
coronado:
«¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora,
templo de Pales, alquería
de Flora!
No moderno artificio
borró designios, bosquejó
modelos,
al cóncavo ajustando de los
cielos
el sublime edificio;
retamas sobre robre
tu fábrica son pobre,
do guarda, en vez de acero,
la inocencia al cabrero
más que el silbo al ganado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»No en ti la ambición mora
hidrópica de viento,
ni la que su alimento
el áspid es Gitano;
no la que, en vulto
comenzando humano,
acaba en mortal fiera,
Esfinge bachillera,
que hace hoy a Narciso
ecos solicitar, desdeñar
fuentes;
ni la que en salvas gasta
impertinentes
la pólvora del tiempo más
preciso
ceremonia profana,
que la sinceridad burla
villana
sobre el corvo cayado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»Tus umbrales ignora
la adulación, Sirena
del de Réales Palacios,
cuya arena
besó ya tanto leño:
trofeos dulces de un canoro
sueño.
No a la soberbia está aquí
la mentira
dorándole los pies, en
cuanto gira
la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las
espumas
favor de cera alado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!»
No pues de aquella sierra,
engendradora
más de fierezas que de
cortesía,
la gente parecía
que hospedó al forastero
con pecho igual de aquel
candor primero,
que en las selvas contento,
tienda el fresno le dio, el
robre alimento.
Limpio sayal, en vez de
blanco lino,
cubrió el cuadrado pino,
y en boj, aunque rebelde, a
quien el torno
forma elegante dio sin
culto adorno,
leche que exprimir vio la
Alba aquel día,
mientras perdían con ella
los blancos lirios de su
Frente bella,
gruesa le dan y fría,
impenetrable casi a la
cuchara,
del sabio Alcimedón
invención rara.
El que de cabras fue dos
veces ciento
esposo casi un lustro (cuyo
diente
no perdonó a racimo, aun en
la frente
de Baco, cuanto más en su
sarmiento,
triunfador siempre de
celosas lides,
lo coronó el Amor; mas
rival tierno,
breve de barba y duro no de
cuerno,
redimió con su muerte
tantas vides),
servido ya en cecina,
purpúreos hilos es de grana
fina.
Sobre corchos después, más
regalado
sueño le solicitan pieles
blandas,
que al Príncipe entre
Holandas,
púrpura Tyria o Milanés
brocado.
No de humosos vinos
agravado
es Sísifo en la cuesta, si
en la cumbre
de ponderoso vana
pesadumbre
es, cuanto más despierto,
más burlado.
De trompa militar no, o
destemplado
son de cajas fue el sueño
interrumpido;
de can sí embravecido
contra la seca hoja
que el viento repeló a
alguna coscoja.
Durmió, y recuerda al fin
cuando las aves,
esquilas dulces de sonora
pluma,
señas dieron süaves
Del Alba al Sol, que el
pabellón de espuma
dejó, y en su carroza
rayó el verde obelisco de
la choza.
Agradecido pues el
peregrino,
deja el albergue, y sale
acompañado
de quien lo lleva donde
levantado,
distante pocos pasos del
camino,
imperioso mira la campaña
un escollo, apacible galería,
que festivo teatro fue
algún día
de cuantos pisan Faunos la
montaña.
Llegó, y a vista tanta
obedeciendo la dudosa
planta,
inmóvil se quedó sobre un
lentisco,
verde balcón del agradable
risco.
Si mucho poco mapa le
despliega,
mucho es más lo que,
nieblas desatando,
confunde el Sol y la
distancia niega.
Muda la admiración habla
callando,
y ciega un río sigue, que
luciente
de aquellos montes hijo,
con torcido discurso,
aunque prolijo,
tiraniza los campos
útilmente;
orladas sus orillas de
frutales,
quiere la Copia que su
cuerno sea
(si al animal armaron de
Amaltea
diáfanos cristales);
engazando edificios en su
plata,
de muros se corona,
rocas abraza, islas
aprisiona,
de la alta gruta donde se
desata
hasta los jaspes líquidos,
adonde
su orgullo pierde y su memoria
esconde.
«Aquellas que los árboles
apenas
dejan ser torres hoy, dijo
el cabrero
con muestras de dolor
extraordinarias,
las estrellas nocturnas
luminarias
eran de sus almenas,
cuando el que ves sayal fue
limpio acero.
Yacen ahora, y sus desnudas
piedras
visten piadosas yedras:
que a ruinas y a estragos,
sabe el tiempo hacer verdes
halagos.»
Con gusto el joven y
atención le oía,
cuando torrente de armas y
de perros,
que si precipitados no los
cerros,
las personas tras de un
lobo traía,
tierno discurso y dulce
compañía
dejar hizo al serrano,
que del sublime espacioso
llano
al huésped al camino
reduciendo,
al venatorio estruendo,
pasos dando veloces,
número crece y multiplica
voces.
Bajaba entre sí el joven
admirando,
armado a Pan o semicapro a
Marte,
en el pastor mentidos, que
con arte
culto principio dio al
discurso, cuando
rémora de sus pasos fue su
oído,
dulcemente impedido
de canoro instrumento, que
pulsado
era de una serrana junto a
un tronco,
sobre un arroyo de quejarse
ronco,
mudo sus ondas, cuando no
entrenado.
Otra con ella montaraz
zagala
juntaba el cristal líquido
al humano
por el arcaduz bello de una
mano
que al uno menosprecia, al
otro iguala.
Del verde margen otra las
mejores
rosas traslada y lirios al
cabello,
o por lo matizado o por lo
bello,
si Aurora no con rayos, Sol
con flores.
Negras pizarras entre
blancos dedos
ingeniosa hiere otra, que
dudo
que aun los peñascos la
escuchaban quedos.
Al son pues deste rudo
sonoroso instrumento,
lasciva el movimiento,
mas los ojos honesta,
altera otra, bailando, la
floresta.
Tantas al fin el arroyuelo,
y tantas
montañesas da el prado, que
dirías
ser menos las que verdes
Hamadrías
abortaron las plantas:
inundación hermosa
que la montaña hizo
populosa
de sus aldeas todas
a pastorales bodas.
De una encina embebido
en lo cóncavo, el joven
mantenía
la vista de hermosura, y el
oído
de métrica armonía.
El Sileno buscaba
de aquellas que la sierra
dio Bacantes,
ya que Ninfas las niega ser
errantes
el hombre sin aliaba,
o si del Termodonte,
émulo del arroyuelo desatado
de aquel fragoso monte,
escuadrón de Amazonas
desarmado
tremola en sus riberas
pacíficas banderas.
Vulgo lascivo erraba
al voto del mancebo,
el yugo de ambos sexos
sacudido,
al tiempo que, de flores
impedido
el que ya serenaba
la región de su frente rayo
nuevo,
purpúrea terneruela,
conducida
de su madre, no menos
enramada,
entre albogues se ofrece,
acompañada
de juventud florida.
Cuál dellos las pendientes
sumas graves
de negras baja, de
crestadas aves,
cuyo lascivo esposo
vigilante
doméstico es del Sol nuncio
canoro,
y de coral barbado, no de
oro
ciñe, sino de púrpura,
turbante.
Quién la cerviz oprime
con la manchada copia
de los cabritos más
retozadores,
tan golosos, que gime
el que menos peinar puede
las flores
de su guirnalda propia.
No el sitio, no, fragoso,
no el torcido taladro de la
tierra,
privilegió en la sierra
la paz del conejuelo
temeroso:
trofeo va su número es a un
hombro,
si carga no y asombro
Tú, ave peregrina,
arrogan te esplendor, ya
que no bello,
del último Occidente,
penda el rugoso nácar de tu
frente
sobre el crespo zafiro de
tu cuello,
que Himeneo a sus mesas te
destina.
Sobre dos hombros larga
vara ostenta
en cien aves cien picos de
rubíes,
tafiletes calzadas
carmesíes,
emulación y afrenta
aun de los Berberiscos,
en la inculta región de
aquellos riscos.
Lo que lloró la Aurora
si es néctar lo que llora,
y antes que el Sol enjuga
la abeja que madruga
a libar flores y a chupar
cristales,
en celdas de oro líquido,
en panales
la orza contenía
que un montañés traía.
No excedía la oreja
el pululante ramo
del ternezuelo gamo,
que mal llevar se deja,
y con razón, que el tálamo
desdeña
la sombra aun de lisonja
tan pequeña.
El arco del camino pues
torcido,
que habían con trabajo
por la fragosa cuerda del
atajo
las gallardas serranas
desmentido,
de la cansada juventud
vencido,
los fuertes hombros con las
cargas graves,
treguas hechas suaves,
sueño le ofrece a quien
buscó descanso
el ya sañudo arroyo, ahora
manso.
Merced de la hermosura que
ha hospedado,
efectos, si no dulces, del
concento
que en las lucientes de
marfil clavijas,
las duras cuerdas de las
negras guijas
hicieron a su curso
acelerado,
en cuanto a su furor
perdonó el viento.
Menos en renunciar tardó la
encina
el extranjero errante,
que en reclinarse el menos
fatigado
sobre la grana que se viste
fina,
su bella amada, deponiendo
amante
en las vestidas rosas su
cuidado.
Saludólos a todos
cortésmente,
y admirado no menos
de los serranos que
correspondido,
las sombras solicita de
unas peñas.
De lágrimas los tiernos
ojos llenos,
reconociendo el mar en el
vestido
(que beberse no pudo el Sol
ardiente
las que siempre dará
cerúleas señas),
Político serrano,
de canas grave, habló desta
manera:
«¿Cuál tigre, la más fiera
que clima infamó Hircano,
dio el primer alimento
al que, ya deste o de aquel
mar, primero
surcó labrador fiero
el campo undoso en mal
nacido pino,
vaga Clicie del viento,
en telas hecho antes que en
flor el lino?
Más armas introdujo este
marino
monstruo, escamado de
robustas hayas,
a las que tanto mar divide
playas,
que confusión y fuego
al Frigio muro el otro leño
Griego.
Náutica industria investigó
tal piedra,
que cual abraza yedra
escollo, el metal ella
fulminante
de que Marte se viste, y
lisonjera,
solicita el que más brilla
diamante
en la nocturna capa de la
esfera,
estrella a nuestro Polo más
vecina;
y, con virtud no poca,
distante le revoca,
elevada la inclina
ya de la Aurora bella
al rosado balcón, ya a la
que sella,
cerúlea tumba fría,
las cenizas del día.
En esta pues fiándose
atractiva,
del Norte amante dura,
alado roble,
no hay tormentoso cabo que
no doble,
ni isla hoy a su vuelo
fugitiva.
Tifis el primer leño mal
seguro
condujo, muchos luego
Palinuro;
si bien por un mar ambos,
que la tierra
estanque dejó hecho,
cuyo famoso estrecho
una y otra de Alcides llave
cierra.
Piloto hoy la Codicia, no
de errantes
árboles, mas de selvas
inconstantes,
al padre de las aguas
Oceano,
de cuya monarquía
el Sol, que cada día
nace en sus ondas y en sus
ondas muere,
los términos saber todos no
quiere,
dejó primero de su espuma
cano,
sin admitir segundo
en inculcar sus límites al
mundo.
Abetos suyos tres aquel
tridente
violaron a Neptuno,
conculcado hasta allí de
otro ninguno,
besando las que al Sol el
Occidente
le corre en lecho azul de
aguas marinas,
turquesadas cortinas.
A pesar luego de áspides
volantes,
sombra del Sol y tósigo del
viento,
de Caribes flechados, sus
banderas
siempre gloriosas, siempre
tremolantes,
rompieron los que armó de
plumas ciento
Lestrigones el Istmo,
aladas fieras:
el istmo que al Océano
divide,
y sierpe de cristal, juntar
le impide
la cabeza del Norte
coronada
con la que ilustra el Sur
cola escamada
de Antárticas estrellas.
Segundos leños dio a
segundo Polo
en nuevo mar, que le rindió
no sólo
las blancas hijas de sus
conchas bellas,
mas los que lograr bien no
supo Midas
metales homicidas.
No le bastó después a este
elemento
conducir Oreas, alistar
Ballenas,
murarse de montañas
espumosas,
infamar blanqueando sus
arenas
con tantas del primer
atrevimiento
señas, aun a los buitres
lastimosas,
para con estas lastimosas
señas
temeridades enfrentar
segundas.
Tú, Codicia, tú pues de las
profundas
estigias aguas torpe
marinero,
cuantos abre sepulcros el
mar fiero
a tus huesos desdeñas.
El Promontorio que Eolo sus
rocas
candados hizo de otras
nuevas grutas
para el Austro de alas nunca
enjutas,
para el Cierzo aspirante
por cien bocas,
doblaste alegre, y tu
obstinada entena
cabo le hizo de Esperanza
Buena.
Tantos luego Astronómicos
presagios
frustrados, tanta Náutica
doctrina,
debajo de la Zona aun más
vecina
al Sol, calmas vencidas y naufragios,
los reinos de la Aurora al
fin besaste,
cuyos purpúreos senos
perlas netas,
cuyas minas secretas
hoy te guardan su más
precioso engaste;
la aromática selva
penetraste,
que al pájaro de Arabia
(cuyo vuelo
arco alado es del cielo,
no corvo, mas tendido)
pira le erige, y le
construye nido.
Zodíaco después fue
cristalino
a glorioso pino,
émulo vago del ardiente
coche
del Sol, este elemento,
que cuatro veces había sido
ciento
dosel al día y tálamo a la
noche,
cuando halló de fugitiva
plata
la bisagra, aunque
estrecha, abrasadora
de un Océano y otro siempre
uno,
o las columnas bese o la
escarlata,
tapete de la Aurora.
Esta pues nave, ahora,
en el húmido templo de
Neptuno
varada pende a la inmortal
memoria
con nombre de Victoria.
De firmes islas no la inmóvil
flota
en aquel mar del Alba te
describo,
cuyo número, ya que no
lascivo,
por lo bello agradable y
por lo vario
la dulce confusión hacer
podía,
que en los blancos
estanques del Eurota
la virginal desnuda
montería,
haciendo escollos o de
mármol Pario
o de terso marfil sus
miembros bellos,
que pudo bien Acteón
perderse en ellos.
El bosque dividido en islas
pocas,
fragante productor de aquel
aroma
que traducido mal por el
Egito,
tarde le encomendó el Nilo
a sus bocas,
y ellas más tarde a la
gulosa Grecia,
clavo no, espuela sí del
apetito,
que en cuanto concocelle
tardó Roma
fue templado Catón, casta
Lucrecia,
quédese, amigo, en tan
inciertos mares,
donde con mi hacienda
del alma se quedó la mejor
prenda,
cuya memoria es buitre de
pesares.»
En suspiros con esto,
y en más anegó lágrimas el
resto
de su discurso el montañés
prolijo,
que el viento su caudal, el
mar su hijo.
Consolalle pudiera el
peregrino
con las de su edad corta
historias largas,
si, vinculados todos a sus
cargas
cual próvidas hormigas a
sus mieses,
no comenzaran ya los
montañeses
a esconder con el número el
camino,
y el cielo con el polvo.
Enjugó el viejo
del tierno humor las
venerables canas,
y levantando al forastero,
dijo:
«Cabo me han hecho, hijo,
deste hermoso tercio de
serranas;
si tu neutralidad sufre
consejo,
y no te fuerza obligación
precisa,
la piedad que en mi alma ya
te hospeda
hoy te convida al que nos
guarda sueño
política alameda,
verde muro de aquel lugar
pequeño
que, a pesar de esos
fresnos, se divisa;
sigue la femenil tropa conmigo:
verás curioso y honrarás
testigo
el tálamo de nuestros
labradores,
que de tu calidad señas
mayores
me dan que del Océano tus
paños,
o razón falta donde sobran
años.»
Mal pudo el extranjero
agradecido
en tercio tal negar tal
compañía
y en tan noble ocasión tal
hospedaje.
Aleges pisan la que, si no
era
de chopos calle y de álamos
carrera,
el fresco de los céfiros
ruido,
el denso de los árboles
celaje
en duda ponen cuál mayor
hacía
guerra al calor o
resistencia al día.
Coros tejiendo, voces
alternando,
sigue la dulce escuadra
montañesa
del perezoso arroyo el paso
lento,
en cuanto él hurta blando,
entre los olmos que
robustos besa,
pedazos de cristal, que el
movimiento
libra en la falda, en el
coturno ella
de la coluna bella,
ya que celosa basa,
dispensadora del cristal no
escasa.
Sirenas de los montes su
concento,
a las que menos del sañudo
viento
pudiera antigua planta
temer rüina o recelar
fracaso,
pasos hiciera dar el menor
paso
de su pie o su garganta.
Pintadas aves, cítaras de
pluma,
coronaban la bárbara
capilla,
mientras el arroyuelo para
oílla
hace de blanca espuma
tantas orejas cuantas
guijas lava,
de donde es fuente a donde
arroyo acaba.
Vencedores se arrogan los
serranos
los consignados premios
otro día,
ya al formidable salto, ya
a la ardiente
lucha, ya a la carrera
polvorosa.
El menos ágil, cuantos
comarcanos
convoca el caso él solo
desafia,
consagrando los palios a su
esposa,
que a mucha fresca rosa
beber el sudor hace de su
frente,
mayor aún del que espera
en la lucha, en el salto,
en la carrera.
Centro apacible un círculo
espacioso
a más caminos que una
estrella rayos,
hacía, bien de pobos, bien
de alisos,
donde la Primavera,
calzada Abriles y vestida
Mayos,
centellas saca de cristal
undoso
a un pedernal orlado de
Narcisos.
Este pues centro era
meta umbrosa al vaquero
convecino,
y delicioso término al
distante,
donde, aún cansado más que
el caminante
concurría el camino.
Al concento se abaten
cristalino
sedientas las serranas,
cual simples codornices al
reclamo
que les miente la voz, y
verde cela
entre la no espigada mies
la tela.
Músicas hojas viste el
menor ramo
del álamo que peina verdes
canas;
no céfiros en él, no
ruiseñores
lisonjear pudieron breve
rato
al montañés, que ingrato
al fresco, a la armonía y a
las flores,
del sitio pisa ameno
la fresca hierba, cual la
arena ardiente
de la Libia, y a cuantas da
la fuente
sierpe de aljófar, aún
mayor veneno
que a las del Ponto tímido
atribuye,
según el pie, según los
labios huye.
Pasaron todos pues, y
regulados
cual en los Equinocios
surcar vemos
los piélagos del aire libre
algunas
volantes no galeras,
sino grullas veleras,
tal vez creciendo, tal
menguando lunas
sus distantes extremos,
caracteres tal vez formando
alados
en el papel diáfano del
cielo
las plumas de su vuelo.
Ellas en tanto en bóvedas de
sombras,
pintadas siempre al fresco,
cubren las que Sidón telar
Turquesco
no ha sabido imitar verdes
alfombras.
Apenas reclinaron la
cabeza,
cuando en número iguales y
en belleza,
los márgenes matiza de las
fuentes
segunda Primavera de
villanas,
que parientas del novio aun
más cercanas
que vecinos sus pueblos, de
presentes
prevenidas concurren a las
bodas.
Mezcladas hacen todas
teatro dulce, no de escena
muda,
el apacible sitio: espacio
breve
en que, a pesar del Sol,
cuajada nieve,
y nieve de colores mil
vestida,
la sombra vio florida
en la hierba menuda.
SOLEDAD
PRIMERA
(Segundo segmento)
Viendo pues que igualmente
les quedaba
para el lugar a ellas de
camino
lo que al Sol para el
lóbrego Occidente,
cual de aves se caló turba
canora
a robusto nogal que acequia
lava
en cercado vecino,
cuando a nuestros Antípodas
la Aurora
las rosas gozar deja de su
frente,
tal sale aquella que sin
alas vuela
hermosa escuadra con ligero
paso,
haciéndole atalayas del
Ocaso
cuantos humeros cuenta la
aldehuela.
El lento escuadrón luego
alcanzan de serranos,
y disolviendo allí la
compañía,
al pueblo llegan con la luz
que el día
cedió al sacro Volcán de
errante fuego,
a la torre de luces
coronada
que el templo ilustra, y a
los aires vanos
artificiosamente da
exhalada
luminosas de Pólvora
saetas,
purpúreos no cometas.
Los fuegos pues el joven
solemniza,
mientras el viejo tanta
acusa Tea
al de las bodas Dios, no
alguna sea
de nocturno Faetón carroza
ardiente,
y miserablemente
campo amanezca estéril de
ceniza
la que anocheció aldea.
De Alcides le llevó luego a
las plantas,
que estaban no muy lejos,
trenzándose el cabello
verde a cuantas
da el fuego luces y el
arroyo espejos.
Tanto garzón robusto,
tanta ofrecen los álamos
zagala,
que abreviara el Sol en una
estrella,
por ver la menos bella,
cuantos saluda rayos el
Bengala,
del Ganges cisne adusto.
La gaita al baile solicita
el gusto,
a la voz el salterio;
cruzan el Trión más fijo el
Hemisferio,
y el tronco mayor danza en
la ribera;
el Eco, voz ya entera,
no hay silencio a que
pronto no responda;
fanal es del arroyo cada
onda,
luz el reflejo, la agua
vidriera,
Términos le da el sueño al
regocijo,
mas al cansancio no: que el
movimiento
verdugo de las fuerzas es
prolijo.
Los fuegos (cuyas lenguas
ciento a ciento
desmintieron la noche algunas
horas,
cuyas luces, del Sol
competidoras,
fingieron día en la
tiniebla oscura)
murieron, y en sí mismos
sepultados,
sus miembros, en cenizas
desatados,
piedras son de su misma
sepultura.
Vence la noche al fin, y
triunfa mudo
el silencio, aunque breve,
del ruido;
sólo gime ofendido
el sagrado laurel del
hierro agudo:
deja de su esplendor, deja
desnudo
de su frondosa pompa al
verde aliso
el golpe no remiso
del villano membrudo;
el que resistir pudo
al animoso Austro, al Euro
ronco,
chopo gallardo, cuyo liso
tronco
papel fue de pastores,
aunque rudo,
a revelar secretos va a la
aldea,
que impide Amor que aun
otro chopo lea.
Estos árboles pues ve la
mañana
mentir florestas y emular
viales,
cuantos muró de líquidos
cristales
agricultura urbana.
Recordó al Sol no de su
espuma cana
la dulce de las aves
armonía,
sino los dos topacios que
batía,
orientales aldabas,
Himeneo.
Del carro pues Febeo
el luminoso tiro,
mordiendo oro, el eclíptico
zafiro
pisar quería, cuando el
populoso
lugarillo el serrano
con su huésped, que admira
cortesano,
a pesar del estambre y de
la seda,
el que tapiz frondoso
tejió de verdes hojas la
arboleda,
y los que por las calles
espaciosas
fabrican arcos, rosas,
oblicuos nuevos, pénsiles
jardines,
de tantos como víolas
jazmines.
Al galán novio el montañés
presenta
su forastero; luego al
venerable
padre de la que en sí bella
se esconde
con ceño dulce y con
silencio afable
beldad parlera, gracia muda
ostenta,
cual del rizado verde
botón, donde
abrevia su hermosura virgen
rosa,
las cisuras cairela
un color que la púrpura que
cela
por brújula concede
vergonzosa.
Digna la juzga esposa
de un Héroe, si no Augusto,
esclarecido,
el joven, al instante
arrebatado
a la que, naufragante y
desterrado
le condenó a su olvido.
Este pues Sol que a olvido
le condena,
cenizas hizo las que su
memoria
negras plumas vistió, que
infelizmente
sordo engendran gusano,
cuyo diente,
minador antes lento de su
gloria,
inmortal arador fue de su
pena,
y en la sombra no más de la
azucena,
que del clavel procura
acompañada
imitar en la bella
labradora
el templado color de la que
adora,
víbora pisa tal el
pensamiento,
que el alma por los ojos
desatada
señas diera de su
arrebatamiento,
si de zampoñas ciento
y de otros, aunque
bárbaros, sonoros
instrumentos, no, en dos
festivos coros
vírgenes bellas, jóvenes
lucidos,
llegaran conducidos.
El numeroso al fin de
labradores
concurso impaciente
los novios saca: él, de
años floreciente,
y de caudal más floreciente
que ellos;
ella, la misma pompa de las
flores,
la Esfera misma de los
rayos bellos.
El lazo de ambos cuellos
entre un lascivo enjambre
iba de amores
Himeneo añudando,
mientras invocan su Deidad
la alterna
de zagalejas cándidas voz
tierna
y de garzones este acento
blando:
CORO I
«Ven, Himeneo, ven donde te
espera
con ojos y sin alas un
Cupido,
cuyo cabello intonso
dulcemente
niega el vello que el vulto
ha colorido:
el vello, flores de su
Primavera,
y rayos el cabello de su
frente.
Niño amó la que adora
adolescente,
villana Psiques, Ninfa
labradora
de la tostada Ceres. Esta ahora
en los inciertos de su edad
segunda
crepúsculos, vincule tu
coyunda
a su ardiente deseo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, donde entre
arreboles
de honesto rosicler,
previene el día,
Aurora de sus ojos
soberanos,
virgen tan bella, que hacer
podría
tórrida la Noruega con dos
Soles,
y blanca la Etiopia con dos
manos.
Claveles del Abril, rubíes
tempranos,
cuantos engasta el oro del
cabello,
cuantas del uno ya y del
otro cuello
cadenas la concordia
engarza rosas,
de sus mejillas siempre
vergonzosas
purpúreo son trofeo
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO I
«Ven, Himeneo, y plumas no
vulgares
al aire los hijuelos den
alados
de las que el bosque bellas
Ninfas cela;
de sus carcajes, éstos,
argentados,
flechen mosquetes, nieven
azahares;
vigilantes aquéllos, la
aldehuela
rediman del que más o tardo
vuela,
o infausto gime pájaro
nocturno;
mudos coronen otros por su
turno
el dulce lecho conyugal, en
cuanto
lasciva abeja al virginal
acanto
néctar le chupa Hibleo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, y las
volantes pías
que azules ojos con
pestañas de oro
sus plumas son, conduzgan
alta Diosa,
gloria mayor del soberano
coro.
Fíe tus nudos ella, que los
días
disuelvan tarde en senectud
dichosa,
y la que Juno es hoy a
nuestra esposa,
casta Lucina en lunas
desiguales
tantas veces repita sus
umbrales,
que Níobe inmortal la
admire el mundo,
no en blanco mármol, por su
mal fecundo,
escollo hoy de Leteo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO I
«Ven, Himeneo, y nuestra
agricultura
de copia tal a estrellas
deba amigas
progenie tan robusta, que
su mano
toros dome, y de un rubio
mar de espigas
inunde liberal la tierra
dura;
y al verde, joven,
floreciente llano
blancas ovejas suyas hagan
cano
en breves horas caducar la
hierba;
oro le expriman líquido a
Minerva,
y los olmos casando con las
vides,
mientras coronan pámpanos a
Alcides,
clava empuñe Liëo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, y tantas le
dé a Pales
cuantas a Palas dulces
prendas esta
apenas hija hoy, madre
mañana.
De errantes lirios unas, la
floresta
cubran corderos mil, que
los cristales
vistan del río en breve
undosa lana;
de Aracnes otras la
arrogancia vana
modestas acusando en
blancas telas,
no los hurtos de Amor, no
las cautelas
de Júpiter compulsen: que,
aun en lino,
ni a la pluvia luciente de
oro fino,
ni al blanco cisne creo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
El dulce alterno canto
a sus umbrales revocó
felices
los novios del vecino
templo santo.
Del yugo aún no domadas las
cervices,
novillos (breve término
surcado)
restituyen así el pendiente
arado
al que pajizo albergue los
aguarda.
Llegaron todos pues, y con
gallarda
civil magnificencia el
suegro anciano,
cuantos la sierra dio,
cuantos dio el llano,
labradores convida
a la prolija rústica
comida,
que sin rumor previno en
mesas grandes.
Ostente crespas, blancas
esculturas
artífice gentil de
dobladuras
en los que Damascó manteles
Flandes,
mientras casero lino Ceres
tanta
ofrece ahora, cuantos
guardó el heno
dulces pomos, que al curso
de Atalanta
fueran dorado freno.
Manjares que el veneno
y el apetito ignoran
igualmente
les sirvieron, y en oro no
luciente,
confuso Baco, ni en bruñida
plata
su néctar les desata,
sino en vidrio, topacios
carmesíes
y pálidos rubíes.
Sellar del fuego quiso
regalado
los gulosos estómagos el
rubio
imitador suave de la cera
quesillo, dulcemente
apremiado
de rústica, vaquera,
blanca, hermosa mano, cuyas
venas
la distinguieron de la
leche apenas;
mas ni la encarcelada nuez
esquiva,
ni el membrillo pudieran
anudado
si la sabrosa oliva
no serenara el Bacanal
diluvio.
Levantadas las mesas, al
canoro
son de la Ninfa un tiempo,
ahora caña,
seis de los montes, seis de
la campaña
(sus espaldas rayando el
sutil oro
que negó al viento el nácar
bien tejido),
terno de gracias bello,
repetido
cuatro veces en doce
labradoras,
entró bailando
numerosamente;
y dulce Musa entre ellas,
si consiente
bárbaras el Parnaso
moradoras:
«Vivid felices, dijo,
largo curso de edad nunca
prolijo;
y si prolijo, en nudos
amorosos
siempre vivid Esposos.
Venza no sólo en su candor
la nieve,
mas plata en su esplendor
sea cardada
cuanto estambre vital Cloto
os traslada
de la alta fatal rueca el
huso breve.
Sean de la Fortuna
aplausos la respuesta
de vuestras granjerías.
A la reja importuna,
a la azada molesta
fecundo os rinda, en
desiguales días,
el campo agradecido
oro trillado y néctar
exprimido.
Sus morados cantuesos, sus
copadas
encinas la montaña contar
antes
deje que vuestras cabras,
siempre errantes,
que vuestras vacas, tarde o
nunca herradas.
Corderillos os brote la
ribera,
que la hierba menuda
y las perlas exceda del
rocío
su número, y del río
la blanca espuma, cuantos
la tijera
vellones les desnuda.
Tantos de breve fábrica,
aunque ruda,
albergues vuestros las abejas
moren,
y Primaveras tantas os
desfloren,
que cual la Arabia madre ve
de aromas
sacros troncos sudar
fragantes gomas,
vuestros corchos por uno y
por otro poro
en dulce se desaten líquido
oro.
Próspera al fin, mas no
espumosa tanto
vuestra fortuna sea,
que alimenten la invidia en
nuestra aldea
áspides más que en la
región del llanto.
Entre opulencias y
necesidades
medianías vinculen
competentes
a vuestros descendientes,
previniendo ambos daños las
edades:
ilustren obeliscos las
ciudades,
a los rayos de Júpiter
expuesta
aún más que a los de Febo
su corona,
cuando a la choza pastoral
perdona
el cielo, fulminando la
floresta.
Cisnes pues una y otra
pluma, en esta
tranquilidad os halle
labradora
la postrimera hora:
cuya lámina cifre
desengaños,
que en letras pocas lean
muchos años.»
Del himno culto dio el
último acento
fin mudo al baile, al
tiempo que seguida
la novia sale de villanas
ciento
a la verde florida
palizada,
cual nueva Fénix en
flamantes plumas,
matutinos del Sol rayos
vestida,
de cuanta surca el aire
acompañada
monarquía canora;
y vadeando nubes, las
espumas
del Rey corona de los otros
ríos,
en cuya orilla el viento
hereda ahora
pequeños no vacíos
de funerales bárbaros
trofeos
que el Egipto erigió a sus
Ptolomeos.
Los árboles que el bosque
habían fingido,
umbroso Coliseo ya
formando,
despejan el ejido,
Olímpica palestra
de valientes desnudos
labradores.
Llegó la desposada apenas,
cuando
feroz ardiente muestra
hicieron dos robustos
luchadores
de sus músculos, menos
defendidos
del blanco lino que del
vello obscuro.
Abrazáronse pues los dos, y
luego
humo anhelando el que no
suda fuego,
de recíprocos nudos
impedidos,
cual duros olmos de
implicantes vides,
yedra el uno es tenaz del
otro muro:
mañosos, al fin, hijos de
la tierra,
cuando fuertes no Aicides,
procuran derribarse, y
derribados,
cual pinos se levantan
arraigados
en los profundos senos de
la sierra.
Premio los honra igual; y
de otros cuatro
ciñe las sienes gloriosa
rama,
con que se puso término a
la lucha.
Las dos partes rayaba del
teatro
el Sol, cuando arrogante
joven llama
al expedido salto
la bárbara corona que le
escucha.
Arras del animoso desafio
un pardo gabán fue en el
verde suelo,
a quien se abaten ocho o
diez soberbios
montañeses, cual suele de
lo alto
calarse turba de invidiosas
aves
a los ojos de Ascálafo,
vestido
de perezosas plumas. Quién
de graves
piedras las duras manos
impedido,
su agilidad pondera; quién
sus nervios
desata estremeciéndose
gallardo.
Besó la raya pues el pie
desnudo
del suelto mozo, y con
airoso vuelo
pisó del viento lo que del
ejido
tres veces ocupar pudiera
un dardo.
La admiración, vestida un
mármol frío,
apenas arquear las cejas
pudo;
la emulación, calzada un
duro hielo,
torpe se arraiga. Bien que
impulso noble
de gloria, aunque villano,
solicita
a un vaquero de aquellos
montes, grueso,
membrudo, fuerte roble,
que, ágil a pesar de lo
robusto,
al aire se arrebata,
violentando
lo grave tanto, que lo
precipita,
Ícaro montañés, su mismo
peso
de la menuda hierba el seno
blando
piélago duro hecho a su
rüina.
Si no tan corpulento, más
adusto
serrano le sucede,
que iguala y aun excede
al ayuno Leopardo,
al Corcillo travieso, al
Muflón Sardo
que de las rocas trepa a la
marina
sin dejar ni aun pequeña
del pie ligero bipartida
seña.
Con más felicidad que el
precedente,
pisó las huellas casi del
primero
el adusto vaquero.
Pasos otro dio al aire, al
suelo coces.
Y premiados gradualmente,
advocaron a sí toda la
gente,
Cierzos del llano y Austros
de la sierra,
mancebos tan veloces,
que cuando Ceres más adora
la tierra
y argenta el mar desde sus
grutas hondas
Neptuno, sin fatiga
su vago pie de pluma
surcar pudiera mieses,
pisar ondas,
sin inclinar espiga,
sin violar espuma.
Dos veces eran diez, y
dirigidos
a dos olmos que quieren,
abrazados,
ser palios verdes, se,
frondosas metas,
salen cual de torcidos
arcos, o nerviosos o
acerados,
con silbo igual, dos veces
diez saetas.
No el polvo desparece
el campo, que no pisan alas
hierba;
es el más torpe una herida
cierva,
el más tardo la vista
desvanece,
y siguiendo al más lento,
cojea el pensamiento.
El tercio casi de una milla
era
la prolija carrera
que los Hercúleos troncos
hace breves;
pero las plantas leves
de tres sueltos zagales
la distancia sincopan tan
iguales,
que la atención confunden
judiciosa.
De la Penelda virgen
desdeñosa,
los dulces fugitivos
miembros bellos
en la corteza no abrazó
reciente
más firme Apolo, más
estrechamente,
que de una y otra meta
gloriosa
las duras basas abrazaron
ellos
con triplicado nudo
Arbitro Alcides en sus
ramas, dudo
que el caso decidiera,
bien que su menor hoja un
ojo fuera
del lince más agudo.
En tanto pues que el palio
neutro pende
y la carroza de la luz
desciende
a templarse en las ondas,
Himeneo,
por templar en los brazos
el deseo
del galán novio, de la
esposa bella,
los rayos anticipa de la
estrella,
cerúlea ahora, ya purpúrea
guía
de los dudosos términos del
día.
El juicio, al de todos,
indeciso
del concurso ligero,
el padrino con tres de
limpio acero
cuchillos corvos absolverlo
quiso.
Solícita Junón, Amor no
omiso,
al son de otra zampoña, que
conduce
Ninfas bellas y Sátiros
lascivos,
los desposados a su casa
vuelven,
que coronada luce
de estrellas fijas, de
Astros fugitivos,
que en sonoroso humo se
resuelven.
Llegó todo el lugar, y
despedido,
casta Venus, que el lecho
ha prevenido
de las plumas que baten más
suaves
en su volante carro blancas
aves,
los novios entra en dura no
estacada:
que, siendo Amor una Deidad
alada,
bien previno la hija de la
espuma
a batallas de amor campo de
pluma.
ERASE
UNA VIEJA
Erase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.
Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.
También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,
con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.
FÁBULA
DE POLIFEMO Y GALATEA
1
Estas que me dictó rimas
sonoras,
culta sí, aunque bucólica,
Talía
-¡oh excelso conde!-, en
las purpúreas horas
que es rosas la alba y
rosicler el día.
ahora que de luz tu Niebla
doras,
escucha, al son de la
zampoña mía,
si ya los muros no te ven,
de Huelva,
peinar el viento, fatigar
la selva.
2
Templado, pula en la
maestra mano
el generoso pájaro su
pluma,
o tan mudo en la alcándara,
que en vano
aun desmentir el cascabel
presuma;
tascando haga el freno de
oro, cano,
del caballo andaluz la
ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordón
de seda.
Y al cuerno, al fin, la
cítara suceda.
3
Treguas al ejercicio sean
robusto
ocio atento, silencio
dulce, en cuanto
debajo escuchas de dosel
augusto,
del músico jayán el fiero
canto.
Alterna con las Musas hoy
el gusto;
que si la mía puede ofrecer
tanto
clarín (y de la Fama no
segundo),
tu nombre oirán los
términos del mundo.
4
Donde espumoso el mar
siciliano
el pie argenta de plata al
Lilibeo
(bóveda o de las fraguas de
Vulcano,
o tumba de los huesos de
Tifeo),
pálidas señas cenizoso un
llano
-cuando no del sacrílego
deseo-
del duro oficio da. Allí
una alta roca
mordaza es a una gruta, de
su boca.
5
Guarnición tosca de este
escollo duro
troncos robustos son, a
cuya greña
menos luz debe, menos aire
puro
la caverna profunda, que a
la peña;
caliginoso lecho, el seno
obscuro
ser de la negra noche nos
lo enseña
infame turba de nocturnas
aves,
gimiendo tristes y volando
graves.
6
De este, pues, formidable
de la tierra
bostezo, el melancólico
vacío
a Polifemo, horror de aquella
sierra
bárbara choza es, albergue
umbrío
y redil espacioso donde
encierra
cuanto las cumbres ásperas
cabrío,
de los montes, esconde:
copia bella
que un silbo junta y un
peñasco sella.
7
Un monte era de miembros
eminente
este (que, de Neptuno hijo
fiero,
de un ojo ilustra el orbe
de su frente,
émulo casi del mayor
lucero)
cíclope, a quien el pino
más valiente,
bastón, le obedecía, tan
ligero,
y al grave peso junco tan
delgado,
que un día era bastón y
otro cayado.
8
Negro el cabello, imitador
undoso
de las obscuras aguas del
Leteo,
al viento que lo peina
proceloso,
vuela sin orden, pende sin
aseo;
un torrente es su barba
impetuoso,
que (adusto hijo de este
Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o
mal, o en vano
surcada aun de los dedos de
su mano.
9
No la Trinacria en sus
montañas, fiera
armó de crüeldad, calzó de
viento,
que redima feroz, salve
ligera,
su piel manchada de colores
ciento:
pellico es ya la que en los
bosques era
mortal horror al que con
paso lento
los bueyes a su albergue
reducía,
pisando la dudosa luz del
día.
10
Cercado es (cuando más
capaz, más lleno)
de la fruta, el zurrón,
casi abortada,
que al tardo otoño deja al
blando seno
de la piadosa hierba,
encomendada:
la serba, a quien le da
rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna
dorada
la rubia paja, y -pálida
turora-
la niega avara, y pródiga
la dora.
11
Erizo es el zurrón, de la
castaña,
y (entre el membrillo o
verde o datilado)
de la manzana hipócrita,
que engaña,
a lo pálido no, a lo
arrebolado,
y, de la encina (honor de
la montaña,
que pabellón al siglo fue
dorado)
el tributo, alimento,
aunque grosero,
del mejor mundo, del candor
primero.
12
Cera y cáñamo unió (que no
debiera)
cien cañas, cuyo bárbaro rüído,
de más ecos que unió cáñamo
y cera
albogues, duramente es
repetido.
La selva se confunde, el
mar se altera,
rompe Tritón su caracol
torcido,
sordo huye el bajel a vela
y remo:
¡tal la música es de
Polifemo!
13
Ninfa, de Doris hija, la
más bella,
adora, que vio el reino de
la espuma.
Galatea es su nombre, y
dulce en ella
el terno Venus de sus
Gracias suma.
Son una y otra luminosa
estrella
lucientes ojos de su blanca
pluma:
si roca de cristal no es de
Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de
Juno.
14
Purpúreas rosas sobre
Galatea
la Alba entre lirios
cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su
color sea,
o púrpura nevada, o nieve
roja.
De su frente la perla es,
eritrea,
émula vana. El ciego dios
se enoja,
y, condenado su esplendor,
la deja
pender en oro al nácar de
su oreja.
15
Invidia de las ninfas y
cuidado
de cuantas honra el mar
deidades era;
pompa del marinero niño
alado
que sin fanal conduce su
venera.
Verde el cabello, el pecho
no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco
la ribera
inducir a pisar la bella
ingrata,
en carro de cristal, campos
de plata.
16
Marino joven, las cerúleas
sienes,
del más tierno coral ciñe
Palemo,
rico de cuantos la agua
engendra bienes,
del Faro odioso al
promontorio extremo;
mas en la gracia igual, si
en los desdenes
perdonado algo más que
Polifemo,
de la que, aún no le oyó,
y, calzada plumas,
tantas flores pisó como él
espumas.
17
Huye la ninfa bella: y el
marino
amante nadador, ser bien
quisiera,
ya que no áspid a su pie
divino,
dorado pomo a su veloz
carrera;
mas, ¿cuál diente mortal,
cuál metal fino
la fuga suspender podrá
ligera
que el desdén solicita? ¡Oh
cuánto yerra
delfin que sigue en agua
corza en tierra!
18
Sicilia, en cuanto oculta,
en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de
Pomona:
tanto de frutas ésta la
enriquece,
cuanto aquél de racimos la
corona.
En carro que estival trillo
parece,
a sus campañas Ceres no
perdona,
de cuyas siempre fértiles
espigas
las provincias de Europa
son hormigas.
19
A Pales su viciosa cumbre
debe
lo que a Ceres, y aún más,
su vega llana;
pues si en la una granos de
oro llueve,
copos nieva en la otra mil
de lana.
De cuantos siegan oro,
esquilan nieve,
o en pipas guardan la
exprimida grana,
bien sea religión, bien
amor sea,
deidad, aunque sin templo,
es Galatea.
20
Sin aras, no: que el margen
donde para
del espumoso mar su pie
ligero,
al labrador, de sus
primicias ara,
de sus esquiamos es al
ganadero;
de la Copia -a la tierra, poco
avara-
el cuerno vierte el
hortelano, entero,
sobre la mimbre que tejió,
prolija,
si artificioso no, su
honesta hija.
21
Arde la juventud, y los
arados
peinan las tierras que
surcaron antes,
mal conducidos, cuando no
arrastrados
de tardos bueyes, cual su
dueño errantes;
sin pastor que los silbe,
los ganados
los crujidos ignoran
resonantes,
de las hondas, si, en vez
del pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje
el robre.
22
Mudo la noche el can, el
día, dormido,
de cerro en cerro y sombra
en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero
balido,
nocturno el lobo de las
sombras nace.
Cébase; y fiero, deja
humedecido
en sangre de una lo que la
otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos,
o a su dueño,
el silencio del can siga, y
el sueño!
23
La fugitiva ninfa, en
tanto, donde
hurta un laurel su tronco
al sol ardiente,
tantos jazmines cuanta
hierba esconde
la nieve de sus miembros,
da una fuente.
Dulce se queja, dulce le
responde
un ruiseñor a otro, y
dulcemente
al sueño da sus ojos la
armonía,
por no abrasar con tres
soles el día.
24
Salamandria del Sol,
vestido estrellas,
latiendo el Can del cielo
estaba, cuando
(polvo el cabello, húmidas
centellas,
si no ardientes aljófares,
sudando)
llegó Acis; y, de ambas
luces bellas
dulce Occidente viendo al
sueño blando,
su boca dio, y sus ojos
cuanto pudo,
al sonoro cristal, al
cristal mudo.
25
Era Acis un venablo de
Cupido,
de un fauno, medio hombre,
medio fiera,
en Simetis, hermosa ninfa,
habido;
gloria del mar, honor de su
ribera.
El bello imán, el ídolo
dormido,
que acero sigue, idólatra
venera,
rico de cuanto el huerto
ofrece pobre,
rinden las vacas y fomenta
el robre.
26
El celestial humor recién
cuajado
que la almendra guardó
entre verde y seca,
en blanca mimbre se lo puso
al lado,
y un copo, en verdes
juncos, de manteca;
en breve corcho, pero bien
labrado,
un rubio hijo de una encina
hueca,
dulcísimo panal, a cuya
cera
su néctar vinculó la
primavera.
27
Caluroso, al arroyo da las
manos,
y con ellas las ondas a su
frente,
entre dos mirtos que, de
espuma canos,
dos verdes garzas son de la
corriente.
Vagas cortinas de volantes
vanos
corrió Favonio
lisonjeramente
a la de viento, cuando no
sea cama
de frescas sombras, de
menuda grama.
28
La ninfa, pues, la sonora
plata
bullir sintió del arroyuelo
apenas,
cuando, a los verdes
márgenes ingrata,
segur se hizo de sus
azucenas.
Huyera; mas tan frío se
desata
un temor perezoso por sus
venas,
que a la precisa fuga, al
presto vuelo,
grillos de nieve fue,
plumas de hielo.
29
Fruta en mimbre halló,
leche exprimida
en juncos, miel en corcho,
mas sin dueño;
si bien al dueño debe,
agradecida,
su deidad culta, venerado
el sueño.
A la ausencia mil veces
ofrecida,
este de cortesía no pequeño
indicio la dejó -aunque
estatua helada-
más discursiva y menos
alterada.
30
No al Cíclope atribuye, no,
la ofrenda;
no a sátiro lascivo, ni a
otro feo
morador de las selvas, cuya
rienda
el sueño aflija, que aflojó
el deseo.
El niño dios, entonces, de
la venda,
ostentación gloriosa, alto
trofeo
quiere que al árbol de su
madre sea
el desdén hasta allí de
Galatea.
31
Entre las ramas del que más
se lava
en el arroyo, mirto
levantado,
carcaj de cristal hizo, si
no aljaba,
su blanco pecho, de un
arpón dorado.
El monstro de rigor, la
fiera brava,
mira la ofrenda ya con más
cuidado,
y aun siente que a su dueño
sea, devoto,
confuso alcaide más, el
verde soto.
32
Llamáralo, aunque muda, mas
no sabe
el nombre articular que más
querría;
ni lo ha visto, si bien
pincel süave
lo ha bosquejado ya en su
fantasía.
Al pie -no tanto ya, del
temor, grave-
fia su intento; y, tímida,
en la umbría
cama de campo y campo de
batalla,
fingiendo sueño al cauto
garzón halla.
33
El bulto vio, y, haciéndolo
dormido,
librada en un pie toda
sobre él pende
(urbana al sueño, bárbara
al mentido
retórico silencio que no
entiende):
no el ave reina, así, el
fragoso nido
corona inmóvil, mientras no
desciende
-rayo con plumas- al milano
pollo
que la eminencia abriga de
un escollo,
34
como la ninfa bella,
compitiendo
con el garzón dormido en
cortesía,
no sólo para, mas el dulce
estruendo
del lento arroyo enmudecer
querría.
A pesar luego de las ramas,
viendo
colorido el bosquejo que ya
había
en su imaginación Cupldo
hecho
con el pincel que le clavó
su pecho,
35
de sitio mejorada, atenta
mira,
en la disposición robusta,
aquello
que. si por lo suave no la
admira,
es fuerza que la admire por
lo bello.
Del casi tramontado sol
aspira
a los confusos rayos, su
cabello;
flores su bozo es, cuyas
colores,
como duerme la luz, niegan
las flores.
36
En la rústica greña yace
oculto
el áspid, del intonso prado
ameno,
antes que del peinado jardín
culto
en el lascivo, regalado
seno:
en lo viril desata de su
vulto
lo más dulce el Amor, de su
veneno;
bébelo Galatea, y da otro
paso
por apurarle la ponzoña al
vaso.
37
Acis -aún más de aquello
que dispensa
la brújula del sueño
vigilante-,
alterada la ninfa está o
suspensa,
Argos es siempre atento a
su semblante,
lince penetrador de lo que
piensa,
ciñalo bronce o múrelo
diamante:
que en sus paladiones Amor
ciego,
sin romper muros, introduce
fuego.
38
El sueño de sus miembros
sacudido,
gallardo el joven la
persona ostenta,
y al marfil luego de sus
pies rendido,
el coturno besar dorado
intenta.
Menos ofende el rayo
prevenido,
al marinero, menos la
tormenta
prevista le turbó o
pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
39
Más agradable y menos
zahareña,
al mancebo levanta
venturoso,
dulce ya concediéndole y
risueña,
paces no al sueño, treguas
sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una
peña
a un fresco sitial dosel
umbroso,
y verdes celosías unas
hiedras,
trepando troncos y
abrazando piedras.
40
Sobre una alfombra, que
imitara en vano
el tirio sus matices (si
bien era
de cuantas sedas ya hiló,
gusano,
y, artífice, tejió la
Primavera)
reclinados, al mirto más
lozano,
una y otra lasciva, si
ligera,
paloma se caló, cuyos
gemidos
-trompas de amor- alteran
sus oídos.
41
El ronco arrullo al joven
solicita;
mas, con desvíos Galatea
suaves,
a su audacia los términos
limita,
y el aplaudo al concento de
las aves.
Entre las ondas y la fruta,
imita
Acis al siempre ayuno en
penas graves:
que, en tanta gloria,
infierno son no breve,
fugitivo cristal, pomos de
nieve.
42
No a las palomas concedió
Cupido
juntar de sus dos picos los
rubíes,
cuando al clavel el joven
atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo,
engendra Gnido,
negras violas, blancos
alhelíes,
llueven sobre el que Amor
quiere que sea
tálamo de Acis ya y de
Galatea.
43
Su aliento humo, sus
relinchos fuego,
si bien su freno espumas,
ilustraba
las columnas Etón que
erigió el griego,
do el carro de la luz sus
ruedas lava,
cuando, de amor el fiero
jayán ciego,
la cerviz oprimió a una
roca brava,
que a la playa, de escollos
no desnuda,
linterna es ciega y atalaya
muda.
44
Arbitro de montañas y
ribera,
aliento dio, en la cumbre
de la roca,
a los albogues que agregó
la cera,
el prodigioso fuelle de su
boca;
la ninfa los oyó, y ser más
quisiera
breve flor, hierba humilde,
tierra poca,
que de su nuevo tronco vid
lasciva,
muerta de amor, y de temor no viva.