EL CEREBRO COMPLEJO IV

 

UN MUNDO INVENTADO

 La mayor parte de nuestra vida transcurre en un mundo inventado. Vivimos en una ciudad o en un pueblo cuyo nombre y cuyas lindes son obra de personas. Nuestra dirección postal está escrita con letras y otros símbolos que también fueron ideados por personas. Todas las palabras impresas entodos los libros utilizan esos símbolos inventados. Podemos adquirir libros y otros bienes con algo llamado «dinero», que representamos mediante trozos de papel, metal y plástico, y que también es algo completamente inventado. A veces el dinero es invisible: fluye a través de cables entre servidores informáticos o viaja por el aire en forma de ondas electromagnéticas en una red inalámbrica. Incluso podemos cambiar dinero invisible por cosas invisibles, como el derecho a ser de los primeros en embarcar en un avión o el privilegio de que otro humano nos sirva.

Todos los días participamos activa y voluntariamente en ese mundo inventado. Para nosotros es real. Tan real como nuestro propio nombre, que, por cierto, también fue inventado por personas. Todos vivimos en un mundo de realidad social que existe solo dentrodel cerebro humano. Ningún hecho físico o químico determina que, por ejemplo, alguien está saliendo de España y entrando en Portugal, o que en una extensión de agua rijan ciertos derechos de pesca, o que un determinado arco de la órbita de la Tierra alrededor del Sol se llame «enero». Pero aun así, todo eso es real para nosotros. Socialmente real.

La Tierra en sí, con sus rocas, árboles, desiertos y océanos, es una realidad física. Pero la realidad social implica que imponemos nuevas funciones a las cosas físicas, y lo hacemos colectivamente. Nos ponemos todos de acuerdo, por ejemplo, en que una determinada porción de la Tierra es un «país», y en que un determinado humano es su «líder», como un presidente o una reina. La realidad social puede cambiar drásticamente, en momentosconcretos, si la gente simplemente cambia de opinión. En 1776, por ejemplo, desapareció un conjunto de trece colonias británicas que fue reemplazado por los Estados Unidos de América. Asimismo, el mundo de la realidad social es tremendamente serio. En Oriente Próximo la gente discrepa acerca de si una determinada parcela de tierra pertenece a Israel o a Palestina, e incluso se mata por ello. Aunque no abordemos explícitamente el hecho de la realidad social, nuestros actos la hacen real.

El límite entre la realidad social y la realidad física resulta difuso, y  podemos utilizar experimentos científicos para poner de relieve este hecho. Diversos estudios revelan que el vino sabe mejor cuando la gente cree que es caro. De manera similar, el café etiquetado como de cultivo ecológicotambién le sabe mejor a la gente que el café idéntico sin etiquetar. Las predicciones de nuestro cerebro, impregnadas de realidad social, cambian la forma en que percibimos lo que comemos y Podemos crear realidad social con otras personas sin siquiera intentarlo, por la simple razón de que tenemos un cerebro humano.

LAS CINCO C

Que sepamos, ningún otro cerebro animal puede hacer eso: la realidad social es una habilidad exclusivamente humana. Los científicos no saben con certeza cómo desarrolló nuestro cerebro esta capacidad, pero sospechan que tiene algo que ver con un conjunto de habilidades que denominaré las «Cinco C»: creatividad, comunicación, copia, cooperación y condensación.

Para empezar, necesitamos un cerebro creativo. La misma creatividad que nos permite realizar obras de arte y música también nos permite trazar una línea en el suelo y calificarla como la frontera de un país. Ese acto requiere que inventemos una realidad social (es decir, países) eimpongamos nuevas funciones a una extensión de tierra, como la ciudadanía y la inmigración, que no existen en el mundo físico. Piense en ello la próxima vez que pase por una aduana, o incluso cuando salga de un pueblo o ciudad y entre en otro. Nuestras fronteras son inventadas. A continuación necesitamos un cerebro capaz de comunicarse de manera eficiente con otros cerebros para compartir ideas, como el concepto de «país» y sus «fronteras».

En nuestro caso, la comunicación eficiente generalmente incluye el lenguaje. Por ejemplo, si yo le digo que necesito gasolina, no tengo que explicarle que estoy hablando de mi coche, no de mi sistema digestivo, ni que en un futuro inmediato tengo la intención de conducir hasta una gasolinera, bajar de mi automóvil, insertar una tarjeta de plástico en un surtidor para realizar el pago, etcétera, etcétera. Tanto mi cerebro como el suyo evocan todos esos elementos, lo que nos permite comunicarnos de manera eficiente. En un sentido estricto, las palabras no son necesarias para la realidad social a pequeña escala. Si su automóvil y el mío se encuentran en un cruce, y yo le hago señas para que pase primero, usted puede observar el movimiento de mi mano, adivinar su significado y utilizarlo a su vez en el futuro. Pero para que la realidad social se difunda y persista el lenguaje suele ser más eficiente que otros símbolos. Imagine cómo sería tratar de establecer y enseñar las leyes de conducción de un país sin emplear palabras.

También necesitamos cerebros capaces de aprender copiando, es decir, imitándose unos a otros de manera fiable con el fin de establecer leyes y normas que nos permitan vivir en armonía. Enseñamos esas normas a nuestros hijos cuando conectamos sus pequeños cerebros a su mundo. Se las enseñamos asimismo a los recién llegados, no solo para facilitar las interacciones cotidianas, sino también para ayudarles a sobrevivir. He leído relatos sobre exploradores decimonónicos que se aventuraron en lugares ignotos e inhóspitos del planeta, donde muchos de ellos murieron. Las expediciones que sobrevivieron fueron aquellas cuyos miembros trabaron conocimiento con los nativos de aquellas regiones; estos les enseñaron qué comer, cómo preparar la comida, qué ropa llevar y otros secretos para sobrevivir en aquellas latitudes desconocidas. Si todos los seres humanos tuvieran que resolverlo todo por sí mismos, sin copiar lo que han hecho otros, nuestra especie se extinguiría.

Necesitamos cerebros que cooperen a una amplia escala geográfica. Incluso el acto más trivial, como coger una lata de alubias del armario de la cocina, solo es posible gracias a otros humanos. Fueron otros humanos quienes plantaron y regaron esas alubias, quizá a miles de kilómetros de distancia de nosotros. Fueron otros humanos quienes extrajeron el metal con el que se fabricó la lata. Y también fueron otros quienes transportaron las alubias a nuestra tienda local, que a su vez construyeron otros humanos con madera, clavos y ladrillos fabricados y transportados asimismo porotros humanos, utilizando técnicas y herramientas inventadas por otros humanos muertos hace mucho tiempo. Cuando pagamos la lata de alubias, lo hicimos con dinero inventado y avalado por un gobierno de otroshumanos. Gracias a la existencia de una realidad social compartida, todos esos miles de personas estaban en el lugar adecuado y en el momento oportuno haciendo lo necesario para que nosotros pudiéramos coger la lata y preparar la cena.

La creatividad, la comunicación, la copia y la cooperación —cuatro de las «Cinco C»— surgieron a partir de cambios genéticos que dotaron a nuestra especie de un cerebro grande y complejo. Pero tener un cerebro de gran tamaño y elevada complejidad no basta para crear y mantener una realidad social. Necesitamos también la quinta C, la condensación, una intrincada habilidad que los humanos tienen en un grado que no se encuentra en ningún otro cerebro animal. Para explicar la condensación, empezaré utilizando una analogía.

Imagine que es un inspector de policía que investiga un delito y está interrogando a diferentes testigos. Escucha el relato de un testigo, luego el de otro, y así sucesivamente hasta interrogar a un total de veinte personas. Algunos de los relatos tienen similitudes: mencionan a los mismos individuos involucrados o el mismo escenario del delito. Otros presentan también diferencias: quién tuvo la culpa de lo ocurrido o de qué color era el coche en el que huyó. A partir de este conjunto de historias podemos sintetizar las partes repetitivas para crear un resumen de cómo podrían haber ocurrido los hechos. Más tarde, cuando el jefe de policía le pida una descripción de lo sucedido, podrá transmitirle ese resumen de manera eficiente.

Algo similar ocurre con las neuronas de nuestro cerebro. Puede haber una gran neurona (el inspector) que reciba de manera simultánea señales de montones de otras neuronas más pequeñas (los testigos) que se activan a ritmos distintos. La neurona grande no expresa todas las señales de las neuronas más pequeñas: las resume, o condensa, reduciendo la redundancia. Tras esa condensación, la neurona grande puede transmitir de manera eficiente ese resumen a otras neuronas. Este proceso neuronal de condensación se ejecuta a gran escala en todo el cerebro. En nuestra corteza cerebral, la condensación se inicia conpequeñas neuronas que transportan datos sensoriales procedentes de los ojos, los oídos y otros órganos.5 Es posible que nuestro cerebro ya haya predicho algunos de esos datos, mientras que otros serán nuevos. Los nuevos datos sensoriales pasan de las neuronas pequeñas a otras mayores ymejor conectadas, que condensan los datos en forma de resúmenes. Esos resúmenes se transmiten a otras neuronas aún mayores y mejor conectadas, que a su vez condensan los resúmenes y los transmiten a otras neuronas todavía mayores y aún mejor conectadas. Esta actividad se repite hasta llegar a la zona frontal del cerebro, un área densamente cableada donde las neuronas de mayor tamaño y dotadas de un mayor número de conexiones crean los resúmenes más generales y más condensados de todo el proceso.

 El proceso de condensación cerebral, que posibilita la abstracción (este diagrama es conceptual, no anatómicamente preciso).

De acuerdo: nuestro cerebro puede hacer un resumen de resúmenes de resúmenes a la vez voluminoso y condensado. Pero ¿qué tiene eso que ver con la realidad social? El hecho es que esa condensación permite que el cerebro piense en términos abstractos, y la abstracción, junto con el resto de las «Cinco C», posibilita que nuestro grande y complejo cerebro pueda crear realidad social.

Por regla general, cuando la gente habla de abstracción se refiere a cosas como el arte abstracto; por ejemplo, cómo hay que mirar un cuadro de Picasso y ver una cara en los cubos. O habla de matemáticas abstractas, como el uso del álgebra para rotar un objeto sobre sus ejes. O hace referencia al uso de símbolos abstractos, como utilizar un garabato de tinta en un papel para representar un número y una columna de números para representar nuestros gastos mensuales. Sin embargo, en su sentido psicológico el concepto de abstracción adopta un enfoque distinto. No tiene que ver con detalles de cuadros ni con el uso de símbolos, sino con nuestra capacidad de percibir significado en ellos. Más concretamente, poseemos la habilidad de ver las cosas según su función, y no solo basándonos en su forma física. La abstracción nos permite ver una serie de objetos que no se parecen en nada, como una botella de vino, un ramo de flores y un reloj de pulsera de oro, y concebirlos todos ellos como «regalos para celebrar un éxito». Nuestro cerebrocondensa las diferencias físicas de esos objetos y, al hacerlo, comprende que tienen una función similar.

La abstracción también nos permite imponer múltiples funciones a un mismo objeto físico. Una copa de vino significa una cosa cuando nuestros amigos gritan: «¡Enhorabuena!», y otra muy distinta cuando un sacerdote exclama: «La sangre de Cristo...». Así es como funciona la abstracción. A medida que el cerebro condensa los datos de todos nuestros sentidos, los va integrando en un todo cohesionado, una actividad a la que anteriormente me he referido como integración sensorial. Cada vez que una de nuestras neuronas condensa los estímulos que recibe para hacer un resumen, ese resumen multisensorial constituye una abstracción de dichos estímulos. En la parte frontal de nuestro cerebro, las neuronas más grandes y mejor conectadas son las que producen los resúmenes multisensoriales más abstractos. Así es como podemos asociar objetos que son físicamente distintos, como las flores y los relojes de oro, con una misma función o distinguir diferentes funciones en un mismo objeto, como la copa de vino en una celebración o en una ceremonia sagrada.

CEREBRO Y MENTE

Tenemos un cerebro muy complejo, pero no basta una alta complejidad para crear una mente humana. La complejidad puede ayudarnos a subir una escalera desconocida, pero se necesita algo más para entender la idea de ascender en la escala social a fin de ganar poder e influencia. La abstracción es otro ingrediente necesariopara ello. Permite a nuestro cerebro resumir fragmentos de experiencias pasadas para comprender que diversas cosas físicamente distintas pueden ser similares en otros aspectos. La abstracción nos da la capacidad de reconocer cosas que no habíamos visto nunca antes, como una mujer con serpientes en lugar de cabello: puede que nunca haya visto una de verdad, pero sin duda el lector (como los antiguos griegos) podría ver una imagen de Medusa y comprender al instante lo que es, puesto que, milagrosamente, su cerebro es capaz de ensamblar ideas familiares como mujer, cabello revuelto, serpiente reptante y peligro en una sola imagen mental coherente. La abstracción también permite al cerebro ensamblar sonidos para formar palabras y ensamblar palabras para formar ideas, lo que posibilita aprenderel lenguaje.

En resumen: el cableado de nuestra corteza cerebral hace posible la condensación; la condensación, a su vez, posibilita la integración sensorial; la integración sensorial hace posible la abstracción, y la abstracción permite que nuestro cerebro, altamente complejo, formule predicciones flexiblesbasadas en la función de las cosas en lugar de en su forma física. Eso es la creatividad. Y podemos compartir esas predicciones mediante la comunicación, la cooperación y la copia. Así es como las «Cinco C» facultan al cerebro humano para crear y compartir realidad social.

Cada una de esas «Cinco C» se encuentra también en otros animales en diferentes grados. Los cuervos, por ejemplo, son capaces de solucionar problemas de forma creativa utilizando ramitas como herramientas. Los elefantes se comunican mediante ruidos sordos que pueden oírse a kilómetros de distancia. Las ballenas imitan mutuamente sus cantos. Las hormigas cooperan para encontrar comida y defender su nido. Las abejas utilizan la abstracción moviendo su trasero para informar a sus compañeras de colmena de dónde encontrar néctar.

En los humanos, sin embargo, las «Cinco C» interactúan y se refuerzan mutuamente, lo que nos permite llevar las cosas a otro nivel. Los pájaros cantores aprenden sus cantos de tutores adultos. Los humanos no solo aprenden a cantar, sino también la realidad social del canto; por ejemplo, qué canciones son apropiadas para las festividades. Los suricatos enseñan a matar a sus crías llevándoles presas medio muertas para que practiquen. Nosotros no solo aprendemos qué significa matar, sino también la diferencia entre el homicidio accidental y el asesinato, e inventamos diferentes sanciones jurídicas para cada uno de esos dos casos. Las ratas se informan unas a otras de qué alimentos pueden ingerir de forma segura marcando los que resultan apetitosos con un determinado olor. Nosotros nosolo aprendemos qué podemos comer, sino que además dividimos los alimentos en primeros o segundos platos y postres en función de nuestra cultura, además de aprender qué utensilios usar en cada caso.

Otros animales, como los perros, los grandes simios y algunas aves, también tienen cerebros capaces de condensar relativamente las señales quereciben, lo que a su vez les permite comprender las cosas en términos abstractos hasta cierto punto. Pero, que sepamos, los humanos somos el único animal cuyo cerebro posee la suficiente capacidad de condensación y abstracción para crear realidad social. Un perro concreto puede asimilar sus propias reglas sociales, como que una determinada zona de césped es parajugar con humanos o que no se permite hacer caca dentro de casa. Pero el cerebro de un perro no puede comunicar esos conceptos de manera eficiente a los cerebros de otros perros del modo en que los cerebros humanos transmiten conceptos con palabras para crear realidad social. Los chimpancés pueden observar e imitar mutuamente sus prácticas, como meter un palo en los nidos de termitas para obtener sabrosos tentempiés; pero este aprendizaje se basa en una realidad física, a saber, que los palos encajan en las bocas de los termiteros. Eso no es realidad social. Si un grupo de chimpancés acordara que quien saque un determinado palo del suelo se convierte en el rey de la jungla, eso sí sería realidad social, porque impone al palo una función soberana que va más allá de lo físico.

La mayoría de los animales tienen adaptaciones evolutivas que los convierten en especialistas en sus propios nichos, como la cornamenta del alce o la lengua del oso hormiguero. Pero los humanos nos hicimos generalistas: la evolución mezcló las «Cinco C» en una poción que nos espolea a hacer que el mundo ceda a nuestra voluntad (o al menos a intentarlo). Todos los cerebros animales prestan atención a aquellos elementos de su entorno físico que son relevantes para su bienestar y supervivencia, mientras que ignoran el resto. Pero nosotros los humanos no solo seleccionamos cosas del mundo físico para crear nuestro nicho: acrecentamos el mundo al imponer colectivamente nuevas funciones, y vivimos en función de ellas. La realidad social es la construcción del nicho humano.

LA REALIDAD SOCIAL

La realidad social es un don maravilloso. Podemos inventar cualquier cosa, como un meme, una tradición o una ley, y si otras personas la tratan como algo real, se volverá real. Nuestro mundo social es como una especie de parachoques que construimos en torno al mundo físico. La realidad social también entraña una enorme responsabilidad. Es tan potente que puede alterar la velocidad y el curso de nuestra evolución genética. Un ejemplo de ello es la tragedia de los orfanatos rumanos, cuando las normas impuestas por un gobierno crearon una generación de humanos a los que en la práctica se apartó del acervo genético. Otro ejemplo es la política china del hijo único, que, en el contexto de una cultura que valora a los niños por encima de las niñas, propició que hubiera mucha más descendencia masculina que femenina, y en última instancia que en China hubiera millones de hombres que no pudieran encontrar mujeres con las que casarse. Este tipo de selección artificial se produce en todas las sociedades donde la riqueza, la clase social o la guerra potencian a un determinado grupo por encima de otro, en la medida en que con ello se alteran las probabilidades de que determinadas poblaciones se reproduzcan entre sí o no puedan hacerlo en absoluto.

La realidad social incluso cambia el curso de la evolución humana simplemente por el hecho de compartir nuestras ideas creativas, como la tecnología para quemar combustibles fósiles, que ha producido un mundo físico que ahora escapa un poco más a nuestro control. Un aspecto realmente sorprendente de la realidad social es que a menudo no somos conscientes de que la creamos. Nuestro cerebro se malinterpreta a sí mismo y confunde la realidad social con la realidad física, lo que puede causar todo tipo de problemas. Por ejemplo, ya he dicho antes que en los humanos, como en todas las especies animales, existe una enorme variación. Pero a diferencia del resto del reino animal, nosotros clasificamos algunas de esas variaciones en casillas a las que asignamos etiquetas tales como «raza», «género» o «nacionalidad»; y luego tratamos esas casillas etiquetadas como si formaran parte de la naturaleza, cuando en realidad las construimos nosotros.

Me explicaré. El concepto de raza suele incluir rasgos físicos como el tono de la piel. Pero en realidad el tono de la piel es un rasgo biológico continuo, y son las personas en el contexto de una sociedad quienes establecen y mantienen las diferencias que separan un conjunto de matices de otro. Hay quien trata de justificar esas diferencias apelando a la genética; pero si bien es cierto que los genes pueden tener una enorme influencia en el tono de la piel, también la tienen en el color de los ojos, el tamaño de las orejas o la curvatura de las uñas de los pies. Como cultura, elegimos colectivamente los rasgos de la discriminación y trazamoslíneas divisorias que magnifican las diferencias entre el grupo al que llamamos «nosotros» y el grupo al que denominamos «ellos». Dichas líneas no son aleatorias, pero tampoco están estipuladas por la biología. Y una vez trazadas, la gente interpreta el tono de piel como un símbolo de otra cosa.

Eso sí es realidad social. Sustentamos la realidad social mediante nuestro comportamiento cotidiano. Lo hacemos cada vez que tratamos los relucientes diamantes como si tuvieran valor, cada vez que idolatramos a una celebridad, cada vez que votamos en unas elecciones y cada vez que no lo hacemos. Nuestras conductas también pueden cambiar la realidad social. A veces esos cambios son relativamente pequeños, como cuando al escribir optamos por utilizar un lenguaje inclusivo. Otras veces tienen consecuencias catastróficas, como la desintegración de la antigua Yugoslavia, que se llevó a cabo tras años de guerra y genocidio; o la Gran Recesión de 2007, cuando unas cuantas personas vestidas con trajes elegantes decidieron que un puñado de hipotecas habían perdido valor, con lo que de hecho lo perdieron, sumiendo al mundo en una catástrofe.

La realidad social tiene sus límites; para empezar, está restringida por la realidad física. Todos podríamos ponernos de acuerdo en que agitar los brazos como si fueran alas nos permitiría elevarnos por los aires, pero esono hará que suceda. Sin embargo, lo cierto es que la realidad social es más maleable de lo que podría parecer a primera vista. La gente podría ponerse de acuerdo en que los dinosaurios nunca existieron, ignorar todas las evidencias que demuestran lo contrario y construir un museo en el que se evocara un pasado libre de dinosaurios. Puede haber un líder que diga cosas terribles, todas ellas grabadas en vídeo, pero los medios de comunicación de su país podrían ponerse de acuerdo en que esas palabras jamás se pronunciaron; de hecho, eso es lo que sucede en una sociedad totalitaria (como la que Sánchez intenta  ahora  instaurar en España). Es posible que la realidad social sea uno de nuestros mayores logros, pero también es un arma que podemos esgrimir unos contra otros. Es vulnerable a la manipulación. La propia democracia es una realidad social.

La realidad social es un superpoder que surge de un conjunto de cerebros humanos. Nos da la posibilidad de trazar nuestro propio destino e incluso influir en la evolución de nuestra especie. Podemos inventar conceptos abstractos, compartirlos, ensamblarlos para formar una realidad yconquistar casi cualquier entorno —natural, político o social— siempre ycuando trabajemos juntos. Tenemos más control sobre la realidad del que creemos; y también más responsabilidad sobre la realidad de la que creemos. Toda realidad social es una línea divisoria. Algunas líneas divisoriasayudan a la gente, como las leyes de conducción que previenen las colisiones frontales. Otras benefician a algunas personas mientras perjudican a otras, como la esclavitud y las clases sociales. La moralidad de tales líneas divisorias es objeto de debate, pero, nos guste o no, todos nosotros tenemos una cierta responsabilidad cada vez que las reforzamos. Un superpoder funciona mejor cuando uno sabe que lo tiene.

EPÍLOGO

Hubo un tiempo en el que tan solo éramos un pequeño estómago en un palo flotando en el mar. Poco a poco fuimos evolucionando. Desarrollamos sistemas sensoriales y descubrimos que formábamos parte de un mundo más grande que nosotros. Desarrollamos sistemas corporales para navegar por ese mundo de manera eficiente. Y nos creció un cerebro que gestionaba el presupuesto de nuestro cuerpo. Aprendimos a vivir en grupos con todos los demás pequeños cerebros en sus respectivos cuerpos. Nos arrastramos fuera del agua y llegamos a tierra firme. Y a lo largo de un extenso período de tiempo evolutivo, con la innovación derivada del método de ensayo y error y la muerte de billones de animales, acabamos teniendo un cerebro humano. Un cerebro capaz de hacer muchas cosas impresionantes, pero que a la vez se malinterpreta seriamente a sí mismo:

• Un cerebro que construye experiencias mentales tan ricas que nos parece que la emoción y la razón luchan en nuestro interior.

• Un cerebro tan complejo que lo describimos con metáforas que luego confundimos con conocimiento.

• Un cerebro tan hábil para reconfigurar su propio cableado que nos da la impresión de que nacemos con toda una serie de cosas que en realidad aprendemos.

• Un cerebro que es capaz de alucinar con tanta eficacia que creemos que vemos el mundo objetivamente, y tan rápido a la hora de predecir que confundimos nuestros movimientos con reacciones.

• Un cerebro que regula a otros cerebros de una forma tan invisible que nos lleva a suponer que somos independientes unos de otros.

• Un cerebro que crea tantos tipos de mentes que damos por sentado que hay una única naturaleza humana que las explica todas.

• Un cerebro al que se le da tan bien creer en sus propios inventos que confundimos la realidad social con el mundo natural.

Actualmente sabemos mucho sobre el cerebro, pero todavía nos quedan muchas más lecciones por aprender. Sin embargo, al menos por el momento hemos aprendido lo suficiente para perfilar el fantástico viaje evolutivo de nuestro cerebro y considerar sus implicaciones para algunos de los aspectos más esenciales y estimulantes de nuestras vidas. Nuestro cerebro no es el más grande del reino animal ni tampoco el mejor en términos objetivos. Pero es el nuestro. Es la fuente de nuestras fortalezas y debilidades. Nos da la capacidad de construir civilizaciones y también la de destruirnos unos a otros. Nos permite ser sencilla, imperfecta y maravillosamente... humanos.

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