CHARLATANES CUANTICOS

 

La pseudociencia cuántica, la charlatanería cuántica o el misticismo cuántico consisten en la apropiación hostil del éxito y de la rareza de la teoría cuántica para respaldar creencias pseudocientíficas y la ciencia basura. A cambio de su belleza, franqueza y efectividad para la mejora de la condición humana, la ciencia exige un precio terrible: que aceptemos lo que los experimentos nos dicen sobre el Universo, nos guste o no. Requiere consenso y trabajo en equipo y discusiones críticas y respetuosas mediante el uso de las leyes naturales. Exige que pronunciemos a menudo esas detestables palabras: «Puede que me equivoque».

Los defensores de la ciencia patológica —de la acupuntura, de la homeopatía, del dualismo o de cualquier otro tipo— siempre anhelan tener un sello de aprobación por parte de la... «CIENCIA». Después de todo, es innegable que la ciencia proporciona la mercancía, y tener su huella otorga unos puntos extra de incalculable valor. Sin embargo, dado que carecen de cualquier apoyo científico real, se contentan con que sus sandeces parezcan científicas. Y es que incluso una fina capa de ciencia falsa aplicada sobre el aceite de serpiente suele bastar para convencer a muchos.

Una estrategia efectiva es alegar que tu pseudociencia funciona gracias al último descubrimiento científico que la mayoría de las personas no comprenden, pero que suena de lo más pionero y atractivo. Hace un par de siglos, el electromagnetismo era el concepto científico de moda y dio pie a una infinidad de fraudulentos dispositivos magnéticos y estafas sobre curación. El caso más famoso fue el del «magnetismo animal» promovido por Franz Anton Mesmer. El golpe de gracia que terminó derrotándolo fue propiciado por nada más y nada menos que Benjamin Franklin, pero su legado sigue vivo en el lenguaje. Para Mesmer, el magnetismo animal era una supuesta fuerza magnética generada por los seres vivos y que él era capaz de manipular para curar a sus ricos y preocupados clientes de cualquier afección. Hoy en día, su significado ha pasado a ser el de «atracción sexual». También decimos que las personas están «hipnotizadas» cuando algo las cautiva por completo.

Demos un salto de un siglo hacia el futuro, cuando la última maravilla científica era la radiación. Esta vez surgieron todo tipo de tónicos radiactivos y especulaciones sobre los poderes mágicos de los rayos X y de otras partículas invisibles que se extienden rápidamente por el cuerpo. Los creyentes elogiaban las virtudes de tomar tónicos de radio habitualmente mientras el envenenamiento por radiación los iba matando poco a poco. Los Laboratorios de Radio Baily en East Orange, Nueva Jersey, comercializaban un tónico radiactivo al que bautizaron con el nombre de Radithor. Garantizaban que contenía «al menos un microcurio de Ra-226 y de Ra-228». También garantizaban que su producto era totalmente seguro y de «radiactividad certificada». El mercado de este tipo de productos no desapareció hasta que las Administraciones de Alimentos y Medicamentos los prohibieron en la década de 1950.

Pero que nadie se alarme, porque nunca faltan ideas científicas nuevas que llenen el vacío que dejan las anteriores, las que ya son demasiado conocidas como para dar brillo a la pseudociencia (aunque el magnetismo sigue siendo un recurso popular para tal fin). Hoy en día, una de las ideas científicas legítimas que más se usa para justificar boberías es la mecánica cuántica. La teoría cuántica goza de un lugar privilegiado en la cima del montón de ramas científicas de las que cabría esperar, dentro de lo que cabe, que respaldaran teorías paranormales extravagantes de forma convincente. Una de las causas de ello es su éxito absoluto. Ha cosechado tal éxito y ha tenido un impacto tan significativo que se considera que la teoría cuántica y la de la relatividad son las teorías más importantes de todo el siglo XX. Pero esta teoría no se basa en una serie de observaciones oscuras o de curiosidades de laboratorio. Gran parte del producto interior bruto del mundo entero se basa totalmente en la mecánica cuántica. Los transistores, los ordenadores, los láseres e incluso internet no existirían de no ser por la mecánica cuántica.

Estás inmerso en su influencia desde que te levantas por la mañana y hasta el momento en que te vas a dormir. Más importante todavía es que, en su estudio de las fuerzas y de las partículas y de los comportamientos del mundo atómico, la teoría cuántica ha puesto de manifiesto una realidad que es tan profundamente extraña y contraria a la lógica como beneficiosa e innovadora. Las tres manifestaciones de su extravagancia que más me fascinan son la superposición, el entrelazamiento y el efecto túnel.

La superposición es el principio fundamental de la teoría cuántica que más atractivo resulta. Imagina todos los atributos distintivos que pueden tener las partículas, como el espín, la masa y la velocidad. Algunos de estos atributos pueden ser polos opuestos, como «espín hacia arriba» y «espín hacia abajo», pero las partículas en ocasiones existen en un peculiar estado llamado superposición, en el cual pueden tener el «espín hacia arriba» y el «espín hacia abajo» a la vez. Sin embargo, este estado es frágil; solo se mantiene hasta que la partícula interactúa con el entorno y se establece en una orientación de espín concreta, un proceso llamado decoherencia o colapso de la función de onda.

El concepto de entrelazamiento toma la superposición y la llena de anabolizantes. Imagina un sistema cuántico que carece de espín inherente. Si dos partículas emergen de dicho sistema, tendrán espines opuestos (por ejemplo, hacia arriba y hacia abajo). Dado que en el sistema original que engendró a estas partículas no había espín inherente, no pueden estar hacia arriba y hacia abajo a la vez (a causa de las leyes de conservación). Pueden estar en una superposición hacia arriba y hacia abajo, y también tienen el potencial de viajar millones de años luz a través del vacío relativo del espacio en este estado. Si una de estas partículas choca contra otro átomo o es medida por un científico alienígena, provocará una decoherencia de forma que el espín quede hacia arriba o hacia abajo. Sin embargo, cuando esto ocurre, la otra partícula, a trillones de kilómetros de distancia, tendrá que cambiar necesariamente para adoptar el espín opuesto. ¿Cómo puede saber, instantáneamente y tal vez desde el otro lado del universo conocido, qué espín ha «escogido» su compañera? Se desconoce. Pero la cuestión es que parece haber una cierta conexión superlumínica entre estas partículas.

Si este comportamiento atómico no resulta ya lo suficientemente extraño, fijémonos en el tunelamiento cuántico. Se trata del fenómeno en el que una partícula se mueve a través de una barrera que la física clásica nos dice que no debería poder cruzar. Una forma de describir este comportamiento es que se debe a la dualidad ondacorpúsculo (u ondapartícula) de la teoría cuántica. Esto significa que las partículas que solemos imaginar con forma de punto también se pueden describir como entidades ondulatorias extendidas. Por lo tanto, las partículas suelen encontrarse en una superposición tanto de onda como de partícula a la vez hasta que interactúan con el entorno. Así, puede que una parte diminuta del extremo ondulatorio de la onda de un electrón se extienda a través de una barrera. Y, entonces, un pequeño porcentaje de las partículas provocarán una decoherencia en el otro lado de la barrera.

Si tanto científicos como profanos pueden aceptar una realidad tan elementalmente extraña, ¿es demasiado pedir que esta extravagante teoría también respalde la telepatía, la interconexión fundamental de todos los seres vivos o cualquiera de las ideas paranormales que se atribuyen a la mecánica cuántica? En una palabra, sí.

Si la teoría cuántica resulta tan fascinante para los místicos es porque es totalmente contraria a la lógica. Pero solo lo es a nuestros ojos, porque hemos evolucionado en un mundo macroscópico en el que los efectos cuánticos y relativistas no son evidentes. De hecho, la mecánica cuántica desafía tanto a la lógica que incluso a Albert Einstein le costó aceptarla. Construyó su carrera, entre otras cosas, gracias a que tenía la visión necesaria para darse cuenta de que la teoría de la relatividad no era un mero truco matemático, sino que de verdad reflejaba cómo funciona el mundo. Cuando te aproximas a la velocidad de la luz, el tiempo y la distancia cambian de verdad. El espacio y el tiempo son variables, mientras que la constante es la velocidad relativa. Para alguien que evolucionó en un entorno en el que nada se mueve tan rápido, esto resulta de lo más extraño, pero Einstein se dio cuenta de que se trataba de un aspecto fundamental del funcionamiento de la naturaleza.

Entonces, hacia el final de su carrera, mientras otros físicos decían básicamente las mismas cosas sobre la teoría cuántica —que la superposición y el entrelazamiento verdaderamente reflejaban cómo funciona el mundo a esa escala (en este caso muy pequeña en lugar de muy rápida)—, Einstein dio un paso atrás. Se figuró que en realidad no entendíamos lo que estaba pasando de verdad. Así que creo que podemos perdonar a los no genios de hoy a quienes les cuesta entender la relatividad y la teoría cuántica. Pero esto conduce a que los pseudocientíficos en potencia digan «Sí, sé que mis afirmaciones son extrañas y fantasiosas, pero la teoría cuántica también lo es, lo que significa que no debo ir tan desencaminado». Y aquí es donde las ideas equivocadas sobre la teoría cuántica pueden cruzar la línea y convertirse en charlatanería cuántica.

Puede que el autor y gurú de la medicina alternativa Deepak Chopra sea el defensor más conocido de las charlatanerías cuánticas. En sus libros y frecuentes conferencias suele hacer uso de la palabra cuántico para explicar toda una serie de creencias de la Nueva Era. El rol de la conciencia en el Universo parece despertar un interés especial en Chopra, que ha dicho lo siguiente:

"Los científicos no empezaron a plantearse de nuevo la vieja pregunta de la posibilidad de comprender el mundo como una forma mental hasta el advenimiento de la física cuántica [...] Ciertamente, la teoría cuántica implica que la conciencia debe existir, y que el contenido de la mente es la realidad definitiva. Si no la miramos, la Luna desaparece. En este mundo, solo el acto de la observación puede dar forma a la realidad."

Esta concepción, sumamente frecuente, surge de la idea de que es necesaria una medida consciente o una observación inteligente para provocar el colapso de una superposición (una función de onda) y obligar a la realidad a elegir su... realidad. Esta idea es errónea en muchos sentidos fundamentales. Como he explicado antes, no es específicamente el acto de observar lo que elimina la superposición, sino la interacción con el entorno, una decoherencia rutinaria. Un átomo que choca fortuitamente con otro tendrá el mismo efecto que la mente más consciente experimentando en el plano atómico.

El comentario de Chopra sobre la Luna ejemplifica un tema recurrente en la charlatanería cuántica: que los extraños fenómenos del plano cuántico traspasan fácilmente al plano macroscópico de nuestra vida cotidiana. Cosa que es meramente falsa. La decoherencia es tan universal que, en cuanto empiezas a prestar atención a algo mucho más grande que un átomo, las rarezas empiezan a desaparecer. Por eso es tan complicado sacar adelante la computación cuántica y otros experimentos similares. El elevado grado de aislamiento o de frío extremo necesarios para demostrar el comportamiento cuántico son cada vez más difíciles de mantener. Para cuando se empieza a trabajar con los objetos de la macroescala con millones y hasta trillones de átomos, todos interactuando de la misma forma, ya hace tiempo que cualquier comportamiento ha desaparecido y ha sido sustituido por las más clásicas mecánicas newtonianas. Esencialmente, los objetos de la vida cotidiana son máquinas de decoherencia.

Esto es lo que nos dice la mecánica cuántica moderna. Que Chopra piense que la Luna está en una superposición que requiere la atención de una mente consciente para que se materialice del todo demuestra que ha dejado atrás la teoría cuántica moderna y se ha ido a vivir al País de la Charlatanería Cuántica. (De hecho, creo que es el rey del País de la Charlatanería Cuántica. Que alguien le dé una corona.)

En resumidas cuentas, la teoría cuántica no demuestra que la conciencia sea fundamental para el universo, ni que el propio universo sea consciente, ni que controlemos la realidad con nuestras mentes. Y el entrelazamiento cuántico no significa que todas las cosas estén interconectadas de una forma que explique la telepatía o los efectos lejanos de los planetas y de las estrellas que exige la astrología. No cabe duda de que el entrelazamiento cuántico es algo muy extraño y que todavía no lo entendemos del todo, pero es un estado frágil que solo se da en unas circunstancias especiales. Nuestros cerebros, en su calidad de objetos macroscópicos, no están entrelazados unos con otros.

Puede que a estas alturas ya se advierta que la charlatanería cuántica se suele usar como un gigantesco argumento de la ignorancia. El argumento es que puesto que no lo entendemos del todo, mi magia es real. Y lo que yo digo es que si no entiendes los mecanismos cuánticos, no apeles a ellos como explicación. Puede que quedes en ridículo ante las aproximadamente doce personas del mundo que sí los entienden.

Teóricamente, incluso los objetos grandes no han perdido el cien por cien de su rareza cuántica. La dualidad onda-corpúsculo concierne a objetos como la Luna e incluso las personas. Los objetos tienen longitud de onda cuántica, llamada longitud de onda Broglie, que se puede considerar una medida de sus efectos cuánticos. No obstante, la longitud de onda que te corresponde a ti sería más pequeña que un átomo en varios órdenes de magnitud, lo que significa que, a todos los efectos, tu longitud de onda es cero y se puede ignorar totalmente y sin reparos. En otras palabras: no hay rarezas cuánticas en el plano macroscópico.

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