FISICA
Y PINTURA

La cultura, cuyo origen etimológico se refiere al
cultivo que hace brotar lo común desde el sustrato de la individualidad, es un
aire del que todos formamos parte de forma irremediable. Suponer que las ideas
científicas, artísticas o filosóficas que nacen en un momento determinado de la
historia están desconectadas entre sí es, quizá, una
suposición muy arriesgada.
No obstante, en una sociedad como la actual, que ha
levantado grandes muros entre las diferentes disciplinas creativas humanas —un
hecho que hubiera sido considerado como aberrante en muchos otros momentos de
nuestra historia—, el intento de construir puentes que las unan se percibe como
un acto que roza la locura. Esta separación ficticia tan solo anhela una mirada
diferente para poder liberarse del yugo del asignaturismo estúpido
en el que nos educan.
ALGO MÁS QUE UN
MOVIMIENTO PICTÓRICO
El impresionismo nació en el último cuarto del siglo
XIX como reacción al academicismo predominante durante siglos —aunque, como
señaló Antonio Sosa, quizá Velázquez tenga la pincelada más impresionista de la
historia—. Tomó su nombre de la palabra "impresión", título de uno de
los cuadros que Claude Monet expuso en una muestra en 1874. Al
parecer, un crítico que la visitó consideró que aquellas obras no eran dignas
de llamarse arte y, a modo burlesco, etiquetó a este grupo de pintores como
impresionistas.
Los impresionistas comprendieron que el ojo es un
maravilloso instrumento en el que un sinfín de fenómenos transforman
la luz que penetra en él. Sin embargo, “las personas de aquella época hundieron
sus narices en los cuadros y no vieron nada más que una mezcolanza de
pinceladas fortuitas”, llegó a destacar Gombrich.
Pasó un tiempo antes de que la gente aprendiera a apreciar este nuevo estilo,
en el que la distancia adecuada con la obra abría un mundo de
posibilidades. Cada trazo, discontinuo y fortuito, se funde en nuestros
ojos con la distancia correcta, dando vida a las pinturas. La discontinuidad se
transforma en continuidad cuando se observa desde la perspectiva adecuada.

‘Tarde de domingo en la
isla de la Grande Jatte’, Georges Seurat
Los cuadros puntillistas difuminan las
fronteras para ser complejizados en la mente del espectador.
EL IMPRESIONISMO
CIENTÍFICO Y LA FÍSICA CUÁNTICA
Si la danza entre la luz y la distancia, así como la
transformación de lo discontinuo en lo continuo, desempeñan un papel
fundamental en el impresionismo y el puntillismo, también descubrimos que estas
dos relaciones constituyen el fermento conceptual de la asombrosa física
cuántica.
Casualmente o no, al mismo tiempo que todo esto
ocurría en el ámbito artístico, una cuestión inquietó profundamente a los
científicos: la naturaleza de la luz, específicamente la radiación
del cuerpo negro. Un cuerpo negro perfecto es aquel que absorbe toda la
radiación que incide sobre él y emite luz de acuerdo con la temperatura que
alcanza. No importa de qué material esté hecho; la luz que emite depende
únicamente de su temperatura. Por ejemplo, cuando apagamos una vela, observamos
que la mecha, durante un breve período de tiempo, adquiere un tono anaranjado.
En este caso, la mecha se comporta de manera similar a un cuerpo negro. De la
misma forma, las estrellas también presentan este tipo de comportamiento.
A finales de la década de 1850, Gustav Kirchhoff
describió y estudió el fenómeno de la radiación del cuerpo negro. Durante las
décadas posteriores, se hizo evidente que era extremadamente difícil encontrar un
modelo matemático que explicara el comportamiento observado en los
experimentos. En 1895 finalmente, el renombrado físico alemán Max
Planck decidió abordar este problema. Tras fracasar en numerosos
intentos, optó por una vía menos convencional. Según sus cálculos, si asumía
que la luz, en lugar de ser un continuo, estaba compuesta por diminutos
elementos de energía llamados cuantos, el modelo podría explicar a la
perfección los resultados experimentales.
Sin embargo, para Planck, esta suposición era solo una
triquiñuela matemática que no podía corresponder con la verdadera naturaleza de
la luz. Ni él ni sus colegas de la época podían creer seriamente que la luz
estuviera formada por elementos discontinuos; al fin y al cabo, todo lo que
percibimos de la realidad nos crea una ilusión de continuidad.

Einstein y Planck en el
centro de la imagen, a la izquierda Nernst y a la
derecha Millikan y von Laue
respectivamente. 12 de noviembre de 1931, Berlín.
En 1905, año conocido como annus
mirabilis, un joven Albert Einstein publicó
cuatro artículos que revolucionaron la forma en que la ciencia mira la
naturaleza. Estos artículos rompían con siglos de comprensión del universo y,
por ende, con siglos de entender la ciencia. En uno de ellos, por el que más
tarde recibiría el premio Nobel, Einstein abrazaba la idea de los cuantos de
luz y lo expresaba así: “Según la hipótesis que hemos considerado aquí, en la
propagación de un rayo de luz emitido desde una fuente puntual, la energía no
se distribuye de forma continua por volúmenes de espacio cada vez
mayores, sino que está formada por un número finito de cuantos de energía
localizados en puntos concretos del espacio y estos cuantos se desplazan sin
dividirse, pudiendo ser generados o absorbidos únicamente como unidades
completas”.
Este fue el punto de partida de la física cuántica;
ciertas cantidades físicas, que hasta el momento habían sido continuas como la
energía, pasaban a ser discontinuas o discretas en la mayoría de sistemas
físicos, pasaban a ser cuánticas. Las consecuencias sobre nuestra comprensión
de la naturaleza fueron inimaginables, pero por mencionar una especialmente
relevante en este contexto: las partículas ya no eran bolas sino funciones de
onda que, como en la obra de Seurat, difuminaban las fronteras y los
contornos, derrotando así la noción estricta de forma.
¿Cómo fue posible que Planck y sus colegas no
consideraran seriamente esta idea? Les pasó como a los espectadores que hundían
sus narices en las primeras obras impresionistas: la distancia no era
la adecuada. Al observar la naturaleza desde una determinada escala, al
igual que cuando se contempla un cuadro puntillista, no es posible captar las
individualidades, las manchas, las discontinuidades que la componen; nuestro
ojo lo mezcla todo. Mientras que los impresionistas rompieron con siglos de
tradición artística al comprender que al aumentar la escala lo
discontinuo se transformaba en continuo, Einstein logró lo mismo para la
ciencia, pero su viaje fue en sentido inverso: entendió que al disminuir la
escala lo continuo se transformaba en discontinuo.

‘Nenúfares ’,
Claude Monet
Cabe destacar que,
a día de hoy, se desconocen las leyes que transforman lo cuántico en lo no cuántico
o clásico, como se denomina en física. Sin embargo, es posible que este proceso
esté relacionado con la emergencia y la complejidad. Los rayos de luz
se mezclan en nuestro ojo cuando contemplamos un Monet desde la
distancia adecuada, transformando lo discontinuo en continuo. De manera similar,
podría ser que la escala, la mezcla y la complejidad sean claves para entender
cómo la naturaleza transfigura lo cuántico en lo clásico, o lo discontinuo en
continuo.
La física cuántica
puede ser vista como el impresionismo de la ciencia, ya que, al igual que el
impresionismo artístico, rompe con siglos de academicismo y abandona la continuidad
en favor de la discontinuidad. En este sentido, la distancia o escala en
relación a lo que perciben nuestros sentidos juega un papel crucial. Evidentemente,
la distancia que nos separa del mundo cuántico es incomparablemente mayor que
la necesaria para contemplar un cuadro impresionista; eso es indudable. No
obstante, el juego conceptual de ambos movimientos es notablemente semejante:
los trazos impresionistas de la naturaleza se llaman cuantos.
No estoy seguro
de si algún día sabremos si Einstein o Planck fueron, de algún modo, influenciados
por las ideas del impresionismo, que a su vez, como hemos mencionado, bebían de
la filosofía. En cualquier caso, resulta fascinante asomarse a una época y
trazar relaciones entre mundos que aparentemente no están
conectados, pero que en ciertos momentos se revolucionan apoyándose en ideas
similares. Claro está que el impresionismo y la física cuántica no son lo
mismo, pero no sería la primera ni la última vez que conceptos similares se
desarrollan de manera independiente en el mismo periodo de tiempo. Tal vez sea
el aire el que transporta las ideas, y algunas personas son capaces de descifrarlas
gracias a eso que no gusta de la voluntad y que llamamos inspiración, o quizá
sea solo una casualidad.
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