El 1 de febrero del 2003, ocurrió uno de los hechos más trágicos en la carrera espacial internacional: siete astronautas de la misión espacial del trasbordador ‘Columbia’ perdieron la vida. El ‘Columbia’ estalló sobre el estado de Texas,Estados Unidos, en el momento en que dicha nave reingresaba en la atmósfera terrestre, después de 15 días de trabajo en órbita terrestre.

La tripulación del ‘Columbia’ estaba constituida por siete miembros (incluyéndose el primer astronauta israelí): Rick Husband (comandante), Willie McCool (piloto), Dave Brown, Laurel Clark, Kalpana Chawla (especialistas de la misión), Mike Anderson (comandante de la carga de pago) y el astronauta israelí especialista Ilan Ramon.

          En un principio, y debido a los atentados del 2001, se desataron rumores sobre un posible ataque terrorista debido a la presencia del astronauta israelí, pero posteriormente se ha descartado esta hipótesis. Ello es debido a que la tragedia sucedió a una altura que no pueden alcanzar misiles lanzados desde tierra por personas individuales. De hecho, sería más fácil que un misil se lanzase contra el avión presidencial de los EEUU que contra el trasbordador.

A partir de ese momento comenzó una ardua investigación para intentar averiguar las causas de la tragedia: Investigación que todavía no ha concluido. Según las grabaciones estudiadas, el día del lanzamiento, una pieza de un escudo aislante del tanque externo se desprendió durante el despegue y aparentemente golpeó el ala izquierda del trasbordador.

Los responsables de la misión revisaron los vídeos del despegue y concluyeron que el incidente no constituía un problema de importancia. De hecho, esto ha sucedido en algunas otras misiones sin mayores consecuencias. Es por ello que en un principio los investigadores del accidente no creían que hubiese una conexión entre estos dos sucesos, pero con el paso del tiempo se han considerado todas las posibles hipótesis.

Se estudiaron todas las posibles causas del accidente y se encontraron tres posibles escenarios para explicar este suceso:

El primero que se barajó fue un problema aerodinámico en el trasbordador. Éste pudo haber sido causado por encontrarse en un ángulo incorrecto a su reentrada en la atmósfera terrestre. Cuando se produce la reentrada, el trasbordador desciende sin emplear energía, por lo que los astronautas no pueden compensar los problemas de posición empleando motores, deben hacerlo con los alerones, lo que resulta extremadamente difícil.

La segunda explicación que se consideró como causa del desastre fue la pérdida de las losetas externas que protegen al trasbordador de las altas temperaturas en la reentrada a través de la atmósfera. La primera indicación de este problema fue la pérdida de los sensores de temperatura en el ala izquierda a las 14:53, siete minutos antes de perder el contacto con la nave.

En los segundos y minutos posteriores se produjeron otros problemas, incluyendo la pérdida de los indicadores de presión en el neumático izquierdo y otras indicaciones de excesivo calentamiento estructural.  La tercera y última opción propuesta fue algún fallo en los motores. Aunque el combustible sobrante de éstos se expulsa al alcanzar la órbita terrestre, es posible que algún resto aún permaneciese en los tanques de combustible; pero posiblemente no el suficiente como para producir una explosión.

Justo antes de la pérdida de las comunicaciones, tanto los astronautas como los controladores de la misión recibieron una señal de advertencia de la presión del neumático del tren de aterrizaje. En ese momento el ‘Columbia’ se hallaba a 63 Km. de altura y volando a una velocidad de 20.000 Km/h. Tras informar a la tripulación del problema, se escuchó una respuesta entrecortada desde el orbitador y el contacto se perdió de repente. A pesar de los intentos de restablecer el contacto, fue imposible recibir ninguna transmisión desde el ‘Columbia’.

Mientras tanto, los observadores situados en Texas, que estaban viendo el descenso del trasbordador en el cielo, pudieron observar cómo varios trozos se separaban de la estela del ‘Columbia’. Algunos de los testigos explicaron que el efecto era muy similar al observado en el vídeo en el que la estación espacial ‘Mir’ reentraba en la atmósfera terrestre. Poco después se escuchó una explosión acompañada por otras más pequeñas.

Al desintegrarse el ‘Columbia’ de esa manera se esparcieron por varios kilómetros sus piezas, cuyos tamaños oscilaban entre unos pocos milímetros y varios centímetros. Fue necesario advertir a los ciudadanos de que debían tener cuidado con las posibles piezas que se encontraran. Además de ser tóxicas por la presencia de combustible residual podían reportar importante información sobre las causas del accidente. La cantidad de residuos que generó este accidente fue visible incluso en imágenes meteorológicas de radar.

        Uno de los primeros efectos de este desastre, fue que el trabajo en futuras misiones espaciales del trasbordador ha sido cancelado indefinidamente. Como respuesta a esta comunicado, Rusia expresó sus temores de que se produjera un colapso en su propio programa espacial, pues no cuenta con suficientes recursos como para mantener ella sola a la Estación Espacial Internacional. Actualmente es la única nación que puede enviar tripulación y carga al complejo. Ahora mismo se espera que con la colaboración de Europa y Japón no se frene el proyecto.

Según se ha averiguado posteriormente, en el año 2001 la NASA había considerado retirar el trasbordador espacial ‘Columbia’ debido a ajustes en los presupuestos. El orbitador más antiguo de la flota había experimentado algunos problemas de ingeniería durante su prolongada carrera, que comenzó con las primeras misiones del shuttle hace más de veinte años. Sin embargo, se cree que nada de esto está relacionado con el fatal desenlace.

El ‘Columbia’, cuyo peso de 90 toneladas superaba al de las otras naves de la flota, no había atracado nunca en la Estación Espacial Internacional. La decisión de mantenerlo en funcionamiento procuró asegurar el cumplimiento de las misiones de vuelo programadas. Tristemente el ‘Columbia’ se perdió justo una semana después del aniversario de otros dos desastres del programa espacial americano: el 17 aniversario de la explosión del trasbordador ‘Challenger’ el 28 de enero y el 36 aniversario del fallecimiento de tres astronautas en unas pruebas finales de la misión del ‘Apollo 1’ el 27 de dicho mes.

En días posteriores se publicaron informes de la NASA que detallaban los últimos minutos de vuelo. Al parecer el trasbordador sufrió un incremento de temperatura muy elevado en su parte izquierda y a continuación y de manera inesperada giró repentinamente hacia la derecha, aunque este giro se encontraba dentro de los parámetros de error permitidos. La temperatura del ala izquierda y del tren de aterrizaje se incrementaron entre 20º y 30° en cinco minutos. Un minuto más tarde la temperatura de la parte izquierda aumento 60°, cuatro veces más rápido que en la parte derecha.

A continuación el ordenador de control del trasbordador, que controla el shuttle mientras desciende envuelto en calor a través de la atmósfera, intentó compensar el calor excesivo en el ala izquierda girando la nave hacia la derecha. Esto puede tomarse como una indicación de la ausencia de una loseta protectora contra el calor o bien de la pérdida de la misma. Sin embargo, después de todas las investigaciones, no se encuentra una causa concreta del accidente, aunque todo parece indicar que los problemas comenzaron en el ala izquierda, debido a un fallo estructural o un problema de vuelo. Durante la investigación posterior, la NASA informó que de haber sabido el desenlace trágico de la misión STS-107- la opción de una reparación del ‘Columbia’ por su propia tripulación era imposible.

Dos de los astronautas que participaron en la misión estaban entrenados para realizar paseos espaciales e incluso contaban con trajes espaciales. De todos modos, un paseo espacial sólo se habría realizado en el caso de un problema en el funcionamiento del material de la carga de pago. La NASA no consideró que pudiesen producirse situaciones de emergencia, por lo que decidió no incluir un equipo de autopropulsión para dar a los astronautas autonomía de movimiento en el espacio. Además, el ‘Columbia’ no contaba con el brazo robótico Canadarm1 para que los astronautas se situasen en éste y pudiesen efectuar reparaciones, ni para poder realizar observaciones de la parte baja del trasbordador. En cualquier caso, tampoco existían losetas térmicas de repuesto, ya que no suelen causar problemas en otras misiones.

La idea de que los astronautas pudiesen refugiarse en la Estación Espacial Internacional tampoco era viable, ya que esta misión se realizó en una órbita muy diferente a la de la ISS y cambiar su órbita requeriría mucho combustible. Además, la posibilidad de enviar otro trasbordador al encuentro con el ‘Columbia’ hubiese sido una tarea extremadamente difícil, ya que la preparación de un lanzamiento suele llevar unos cuatro meses.

Después de meses de investigaciones, se ha considerado que el daño producido a las losetas térmicas debido a un golpe con un resto del aislante del tanque externo es la razón principal del accidente, ya que la fragilidad de las losetas ha sido un problema para la NASA desde que se lanzó el primer trasbordador. De hecho, estudios realizados en 1990 sugerían que las losetas eran vulnerables a un golpe producido durante el lanzamiento, algo que sucedió en noviembre de 1987 (pero sin consecuencias) y que obligó a la NASA a realizar mejoras de estos componentes del trasbordador. Sabiendo el tamaño del bloque que chocó contra el ala izquierda del trasbordador, la velocidad del mismo y otros parámetros, las simulaciones informáticas realizadas muestran que no hay razones para que este incidente acabe produciendo la destrucción del vehículo en la reentrada. Los ingenieros piensan que debe haber otro problema que se ha escapado a la atención de los expertos.

El transbordador espacial Columbia debe su nombre a un barco que, capitaneado por Robert Gray, en 1792 se internó por vez primera en un gran río, que ahora lleva su nombre. Con este barco y este capitán, los estadounidenses dieron su primera vuelta al mundo. El nombre de Columbia, personificación femenina de EEUU, está derivado del apellido Colón.

 COLON Y COLUMBIA

Cristobal Colón fue ese loco al que se le ocurrió cruzar la Tierra en dirección contraria a la que establecían los cánones. Colón fue un obstinado que empeñó años en convencer a alguien para que subvencionara un viaje imposible. Colón fue ese mentiroso que descontaba millas recorridas a su tripulación. Colón fue ese irresponsable que abandonó a parte de sus hombres para justificar el regreso. Colón fue ese terco que empeñó sus cuatro expediciones en encontrar un paso al otro lado de las nuevas tierras.

Colón era un enamorado del mar y no estaba interesado en la tierra firme. Ayer, como hoy, los cronistas, los clérigos, los panaderos, los herreros, los zapateros, los granjeros se pudieron preguntar por qué Isabel la Católica malgastaba el dinero de la Corona en hacer feliz a un pobre infeliz. ¿Acaso no existían problemas más acuciantes en Castilla?

En nuestros días, la aventura de Colón se cuenta como uno de los grandes hitos de la Humanidad. Se relatan minuciosamente sus expediciones, y las tantas otras (y los tantos otros) que le siguieron. Su descubrimiento cambió el rumbo de la Historia. Nadie se pregunta si valía la pena. Ahora, quinientos años después, la hazaña se contempla con perspectiva. Por el contrario, hoy, como ayer, son muchos los que se preguntan si vale la pena el dinero invertido en la exploración espacial. ¿Acaso no hay gente muriendo de hambre en África? O de frío en EEUU. Pero dentro de 500 años, los mismos que nos separan de Colón, ¿verán que la inversión realizada en la conquista del espacio era un desperdicio de dinero? ¿O quizás nadie planteará esa cuestión por obvia y absurda?

¿Ha sido suficiente la cobertura informativa en España del desastre del Columbia? Puedo aceptar que el público español no esté suficientemente sensibilizado, como el estadounidense, acerca de la exploración espacial. Sin embargo, sí espero de los profesionales de los medios que valoren los acontecimientos en su justa medida. El accidente del Columbia va a obligar a los políticos estadounidenses, europeos y rusos a replantearse la exploración espacial tripulada. Se nos plantean preguntas importantes. ¿Vale la pena correr el riesgo? ¿Existen soluciones más seguras, aunque cuesten más? ¿Vale la pena una estación espacial poco versátil? ¿Qué queremos hacer en el espacio? Estamos, por tanto, en un punto de inflexión. Pero este acontecimiento no ha merecido igual espacio informativo que problemas tan históricos como los devaneos varios de famosetes o futbolistas.

Desde que los últimos estadounidenses volvieron de la Luna, estamos inmersos en la Edad Media Espacial. Los cohetes no son más potentes que el Saturno V. Los astronautas no han hecho nada que no hicieran durante la década de los 60 y 70. Las sondas espaciales, tras el Gran Tour de los 80, son más bonitas, más rápidas y más baratas, pero solo recorren el camino abierto por las Voyager y Pioneer.

Tras el desastre del Challenger, los ingenieros de la NASA construyeron un nuevo transbordador, reforzaron la seguridad en el resto de unidades activas y continuaron con su plan de vuelos tripulados, sin mayores cambios. Los transboradores fueron diseñados originalmente para poner en órbita satélites a un coste menor que los cohetes, pero fracasaron en ese objetivo. La construcción de la Estación Espacial Internacional ha servido para justificar los altos costes de mantenimiento de la flota de transbordadores. Ahora, las lanzaderas, la Estación Espacial y el Congreso estadounidense arrastran a la NASA en una espiral presupuestaria de difícil salida.

Por tanto, la disyuntiva a la que se enfrenta en estos momentos la administración norteamericana es, o cerrar el programa tripulado, dado que los objetivos actuales no justifican el enorme costo humano; o realizar una apuesta más fuerte, más segura y con más recursos. También se podría continuar como si nada hubiera pasado, pero esa carta ya la jugaron con el Challenger. Si la NASA cancela su programa tripulado, la Estación Espacial quedaría gravemente herida. Es posible que el resto de países, especialmente europeos y rusos, quisieran continuar, pero no es probable que los estadounidenses quieran ceder el liderazgo en ese terreno (aunque me temo que, justo en ese terreno, nunca lo han tenido).

En el caso de impulsar el programa espacial, caben varias velocidades. La más lenta, desarrollar un vehículo más seguro que reemplace a los transbordadores. La más rápida, embarcarse seriamente en la conquista de Marte, en un plazo de 10 a 15 años.  El físico Robert Park y el astrofísico real Marten Rees opinan que el retorno científico que ofrecen las sondas es mucho mayor que el realizado por los vuelos espaciales tripulados. Cierto es que la NASA vende a los transbordadores y la estación espacial como laboratorios científicos, aunque la mayor parte del retorno es tecnológico. En ese sentido, es reprochable que se estén poniendo en peligro vidas humanas cuando no hay nada especial en juego. El precio a pagar está resultando excesivo.

Al contrario, sí parece justificada la exploración espacial tripulada. No por el retorno científico. Pisar la Luna en condiciones tan precarias fue sin duda un acto temerario. Tan temerario como viajar a las Indias por el Occidente. Pero el eco de Armstrong aún vibra con intensidad en nuestra sociedad y su pisada aún está fresca en nuestras memorias. Tan intensa como la hazaña de Colón.

                                                                                                                          Javier de Lucas