LA CIENCIA INEVITABLE

¿Es la Ciencia inevitable?

Supongamos que aceptamos que la inteligencia es común en el Universo. La siguiente cuestión de interés para los investigadores del SETI es qué proporción de esas especies inteligentes llegan a descubrir la Ciencia, a inventar la alta tecnología e iniciar comunicaciones a larga distancia. Ciertamente está de moda asegurar, en parte por razones de corrección política, que aquí en la Tierra cualquier sociedad humana hubiera acabado descubriendo con el tiempo la Ciencia y la tecnología. Afirmar cualquier otra cosa parece implicar la superioridad de la civilización europea, donde comenzó la Ciencia tal y como la conocemos, y eso algunos lo consideran chovinista y racista. Personalmente, siempre he sido escéptico en cuanto a la «inevitabilidad de la Ciencia». El problema es que la Ciencia funciona tan bien y se ha convertido en una parte tan importante de nuestra vida cotidiana que las personas tienden a darla por supuesta. El método científico, que se enseña (mal, en general) a todos los escolares, se percibe como un procedimiento de lo más evidente: experimentación, observación, teoría, ¿qué otra forma de descubrir la manera en que funciona el mundo podría ser más natural?

Cuando se sitúa en un contexto histórico, sin embargo, se aprecia que la visión «obvia» de la Ciencia descansa sobre unos cimientos débiles. La Ciencia como tal surgió en la Europa del Renacimiento bajo la doble influencia de la filosofía griega y la religión monoteísta. Los filósofos griegos enseñaban que los seres humanos podían llegar a comprender el mundo mediante el ejercicio de la razón, que alcanzó su forma más sistemática en las reglas de la lógica y los teoremas matemáticos que se siguieron de aquéllas. Afirmaban que el mundo no era arbitrario o absurdo, sino racional e inteligible, aunque fuese confuso y complicado. No obstante, la filosofía griega nunca alumbró lo que hoy entendemos como método científico, mediante el cual la naturaleza es «interrogada» mediante el experimento y la observación, a causa de la profunda creencia de los filósofos griegos de que las respuestas podían obtenerse con la sola razón. Los notables progresos de los griegos en la lógica y las matemáticas fueron cuidados y nutridos durante los siglos oscuros de Europa por los estudiosos islámicos, sin los cuales es muy dudoso que la Ciencia y la matemática hubieran llegado a echar raíces en la cultura europea medieval. Un eco de esa fase islámica pervive en términos modernos como álgebra y algoritmo, y en los nombres de estrellas conocidas como Sirio y Betelgeuse. A pesar de la importancia de la fase islámica en el camino que condujo a la Ciencia, por alguna razón (posiblemente política o social) los estudiosos árabes no alcanzaron a formular leyes matemáticas del movimiento o a realizar experimentos de laboratorio en el sentido moderno del término.

Al mismo tiempo, el monoteísmo iba configurando la visión occidental del mundo durante los estadios formativos de la Ciencia. El judaísmo representó una ruptura decisiva con casi todas las culturas contemporáneas al postular una explicación del cosmos como un desarrollo a lo largo de una línea del tiempo. Según la narración judaica, el Universo fue creado por Dios en un momento definido del pasado, y se desarrolló de acuerdo con una serie unidireccional (creación, caída, tribulación, Armagedón, salvación, juicio, redención…). En otras palabras, el judaísmo nos cuenta una historia cósmica, la historia de un plan divino revelado en una secuencia histórica. Esto contrastaba enormemente con la visión dominante de que el mundo es cíclico: la rotación de los buenos y los malos tiempos, el auge y declive de las civilizaciones, la rueda de la fortuna. Aun hoy, la visión del mundo unidireccional, con una progresión lineal del tiempo, que impera en la civilización occidental cuadra mal con otras visiones culturales, como el Tiempo de Ensueño de los aborígenes australianos o los ciclos en las cosmologías hindú y budista.

El concepto lineal del tiempo, y un Universo creado por un ser racional y ordenado con arreglo a un conjunto de leyes inmutables, fue adoptado tanto por el cristianismo como por el islam, y se erigió en la influencia dominante en Europa en los tiempos de Galileo. Los primeros científicos, que eran profundamente religiosos, creían que su trabajo consistía en desvelar el plan de Dios para el Universo, manifestado en forma de relaciones matemáticas ocultas. Lo que hoy conocemos como leyes de la Física eran para ellos pensamientos en la mente de Dios. Sin la creencia en un único creador de leyes racional y omnipotente, es improbable que nadie hubiera supuesto que la naturaleza es inteligible de una manera sistemática que queda reflejada en formas matemáticas eternas. El método científico estuvo al borde de constituir una práctica oculta en tiempos de Newton, y se realizaba a la manera de las sociedades secretas. Escribir símbolos codificados en trozos de papel y someter la materia a experimentación «no natural» en el sanctasanctórum de unos laboratorios especiales es un procedimiento arcano se mire como se mire. Así que la Ciencia, que hoy tenemos por algo natural, no era muy distinta de la magia en la época en que se estableció.

Supongamos que un asteroide hubiera alcanzado París en 1300, destruyendo la cultura europea. ¿Hubiera surgido la Ciencia en algún momento sobre la Tierra? Nunca he oído un argumento convincente de que así hubiera sido. A menudo se señala que, en tiempos de la Edad Media, los chinos eran tecnológicamente más avanzados que los europeos, lo cual es cierto. Entonces, ¿por qué los chinos no llegaron a convertirse en verdaderos científicos? Parte de la razón es que la cultura tradicional china no estaba imbuida en la idea monoteísta de un dador de leyes trascendente. Fuera del mundo monoteísta, la naturaleza era percibida como algo regido por la compleja interacción de influencias rivales en forma de dioses, agentes y tendencias místicas ocultas. En la China medieval no se establecía una distinción clara entre las leyes morales y las leyes de la naturaleza. Los asuntos humanos estaban vinculados al cosmos, formando una unidad indivisible. Para los paganos de Europa y del Oriente Próximo, que competían con el cristianismo y el islam en sus estadios formativos, el conocimiento del cosmos se obtenía a través de la «gnosis», una comunión mística con el creador, y no por medio de la investigación racional. ¿Podría la gnosis haber conducido con el tiempo hasta la Ciencia? No lo creo. Si uno no espera que haya un orden inteligible oculto en los procesos de la naturaleza, un orden fijo que pueda analizarse con las matemáticas, no hay motivación para embarcarse en una empresa científica.

Llegamos así a una sutileza fundamental del método científico: el papel que desempeña la teoría en la Física. El poder de la Física teórica nace del reconocimiento de que existen en la naturaleza principios profundos que están interconectados. Cuando Newton vio cómo caía una manzana, no vio simplemente una manzana que caía, sino que percibió un conjunto de ecuaciones que vinculaban el movimiento de la manzana con el movimiento de la Luna. La «Física teórica» no significa «tener conjeturas sobre la Física». Significa establecer un elaborado y bien trabado sistema de ecuaciones matemáticas específicas para captar aspectos de la realidad física que una inspección casual nunca nos llevaría a relacionar, y luego modelar esas relaciones de manera cuantitativa. Ninguna otra Ciencia se asienta sobre este tipo de cimientos. No hay una «biología teórica», y mucho menos una «sociología teórica» o una «psicología teórica», en el sentido que tiene en la Física la palabra teoría. Hay ideas, conjeturas, modelos matemáticos simples, principios organizativos, paradigmas y demás, pero no una auténtica teoría matemática, un conjunto de leyes (o, por lo menos, todavía no). El espectacular éxito de la Ciencia Física se debe a una fértil interacción entre teoría y experimentación. Sin unas mentes preparadas por los antecedentes culturales de la filosofía griega y el monoteísmo (o algo parecido), en particular la idea abstracta de un sistema de leyes matemáticas ocultas, tal vez la Ciencia, tal como la conocemos, nunca hubiera emergido.

Se ha dicho a veces que, aun sin creer en un orden universal e inmutable, en un conjunto de leyes que rigen la naturaleza, cualquier sociedad que perviva el tiempo suficiente acaba tropezando con la Ciencia, simplemente por ensayo y error. A fin de cuentas, los chinos descubrieron la brújula sin tener la menor idea del dínamo interno de la Tierra que genera un campo magnético ni de cómo interacciona este campo con los electrones en la brújula. A lo mejor el uso de herramientas cada vez más sofisticadas acaba conduciendo, más tarde o más temprano, a la energía nuclear, las naves espaciales y la radiocomunicación. Para desarrollar tecnología basta con saber el qué, sin necesidad de entender el cómo. Es obvio que, en principio, es posible descubrir, paso a paso, que ciertas causas producen ciertos efectos. Sin embargo, el verdadero poder de la Ciencia es que nos lleva a diseñar nuevas máquinas e instrumentos gracias a que entendemos los principios que los gobiernan. Por ensayo y error, se pueden perfeccionar las herramientas y mecanismos existentes, pero sin una base teórica sólida, no hay razón para andar buscando siquiera la mayoría de las cosas que hoy dominan la Ciencia moderna.

¿Por qué habría de esperar nadie que existieran los neutrinos o las ondas gravitacionales, por poner dos ejemplos, que casi en su totalidad atraviesan la Tierra sin producir un efecto mensurable? ¿Por qué buscar la materia oscura o la energía oscura, que los astrónomos deducen a partir de meticulosas observaciones con satélites y grandes telescopios, pero que sólo cobran sentido cuando se interpretan con la ayuda de varias capas de teoría matemática? ¿Por qué construir un acelerador de partículas a no ser que se tengan razones para sospechar que existen unas partículas, hasta el momento desconocidas e invisibles, como W y Z? Existe, desde luego, una probabilidad finita de que una raza de seres racionales pero sin Ciencia consiga construir, por puro accidente alimentado por la curiosidad, un radiotelescopio o un acelerador de partículas sin tener la más mínima idea de lo que están haciendo o de qué resultado obtendrá, y sin que llegue a entender de verdad lo que encuentre cuando lo encuentre. Posible, sí, pero la probabilidad es tan pequeña que no puede tomarse en serio. Es como decir que algún día alguien sin el menor talento o apreciación musical escribirá por accidente una sinfonía.

Admito que tal vez exista un principio profundo, y todavía desconocido, de organización social que diga, más o menos, que dada una raza de seres curiosos (la curiosidad es ciertamente un rasgo biológico), con el tiempo la Ciencia es inevitable. Podría darse el caso de que la historia humana haya sido encauzada hacia la ilustración y el descubrimiento por la mano invisible de esas leyes desconocidas de la complejidad y la organización. Sin embargo, a primera vista parece que son muchos los factores contingentes (políticos, religiosos, económicos y sociales) que intervinieron en el desarrollo del método científico moderno. A lo mejor la historia no es más que una serie de accidentes aleatorios e impredecibles, uno de los cuales fue la feliz conjunción de la filosofía griega y el monoteísmo en la Europa medieval. Si descubrimos una civilización extraterrestre que ha encontrado la Ciencia, sería un indicio fuerte de que, en efecto, existen leyes universales de organización social e intelectual, igual que hay leyes universales de la Física. Pero sin una buena razón para creer en tales leyes, la afirmación popular de que «la Ciencia es inevitable» la encuentro desprovista de fundamento.

La ecuación de Drake

Una buena manera de resumir lo que estoy diciendo consiste en recoger los diversos factores que de forma colectiva determinan el número esperado de civilizaciones con capacidad de comunicación que existen en este momento en algún lugar de nuestra galaxia. El resultado es lo que se conoce como «ecuación de Drake», pues fue Drake quien la propuso en 1961. No es tanto una ecuación en el sentido matemático convencional como una forma de cuantificar nuestra ignorancia. Pasaré por alto la norma habitual de la divulgación científica que no permite bajo ninguna circunstancia más ecuaciones que E=mc2, puesto que, de todos modos, la ecuación de Drake no es una auténtica ecuación. Así que aquí está:

N = R* fp ne fl fi fc L

¿Qué significan todos estos símbolos? Veamos sus definiciones una a una:

R* = tasa de formación de estrellas como el Sol en la galaxia

fp = fracción de esas estrellas que tiene planetas

ne = número medio de planetas como la Tierra en cada sistema planetario

fl = fracción de esos planetas en los que surge la vida

fi = fracción de planetas con vida en los que emerge la inteligencia

fc = fracción de esos planetas en los que se desarrolla una civilización tecnológica con la capacidad para comunicarse

L = tiempo medio de duración de una civilización con capacidad de comunicación

El número N en el lado izquierdo de la ecuación representa el número de civilizaciones «radio-activas» en la galaxia. Como el SETI tradicional se centra en las señales de radio, lo que cuenta como civilización con capacidad de comunicación en la ecuación de Drake son simplemente aquellas que poseen radiotecnología. Quizá haya mejores maneras de enviar señales por el espacio, o tal vez haya civilizaciones avanzadas que prefieran no emitir comunicaciones de largo alcance, sea por radio o por otros medios. En cualquier caso, si las hay, no podremos detectarlas con radiotelescopios.

Los símbolos del lado derecho de la ecuación de Drake son cantidades que necesitamos para poder estimar, o más bien conjeturar con la mejor información disponible, el número N. Veámoslos uno a uno.

El primer término, R*, es la tasa de estrellas como el Sol que nacen cada año en nuestra galaxia. ¿Por qué sólo en nuestra galaxia? La razón es que recibir señales de radio de más allá de la Vía Láctea es extremadamente improbable, a causa de las enormes distancias implicadas, aunque desde luego no es imposible. En cualquier caso, quedémonos por el momento con la restricción. El número total acumulado de estrellas del tipo del Sol que existen en la actualidad en nuestra galaxia es bastante bien conocido por los astrónomos (simplemente apuntando con el telescopio, contando, y reescalando las observaciones al total de la galaxia con métodos estadísticos simples). La respuesta es alrededor de 10.000 millones, dependiendo un poco de en qué medida tiene que parecerse una estrella al Sol para sostener la vida. Pero este número no es fijo: las estrellas nacen y mueren, y así ha sido desde que la Vía Láctea comenzó a formarse hace 13.000 millones de años. Por ejemplo, por término medio cada año se añaden siete nuevas estrellas a la Vía Láctea, aunque ese número ha ido cambiando durante el curso de la historia galáctica. Los detalles no importan. La cuestión es que la incertidumbre sobre el valor de R* es relativamente baja.

El siguiente símbolo, fp, es la fracción de esas estrellas que tienen planetas. Cuando se inició el SETI en la década de 1960, esta cantidad no estaba nada clara porque nadie sabía muy bien cómo se formaban los planetas. Una teoría sugería que el sistema solar se había formado a partir de materiales arrancados del Sol por el paso de una estrella, un acontecimiento sin duda poco frecuente que implicaría un valor de fpextraordinariamente bajo. Otra teoría suponía que los planetas estaban hechos con materia concentrada en un disco o nube de gas y polvo que giraba alrededor del proto-Sol. Drake, siempre optimista, se adhirió a esta última teoría, y estimó fp = 0,5, es decir, que la mitad de las estrellas parecidas al Sol tienen planetas. Durante décadas las observaciones no ayudaron mucho, pero en la actualidad los astrónomos pueden detectar planetas en órbita alrededor de otras estrellas mediante las técnicas correspondientes. Las observaciones indican que la teoría de la nube es correcta y que la mayoría de las estrellas poseen planetas de uno u otro tipo.

En realidad, la ecuación original de Drake dejaba fuera toda una clase entera de planetas cuya importancia sólo se ha comenzado a comprender hace poco tiempo. Los análisis teóricos del movimiento planetario sugieren que las órbitas pueden desestabilizarse por la «reunión» de varios planetas, provocando la expulsión de objetos fuera del sistema estelar. En consecuencia, podría haber muchos «planetas errantes» vagando por los oscuros espacios interestelares, tal vez con su comparsa de satélites. Es muy posible que nuestro sistema solar tuviera al principio más de los ocho (o nueve) planetas que vemos hoy, y que el resto hayan sido expulsados. Algunos astrónomos estiman que podría haber miles de millones de planetas errantes vagando por la Vía Láctea, así que la ecuación de Drake tiene que modificarse para tomarlos en cuenta. En cualquier caso, sumando los planetas en órbita y los errantes, el total podría ser del orden de billones de planetas en nuestra galaxia.

Para que surja vida tal como la conocemos, un planeta tiene que ser «parecido a la Tierra». El factor ne de la ecuación de Drake corresponde al número de planetas de un sistema estelar que pueden sostener vida (es decir, planetas «como la Tierra», de ahí el subíndice e, del inglés «Earth», Tierra). Drake al principio estimó en 2 el valor de ne, es decir, un promedio de dos planetas como la Tierra en cada sistema planetario. ¿Qué nos dicen las observaciones? En el caso del sistema solar, la Tierra y Marte entrarían en la definición. Por lo que respecta a planetas extrasolares parecidos la Tierra, hasta el momento no se ha descubierto ninguno. Pero eso cambiará pronto, cuando dispongamos de los resultados de la misión Webb. Se están proyectando otros instrumentos más ambiciosos para la búsqueda de planetas desde el espacio, y es posible que en una o dos décadas dispongamos de imágenes de otras tierras en otras estrellas a, digamos, cincuenta años luz. Casi con certeza hay muchos planetas como la Tierra en la galaxia, pero se hace difícil dar un número concreto. Alrededor del 1 al 10 por ciento es mi estimación de la fracción de planetas de sistemas planetarios en órbita alrededor de estrellas como el Sol que se parecen a la Tierra al menos en la temperatura, la presión atmosférica y la gravedad en la superficie. Esta cifra es inferior a la original de Drake, pero no drásticamente inferior, y todavía nos da miles de millones de planetas parecidos a la Tierra.

A continuación viene lo más difícil. El factor fl es el número de planetas como la Tierra en los que surge la vida. Como he aclararado, este número es muy incierto. Los entusiastas del SETI como Frank Drake y Carl Sagan se quedan con fl = 1. Dicho de otro modo, suponen que si un planeta es como la Tierra, tarde o temprano acaba teniendo vida, o sea que se adhieren al imperativo cósmico de De Duve. Pero los escépticos como Jacques Monod escogen un valor de fl muy cercano a cero. Si descubriéramos una biosfera en la sombra, podríamos resolver esta cuestión a favor de un número cercano a 1. Pero por el momento estamos a oscuras sobre esta cuestión.

El factor fi, es decir, la fracción de planetas con vida en los que emerge la inteligencia. Sagan optó por la cifra sorprendentemente optimista de 1, que implica que la inteligencia es inevitable, y aparece tarde o temprano allí donde surge la vida. Drake le asignó inicialmente un valor más moderado, pero que todavía daba pie a la esperanza: 0,01. No obstante, he hecho hincapié en la enorme incertidumbre que envuelve a este número, y lo mismo puede decirse de fc, la fracción de planetas con vida inteligente en los que se desarrolla la Ciencia y las telecomunicaciones.

¿Durante cuánto tiempo persisten las civilizaciones tecnológicas?

El último factor de la ecuación de Drake representa la duración media de una civilización con capacidad de comunicación. Para apreciar la significación de esto, imaginemos una ciudad en la que cada casa enciende y apaga sus luces durante diez segundos, una sola vez, en un momento de la noche elegido al azar para cada vivienda. Preguntémonos ahora cuál es la probabilidad de que dos de las casas de la ciudad estén encendidas al mismo tiempo. Si sólo hay unos pocos centenares de casas en la ciudad, es probable que ningún par de casas tengan las luces encendidas al mismo tiempo. Si las luces se dejasen encendidas durante un minuto en lugar de diez segundos, o si hubiera 10.000 casas en la ciudad en lugar de un centenar, las probabilidades de una iluminación simultánea serían mayores.

Ahora pensemos del mismo modo en civilizaciones con capacidad de comunicación. Aparecen y desaparecen, se «encienden» para luego apagarse. En la actualidad, la civilización humana está «encendida». Lo que queremos saber es si alguien más en la galaxia está en este mismo momento en su fase de radiocomunicación. En las búsquedas por radio del SETI, no sirve de nada saber que en la Vía Láctea han existido miles de civilizaciones con capacidad de comunicación, que han desaparecido hace mucho tiempo, y con ellos sus transmisiones, o que otras miles aparecerán en un futuro lejano cuando quizá la humanidad haya desaparecido. El objetivo del SETI tradicional es adquirir compañía cósmica en esta época. La probabilidad de que eso ocurra depende del término L de la ecuación de Drake, la longitud del período de tiempo durante el cual una civilización extraterrestre emite señales de radio. Cuanto mayor sea el valor de L, mayor será la probabilidad de que otra civilización esté emitiendo en estos momentos.

En 1961, Drake escogió un valor de L = 10.000 años. A Sagan, deprimido por la estupidez humana en relación con la guerra nuclear y los daños ambientales, le pareció que 10.000 años era un poco optimista. Michael Shermer, de la Sociedad de Escépticos, estimó que las civilizaciones humanas sufren de una inestabilidad inherente y suelen llegar al colapso al cabo de apenas unos cuantos siglos, como yo también creo. Algunos biólogos argumentan que la pervivencia típica de una especie de mamífero es de unos pocos millones de años, lo que establece un límite superior bastante general para la duración esperada para nuestra civilización. Por supuesto, nadie lo sabe de cierto. Personalmente creo que todos los argumentos relacionados con L son ingenuos e irrelevantes, sobre todo el biológico. La evolución darwiniana quedó suspendida con la agricultura, y hoy ha quedado superada con el advenimiento de la medicina moderna, los derechos democráticos, la ingeniería genética y la biotecnología. La civilización humana puede sucumbir a una catástrofe natural, como un impacto de asteroide o una pandemia provocada por un virus de origen animal, o como consecuencia de desastres causados por el hombre, como una guerra nuclear. Pero desde luego nada de eso es inevitable, y si sobrevivimos a los próximos siglos, lo cual estimo improbable, es posible que nos mantengamos durante un tiempo bastante prolongado.

De mayor relevancia para el SETI tradicional basado en la radio es la cuestión de si la huella electromagnética de una civilización también puede perdurar mucho tiempo. La humanidad lleva emitiendo señales de radio más o menos un siglo. Nuestras emisiones más potentes provienen de radares militares. A éstos les siguen las estaciones de televisión. Durante los primeros tiempos del SETI, los científicos predecían un aumento imparable del tráfico de radio, a medida que la riqueza y la tecnología aumentaran. Pero lo que ha ocurrido es más bien lo contrario. En primer lugar, las comunicaciones de punto a punto pasaron a estar dominadas por satélites de baja potencia que dirigen sus señales hacia la superficie de la Tierra. En segundo lugar, la mayor parte de las telecomunicaciones se ha desplazado de la radio a fibras ópticas subterráneas. Si ET está monitoreando nuestro tráfico de radio, le parecerá que ha aumentado hasta un pico a finales del siglo XX para luego descender. De aquí a un siglo, es posible que apenas salgan emisiones de nuestro planeta. (Tal vez todavía se use el radar, además de la ocasional transmisión de comandos a una sonda espacial). Así que, a menos que una civilización extraterrestre siga una política deliberada de transmisión de señales de radio potentes, es del todo posible que la galaxia esté habitada por algunas de civilizaciones avanzadas que, sin embargo, carezcan de un conjunto detectable de señales de radio artificiales. Se ha estimado que si construyéramos un radiotelescopio de 100 kilómetros de diámetro, sería tan sensible que podría detectar una estación de televisión tan alejada como Sirio, de modo que no importaría si ET nos dirige o no sus mensajes.

Si en contra de la lógica adoptamos la cifra de Drake de L = 10.000, junto con sus estimaciones para el resto de los factores de su ecuación , se obtiene al final el resultado N = 10.000; es decir, debería haber en este momento en la galaxia unas 10.000 civilizaciones capaces de comunicarse entre sí (y con nosotros) mediante radiotecnología. Eso está muy bien. ¡Diez mil civilizaciones extraterrestres que emiten en este momento! Si lo supiéramos con certeza, el SETI sería una prioridad urgente. «¡Encontrémoslos!», diría todo el mundo. Pero, como ya he explicado, aunque muchos de los términos de la ecuación de Frank se conocen bastante bien, y al menos uno de ellos (L), desde mi punto de vista, está algo subestimado, la ecuación está del todo dominada por dos factores sobre los cuales apenas sabemos nada: fl, la fracción de planetas parecidos a la Tierra en los que surge la vida, y fi, la fracción de ellos en los que emerge la inteligencia.

En mi opinión, el primero es más problemático que el segundo. Si surge la vida, la inteligencia al menos tiene una oportunidad. Es perfectamente posible que el origen de la vida sea un accidente tan extraño que sólo se haya producido una vez, y esa vez sea la nuestra. En estos momentos no tenemos ninguna base científica para refutar esa posición. Hasta la fecha no hay el más mínimo indicio de que «la naturaleza favorece la vida», que hay un «principio de la vida» que dirige los turbios caldos químicos hacia la grandiosidad de la vida. Y como no tenemos la más mínima idea de cómo apareció la vida, a no ser que hallemos, y hasta que hallemos, una biosfera en la sombra o indicios fuertes de la existencia de vida en un planeta extrasolar, no podremos siquiera acotar fl inventando estimaciones numéricas optimistas y pesimistas. Por lo que ahora sabemos, esa fracción podría ser cualquier número entre 0 y 1.

                                                                                                                                    CONTINUARÁ

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