JOSE HIERRO

BIOGRAFIA

(Madrid 1922). Pasa su infancia y juventud en Santander, donde forma parte del grupo poético de la revista "Proel".  En 1947 publica sus dos primeros libros, TIERRA SIN NOSOTROS y ALEGRIA, impresionantes por la expresión de amarguras juveniles y por la intensa búsqueda de una dicha no lograda.

Desde una poesía reivindicativa de lo sencillo y claro, evolucionó hacia un carácter más narrativo que integra lo colectivo con la temática existencial. Bajo el título de CUANTO SE DE MI, publicó en 1974 sus poesías completas.


POEMAS ESCOGIDOS

VIDA

Después de todo, todo ha sido nada

a pesar de que un día lo fue todo;

después de nada o después de todo

supe que todo no era más que nada.

 

 Grito "¡todo!" y el eco dice "¡nada!",

grito "¡nada!" y el eco dice "¡todo!",

ahora se que la nada lo era todo

y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada,

era ilusión lo que creía todo

y que en definitiva era la nada...

 

qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo;

¡después de tanto todo... para nada!

 DESAFIO EN VALENCIA

 

¡A mí vais a decirme

a qué suenan las escolleras

pulsadas por las olas;

qué es lo que canta el cielo

tras su concertación de transparencias;

qué aromas llevan las embarcaciones

a donde no florece el limonero!

¡A mí vais a decírmelo!

 

¡A mí vais a decirme

que no es la luz que emana de los cuerpos

el origen del mediodía!

Y aquellos nombres -Carolina,

Azucena, Jacinta-,

¡a mí vais a decirme

si fueron nombres de mujeres, barcas

flores! ¡Como si yo no lo supiera,

como si hubiese yo olvidado

qué, quiénes fueron esas sombras

que daban vida a estos espacios mágicos!

 

¡A mí vais a decírmelo!

   EL MUERTO

 

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría

no podrá morir nunca.

 

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.

Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,

muchos siglos de olvido y de sombra constante,

muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido

a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.

Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los

vivos

será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,

desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,

por el curvo volar de gorriones,

por las flores doradas y blancas de esencias frutales.

(Yo una vez hice un ramo con ellas.

Puede ser que después arrojara las flores al agua,

puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,

que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,

que a mi madre llevara las flores;

yo querría poner primavera en sus manos.)

¡Será ya primavera allá arriba!

 

Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría

no podré morir nunca.

Pero yo que he tocado  una vez las agudas agujas del pino

no podré morir nunca.

Morirán los que nunca jamás sorprendieron

aquel vago pasar de la loca alegría.

Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos

no podré morir nunca.

 

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.

CON LAS PIEDRAS, CON EL VIENTO

 

Con las piedras, con el viento

hablo de mi reino.

 

Mi reino vivirá mientras

estén verdes mis recuerdos.

Cómo se pueden venir

nuestras murallas al suelo.

Cómo se puede no hablar

de todo aquello.

El viento no escucha. No

escuchan las piedras, pero

hay que hablar, comunicar,

con las piedras, con el viento.

 

Hay que no sentirse solo.

Compañía presta el eco.

El atormentado grita

su amargura en el desierto.

Hay que desendemoniarse,

liberarse de su peso.

Quien no responde, parece

que nos entiende,

como las piedras o el viento.

 DOS MADRIGALES PARA NIETAS

                         

               I

 

Con sílabas de alga y de marfil

compones nombres que antes no existían

-hinojo, zorra, abejaruco, alondra-,

los sacas de la cárcel de la nada.

Conoces bien la lengua amarga y verde

de lós espárragos trigueros.

Todo lo vuelves claridad, espacio,

lugar dispuesto para el espectáculo

escrito, dirigido, interpretado por las nubes.

 

Allá, en la playa,

frente al hervor del oleaje,

eras la duna modelada

por los dedos de luz del viento.

Sobre el vientre brillaba

la cicatriz de un astro.

 

(No sabrás nunca que la sombra existe.)

 

               II

                          

Posiblemente exista.

 

Lee el destino en la palma de la mano

morada de la pasiflora.

Adiestra a los caniches de las olas;

da de comer a la bocaza

abierta siempre de la chimenea;

divide, multiplica, resta y suma

como quien lanza contra el alcotán

un grano de cebada;

sabe que Dios no existe, ni existen los bomberos,

pues si existiesen dejarían huellas;

saca a la luz el terciopelo oculto

bajo la máscara del pez;

arranca sus enigmas,

boca a boca, a la estrella.

 

Habla con el aceite.

EL MAR EN LA LLANURA

 

¿Estarás siempre de mi parte,

adormecida entre mis brazos,

primaveral y musical,

afirmándote y afirmándonos?

 

¿A centenares de kilómetros,

a millares de encinas y álamos,

a millones de horas, de ríos,

de cumbres de piedra, de páramos?

 

Esta mañana te ha teñido

el recuerdo de vinos pálidos.

En las ramas de acacia, otoño

puso a dorar su seco manto.

 

Hojas crujían con la música

con que embistes acantilados.

La llanura fingió latidos,

temblores, fuegos oceánicos.

 

¿Tu compañía? ¿Tu nostalgia?

¿Tu esperanza?... ¿Siempre a mi lado

estarás, mar, primaveral,

afirmándote y afirmándonos?

 

Mar mía, ¿pase lo que pase,

aun después de lo que ha pasado?

CUMBRE

 

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,

de piedra y música te tengo;

no como entonces, cuando a cada instante

te levantabas de mi sueño.

 

Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,

el verde fresco de tus aguas.

Ahora estamos de nuevo frente a frente

como dos viejos camaradas.

 

Nueva canción con nuevos instrumentos.

Cantas, me duermes y me acunas.

Haces eternidad de mi pasado

y luego el tiempo se desnuda.

 

¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera

tanta pasión acumulada!

Y ver perderse nuestra antigua imagen

arrebatada por el agua.

 

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,

de piedra y musica te tengo.

Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.

Pero ¿qué has hecho de mi tiempo?

VIENTO DE OTOÑO

 

Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento

gloria final a las hojas doradas.

Arder, fundirse el monte en llamaradas

crepusculares, trágico y sangriento.

 

Gira, asciende, enloquece, pensamiento.

Hoy da el otoño suelta a sus manadas.

¿No sientes a lo lejos sus pisadas?

Pasan, dejando el campo amarillento.

 

Por esto, por sentirnos todavía

música y viento y hojas, ¡alegría!

Por el dolor que nos tiene cautivos,

 

por la sangre que mana de la herida

¡alegría en el nombre de la vida!

Somos alegres porque estamos vivos.

LAS NUBES

 

Inútilmente interrogas.

Tus ojos miran al cielo.

Buscas, detrás de las nubes,

huellas que se llevó el viento.

 

Buscas las manos calientes,

los rostros de los que fueron,

el círculo donde yerran

tocando sus instrumentos.

 

Nubes que eran ritmo, canto

sin final y sin comienzo,

campanas de espumas pálidas

volteando su secreto,

 

palmas de mármol, criaturas

girando al compás del tiempo,

imitándole a la vida

su perpetuo movimiento.

 

Inútilmente interrogas

desde tus párpados ciegos.

¿Qué haces mirando a las nubes,

José Hierro?

CANCIÓN DE CUNA PARA DORMIR A UN PRESO

 

La gaviota sobre el pinar.

(La mar resuena.)

Se acerca el sueño. Domirás,

soñarás, aunque no lo quieras.

La gaviota sobre el pinar

goteado todo de estrellas.

 

Duerme. Ya tienes en tus manos

el azul de la noche inmensa.

No hay más que sombra. Arriba, luna.

Peter Pan por las alamedas.

Sobre ciervos de lomo verde

la niña ciega.

Ya tú eres hombre, ya te duermes,

mi amigo, ea...

 

Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo

sobre la luna, y la degüella.

La mar está cerca de ti,

muerde tus piernas.

No es verdad que tú seas hombre;

eres un niño que no sueña.

No es verdad que tú hayas sufrido:

son cuentos tristes que te cuentan.

Duerme. La sombra toda es tuya,

mi amigo, ea...

 

Eres un niño que está serio.

Perdió la risa y no la encuentra.

Será que habrá caído al mar,

la habrá comido una ballena.

Duerme, mi amigo, que te acunen

campanillas y panderetas,

flautas de caña de son vago

amanecidas en la niebla.

 

No es verdad que te pese el alma.

El alma es aire y humo y seda.

La noche es vasta. Tiene espacios

para volar por donde quieras,

para llegar al alba y ver

las aguas frías que despiertan,

las rocas grises, como el casco

que tú llevabas a la guerra.

La noche es amplia, duerme, amigo,

mi amigo, ea...

 

La noche es bella, está desnuda,

no tiene límites ni rejas.

No es verdad que tú hayas sufrido.

son cuentos tristes que te cuentan.

Tú eres un niño que está triste,

eres un niño que no sueña.

Y la gaviota está esperando

para venir cuando te duermas.

Duerme, ya tienes en tus manos

el azul de la noche inmensa.

Duerme, mi amigo...

                       Ya se duerme

mi amigo, ea...

LO EFÍMERO

 

No me digáis que considere el día

sólo como una ola de lo eterno.

Vendavales vendrán, por el invierno,

que me derrumbarán lo que erigía.

 

Serenidad me vestirá. Armonía

será mi casa. Exhausto ya tu cuerno,

Fortuna, he de escribir en mi cuaderno:

«Era ilusión tras de lo que corría.»

 

«Razón teníais», os diré. Yo tuve

sinrazones. Fui libre, como nube

que cualquier viento leve la cautiva.

 

Hablé con vivos y con muertos.  Luego,

conmigo y con mi Dios.  Decid: «Va ciego.»

Pero dejadme, por favor, que viva.

CANTO A ESPAÑA

 

Oh España, qué vieja y qué seca te veo.

Aún brilla tu entraña como una moneda de plata cubierta de polvo.

Clavel encendido de sueños de fuego.

He visto brillar tus estrellas, quebrarse tu luna en las aguas,

andar a tus hombres descalzos, hiriendo sus pies con tus piedras

   ardientes.

 

¿En dónde buscar tu latido: en tus ríos

que se llevan al mar, en sus aguas, murallas y torres de muertas

   ciudades?

¿En tus playas, con nieblas o sol, circundando de luz tu cintura?

¿En tus gentes errantes que pudren sus vidas por darles dulzor

   a tus frutos?

 

Oh España, qué vieja y qué seca te veo.

Quisiera talar con mis manos tus bosques, sembrar de ceniza

   tus tierras resecas,

arrojar a una hoguera tus viejas hazañas,

dormir con tu sueño y erguirme después, con la aurora,

ya libre del peso que pone en mi espalda la sombra fatal de

   tu ruina.

 

Oh España, qué vieja y qué seca te veo.

Quisiera asistir a tu sueño completo,

mirarte sin pena, lo mismo que a luna remota,

hachazo de luz que no hiende los troncos ni pone la llaga en la

   piedra.

 

Qué tristes he visto a tus hombres.

Los veo pasar a mi lado, mamar en tu pecho la leche,

comer de tus manos el pan, y sentarse después a soñar bajo un

álamo,

dorar con el fuego que abrasa sus vidas, tu dura corteza.

Les pides que pongan sus almas de fiesta.

No sabes que visten de duelo, que llevan a cuestas el peso de

    tu acabamiento,

que ven impasibles llegar a la muerte tocando sus graves guitarras.

    

Oh España, qué triste pareces.

Quisiera asistir a tu muerte total, a tu sueño completo,

saber que te hundías de pronto en las aguas, igual que un navío

maldito.

 

Y sobre la noche marina, borrada tu estelas

España, ni en ti pensaría. Ni en mí. Ya extranjero de tierras y

días.

Ya libre y feliz, como viento que no halla ni rosa, ni mar, ni

molino.

Sin memoria, ni historia, ni edad, ni recuerdos, ni pena...

 

...en vez de mirarte, oh España, clavel encendido de sueños de

llama,

cofre de dura corteza que guarda en su entraña caliente

la vieja moneda de plata, cubierta de olvido, de polvo y

cansancio...

OTOÑO

 

Otoño de manos de oro.

 

Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.

Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos

ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.

 

Otoño, de manos de oro;

con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito

sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,

con el alba que moja su cielo en las flores del vino,

para dar la alegría al que sabe que vive,

de nuevo has venido.

 

Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando

en tu gran corazón encendido.

DESPEDIDA DEL MAR

 

Por más que intente al despedirme

guardarte entero en mi recinto

de soledad, por más que quiera

beber tus ojos infinitos,

tus largas tardes plateadas,

tu vago gesto, gris y frío,

sé que al volver a tus orillas

nos sentiremos muy distintos.

 

Nunca jamás volverá a verte

con estos ojos que hoy te miro.

 

Este perfume de manzanas

¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,

mar mío! ¡Fúndeme, despójame

de mi carne, de mi vestido

mortal! ¡Olvídame en la arena,

y sea yo también un hijo

más, un caudal de agua serena

que vuelve a ti, a su salino

nacimiento, a vivir tu vida

como el más triste de los ríos!

 

Ramos frescos de espuma.. Barcas

soñolientas y vagas... Niños

rebañando la miel poniente

del sol...¡Qué nuevo y fresco y limpio

el mundo...! Nace cada día

del mar, recorre los caminos

que rodean mi alma y corre

a esconderse bajo el sombrío,

lúgubre aceite de la noche,

vuelve a su origen y principio.

 

¡Y que ahora tenga que dejarte

para emprender otro camino..!

RESPUESTA

 

Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.

Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.

Que tú me entendieras a mí sin palabras

como entiendo yo al mar o a la brisa enredada

      en el álamo verde.

 

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.

Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú

     no comprendes.

Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,

la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

 

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.

Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.

Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,

yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y

     te hiriese.

Criatura también de alegría quisiera que fueras,

criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas

y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,

y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,

y sentirte hecho de aire y de nube y de yerba muy verde...

 

Si ahora yo te dijera

que es tu vida esa roca en que rompe la ola,

la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,

aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,

aquel niño que azota la mar con su mano inocente...

 

Si yo te dijera estas cosas, amigo,

¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,

qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?

Y ¿cómo saber si me entiendes?

¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?

¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?

¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,

poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?

 

Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras

como tú me entendieses.

 

Por más que intente al despedirme

llevar tu imagen, mar, conmigo;

por más que quiera traspasarte,

fijarte, exacto, en mis sentidos;

por más que busque tus cadenas

para negarme a mi destino,

yo sé que pronto estará rota

tu malla gris de tenues hilos.

Nunca jamás volveré a verte

con estos ojos que hoy te miro.

LA LLAMA

 

Racimos de amargas verdades

nos hieren los cuerpos desnudos.

Pero aún llamea en nuestros ojos

el cielo azul.

 

Vendrán los días y las noches

a ceñirnos coronas negras.

Pero llevamos en el alma

la juventud.

 

Podrán las cosas diluirse

y retornar a su silencio;

irán sintiendo poco a poco

su luz caer.

 

Pero aún veremos cada día

como una verdad dolorosa

en estas amargas verdades

la vida arder.

JUNTO AL MAR

 

Si muero, que me pongan desnudo,

desnudo junto al mar.

Serán las aguas grises mi escudo

y no habrá que luchar.

 

Si muero, que me dejen a solas.

La mar es mi jardín.

No puede, quien amaba las olas,

desear otro fin.

 

Oiré la melodía del viento,

la misteriosa voz.

Será por fin vencido el momento

que siega como hoz.

 

Que siega pesadumbres. Y cuando

la noche empiece a arder,

soñando, sollozando, cantando,

yo volveré a nacer.

PAGANOS

 

Subía entonces a tu Casa

la Juventud.

          Labios de frutas,

semillas de cánticos, pétalos

de luz, magnolias de hermosura.

Lo que no hablaban las palabras

lo decía su sola música.

 

Para qué cantas. Para qué

cantar. (Entonces, a la altura

de tu frente, trepaban yedras

de juventud.) Para qué apuras

el vino. Déjalo que duerma

ensombreciéndose en las uvas.

 

Cielo poniente, del color

de los panales; frías plumas

de alba. Columnas donde apoya

el mediodía azul su cúpula.

Para qué cantas. Para qué

te entusiasmas. Para qué apuras

el vino. Todo cuanto es tuyo,

no es tuyo. Todo lo que endulza,

amarga. Todo cuanto aroma,

hiede. Es el día noche oscura.

Te ciñes flores: son las mismas

flores que llevas a tu tumba.

 

Subía entonces a tu Casa

la Juventud. (Para qué apuras

el vino.) Y abrías tus ríos,

tu paisaje arrastraba espumas

ilusorias, pétalos de oro

del estío, la boca púrpura

del poniente, el óxido pálido

del mar, los nidos que la lluvia

habita...

 

         Dime, por lo menos:

«lo sé, lo sé: bajo la luna

sólo hay respuestas; más allá

de la luna, sólo hay preguntas».

Di, por lo menos: «sé que vivo

caminando y cantando a oscuras,

que lloraré de pesadumbre,

no de sorpresa...».

 

               Hasta la altura

de tu frente, suben las yedras

su vegetal carne desnuda.

Cantaba entonces en tu Casa

la Juventud (para qué apuras

el vino ...), entraban por las puertas

luminosas, las criaturas

del paraíso del instante,

las enigmáticas volutas

del azul, las bocas candentes

del trigo, el germen de la música:

lo eternamente jubiloso

sobre la tierra o las espumas.

 

Lo que trenzaba tallo a tallo

de risa, su noche futura.

RAZON

 

Tal vez porque cantamos embriagados la vida

crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena.

Puedes aproximarte, puedes tocar la herida

de amargura y de sangre hasta los bordes llena.

 

Ganamos la alegría bajo un cielo sombrío

mientras el desaliento nos prendía en sus redes.

Hemos tenido sueño, hemos tenido frío,

hemos estado solos entre cuatro paredes.

 

Vivimos... Llena el alma la hermosura más plena.

En países de nieblas también nacen las flores.

Después de la amargura y después de la pena

es cuando da la vida sus más bellos colores.

PARA UN ESTETA

 

Tú que hueles la flor de la bella palabra

acaso no comprendas las mías sin aroma.

Tú que buscas el agua que corre transparente

no has de beber mis aguas rojas.

 

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso

nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda

ni cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas

van socavando nuestra roca.

 

Perfección de la vida que nos talla y dispone

para la perfección de la muerte remota.

Y lo demás, palabras, palabras y palabras,

¡ay, palabras maravillosas!

 

Tú que bebes el vino en la copa de plata

no sabes el camino de la fuente que brota

en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura

con tus dos manos como copa.

 

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.

Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.

Y olvidas las raíces («Mi Obra»,dices),olvidas

que vida y muerte son tu obra.

 

No has venido a la tierra a poner dique y orden

en el maravilloso desorden de las cosas.

Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas

sin alzar vallas a su gloria.

 

Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.

Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.

Y hechos un solo río os vertéis en el mar,

«que es el morir», dicen las coplas.

 

No has venido a poner orden, dique. Has venido

a hacer moler la muela con tu agua transitoria.

Tu fin no esta en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas

que vida y muerte son tu obra.

 

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día

por la música de otras olas.

RETRATO DE UN DESCONOCIDO

 

Tuvo unas barbas húmedas, marinas,

y pálida y desnuda era la frente.

Adorador del fuego del poniente

entre las piedras de las propias ruinas...

 

Viajero en alas de las golondrinas

se desnudó a la luz resplandeciente.

Desnudo -nuevamente adolescente-

con el dolor jugó a las cuatro esquinas.

 

La carne está en su ocaso. Queda el gesto.

Es la luz su mejor libro de texto

y reza, rosa a rosa, su rosario.

 

Ama las horas porque borran huellas

en la serenidad, y en las estrellas

estudia su futuro itinerario.

CABALLERO DE OTOÑO

 

Viene, se sienta entre nosotros,

y nadie sabe quién será,

ni por qué cuando dice nubes

nos llenamos de eternidad.

 

Nos habla con palabras graves

y se desprenden al hablar

de su cabeza secas hojas

que en el viento vienen y van.

 

Jugamos con su barba fría.

Nos deja frutos. Torna a andar

con pasos lentos y seguros

como si no tuviera edad.

 

Él se despide. ¡Adiós!  Nosotros

sentimos ganas de llorar.

                                                            © Javier de Lucas