EL LIBRE ALBEDRIO 2

 

Dado que nuestro sobrecargado cerebro debe tomar decisiones constantemente mediante un proceso inconsciente, los psicólogos hablan de «voluntad inconsciente» en lugar de «libre albedrío». La voluntad inconsciente toma decisiones vertiginosamente basándose en lo que sucede en el entorno, unas decisiones en las que desempeñan un papel fundamental la forma en que se ha desarrollado nuestro cerebro y lo que hemos aprendido desde entonces. Dado el entorno complejo y siempre cambiante en el que vivimos, no es posible que nuestra vida esté predeterminada de una forma predecible, y dada la forma en que se ha desarrollado nuestro cerebro no es posible que exista un completo libre albedrío. Sin embargo, todos sentimos que podemos hacer elecciones libremente y a eso es a lo que llamamos «libre albedrío».

Eso no es más que una ilusión, y se han llevado a cabo experimentos para demostrar esta afirmación. Situemos a una persona frente a un espejo y a otra detrás, sacando los brazos por debajo de las axilas de la primera. Si los brazos van cumpliendo las órdenes que se le van dando en voz alta (como rascarse la nariz, saludar con la mano derecha), la primera persona tendrá la ilusión de ser el que hace esos movimientos a través de su voluntad. Este trabajo pone de relieve que tanto los movimientos como el pensamiento «consciente» de moverse proceden de procesos inconscientes del cerebro. No podemos ver esos procesos inconscientes pero sí podemos interpretar los movimientos que resultan de ellos. La «imagen consciente» que surge al ejecutar el movimiento nos da una idea de que hemos realizado la acción de forma deliberada. Pero ese sentimiento no demuestra que exista una cascada de acontecimientos causales conscientes que originen nuestras acciones. Según otros psicólogos, la ilusión del libre albedrío nace en una segunda instancia, cuando la información sobre la acción es enviada a la corteza cerebral. Esa ilusión del libre albedrío es necesaria para imprimir en la acción nuestro sello: «Esto es mío, ése soy yo».

Benjamin Libet demostró en sus famosos experimentos que en el caso de un estímulo sensorial próximo al valor umbral y en acciones iniciadas en la corteza cerebral, la conciencia tarda medio segundo en reaccionar. Su conclusión de que la experiencia «consciente» está precedida por medio segundo de actividad cerebral inconsciente que pone en marcha la acción ha sembrado dudas razonables sobre la posibilidad de actuar con libre albedrío. A pesar de que las observaciones de Libet han desatado un profundo debate, los experimentos más recientes con IRMF han demostrado que las áreas de la corteza cerebral llevan entre siete y diez segundos ocupadas en la preparación de acciones motoras antes de que se tome conciencia de ello. También se han hecho experimentos para demostrar que la conciencia es posterior al inicio de la acción. Se propuso una tarea en la que había que tocar lo más rápido posible un punto luminoso en la pantalla del ordenador. Sólo 1,1 segundo después de aparecer la luz, el estímulo ya había sido enviado de la corteza visual a la corteza motora para iniciar el movimiento de tocar la pantalla. Si se interrumpía el procesamiento en la corteza visual mediante un impulso magnético, el sujeto realizaba la acción, pero no era consciente del punto de luz en la pantalla.

Todas estas observaciones confirman la idea de que la sensación de que estas acciones hayan sido iniciadas por «voluntad propia» es efectivamente una ilusión y que tienen razón cuando afirman que la conciencia es la historia que se cuenta posteriormente. Todavía está por ver si, como opina Libet, somos capaces de vetar un movimiento para hacerlo consciente . Por supuesto, también puede haber una actividad cerebral inconsciente que sea previa al veto de un movimiento.

Pero aunque la conciencia vaya un poco por detrás de los hechos sigue siendo útil. Hacemos planes conscientes y aprendemos de forma consciente a conducir y posteriormente, después de mucho entrenamiento, conducimos de forma automática. Y si uno no tomase conciencia del dolor de una herida o de una infección la probabilidad de que le pusiera remedio y sobreviviera sería muy escasa. Además, la próxima vez uno intentará evitar que se repita la misma situación. El hecho de que muchas de nuestras acciones se produzcan de manera inconsciente no excluye que podamos actuar de forma consciente cuando fijamos nuestra atención en algo. Conducir de forma automática funciona a la perfección hasta que se produce una situación inesperada que reclama nuestra atención. Francis Crick, que afirmaba que el libre albedrío no sería más que una ilusión, aventuró la hipótesis de que tal vez su base neuronal se alojase en una parte de la corteza prefrontal, el giro cingulado. Pero su argumentación contempla «la voluntad» sólo en el sentido de «la toma de iniciativa» y no de «libre albedrío» tal como lo define Price, esto es, como la posibilidad de decidir hacer algo o no hacerlo sin estar condicionado por limitaciones internas o externas.

Antonio Damasio también cree que la parte frontal del giro cingulado y la corteza prefrontal medial son las áreas del cerebro donde se originan todas nuestras actividades, desde las motoras a nuestros pensamientos y razonamientos. En los pacientes de alzhéimer se aprecia efectivamente una fuerte correlación entre el grado de apatía y la reducción del volumen de la corteza frontal cingulada. Pero no es ningún argumento para poder localizar el libre albedrío.

Los estudiosos del cerebro han recurrido a muchos ejemplos para desmentir la proposición de que el libre albedrío es una ilusión. Así, la decisión de llevar a cabo un acto de resistencia se consideraría una prueba de la existencia del libre albedrío. Cabría plantearse si es un ejemplo feliz para los extremistas que, desde muy jóvenes, han sido adoctrinados en su religión para cometer un acto así. La afirmación «Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa», que la tradición atribuye a Lutero cuando compareció ante la Dieta de Worms en 1521, tampoco suena a decisión tomada en libertad.

La ciencia y el arte se han utilizado a menudo para «demostrar» la existencia del libre albedrío. El electrofisiólogo australiano y premio nobel Eccles puso la creatividad del científico como prueba para la existencia del libre albedrío. Es cierto que nuestro cerebro es único y que puede producir, por tanto, una poesía o una pintura únicas o realizar un experimento único. Pero eso no demuestra la existencia del libre albedrío. No en vano sucede con cierta regularidad que en lugares muy distintos del mundo y de forma totalmente independiente dos investigadores muy creativos realicen el mismo hallazgo «único».

Siempre ha sido así. Darwin tuvo que publicar contra su voluntad su teoría de la evolución porque Alfred Russel Wallace, de forma totalmente independiente de él, había llegado a la misma idea. La notificación se hizo en forma de comunicado conjunto durante el encuentro de la Linnean Society en Londres el 1 de julio de 1858. No se produjo ninguna discusión a raíz de la notificación. Más notorio aún es que a un jardinero escocés ya se le ocurriera el principio de la selección natural cuando Darwin aún estaba viajando a bordo del Beagle. A pesar de haber publicado su idea en un libro, ésta pasó completamente desapercibida. Algo que por otra parte sigue sucediendo. Un artículo científico que aparece como capítulo en un libro se pierde como publicación. Lo que ilustran esos ejemplos es que probablemente había llegado el momento oportuno para que surgiera ese concepto único y novedoso. Si ellos no hubieran estado ahí, otras personas habrían hecho el hallazgo. Lo que no desmerece el hecho de que Darwin elaborase su idea de una forma genial, ilustrando cada paso de su teoría con un sinfín de ejemplos. Y sus libros no son sólo fantásticos desde el punto de vista científico sino también es un placer leerlos por su calidad literaria.

También en el arte vemos ejemplos de fenómenos independientes que suceden de forma simultánea. El «descubrimiento» del arte se produjo hace unos treinta mil años de forma sincrónica en la región francesa del Ardêche, en Australia y en África, pero surgió de un desarrollo común en África que se remonta a unos ciento sesenta y cuatro mil años atrás. La estatua más antigua, una figura femenina tallada en marfil de mamut, fue hallada en Alemania y data de hace treinta mil años. Probablemente esas expresiones «únicas» de la creatividad humana dependían del estadio del desarrollo del cerebro. Y la «unicidad» del experimento de los investigadores parece depender sobre todo del estadio en el que se encuentra el pensamiento científico y el desarrollo de las nuevas técnicas e instrumentos, que permiten seguir avanzando en ese sentido. Se necesita un argumento mejor para demostrar la existencia del libre albedrío.

EL LIBRE ALBEDRIO Y LAS ENFERMEDADES MENTALES

El libre albedrío se define como la posibilidad de tomar una decisión sin que ésta esté condicionada por limitaciones internas o externas. Además de eso, para que pueda hablarse de acciones libres, uno debe estar en disposición de evaluar las consecuencias de sus actos. En el caso de las enfermedades mentales nos encontramos tanto con una «limitación interna» como con una «imposibilidad de analizar los propios actos». Eso puede tener consecuencias en el ámbito jurídico. ¿Podemos responsabilizar a un pedófilo por su orientación sexual sabiendo que es producto de su herencia genética y de un desarrollo cerebral atípico? Desde luego, su pedofilia no es una elección libre. ¿Qué libertad tiene una persona que, a causa de su combinación genética y de la adicción al tabaco de su madre gestante, padece TDAH y acaba con problemas con la justicia? Sabemos que la desnutrición durante el embarazo aumenta el riesgo de tener un comportamiento antisocial. ¿Cuánta libertad tiene alguien que, con ese tipo de comportamiento antisocial, tiene un encontronazo con la policía? ¿Es posible responsabilizar a un adolescente de un delito que ha cometido cuando aún tiene que aprender a vivir con su cerebro totalmente alterado a causa de las hormonas sexuales?

La complejidad del concepto del libre albedrío también queda ilustrada con el infrecuente "síndrome de mano ajena" que sobreviene cuando no existe buena comunicación entre los dos hemisferios cerebrales. Esa enfermedad puede originarse por una hemorragia que daña el cuerpo calloso, la unión entre los dos hemisferios. La lesión cerebral impide coordinar la actividad de un lado del cerebro con el otro. La «mano ajena» lleva a cabo actos descontrolados que pueden ser totalmente opuestos a los que realiza la mano sana. Una mano se pone el pantalón mientras que la otra forcejea para quitárselo. ¿Dónde está el libre albedrío en actos como ése? Una paciente aquejada del síndrome de la mano ajena describió cómo se despertó varias veces porque su mano izquierda intentaba estrangularla. (Ese dato fue utilizado en la película Dr. Strangelove, donde Peter Sellers intentaba evitar con una mano que la otra lo estrangulara. Cuando la citada paciente se despertaba, la mano izquierda intentaba desabrocharle los botones del vestido contra la «voluntad» de la mano derecha.) La mano izquierda luchaba contra la derecha por coger el teléfono. La sensación de no controlar los propios miembros y no ser quien decide realizar un movimiento puede resultar muy inquietante. El individuo tiene la ilusión de que es otra persona la que inicia el movimiento. En el caso referido, la paciente tenía además la impresión de no controlar su propia mano y que ésta estaba dirigida «desde la luna».

Parece, pues, que aun siendo conscientes de lo que pasa, si no tenemos la sensación de decidirlo nosotros («libre albedrío»), nuestro cuerpo nos parecerá un objeto extraño. Por eso se ha dicho que la ilusión de actuar libremente es el precio que tenemos que pagar para tener conciencia. En el caso del síndrome de la mano ajena puede hablarse incluso de «dos voluntades» en un solo cerebro que quieren cosas distintas. La ilusión del libre albedrío depende también de una buena conexión entre los dos hemisferios cerebrales.

La idea de que somos completamente libres para elegir no sólo es incorrecta, sino que ha causado además mucho sufrimiento. Por ejemplo, en otro tiempo se aceptaba comúnmente que también nuestra orientación sexual, es decir, nuestra heterosexualidad, homosexualidad o bisexualidad, era una cuestión de «elección» y, en consecuencia, la homosexualidad, que según todas las religiones es la elección errónea, se castigaba hasta hace poco. Sólo en 1992 la homosexualidad fue eliminada de la CIE-10, la décima revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades. Hasta entonces se había intentado en vano «curar» a los homosexuales de su supuesta enfermedad cerebral encerrándolos en la cárcel o sometiéndolos a toda una serie de intervenciones que no ayudaban en nada.

Siento curiosidad por saber cuánto se tardará en aceptar que hay otras conductas que de momento aún se consideran sujetas al libre albedrío, como el comportamiento agresivo y delincuente, la pedofilia, la cleptomanía y el acoso físico, que tampoco se controlan voluntariamente, con todas las implicaciones que ello conlleva.

En enfermedades como la esclerosis múltiple también se ha dicho repetidamente que la voluntad de encarar positivamente la enfermedad contribuye a su curación. No sólo no hay ninguna prueba que demuestre que eso es así, sino que además esa visión provoca que, en caso de que se produzca un empeoramiento, ¡el pobre paciente tenga que oír encima que no se ha «esforzado» lo suficiente para controlar la enfermedad!

¿No sería mejor reconocer que un completo libre albedrío es una ilusión? No es una idea nueva, Spinoza ya lo dijo en su Ética (1677, proposición XLVIII): «No hay en el alma ninguna voluntad absoluta o libre».

Las personas somos un sistema caótico. Nuestro comportamiento es extremadamente difícil de predecir, al menos, usando medios físicos. Considerar a las personas como un sistema caótico arroja luz sobre la cuestión del libre albedrío. Quizá su comportamiento sea predecible en principio, pero en la práctica no lo es aunque se cuente con el instrumental más avanzado y los ordenadores más potentes. Una reconciliación posible entre Física Clásica y libre albedrío es entonces decir que nuestra libertad individual reside en el caos determinista. Por muy difíciles de anticipar que sean, nuestras decisiones siguen sin ser nuestras, sino que vienen determinadas por las leyes de la naturaleza. A esto se podría contraponer que el libre albedrío es precisamente ese proceso determinista, pero no predecible, que se da cuando tomamos una decisión. Si bien es cierto que el resultado está predeterminado, eso no nos exime de responsabilidad.

LA LIBERTAD CUANTICA

Hasta ahora he tratado únicamente teorías deterministas, como la Física Clásica y la Relatividad. Sin embargo, la teoría más importante del siglo XX, la Física Cuántica, no es determinista. La introducción de una incertidumbre fundamental puede parecer la brecha perfecta para restaurar la idea tradicional del libre albedrío. De hecho, hay gurús de la autoayuda que afirman que la Física Cuántica abre la posibilidad de que escojamos nuestro destino. Por supuesto, no hay nada en la teoría que permita una interpretación semejante. Tanto si escogemos la interpretación de Copenhague como la de múltiples universos, no se infiere en ninguna de ellas elementos que nos hagan siquiera sospechar que la incertidumbre de la Cuántica permite de alguna manera la existencia del libre albedrío. Como ya sabemos de antemano, la extrema complejidad de la Física Cuántica y sus sorprendentes realidades , han sido, son y serán campo abonado para disparates de grueso calibre y de interpretación sesgadamente aprovechada por los profesionales del engaño, esos que siempre han existido, existen y existirán mientras la ignorancia científica no sea erradicada de gran parte de la población mundial.

¿Será eso posible algún día?

                                                                                                                                                                          © 2021 Javier De Lucas