CALENTAMIENTO GLOBAL

 

Una de las mejores analogías para explicar la situación actual de la climatología, es la siguiente: imagina que los astrónomos detectan un asteroide de grandes dimensiones que es probable que colisione con la Tierra dentro de cincuenta años por hallarse esta en la trayectoria de su órbita. La envergadura del asteroide es lo suficientemente grande como para provocar un episodio destructivo de magnitudes enormes. En función del punto exacto en el que colisione, podría dar pie a perturbaciones generalizadas para la civilización, acabar con la vida de millones de personas y convertir a muchas más en refugiadas, todo ello con un coste total estimado en decenas de billones de euros.

Al principio, los astrónomos dicen que tienen un grado de certeza del 40% de que el asteroide alcanzará la Tierra durante su próxima órbita, pero advierten de que, si no ocurre entonces, probablemente sucederá más adelante. ¿Qué deberíamos hacer? Cuanto antes actuemos, más fácil será desviar el asteroide. Sin embargo, algunos astrónomos discrepan y creen que el riesgo de impacto es mucho menor. Así que esperamos. Pasan veinte años. Los astrónomos han tenido tiempo de calcular la órbita con más precisión. Ahora están seguros al 90% de que el asteroide nos alcanzará, y ya solo quedan treinta años hasta el momento del impacto. Tan solo un puñado de astrónomos discrepa de estos cálculos.

Todavía existen diferencias de opinión entre los astrónomos sobre los efectos reales del impacto con el asteroide; algunos advierten de que desencadenará una especie de «invierno nuclear» que probablemente provocará una extinción, mientras que otros consideran que esta estimación es excesivamente alarmista. Los políticos están atascados discutiendo sobre cuál será la gravedad exacta del impacto, y siguen sin hacer nada al respecto.

Transcurre otra década, y ahora los astrónomos ya están seguros al 95% de la posibilidad del impacto, y el consenso sobre sus nefastas consecuencias está creciendo. Pero ahora ya solo quedan veinte años para el impacto y no está claro que podamos desviar el asteroide con la rapidez necesaria. Algunos nos instan a que nos preparemos para el impacto en lugar de tratar de evitarlo.

Al tiempo que crece el consenso científico, la parálisis política parece empeorar. La pregunta es: ¿qué grado de certeza y de consenso científico necesitamos antes de actuar para evitar una posible catástrofe? Si queremos que todos los científicos del mundo estén cien por cien seguros, tendremos que esperar toda una eternidad, porque eso raramente ocurre. Siempre hay quienes se resisten, quienes se muestran equidistantes. Pero, incluso si ignoramos el factor de la equidistancia, en situaciones como esta a menudo es necesario actuar antes de estar completamente seguros, porque cada minuto cuenta.

Los médicos, por ejemplo, se enfrentan a esta situación día sí y día también. Si un médico sospecha que su paciente ha estado expuesto a la bacteria de la enfermedad de Lyme, no puede esperar a estar absolutamente seguro antes de actuar porque, para entonces, podría ser demasiado tarde. El análisis del beneficio y del riesgo te obliga a hacer algo rápidamente, como recetar un antibiótico, incluso si ello significa que en un pequeño porcentaje de veces habrás dado pasos que, más adelante, el tiempo demostrará innecesarios.

Esta es la situación a la que nos enfrentamos en la actualidad con el cambio climático. Ya existe un consenso del 97% entre científicos de campos relevantes sobre el hecho de que la Tierra se está calentando y que la actividad humana es la principal responsable. El grado de certeza que respalda esta conclusión es del 95%. También sabemos que lo que hagamos ahora tendrá repercusiones durante décadas, de forma que debemos tomar decisiones apoyándonos en las mejores predicciones de las que dispongamos, incluso si no estamos seguros del todo. No hacer nada también es una decisión y, como tal, tiene sus propios riesgos y beneficios, igual que ocurriría si no se hiciera nada ante la sospecha de un caso de enfermedad de Lyme. El verdadero problema al que nos enfrentamos es político, no científico.

El rechazo del consenso científico por razones en gran medida políticas o ideológicas está provocando una falta de acción. Y, mientras tanto, el asteroide se acerca lentamente. O, si se prefiere, las complicaciones de la enfermedad empeoran lentamente. Existe una sólida campaña que promueve la negación del consenso científico y que presenta muchos de los rasgos de la pseudociencia y del negacionismo que hemos visto en artículos anteriores.

Antes de nada, repasemos rápidamente qué dice la climatología. El científico sueco Svante Arrhenius (1859-1927) fue el primero en plantear que el dióxido de carbono, o CO2, es un gas de efecto invernadero. De hecho, la Tierra sería unos 15 ºC más fría de media si en la atmósfera no hubiera CO2. Arrhenius también argumentó en 1896 que la emisión industrial de CO2 podría calentar el planeta todavía más. El CO2 actúa como una manta que calienta la Tierra. Cuando los rayos del Sol alcanzan la Tierra, calientan la superficie, la cual a su vez libera parte de ese calor en forma de una radiación infrarroja que devuelve al espacio. Parte de esta radiación infrarroja es absorbida por el CO2 que se encuentra en la atmósfera y esta entonces se calienta e irradia más calor todavía. Esto ocurre una y otra vez hasta que ese calor es irradiado hacia el espacio.

En algún momento, este efecto de calentamiento alcanza el equilibrio, un punto en el que la cantidad de calor que procede del Sol equivale a la cantidad de calor que se irradia de vuelta al espacio. El quid de la cuestión es que cuanto más CO2 haya en la atmósfera, más elevada será la temperatura del mencionado punto de equilibrio. Cuando se añade más CO2 el punto de equilibrio aumenta y la Tierra se calienta. Este modelo no genera controversias; ya se considera un hecho científico sólido.

En la época preindustrial, los niveles de CO2 fluctuaban entre las 200 y las 280 ppm (partes por millón). En 2019, los niveles de CO2 más elevados jamás registrados se situaron en 414,7 ppm. Este CO2 adicional procede principalmente del uso de combustibles fósiles, que representan un carbono que se ha ido secuestrando a lo largo de millones de años.

Por supuesto, este modelo climático es enormemente simplista. En realidad, hay muchos más factores que afectan al clima, incluidos otros gases de efecto invernadero, como el vapor de agua y el metano. La Tierra y la biosfera también reaccionan al aumento de CO2 absorbiendo más gas en los océanos, por ejemplo. También hay otras fuentes que fuerzan las temperaturas medias, como los cambios en la intensidad del Sol. A medida que cambia la temperatura, surgen cambios en las nubosidades y en los mantos de hielo, así como en las corrientes oceánicas, lo que a su vez también provoca cambios en el clima. Modelizar la compleja interacción de todos estos factores es una labor extremadamente intrincada, lo que da pie a que exista un gran abanico de consecuencias posibles.

Para resumir todos estos efectos se utiliza un número que representa la sensibilidad climática, la cual denota el aumento medio de las temperaturas globales provocado por la presencia de una cantidad doble de CO2 en comparación con los niveles preindustriales. Las estimaciones actuales señalan que la sensibilidad climática se encuentra entre 1,5 y 4,5 ºC y es probable que, en realidad, se encuentre en un punto central de este rango, aproximadamente en los 3 ºC.

Todo esto junto constituye una versión rápida del consenso de la opinión científica. Ahora bien, ¿qué dicen quienes rechazan este consenso y cómo justifican su posición? Pues dicen muchas cosas, pero ninguna convincente. Acostumbran a utilizar una estrategia denominada "falacia de mota castral". El nombre de esta falacia procede de un diseño de fortaleza medieval que incluía un torreón de madera o piedra en el medio (en la mota) rodeado de un patio amurallado. La guarnición podía defender el patio, pero si se veía sobrepasada, se podía retirar a la mota, más fortificada, a esperar un momento más favorable para atacar el patio.

En esta línea, los negacionistas climáticos rechazan todos y cada uno de los aspectos del argumento científico que plantea que el cambio climático es antrópico (provocado por los humanos), pero en cuanto se encuentran con un rebatimiento potente o se les presentan evidencias que les resulta difícil negar, se retiran a posiciones relativamente más seguras para luego volver a negar los aspectos más sólidos de la Ciencia.

Para entender esta estrategia con mayor claridad, debemos tener en cuenta los diversos elementos de los que consta la posición científica sobre el cambio climático. Primero están los datos científicos básicos sobre los efectos del CO2 como gas invernadero, que a su vez están relacionados con la cuestión de cuál es la sensibilidad climática exacta (es decir, cuánto calentamiento provocará más cantidad de CO2). Luego está la cuestión de cuánto se ha calentado ya la Tierra en las últimas décadas. ¿Demuestran las evidencias sobre las temperaturas que es cierto que el planeta se está calentando? Si resulta que aceptamos que el calentamiento global es un hecho, entonces podemos preguntarnos qué es lo que está causando dicho calentamiento. ¿Estamos completamente seguros de que es una consecuencia de la actividad humana? Y todavía más, ¿cuáles serán los efectos reales provocados por varios grados de calentamiento? E incluso si es cierto que el CO2 provoca calentamiento, que los humanos tienen la culpa de que la Tierra se esté calentando y que las consecuencias serán nefastas, ¿acaso hay algo que podamos hacer al respecto? Tal vez deberíamos dedicar nuestros esfuerzos a lidiar con las consecuencias en lugar de tratar de evitarlas.

Los negacionistas saltan de una posición a otra según les conviene, igual que los guardianes medievales que atacaban el patio amurallado y luego se retiraban a la mota. Cuando se les planta cara con evidencias nuevas que demuestran que la Tierra se está calentando, acusan a los demás de estar convirtiendo su posición en un dogma. Reconocen que la Tierra se está calentando, dicen, solo están cuestionando la causa, o tal vez reconocen la causa pero niegan un efecto negativo. Pero entonces, en cuanto surge la oportunidad, vuelven a negar que el calentamiento esté ocurriendo en realidad.

Las encuestas arrojan luz sobre este comportamiento. Como ya he comentado en el artículo sobre el negacionismo, existe un fenómeno psicológico conocido como «aversión por las soluciones». Algunas personas niegan la Ciencia no por lo que dice la propia Ciencia, sino por cómo perciben la solución que esta propone. La primera vez que se planteó este comportamiento para explicar el negacionismo climático fue en una serie de estudios de Campbell y Kay publicados en 2014. Sin embargo, descubrieron que este comportamiento se observa tanto entre liberales como conservadores, de forma que no parece ser específico de la cuestión del calentamiento global.

Lo que esto significa es que lo que más preocupa a quienes niegan el calentamiento global es la respuesta planteada por el «otro» bando. En cualquier momento dado e independientemente de cuáles sean los detalles de su postura, el resultado es el mismo: no hacer nada. Temen que, de lo contrario, el resultado sea una serie de cambios económicos perjudiciales y de gran envergadura, y puede que incluso también cambios políticos que beneficien a sus adversarios ideológicos.

Hace ya mucho tiempo que el calentamiento global es una de las cuestiones científicas que presentan una de las divisiones más acusadas y constantes entre los partidos políticos. Para elaborar un análisis exhaustivo de todos los aspectos relativos al cambio climático haría falta un libro entero, pero he aquí algunas de las afirmaciones más frecuentes entre los negacionistas climáticos y por qué carecen de solidez lógica y de coherencia con las evidencias disponibles.

Lo primero que encontramos es la negación del propio consenso, o incluso del propio concepto del consenso científico. Los negacionistas afirman que este argumento constituye una falacia lógica de apelación a la autoridad, que la Ciencia no se hace mediante consensos, que nunca queda «establecida» y que todo esto no es más que un intento de acallar el debate científico legítimo. Ninguna de estas afirmaciones es cierta, o, como poco, son distracciones que inducen al error.

Naturalmente, las conclusiones científicas se basan en la lógica y en la evidencia, pero la evidencia científica no «habla por sí sola» como suele decirse. Por el contrario, la evidencia debe ser interpretada, evaluada y enmarcada en el contexto científico correspondiente. Los expertos son los únicos que son capaces de hacer todo lo anterior con cualquier cuestión científica compleja de forma precisa. Pero este proceso puede ser complicado y los científicos pueden discrepar. Entonces, ¿cómo podemos saber qué dice la evidencia científica sobre cualquier cuestión?

Un buen primer paso es ver si existe alguna opinión científica consensuada, y qué grado de solidez y seguridad presenta. Esto es perfectamente legítimo y, a menos que seas un experto, es una buena forma de hacerte con una especie de sumario ejecutivo sobre qué dice la evidencia. Es evidente que existe un consenso científico en la materia y las cifras encajan con la metáfora del meteorito. En 2016 se llevó a cabo una revisión de seis estudios independientes que observó que el rango de estimaciones del consenso oscilaba entre el 90 y el 100%, y que la mayoría se concentraba alrededor de un consenso del 97%. La inmensa mayoría de los científicos coinciden en que la Tierra se está calentando y en que la actividad humana es la principal responsable.

También podemos fijarnos en las organizaciones científicas que reúnen a grupos de expertos para revisar las evidencias publicadas, debatirlas, y alcanzar una declaración consensuada sobre lo que muestran las evidencias. En su página sobre el calentamiento global, la NASA cita a dieciocho organizaciones de este tipo que han avalado explícitamente el consenso sobre el calentamiento global antrópico. Entre ellas, la más notable es el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). Está compuesto por «noventa y un autores principales y ciento treinta y tres autores colaboradores de cuarenta países que han evaluado treinta mil artículos científicos y efectuado cuarenta y dos mil observaciones durante el proceso de revisión».

Los negacionistas emplean dos estrategias principales para negar este consenso, cuando no se limitan a decir que no existe sin apoyarse en datos o argumentos. Una de estas estrategias es fingir que el consenso del 97% concierne únicamente a un artículo (algo que, como veremos, no es cierto) publicado por Cook en 2013. En su estudio, Cook analizó artículos publicados sobre el cambio climático y calculó el porcentaje de todos los artículos que expresaban una opinión que respaldaba el consenso sobre el calentamiento global. Sin entrar en demasiados detalles, los métodos de Cook muestran un grado de complejidad tan elevado que los hacen susceptibles a la desacreditación, y los negacionistas se aprovechan de ello para afirmar que el consenso es falso. Se trata de una táctica habitual: finges que el otro bando ha puesto todas las cartas sobre la mesa y atacas la mesa. Pero el estudio de Cook ni siquiera trataba sobre el consenso entre los científicos, sino sobre el consenso de los artículos publicados.

En cualquier caso, existen otros estudios y encuestas independientes, además de las opiniones de un gran número de organizaciones, en los que podemos apoyarnos para concluir que existe un consenso sólido (del 97%) sobre que el calentamiento global es real.

La otra estrategia es negar las implicaciones del contexto, cosa que nos lleva de vuelta a la falacia de la mota castral. Los negacionistas podrían decir que el consenso solo afirma que el calentamiento global está ocurriendo, y tal vez podrán admitir que la actividad humana está «implicada». Pero entonces se niegan a aceptar que la actividad humana sea la causante, así como la gravedad de la situación y lo que debería hacerse al respecto, en el caso de que hubiese que hacer algo.

Es un buen momento para señalar que aquí hay una semilla de verdad. El consenso de que la Tierra se está calentando es bastante unánime en la actualidad. Que la actividad humana está provocando dicho calentamiento también es unánime (de aproximadamente el 95%). Pero cuando entramos en detalles, es cierto que el grado de certeza disminuye. ¿Cuánto calentamiento se alcanzará y durante cuánto tiempo? Existe un amplio abanico de posibilidades y se tiene una certeza del 95% de que, si se duplica el volumen de CO2, el aumento de la temperatura oscilará entre 1,5 y 4,5 ºC. ¿Cuánto tardarán en derretirse los glaciares? ¿Cuánto subirá el nivel del mar y a qué velocidad? ¿Llegaremos a un punto de inflexión en el que el cambio climático se acelerará? ¿Qué métodos serán los más efectivos para ralentizar y revertir el cambio climático?

Todo lo anterior es como preguntar: ¿en qué lugar exactamente nos alcanzará el asteroide? ¿Cuánto daño provocará? ¿Es lo bastante grande como para abrir la corteza terrestre y provocar actividad volcánica? ¿Qué método sería el más efectivo para desviar el asteroide? El hecho de que todavía se estén discutiendo los aspectos más concretos no pone en duda la conclusión más fundamental de que el calentamiento global antrópico es real y significativo. También ayudaría que todas las partes admitieran las cuestiones que no levantan polémica y que luego se enzarzaran en un debate intelectual honesto sobre los detalles. Lo que deberíamos estar discutiendo es qué tenemos que hacer para mitigar el calentamiento global, en lugar de debatir hasta la saciedad si es o no real.

Otro argumento habitual es una versión u otra de esta afirmación: «Vale, sí, el clima está cambiando, pero cambia constantemente. Es parte del ciclo natural». Esta estrategia se basa en admitir el incremento reciente en las temperaturas al tiempo que se niega la importancia de la actividad humana. A menudo suele ofrecerse otra fuente de calentamiento, como por ejemplo el Sol (el forzamiento radiativo). En ocasiones, para respaldar la idea de que el Sol está provocando el calentamiento de la Tierra, se cita el argumento de que Marte siempre está atravesando un calentamiento global (no es cierto). En Marte no hay todoterrenos, así que tiene que ser el Sol. Pero esta historia no es más que un mito. En realidad, los climatólogos llevan un siglo buscando cualquier otra explicación alternativa para los incrementos en las temperaturas medias globales y básicamente han descartado todo lo que no sea las cantidades adicionales de CO2 que estamos desechando en la atmósfera.

La realidad es que no cabe duda de que la actividad humana es la única forma viable de explicar los datos disponibles. Somos nosotros quienes estamos calentando la Tierra. «Bueno, ¿y qué?», podría decir un negacionista. La Tierra ya ha experimentado temperaturas mucho más elevadas en el pasado. La Tierra no entiende de temperaturas perfectas; el clima no es estático, cambia constantemente. Por supuesto, eso es verdad, y precisamente por eso se trata de una distracción efectiva. El problema del calentamiento global no es que exista una temperatura terrestre perfecta; en realidad, el problema es doble.

En primer lugar, está el problema de que nosotros hemos construido nuestra civilización teniendo en cuenta el clima actual, lo que significa que hemos levantado muchas ciudades a lo largo de las costas. Puede que a la propia Tierra le dé igual estar un poco más caliente, pero a nosotros no. Habrá millones de personas que deberán desplazarse a medida que los niveles de los océanos aumenten. Las mareas también aumentarán y las inundaciones de las costas a consecuencia de las tormentas serán cada vez más frecuentes. Además, la zona óptima para cultivar nuestros alimentos se está moviendo hacia el norte. Prácticamente estamos usando toda la tierra cultivable para disponer de alimentos para más de siete mil millones depersonas. No deberíamos desestabilizar esta estructura a la ligera. Sin embargo, algunos señalarán que, en realidad, los niveles más elevados de CO2 son beneficiosos para las plantas. El CO2 es su alimento y hay cierto incremento de resultados como consecuencia. Esta afirmación es cierta, pero a medida que las temperaturas sigan aumentando, el efecto neto sobre la agricultura será negativo. Cualquier ganancia atribuida al aumento de CO2 quedará más que contrarrestada por unas sequías y olas de calor cada vez más habituales.

El segundo problema que conlleva el aumento de la temperatura es la velocidad a la que está ocurriendo. El clima no se había calentado a esta velocidad en ningún momento de los últimos dos millones de años. Esto significa que los ecosistemas no tienen demasiado tiempo para adaptarse, lo que da como resultado un índice más elevado de extinción. Por eso, la idea de que no nos tenemos que preocupar por el calentamiento global porque el clima cambia constantemente es falsa. Los negacionistas climáticos podrían decir que, aunque el calentamiento global antrópico esté ocurriendo y que vaya a provocar consecuencias negativas, tal vez sería más fácil y sencillo limitarnos a adaptarnos a los cambios del clima. En cualquier caso, es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Recuerda: lo único que tienen en común todas las versiones de su postura es que no es necesario hacer nada para evitar el cambio climático.

Al menos ahora estamos debatiendo las posibles soluciones. En este punto, podemos recurrir a los expertos en economía. El informe publicado por la Agencia de Protección Ambiental en 2019, Impactos del Cambio Climático y Análisis de Riesgos, afirma que, para el año 2090, el calentamiento global puede llegar a costarle a las economías occidentales hasta miles de millones de euros/dólares al año. Incluso sin tener en cuenta el calentamiento global, las investigaciones publicadas revelan que los costes en sanidad directos derivados de la contaminación, tan solo en Estados Unidos, son de unos 40.000 millones de dólares anuales, con un coste social total de 175.000 millones de dólares. Y eso es solo el precio monetario. También está el coste en vidas perdidas: un estudio lo sitúa en unas 40.000 al año tan solo en Reino Unido.

Si sumamos todo esto a los riesgos adicionales del calentamiento global, el coste y el número de muertos aumentan. Y luego está el coste de todos los refugiados climáticos que con toda probabilidad surgirán de ciudades inundadas y de las partes del mundo en las que, literalmente, está empezando a hacer demasiado calor como para poder vivir en ellas. Todo esto nos dice que mitigar el cambio climático probablemente resulte rentable, tal como suele ocurrir con las medidas preventivas.

Hablemos por fin del aspecto en el que debería centrarse el debate: qué estrategias de mitigación son las más apropiadas. Tan solo con fijarnos en sus principios a grandes rasgos, es evidente que no tienen que asustar, salir caras o exigir unos sacrificios significativos. Esto debería hacer que la posición final defensiva de los negacionistas —que lo que se persigue en última instancia con el calentamiento global es implementar cambios radicales en la economía— terminara cayéndose a pedazos. Y es aquí donde, en mi opinión, todas las partes del debate político se dejan llevar por un cierto grado de pseudociencia o falta de lógica motivadas por la ideología. Es cierto que hay quienes recomiendan que implementemos una serie de cambios draconianos en la economía para resolver la emergencia climática. Y, en efecto, algo de razón tienen. El tiempo no da tregua, las consecuencias probablemente serán funestas, y las acciones drásticas están justificadas.

Pero lo que ocurre es que ambas partes centran su atención en los miembros más extremos del otro bando. Tiran por la borda el principio de la caridad y de la imparcialidad, junto a las soluciones moderadas que se plantean en el punto medio. Lo moderado no tiene por qué ser débil o poco efectivo.

Tiene sentido pensar que lo primero que debemos tener en cuenta son los cambios que podamos implementar que hagan que todos ganemos y que reduzcamos nuestra huella ecológica. Es frustrante que incluso estas soluciones estén siendo ignoradas mientras los extremos se culpan unos a otros. Por ejemplo, actualmente disponemos de la tecnología necesaria para descarbonizar nuestras infraestructuras energéticas. No existe ninguna razón por la que debamos construir más centrales eléctricas alimentadas por carbón.

Podemos debatir cuál es la proporción óptima en la combinación de fuentes de energía, pero tenemos muchas opciones entre las que elegir. Hoy en día, los precios de las energías eólica y solar ya pueden competir con otras formas de energía. En muchos lugares, aprovechar estas energías es la forma más barata de incrementar la capacidad de la red eléctrica. Si la energía es más barata, las facturas de electricidad también lo serán, y si hay menos contaminación, todos disfrutaremos de mejor salud y de un ambiente más limpio, lo que conllevará un mayor ahorro de costes. ¿Qué puede haber de malo en ello?

Las cosas empiezan a complicarse un poco más cuando los recursos  renovables intermitentes alcanzan una penetración profunda. Nuestra red eléctrica no puede gestionar un abastecimiento de energía exclusivamente renovable, y cuanto mayor sea el porcentaje de las fuentes intermitentes, más sobrecapacidad necesitaremos para hacer que todo funcione. Eso significa que cada panel solar o turbina eólica se vuelve menos rentable a medida que se empieza a superar el 40% de penetración.

En la actualidad disponemos de varias opciones para resolver esta complicación. Podemos construir más plantas nucleares mediante el empleo de tecnología de IV Generación, o incluso tecnología anterior, de III Generación, para satisfacer la demanda, alejándonos así de las plantas de carbón e incluso de gas natural. También podemos maximizar otras formas de energía, como la geotérmica y la hidroeléctrica. Por último, está el almacenamiento energético en red. Con el suficiente almacenamiento en red, podremos funcionar con una infraestructura totalmente intermitente. Pero la tecnología necesaria para ello todavía no está del todo lista.

Naturalmente, en cualquier cambio económico hay perdedores. Invertir en formar y apoyar a los mineros de carbón desplazados es una solución mucho mejor que proteger sus anticuados empleos. En general, nos irá mejor si nos adentramos en el futuro tecnológico que si tratamos de dar continuidad a un pasado obsoleto.

Entonces, ¿en qué debemos invertir nuestro dinero? Personalmente, creo que deberíamos hacer todo lo anterior: construir centrales eléctricas de los tipos mencionados en función de lo que resulte más adecuado, mejor para el medio ambiente y más rentable en cada lugar; invertir en mejoras constantes en las tecnologías solares, eólicas y de baterías, que mejoran año tras año. Además, también existen industrias en todo el mundo que emiten carbono al margen de la energética, como la industria del cemento. Pero esta es una misión a contrarreloj y avanzar en ciertos frentes un poco más rápido puede traer grandes cambios. Para hacerlo, también existe la tecnología de "secuestro de carbono", que no solo contribuye a reducir las emisiones de más CO2, sino a eliminar de la atmósfera el que ya está alojado en ella.

Como su propio nombre indica, el calentamiento global es un problema global. Tenemos que descarbonizar las infraestructuras energéticas y de transporte, y la solución depende de la implementación de estas tecnologías en todo el mundo. Aunque está muy bien que cada uno haga lo que pueda para reducir su huella ecológica personal, no deja de ser una pieza diminuta del puzle, y en ocasiones puede incluso resultar contraproducente porque desvía la conversación política de las grandes soluciones y la centra en aspectos que son más pequeños y levantan polémicas mayores.

Incluso si no se acepta el consenso científico sobre la emergencia climática, está claro que la mayoría de las personas quieren pagar menos en la factura de la luz, que el medio ambiente esté más limpio, que las ciudades sean más tranquilas, que los costes de sanidad sean más bajos y que dependamos menos del petróleo procedente de regiones poco estables. Reducir la amenaza del calentamiento global es un extra.

La controversia sobre el calentamiento global es un gran ejemplo de un problema complejo al que se enfrenta la humanidad, pero se trata de un problema que tenemos la capacidad de resolver. Es muy probable que el meteorito termine alcanzándonos. Ahora que ya sabemos cómo construir los cohetes para desviarlo, lo único que nos falta es voluntad política, una voluntad que está siendo minada en parte por el negacionismo científico. Si somos capaces de solucionar este problema, podremos encargarnos del calentamiento global.

                                                                                                                                                                                                         © JAVIER DE LUCAS