LA CONSCIENCIA

Más allá de los ámbitos científicos, aún hoy se sigue aludiendo a la consciencia como una entidad sobrenatural que proviene de nuestro exterior, relacionándola con la concepción de un alma inmaterial que provee al ser humano el libre albedrío, la voluntad, la capacidad de pensar y la facultad de ser consciente. Esta noción se basa en la división entre cuerpo y alma, denominada dualismo. Sin embargo, esta concepción avalada por la mayoría de las religiones y por el conocimiento ancestral de culturas milenarias en todo el planeta, ha sido permanentemente descartada por la Ciencia. La objetividad y necesidad de comprobación fáctica que sustenta al conocimiento científico descarta de plano el dualismo.

La consciencia es un estado de la mente, subjetivo, unificado y continuo. Radica sobre todo en áreas posteriores de la corteza cerebral. La hipótesis de la integridad funcional es la que mejor explica actualmente cómo la crea el cerebro. El cerebro humano podría no haber evolucionado lo suficiente para entender cómo la materia se convierte en imaginación.

Piense por un momento que puede usted penetrar en un televisor en funcionamiento para conocer lo que está ocurriendo en su interior. No creo que le haya pasado por la cabeza que allí dentro encontraría imágenes, colores y sonidos, como los que puede ver en la pantalla de ese televisor. Lo que hallaría serían miríadas de pequeñas e ininteligibles corrientes eléctricas que van y vienen entre los componentes de múltiples circuitos electrónicos. Esas micro-corrientes codifican la información que el televisor ha recibido por la antena de modo similar a como los puntos y rayas del código morse codifican los mensajes en el antiguo telégrafo. Cuando han procesado la información, los circuitos electrónicos del televisor convierten el resultado de su trabajo en las imágenes y sonidos que aparecen en su pantalla.

La consciencia, ese estado de la mente que nos permite darnos cuenta de nuestra propia existencia, de la del resto del mundo y de las cosas que pasan, es algo muy similar, pues no es otra cosa que el inteligible resultado del procesamiento de información que tiene lugar en el interior del cerebro. Es algo así como una pantalla mental donde el cerebro presenta continuamente la información que necesitamos conocer en cada momento para guiar el comportamiento. Pero eso no significa que todo lo que procesa el cerebro acabe produciendo un resultado consciente, pues hay mucho trabajo cerebral del que nunca nos enteramos.

La consciencia es un estado mental muy especial, íntimo y personal, pues sólo podemos sentir la propia consciencia y nunca la de los otros. Es decir, no hay manera de penetrar en la mente de otra persona como lo hacemos en la propia gracias a la consciencia. Hay que añadir que no tenemos una consciencia separada para los sonidos, otra para las imágenes, otra para los olores, otra para las emociones, etc, pues todas ellas van juntas e integradas en la percepción consciente y única de cada momento. Eso sí, tenemos una enorme capacidad para cambiar los contenidos de la consciencia (lo que los filósofos llaman qualia) a gran velocidad y siempre que voluntariamente lo deseemos. Así, casi instantáneamente podemos cambiar de pensamiento, dejar, por ejemplo, de pensar en lo que estamos haciendo y pasar a imaginar que nos estamos bañando en una playa paradisíaca. Además, todo eso ocurre en continuidad, como en una película mental, pues la consciencia no la sentimos como una sucesión discontinua de imágenes o pensamientos, sino como percepciones que ocurren secuencialmente una tras otra sin apagones intermedios.

Una de las características más especiales de la consciencia humana es la de ser consciente de ella misma, es decir, no sólo somos conscientes, sino que además somos conscientes de que somos conscientes y podemos pensar en nuestros propios pensamientos. Pensar que pensamos, por así decirlo. A eso lo llamamos metaconsciencia o autoconsciencia, una capacidad que no sabemos si la tienen también otras especies animales. La metaconsciencia potencia extraordinariamente nuestra capacidad consciente haciendo que podamos razonar en profundidad para conocernos mejor, resolver problemas y tomar decisiones. El pensar en nuestro propio pensamiento puede también potenciar nuestras emociones y sentimientos haciéndolos más intensos y poderosos para controlar nuestra conducta.

Entre todas las percepciones conscientes que tenemos destaca la que nos permite sentir nuestra propia existencia y, con ella, la de que nuestra mente es algo inseparable de nuestro cuerpo, pues la sentimos como encerrada en él, desplazándose con él adonde quiera que va. Esa ubicación de la mente en los límites físicos del propio cuerpo es una poderosa percepción que también crea nuestro cerebro y ahora sabemos que alterarla es mucho más fácil de lo que pudiéramos creer dada su aparente solidez. Como han demostrado investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo, basta con desincronizar entre ellos algunos de nuestros sentidos, particularmente la vista y el tacto, para que podamos sentir de modo muy vivo y realista que nuestra mente abandona nuestro cuerpo, se separa de él.

Por otro lado, en la manera que tenemos de sentir nuestro cuerpo hay algo aparentemente misterioso. Es un hecho científicamente comprobado que las sensaciones y percepciones las genera el cerebro, pero no las sentimos en él, sino en la parte del cuerpo que es estimulada. De ese modo, si nos tocan en una mano sentimos el tacto en esa mano y si lo hacen en la cara lo sentimos en la cara, pero lo cierto es que son las partes de la corteza cerebral que reciben la información de las manos y la cara las que originan esas sensaciones conscientes. Ello lo demuestra el síndrome clínico conocido como "el miembro fantasma", que ocurre en pacientes a los que se le ha amputado un brazo o una pierna y durante algún tiempo siguen manifestando tener sensaciones de tacto o dolor en el miembro del que carecen.

Gracias a la consciencia pensamos, valoramos las cosas, resolvemos problemas, y tomamos decisiones. La consciencia aporta mucha flexibilidad al comportamiento humano, mucha ventaja sobre lo que, alternativamente, pudiera aportar el más sofisticado robot. La gran pregunta, no obstante, es cómo el cerebro hace posible la consciencia. Tradicionalmente se ha considerado que el tálamo, una región del centro del cerebro relacionada con el procesamiento de información sensorial (visual, auditiva y táctil), es la estructura más importante para hacer posible la consciencia. Se pensaba así porque las personas que sufren daño en esa parte del cerebro pueden perder la consciencia o una parte de ella.

Pero recientemente se ha comprobado que cuando se anestesia a una persona ésta puede quedar inconsciente incluso diez minutos antes de que las neuronas del tálamo se desactiven, lo que ha hecho sospechar a los investigadores que la consciencia más que en el tálamo radica en la corteza cerebral, y otros experimentos con técnicas de electroencefalografía y resonancia magnética funcional les han dado la razón. Ahora también creemos que la consciencia aparece y se hace más profunda cuando las neuronas de la corteza cerebral, sobre todo las de su parte posterior, que procesan diferentes tipos de información, se integran funcionalmente, es decir, cuando en vez de trabajar separadamente, cada uno por su cuenta, los circuitos neuronales de la corteza cerebral que procesan la información trabajan colectivamente, en equipo.

Con todo, lo más intrigante y difícil de explicar es cómo la actividad de las neuronas de la corteza cerebral puede generar imaginación y subjetividad, es decir, cómo la materia objetiva se convierte en imaginación subjetiva, o como, en palabras llanas, la carne se convierte en pensamiento. La verdad es que no lo sabemos, lo que viene a ser como no saber qué es la imaginación, qué es la subjetividad, qué es, en definitiva, la consciencia. Algunos científicos creen que la consciencia no es más que un epifenómeno, algo que ocurre como consecuencia del funcionamiento del cerebro, pero que no sirve para nada, como el humo de un fuego o el ruido del motor de un coche. Otros creen que el conocer su naturaleza es sólo una cuestión de tiempo, y que, para ello hay que esperar hasta que las técnicas y la neurociencia avancen más.

Quizá el cerebro humano podría no haber evolucionado lo suficiente para entender cómo la materia se convierte en imaginación. Del mismo modo que el cerebro de un chimpancé no tiene capacidad para entender, por ejemplo, lo que es y cómo resolver una raíz cuadrada, el cerebro humano podría no tener capacidad para entender lo que es la imaginación. Me hace pensarlo el hecho de que ni siquiera tenemos una hipótesis que pudiera explicarla. Es decir, aunque sin conocerlos podemos tener ideas sobre, por ejemplo, cómo serían los seres de otros planetas, con respecto a la imaginación somos totalmente incapaces de anticipar una idea hipotética sobre lo que pudiera ser, y eso complica mucho el problema, porque quien no sabe lo que busca puede no entender lo que encuentre. Es más, también pienso que, si supiésemos lo que es la imaginación, ese conocimiento serviría para poco más que para satisfacer nuestra curiosidad científica, es decir, sería de muy poca utilidad, y quizá por eso los mecanismos evolutivos no han hecho posible un desarrollo cerebral suficiente para lograr la comprensión de la consciencia.

¿Significa eso que la especie humana nunca podrá entenderla? Quizá no, porque si en un futuro lejano ese conocimiento se hiciera por alguna razón necesario para algo importante de la vida humana, el cerebro podría evolucionar para entenderlo, del mismo modo que evolucionó para hacer posible otras capacidades útiles o necesarias para la supervivencia. Pero entonces podría ocurrir algo inesperado. Ciertamente, un chimpancé no puede entender una raíz cuadrada, pero tampoco se pregunta qué es la consciencia. Ese problema lo tendrá cuando su cerebro evolucione y se convierta en un cerebro humano. Es decir, cuando el cerebro evoluciona y se hace más poderoso para entender el mundo aparecen también nuevos problemas, antes no imaginados, que serán el precio que tendrán que pagar quienes nos sucedan en el tiempo por tener el privilegio de desvelar el misterio de la consciencia.

La mayoría de los académicos aceptan que la consciencia es algo consolidado y buscan entender su relación con el mundo objetivo descrito por la Ciencia. Hace más de un cuarto de siglo, junto con Francis Crick, decidimos apartarnos de los debates filosóficos sobre la consciencia (que llevaban ocupando a los eruditos desde, como mínimo, los tiempos de Aristóteles) y decidimos buscar su huella en la Física. ¿Qué pasaría si la consciencia emanara de una región del cerebro muy excitable? Si llegáramos a saberlo, nos acercaríamos a la solución del problema fundamental.

En concreto, buscamos las correlaciones neuronales de la consciencia (CNC), definidas como los mecanismos neuronales mínimos que, juntos, bastan para cualquier experiencia consciente concreta. Para explicar el origen y la función de la consciencia no basta con conocer sus bases fisiológicas cerebrales, los llamados «correlatos neuronales». Se requieren explicaciones de fundamentación que permitan deducir nuestras vivencias subjetivas a partir de las características de los procesos y funciones de base. La descripción de la consciencia debe incluir el yo mental. La teoría del reflejo social demuestra cómo el yo surge a partir del reflejo de los demás.

La investigación de la consciencia es una historia de desilusiones. A muchos les decepciona que precisamente la psicología haya abandonado su explicación de manera progresiva. Si bien esta disciplina reconoce las manifestaciones de la consciencia como fenómenos y describe las leyes que las rigen, no aclara qué son ni cómo se generan. Desde hace algún tiempo, la neurociencia va ganando terreno a la psicología en este ámbito. Sin embargo, sus aportaciones también decepcionan: la oferta teórica apenas resuelve los enigmas. Intenta explicar la consciencia a partir de la identificación de sus correlatos neuronales, es decir, desde los procesos cerebrales con los que se la relaciona. Claro está que no hay nada que objetar a la idea de que la consciencia se base en procesos cerebrales, pero ello no significa que revelen exhaustivamente el funcionamiento de la consciencia. Ya que este tipo de procesos posibilitan determinadas funciones cognitivas, las explicaciones deberían permitir deducir propiedades de la consciencia a partir de propiedades de esas funciones. En pocas palabras, el entendimiento sobre la participación de los procesos cerebrales podría ayudar, pero no ofrece explicaciones concluyentes por sí solo.

¿ES LA CONSCIENCIA EL CAMPO MAGNETICO DEL CEREBRO?

La energía electromagnética que actúa en el cerebro hace posible que la materia cerebral desarrolle la consciencia humana y nuestra propia capacidad de ser conscientes, ejercer el libre albedrío y realizar acciones voluntarias. En una nueva y sugerente teoría desarrollada por el profesor Johnjoe McFadden de la Universidad de Surrey, en el Reino Unido, se postula que la consciencia es, de hecho, el campo electromagnético del cerebro. Además de dilucidar el misterio sobre el origen de nuestra consciencia, según una nota de prensa, esta nueva percepción permitiría edificar las bases de una Inteligencia Artificial consciente, capaz de crear robots con pensamiento autónomo y consciencia de sí mismos.

De acuerdo a esta noción, la consciencia es generada por el propio cerebro y su enorme red de conexiones neuronales: no existe nada más allá de esa estructura y cualquier posible explicación sobrenatural queda eliminada. Pero la teoría desarrollada por McFadden y publicada en la revista Neuroscience of Consciousness va por otro camino, otorgándole sustento científico a la idea del dualismo. No habla de una división entre materia y alma, sino de la presencia de materia y energía.

Según explica el propio McFadden, “la forma en la cual la materia cerebral se vuelve consciente y logra pensar es un misterio que ha sido reflexionado por filósofos, teólogos, místicos y gente común durante milenios. Creo que este misterio ya se ha resuelto, y que la consciencia es la experiencia de los nervios que se conectan al campo electromagnético autogenerado del cerebro, para impulsar lo que llamamos libre albedrío y nuestras acciones voluntarias”.

Ondas de energía inmaterial

¿A qué se denomina campo electromagnético del cerebro? En el momento en que las neuronas del cerebro y el sistema nervioso se activan, no envían únicamente señales eléctricas convencionales por las fibras nerviosas, sino que también emiten un pulso de energía electromagnética al tejido circundante. Dicha energía lleva la misma información que las descargas nerviosas, pero no lo hace como un flujo de átomos dentro y fuera de los nervios sino mediante ondas de energía inmaterial: conforman el campo electromagnético del cerebro y pueden detectarse mediante técnicas como el electroencefalograma (EEG) o la magnetoencefalografía (MEG).

Para McFadden, profesor de Genética Molecular y Director del Centro de Doctorado en Biología Cuántica de la Universidad de Surrey, el campo electromagnético del cerebro no solamente es rico en información, sino que también funciona como la “sede” de la consciencia, impulsando el libre albedrío y las acciones voluntarias que caracterizan al ser humano y a otros animales.

Inteligencia Artificial consciente

En función de esto, la nueva teoría explicaría por qué hasta el momento los ordenadores y dispositivos más complejos, ultrarrápidos y avanzados no han desarrollado ningún tipo de consciencia, aunque en cierta forma imiten el funcionamiento del cerebro humano a través de redes neuronales artificiales. Pero aquí estaría precisamente el punto más atractivo y polémico de la teoría de McFadden: de comprobarse y aplicarse, haría posible el desarrollo de robots en base a  la Inteligencia Artificial consciente, con la capacidad de pensar por sí mismos y de transformar, en un abrir y cerrar de ojos, miles de libros de Ciencia ficción en palpable realidad.

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