El torbellino comenzó como siempre, girando lentamente en un principio, al compás de un lento vals.
Las sombras aparecieron tímidamente, borrosas y débiles, asomando sus grotescas formas por encima del cristal, murmurando palabras incoherentes, vagas, sin ningún sentido, pero palabras, palabras que salían de sus grises labios y que el aire esparcía en tenue rumor.
Un viento de alguna parte llamaba en alguna puerta, quebrando el silencio de esa casa en penumbra, en soledad, en quietud...y al traspasar una ventana entreabierta se mezclaba al aire de dentro, al aire quieto y callado, ausente y frío, y lo extrañaba en su misma soledad.
Crecieron manos que tocaron el cristal de cien ventanas, desempañando primero el vidrio de polvo y de frío, de tiempo y de distancia. Dedos que, ágiles y vivos, quizás amigos, curiosas, audaces, sigilosos y firmes, comenzaron a golpear los cristales, y las formas que los seguían comenzaron a aumentar el tono de su voz, y las palabras eran audibles y el torbellino giró más aprisa, y todo vibró de nuevo, cada vez más y más.
Murió la soledad entre esos dedos, llenaron esas sombras mi casa vacía, hablaron hasta los muebles y la gran escalera de caracol que subía y subía hasta mi mente.
Se abrieron ventanas cerradas al mundo, y el rosa, el rosa pálido, y una canción medio borrada por el ir y venir de las sombras, cobrando forma, pero apagando poco a poco su decir.
Llegaba a la tercera, siempre igual, con calma, adormecido, cambiando el bullicio por la paz, el ruido por un silencio quieto, pero no solitario, sino amigo, compañero, camarada.
Un tenue calor, un lento vals y el color rosa, rosa pálido, y las sombras perdidas, y al fondo...tú.
Y tus ojos, y tu rubio pelo, y tu risa, y tus frases imborrables en la expresión de tu rostro, salpicando mi vida, llenando los oscuros rincones de mi mente, llegando del final, del fondo de la nada, hasta el mismo lugar donde te espero.
Siempre al final de la tercera. Siempre, cada día, de madrugada, en la misma mesa del oscuro ángulo, sobre la misma madera vieja, en el mismo cristal del mismo vaso...
...y en el mismo descenso de la senda.
© 1977 Javier de Lucas