DESMONTANDO ANOMALÍAS

 

Hay cosas que destacan porque parece que carecen de sentido o que contradicen el conocimiento establecido o la teoría científica. La falacia de la caza de anomalías surge de buscar algo que resulte inusual, presuponer que cualquier supuesta anomalía es inexplicable, y terminar concluyendo que constituye una evidencia que respalda tu teoría favorita. Tal vez el problema sea psicológico y consista en no saber cuándo parar de buscar causas ocultas. Sin embargo, soy de la opinión de que estudiar las teorías de la conspiración, incluso las disparatadas, es útil, aunque solo sea porque nos obliga a distinguir claramente nuestras «buenas» explicaciones de sus «malas» explicaciones.

En el momento en el que alguien disparó contra el coche oficial de JFK, se puede ver a un hombre de pie en la acera cercana al coche sosteniendo un paraguas negro abierto. No estaba lloviendo (aunque lo había hecho la noche anterior) y en Dallas ese día nadie llevaba paraguas. El extraño comportamiento de esta persona, que pasó a conocerse como el «Hombre del paraguas», es una auténtica anomalía. No parece haber ninguna razón obvia o incluso racional que explique su comportamiento. También parece una casualidad mayúscula que este extraño comportamiento ocurriera justo en el lugar en el que dispararon a JFK.

Parece superficialmente razonable concluir que los dos hechos están relacionados, que tal vez el Hombre del paraguas participó en una conspiración. La verdadera explicación es muy interesante, pero sería imposible adivinarla sin un conocimiento específico. Sin embargo, los partidarios de las teorías de la conspiración enseguida catalogaron al Hombre del paraguas como una anomalía que solo podía explicarse en el contexto de una conspiración.

Una de las partes más comunes y traicioneras del autoengaño cognitivo es el proceso de la caza de anomalías. Una auténtica anomalía es algo que el modelo de la naturaleza vigente no es capaz de explicar y que no encaja con las teorías existentes. Por esa razón las anomalías son muy útiles para la investigación científica, ya que abren paso a nuevos conocimientos y tienen el potencial de profundizar o ampliar las teorías existentes.

Por ejemplo, la mecánica newtoniana no era capaz de explicar la órbita de Mercurio, lo que la convertía en una auténtica anomalía. Esta y otras anomalías apuntaban al hecho de que las leyes del movimiento de Newton eran fundamentalmente incompletas. Los astrónomos trazaron varias hipótesis para explicar las anomalías observadas, incluyendo la existencia de un planeta oculto al otro lado del Sol desde la perspectiva terrestre. Con el tiempo, Einstein desarrolló su teoría general de la relatividad, la cual explica la gravedad. Las ecuaciones de Einstein demostraron que las leyes de Newton no eran incorrectas, pero sí incompletas. Eran un caso especial de una realidad más profunda, una realidad en la que se pueden  medir los efectos relativistas de una fuerte gravedad o de una elevada velocidad relativa. Mercurio está lo suficientemente cerca del campo gravitacional del sol como para que sus efectos relativistas quedasen explicados.

Los pseudocientíficos —aquellos que fingen estar haciendo ciencia (o que tal vez incluso creen de verdad que están haciendo ciencia) y que siguen un proceso totalmente desacertado— usan las anomalías de forma distinta. Suelen practicar la caza de supuestas anomalías, es decir, las buscan activamente. Sin embargo, no buscan pistas para alcanzar un nivel más profundo de conocimiento sobre la realidad. Salen de caza para alimentar el proceso pseudocientífico de alcanzar conclusiones científicas mediante la ingeniería inversa.

Su lógica funciona de la siguiente manera: «Si la teoría que defiendo es cierta, cuando observe los datos hallaré anomalías». La gran premisa  implícita de esta lógica es que si su teoría no fuera cierta, no hallarían ninguna anomalía, pero esta idea peca de ingenua, ya que las anomalías aparentes son casi omnipresentes.

Otro elemento de esta línea argumental es el carácter general de la definición de anomalía. ¿Qué se entiende por anomalía, exactamente? ¿Cualquier cosa que a uno personalmente le parezca extraño o solo aquellos fenómenos que no se pueden explicar ni siquiera tras una investigación rigurosa? Si se utiliza una definición amplia y se observan grandes conjuntos  de datos, se encontrarán supuestas anomalías casi con total seguridad. Pero  hallarlas no demuestra nada. Incluso en un mundo en el que el asesinato de JFK fuera perpetrado por un pistolero solitario que no formara parte de ninguna conspiración, alguien que estudie minuciosamente todos los detalles que rodearon al asesinato podría encontrar muchas cosas que parecerían extrañas o fuera de lugar.

Presuponer que las anomalías son significativas en lugar de fortuitas es un error de comprensión en la interpretación de las estadísticas, un tipo de analfabetismo numérico. También puede incorporar la falacia de la lotería, en la que se plantea la pregunta equivocada. El nombre falacia de la lotería procede de su ejemplo ilustrativo más común. Si a Juan Gómez le toca la lotería, tendemos a considerar las posibilidades que tenía de que Juan Gómez le tocara la lotería (que suele ser una entre cientos de millones). Sin embargo, si lo que te preocupa es saber si la lotería es verdaderamente aleatoria o si es necesario invocar a alguna fuerza sobrenatural para explicar los resultados, entonces la pregunta correcta sería: «¿Cuántas posibilidades hay de que le toque la lotería a cualquier persona?». En este caso, las posibilidades se acercarán al cien por cien (al menos durante varias semanas).

La falacia surge al confundir la probabilidad previa con la probabilidad posterior (una vez conoces el resultado, te planteas las probabilidades de ese resultado concreto). Quizá esto resulte más evidente cuando consideramos las probabilidades de que a alguien le toque la lotería dos veces. Es algo que ocurre habitualmente, y cuando pasa, la prensa suele afirmar que las probabilidades eran astronómicas. A menudo cometen el error de considerar las probabilidades de que a una persona en concreto le toque dos veces la lotería de forma consecutiva y calculan las probabilidades de que a Juan  Gómez le toque dos veces en lugar de calcular las probabilidades de que a cualquier persona en cualquier lugar le toque dos veces la lotería (en realidad, las probabilidades son bastante favorables y coinciden con la ratio mencionada).

He estado usando la expresión «anomalía aparente» o «supuesta» porque a veces algo nos puede parecer una anomalía pero, tras un estudio más detallado, desenterramos una explicación de lo más prosaica. En la ciencia auténtica, una anomalía solo se declara como tal tras el fracaso de exhaustivos esfuerzos por explicarla dentro de las teorías existentes.

En 2011, los físicos del experimento OPERA creyeron haber detectado neutrinos (partículas elementales que interactúan de manera muy débil con la materia) que viajaban a una velocidad superior a la de la luz. Esta sí habría sido una anomalía auténtica y profunda, puesto que las teorías de Einstein dicen claramente que nada es capaz de moverse con mayor rapidez que la luz y, hasta el momento, la teoría se sostiene. Sin embargo, los científicos no declararon la muerte de la relatividad. Buscaron con mucho ahínco cualquier cosa que pudiera explicar dicha anomalía sin invalidar la teoría de Einstein. Cuando fracasaron en su intento, apelaron a sus colegas de la comunidad científica en busca de ayuda. Otros científicos replicaron las condiciones del experimento con equipos distintos y descubrieron que los neutrinos no se mueven más rápido que la luz. Al final, los físicos del experimento OPERA encontraron un cable defectuoso en el mecanismo de cronometraje; la anomalía resultó ser un fallo técnico. Las teorías de Einstein vivieron para ver un nuevo día.

Lo que hacen los pseudocientíficos es buscar anomalías aparentes, es decir, cosas que no pueden explicar de forma inmediata o, todavía peor, que son meras coincidencias. No hay razón alguna que permita asumir que tu instinto es una buena brújula para saber cómo se desarrollará un acontecimiento de lo más inusual, como por ejemplo que un avión de pasajeros se estrelle contra una de las fachadas del Edificio España. A menudo, la conclusión de que algo es una anomalía surge de la falta de conocimiento o experiencia. Por ejemplo, puede que desconozcamos las condiciones en ambientes exóticos, y algo te puede parecer una anomalía simplemente porque careces del conocimiento especializado (científico, técnico, histórico) necesario para conocer la explicación real.

A menudo somos testigos de la falta de humildad en la forma en que los pseudocientíficos y los partidarios de las teorías de la conspiración declaran que un acontecimiento o rasgo complejo es una anomalía según su limitado conocimiento. A menudo también se centran en los márgenes de la detectabilidad, donde los datos se vuelven borrosos y es más fácil imaginar anomalías. Piensa en las borrosas fotografías del yeti o de los platillos volantes, en las que los creyentes se fijan en detalles menos definidos que la propia resolución de la imagen para declararlas auténticas. Esa mancha que no eres capaz de identificar no demuestra la existencia del yeti; quizá lo único que demuestra es que has tapado la lente con el dedo.

Tras hallar una anomalía (de definición amplia) aparente en los datos, el pseudocientífico tenderá a cometer un par de falacias lógicas. Para empezar, confunde lo inexplicado con lo inexplicable, lo que le conduce a declarar algo como una anomalía auténtica sin haber tratado de explicarla de forma exhaustiva mediante las vías convencionales. En segundo lugar, utiliza el argumento de la ignorancia para decir que, puesto que la anomalía en cuestión no se puede explicar, la teoría que él defiende debe ser cierta.

Muchas personas no son capaces de identificar Venus en el cielo nocturno y en ocasiones puede tener una apariencia inusual a causa de las condiciones atmosféricas. «No sé qué es ese objeto difuso que hay en el cielo —dice el creyente, con la vista puesta directamente en Venus—, así que debe de ser una nave extraterrestre.»

Como escéptico en las trincheras, por así decirlo, me he topado con muchos y a menudo divertidos ejemplos de cazas de anomalías. Puede que mi favorito sea el que me encontré en la conferencia de un «psíquico». La conversación derivó hacia las visitas de alienígenas, y una de las asistentes proclamó que los círculos en los cultivos son una prueba incontestable. «Algunos son círculos perfectos. ¿Cómo podría alguien hacer un círculo perfecto?» Para ella, se trataba de una anomalía que necesitaba de una explicación extraordinaria.

«Esto... ¿con un compás? —pregunté, con todo el tacto del que fui capaz —. ¿Te acuerdas de esas cosas que usábamos en primaria para trazar círculos perfectos?» Una técnica habitual utilizada por quienes crean estos círculos en los cultivos es colocar una estaca en el centro del círculo y atar una cuerda que a su vez está conectada a una tabla que utilizan para allanar el trigo o el cultivo que corresponda; es decir, un compás efímero.

Prácticamente la totalidad del campo de la caza de fantasmas —consistente en buscar evidencias de que los espíritus de los fallecidos y otros seres vaporosos vagan por la Tierra— se basa en un colosal ejercicio de la caza de anomalías. Incluso antes de la aparición de los programas de telerrealidad, los supuestos cazadores de fantasmas acudían a casas presuntamente encantadas y, básicamente, se dedicaban a busca anomalías, en ocasiones equipados con instrumental científico que no sabían utilizar. Si encontraban un punto frío en la casa, ignoraban todas las explicaciones sencillas que justificaran la bajada de temperatura y declaraban que el fenómeno era «frío fantasmal». Puede que entonces intentaran justificar de manera muy superficial otras explicaciones (no hay ninguna ventana abierta) para crear la ilusión de que estaban llevando a cabo una investigación seria.

 A  los cazadores de fantasmas también les gusta medir los campos electromagnéticos (CEM). ¿Qué frecuencia deberían tratar de detectar? Se contentarán con cualquier cosa que detecte su equipo. Se pasean por las casas con su «Detector de espectros» basado en los CEM y cualquier actividad que logren detectar será considerada anómala y, por lo tanto, una evidencia de la presencia de fantasmas. Parece que no les interesa el hecho de que los campos electromagnéticos estén por todas partes. Hemos electrificado el mundo entero, y la electricidad en movimiento crea campos electromagnéticos. Incluso un trozo de hierro es capaz de activar un detector de CEM. Lo difícil de verdad sería encontrar un lugar carente de campos electromagnéticos detectables.

Nunca he visto que un cazador de fantasmas explorara una casa que no se suponía que estaba habitada por fantasmas para recabar datos de control sobre puntos fríos, actividad CEM y documentación fotográfica como las «órbitas espectrales» (es decir, destellos en las lentes). Se centran específicamente en buscar anomalías con tal de confirmar su creencia preexistente en los fantasmas.

Hay quien dice que nunca se han enviado astronautas a la Luna, que todo aquello fue un elaborado fraude urdido por Estados Unidos con la intención de intimidar a los enemigos con nuestra pericia aeroespacial. Tal como es habitual en la mayoría de las teorías de la conspiración de gran alcance, no existe ninguna prueba auténtica que respalde dicha afirmación. Ninguna de las muchas personas que necesariamente tendrían que haber estado implicadas han dado un paso al frente para confesar su implicación. No ha salido a la luz ningún documento gubernamental ni tampoco se han descubierto estudios de grabación secretos. No existe ninguna secuencia en la que aparezca un equipo de escenario por accidente.

Lo único que tienen quienes teorizan sobre el fraude de la llegada a la Luna no es más que otro ejemplo de caza de anomalías. Apuntan a la ausencia de estrellas en el cielo lunar, a la visibilidad de los astronautas con el Sol tras ellos y a las sombras no paralelas de distintos objetos que están iluminados por la misma fuente. Todo ello surge de nuestra falta de familiaridad con la Luna como paisaje fotográfico, y todas estas anomalías aparentes tienen explicaciones sencillas. Las estrellas no aparecen simplemente porque la luz diurna las ha hecho desaparecer (el cielo es negro por la ausencia de atmosfera). El paisaje es irregular y de ahí que las sombras no sean paralelas. Y la superficie de la Luna es altamente reflectante, lo suficiente como para proporcionar la luz necesaria para que la parte frontal de los astronautas sea visible a pesar de tener al Sol detrás.

Algunos defensores de la existencia del fraude de la Luna dicen ver la bandera estadounidense ondeando en la brisa, a pesar de que en la Luna no hay atmósfera. Sin embargo, la falta de atmosfera permite que la bandera ondee durante mucho rato tras haber sido movida por un astronauta. Las oscilaciones continúan a falta de aire que las disminuya. Un argumento de naturaleza más técnica que suele utilizarse es que los astronautas habrían muerto a causa de la radiación de los cinturones de Van Allen y de los rayos cósmicos. Este argumento lo presentó por primera vez Bill Kaysing, uno de los primeros partidarios del fraude, en su libro "Nunca fuimos a la Luna: la estafa estadounidense de treinta mil millones de dólares". Pero este argumento es sencillamente falso. Los astronautas del Apolo XI recibieron un total de once milisieverts de radiación (la dosis letal se encuentra en aproximadamente ocho mil milisieverts, u ocho sieverts). El límite de exposición a la radiación marcado por la NASA para un astronauta en el curso íntegro de su vida es de un sievert, que es aproximadamente lo que recibirían en un viaje de ida a Marte.

Lo que salvó a los astronautas del Apolo fue el breve período total de exposición a la radiación. Las misiones más largas del Apolo duraron menos de trece días. Además de la falta de evidencias que demuestren una conspiración y de todas las anomalías no anómalas, la conspiración del engaño de la visita a la Luna presenta un enorme problema de plausibilidad. ¿Por qué ningún país, como Rusia, nunca ha sacado evidencias de que su seguimiento de la misión no se corresponde con la versión de la NASA? ¿Y de dónde salieron todas las rocas lunares? (No me digas que de meteoritos; haber atravesado la atmósfera les habría dado una apariencia distinta, y jamás habríamos encontrado tantos procedentes de la Luna).

Es muy poco probable que Estados Unidos hubiera podido sacar adelante el fraude. Algunos dicen que habría sido más fácil enviar a los astronautas a la Luna que ejecutar un engaño de tal calibre. También existen evidencias incontestables de la presencia de artefactos humanos en la Luna. Cualquiera que disponga del equipo y el conocimiento necesarios puede apuntar un láser a la Luna y hacer que el rayo rebote en el reflector de esquina que se dejó en la superficie lunar. Los teóricos de la conspiración llevan mucho tiempo preguntando por qué, si realmente fuimos a la Luna, no existen fotografías telescópicas de los lugares en los que se llevó a cabo el alunizaje. La respuesta está en que los telescopios no tienen esa capacidad, mientras que las sondas lunares, sí. La sonda espacial Lunar Reconnaissance Orbiter ha tomado fotografías de los lugares en los que aterrizó el Apolo, y en ellas se aprecia el equipo que se dejó allí y los rastros de los astronautas. Pero, naturalmente, rechazan estas fotografías sobre la base de que son falsas.

Las pruebas de que la NASA envió varias misiones a la Luna son abrumadoras e incontestables, puesto que dejaron huellas y equipo y trajeron consigo rocas e historia. Pero hay quienes las niegan y se sirven principalmente de la caza de anomalías para justificar sus extravagantes teorías de la conspiración.

¿Y qué decir de los terraplanistas? Uno de los fenómenos recientes más sorprendentes: en el siglo XXI, en regiones desarrolladas e instruidas, hay personas que creen con total seriedad que la Tierra es plana. Sí, lo creen de veras, no se están riendo de todos los demás. Las entrevistas llevadas a cabo sugieren que los terraplanistas modernos, al menos los que están lo suficientemente motivados como para ir a una conferencia sobre el tema, son, ante todo, defensores de las teorías de la conspiración. Y justifican su creencia mediante una retahíla infinita de anomalías aparentes.

Por poner un ejemplo, los terraplanistas creen que es posible avistar ciudades a decenas de miles de kilómetros a distancia con unos binóculos de calidad, a pesar de que la supuesta curvatura de la superficie terrestre haría que el horizonte estuviera mucho más cerca. Cuando estás en el suelo, con los ojos a la altura de 1,70 metros, el horizonte está a unos 4,7 kilómetros de distancia. Si te subes a una torre de unos 90 metros de altura, el horizonte se ampliará a unos 34 kilómetros, siempre que el terreno sea llano. La distancia que eres capaz de ver depende en gran medida de tu altura, y con tan solo subirte a una pequeña colina, tu campo de visión se expandirá significativamente.

Pero esto no basta para explicar todos los ejemplos. Otro fenómeno entra en juego: la refracción a través de la atmosfera. El aire tiende a curvar la luz como una lente, de forma que crea una curvatura parcial hacia abajo, en dirección a la superficie de la Tierra. Esto puede ampliar significativamente tu campo de visión; literalmente, tu visión atravesará el horizonte. Por supuesto, todo esto se estableció ya en el siglo XIX. Pero los terraplanistas no se han quedado más de dos siglos atrás en lo que respecta al conocimiento científico; se han quedado un par de milenios atrás. Ahí fue cuando una serie de observaciones básicas demostraron que los barcos no se hunden más allá del horizonte, que la sombra de la Tierra sobre la Luna siempre es curva y que las barras verticales proyectan sombras de longitudes distintas según el lugar donde se encuentren a causa de la curvatura de la Tierra. Pero supongo que todas estas antiguas observaciones son una conspiración de la NASA.

Lo que demuestra este puñado de ejemplos es que, sirviéndose de la caza de anomalías y de otros trucos mentales, los humanos tenemos una capacidad casi ilimitada de negar lo evidente y de autoconvencernos de casi cualquier afirmación, incluso de aquellas que se pueden desmentir con tan solo alzar la vista al cielo.

 

                                                                                                                                                               © 2020 Javier De Lucas