A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.

Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del Colt del héroe solitario.

Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas faltas de ortografía!

EL CARNAVAL DE LOS VIEJOS HÉROES

UNO

Hacía tanto calor que hasta los perros se guarecían bajo los porches, exponiendo lo menos posible sus cuerpos a los implacables rayos del sol. La calle estaba desierta, polvorienta y amarilla, y la vieja iglesia mejicana, construida a la manera española como vestigio de colonización, era el único edificio a cuya puerta dormitaban un par de individuos mestizos, de blancas ropas y anchos sombreros de paja.

Las casas, en su mayoría de adobe y ladrillo a partes iguales, se disponían en una hilera de manera que el pueblo estaba constituido por una sola calle, cuyo final lo marcaba la vieja iglesia.

El calor sofocante parecía calcinar el polvo, los tejados de las casas y a aquella hora era improbable que nadie se aventurase a salir sin exponerse a ser víctima de aquellos feroces rayos.

Ni siquiera los mejicanos, habituados al clima, daban señales de vida, y tan solo dos, acurrados uno junto al otro en el pórtico de la iglesia, dormitaban plácidamente, tal vez porque aquel era el único sitio donde podían hacerlo gratuitamente.

Uno se llamaba Juan y el otro Pedro.

Juan fue el primero que vio al hombre, y Pedro fue el último. Por eso ellos son los únicos que conocieron a fondo la historia, la extraña historia que empezó cuando aquel hombre, a lomos de un potro de fina estampa, se quitó el sombrero, se pasó una mano por la frente para secarse el sudor y contempló, desde los ojos grises, aquel perdido pueblo. Lo primero que Juan observó fue su larga estatura, el pelo blanquecino y las arrugas que surcaban su rostro. Era un hombre casi viejo, pero sin embargo algo había en él que inspiraba respeto, quizá miedo. Juan se preguntó si serían sus ojos, fríos como un glaciar, de un color metálico y durísimo, o su revólver, un “Colt” del 38, que pendiendo de una funda muy baja se dibujaba a la izquierda del hombre.

Juan tardó en reconocerle. Fue cuando sus ojos se encontraron, en aquel preciso instante, cuando le vio en toda su magnitud. Había cambiado mucho, tanto que hasta para un observador nato hubiera resultado difícil reconocerle. Pero a pesar del tiempo transcurrido, del pelo blanco y el rostro marchito, estaban aquellos ojos inconfundibles, los más duros que jamás se vieron en la frontera, y aquel revólver, el mismo que causara sensación diez años atrás.

Juan puso un gesto de extrañez y susurró:

-         ¡Link Marvin¡ Ha vuelto… Link Marvin ha vuelto…

Nadie lo oyó, ni siquiera su compañero que dormitaba junto a él. Nadie oyó aquellas palabras, el nombre famoso que pronunciaron como un símbolo, y nadie puso atención en la llegada del hombre, que lentamente cruzaba la única calle.

Link Marvin, lentamente, acercó el caballo al porchado y desmontó, atando las riendas a un poste. Tenía las botas cubiertas de polvo, la cara sombreada por una barba de varios días y el pelo largo, que le asomaba por detrás del sombrero perdiéndose en el cuello. Ahora la boca le parecía tan áspera que apenas podía tragar, y sus ojos buscaron la casa, pequeña y blanca, que algo separada de las demás estaba casi frente a él. Dio media vuelta y en dos zancadas cruzó la calle, levantando una nube de polvo. Luego subió al porche, abrió la puerta sin llamar y se introdujo en la casa.

Una sensación agradable, de frescura le invadió, y la oscuridad fue también algo que hizo bien al jinete. Se quedó un momento quieto, intentando penetrar en las tinieblas, ver la habitación que ya conocía, pero que ahora no vislumbraba. Y sin embargo percibió el olor. Para un hombre que vive del peligro, cualquier sensación es fundamental. Sabía quién estaba allí, quién le estaba mirando con sus grandes ojos negros, con su rostro moreno y bellísimo, como él lo recordaba y que había tanto tiempo no veía. Link Marvin cerró los ojos y esperó oir la voz, dulce y tranquila, de aquella mujer que le miraba.

-         Link… has vuelto

Las palabras flotaron el aire, llenándole de melodía, de una sensación de paz. Marvin se preguntó cuánto tiempo hacía que no sentía aquello.

Avanzó unos paso, casi a tientas, hasta que vio la cabellera negra, suelta y ondulada de la mujer. Y vio sus ojos, tan grandes como antes, tan profundos y tan bellos, y entonces se quedó quieto, y su rostro tomó la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.

-         Clara… - susurró.

Se había abrazado a él, suavemente, escondiendo el rostro en su pecho y dejando que las lágrimas cayesen por sus mejillas, mansamente.

Link Marvin movió la mano para encender un farol de petróleo pero ella se lo impidió.

-         No, Link. ¿para qué quieres verme ahora? He cambiado, he envejecido tanto que ya no me reconocerías.

-         Como tú a mí, Clara – contestó débilmente Link Marvin.- Veinte años dejan una huella demasiado visible.

Ella, sin embargo, no le oía.

-         Esperaba este momento, Link –dijo- Todas las noches te estaba esperando, mirando hacia la entrada del pueblo por donde tú te fuiste aquel día… pidiendo a Dios noche tras noche que regresaras, mientras se me iba pasando la juventud…

No quería que él la viese. Por eso hundía su rostro en el pecho del hombre, temerosa de encontrar sus ojos.

-         Sufriste mucho, Clara – dijo lentamente Link Marvin estrechándola contra sí. – Sufriste mucho y bien sabe Dios lo que yo también padecí. Hoy es distinto. Con el tiempo los hombres no se vuelven viejos, se vuelven malos. La vida nos hace fieras, y yo soy una fiera que lucha por la vida… hace veinte años me dejé aquí, junto a ti, el corazón y créeme que a fuerza de acostumbrarme he olvidado lo que es eso.

Link Marvin hablaba, y era cierto que sus palabras reflejaban su pensamiento. El hombre cansado de vivir, el eterno luchador enfrentado siempre a la muerte sintió, sin embargo, que aquel encuentro era algo que siempre había escapado a su férrea voluntad.

La sensación que le embargó aquel fugaz instante, tanto tiempo olvidada y creída muerta, le había llenado de un remoto mar de confusión.

-         Link, has vuelto… ahora, que es demasiado tarde.

Link Marvin, el pistolero, el hombre duro de las manos rápidas, se sintió distinto. Allí, en aquella habitación, se vio dominado por una ola de ternura, de felicidad, que jamás creyó volver a sentir. Su boca buscó con ardor la de la mujer, y por un momento creyó soñar. Se sintió joven y bueno, y sintió asco de sí mismo. Luego se recobró. Se deshizo del abrazo y dijo:

-         ¿Y Bob?

Seguía con los ojos cerrados, pero ya era dueño de sí mismo. Esperó a que ella hablara, con su voz cantarina, dulce, que nunca podría olvidar.

-         Él fue distinto, Link – dijo- cuando tú te fuiste hace veinte años, más de uno dijo que le vieron llorar… pero siguió aquí siendo nuestro sheriff, formó su hogar y vivió feliz… hoy le jubilan por la edad, Link.

Eso cogió desprevenido al pistolero. “Hoy le jubilan por la edad”. Vio a Bog Galea, el hombre más rápido de toda Nevada recibiendo una palmada de un joven que le dice “Suerte, viejo, a vivir ya sin preocupaciones”, y entonces miró sus manos. Aquellas famosas manos que hicieron furor en la frontera y que ahora temblaban, como las de un anciano.

Link Marvin sintió entonces ansia de matar, de demostrar al mundo que el tiempo no contaba para él. De asombrar, de confundir a todos como antes, como aquel día en que él y Bob Galea limpiaron a tiros el pueblo de Salt Lake. O como el día en que él y Bob Galea atraparon a Corbett y a su banda en Amarillo. O cuando Galea y él, o él y Galea, frieron a balazos a “Fish” Allison y sus hombres., en la frontera de Nuevo Méjico. O cuando… Podía seguir recordando eso y mucho más, pero sus recuerdos le torturaban más que hacerle bien. Ahora oyó las palabras que alguien pronunció, veinte años atrás en aquel mismo pueblo, y que él escuchó:

“Pobre Galea. Desde que se separó de Link Marvin y se hizo sheriff de San Carlos, la banda de Wilt Mecco no deja de buscarle. Esta tarde llegan, y es posible, que sea el fin de Bob Galea”.

Recordó cómo se escondió cuando Mecco y sus dos hombres, se enfrentaron a Bob. Cómo oyó las palabras del sheriff a alguien que, espantado al ver tres enemigos contra uno, preguntó: “¿Dónde va, sheriff? “Al carnaval” contestó. “Me invitan a una fiesta de carnaval y he de asistir. Lo único que siento es que a Link Marvin no le hayan dado invitación”.

Pero Marvin estaba allí. Salió disparando su “Colt” del 38, y juntos, una vez más, vencieron. Después…

Link Marvin apartó bruscamente los recuerdos, como si con las manos pudiera hacerlo. Allí, en la oscuridad se veía impotente para rechazarlos, y se apoderaban de él sin darle tregua. Las sombras le vencían, en ellas se sentía débil y viejo, y por eso las odiaba con todas sus fuerzas cuando éstas le embargaban en las noches sin luna.

La pregunta que pugnaba salir de sus labios le hacía daño en la garganta, le quemaba casi, como si el tiempo se hubiera parado y los sentimientos fueran los mismos. Al fin habló trémulamente:

-         ¿Y Marge?

Clara entornó los ojos, tal vez con amargura o tal vez con cansancio.

-         Murió – dijo- y le dejó a Bob dos hijos. Link y Marge. Link Galea es el nuevo sheriff, hoy, de San Carlos.

“El bueno de Bob… le puso Link a su hijo, como me lo prometió”.

-         Debe ser un muchacho – dijo Marvin con voz ronca – Ni siquiera tendrá veinte años.

-         Pero aseguran que es un gran tirador. Como lo fue su padre en sus años mozos, o como lo fue Link Marvin, su eterno compañero.

Ahora todo había cambiado. Se sentía incómodo en aquella pequeña habitación y sintió la necesidad de salir. Dio la espalda a Clara, a la oscuridad, a sus recuerdos, abrió la puerta y murmuró sin volverse:

-         Adiós, Clara. Algún día nos volveremos a ver.

Y Clara, allí sola, siguió esperando.

DOS

Link Marvin cruzó la calle al compás de sus largas piernas, y de un salto alcanzó el porchado. No había nadie en todo él, y después de cerciorarse, echó a andar hacia el Saloon, que estaba diez casas más abajo.

Sus pasos resonaban en la madera con un crujido lastimero, y eso tan solo bastó para desviar del momento la imaginación del pistolero. Allí estaba Link Marvin andando por el porchado, con una estrella en el pecho, y allí estaba, junto a él, Bob Galea con la insignia nueva de sheriff, dispuestos como siempre a batirse codo a codo contra los fuera de la ley. Marvin-Galea, o Galea-Marvin, rurales, detectives, agentes, soldados, tiradores, pistoleros, alguaciles, y siempre juntos, hasta veinte años atrás, el mismo día en que Marge…

Luego Link Marvin, el hombre duro de las manos rápidas, se fue. Marvin, el pistolero, huyó de allí y nadie supo porqué, después de tantos años, abandonó a su mejor amigo. Y después… ¿qué pasó después? ¿qué fue de Link Marvin sin Bob Galea a su lado?

Veinte años solo, con un revólver en la izquierda y una herida dentro del pecho. Los hombres se vuelven fieras, devoran a quien se enfrentan y terminan devorándose ellos mismos. Ahora Link Marvin se reía estúpidamente de su propia vida, de él mismo, y sentía una morbosa delectación al despreciarse.

Fue en ese momento cuando sonó aquella vocecilla:

-         Link Marvin. Tú has vuelto.

No había nada frente a él ni a su espalda. En el suelo, a sus pies, estaba un viejo cuyos ojos le miraban fijamente.

-         ¿Quién eres? ¿Cómo me conoces?

El viejo seguía mirando, tan directamente que Marvin se estremeció. Había algo en él que le desconcertaba.

-         Mi nombre es Carlos – contestó- y tus zancadas son inconfundibles para aquel que hace del oído su gran sentido.

Aquel viejo estaba ciego, y tenía una barba blanca y larga como una cascada de nieve. Link Marvin preguntó:

-         ¿Sabes dónde puedo encontrar al sheriff Robert Galea?

Y el viejo contestó con unas extrañas palabras:

-         El pueblo festeja su jubilación con una gran comida en el Saloon. Pero no le vendas, amigo. La vida se portó mejor con él que contigo, y aunque tú sufriste más en esta vida aún puedes ganar un tesoro en el cielo.

El pistolero achicó los ojos, incrédulo, y agarró de la camisa al mendigo:

-         ¿Qué dices loco? ¿Qué sabes tú?

El ciego, sin embargo, mantuvo idéntica su expresión, entre dura y beatífica:

-         Atrás Marvin. Aún estás a tiempo. Descansa, viejo héroe, lo necesitas.

Link Marvin sintió primero sorpresa y luego furia. Al fin soltó al ciego, bruscamente, y se alejó.

     Loco… - solo dijo.

El Saloon no era el de antes. Este era nuevo, tenía una fachada llena de colorines y unos grandes batientes pintados de dril. Sin embargo, se parecía al antiguo, y en realidad, San Carlos entero no había cambiado. En veinte años era sorprendente lo poco que cambian las cosas y lo mucho que lo hacen las personas.

Link Marvin empujó con mano firme las puertas, y vio ante él una enorme mesa donde más de cincuenta comensales se apiñaban en estático silencio. Sus ojos grises barrieron la estancia, desde la semioscuridad donde se encontraba y no podía ser visto, y se detuvieron bruscamente, con tremenda excitación, en el hombre corpulento que presidía, en pie, toda la mesa.

Aquel anciano era Bob Galea, el que fue primer gatillo de Nevada. Desvió la mirada un instante, buscando caras conocidas que no lograba encontrar. Miró al suelo, cerró los ojos, sintió vergüenza y enseguida se recobró. Luego, más tranquilo, con aplomo, levantó la vista y contempló a Bob Galea. Su rostro tenía la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.

-         Fuimos uña y carne, amigos. Jugamos juntos todas las bazas, llevamos los mismos triunfos y siempre ganamos – decía en ese momento Bob Galea – Marvin y Galea fueron uno solo, invencibles, la más perfecta sociedad que jamás existió.

Hablaba con esfuerzo y estaba visiblemente excitado. Sus ojos cansados, sus temblorosas manos, ¿qué había sido de aquel temible pistolero?. Ahora más bien parecía un viejo ranchero acaudalado, con un prominente estómago y su levita.

-         Link Marvin fue mi mejor amigo, el hombre más rápido que conocí con un revólver en la mano. Nadie supo nunca quien fue, en realidad, más rápido: Marvin o Galea.

Hubo un murmullo de aprobación, de interés por las palabras del homenajeado, que en el clásico discurso seguía ostentando la estrella de cinco puntas. Alguien, en ese instante, se levantó. Marvin reconoció a Dexter, un experto jugador.

-         Yo presencié la lucha que sostuvieron contra Mecco y sus hombres. Galea salió solo, y aseguró que iba a una fiesta de carnaval. Mecco se confió y entonces salió Marvin. ¡Santo Dios, cómo disparaba¡ Wilt Mecco se debió romper por una docena de sitios… Luego Link Marvin se fue y no supimos nada de él. Robert Galea fue nuestro sheriff durante veinte años, fundó su hogar y fue uno más de nosotros. Fue un héroe para este pueblo, y ahora que le llega el momento de descansar es Link Galea, su hijo, el que con más derecho llevará la estrella y la estirpe de su padre.

Unos gritaron y otros aplaudieron. Todos estaban con el viejo sheriff, como el pastor protestante, cuyos gritos sobresalían de los demás.

Link Marvin miraba fijamente al hijo de Galea, como intentando descubrir un parecido que no veía. El joven en pie, correspondió a los saludos y abrazó a su padre, mientras poco a poco cesaba la algarabía. Entonces Bob Galea se aclaró la voz, impuso silencio y siguió hablando, como un viejo capitán a sus soldados:

-         Amigos, los hombres nacen, viven para bien o para mal, y mueren. Hay algunos que pasan por la vida de manera vulgar, fugaz y sombría. Nadie repara en que viven, y muy pocos les recuerdan cuando mueren. No voy a hablaros de mí, porque ya me conocéis, porque la vida me dio cuanto pedí y ahora, al final, aunque me siento viejo, también soy feliz y no añoro nada del pasado. Sin embargo, yo sé que un hombre cuando mire hacia atrás, verá su máximo deseo deshecho, y es de ese hombre, el único que admiré en toda mi vida, de quien voy a hablaros. La historia es sentimental, y nunca antes la referí. Al hombre todos le conocisteis. En este día, en que la estrella me pesa y el revólver se me hace extraño, en este día quisiera con toda mi alma tener junto a mí a dos personas queridas, los protagonistas de esta historia, mi mujer, Marge, y mi mejor amigo: Link Marvin.

Descansó un instante para tomar un vaso de agua. En el fondo, en un ángulo invisible, estaba Link Marvin con los ojos cerrados y un nudo en la garganta.

-         Hace veinte años Link y yo llegamos a San Carlos, y decidimos ocupar los puestos de la ley por una temporada. No teníamos dinero, y el pueblo necesitaba sheriff desde que Wilt Mecco liquidó al anterior. Entonces conocimos a una chica: se llamaba Marge y era la criatura más maravillosa que jamás conocimos. Creo que nos enamoramos de ella al mismo tiempo. Después de pasarnos la vida con el revólver en la mano, nos sorprendimos de aquella reacción. Marvin y Galea no habían tenido nunca un problema de aquella clase. Estaban desconcertados. Y los dos la queríamos con todas nuestras fuerzas. Pienso ahora que fui egoísta, que acaso traicioné aquella amistad por el amor de Marge, pero vi en ella todo lo que un hombre pudo soñar encontrar en una mujer. Marvin también. Link Marvin, el hombre frío y sin nervios, se volvió distinto por ella. Al principio no sabía mis sentimientos; un día me dijo: “Bob, esta vez me caso… te quedas sin guardaespaldas, amigo”. Luego se dio cuenta. No pude evitarlo, porque saltaba a la vista, y un día comprobó que yo también la quería. Entonces, amigos, Link Marvin, que había encontrado la única mujer de su vida, la dejó. Hizo algo tan grande por mí, que nunca lo podré olvidar; su salida de San Carlos fue la despedida del hombre más extraordinario que jamás conocí.

Se quedó mudo, de repente, mientras los demás le miraban poniendo toda su atención. Incluso su hijo, ganado por la confesión, estaba pendiente de sus palabras.

Era conmovedor ver a aquel viejo luchador con los cansados ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas recordando el paso y poniéndose sentimental.

Link Marvin, entonces, estaba pálido, pero su expresión era dura y sombría. “La vida se portó mejor contigo, Bob” pensó, y sus ojos se achicaron, buscando los de su viejo amigo. Robert Galea alzó la copa, se pasó un brazo por la cara y chilló:

-         ¡A la salud del nuevo sheriff¡ ¡ Por la juventud, amigos míos¡

Y bebió, como todos los demás, puestos en pie como un solo hombre y emocionados ante la despedida.

Faltaban tan solo ocho horas para que Bob Galea dejara de ser el sheriff, y Link, su hijo, se prendiese en el pecho aquella placa que nunca se humilló en veinte largos años.

-         ¡Saludos para Link Galea¡ - exclamó Dexter con su copa en alto- ¡Brindo porque desde mañana imponga la paz que su padre siempre impuso, y porque Dios le de fuerzas para ahuyentar de San Carlos a indeseables y pistoleros¡

-         - … como Charly Giardella¡ - remató una voz.

Link Galea, centro ahora de la reunión bebió un buen trago.

Recibió felicitaciones, abrazos y consejos de toda índole. Era evidente que el chico estaba orgulloso de su padre, como en realidad todos lo estaban. Por eso dijo:

-         No os preocupéis. Yo echaré de aquí a Giardella si se le ocurre poner los pies en el territorio, como mi padre lo hizo con Mecco, con Shivers, con Runnt…

Bob Galea rió, animoso, y consultó su reloj de bolsillo.

-         Bueno, amigos- dijo después-. Esta tarde me veréis la estrella en el pecho por última vez. Es hora de trabajar. En la oficina del sheriff mantiene su revólver preparado vuestro viejo sheriff.

Fue entonces cuando sonó la voz. Aquella voz tan conocida en todo el Sudoeste, en toda la frontera, la voz del hombre famoso de las manos rápidas.

-         Entonces disponte a usarlo, Bob,: Charly Giardella viene hacia acá.

TRES

-         No te metas en esto, hijo – dijo simplemente Bob Galea-. Yo soy el sheriff de San Carlos aún, y por tanto el único responsable de lo que aquí ocurra. Yo me enfrentará a Giardella, aunque sea lo último que haga en esta vida.

Sólo había cuatro hombres en la oficina del sheriff, aunque un buen número de ellos se agolpaba en la puerta, mirando con expectación a través del cristal. La noticia había corrido por todo el pueblo como reguero de pólvora, y había ansiedad en los rostros de los ciudadanos. El sheriff, su hijo, el ranchero Abel Grant y Link Marvin estaban enfrentados a un delicado asunto.

-         Tú no puedes salir – decía Grant al hijo del sheriff-. Eres inexperto para enfrentarte a un pistolero de la talla de Giardella…

-         ¡Pero mi padre no es el de antes – gritó colérico el muchacho.- ¿Es que no se dan cuenta?

Robert Galea sonrió.

-         Defendí la ley veinte años seguidos sin un fallo. ¿Por qué habría de fallar ahora? No temas, chico. Charly Giardella se irá, o se quedará aquí hasta que se pudra.

El joven Galea bajó la cabeza.

-         Mañana tú serás el sheriff- dijo Abel Grant – Entonces, tú tendrás que jugarte el tipo, y no tu padre. ¿Comprendes?

-         ¿Por qué?¿Es que no se dan cuenta que es absurdo? Bob Galea fue el número uno de Nevada, pero hace mucho tiempo de ello… ¡abran los ojos¡

Link Marvin miraba al sheriff y supo lo que iba a contestar.

-         Estás perdiendo el tiempo, muchacho.

Pero el otro insistió. Se plantó frente a Grant y escupió:

-         Cobarde. No le importa la vida de un hombre que lo dio todo, pero sí la del que aún puede ofrecerle su revólver.- Se volvió bruscamente y dijo

-          – Déjame, padre. Déjame salir a mí.

Abel Grant se había quedado asombrado, mientras Link Marvin contemplaba la escena familiar con evidente escepticismo.

-         Marvin ha dicho que Giardella viene con un solo hombre, y que su objetivo son los ornamentos de la Iglesia – contestó el sheriff bruscamente-. Aparecerán por la salida norte del pueblo, y yo les esperaré en medio de la calle. Quiero que nadie, absolutamente nadie, salga de su casa. ¿Entendido? La calle completamente desierta. Esa es mi orden.

Abel Grant salió de la estancia y dialogó unos instantes con los congregados ante la oficina. No hizo falta mucho para convencerles: en un minuto la calle se había quedado solitaria, como si el solo nombre de Charly Giardella bastase para lograrlo.

El silencio se había apoderado de todo el lugar. Un silencio hosco, repentino, como la propia noticia de la arribada de Giardella al pacífico pueblo.

Bob Galea se estaba preguntando qué significaba en realidad aquello. Un suceso más, el último a su cargo de defensor de la ley, o la gran prueba, la definitiva de su vida. También pensó si sus conciudadanos tomarían aquello por una simple labor del sheriff o se darían cuenta de quién era ya Galea, y de lo que sería capaz de hacer.

Link Marvin fumaba en silencio, y sus ojos se clavaban en la entrada del pueblo. El rostro curtido, los ojos grises ni siquiera se movieron, ni su expresión cambió cuando las palabras salieron de sus labios:

-         Ahí está Giardella. Y Lane le acompaña.

El joven Galea se volvió como una flecha, y sus ojos, a través del cristal, contemplaron la calle desierta y a los dos hombre que descabalgaban a la entrada del pueblo. Le pareció que aquello no era San Carlos, el tranquilo pueblo que conocía, que todo había cambiado definitivamente y que su vida tomaba un nuevo rumbo. Se preguntó si era valiente o era joven, si pensaba luchar para sí mismo o para los demás. Le pareció subyugador y a la vez temerario tomar una crucial decisión por sí mismo.

Pero no pensó. Era joven, y no pensó. En ese instante se creyó en el deber, en la obligación de demostrar quién era el hijo del sheriff. Por eso giró y dijo:

-         Saldré padre. Tanto si quieres como si no.

Luego sintió un fuerte dolor en la nuca. Vio sombras y luces durante un momento, después nada. Cayó al suelo sin un gemido cuando ya Marvin guardaba el revólver con cuya culata había abatido al hijo del viejo sheriff. Bob Galea nada dijo. Miró a su viejo camarada, a su amigo, pero nada dijo.

Miró su reloj, se despojó de la chaqueta y comprobó la cilindrada de su revólver.

Su viejo amigo. Allí estaba, frente a él, y fue cierto que Bob Galea se sintió más joven.

Veinte años más joven.

Sabía la respuesta antes de preguntar, pero sin embargo se creyó en la necesidad de hacerla. La emoción le embargaba, la extraña sensación que le dominaba y que le hacía vacilar era nueva, sin embargo, y en ella encontró Galea su verdadera edad.

La edad del miedo.

A Galea le pareció que Link Marvin no había cambiado. Sin nervios, como siempre. Era la imagen del hombre duro, impasible, frío y peligroso que fuera, que no comprendió y ahora menos que nunca.

Sabía muy bien que poco tenía que hacer frente a Giardella, tan poco como su hijo, rápido aunque inexperto. Y aunque conocía su inferioridad, aunque tenía miedo y se sentía viejo, algo dentro del pecho le gritó lucha, le brilló la luz que creyó extinguida del ansia de pelear, como antes, y ver a Marvin junto a sí, frente al peligro, le enervó.

Bob Galea, el sheriff de San Carlos, se ajustó las pistoleras, y por fin preguntó:

-         ¿Vienes, Link?

Hacía viento, mucho viento que azotaba la calle desierta. Era triste la tarde, de nostalgia, de recuerdos…, porque el pasado estaba allí en aquellos hombres, en aquellos viejos héroes, que solos, terriblemente solos, salieron a la calle en busca de la muerte.

CUATRO

¡ El tiempo pasado¡ Cuánta amargura sintió aquel viejo sheriff cuando el viento le golpeó el rostro, le trajo mil recuerdos, y la tarde triste, sin luz, del olvido, le pareció su propia vida ya casi en el ocaso.

El tiempo que no respeta, que pasa y deja al hombre convertido en viejo, al héroe en ruina, como en aquel momento en que su manos le pesaban y su vista había perdido agudeza.

El viento que soplaba, que traía recuerdos, y el viejo pueblo, su viejo amigo, no traspasaban, no lograban sin embargo minar aquel témpano de hielo, aquel hombre impasible, acorazado a emociones, que era Link Marvin, el pistolero. Por eso Bob Galea se sintió distinto a su compañero, se sintió ajeno a él y se dijo cuánto había cambiado, o quizá fuese la vida quien lo hiciera al tratarlo de distinto modo. Ya no eran los de antes, ya no pensaban igual, pero estaban juntos.

Juntos cuando Charly Giardella, a veinte pasos, se paró en seco y dio el alto a su compañero.

Link Marvin también pensaba.

Pero sus pensamientos que intentaban en vano penetrarle chocaban inútilmente contra su pecho, y lo que entonces se preguntó fue simplemente qué quedaba de aquel lejano Marvin sentimental. Lo único que sintió, como siempre, fue el resentimiento, la herida, la llaga que la vida le había hecho, y con ello calmaba sus recuerdos, sus principios, su llama de bien que aún le quedaba y que a veces le quemaba.

Link Marvin, el hombre duro, se dijo a sí mismo que ya no había nada capaz de hacerle cambiar.

Desde dentro de las casas, en las ventanas, tras las puertas, todo San Carlos vivía aquel momento con angustia, contemplando la calle desierta y los hombres quietos, a pocos pasos, dispuestos a matarse.

Los viejos héroes allí solos, juntos como siempre lo estuvieron, desafiando al mundo entero si fuese preciso, como si el tiempo no hubiese pasado por ellos y los hubiese cambiado. Y allí perdido, en un rincón a la intemperie, un ciego que miraba sin ver la escena, que fijaba sus ojos sin luz, con emoción, en la silueta de Link Marvin, el pistolero.

El que fue compañero inseparable de Bob Galea también le vio.

Recordó su frase, y algo dentro de él se estremeció, y sus ojos traspasaron los del viejo intentando comprenderlos.

“La vida se portó mal contigo, y tú te vengas escupiendo maldad por el corazón. Pero aún no venciste, viejo héroe. Yo haré que en el último momento de tu vida surja un rayo de luz en las tinieblas”.

Esa fue la voz sin sonido que Link Marvin sintió cuando sus ojos buscaron los del ciego, y cuyo mensaje tal vez no comprendió. La sensación, como en la mayor parte de su vida, chocó contra el sentimiento y dejó de existir. Lo único que entonces preocupaba a Link Marvin eran sus manos.

Las manos del hombre famosos que iban a moverse.

Todo el pueblo esperaba ese momento, cuando el viento soplaba cada vez más fuerte presagiando la tormenta.

Fue en ese instante cuando se oyó la voz sureña.

La voz de Charly Giardella.

Y lo que dijo, las palabras que pronunciaron, produjeron al sheriff la más tremenda sorpresa de su vida.

-         Buen trabajo Link; ponte a mi lado. Lo siento, Galea, estás solo frente a tres gatillos.

CINCO

¿Sintió dolor? ¿Miedo, tal vez?

A Bob Galea, el viejo sheriff, le pareció que le habían arrancado el alma de un solo golpe.

Nadie, ni siquiera los asombrados y expectantes ciudadanos que vieron el giro que tomaban los acontecimientos, pudieron nunca comprender hasta donde sintió Galea aquello.

Si sus ojos pudiesen reflejar lo que sufrió, la sensación que recorrió su cuerpo al ver a Link Marvin frente a él, es posible que nunca lo olvidasen.

Porque de un solo tajo se había partido la fuerza de Bob Galea, que allí solo, frente a la muerte, estaba indefenso.

¿Salió alguien en su ayuda?

¿Sus amigos?

Nadie lo hizo. Amigos de esos no tuvo el viejo sheriff.

El hombre que luchó en la vida al lado bueno, que puso la suya al servicio de los demás, se encontró al final solo, perdido, y rodeado en nutrida soledad de gentes extrañas. Pero aunque eso fue algo evidente, tangible, Bob Galea no lo pensó. Porque su mente se había parado, su cerebro no actuó y tan solo sus ojos, quietos, muy abiertos, fijos, taladraban los de Marvin sin querer comprender.

No era bueno y no comprendió.

Aunque Marvin evitase mirarle, aunque sus ojos se desviasen y su figura evitase tomar aquella clásica postura del gun-man para “sacar”. Sí, Bob Galea estaba enfrente de la muerte confiando tan solo en sus propias fuerzas, vendido por su amigo y más viejo que nunca. Pero los hombres de verdad están dispuestos a todo por demostrarlo siempre, en cualquier ocasión y jugándose todo. Bob Galea, una vez más, hizo honor a su fama. Ni huyó, ni pidió clemencia, ni cedió un ápice de su terreno. Ni siquiera habló. Bajó las manos a la altura de los revólveres y se dispuso a luchar, como un viejo héroe que era, sin traicionar su pasado.

“Que en el último momento de tu vida surja un rayo de luz en las tinieblas”.

Eso pensó Marvin antes de “sacar”. Y cuando sus manos, aquellas famosas manos se dispusieron a entrar en acción, algo, lo más grande de su vida, se lo impidió.

Porque los ojos del hombre cansado, del hombre malo y sin conciencia la vieron, real y expresamente, en el porchado de tablas, mirándole aterrada desde el verde maravilloso, deslumbrante, de sus ojos.

Allí estaba Marge, el amor de su vida, allí estaba frente a él la imagen soñada, la imagen querida, todo lo que perdió, más que su propia alma, mirándole asustada como veinte años atrás, sin perder ni uno solo de sus encantos.

¡Ah, Link Marvin cambió entonces radicalmente por una luz vivísima  que le cegó y le indicó el camino.

El latigazo que recibió fue tal que por primera vez en veinte años deseó la lucha, amó la vida y sintió miedo a perderla. Cambió totalmente para él la existencia, el valor de las cosas, y mientras los ojos verdes le miraban sintió el más loco y tremendo impulso de vivir. Y actuó. Como solo Link Marvin, el pistolero, supo hacerlo.

De un salto se igualó a Galea, que atónito le vio venir. Le lanzó a tierra de un brusco empellón y giró. Solo y feroz.

En el mismo momento en que Lane y Giardella “sacaban”, Link Marvin, el más rápido pistolero que se viera; también lo hizo. Sus famosas manos bajaron vertiginosas, como antes, las estrías anaranjadas de los disparos brotaron fantásticas de sus revólveres y el aire se llenó de presagios y el olor a pólvora y a muerte lo inundó todo.

Link Marvin asombró al mundo cuando sus manos lanzaron plomo y fuego, brillaron en los disparos que le hicieron famoso, manos viejas quizá, pero animadas por un corazón joven ahora, un velo feliz en los ojos y otra expresión en el rostro, aliviada y redimida, que nunca antes se viera. Giardella y Lane se retorcieron como muñecos de carne, como fantoches de carnaval atravesados por los disparos del viejo pistolero, y pintaron de sangre el polvo de la calle cuando se desplomaron cosidos a balazos.

Link Marvin sintió el plomo abrasarle por dentro, quemarle la vida en el instante que sus dos enemigos ya no existían. El vómito de sangre tiñó de rojo su visión, la visión de aquella niña de los ojos verdes, como dos lagos, y de su viejo, su entrañable amigo que le atendía, que lloraba viéndole morir, desangrándose en el suelo.

Y eso fue lo último. Sintió pena al final de su vida, y su rostro tomó la expresión absurda, terrible y amarga de los hombres que no saben llorar.

El ciego, allí perdido e ignorado, lo veía todo con el alma.

Y Galea lloraba.

Su hijo no comprendió, no llegó nunca a darse cuenta de lo mucho que significó en la vida de un famoso pistolero sin conocerle.

Cuando la lluvia caía, primero en suave forma, luego con violencia, Bob Galea tomó en sus brazos el cadáver de su amigo y avanzó. Entre la gente que le rodeaba, bajo la lluvia y apretando contra su pecho el cuerpo de su viejo camarada, Bob Galea, el sheriff de San Carlos, con la voz rota por el llanto, gritó:

-         ¡Sombreros fuera¡ ¡Sombreros fuera para Marvin¡

Y todos le obedecieron. Hasta que llegó al final y se quedó solo, y entonces la lluvia, la tormenta, pareció envolverle junto a su amigo hasta hacerlos desaparecer, hasta borrarlos del horizonte de la tempestad.

Los viejos héroes elevaron a leyenda su historia, y cuentan los que lo vieron que la tormenta trajo ecos de las montañas, y que en la noche, mezcladas con los truenos, las palabras rotas, salpicadas de llanto, como las últimas y desgarradas notas de la triste sinfonía, volvieron a sonar:

-         “¡Sombreros fuera!” “¡Sombreros fuera para Marvin!”

 

                                                                                                                          @ Javier de Lucas