EL DESTINO DEL PLANETA

 

Cualquier tentativa de comprender cuál será el destino de la Tierra debe partir de unas razonables previsiones sobre el aumento de la población mundial. La razón de esta premisa es muy evidente: a medida que aumente el número de habitantes del planeta las reservas disponibles quizá no sean suficientes. Establecer cómo y cuánto aumentará la población es, pues, tanto más necesario en un momento en el que, como sucede hoy, se piensa que la explosión demográfica creará enormes problemas en lo relacionado con el abastecimiento de alimentos, de energía, de vivienda y de puestos de trabajo.

Se puede anticipar desde ahora mismo que en los próximos cincuenta años dos fenómenos serán particularmente importantes: la duplicación de la población de la Tierra y el hecho de que este aumento se concentrará casi exclusivamente en los países en vía de desarrollo, o sea en los países más pobres. Pero todo esto no es sólo una muestra de la excepcionalidad de la época que nos disponemos a vivir. Es bastante probable, por ejemplo, que la duplicación del número de habitantes a la que se asistirá en el próximo medio siglo sea el último acto de la larga historia del género humano.

Su velocidad (cincuenta años es un período de tiempo más bien breve en la vida media de un hombre) y las particulares condiciones en que se desarrollará el fenómeno lo convierten, además, en unacontecimiento absolutamente único, irrepetible y cargado de angustiosas incógnitas. La cultura, la tecnología y la organizaciónpolítica de los hombres no se han visto nunca abocadas a afrontar y resolver un problema de estas dimensiones en períodos de crisis. Todo hace pensar, en una palabra, que en este caso la historia no dejará ninguna alternativa: la posibilidad de evitar una duplicación de la población a lo largo del año 2050 parece ser inviable.

La edad del hombre

¿Cuántos años tiene el hombre? Los especialistas no lo saben todavía a ciencia cierta. Fijan una fecha de nacimiento demasiado vaga: de cinco a diez millones de años. Para ser más exactos hay que decir que a aquel período pertenecen algunos descubrimientos que hacen pensar en la existencia del hombre. O, más bien, de algún ser que no era animal y que, probablemente, comenzaba a ser un individuo capaz de moverse conscientemente en la naturaleza. De lo que no cabe duda es que este individuo se comportó durante un largo período de tiempo poco más o menos como un depredador, tomando de su entorno todo lo que estaba al alcance de su mano,  en materia de alimentación y de reservas energéticas.

Hasta mucho más tarde, apenas hace diez mil años, el hombre no descubre la agricultura y da vida a los primeros asentamientosestables, fijos, y las primeras formas de organización política y social. Con la difusión del cultivo y el nacimiento de las ciudadesempieza a crecer la población mundial. Durante mucho tiempo, prácticamente hasta la irrupción de la civilización industrial, crece aun ritmo muy lento: algo menos del uno por ciento al año. Tendríanque pasar varios siglos para alcanzar la duplicación.

Cuando el hombre descubre la agricultura, es decir, hace diez mil años, los habitantes del planeta eran muy escasos: se estima que unos cien mil, más o menos la población de una ciudad moderna de medianas dimensiones. Los primeros mil millones de habitantes no se alcanzan hasta una época muy próxima a la nuestra: el 1800. Cincuenta años antes, en 1750, empieza la expansión de la civilización industrial, el fenómeno que originará el futuro crecimiento de la población mundial y un profundo e irreversiblecambio en las costumbres.

Pero, ¿por qué la civilización industrial (las fábricas, los nuevosproductos, las ciudades de grandes dimensiones) lleva a un aumento tan rápido de la tasa de crecimiento de la población? La respuesta no es difícil. La difusión del conocimiento científico conduce a una conclusión muy evidente: la disminución de la tasa de mortalidad trae consigo una más acelerada multiplicación del número de habitantes sobre el planeta. La aplicación de los conocimientos científicos a los procesos productivos hace crecer a un ritmo aún mayor la disponibilidad de productos alimenticios, ya que la agricultura puede servirse de fertilizantes y antiparásitos que aumentan el rendimiento diez, veinte y hasta treinta veces. La humanidad llega a poder contar con una considerable reserva alimenticia. Una misma cantidad de terreno puede alimentar ahora a un número mayor de personas. El hambre empieza a desterrarsey, más tarde, a desaparecer por completo hasta ser sólo un recuerdo, al menos en grandes zonas de la Tierra e incluso en continentes enteros.

La civilización industrial conlleva una mayor difusión de los medicamentos y las vacunas contra enfermedades que antaño daban lugar a epidemias que periódicamente exterminaban a millones de personas. Por otro lado aparecen «novedades» aparentemente banales, como el jabón, que proporciona una vida más higiénica, más limpia y, por tanto, menos expuesta a las enfermedades peligrosas. En resumen, el hombre, a partir de la difusión de la civilización industrial, se puede considerar mejornutrido, más cuidado y más pertrechado contra las enfermedades que habían hecho estragos entre sus antepasados.

Las consecuencias, en lo que se refiere a la población, no se hacen esperar: en 1930, la humanidad alcanza los dos mil millones de habitantes. En poco menos de ciento treinta años se duplica el número de habitantes de la Tierra: por el contrario, los primeros mil millones de habitantes se habían «acumulado» a lo largo de cinco a diez millones de años. Entretanto, la civilización industrial da nuevos pasos adelante. Después del carbón se halla el modo de aprovechar el petróleo, lo que contribuye a acelerar el proceso de crecimiento. La segundaduplicación se produce en muy poco tiempo: a fines de 1975 la población de la Tierra alcanza los cuatro mil millones de habitantes. Esta duplicación, de dos a cuatro mil millones, ha requerido sólo cuarenta años frente a los ciento treinta que fueron necesarios para pasar de uno a dos mil millones. En los doce años siguientes a 1975, mil millones más se han añadido a la población del planeta.

La próxima duplicación

En menos de dos siglos el tiempo requerido por la población mundial para duplicarse se ha reducido a dos tercios. Si este ritmo continuara acelerándose, en el año 2000 el número de habitantes de la Tierra hubiera tenido que ser de diez mil millones. Pero no ocurrió así. Estudios recientes consideran que esta cifra no se alcanzará hasta el año 2050 aproximadamente. Es decir, poco más de sesenta años después de la última duplicación. ¿A qué se debe este imprevisto «frenazo» en el aumento de la población? Parece ser que sólo hay una razón: nos encontramos frente a una disminución de la tasa de natalidad tanto en los países ricos como en los más pobres. Evidentemente, ha bastado una cierta difusión de la actividad económica, del comercio mundial y de la asistencia médica y social para hacer menos fuerte la necesidad de procrear.

No olvidemos que la alta natalidad de los países pobres se explica sobre todo por razones de orden económico: al no existir en estos países formas organizadas de asistencia social, los hijos se consideraban el único apoyo de la vejez. Al ser muy elevada la tasa de mortalidad, se suponía que trayendo muchos hijos al mundo al menos uno sobreviviría para poder ayudar a sus progenitores envejecidos y sin posibilidad de valerse por sí mismos. Apenas la situación económica se hace menos agobiante y se difunden las distintas alternativas de asistencia social, la necesidad de procrear se reduce sensiblemente. En los países más ricos, la tasa de natalidad es hoy día muy baja y en algunos se tiende claramente a una disminución de la población más que a un aumento (ya bastante contenido).

Viejos y jóvenes

Si la tasa de natalidad en los países más pobres está disminuyendo a causa del relativamente mayor bienestar, sería bastante lógico excluir la posibilidad de una duplicación de la población mundial y pensar que ésta se estabilizará un poco por encima de su valor actual, algo más de ocho mil millones. Sin embargo no es así. Estudios recientes destacan el hecho de que la población en los países más pobres es muy joven: la media de edad se sitúa alrededor de los quince años frente a una media de edad que en los países ricos casi alcanza los cuarenta años. Los habitantes de los países más pobres son, en su mayor parte, muchachos.

Baste este hecho para comprender que a pesar de la eventual introducción en estas zonas de métodos de control de la natalidad, es difícil impedir el crecimiento de la población, por otro lado muy acelerado. El control de la natalidad no es compatible con un vacío institucional y social. Para ser eficaz presupone una cierta difusión de los métodos de control higiénico y sanitario. Las primeras consecuencias de estas medidas serían las de provocar una inmediata disminución de la mortalidad, hoy muy frecuente, la elevación de la edad media y el aumento, en gran medida, de la población. Posteriormente y poco a poco se manifestaría la acción del control de la natalidad. Si se hace uso de la medicina para limitar el número de futuros nacimientos, es inevitable que esta misma medida se utilice primero para prolongar la vida de la población existente. Al principio, pues, se producirá un claro aumento del número de habitantes (porque morirán menos) y sólo más tarde disminuirá el crecimiento (porque nacerán menos).

Los fenómenos demográficos, para ser modificados, requieren por lo general no algunos años, sino decenas de años. Ésta es la razón, precisamente, por la que los expertos sostienen que no será posible evitar una duplicación, o quizá dos, de la población en los países más pobres. Sus habitantes pasarían así de los actuales a doce mil millones. Paralelamente, los habitantes de los países ricos aumentarían mucho menos, pasando de los actuales a alrededor de los mil millones y medio. En total, la población mundial debería estabilizarse alrededor de los trece o catorce mil millones de habitantes. Todo esto, sea como sea, requerirá más de cincuenta años.

Ricos y pobres

En 1950 vivían en los países más ricos, más industrializados, alrededor del 34% de la población mundial. Una tercera parte ocupaba las zonas de recursos económicos escasos y dos tercios poblaban el resto del planeta en condiciones de extrema pobreza. Con el paso del tiempo y el progreso de la economía y la civilización industrial, la verdad es que la situación no cambió mucho, sino más bien al contrario. Se calcula que en 1975 sólo el 28% de la población mundial vivía en las zonas más desarrolladas. En el año 2000 la población mundial alcanzó los 6,3 mil millones de habitantes, lo que supuso un aumento neto de 2,3 mil millones. El crecimiento, en relación a 1975, a apenas veinticinco años de distancia, fue superior al 50%. Pero, ¿dónde viven estos 2,3 mil millones de seres de más? Cinco mil millones de personas habitan en los países más pobres y sólo 1,3 mil millones en los más ricos.

Si tenemos en cuenta los datos actuales, 8000 millones de habitantes, no es difícil deducir que en la última década del siglo el aumento de la población en las zonas más desarrolladas será muy bajo, mientras que el de las zonas menos desarrolladas es prácticamente del 50% del total. En términos porcentuales, en el año 2000 habitaban en los países ricos el 20% de la población, mientras que en los pobres residían el 80% de los habitantes del planeta. En los siguientes cincuenta años, el aumento de la población se moderará sensiblemente: la Tierra contará con sólo 3,7 mil millones de habitantes más (frente al crecimiento de 3,8 mil millones de habitantes del período 1950-2000). Y será así a pesar de contar con una «base de lanzamiento» muy amplia: 6,3 mil millones de habitantes en el año 2000 frente a los apenas 2,5 de 1950.

En resumen, en los poco más de 60 años comprendidos entre el año 1987 y el 2050 la población de la Tierra experimentará la siguiente transformación: se duplicará el número de habitantes, que pasará de cinco a diez mil millones; el aumento afectará sobre todo a los habitantes de los países pobres (que pasarán de cuatro a ocho mil quinientos millones, más del doble), mientras que los países ricos crecerán tan sólo en un 50% (de mil millones a mil quinientos); en consecuencia, este desequilibrio en la tasa de crecimiento hará que mientras en los años 70 casi un tercio de la población mundial vivía en las zonas ricas y los otros dos tercios en las pobres, a mediados del siglo que viene menos de una sexta parte (el 15%) vivirá en los países industrializados mientras el resto (82%, más de las cuatro quintas partes) vivirá en los países más pobres.

El boom de África

Las cifras que hemos esbozado hablan por ellas mismas y dejan entrever muy a las claras el tipo de problemas que se deberá afrontar en el próximo medio siglo. Quizá habría que añadir a lo dicho anteriormente que en este período, casi sin temor a equivocarnos, los países más pobres accederá a un mayor nivel de calidad de vida mientras que los ricos deberán contentarse con un incremento del bienestar más lento que el experimentado en el pasado. Las diferencias, en cada caso, serán muy marcadas. Luchar contra ellas no será una empresa fácil, y por otro lado no podrá ser acometida, y de hecho no lo será, hasta bien entrado el año 2050. El mundo deberá aceptar la convivencia entre una reducida minoría (mil millones trescientas mil personas) asentada en las zonas ricas y una población casi siete veces superior (ocho mil ochocientos millones) concentrada en las zonas menos afortunadas.

Es posible, para hacer aún más evidente el fenómeno, trazar un mapa pormenorizado de cómo crecerá la población. África pasará a los ochocientos setenta millones de habitantes en el año 2000 y a 1,8 mil millones en el 2030. Asia y Oceanía (excluyendo Japón), pasarán de los 3,6 millones en el año 2000 y más de cinco mil millones en el 2030. África, pues, tendrá un número de habitantes casi tres veces superior al actual, mientras que los países en desarrollo de Asia y Oceanía casi doblarán su población.

Por el contrario, los habitantes de los países industrializados de Occidente, incluyendo Japón, pasarán de los actuales a casi novecientos millones en el 2030. Los países de Europa centro-oriental y Rusia pasarán de los actuales a quinientos millones en el 2030. En total, en los países industrializados, en el 2030 se rozará la cifra de mil cuatrocientos millones de habitantes. África, Asia y Oceanía, en el 2030 superarán los 6,9 mil millones. Si se tienen en cuenta algunas áreas marginales (no contempladas aquí) y el hecho de que algunos países que hoy se cuentan entre los pobres pasarán a la categoría de países ricos se llega a la conclusión ya anticipada al principio: en el 2030 tendremos mil cuatrocientos millones de personas en los países más desarrollados de la Tierra y casi siete mil quinientos millones en el resto.

A dónde va el planeta

La población está destinada a crecer en el curso de los próximos años. Nadie podrá impedir este proceso. Por consiguiente, la Tierra será invadida por un auténtico «segundo planeta», en lo que se refiere al número de habitantes, al que habrá que proporcionar casas, trabajo, alimentos, energía y las demás cosas que dignifican la vida del hombre. Paralelamente, la reserva energética más conocida y tradicional, y también la más cómoda, el petróleo, está a punto de acabarse, sin que el hombre, como había ocurrido siempreen el pasado, tenga a su disposición una nueva fuente con la que nutrir su desarrollo. La Tierra se halla frente a lo que suele definirse como el problema de la «transición cuesta arriba»: debe, pues, encontrar la manera de adaptarse a las nuevas condiciones, impidiendo entretanto la degradación de la vida y de la convivencia ciudadana.

Para llevar a cabo todo esto el hombre sólo puede contar con las reservas provenientes de cinco distintas revoluciones tecnológicas, los nuevos materiales y los nuevos espacios. Cada una de ellas puede facilitar, en diversa medida y en conjunción con las demás, la tarea de recorrer los próximos años. Todas estas tecnologías presentan diferentes dificultades. Es difícil, sobre todo, mantenerlas interrelacionadas de modo que los diversos avances, en una u otra tecnología, se estructuren orgánicamente.

En particular, salta a la vista que el problema más grave es el de la energía. Si se pudiera disponer de grandes cantidades sería bastante fácil sortear los obstáculos, pero precisamente la energía es hoy uno de los terrenos más marcados por la incertidumbre. Algunas tecnologías, como la nuclear, podrían resolver los problemas frente a los que se encuentra la humanidad, sin embargo existe una gran hostilidad a que sea utilizada e incluso los ambientes más responsables manifiestan una cierta cautela, debida a los riesgos que comportan las centrales nucleares, aun en el caso de que se tomaran las medidas de seguridad necesarias. Por otra parte, algunas tecnologías, como las solares, no están aún preparadas para satisfacer las crecientes y urgentes necesidades de energía de la población mundial.

Si no se puede disponer de energía en cantidades suficientes, el mundo que quede excluido de su uso será aún más injusto y violento que el actual. Parece absurdo que haya tantas cosas que dependan de unos barriles de petróleo o de unos vagones de carbón más o menos, pero esto se debe a la poca atención que se prestó al problema en el pasado. Los avances en las energías renovables son encomiables, pero escasos. El mundo actual es consecuencia lógica de un tiempo pasado en el que sí se podía contar con abundantes e incesantes reservas de energías. El hecho de que haya que afrontar ahora este problema, que nunca se había planteado en el pasado, coloca todas las cuestiones referentes a la vida del hombre en una dimensión diferente y en una perspectiva insólita. Insólita pero no por eso menos real.

Hagamos un experimento

Se toma una hoja de papel milimetrado y se marcan, en horizontal, los diez mil años que han precedido a la época actual y los diez mil que seguirán. Luego se marca, en vertical, el número de habitantes de la Tierra en cada período y las previsiones futuras. El gráfico resultante es muy curioso y bastaría para explicar por sí solo muchas de las angustias modernas.

En efecto, se verá que, en los próximos diez mil años, la población tiende a estabilizarse entre los diez y los doce mil millones de habitantes (frente a los ocho nil actuales). Prácticamente una línea horizontal. Pero el pasado también está representado por una línea similar, naturalmente en un nivel más bajo. Durante siglos y siglos la población de la Tierra fue escasa y no aumentó. La explosión demográfica, la destinada a disparar el número de habitantes de algunos centenares de millones a doce mil millones, está concentrada en un espacio muy reducido: una especie de «escalón» en el gráfico, de apenas trescientos años, tres siglos.

Si se mira el eje vertical, es decir, el del movimiento de la población, el mundo actual se encuentra a menos de la mitad del «escalón»: cuenta con ocho mil millones y medio de habitantes y probablemente llegará a los diez o doce. En lo que se refiere al tiempo, por el contrario, ya se han avanzado dos tercios del «escalón»: dentro de cincuenta años la población mundial habrá alcanzado los diez mil millones de habitantes y, al cabo de unos decenios más, los once o doce mil millones. Una cantidad destinada a permanecer inalterable muchos siglos, quizá siempre.

Los hombres suelen pensar que la época en la que viven es excepcional, única e irrepetible y, desde luego, si lo piensan también ahora no se equivocan. El gráfico demuestra que el aumento de la población en la Tierra no es un fenómeno constante y permanente natural. Todo lo que a este respecto deba y pueda suceder se situará dentro de los trescientos años de los que se ha hablado más arriba. En torno a este «escalón», antes y después, hay siglos y siglos, casi una eternidad de quietud.

Es un poco como si la humanidad se encontrase dentro de un vehículo que de pronto acelera, aumenta su velocidad de manera casi inimaginable tras milenios de calma y ante otros tantos milenios de calma. En estas condiciones no hay que asombrarse si el mundo parece cargado de contrariedades, tensiones y angustias, abrumado por el peso de problemas mayores que él. Cuando se sufren semejantes aceleraciones a pesar de estar preparados, casi biológicamente, para una vida más tranquila, no es fácil tener las ideas claras.

Entre el año 1950 y 1987, el número de habitantes de la Tierra se había duplicado ya, pasando de dos a cinco mil millones. En los treinta y siete años que van de 1950 a 1987 se tuvo que hacer sitio en la Tierra a dos mil millones de nuevos habitantes; al llegar al año 2050 habrá que hacer sitio a un doble número de personas. Algo así como si a un automóvil subieran primero dos personas, más tarde cuatro y luego, ocho. Obviamente, la segunda duplicación presenta unas dificultades desconocidas para el primero.

Quizá porque por primera (¿y última?) vez en su historia la Tierra se enfrenta a una gravísima situación energética. Los precedentes aumentos de población fueron paralelos a avances tecnológicos que garantizaban abundantes reservas de alimentos, materiales y energía. Actualmente no sucede lo mismo. Empieza a advertirse una preocupante escasez de energía y de otras reservas y la mayor parte de los estudios llevados a cabo indican que la situación no va a cambiar en el curso de los próximos cuarenta o cincuenta años.

Si se pudiera disponer de toda la energía necesaria a un precio razonable, todos los problemas de este mundo podrían simplificarse y, quien sabe, incluso resolverse. Con un mayor volumen de energía sería posible lograr un mayor rendimiento de la tierra cultivada, cultivar zonas nuevas, explotar nuevos materiales, extraer agua limpia y dulce del mar, hacer más agradable la vida en muchos aspectos, hacer avanzar a regiones enteras que hoy están en la miseria o por debajo de los límites de la pura supervivencia. Quedaría por resolver, es cierto, el gran problema de la posterior contaminación del planeta, de preservar el clima y de no degradar el medio ambiente más de lo que ya se ha degradado. Pero todo esto podría resolverse con la ayuda de las modernas tecnologías.

Desgraciadamente, se trata en su mayor parte de sueños porque no existe, ni quizás exista nunca, la energía necesaria, razón por la cual los próximos cincuenta años serán dificilísimos. Se cuenta con las nuevas tecnologías, que pueden contribuir a vencer el desafío del «segundo planeta»; pero no todo es tan sencillo: una cosa es tener a punto las tecnologías y otra aplicarlas, calar a fondo en los procesos productivos y la sociedad.

                                                                                                                                

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