LEON FELIPE
BIOGRAFIA
(Tábara (Zamora) 1884 - Ciudad de Méjico 1968). Seudónimo de León Felipe Camino y Galicia.
Hijo de un notario, vivió en diferentes ciudades hasta que la familia se asentó en Salamanca. Estudió farmacia, profesión que ejerció durante algún tiempo en Santander a la vez que trabajaba como actor profesional y parece ser que fue encarcelado por deudas.
Entró en contacto con el grupo de la revista ESPAÑA, donde publicó sus primeros poemas. Aunque se dedicó también algo al teatro, la mayor parte de su producción es poética. En 1920 aparece su obra VERSOS Y ORACIONES DEL CAMINANTE, que anuncia ya su voz personal, alejada de modas y tendencias. Más tarde marchó a Méjico y a los Estados Unidos, donde dio clases en distintas universidades.
Fue traductor de W. Whitman, autor que junto con la Biblia tiene en el una influencia decisiva, tanto en la forma poética, cuanto en el tono profético y denostador presentes en sus libros siguientes. Partidario del bando republicano, se exilió en Méjico tras la guerra, donde continuó manifestando una actitud de vindicación tanto en su vida como en su obra. El sueño, el tiempo y la muerte, son temas recurrentes de su obra.
Merece destacarse el poemario sobre el exilio, ESPAÑOL DEL ÉXODO Y EL LLANTO. Otros títulos: LA INSIGNIA, EL PAYASO DE LAS BOFETADAS Y EL PESCADOR DE CAÑA, EL HACHA, EL GRAN RESPONSABLE, GANARÁS LA LUZ, LLAMADME PUBLICANO, EL CIERVO Y OTROS POEMAS, ¡OH, ESTE VIEJO Y ROTO VIOLÍN! y ANTOLOGÍA ROTA (que es una selección de sus poemas más conocidos).
POEMAS ESCOGIDOS
COMO TÚ...
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleos bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...
CORAZON MIO
Corazón mío,
¡qué abandonado te encuentro!
Corazón mío,
estás lo mismo que aquellos
palacios deshabitados
y llenos de misteriosos silencios.
Corazón mío,
palacio viejo,
palacio desmantelado,
palacio desierto,
palacio mudo
y lleno de misteriosos silencios...
Ni una golondrina ya
llega a buscar tus aleros
y hacen su cobijo sólo
en tus huecos los murciélagos.
PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS DE VELÁZQUEZ
Bacía, yelmo, halo.
Éste es el orden, Sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo ni por arriba).
Se vuelve siempre.
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
-halo ya, no yelmo ni bacía-
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías,
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas:
Tú y yo y Sancho y el Niño de Vallecas,
y el místico y el suicida.
ESE VERSO
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
sera la poesía.
¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y deshecha
la rosa?
Aún tendremos
el brillo y el aroma.
«DROP A STAR»
¿Dónde está la estrella de los nacimientos?
La tierra, encabritada, se ha parado en el viento.
Y no ven los ojos de los marineros.
Aquel pez -¡seguidle!-
se lleva, danzando,
la estrella polar.
El mundo es un slot-machine.
con una ranura en la frente del cielo.
sobre la cabecera del mar.
(Se ha parado la máquina,
se ha acabado la cuerda.)
El mundo es algo que funciona
como el piano mecánico de un bar.
(Se ha acabado la cuerda,
se ha parado la máquina...)
Marinero,
tú tienes una estrella en el bolsillo...
¡Drop a star!
Enciende con tu mano la nueva música del mundo,
la canción marinera del mañana,
el himno venidero de los hombres...
¡Drop a star!
Echa a andar otra vez este barco varado, marinero.
Tú tienes una estrella en el bolsillo....
una estrella nueva de palacio, de fósforo y de imán.
HAY DOS ESPAÑAS
Hay dos españas, la del soldado y la del poeta.
La de la espada fratricida y la de la canción
vagabunda.
Hay dos españas y una sola canción. Y esta es la
canción del poeta vagabundo:
Franco, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo,
la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tu te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo...
más yo te dejo mudo...
¡Mudo!
Y, ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción.?
HUYEN
Huyen. Se ve que huyen
vueltas de espaldas a la Tierra.
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
Para buscar lo que buscamos
(¿dónde está mi sortija?) una cerilla es buena
y la luz de gas,
y la maravillosa luz eléctrica...
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
ELEGÍA
A la memoria de Héctor Marqués,
capitán de la Marina mercante española,
que murió en alta mar y lo enterraron en Nueva York.
Marineros,
¿por qué le dais a la tierra lo que no es suyo
y se lo quitáis al mar?
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
si era un soldado del mar?
Su frente encendida, un faro;
ojos azules, carne de iodo y de sal.
Murió allá arriba, en el puente,
en su trinchera, como un soldado del mar;
con la rosa de los vientos en la mano
deshojando la estrella de navegar.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros?
¡Y en una tierra sin conchas! ¡¡En la playa negra!! ... Allá,
en la ribera siniestra
del otro mar;
¡Nueva York!
-piedra, cemento y hierro en tempestad-.
Donde el ojo ciclópeo del gran faro
que busca a los ahogados no puede llegar;
donde se acaban las torres y los puentes;
donde no se ve ya
la espuma altiva de los rascacielos;
en los escombros de las calles sórdidas
que rompen en el último arrabal;
donde se vuelve la culebra sombría de los elevados
a meterse otra vez en la ciudad...
Allí, la arcilla opaca de los cementerios, marineros,
allí habéis enterrado al capitán.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
por qué le habéis enterrado,
si murió como el mejor capitán,
y su alma -viento, espuma y cabrilleo-
está ahí, entre la noche y el mar...?
MAS SENCILLA
Más sencilla, más sencilla.
Sin barroquismo,
sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.
Los brazos en abrazo hacia la Tierra,
el ástil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto,
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Más sencilla, más sencilla,
haz una cruz sencilla, carpintero.
MI SITIO
-No andes errante
y busca tu camino...
-Dejadme,
ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio.
¿QUIÉN SOY YO?
No es verdad.
Yo no ahueco la voz para asustaros.
¿Voy a vestir de luto las tinieblas?
Yo digo secamente: Poetas,
para alumbrarnos
quemamos el azúcar de las viejas canciones
con un poco de ron.
Y aún andamos colgados de la sombra.
Oíd,
gritan desde la torre sin vanos de la frente:
¿Quién soy yo?
¿Me he escapado de un sueño o navego hacia un sueño?
¿Huí de la casa del Rey o busco la casa del Rey?
¿Soy el príncipe esperado o el príncipe muerto?
¿Se enrolla o se desenrolla el film?
Este túnel, ¿me trae o me lleva?
¿Me aguardan los gusanos o los ángeles?
Mi vida está en el aire
dando vueltas, ¡miradla!,
como una moneda que decide...
¿Cara o cruz?
¿Quién puede decirme quién soy?
¿Oisteis? Es la nueva canción
Y la vieja canción...
¡Nuestra pobre canción!...
¿Quién soy yo?...
Yo no soy nadie. Un hombre
con un grito de estopa en la garganta
y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie. Y sin embargo,
mis antenas de hormiga han ayudado
a clavar la lanza en el costado del mundo
y detrás de la lupa de la luna
hay un ojo que me ve como a un microbio
royendo el corazón de la tierra.
Tengo ya cien mil años, y hasta ahora
no he encontrado otro mástil de más fuste
que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo.
Tengo ya cien mil años
y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.
El agua, por ejemplo, es mas noble que yo.
Por eso las estrellas se duermen en el mar
y mi frente romántica es áspera y opaca.
Detrás de mi frente (escuchad esto bien),
detrás de mi frente hay un viejo dragón:
El sapo negro que saltó de la primera charca del mundo
y está aquí, agazapado en mis sesos,
sin dejarme ver el amor y la justicia...
-Yo no soy nadie.
(¿Has entendido ya
que yo eres Tú también?...
SEÑOR
Señor, yo te amo porque juegas limpio:
sin trampas -sin milagros-,
porque dejas que salga,
paso a paso,
sin trucos-sin utopías-,
carta a carta, sin cambiazos,
tu formidable
solitario.
ROMERO SOLO...
Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo
ni el tablado de la farsa ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
© Javier de Lucas