TEORIAS DE LA CONSPIRACION

Una teoría de la conspiración, o una gran conspiración, para ser más precisos, es un sistema de creencias que tiene como elemento central la afirmación de que un grupo enormemente poderoso está perpetrando un engaño contra el público para lograr sus propios fines malvados.  Podría decirse que el pensamiento conspirativo es la confluencia de muchas falacias lógicas y sesgos cognitivos. En muchos sentidos, es el «anillo para gobernarlos a todos» del pensamiento defectuoso. El pensamiento conspirativo sale a relucir en prácticamente cualquier tema que aborda un escéptico. Es un comodín que utilizan los creyentes acérrimos cuando se encuentran acorralados, un intento de lanzar el tablero por los aires cuando estás perdiendo la partida, la teoría de la conspiración como el último refugio del desfachatado intelectual. Y, aun así, las teorías de la conspiración siguen siendo obstinadamente frecuentes. Vamos a intentar descubrir por qué.

LA GRAN CONSPIRACIÓN

Cuando hablamos de conspiraciones o de teorías de la conspiración, solemos referirnos a lo que también se conoce como «la gran conspiración». Este término se usa para diferenciar las conspiraciones más disparatadas y de mayor envergadura de las más triviales y plausibles. Nadie pone en duda la existencia de conspiraciones auténticas. Cuando dos personas se juntan y deciden colaborar para cometer un crimen, eso es una conspiración. Existen muchas conspiraciones que tienen lugar en las salas de juntas, es decir, en el seno de una empresa o de una agencia gubernamental.

Una gran conspiración es mucho más que eso. Este tipo de conspiración debe, por sus propias características inherentes, involucrar a muchas personas y organizaciones, tal vez incluso a varios países y generaciones. Una gran conspiración forma una especie de triángulo. Primero están los conspiradores. Suele tratarse de una organización grande, poderosa y misteriosa con muchos recursos y una enorme capacidad de control. Debe ostentar mucho poder para ser capaz de fingir alunizajes, envenenar a la población a través de los tubos de escape de los aviones o hacer que parezca que el 11S fue un ataque terrorista, al igual que el 11M. Luego están los teóricos de la conspiración, un «Ejército de Luz» capaz de ver más allá de la conspiración (porque resulta que son muy listos). Finalmente, están todos los demás, los ingenuos o el rebaño que se creen la explicación estándar de la historia y de los acontecimientos actuales.

PENSAMIENTO CONSPIRATIVO

El pensamiento conspirativo se caracteriza por una lógica defectuosa concreta que hace que resulte seductor e irremediablemente imperfecto al mismo tiempo. El problema principal del pensamiento conspirativo es que constituye un sistema de creencias hermético que está específicamente diseñado para protegerse de toda refutación externa e incluso de la necesidad de coherencia interna. Las teorías de la conspiración suelen basarse en la práctica concienzuda de las alegaciones especiales. Cualquier evidencia que tenga el potencial de falsar una teoría conspirativa es un elemento más de la propia conspiración. Los teóricos de la conspiración sostienen que es evidente que dicha evidencia ha sido fabricada con el objetivo de preservar la conspiración. Ya sea un estudio científico que demuestra que las vacunas son seguras, fotografías de alta resolución que demuestran que los astronautas llegaron a la Luna o pruebas que vinculan a los terroristas con el 11S..., todo es falso.

Todos los acontecimientos que parezcan contradecir el relato de la conspiración son, rotundamente, de operaciones «de falsa bandera»: un suceso orquestado por el gobierno para despistar al rebaño. Además, cualquier evidencia que deberíamos poder hallar para respaldar la conspiración pero que no tenemos forma parte de un encubrimiento. A los conspiradores se les da muy bien borrar su rastro. ¿Hasta qué punto se les da bien? Tanto como sea necesario.

Es en la parte del encubrimiento donde las grandes conspiraciones tienden a entrar en una espiral mortal de alegatos especiales. Nadie ha salido a la palestra para declararse partícipe del supuesto plan gubernamental para controlar a la población mediante las emisiones de «estelas químicas» desde aviones comerciales. ¿Por qué no? Porque el gobierno tiene el poder de intimidar o silenciar a cualquier posible informante. Si Bush fingió los ataques terroristas del 11S, ¿por qué los demócratas no hicieron pública la conspiración cuando llegaron al poder? Seguro que estaban implicados. ¿Por qué tampoco la prensa la ha destapado? Seguro que también está implicada. Si Zapatero fingió el ataque terrorista del 11-M ¿Por qué la oposición no desmontó ese relato? ¿Y qué hay de otros gobiernos? Adivina, adivinanza...

Para resolver cualquier aspecto problemático de la conspiración solo hace falta ampliarla. No tardarás en llegar a la creencia de que un gobierno mundial en la sombra lo controla todo; véanse los Illuminati, los reptilianos, el Nuevo Orden Mundial y otras grandes conspiraciones similares. La magnitud y el alcance de la conspiración no es lo único que debe ampliarse, también deben hacerlo el poder y la astucia de los conspiradores. Por ejemplo, existe la creencia común de que «ellos» tienen la cura para el cáncer, pero que se la están ocultando al público. ¿Quiénes son «ellos», exactamente? Esta parcela de imprecisión esconde muchas presuposiciones.

La industria farmacéutica es una de las respuestas más probables, pero ahí no queda la cosa. Las compañías farmacéuticas compiten entre ellas, y cada día surgen nuevas empresas. ¿Qué le impide a una empresa nueva comercializar esta presunta cura? ¿Y a los demás países? ¿Quién tiene el verdadero control de las investigaciones? La mayoría de las investigaciones básicas sobre el cáncer están financiadas por el gobierno y son los investigadores quienes las llevan a cabo en los laboratorios universitarios. ¿Cómo podría la industria farmacéutica controlarlas? Los artículos se publican en revistas de revisión por pares y los investigadores intercambian conocimiento de forma habitual. Cualquier cosa que se acercara a una cura sería el resultado de un trabajo de años de decenas de laboratorios, si no más.

Las empresas farmacéuticas solo participan en el último paso, en el que se coge un posible objetivo biológico y se desarrolla un fármaco factible. ¿Puede que sean los oncólogos quienes están detrás de todo? El argumento suele ser que quieren seguir teniendo pacientes. Pues bien, los hospitales y los médicos tampoco controlan las investigaciones. Dado que los objetivos de los investigadores son alcanzar la fama y obtener subvenciones, no les importa si los médicos ganan dinero o no. En cualquier caso, curar pacientes suele ser enormemente rentable. Dejar que se te mueran los clientes no es una buena estrategia a largo plazo. Cuando empiezas a tener en cuenta el sistema entero y a todas las personas e instituciones, cada una con sus motivos, la idea de que exista un «ellos» que lo controle todo para alcanzar sus malvados propósitos enseguida se vuelve absurda. Nadie tiene el poder de ocultar algo de la magnitud de la cura contra el cáncer.

Aunque por un lado los conspiradores son, por fuerza, extraordinariamente enormes y poderosos para poder sacar adelante todas estas elaboradas conspiraciones, por el otro también demuestran un asombroso grado de ineptitud al «exponerse» supuestamente ante los teóricos de la conspiración. Los conspiradores son de lo más eficientes cuando les conviene a los creyentes y de lo más descuidados cuando no les conviene. Por eso fingen haber enviado astronautas a la Luna y luego supuestamente dejan que un ventilador o una puerta abierta haga ondear la bandera y desvele que no se encuentra en el vacío.  En cuanto se adopta el relato conspiracionista, se convierte en el filtro a través del que se ve la realidad. El reconocimiento de patrones y la detección hiperactiva de agencia unen fuerzas para crear la tendencia a ver hechos inconexos como si estuvieran relacionados y con un agente desconocido detrás. Entonces, el sesgo de confirmación entra en juego. Cualquier hecho o acontecimiento, por muy aleatorio o inocente que sea, puede convertirse en una evidencia que respalde la conspiración. La caza de anomalías también asoma la cabeza. Todo lo que resulte mínimamente inusual o desconocido se convierte en una anomalía que demuestra la conspiración. Toda coincidencia forma parte del patrón.

Los teóricos de la conspiración también cometen el error fundamental de atribución, ya que imputan acciones deliberadas a los demás e ignoran los extravagantes detalles de la vida cotidiana. Los teóricos de la conspiración también hacen uso habitual de la falacia del ataque ad hominem (desacreditar al emisor). Si cuestionas su intrincada teoría, es que eres crédulo y careces de la percepción necesaria para ver los acontecimientos como lo que son. Si señalas los defectos lógicos y de contenido que presenta su argumento, no cabe duda de que formas parte de la conspiración: eres cómplice, partícipe de una campaña electoral o incluso miembro de los Illuminati. A menudo, las teorías de la conspiración también plantean argumentos de la ignorancia. Los teóricos señalan anomalías aparentes, coincidencias o detalles que no tienen sentido dentro de su limitada comprensión y explotan la estrategia del «yo solo pregunto». Si no eres capaz de explicarlo todo en un grado arbitrario de detalle, es que a la fuerza se trata de una conspiración.

Ellos no necesitan proporcionar evidencias que respalden la conspiración, sino que se pueden limitar a ir agujereando la versión estándar de los hechos. Los creyentes pueden aceptar teorías conspirativas que son mutuamente excluyentes. La creencia en el asesinato de la princesa Diana de Inglaterra se correlacionaba con la creencia de que fingió su propia muerte y sigue viva. La creencia en que Osama bin Laden ya estaba muerto cuando los marines SEAL llegaron a sus instalaciones se correlacionaba con la creencia de que sigue vivo. Toda conspiración es aceptable, incluso las que se contradicen entre ellas.

Para terminar, los teóricos de la conspiración emplean argumentos tautológicos, a menudo del tipo «¿Quién se beneficia?». Es razonable plantear esta pregunta cuando se está formando una hipótesis sobre un crimen auténtico. Sin embargo, los teóricos de la conspiración la presentan como evidencia para una conspiración determinada.

Todos los grandes sucesos dan lugar a vencedores y perdedores. Quienes llegan al poder o pueden haber obtenido un cierto beneficio a consecuencia de un suceso histórico no tienen por qué haberlo provocado. «No seas ingenuo —dirá el teórico de la conspiración—. Ganaron, así que por supuesto que lo provocaron.»

DEMASIADO GRANDE COMO PARA NO FRACASAR

Existe la probabilidad matemática de que una gran conspiración se destape desde dentro. Son demasiado grandes como para que no fracasen. La ideación conspirativa es la tendencia del individuo a creer que los sucesos y las relaciones de poder están sujetos a una manipulación secreta por parte de ciertos grupos y organizaciones clandestinas. Muchas de estas conjeturas ostensiblemente explicativas no son falsables, carecen de evidencias o son manifiestamente falsas y, aun sí, la aceptación pública sigue siendo elevada. Los empeños para convencer al público general de la validez de los hallazgos médicos y científicos pueden verse obstaculizados por este tipo de relatos, ya que pueden transmitir una sensación de duda o desacuerdo en campos en los que la ciencia está sólidamente establecida.

Cuando las conspiraciones crecen tanto que pasan a implicar a grandes grupos de personas en todo tipo de instituciones y a extenderse a lo largo de muchos años e incluso décadas, surgen dudas sobre su plausibilidad y la logística necesaria para orquestar y mantenerlas. Las grandes teorías conspirativas tienden a aumentar de tamaño y en complejidad hasta que se derrumban bajo su propio peso. ¿Qué probabilidad hay de que la conspiración falle desde dentro, es decir, que alguien que esté involucrado la destape lo suficiente, ya sea deliberada o accidentalmente, como para que fracase? Para poder elaborar un modelo matemático del fracaso de las grandes conspiraciones, hay que trabajar con distintos factores, entre ellos: cuántas personas tendrían que estar involucradas en la conspiración; cómo evoluciona dicho número de personas con el tiempo; y el promedio de fiabilidad que presenta cada individuo. A partir de ejemplos históricos se establece un intervalo de probabilidad y se utiliza en los cálculos el extremo del espectro que representa el grado máximo de fiabilidad para extraer la estimación más conservadora de la probabilidad del fracaso.

La variable sobre la evolución del número de conspiradores con el tiempo es interesante. En algunas teorías conspirativas, como la del alienígena que se obtuvo del platillo volador estrellado en Roswell, las personas involucradas fueron muriendo con los años, lo que merma el número de personas capaces de destapar la conspiración y, a su vez, la probabilidad del destape. Sin embargo, en el caso de otras conspiraciones, como la del encubrimiento de los supuestos riesgos «reales» de las vacunas, el listado de personas involucradas crecería de forma constante, porque esta conspiración no abarca un único suceso histórico sino investigaciones científicas en curso y sus correspondientes análisis de datos.

Hagamos un análisis en cuatro grandes conspiraciones: el engaño de la llegada a la Luna, la mentira acerca del cambio climático, la relación de las vacunas infantiles con el autismo y la cura oculta del cáncer. Para cada una de ellas hay que establecer una forma de estimar el número de personas que tendrían que estar implicadas necesariamente en la conspiración. En el análisis publicado por Grimes, en mi opinión, llega a unas cifras que son conservadoras, pero habrá quien diga que un pequeño grupo de personas bastaría para controlar el proceso. Yo disiento, especialmente en los casos en los que se manejan datos científicos. Cualquier científico con la formación adecuada puede acceder a los datos y extraer sus propios análisis. Para el caso de la llegada a la Luna, usó la cifra de empleo más alta a la que llegó la NASA en 1964, que eran 411.000 personas. Para el fraude del cambio climático, cogió el volumen de miembros de las organizaciones científicas que han respaldado la idea del calentamiento global antropogénico, que suman 405.000 personas. Para el caso de las vacunas cogió la cifra total de personas contratadas por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y por la Organización Mundial de la Salud: 22.000. (También podría haber incluido a los miembros de todas las organizaciones profesionales de pediatría.) Para la cura oculta del cáncer, usó el volumen de empleados de las empresas farmacéuticas más importantes, que ascendía a 714.000.

Evidentemente, estas cifras admiten pequeñas objeciones, pero en mi opinión, el orden de magnitud parece razonable, que es lo único que importa con respecto a este análisis. El modelo de Grimes predice que estas grandes conspiraciones fracasarían de forma intrínseca en unos cuatro años. Recordemos que está utilizando las estimaciones más conservadoras en materia de fiabilidad individual y de entrega a la conspiración. Si tomáramos los valores medios, las conspiraciones fracasarían mucho antes. Incluso si crees que se ha equivocado en un orden de magnitud de decenas de miles de personas, los resultados seguirían arrojando una probabilidad de fracaso elevada a los pocos años.

Las variables (fiabilidad, número de personas involucradas y la evolución temporal de dicho número) se pueden ajustar para generar curvas de fracaso a partir de este modelo. Si tienes varios miles de conspiradores altamente fiables, la probabilidad de fracaso en cuestión de décadas sigue siendo bastante elevada, el fracaso se acelerará a medida que crezca la conspiración o la fiabilidad disminuya. Resumiendo: las grandes conspiraciones solo pueden existir en un mundo de fantasía. Así lo sintetizó el autor Dean Koontz:

"Los cuerdos entienden que los seres humanos son incapaces de mantener conspiraciones a gran escala, porque algunos de los rasgos que más nos definen como especie son la falta de atención a los detalles, la tendencia a sentir pánico y la incapacidad de mantener la boca cerrada."

¿QUIÉN CREE EN LAS CONSPIRACIONES?

Aunque parece ser que todos llevamos dentro un pequeño teórico de la conspiración, no cabe duda de que hay un espectro en lo que se refiere a la tendencia a participar del pensamiento conspirativo. Existe un sesgo conspirativo, por así decirlo, y muchos somos al menos un poco propensos a él. La mayoría somos teóricos de la conspiración oportunistas. Tendemos a aceptar teorías conspirativas ad hoc cuando encajan con nuestras creencias. En el momento en el que esto resulta más patente es en el caso de las ideologías políticas. Por ejemplo, una encuesta de 2016 observó que el 17% de los votantes de Clinton creían que los correos electrónicos de la candidata a la presidencia de Estados Unidos hacían referencia a un entramado dentro de Washington que proporcionaba prostitución infantil a los políticos (la llamada conspiración «Pizzagate»), mientras que, entre los votantes de Trump, la cifra ascendía al 46%. Por otro lado, un sondeo de 2013 reveló que el 29% de los progresistas mostraban incertidumbre o creían que el gobierno de Bush permitió deliberadamente que ocurriera el 11S, en comparación con solo el 15% de los conservadores.

La posibilidad de que el gobierno esté encubriendo un ovni estrellado en Roswell (en total, el 21% de las personas lo creen) o si Paul McCartney fue asesinado en 1966 (un total del 5%), todo el espectro político presenta aproximadamente el mismo grado de creencia. Tampoco se observan diferencias políticas cuando se trata de ideología conspirativa básica, como la tendencia a pensar que existen fuerzas secretas y poderosas que controlan el mundo. No obstante, las mismas encuestas también reflejaron que un subconjunto de la población parece estar compuesto de teóricos generales de la conspiración, es decir, personas que creen en la mayoría de las conspiraciones independientemente de las implicaciones políticas. Creen en las teorías conspirativas como consecuencia de una tendencia general hacia el pensamiento conspirativo.

He aquí algunas de las teorías conspirativas más comunes en Estados Unidos, que inserto aquí por considerar los datos más fiables que en otras latitudes:

• El 20% del electorado cree que existe una relación entre las vacunas infantiles y el autismo; el 46%, no.

• El 7% del electorado cree que la llegada a la Luna fue un montaje.

• El 13% del electorado cree que Barack Obama es el Anticristo, incluido el 20% de los republicanos.

• El electorado está dividido en un 44-45% sobre si el presidente Bush engañó a la población intencionadamente sobre las armas de destrucción masiva de Irak. El 72% de los demócratas cree que Bush mintió sobre las armas de destrucción masiva, los independientes coinciden en un 48-45% y solo el 13% de los republicanos lo creen.

• El 29% del electorado cree que los alienígenas existen y están visitando la Tierra.

• El 14% del electorado dice que la CIA fue un actor clave en la creación de la epidemia de crack en las zonas marginales de Estados Unidos en la década de 1980.

• El 9% del electorado cree que el gobierno añade flúor al suministro de agua por razones perversas (no solo para la salud dental).

• El 4% del electorado dice creer que «las personas lagarto» controlan nuestras sociedades mediante la ostentación de poder político.

• El 51% del electorado dice que el asesinato de JFK fue producto de una conspiración, mientras que tan solo el 25% cree que Oswald actuó solo.

Parece ser que cualquier conspiración, por muy rocambolesca que sea, goza de una plataforma de adeptos de entre el 4 y el 5% constituida por los teóricos de la conspiración más acérrimos. También parece que la psicología básica juega un papel importante. Tendemos a presuponer que los grandes sucesos deben tener grandes causas. Sencillamente, no estamos cómodos con la idea de que un suceso mundial de gran envergadura y con enormes implicaciones históricas fuera perpetrado por un pirado solitario. Esto explica, en parte, por qué la mayoría sigue creyendo en la existencia de una conspiración para asesinar a JFK, (22 de noviembre de 1963), incluso a pesar de que ninguna evidencia real haya salido a la luz en cincuenta y siete años. Teorías conspirativas similares circularon durante décadas tras el asesinato de Lincoln, y hay teorías conspirativas sobre el intento de asesinato contra Ronald Reagan que siguen activas.

LA PSICOLOGÍA DE LAS CONSPIRACIONES

Los psicólogos Viren Swami y Rebecca Coles revisaron un conjunto de investigaciones sobre conspiraciones en su artículo «The Truth Is Out There» [La verdad está ahí fuera], publicado en 2010. En él hablan de que los primeros artículos sobre las teorías de la conspiración se centraban en la caracterización de las propias conspiraciones y no en las personas que las sostienen. Hacen referencia al «trascendental» artículo que Richard Hofstadter escribió sobre las teorías conspirativas en 1966, en el que las definía como la creencia en una «inmensa red conspirativa insidiosa y extraordinariamente efectiva diseñada para cometer acciones de carácter sumamente diabólico».

Es una buena síntesis. Pero los estudios más interesantes surgieron más adelante, cuando los investigadores empezaron a explorar la psicología de las personas que sostienen teorías conspirativas. En este aspecto, las ideas seguían un patrón histórico típico. Al principio, el pensamiento conspirativo se consideraba un tipo de psicopatología relacionada con la ideación delusoria paranoide. Más recientemente, se considera que el pensamiento conspirativo satisface unas ciertas necesidades psicológicas universales que pueden estar desencadenadas por factores circunstanciales.

En mi opinión, ambos enfoques son correctos, ya que parece haber un espectro de predisposición inherente al pensamiento conspirativo. Al mismo tiempo, existe una atracción universal hacia las teorías conspirativas y un tipo de situación en la que es más probable que surjan, incluso entre las personas más racionales. En la medida en que las teorías conspirativas satisfacen una necesidad de certeza, se cree que pueden alcanzar una aceptación más generalizada en los casos en los que las explicaciones convencionales contienen información errónea, discrepancias o ambigüedades . En este sentido, una teoría conspirativa contribuye a explicar dichas ambigüedades y proporciona una alternativa conveniente a vivir en la incertidumbre.

El deseo humano de explicar todos los fenómenos naturales —un impulso que incita a la investigación en muchos ámbitos— favorece al promotor de la conspiración en su afán por ganar aceptación pública. El pensamiento conspirativo surge del deseo de control y comprensión, y sus desencadenantes son la ausencia de dicho control o las informaciones ambiguas e insatisfactorias. El público no suele tener acceso a una información adecuada que explique los sucesos históricos (lo que constituye un factor circunstancial). Esto puede relacionarse con lo que se ha llamado «epistemología defectuosa», la cual se refiere a la tendencia a utilizar el razonamiento circular, los sesgos de confirmación y una lógica deficiente, todo ello combinado con la mencionada carencia informativa. El resultado es una teoría conspirativa popular que confiere a los sucesos un cierto sentido (aunque sea un sentido perverso).

El pensamiento conspirativo se correlaciona con sentimientos de aislamiento e impotencia, lo que encaja muy bien con la idea de que las teorías conspirativas son un intento patológico de adquirir una sensación de control. Una vez has atravesado el espejo de las teorías conspirativas, las convenciones normales sobre evidencia y lógica dejan de ser válidas. Lo único que sabes es que nada es lo que parece. La única forma de protegerte es entender el pensamiento conspirativo como un fenómeno, reconocer sus elementos y controlarte para no caer en ellos. No obstante, esta es una medida preventiva. Una vez has adoptado completamente el relato conspirativo, ya es demasiado tarde.

UN APUNTE FINAL

Esta es mi postura científica respecto a las teorías de las conspiraciones. Sin embargo, actualmente estamos inmersos en una situación totalmente nueva, un hito en la historia de la Humanidad, comparable, aunque menor, a períodos bélicos o pandemias globales de cualquier índole. Los acontecimientos que se están desarrollando a nivel político arrojan multitud de dudas, pues la política marca el rumbo de los acontecimientos, mientras la ciencia calla de manera más que sospechosa. Se dan muchas circunstancias para la creación de teorías conspiranoicas, y hay que entenderlo desde un punto de vista acientífico, porque las medidas que los gobiernos están tomando para luchar contra la Covid-19, especialmente en España, no dejan de ser erráticas y contradictorias. Cuando la política toma las riendas, en menoscabo de la ciencia, hay que ser escéptico, como buen científico. Y no inventar una teoría conspiranoica, sino exigir a los gobiernos explicaciones para sus decisiones, explicaciones que, como no puede ser de otra manera, vengan avaladas por documentación científica, a nivel universal, verificable y de máximo rigor.

                                                                                                                                                     © 2020 Javier De Lucas