RUBEN DARIO

BIOGRAFIA

Poeta nicaragüense, (Metapa 1867 - Le¢n (Nicaragua) 1916). Su verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento. Su familia era conocida con el mote de "los Daríos" por el apellido de un tatarabuelo y de ahí el apellido que le haría famoso. Separado muy pronto de sus padres, tuvo una niñez penosa que dejaría huellas en su producción poética.

Su educación corrió a cargo de un tío suyo, el coronel Félix Ramírez, quien se limitó a brindarle los primeros estudios en León. Cuando contaba sólo once años, ya había comenzado sus primeros trabajos como poeta y publicado algunas composiciones en un periódico local. Sus primeras inquietudes le llevan hacia un progresismo de cara a los problemas de América. En sus viajes por Chile y Argentina, entra en contacto con las nuevas tendencias poéticas y, a través de ellas, con la literatura francesa. Sólo tiene 21 años cuando alcanza su primer gran éxito con AZUL. En 1892 vino a España con ocasión del Centenario del descubrimiento de América y conoce a las principales figuras literarias. Vuelve en 1899, ya como un ídolo, y vive de cerca las amarguras del Desastre. Desde 1900 vive en París y en Madrid como diplomático, donde se inició en la nueva poesía francesa.

En 1913, enfermo y agotado por los múltiples excesos de su vida, se retiró algún tiempo a la Cartuja de Valldemosa (Mallorca), pero al estallar la 1ª guerra mundial regresó a Nicaragua, donde murió alcoholizado en 1916. Obras suyas son: PRIMERAS NOTAS, ABROJOS, CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA, EL CANTO ERRANTE... además de alguna novela e innumerables artículos periodísticos.


POEMAS ESCOGIDOS

LA GITANILLA

Maravillosamente danzaba. Los diamantes

negros de sus pupilas vertían su destello;

era bello su rostro, era un rostro tan bello

como el de las gitanas de Miguel de Cervantes.

Ornábase con rojos claveles detonantes

la redondez oscura del caso del cabello,

y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello,

tenía la pátina de las horas errantes.

Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras

las vagas aventuras y las errantes horas;

volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;

la gitana, embriagada de lujuria y cariño,

sintió cómo caía dentro de su corpiño

el bello luis de oro del artista de Francia.


QUE EL AMOR NO ADMITE CUERDAS REFLEXIONES

Señora, Amor es violento;

y cuando nos transfigura,

nos enciende el pensamiento

la locura.

No pidas paz a mis brazos,

que a los tuyos tienen presos;

son de guerra mis abrazos

y son de incendio mis besos;

y sería vano intento

el tornar mi mente obscura,

si me enciende el pensamiento

la locura.

Clara está la mente mía

de llamas de amor, señora,

como la tienda del día

o el palacio de la aurora.

Y el perfume de tu ungüento

te persigue mi ventura,

y me enciende el pensamiento

la locura.

Mi gozo tu paladar

rico panal conceptúa,

como en el santo Cantar:

Mel et lac sub lingua tua.

La delicia de tu aliento

en tan fino vaso apura,

y me enciende el pensamiento

la locura.


VENUS

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el oscuro cielo Venus bella, temblando, lucía

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía

que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

«¡Oh, reina rubia! díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia ti y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.


¡OH MISERIA!

¡Oh, miseria de toda lucha por lo infinito!

Es como el ala de la mariposa

nuestro brazo que deja el pensamiento escrito.

Nuestra infancia vale la rosa,

el relámpago nuestro mirar,

y el ritmo que en el pecho nuestro corazón mueve

es un ritmo de onda de mar,

o un caer de copo de nieve,

o el del cantar

del ruiseñor,

que dura lo que dura el perfume

de su hermana la flor.

¡Oh, miseria de toda lucha por lo infinito!

El alma que se advierte sencilla y mira clara-

mente la gracia pura de la luz cara a cara,

como el botón de rosa, como la coccinela,

esa alma es la que al fondo del infinito vuela.

El alma que ha olvidado la admiración, que sufre

en la melancolía agria, olorosa a azufre,

de envidiar malamente y duramente, anida

en un nido de topos. Es manca. Está tullida.

¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!


A PHOCAS, EL CAMPESINO

Phocas el campesino, hijo mío, que tienes

en apenas escasos meses de vida, tantos

dolores en tus ojos que esperan tantos llantos

por el fatal pensar que revelan tus sienes...

Tarda a venir a este dolor adonde vienes,

a este mundo terrible en duelos y en espantos;

duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los Santos,

que ya tendrás la vida para que te envenenes...

Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,

perdóname el fatal don de darte la vida

que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;

pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,

y te he de ver, en medio del triunfo que merezcas,

renovando el fulgor de mi psique abolida.


DE OTOÑO

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora

con aquella locura armoniosa de antaño?

Ésos no ven la obra profunda de la hora,

la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,

cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.

Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:

¡dejad al huracán mover mi corazón!


CARACOL

En la playa he encontrado un caracol de oro

macizo y recamado de las perlas más finas;

Europa le ha tocado con sus manos divinas

cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.

He llevado a mis labios el caracol sonoro

y he suscitado el eco de las dianas marinas.

Le acerqué a mis oídos y las azules minas

me han contado en voz baja su secreto tesoro.

Así la sal me llega de los vientos amargos

que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos

cuando amaron los astros el sueño de Jasón;

y oigo un rumor de olas y un incógnito acento

y un profundo oleaje y un misterioso viento...

(El caracol la forma tiene de un corazón.)


LO FATAL

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido, y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida, y por la sombra, y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos

ni de dónde venimos!...


DREAM

Se desgrana un cristal fino

sobre el sueño de una flor;

trina el poeta divino...

¡Bien trinado, ruiseñor!...

Bottom oye ese cristal

caer, y bajo la brisa

se siente sentimental.

Titania toda es sonrisa.

Shakespeare va por la floresta;

Heine hace un «lied» de la tarde...

Hugo acompaña la fiesta

«chez Thérèse»... Verlaine arde

en las llamas de las rosas,

alocado y sensitivo,

y dice a las ninfas cosas

entre un querubín y un chivo.

Aubrey Beardsley se desliza

como un silfo zahareño;

con carbón, nieve y ceniza

da carne y alma al ensueño.

Nerval suspira a la luna,

Laforgue suspira de

males de genio y fortuna...

Va en silencio Mallarmé.


BALADA EN HONOR DE LAS MUSAS DE CARNE Y HUESO

Nada mejor para cantar la vida,

y aun para dar sonrisas a la muerte,

que la áurea copa donde Venus vierte

la esencia azul de su viña encendida.

Por respirar los perfumes de Armida

y por sorber el vino de su beso,

vino de ardor, de beso, de embeleso,

fuérase al cielo en la bestia de Orlando,

voz de oro y miel para decir cantando:

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Cabellos largos en la buhardilla,

noches de insomnio al blancor del invierno,

pan de dolor con la sal de lo eterno

y ojos de ardor en que Juvencia brilla;

el tiempo en vano mueve su cuchilla,

el hilo de oro permanece ileso;

visión de gloria para el libro impreso

que en sueños va como una mariposa;

y una esperanza en la boca de rosa:

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Regio automóvil, regia cetrería,

borla y muceta, heráldica fortuna,

nada son como a la luz de la luna

una mujer hecha una melodía.

Barca de amor busca la fantasía,

no el yacht de Alfonso o la barca de Creso.

Da al cuerpo llama y fortifica el seso

ese archivado y vital paraíso;

pasad de largo, Abelardo y Narciso:

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Clío está en esa frente hecha de aurora,

Euterpe canta en esta lengua fina,

Talía ríe en la boca divina,

Melpómene es ese gesto que implora;

en estos pies Terpsícore se adora,

cuello inclinado es de Erato embeleso,

Polymnia intenta a Calíope proceso

por esos ojos en que Amor se quema.

Urania rige todo ese sistema:

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

No protestéis con celo protestante,

contra el panal de rosas y claveles

en que Tiziano moja sus pinceles

y gusta el cielo de Beatrice el Dante.

Por eso existe el verso de diamante,

por eso el iris tiéndese y por eso

humano genio es celeste progreso.

Líricos cantan y meditan sabios

por esos pechos y por esos labios:

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Gregorio: nada al cantor determina

como el gentil estímulo del beso;

gloria al sabor de la boca divina.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!


POEMA DEL OTOÑO

Tú, que estás la barba en la mano,

meditabundo:

¿has dejado pasar, hermano,

la flor del mundo?

Te lamentas de los ayeres

con quejas vanas;

¡aún hay promesas de placeres

en los mañanas!...

Aún puedes cazar la olorosa

rosa y el lis;

y hay mirtos para tu orgullosa

cabeza gris.

El alma ahíta cruel inmola

lo que la alegra;

como Zingua, reina de Angola,

lúbrica negra.

Tú has gozado de la hora amable

y oyes después

la imprecación del formidable

Eclesiastés.

El domingo de amor te hechiza;

mas mira cómo

llega el miércoles de ceniza:

Memento, homo...

Por eso hacia el florido monte

las almas van,

y se explican Anacreonte

y Omar Khayam.

Huyendo del mal, de improviso

se entra en el mal

por la puerta del paraíso

artificial.

Y no obstante, la vida es bella

por poseer

la perla, la rosa, la estrella

y la mujer.

Lucifer brilla. Canta el ronco

mar. Y se pierde

Silvano, oculto tras el tronco

del haya verde.

Y sentimos la vida pura,

clara, real,

cuando la envuelve la dulzura

primaveral.

¿Para qué las envidias viles

y las injurias,

cuando retuercen sus reptiles

pálidas furias?

¿Para qué los odios funestos

de los ingratos?

¿Para qué los lívidos gestos

de los Pilatos?

¡Si lo terreno acaba, en suma,

cielo e infierno,

y nuestras vidas son la espuma

de un mar eterno!...

Lavemos bien de nuestra veste

la amarga prosa;

soñemos en una celeste

mística rosa.

Cojamos la flor del instante;

¡la melodía

de la mágica alondra cante

la miel del día!...

Amor a su fiesta convida

y nos corona.

Todos tenemos en la vida

nuestra Verona.

Aún en la hora crepuscular

canta una voz:

«Ruth, risueña, viene a espigar

para Booz!...»

Mas coged la flor del instante,

cuando en Oriente

nace el alba para el fragante

adolescente.

¡Oh, Niño que con Eros juegas,

niños lozanos,

danzad como las ninfas griegas

y los silvanos!

El viejo tiempo todo roe

y va de prisa;

sabed vencerle, Cintia, Cloe

y Cidalisa.

Trocad por rosas azahares,

que suene el son

de aquel Cantar de los Cantares

de Salomón.

Príapo vela en los jardines

que Cipris huella;

Hécate hace aullar a los mastines;

mas Diana es bella;

y apenas envuelta en los velos

de la ilusión,

baja a los bosques de los cielos

por Endimión.

¡Adolescencia! Amor te adora

con su virtud;

goza del beso de la aurora,

¡oh juventud!...

¡Desventurado el que ha cogido

tarde la flor!...

Y ¡ay de aquel que nunca ha sabido

lo que es amor!...

Yo he visto en tierra tropical

la sangre arder

como en un cáliz de cristal,

en la mujer

y en todas partes la que ama

y se consume,

como una flor hecha de llama

y de perfume.

Abrasaos en esa llama

y respirad

ese perfume que embalsama

la Humanidad.

Gozad de la carne; ese bien

que hoy nos hechiza,

y después se tornará en

polvo y ceniza.

Gozad del sol, de la pagana

luz de sus fuegos;

gozad del sol, porque mañana

estaréis ciegos.

Gozad de la dulce armonía

que a Apolo invoca;

gozad del canto, porque un día

no tendréis boca.

Gozad de la tierra que un

bien cierto encierra;

gozad, porque no estáis aún

bajo la tierra.

Apartad el temor que os hiela

y que os restringe;

la paloma de Venus vuela

sobre la Esfinge.

Aún vencen muerte, tiempo y hado

las amorosas;

en las tumbas se han encontrado

mirtos y rosas.

Aún Anadiódema en sus lidias

nos da su ayuda;

aún resurge en la obra de Fidias

Friné desnuda.

Vive el bíblico Adán robusto,

de sangre humana;

y aún siente nuestra lengua el gusto

de la manzana.

Y hace de este globo viviente

fuerza y acción,

la universal y omnipotente

fecundación.

El corazón del cielo late

por la victoria

de este vivir, que es un combate

y es una gloria.

Pues aunque hay pena y nos agravia

el sino adverso,

en nosotros corre la savia

del Universo.

Nuestro cráneo guarda el vibrar

de tierra y sol,

como el ruido de la mar

el caracol.

La sal del mar en nuestras venas

va a borbotones;

tenemos sangre de sirenas

y de tritones.

A nosotros encinas, lauros,

frondas espesas;

tenemos carne de centauros

y satiresas.

En nosotros la vida vierte

fuerza y calor.

¡Vamos al reino de la Muerte

por el camino del Amor!


EL FAISÁN

Dijo sus secretos el faisán de oro:-

En el gabinete mi blanco tesoro,

de sus claras risas el divino coro,

las bellas figuras de los gobelinos,

los cristales llenos de aromados vinos,

las rosas francesas en los vasos chinos.

(Las rosas francesas, porque fue allá en Francia

donde en el retiro de la dulce estancia

esas frescas rosas dieron su fragancia.)

La cena esperaba. Quitadas las vendas,

iban mil amores de flechas tremendas

en aquella noche de Carnestolendas.

La careta negra se quitó la niña,

y tras el preludio de una alegre riña

apuró mi boca vino de su viña.

Vino de la viña de la boca loca,

que hace arder el beso, que el mordisco invoca.

¡Oh los blancos dientes de la loca boca!

En su boca ardiente yo bebí los vinos,

y, pinzas rosadas, sus dedos divinos

me dieron las fresas y los langostinos.

Yo la vestimenta de Pierrot tenía,

y aunque me alegraba y aunque me reía,

moraba en mi alma la melancolía.

La carnavalesca noche luminosa

dio a mi triste espíritu la mujer hermosa,

sus ojos de fuego, sus labios de rosa.

Y en el gabinete del café galante

ella se encontraba con su nuevo amante,

peregrino pálido de un país distante.

Llegaban los ecos de vagos cantares;

y se despedían de sus azahares

miles de purezas en los bulevares:

y cuando el champaña me cantó su canto,

por una ventana vi que un negro manto

de nube, de Febo cubría el encanto.

Y dije a la amada un día: -¿No viste

de pronto ponerse la noche tan triste?

¿Acaso la Reina de luz ya no existe?

Ella me miraba. Y el faisán cubierto

de plumas de oro: -«¡Pierrot, ten por cierto

que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!»


VESPERAL

Ha pasado la siesta

y la hora del Poniente se avecina,

y hay ya frescor en esta

costa que el sol del Trópico calcina.

Hay un suave alentar de aura marina

y el Occidente finge una floresta

que una llama de púrpura ilumina.

Sobre la arena dejan los cangrejos

la ilegible escritura de sus huellas.

Conchas color de rosa y de reflejos

áureos, caracolillos y fragmentos de estrellas

de mar forman alfombra

sonante al paso, en la armoniosa orilla.

Y cuando Venus brilla,

dulce, imperial amor de la divina tarde,

creo que en la onda suena

o son de lira o canto de sirena.

Y en mi alma otro lucero, como el de Venus, arde...


LA CARTUJA

Este vetusto monasterio ha visto,

secos de orar y pálidos de ayuno,

con el breviario y con el Santo Cristo,

a los callados hijos de San Bruno.

A los que en su existencia solitaria

con la locura de la cruz, y al vuelo

místicamente azul de la plegaria,

fueron a Dios en busca de consuelo.

Mortificaron con las disciplinas

y los cilicios la carne mortal,

y opusieron, orando, las divinas

ansias celestes al furor sexual.

La soledad que amaba Jeremías,

el misterioso profesor de llanto,

y el silencio, en que encuentran armonías

el soñador, el místico y el santo,

fueron para ellos minas de diamantes

que cavan los mineros serafines,

a la luz de los cirios parpadeantes

y al son de las campanas de maitines.

Gustaron las harinas celestiales

en el maravilloso simulacro,

herido el cuerpo bajo los sayales,

el espíritu ardiente en amor sacro.

Vieron la nada amarga de este mundo,

pozos de horror y dolores extremos,

y hallaron el concepto más profundo

en el profundo «De morir tenemos».

Y como a Pablo e Hilarión y Antonio,

a pesar de cilicios y oraciones,

les presentó, con su hechizo, el demonio

sus mil visiones de fornicaciones.

Y fueron castos por dolor y fe,

y fueron pobres por la santidad,

y fueron obedientes, porque fue

su reina de pies blancos la humildad.

Vieron los belcebúes y satanes

que esas almas humildes y apostólicas

triunfaban de maléficos afanes

y de tantas acedias melancólicas.

Que el Mortui estis del candente Pablo

les forjaba corazas arcangélicas,

y que nada podía hacer el diablo

de halagos finos o añagazas bélicas.

¡Ah, fuera yo de esos que Dios quería,

y que Dios quiere cuando así le place,

dichosos ante el temeroso día

de losa fría y Requiescat in pace!

Poder matar el orgullo perverso

y el palpitar de la carne maligna,

todo por Dios, delante el Universo,

con corazón que sufre y se resigna.

Sentir la unción de la divina mano,

ver florecer de eterna luz mi anhelo,

y oír como un Pitágoras cristiano

la música teológica del cielo.

Y al fauno que hay en mí, darle la ciencia

que al Ángel hace estremecer las alas.

Por la oración y por la penitencia

poner en fuga a las diablesas malas.

Darme otros ojos; no estos ojos vivos

que gozan en mirar, como los ojos

de los sátiros locos medio-chivos,

redondeces de nieve y labios rojos.

Darme otra boca en que queden impresos

los ardientes carbones del asceta;

y no esta boca en que vinos y besos

aumentan gulas de hombre y de poeta.

Darme unas manos de disciplinante

que me dejen el lomo ensangrentado;

y no estas manos lúbricas de amante

que acarician las pomas del pecado.

Darme una sangre que me deje llenas

las venas de quietud y en paz los sesos,

y no esta sangre que hace arder las venas,

vibrar los nervios y crujir los huesos.

¡Y quedar libre de maldad y engaño,

y sentir una mano que me empuja

a la cueva que acoge al ermitaño,

o al silencio y la paz de la Cartuja!


                                         ©Javier de Lucas