ESCEPTICISMO

 

 Hay escépticos y escépticos: algunos son radicales y otros moderados. Mientras los más radicales dudan de todo, los moderados sólo dudan de lo que parece inverosímil a la luz de un cuerpo de conocimientos razonablemente certificados. El propósito de los primeros es destruir, en tanto que los segundos hacen críticas constructivas e investigación creativa. Si no fuese por comparación con algún punto de referencia, ¿cómo podría averiguarse la verdad de un enunciado o la eficiencia de un método o de una regla? Los embriólogos niegan la concepción virginal en seres humanos porque saben que en nuestra especie el cigoto no comienza a dividirse a menos que haya capturado un espermatozoide. Los científicos neurocognitivos niegan la telepatía porque saben que, puesto que se trata de un proceso cerebral, el pensamiento no puede separarse del cerebro y viajar por su cuenta. Los ingenieros rechazan la posibilidad de una máquina que produzca energía sin consumirla porque conocen el principio de conservación de la energía. Y así sucesivamente.

En todos estos casos, el esquema argumental es el siguiente: A y B son mutuamente incompatibles. Ahora bien, hasta el momento, A ha sido validado o ha demostrado ser más verosímil que B. Por consiguiente, rechácese B, al menos por el momento. En resumen: juzgamos al recién llegado B sobre la base de su rival, bien establecido, A. Esta evaluación paso a paso funciona allí donde la evaluación total no lo hace. En consecuencia, hay dos formas de rechazar un enunciado o una regla: con una razón o premisa que se considera verdadera, aunque sólo sea en beneficio del argumento, o sin ella. Pero el rechazo de algo sin ofrecer razones es tan dogmático como afirmarlo sin ningún fundamento. En otras palabras, el escepticismo absoluto no es más que otra forma de dogmatismo.

Ahora bien, puede haber dos clases de fundamentos para poner en tela de juicio una proposición o una regla: empíricos o teóricos. En el primer caso, la idea se rechaza porque no casa con las pruebas empíricas disponibles. En el segundo, se la rechaza porque es incompatible con una teoría suficientemente comprobada. En ambos casos, se pronuncia el veredicto adverso sobre la base de una porción de conocimiento que, de momento, no se pone en duda. Si no se supusiera nada, no se podría demostrar ni refutar nada. En otras palabras, la duda racional no es posible en un vacío conceptual. O, si se prefiere, sólo podemos evitar el error o el derroche al precio de comprar (o, por lo menos, tomar prestada) la verdad o la eficiencia, según corresponda.

Además, en los dos casos anteriores se da por supuesta la lógica, el criterio general de validez formal. Los escépticos que rechazan la lógica son irracionalistas, ya que rechazan las reglas básicas de la discusión racional. Es lo que hacen los posmodernos, quienes también rechazan la ciencia. Son escépticos absolutos, excepto cuando se trata de sus propias afirmaciones. El escéptico moderado considera que la duda es un medio para llegar a la verdad, si no total y definitiva, por lo menos aproximada y provisional. Por ello el escepticismo moderado es metodológico, mientras que el radical es sistemático. El primero procede de forma parcial y gradual; el último, de forma total y en un solo paso. El escepticismo moderado ofrece la perspectiva de un progreso gradual del conocimiento, en tanto que el escepticismo radical proporciona una ignorancia instantánea.

¿Cómo actúan los matemáticos, científicos, tecnólogos y humanistas de orientación científica: de manera global o paso a paso? En otras palabras, ¿dudan de todo a la vez y comienzan de cero sus proyectos de investigación o más bien construyen sobre el conocimiento precedente y sólo ponen en duda un elemento cada vez? Es decir, ¿cómo tiene lugar el avance del conocimiento: por revolución o por evolución?

De la exposición anterior debería quedar claro que las revoluciones totales imaginadas por Thomas Kuhn, Paul K. Feyerabend y sus seguidores son sólo ficciones de su imaginación. Las ideas de inconmensurable (incomparable), paradigmas y cambios irracionales semejantes a conversiones religiosas son lógicamente inválidas e históricamente falsas. Todo avance revolucionario en un campo de conocimiento ha utilizado descubrimientos provenientes de otros campos. Y toda teoría o método ha desplazado a sus rivales sólo si ha mostrado ser objetivamente superior aellos.

Por ejemplo, los antiguos griegos utilizaron los resultados matemáticos dispersos de los contables y agrimensores egipcios y sumerios, resultados que transformaron cualitativamente añadiéndoles generalidad, prueba, sistematización y, además, emoción. La revolución científica del siglo XVII no hubiese sido posible sin el previo renacimiento de la matemática griega. Faraday y Maxwell crearon la física de campos enriqueciendo el legado de Volta, Galvani y Ampère. Tal como el propio Einstein ha admitido, su relatividad especial no fue más que la culminación de la teoría de Maxwell. La biología evolutiva neodarwinista fue la unión del trabajo de Darwin con la genética. La biología molecular fue resultado de la fusión de la genética y la bioquímica, etcétera, etcétera. En cada avance revolucionario ha habido continuidad en algunos aspectos junto con discontinuidad en otros, tal como ocurre en la evolución biológica y social.

Es indudable que la investigación necesita la duda. Sin embargo, la duda y la crítica son filtros o frenos antes que motores. Los motores de la investigación son la curiosidad, el descubrimiento y la invención: el descubrimiento de hechos anteriormente desconocidos y la invención de hipótesis, métodos y artefactos nuevos.Una vez que se ha informado de un hecho, alguien debe examinarlo críticamente e intentar repetirlo de forma independiente. Una vez que se ha ideado una hipótesis, un método o un artefacto, hay que ponerlos a prueba.

Primero descubrir o inventar; después, controlar. Y este control de si algo es verdadero o eficiente implica suponer que otro elemento es válido. En particular, la estimación del error presupone el conocimiento (o, al menos, la suposición) de la verdad. No hay comprobaciones en el vacío, porque toda comprobación debe ser diseñada y llevada a la práctica, y ambas operaciones suponen algún conocimiento que no se pone en duda durante el proceso. Los virólogos no ponen en tela de juicio la física que interviene en el diseño o el funcionamiento de sus microscopios. Asimismo, los programadores de ordenadores no cuestionan ni la matemática que usan ni la física del estado sólido que participaron en el diseño de sus ordenadores.

En resumidas cuentas, puesto que toda duda es relativa a un cuerpo de conocimientos que, de momento, no se cuestiona, el descubrimiento de cada error refuerza un cúmulo de verdades, más precisamente de aquellas que funcionan como puntos de referencia. No cabe duda de que en ocasiones los investigadores o profesionales de un campo utilizan descubrimientos de otros campos que más tarde se muestran erróneos. Pero tales accidentes son inevitables y, salvo cuando hay vidas implicadas, también son corregibles. Y no demuestran que el conocimiento es falible por entero, sino sólo en parte, aunque no siempre se pueda identificar de antemano al culpable.

Los escépticos radicales (o absolutos) afirman creer que no debemos creer en nada, lo cual constituye, por supuesto, una creencia autodestructiva. En cambio, los escépticos moderados sostienen que sólo debemos proponer hipótesis verosímiles, independientemente de lo poco intuitivas que puedan ser, además de lo cual debemos estar dispuestos a abandonar aquellas hipótesis cuya falsedad sea comprobada. Nadie puede pensar, investigar o actuar sin tener alguna creencia. Lo que es incorrecto no es tener creencias, sino aferrarse a aquellas que han sido ampliamente refutadas o son imposibles de poner a prueba.En conclusión, el escepticismo absoluto es insostenible desde el punto de vista lógico y estéril desde el punto de vista práctico. Los exploradores de todo tipo precisan el escepticismo razonable y la crítica constructiva, no el nihilismo, que es destructivo por definición. Únicamente los espectadores, quienes se quedan en casa mientras los exploradores afrontan los riesgos de navegar mares desconocidos, pueden darse el lujo de ser escépticos absolutos.

El escepticismo absoluto o radical no contribuye al progreso del conocimiento sino que, por el contrario, constituye un obstáculo para la investigación. No es casualidad que sólo prospere en las facultades de humanidades y su entorno. Los físicos, los matemáticos, los químicos, científicos fácticos, ingenieros, investigadores médicos, juristas, administradores, planificadores de políticas y otros trabajadores del conocimiento están demasiado ocupados en la búsqueda de la verdad y la eficiencia como para poder darse el lujo del escepticismo absoluto. Saben que, lejos de comenzar de cero cada mañana, construyen sobre el conocimiento anterior. Saben también que si pueden ver a lo lejos es porque, tal como dijo Bernardo de Chartres y repitió Newton, están de pie sobre hombros de gigantes.  

Quienes ponemos en tela de juicio las creencias en los fantasmas, la reencarnación, la telepatía, la clarividencia, la telequinesia, la rabdomancia, las influencias de los astros, la magia, la brujería, las ‘abducciones” por ovnis, la grafología, la cirugía psíquica, la homeopatía, el psicoanálisis y otras por el estilo, nos llamamos a nosotros mismos escépticos. Pero al hacerlo queremos indicar que adoptamos la famosa duda metódica de Descartes. Se trata de una desconfianza inicial respecto de las percepciones, informaciones y pensamientos extraordinarios. No quiere decir que los escépticos cierren sus mentes a los acontecimientos extraños sino que, antes de admitir que tales sucesos son reales, desean que se los controle por medio de nuevas experiencias o razonamientos. Los escépticos no aceptan ingenuamente la primera cosa que perciben o piensan. No son crédulos, pero tampoco son neofóbicos. Sólo son críticos. Antes de creer, quieren ver pruebas.

Los escépticos juzgan la superstición y la pseudociencia a la luz de los descubrimientos y los razonamientos científicos. Por ejemplo, no creen en las almas incorpóreas o en la comunicación con los muertos pues no hay ninguna forma de que las mentes puedan separarse de sus cerebros, de la misma manera en que el movimiento no puede separarse de las cosas que se mueven, el viento del aire, la respiración de los pulmones, los puñetazos de los puños o las sonrisas de las caras. La creencia en la posibilidad de semejantes separaciones no es sólo un error ordinario: se trata de un error conceptual básico, dado que supone la confusión entre una cosa y lo que hace la cosa. Por esta razón, no hay ninguna demostración experimental —ni puede haberla— de la existencia de los fantasmas o las almas incorpóreas. Por eso mismo, toda investigación seria de las afirmaciones sobre la existencia de cosas inmateriales ha acabado revelando siempre que se trata de casos de engaño, autoengaño, diseño experimental defectuoso o inferencias estadísticas incorrectas. Tampoco hay, ni puede haber, una demostración teórica de la existencia de las almas incorpóreas, porque toda prueba teórica de la posibilidad de un hecho empírico depende de premisas que han superado rigurosas comprobaciones experimentales. Además, los objetos inmateriales no pueden ser sometidos a experimentos, debido a que todo experimento supone una entidad material capaz de intercambiar señales físicas con un instrumento de medición.

Por esta misma razón, los escépticos coherentes no creen en el más allá, porque esta creencia presupone la inmortalidad de unas almas separadas de sus cerebros. En este caso hay, además, otro motivo: tanto los crédulos como los incrédulos están de acuerdo en que los muertos no pueden volver y contar su historia, con excepción, por supuesto, de Orfeo. En consecuencia, no hay ni puede haber pruebas empíricas que respalden los mitos religiosos que tratan de los pasatiempos de los habitantes del otro mundo.

Ahora bien, si no hay y no puede haber respaldo empírico ni teórico para una creencia dada, ¿por qué habríamos de profesarla? ¿Únicamente por su gran antigüedad y porque contribuye a distraer nuestra atención de los apremiantes problemas de esta vida? ¿O tal vez porque de un modo u otro, las pruebas favorables no tienen importancia? Obviamente, los científicos dan gran valor a las pruebas positivas, aun cuando admitan que la refutación tiene más peso que la confirmación. Nunca se cansan de buscar datos favorables; desde luego, sin ocultar los desfavorables. Aparte de ello, también intentan probar que sus datos, conjeturas y técnicas se ajustan a ideas y procedimientos sólidamente establecidos. En pocas palabras, si adoptamos la perspectiva científica, tenemos que olvidarnos de los fantasmas, sean mundanos o sagrados. Y a la inversa, si nos quedamos con los fantasmas, de lo que tenemos que olvidarnos es de la ciencia y, con ella, de toda la civilización moderna.

                                                      

                                                                                           ©2023  Javier de Lucas