VICENTE ALEIXANDRE

BIOGRAFIA

(Sevilla 1898 - Madrid 1984).

Aunque nació en Sevilla a los dos años se trasladó a Málaga, "la ciudad del Paraíso", donde pasó casi toda su infancia. Más tarde fue a Madrid donde estudió Derecho y Comercio. Al comenzar a trabajar contrajo una tuberculosis renal que le obligó a abandonar el trabajo y vivir largos períodos de aislamiento.

Su poesía se inicia con el contacto con Rubén Darío, a quien conoció a través de Dámaso Alonso, pero su primer libro, ÁMBITO, está influido directamente por Juan Ramón Jiménez. quien le abre el camino hacia la poesía pura. En sus obras posteriores, ESPADAS COMO LABIOS y LA PASIÓN DE LA TIERRA, se adapta creativamente a la experiencia renovadora del surrealismo, expresando una visión panteísta de la naturaleza y un erotismo romántico.

En esta misma línea podemos situar su libro siguiente, LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR, una de sus obras más importantes. Mantuvo una larga y fiel amistad con Pablo Neruda y con Miguel Hernández. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1933.  Su obra destaca dentro de la escuela surrealista y constituye un verdadero caudal de metáforas e imágenes vivas y apasionadas.

Durante la guerra civil estuvo en la zona republicana desde la que continuó escribiendo y colaborando en periódicos y revistas. Fue uno de los pocos miembros del grupo del 27 que permanecieron en España al término de la guerra y su presencia supuso un magisterio decisivo para los poetas posteriores.

En 1949 fue elegido miembro de la Real Academia Española. En 1977 le fue concedido el premio Nobel de Literatura que vino a coronar una trayectoria ejemplar de entrega a la literatura. Otras obras suyas son: SOMBRA DEL PARAÍSO, MUNDO A SOLAS, NACIMIENTO ÚLTIMO, POEMAS DE LA CONSUMACIÓN, DIÁLOGOS DEL CONOCIMIENTO, etc...  

POEMAS ESCOGIDOS

  LA MUERTE

Ah, eres tú, eterno nombre sin fecha,

bravía lucha del mar con la sed,

cantil todo de agua que amenazas hundirte

sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo.

Eres tú, sombra del mar poderoso,

genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por

el aire,

abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida

como un amor que con la muerte acaba.

Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,

gota inmensa que contiene la tierra,

fuego destructor de mi vida sin numen

aquí en la playa donde la luz se arrastra.

Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido,

una mirada buida de un inviolable ojo,

un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,

un relámpago que buscase mi pecho o su destino...

Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,

frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos;

a ti cuyos celestes peces entre nubes

son como pájaros olvidados del hondo.

Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas;

vengan los brazos verdes desplomándose,

venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa

sumido bajo los labios negros que se derrumban.

Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme.

Venga la muerte total en la playa que sostengo,

en esta terrena playa que en mi pecho gravita,

por la que unos pies ligeros parece que se escapan.

Quiero el color rosa o la vida, quiero el rojo o su amarillo

frenético,

quiero ese túnel donde el color se disuelve

en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca.

Quiero besar el marfil de la mudez penúltima,

cuando el mar se retira apresurándose,

cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas,

unas frías escamas de unos peces amándose.

Muerte como el puñado de arena,

como el agua que en el hoyo queda solitaria,

como la gaviota que en medio de la noche

tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.

  CORAZÓN NEGRO

Corazón negro.

Enigma o sangre de otras vidas pasadas,

suprema interrogación que ante los ojos me habla,

signo que no comprendo a la luz de la luna.

Sangre negra, corazón dolorido que desde lejos la envías

a latidos inciertos, bocanadas calientes,

vaho pesado de estío, río en que no me hundo,

que sin luz pasa como silencio, sin perfume ni amor.

Triste historia de un cuerpo que existe como existe un planeta,

como existe la luna, la abandonada luna,

hueso que todavía tiene un claror de carne.

Aquí, aquí en la tierra echado entre unos juncos,

entre lo verde presente, entre lo siempre fresco,

veo esa pena o sombra, esa linfa o espectro,

esa sola sospecha de sangre que no pasa.

¡Corazón negro, origen del dolor o la luna,

corazón que algún día latiste entre unas manos,

beso que navegaste por unas venas rojas,

cuerpo que te ceñiste a una tapia vibrante!

  LA VENTANA

Cuánta tristeza en una hoja del otoño,

dudosa siempre en último extremo si presentarse como cuchillo.

Cuánta vacilación en el color de los ojos

antes de quedar frío como una gota amarilla.

Tu tristeza, minutos antes de morirte,

sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba,

esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,

gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.

Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado.

Transparente como la repugnancia a un sol ubérrimo,

tibia como ese suelo donde nadie ha pisado,

lenta como el cansancio que rinde al aire quieto.

Tu mano, bajo la cual se veían las cosas,

cristal finísimo que no acarició nunca otra mano,

flor o vidrio que, nunca deshojado,

era verde al reflejo de una luna de hierro.

Tu carne, en que la sangre detenida apenas consentía

una triste burbuja rompiendo entre los dientes,

como la débil palabra que casi ya es redonda

detenida en la lengua dulcemente de noche.

Tu sangre, en que ese limo donde no entra la luz

es como el beso falso de unos polvos o un talco,

un rostro en que destella tenuemente la muerte,

beso dulce que da una cera enfriada.

Oh tú, amoroso poniente que te despides como dos brazos largos

cuando por una ventana ahora abierta a ese frío

una fresca mariposa penetra,

alas, nombre o dolor, pena contra la vida

que se marcha volando con el último rayo.

Oh tú, calor, rubí o ardiente pluma,

pájaros encendidos que son nuncio de la noche,

plumaje con forma de corazón colorado

que en lo negro se extiende como dos alas grandes.

Barcos lejanos, silbo amoroso, velas que no suenan,

silencio como mano que acaricia lo quieto,

beso inmenso del mundo como una boca sola,

como dos bocas fijas que nunca se separan.

¡Oh verdad, oh morir una noche de otoño,

cuerpo largo que viaja hacia la luz del fondo,

agua dulce que sostienes un cuerpo concedido,

verde o frío palor que vistes un desnudo!

   CANCIÓN

Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,

dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra;

quiero saber por qué ahora eres un agua,

esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma.

Dime por qué sobre tu pelo suelto,

sobre tu dulce hierba acariciada,

cae, resbala, acaricia, se va

un sol ardiente o reposado que te toca

como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.

Dime por qué tu corazón como una selva diminuta

espera bajo tierra los imposibles pájaros,

esa canción total que por encima de los ojos

hacen los sueños cuando pasan sin ruido.

Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,

que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme

cantas color de piedra, color de beso o labio,

cantas como si el nácar durmiera o respirara.

Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,

ese rizo voluble que ignora el viento,

esos ojos por donde sólo boga el silencio,

esos dientes que son de marfil resguardado,

ese aire que no mueve unas hojas no verdes...

¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube,

oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes;

fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;

césped blando que pisan unos pies adorados!

      ACABA

En volandas

como si no existiera el avispero

aquí me tienes con los ojos desnudos

ignorando las piedras que lastiman

ignorando la misma suavidad de la muerte.

¿Te acuerdas? He vivido dos siglos dos minutos

sobre un pecho latiente,

he visto golondrinas de plomo triste anidadas en ojos

y una mejilla rota por una letra.

La soledad de lo inmenso mientras media la capacidad de una gota.

Hecho pura memoria,

hecho aliento de pájaro

he volado sobre los amaneceres espinosos

sobre lo que no puede tocarse con las manos.

Un polvo gris parado impediría siempre el beso sobre la tierra

sobre la única desnudez que yo amo

y de mi tos caída como una pieza

no se esperaría un latido sino un adiós yacente.

Lo yacente no sabe:

se pueden tener brazos abandonados.

se pueden tener unos oídos pálidos

que no se apliquen a la corteza ya muda.

Se puede aplicar la boca a lo irremediable,

se puede sollozar sobre el mundo ignorante.

Como una nube silenciosa yo me elevaré de mí mismo.

Escúchame. Soy la avispa imprevista,

soy esa elevación a lo alto

que como un ojo herido

se va a clavar en el azul indefenso.

Soy esa previsión triste de no ignorar todas las venas,

de saber cuándo cuándo la sangre pasa por el corazón

y cuándo la sonrisa se entreabre estriada.

Todos los aguijones dulces que salen de las manos.

todo ese afán de cerrar párpados, de echar oscuridad o sueño,

de soplar un olvido sobre las frentes cargadas,

de convertirlo todo en un lienzo sin sonido

me transforma en la pura brisa de la hora

en ese rostro azul que no piensa

en la sonrisa de la piedra,

en el agua que junta los brazos mudamente.

En ese instante último en que todo lo uniforme pronuncia la palabra

acaba.

    AMANTE

Lo que yo no quiero

es darte palabras de ensueño,

ni propagar imagen con mis labios

en tu frente, ni con mi beso.

La punta de tu dedo,

con tu uña rosa, para mi gesto

tomo, y, en el aire hecho,

te la devuelvo.

De tu almohada, la gracia y el hueco.

Y el calor de tus ojos, ajenos.

Y la luz de tus pechos

secretos.

Como la luna en primavera,

una ventana

nos da amarilla lumbre. Y un estrecho

latir

parece que refluye a ti de mí.

No es eso. No será. Tu sentido verdadero

me lo ha dado ya el resto,

el bonito secreto,

el graciosillo hoyuelo,

la linda comisura

y el mañanero

desperezo.

     DESIERTO

Lumen lumen. Me llega cuando nacen

luces o sombras, revelación viva.

Ese camino esa ilusión neta.

Presión que sueña que la muerte miente.

Muerte... oh vida te adoro por espanto,

porque existes en forma de culata.

Donde no se respira. El frío sueña

con estampido  de eternidad. La vida

es un instante

justo para decir María Silencio,

una blancura, un rojo que no nace,

ese roce de besos bajo el agua.

Una orilla impasible donde rompen

cuerpo u ondas, mares o la frente.

   VEN, SIEMPRE VEN

No te acerques.

Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente,

las huellas de unos besos,

ese resplandor que aun de día se siente si te acercas,

ese resplandor contagioso que me queda en las manos,

ese río luminoso en que hundo mis brazos,

en el que casi no me atrevo a beber por temor después

a ya una dura vida de lucero.

No quiero que vivas en mí como vive la luz,

con ese ya aislamiento de estrella que se une con su luz,

a quien el amor se niega a través del espacio

duro y azul que separa y no une,

donde cada lucero inaccesible

es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza.

La soledad destella en el mundo sin amor.

La vida es una vívida corteza,

una rugosa piel inmóvil,

donde el hombre no puede encontrar su descanso

por más que aplique su sueño contra un astro apagado.

Pero tú no te acerques. Tu frente, destellante

carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia,

duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir,

de quemarme los labios con tu roce indeleble,

de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador.

No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque

imposible de las estrellas,

como el espacio que súbitamente se incendia,

éter propagador donde la destrucción de los mundos

es un único corazón que totalmente se abrasa.

Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra

una muerte;

ven como la noche ciega que me acerca su rostro;

ven como los dos labios marcados por el rojo,

por esa línea larga que funde los metales.

Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante

que luces como una órbita que va a morir en mis brazos;

ven como dos ojos o dos profundas soledades,

dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco.

¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo;

ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;

ven, que ruedas como liviana piedra

confundida como una luna que me pide mis rayos!

      LA DICHA

No. ¡Basta!

Basta siempre.

Escapad, escapad: sólo quiero,

sólo quiero tu muerte cotidiana.

El busto erguido, la terrible columna,

el cuello febricente, la convocación de los robles;

las manos que son piedra, la luna de piedra sorda

y el vientre que es sol, el único extinto sol.

¡Hierba seas! Hierba reseca, apretadas raíces,

follaje entre los muslos donde ni gusanos ya viven

porque la tierra no puede ni ser grata a los labios,

a esos que fueron -sí- caracoles de lo húmedo.

Matarte a ti, pie inmenso, yeso escupido,

pie masticado días y días cuando los ojos sueñan,

cuando hacen un paisaje azul cándido y nuevo

donde una niña entera se baña sin espuma.

Matarte a ti, cuajarón redondo, forma o montículo,

materia vil, vomitadura o escarnio,

palabra que pendiente de unos labios morados

ha colgado en la muerte putrefacta o el beso.

No. ¡No!

Tenerte aquí corazón que latiste entre mis dientes larguísimos,

en mis dientes o clavos amorosos o dardos,

o temblor de tu carne cuando yacía inerte

como el vivaz lagarto que se besa y se besa.

Tu mentira, catarata de números,

catarata de manos de mujer con sortijas,

catarata de dijes donde pelos se guardan,

donde ópalos u ojos están en terciopelos,

donde las mismas uñas se guardan con encajes.

Muere, muere como el clamor de la tierra estéril,

como la tortuga machacada por un pie desnudo,

pie herido cuya sangre, sangre fresca y novísima,

quiere correr y ser como un río naciente.

Canto el cielo feliz, el azul que despunta,

canto la dicha de amar dulces criaturas,

de amar a lo que nace bajo las piedras limpias,

agua, flor, hoja, sed, lámina, río o viento,

amorosa presencia de un día que sé existe.

    SE QUERÍAN

Se querían.

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,

labios saliendo de la noche dura,

labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?

Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,

a esa amorosa gema del amarillo nuevo,

cuando los rostros giran melancólicamente,

giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos

laten bajo la tierra y los valles se estiran

como lomos arcaicos que se sienten repasados:

caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,

entre las duras piedras cerradas de la noche,

duras como los cuerpos helados por las horas,

duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,

ondas que por los pies acarician los muslos,

cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...

Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,

mar altísimo y joven, intimidad extensa,

soledad de lo vivo, horizontes remotos

ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,

como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,

dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida

donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,

ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,

mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,

metal, música, labio, silencio, vegetal,

mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

        VERDAD SIEMPRE

Sí es verdad, es la única verdad,

ojos entreabiertos, luz nacida,

pensamiento o sollozo clave o alma,

este velar, este aprender la dicha,

este saber que el día no es espina

sino verdad y suavidad. Te quiero.

Escúchame. Cuando el silencio no existía,

cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,

entonces cuando el día

noche bondad, oh lucha noche noche.

Bajo clamor o senos bajo azúcar

entre dolor o sólo la saliva

allí entre la mentira sí esperada,

noche noche lo ardiente o el desierto.

     POEMA DE AMOR

Te amo, sueño del viento,

confluyes con mis dedos olvidado del norte

en las dulces mañanas del mundo cabeza abajo

cuando es fácil sonreír porque la lluvia es blanda.

En el seno de un río viajar es delicia

oh peces amigos decidme el secreto de los ojos abiertos,

de las miradas mías que van a dar en la mar

sosteniendo la quilla de los barcos lejanos.

Yo os amo -viajadores del mundo- los que dormís sobre el agua,

hombres que van a América en busca de sus vestidos,

los que dejan en la playa su desnudez dolida

y sobre las cubiertas del barco atraen el rayo de la luna.

Caminar esperando es risueño, es hermoso,

la plata y el oro no han cambiado de fondo,

botan sobre las ondas, sobre el lomo escamado

y hacen música o sueño para los pelos más rubios.

Por el fondo de un río mi deseo se marcha

de los pueblos innúmeros que he tenido en las yemas,

esas oscuridades que vestido de negro

he dejado ya lejos dibujadas en la espalda.

La esperanza es la tierra, es la mejilla,

es un inmenso párpado donde yo sé que existo.

¿Te acuerdas? Para el mundo he nacido una noche

en que era suma y resta la clave de los sueños.

Peces, árboles, piedras ,corazones, medallas

sobre vuestras concéntricas ondas -sí- detenidas,

yo me muevo y si giro me busco,,,

camino -viajadores del mundo- del futuro existente

más allá de los mares en mis pulsos que laten.

                                                                          © Javier de Lucas