FALSEDADES

La destrucción del concepto esencial de la honestidad en el tratamiento de la información ha venido convirtiendo a la casi totalidad de la prensa impresa y electrónica en una sucesión de tomas de posición social, política y económica que determinan la forma en que se trata una noticia. Cualquier noticia. Todas las noticias. Hubo una época en que la prensa española era capaz de informar de los hechos sin sesgos demasiado evidentes, sin ocultar cosas que dañaran a las posiciones políticas de la empresa o a sus alianzas o convicciones ideológicas.

Era la transición y otros periodistas en otros lugares del mundo donde se luchaba por la libre expresión ante las presiones autoritarias de gobiernos que igual ofrecían sobornos que tiros por la espalda,  aplaudían ante el rigor informativo de una España que respiraba libre por primera vez en cuatro décadas. Cambio 16, Diario 16, Interviú, El País, El Mundo y otros medios sustituían a "la prensa del Movimiento" e iban aportando conceptos a la teoría periodística, a la idea de honestidad, seriedad y a la convicción de que el periodismo no es posible sin una ética que es pilar fundamental del contrato de confianza que se celebra entre el lector y el periodista. Honestidad como principio más viable que la "objetividad". Resumidamente: el periodista se puede enojar, puede mostrar su lado subjetivo porque la objetividad es una meta inalcanzable, puede  estar a favor de un partido, una ideología, una filosofía o un equipo de fútbol... pero su compromiso con el lector es no mentir, no sesgar, no ocultar información ni alterar los hechos tal como los conoce. Que si conoce datos que afectan negativamente a su candidato, a su partido, a sus ideas, a su grupo musical o equipo de fútbol favoritos, los va a divulgar, no los ocultará.

No busque lo mismo en las mismas publicaciones 35 años después. Hoy los datos que incluya la noticia serán distintos según nos la cuente uno u otro. Los adjetivos abundan, el sesgo es tal que el lector busca diarios que estén "de acuerdo con él", que compartan su sesgo, no a quienes mejor le informen. Hasta la nota periodística básica, que debe ser aséptica, limitándose a informar qué pasó, quién estuvo involucrado, dónde ocurrió, cuándo ocurrió, por qué ocurrió y cómo ocurrió, se ha convertido en espacio de opinión editorial donde el dato sirve para sustentar una línea de pensamiento. Para informarse, es triste, hay que ir a otras fuentes que aún se mantengan libres..pero ¿dónde están?

Sólo hay una excepción a este triste hecho, y es una excepción más triste aún: todos los medios, de izquierda (real o presunta) o de derecha (presuntamente moderada o no), monárquicos o democráticos o autoritaristas, del Madrid o del Barça, todos, abren sus puertas de modo absolutamente acrítico, ingenuo, crédulo, irracional y sensacionalista a las más patéticas formas de charlatanería, pseudomedicina, conspiranoia y tontería con etiqueta de precio, siempre que suene ecomágica, natural, orgánica, tradicional y debidamente neófoba, antitecnológica, misántropa, esotérica y anticientífica.

Muchos de los temas de los años 60 y 70, pues, están superados en gran medida. No han desaparecido, pero se han sumido en la marginalidad, la cutredad, el descrédito y el gueto paranoide, con poco relevo generacional y abandonando el papel protagónico que tuvieron en las primeras planas de los diarios. Esto se demuestra simplemente viendo o escuchando los programas de Íker Jiménez, la radio misteriológica de medianoche, o leyendo las revistas misteriológicas españolas, que reciclan hasta la náusea los temas que hicieron famosa a la antología de despropósitos teosofistas. Gran parte de ese ingenuo imaginario sesentero queda hoy entre lo minoritario y lo ridículo.

La inocencia de los 60 tampoco duró, aunque se sostuvo más en algunos espacios que en otros. Fue el fin del sueño del hippismo irreflexivo (final marcado por los asesinatos de la comuna de Charles Manson en 1969). Pero también es el fin de la inocencia respecto del ocultismo, el esoterismo y todo ese mundo que quienes se dedican a él llaman "del misterio".  En los años siguientes se fue derrumbando el edificio de la nueva superstición alimentada por tanta gente. El Sai Baba no era un hombre santo y noble, era un tramposo que engañaba a la gente haciendo prestidigitación (mala) y además era un presunto pederasta. El aparentemente simpático y dulce caradura Rajneesh-Osho acabó haciendo bioterrorismo. El Maharishi Mahesh Yogui timó millones asegurando a los ingenuos que les enseñaría a levitar. Otras comunas hippies se revelaron como sectas aterradoras donde la manipulación mental y sexual llegaba a niveles escalofriantes como en Los Hijos de Dios y llegaban al suicidio masivo como en Jonestown. Lo mismo que harían años después otros creyentes en que los ovnis eran naves extraterrestres.

Hasta los medios se dieron cuenta de algunas de estas cosas. Pero la superstición de ayer ha sido sustituida por formas de superstición aún más tóxicas y peligrosas. Claramente orientadas al rechazo de todo conocimiento científico, proponen ideas mágicas (la realidad la creas tú), defienden toda práctica antigua (por salvaje y ausente de pruebas que sea), rechazan la medicina, ofrecen milagros de salud, promueven el miedo a conspiraciones siniestras y omnipotentes y venden peligros escalofriantes para promover el rechazo a todas las nuevas tecnologías. Hoy no veremos a Uri Geller en la portada de ABC, pero podemos ver en "La Contra" del diario La Vanguardia a todo tipo de timadores new age: cabalistas, psicólogos transpersonales, antivacunas, conspiranoicos del "nuevo orden mundial", antitransgénicos, psicoanalistas lacanianos, "maestros" de vedanta, quiroprácticos, neoprimitivistas y demás fauna que habita un espacio de respetabilidad inexplicable. Prácticamente no hay área de la charlatanería, la pseudomedicina y la antimedicina que no haya sido consagrada por este espacio periodístico.

Todo el nuevo pensamiento ocultista, las supersticiones guay, o algunas al menos, en función de su factor guay y su corrección política, su identificación (generalmente espuria) con la rebeldía social, su alternatividad, tienen la puerta abierta en todos los medios. Ni siquiera, aunque muchos lo quisiéramos, se salva eldiario.es, al que a veces se le cuela el yoga y tiene una sección de barra libre para Greenpeace donde esta organización puede decir lo que desee sin tener que ajustarse a la realidad, a la deontología periodística y ni siquiera a los hechos científicos demostrados. Y por supuesto sin derecho a réplica por parte de las personas, instituciones, gobiernos, empresas y grupos que caen en la mira de la multinacional en cuestión. Ya no digamos de sus críticos.

En televisión la situación no mejora. Prácticamente todos los informativos en todos los canales tienen espacios dedicados a la tontería, aunque en ese sentido La Sexta, que originalmente se vendía como una alternativa inteligente y progresista frente a la televisión habitual en España, ha sido la gran decepción, mostrándose con frecuencia más proclive al ocultismo y la neofobia que su competencia. Electrosensibilidad (y su concomitante negocio), antivacunas, pánicos de salud varios, pseudomedicinas, quimifobia, antitecnología y recetas milagrosas de todo tipo campan a sus anchas por todos los medios de comunicación.

Y en medio de ese marasmo de falsedades, están los intentos de informar sobre los avances, desarrollos y actividades de la Ciencia, casi todos condenados al fracaso porque, como ya he comentado, el periodista que hoy tiene que cubrir la información de los resultados del experimento AMS del CERN sobre la evidencia de la materia oscura mañana tiene que informar sobre economía, el conflicto de los vecinos del barrio de Barriete contra los del de Barriote o los motivos de la bajada de la prima de riesgo. La especialización está ausente en los medios noticiosos salvo excepciones de las cuales destaco dos espacios que lo merecen: la agencia SINC que además de periodistas especializados tiene contactos en todo el mundo de la Ciencia y la tecnología para mejorar su cobertura según el tema (los periodistas tienen que preguntarle a los científicos de todo, no se pueden inventar cosas o producirlas a partir de su apreciación o sensibilidad personales, como lo hacen los críticos de arte) y Materia, web sobre noticias científicas de calidad y presencia comparables. No anoto aquí las páginas, blogs, artículos y espacios de divulgación no estrictamente noticiosos que generalmente son más fiables que los medios de comunicación habituales y gran parte de cuyos autores (en España) son además colaboradores del blog Naukas, que quizás podría ser modelo para un sitio similar que reúna a los divulgadores de cada país latinoamericano o, incluso, un blogo colectivo hispanoparlante amplio. Soñar no cuesta nada.

Lo que predomina es el periodismo que no duda de nada de lo que diga ningún entrevistado esotérico o misteriológico, que no pone en cuestión a ninguna persona que diga que es "maestro", "experto", "doctor" o "especialista" sin importar cuán descabelladas puedan ser sus propuestas (algo que nunca se haría en política o en deportes).  Un periodismo expeditivo que se mide no por cuántas verdades o falsedades se llevan al público, por la calidad de los datos y la honestidad en su manejo, sino por el número de minutos de emisión o de centímetros cuadrados ocupados en la publicación, lo que "resuelve" en términos de espacio. Y se mide por su nivel de sensacionalismo, ¿retiene la atención del público para que se quede hasta la publicidad? ¿No contradice nada que diga un anuncio que nos deja buenas ganancias? Es el periodismo (o pseudoperiodismo como el que hace en "Salvados" el comediante Jordi Évole) que parte de una conclusión preestablecida y luego hace la lista de entrevistados y la selección de datos con objeto de sustentar dicha conclusión, sin plantearse siquiera la posibilidad de cuestionarla o desafiarla; el periodismo de blancos fáciles que parte de lo que su público desea para dárselo a toda costa: si la gente dice que las farmacéuticas son empresas voraces que hacen medicamentos que no curan y carecen de toda ética, pues eso vamos a decir.

Los conspiranoicos siempre asumen la maldad de quienes atacan, y creen que los grandes acontecimientos deben tener grandes causas dependientes de la voluntad humana. Con esos dos prejuicios erróneos, encuentran complots aterradores en absolutamente todo. Pero en realidad no es razonable atribuirle a la maldad lo que se puede explicar mediante simple estupidez humana. Y, por supuesto, no todos los grandes acontecimientos tienen grandes causas. Sería muy tentador suponer que en los medios hay una especie de conspiración antiCiencia y favorecedores de la charlatanería, quizá que están pagados para decir tonterías por los laboratorios homeopáticos y los videntes con su enorme negocio, las empresas de ventas de productos milagro y los pseudomédicos que cobran auténticas millonadas. O que toda esa desprolijidad informativa es producto de una maquinación maquiavélicamente engranada para mantener al público desinformado en cuanto a Ciencia y receptivo en cuanto a todo género de tonterías de la que no haya ninguna prueba y que pueda llenarle los bolsillos a cualquier timador de poca o mucha monta o a cualquier simpático que venda libros, como el iluminado J.J Benítez y otros muchos como él.

Pero es poco probable que esto sea así. Lo que hay, muy probablemente, es ignorancia y cierta desidia por parte de todos los implicados en los medios, desde los redactores o reporteros hasta sus jefes y llegando a los dueños de los medios de comunicación. Ignorancia y desprecio por la Ciencia (muchas veces al grito de "es que soy de letras", coartada imbécil en grado sumo para explicar por qué uno no sabe que la Tierra gira alrededor del Sol y no es plana), tendencias sensacionalistas propias de quienes no se ajustan a una ética informativa honesta y basada en hechos, deseos de obtener público y conservarlo y, lo sospechamos sin poderlo afirmar, disposición a recibir dineros de algunos anunciantes a cambio de piezas que se presentan falsamente como periodismo cuando realmente son publicidad.

El resultado, sea cual sea el origen del fenómeno, es una verdadera calamidad ignorada por el público de los medios. Quienes reaccionan ante los errores de los medios (que van de un dato mal cotejado a una afirmación colosalmente falsa e interesada) son una minoría que se hace escuchar en blogs, en Twitter y en alguna charla que puedan dar. Es por desgracia muy poco ante la omnipresencia de la charlatanería en los medios que ocupan gran parte de nuestras vidas. A veces desesperantemente poco.

 

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