A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.

Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del Colt del héroe solitario.

Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas faltas de ortografía!

 

HA PASADO BILLY RANDALL

UNO

UNO

Tedd Balls escupió al suelo y contempló admirado al jinete que en aquellos momentos hacía su entrada en la calle principal de Bolton Springs.

También lo contempló, entre admirada y pensativa, la rubia y grácil Helen McDonald, desde su carromato vaquero. El hombre aquel, bajó de su bello pinto, sin duda indio, y se encaminó hacia los batientes de un “Saloon”.

Era casi un gigante, ya que mediría más de 1,90. Tenía unos anchos hombros y largas piernas, que le daban un aspecto de terrible luchador. La mirada era gris metálica y el cabello negro, con algunas canas prematuras en las sienes.

Vestía camisa a cuadros, pantalones negros, ajustados, y botas altas, tejanas con espuelas de plata. A cada lado de la cadera pendía un fantástico revólver “Colt” de 38 y llevaba las cartucheras expresivamente muy bajas. Un sombrero “Stetson” desgastado cubría su cabeza. Todo él estaba lleno de polvo, por lo que se adivinaba la larga caminata que el forastero había efectuado.

Serían las seis de la tarde, y el ocaso comenzaba a oscurecer las calles del pueblo. Sin embargo, el “Saloon” se hallaba lleno de luz.

-          Ginebra, -dijo. -Deme ginebra.

-          ¿Forastero?- preguntó el del mostrador.

-          De Missouri. Bill Randall, de Missouri.

-          Al momento le sirvo.

-          ¿Es usted verdaderamente Bill Randall, el gun-man de Missouri?- dijo alguien, con una expresión burlona en el rostro.

-          Sí. ¿le va algo?

-          Tal vez. Yo seré el matador de Bill Randall de Missouri.

Un prolongado silencio reinó en la sala. Todos esperaban la respuesta del forastero. Éste se limitó a decir:

-          Déjeme en paz. Ya ha habido muchos que lo han intentado. Tal vez haya alguno que no le hayan comido aún los gusanos.

-          Buena manera de eludir un duelo, Randall. Ya sé que es usted un cobarde.

-          Váyase, amigo. Váyase o le pesará.

-          ¡Saca! ¡¡Cobarde!!

-          ¡¡Basta!! ¡ Tú lo has querido, amigo!

Fue un segundo. Las manos de Bill Randall bajaron a las pistoleras, y sus revólveres vomitaron plomo y fuego. El pistolero que tenía delante no llegó a tocar sus armas. Incrédulo, totalmente desmadejado, el hombre cayó al suelo, sin vida.

Pero no fue eso lo que más impresionó a los bebedores del “Saloon”. Bill Randall disparó once veces seguidas sobre la pared del “Saloon”. Con ocho agujeros, había dibujado una cruz...para el muerto.

-          -Es… es fantástico, -alguien exclamó.

-          Es Randall, Billy Randall de Missouri.

DOS

-          ¿Ha visto al nuevo forastero, jefe? -la voz salió de un hombre de aspecto torvo.

-          Lo vi, Jer. Es decir, me lo dijeron. Y no me gusta.

-          Pero se marchará jefe. Si no le obligaremos a ello.

-          Encárgate de eso, Jer. Yo voy a hablar con los McDonald. Me llevaré a Cully.

-          Archie, Bickford -ordenó Jer. -Vamos por el forastero.

Se encontraron a media calle. Iban los tres muy juntos. El iba sólo.

-          Alto, amigo -dijo Jer.

-          ¿Qué quiere? ¿Busca pelea?

-          Le doy media hora para que abandone Bolton Springs.

-          ¿Y por qué he de hacerlo?

-          No me gusta su cara, me recuerda la de un canalla que maté hace algún tiempo.

-          Bueno amigo. Desde que llegué no hacen más que buscarme las cosquillas. Creí que ya iban a dejarme en paz.

-          ¡Oh! Ya veo que piensa no luchar. Bien, le daremos una paliza. ¿Eh muchachos?

-          Quieren pelea. Se la daré.

Fue Archie el que primero se abalanzó sobre el forastero. Randall levantó el puño y descargó un tremendo mazazo a la barbilla del hombre. Cayó hecho un ovillo en el momento en que Jer, un verdadero mastodonte, le sacudía un violento puñetazo que tan solo alcanzó el aire.

Alzó la cabeza y su puño se estrelló contra la boca de Jer, que soltó una maldición.

Sintió un violento golpe en la frente. Se balanceó al tiempo que disparaba otra vez su puño que se encontró con un ojo de Bickford. Se levantaba en ese mismo instante Jer y Randall esquivó su embestida. Después asió al forajido del cuello y le proyectó contra el suelo. A continuación golpeó a Bickford, que se incorporaba, pero Jer, en el suelo, le asió las piernas y ambos hombres rodaron por el polvo. Jer aprisionó la garganta de Billy. La tremenda tenaza privó materialmente las fuerzas de Randall. Sintió que el sentido le abandonaba.

Como en sueños oyó:

-          ¡Suéltele! ¡ Suéltele o disparo!

La presión disminuyó poco a poco. Sintió la mano del hombre estrellarse en contra sus labios. Un disparo levantó a Jer del suelo.

-          ¡Hágalo! ¡Hágalo otra vez y le mataré como a un perro!

Era una voz femenina la que hablaba. Casi no tuvo fuerzas para levantarse. Sintió de nuevo la voz:

-          ¡Lárguese! ¡Aprisa!

Miró a su salvadora. Era joven y extremadamente bella.

-          Gracias, -musitó, mientras se llevaba una mano a la dolorida y sangrante boca.

-          Necesita un médico, -dijo la joven. Venga conmigo.

Se dejó llevar y entró en la puerta de una casa, junto a la mujer.

-          Papá, es un forastero que llegó hace un momento. Por poco le matan los hombres de Bristol.

Un hombre de aspecto cansado dijo:

-          Llama a Chave. Él sabrá curarle.

Fue practicada la cura. Billy se dirigió a su protector.

-          Gracias, señor. Si no llega a ser por su hija no lo cuento.

-          No diga eso. Siempre es un honor luchar con Bristol y su gente.

-          ¿Tanto mal les han hecho?

-          Es una historia larga, amigo. Sam Bristol entró en el pueblo hará dos años. Desde entonces no ha hecho más que robar, saquear, y matar sin tregua. No hay ley en Bolton Springs. Y ese canalla y su banda lo saben aprovechar. Además, está enamorado de Helen.

Randall volvió la vista hacia la chica.

-          Yo, -musitó ella, nunca le he querido. Es un canalla redomado.

Randall se pasó una mano por la espesa cabellera. Después, sin dar importancia a sus palabras, dijo:

-          Yo limpiaré Bolton Springs.

Y una vez más, Billy Randall desconcertó a los habitantes de Bolton.

 

TRES

-          ¡Venga, Bascomb! -restalló la voz del perfumado Sam Bristoll.

El interpelado echó encima de la mesa un fajo con varios billetes de mil dólares.

-          ¡Ja, ja! Todo mío. Soy el amo de Bolton Springs.

-          Sí, jefe, pero ese forastero no me gusta nada.

-          ¡Echadle! No quiero entrometidos en mis tierras. ¡Echadle de aquí¡

-          No es hueso blando, jefe, -dijo Jer. -Casi nos doblega a Archie, Bickford y a mí. Me es conocido.

-          ¿Con que sí, eh? Bien, atajo de inútiles. Que vayan Cully, Archie, Bickford y Bascomb. Echadle a tiros. Matadle si es preciso.

Plantado en medio de la calzada, Billy Randall esperaba pacientemente a que los asesinos viniesen a por  él. Aparecieron entonces por la calle. Eran cuatro, y venían dispuestos a matarle. Muy tranquilo, Randall dijo:

-          ¡Vamos, amigos! ¡Os estoy esperando!

-          Te vamos a matar, perro. Pero antes queremos saber tu cochino nombre, si es que tienes.

-          Soy Billy Randall, de Missouri.

Por un momento, el miedo paralizó a sus oponentes. Fue Bascomb el que antes se repuso:

-          ¡A él! ¡Somos cuatro contra uno!

Los cuatro hombres bajaron las manos con impresionante celeridad. Pero Billy Randall poseía ya en las suyas dos enormes “Colts” del 38 y que ladraron como perros rabiosos en busca de la presa. Bascomb dio una pirueta en el aire antes de recibir un disparo en el pecho.

Archie sintió algo rojo y caliente que le traspasaba el corazón.

Tal vez impresionados por la puntería de su oponente, Cully y Bickford dudaron un instante. Pero después, aprovechando su anticipación a la de forastero, dispararon sus revólveres. Pero, a los ojos de los habitantes de la City que se acurrucaron en las casas a presenciar el gran duelo, y a los bellos y rasgados de Helen McDonald, Randall aguantó impávido los dos proyectiles que le alcanzaron el hombro y la pierna. Como un justiciero, implacablemente, de nuevo cantaron los “Colts” de Billy Randall. Y Bickford y Cully cayeron hacia atrás, traspasados, desmadejados.

-          ¡Cuidado!, -la voz de Helen McDonald sonó en tan crítico momento.

A pesar de sus heridas, Billy Randall, como un auténtico luchador, pegó un brinco hacia atrás. Una bala de “Springfield” se clavó inofensiva en el suelo. Giró vertiginosamente sus revólveres y sus balas alcanzaron al tirador que detrás de él había disparado. Era Jer.

De entre la multitud, salió Helen. Randall vio su fenomenal silueta correr hacia él y sonrió. Estrechó entre sus brazos a la joven y besó aquellos labios con pasión. Pero se descuidó. Bajó los “Colts” al abrazar a la muchacha.

-          ¡Quieto! -sonó la voz de Bristol

-          ¡Trae a la chica! ¡¡Tráela! !

Randall se desasió de ella de un violenta empujón, echándola a un lado de la calle. Al mismo tiempo, dio un brinco hacia el otro lado, y creyó que todas sus heridas se desangraban cuando tocó el suelo. Levantó sus revólveres una pulgada y de nuevo rugieron como fieras salvajes. Sintió sin embargo una punzada vivísima en el pecho. Pero vio a Bristol doblarse y caer exánime.

Se levantó casi inconsciente. La vista se le nublaba. Las heridas le manaban sangre copiosamente. Helen corrió hacia él y le sujetó para no caer.

-          Voy a Wichita- dijo lentamente Randall. -Estoy cansado de esta vida, Helen. Iré allí y me entregaré.

-          Pero... pero estás herido, Billy. No llegarás a Wichita.

-          Llegaré, querida. Y volveré cuando cumpla la condena.

-          Siempre- gimió ella- siempre te esperaré.

De nuevo se juntaron sus bocas.

Después con un tremendo esfuerzo, subió al caballo. Su figura gigantesca se recortó contra el sol poniente. Alzó una mano de despedida.

-          Ha pasado un hombre maravilloso- musitó Helen.

-          Ha pasado Billy Randall-, dijo Tedd Balls, y escupió un salivazo al suelo.

 

FIN