DISEÑO INTELIGENTE

 

El diseño inteligente es la teoría que sostiene que la complejidad del Universo solo se puede entender como la obra de una fuerza inteligente, de un diseñador. Los científicos sostienen que no se trata de una teoría científica porque es fundamentalmente imposible de falsar. (Falsable: para que una proposición sea considerada como científica, debe ser posible diseñar un experimento tal que, de observar ciertos resultados, estos implicarían que la proposición es falsa).

En 1996, Michael Behe publicó "La caja negra de Darwin", un libro con el que esperaba revolucionar la comunidad científica. Pretendía plantear un serio desafío contra la teoría de la evolución y conferir al diseño inteligente la solidez necesaria como para establecerlo como una alternativa científica legítima. Fracasó estrepitosamente en ambos propósitos, al igual que todos sus colegas partidarios del diseño inteligente, al no tener en cuenta los problemas fundamentales que plantea el diseño inteligente (entre ellos, uno de los más importantes: que, sencillamente, de científico no tiene nada).

La creencia principal del diseño inteligente, según el Discovery Institute (la principal organización que promueve esta idea), es la siguiente: El diseño inteligente sostiene que ciertos rasgos del Universo y de los seres vivos solo se pueden entender como el resultado de una causa inteligente, no como consecuencia de un proceso no dirigido como es la selección natural.

La principal crítica científica del diseño inteligente es que no es una teoría científica legítima, sino un intento bastante transparente de reformular un credo religioso (el creacionismo) mediante una jerga de aire científico. El diseño inteligente carece del criterio mínimo necesario para que pueda ser considerado Ciencia: la falsabilidad. Sus partidarios rechazan este argumento, naturalmente, puesto que el único propósito del diseño inteligente es disfrazar el creacionismo de teoría científica.

Gran parte del debate sobre este tema se centra en el hecho concreto de si el diseño inteligente puede o no ser falsado: ¿puede la evidencia científica demostrar que es falso desde la teorización? Si la respuesta es que sí, entonces será al menos potencialmente científico. Si es que no, entonces quedará por siempre desterrado del ámbito científico. A los defensores del diseño inteligente, esto les plantea un dilema. Están desesperados por lograr que el diseño inteligente sea considerado una Ciencia legítima (de hecho, esa es su única razón de ser), pero no pueden permitir que los datos científicos lleguen a falsarlo, ya que ello reduciría su propósito a cenizas.

Fijémonos en un ensayo de Jonathan Wells, del Discovery Institute, que ilustra esta estrategia. El ensayo es una respuesta a otro ensayo escrito por Francis Collins, un genetista que acepta la Ciencia de la evolución y es sumamente crítico con el diseño inteligente, pero que también es un cristiano devoto. Wells escribe:

"Más sorprendente todavía es el hecho de que Collins cite evidencias experimentales contra una teoría que considera acientífica porque no admite el testado experimental. Al afirmar que la evidencia de la duplicación de los genes refuta el diseño inteligente, Collins está demostrando que el diseño inteligente puede ser testado con evidencias científicas. O bien el diseño inteligente es acientífico, en cuyo caso las evidencias son irrelevantes; o bien se pueden citar evidencias en su contra, en cuyo caso el diseño inteligente es científico. Collins no puede tenerlo todo a la vez."

En realidad es Wells quien está intentando tenerlo todo a la vez, ya que está citando evidencias contra el diseño inteligente para demostrar que es falsable sin admitir que ha sido falsado (bonito truco). El ardid es el siguiente: fingir que el diseño inteligente puede ser falsado, pero mantenerlo siempre fuera del alcance de la evidencia científica para que, en la práctica, nunca pueda ser falsado. En realidad, son varios los problemas del diseño inteligente que lo vuelven acientífico.

PLANTEAR LA PREGUNTA EQUIVOCADA

El diseño inteligente se basa en la falsa dicotomía de que, en la Naturaleza, el diseño es necesariamente una obra inteligente y que la evolución es un «proceso no dirigido» incapaz de generar un diseño. Los partidarios del diseño inteligente han moldeado su premisa con mucho cuidado: diseño = inteligencia, evolución = aleatoriedad. Así, lo único que tienen que hacer es apuntar a la apariencia del diseño en la Naturaleza y afirmar que el diseño inteligente ha quedado verificado. El defecto que hiere de muerte a esta estrategia es que no reconoce que la evolución no es un proceso aleatorio y que por eso es capaz de generar un diseño. La selección natural es la supervivencia no aleatoria de los organismos en función de sus rasgos heredados. La mutación y la variación son aleatorias, y la mejor descripción del camino a largo plazo del cambio evolutivo es que es caótico, pero la selección natural facilita la acumulación no aleatoria de cambios favorables.

Así, vemos que los partidarios del diseño inteligente están planteando la pregunta equivocada, algo que siempre resulta fatal en la Ciencia. La pregunta no es si existe un diseño en la Naturaleza o no, sino cuál es la Naturaleza de dicho diseño. La evolución es un proceso ascendente mediante el cual el diseño y la complejidad emergen de procesos ciegos, pero no aleatorios. En cambio, el diseño «inteligente» es un proceso descendente en el que el diseñador conoce el resultado final de antemano y lo alcanza deliberadamente.

Son muchas las analogías que podemos establecer para arrojar luz sobre esta diferencia. Por ejemplo, una ciudad que haya crecido durante décadas sin ninguna planificación central sino principalmente a partir de las decisiones y de las acciones de personas que han actuado en su propio beneficio será una ciudad evolucionada. Una ciudad de diseño inteligente, por otro lado, es planeada y delineada de antemano por parte de un comité, una corporación o cualquier otro órgano. En la ciudad evolucionada sí hay diseño: las viviendas y los negocios darán pie a las calles y a los servicios públicos, por ejemplo, y las tiendas surgirán y sobrevivirán si satisfacen la demanda. Pero será caótica, habrá redundancias y edificios abandonados allí donde los barrios se hayan degradado o los negocios hayan fracasado. Lo más probable es que las calles no estén colocadas de forma óptima. Sin embargo, una ciudad planeada tendrá una apariencia muy distinta: será más limpia y directa y tendrá más sentido. Las calles habrán sido dispuestas de forma deliberada, de una manera que seguramente no habría surgido de forma espontánea a partir del uso.

La diferencia entre la vida evolucionada y la diseñada de forma descendente sería todavía más acusada, ya que los edificios e incluso zonas enteras de una ciudad se pueden echar abajo y reconstruir, de forma que siempre se podrá imponer un diseño descendente con posterioridad. Pero los sistemas biológicos son mucho más rígidos. Los sistemas evolutivos ascendentes solo disponen de las materias primas que tienen a su alcance. No pueden empezar desde cero, desarrollar nuevos órganos o extremidades de la nada o eliminar por completo partes innecesarias de la anatomía.

Si planteamos la pregunta correcta —¿qué aspecto presenta la vida, de diseño ascendente o descendente?—, la respuesta resultará obvia para cualquiera que tenga un conocimiento suficiente sobre biología y una mente libre de sesgos. La vida está repleta de rasgos de diseño ascendente, desde los ojos de la salamandra de cueva hasta los restos de ADN vírico que embarran nuestro genoma. Pero nada de ello puede falsar el diseño inteligente, porque se sigue planteando la pregunta equivocada.

ASCENDENCIA COMÚN

Es importante tener presente, en cualquier discusión sobre el tema, que la teoría de la evolución en realidad engloba muchos elementos: el hecho de que la diversidad de la vida surgió a través de la ramificación evolutiva de la ascendencia a lo largo del tiempo, el mecanismo o mecanismos específicos de la evolución y el camino concreto evolutivo que siguieron ciertas ramas del árbol de la vida. Una línea de evidencia importante para la premisa principal de la evolución —que la vida surgió de la ramificación de la ascendencia—es la enorme cantidad de semejanzas biológicas que existen entre diversas especies y que demuestran no solo la existencia de un antepasado común sino también el patrón de la ramificación de la ascendencia predicho por la teoría de la evolución.

Por ejemplo, existen evidencias relacionadas con la duplicación de los genes que nos dicen que, con el tiempo, un gen se puede duplicar como consecuencia de un error de replicación. Así, los descendientes tendrán dos copias de un gen en lugar de una. Entonces, la copia duplicada es libre de cambiar a lo largo del tiempo mediante mutaciones y, esencialmente, tiene la libertad de experimentar con variaciones de su función, porque la copia original del gen ya está llevando a cabo la función original del gen. A partir de aquí, el gen duplicado puede dar con una función nueva que ayuda al gen original a llevar a cabo su propósito, o puede terminar adquiriendo un propósito completamente nuevo.

Los biólogos pueden examinar la secuencia de pares de bases en los genes para trazar sus relaciones con otros genes y confeccionar un mapa detallado que muestre qué genes evolucionaron a partir de qué otros genes concretos. Lo que encontramos al comparar estos mapas entre las especies es que encajan en un patrón limpio de ascendencia común ramificada. Existen muchas otras líneas de evidencia independientes que también demuestran no solo la ramificación de la ascendencia sino un solapamiento razonable, de forma que las distintas líneas de evidencia generalmente coinciden en qué especies evolucionaron hacia cuáles y cuándo lo hicieron.

Estas líneas de evidencia podrían haber falsado la evolución por completo. Es posible, por ejemplo, que hubiésemos encontrado patrones de variación genética incompatibles con la teoría de la ascendencia común. Y si con esto en mente volvemos a la cuestión de si el diseño inteligente es o no falsable, debemos preguntar: ¿habríamos podido encontrar un patrón de variación genética que tuviera el potencial de falsar el diseño inteligente? Parece ser que la respuesta es que no. O, al menos, yo no sé de ningún defensor del diseño inteligente que plantee una predicción de este tipo que esté abierta a ser falsada.

Aquí es donde entramos en la respuesta del «depende». Como he dicho anteriormente, la evolución engloba varios elementos, y la ascendencia común es solo uno de ellos. Algunos partidarios del diseño inteligente, como Michael Behe, aceptan el hecho de la ascendencia común. Sí creen que la vida fue cambiando a lo largo del tiempo por medio de la ascendencia ramificada. Lo que no creen es que este proceso ocurriera como consecuencia de la influencia de la selección natural sobre la variación; creen que fue guiado de forma descendente por parte de un diseñador inteligente. Así, las evidencias de la ascendencia común no sirven como evidencias contra este tipo de diseño inteligente.

¿Y qué hay de quienes no aceptan la ascendencia común, aquellos que, como los seguidores del creacionismo de la Tierra joven, creen que la vida fue creada de forma más completa y que el «diseñador» no dedicó millones de años a implementar lentos cambios a lo largo del tiempo, sino que hizo ¡puf! y creó la vida prácticamente tal como la conocemos? Pues bien, las evidencias de la ascendencia común sí falsan estas afirmaciones. Pero ¿de verdad las falsan? Teóricamente, sí. Y ahora, Wells y compañía usan este hecho para argumentar que el diseño inteligente es Ciencia porque puede ser falsado. Sin embargo, en la práctica no es así, porque los partidarios del diseño inteligente y los creacionistas que rechazan la idea de la ascendencia común esgrimen el argumento de que el diseñador inteligente podría haber decidido, por razones propias e insondables, crear la vida de forma que pareciera que hubiese obedecido a la ramificación de la ascendencia. La defensa que se basa en que «Dios es capaz de hacer que la vida tenga la apariencia que él quiera» hace que las creencias de cualquiera que sostenga esta idea sean imposibles de falsar. Así que, en cualquier caso, esta línea argumentativa no convierte al diseño inteligente en una Ciencia falsable.

COMPLEJIDAD IRREDUCTIBLE

Esta es la primera línea argumentativa de los partidarios del diseño inteligente para defender su falsabilidad, y es el concepto principal del libro de Behe. Se basa en que podemos buscar el diseño en la Naturaleza biológica si buscamos estructuras (partes anatómicas) y rutas bioquímicas (las reacciones necesarias para la vida) que sean irreductiblemente complejas, es decir, que no podrían funcionar si fueran más sencillas. El mayor problema de este argumento es que, de nuevo, se basa en una premisa falsa que se ha seleccionado para alcanzar el resultado deseado.

Dicha premisa es que si una estructura no fuera capaz de llevar a cabo su propósito actual de ser más sencilla (es decir, si se le sustrajera toda complejidad), entonces dicha estructura no podría haber evolucionado porque no podría haber atravesado formas más sencillas hasta llegar a su estado de complejidad irreductible, puesto que la evolución exige que, para ser seleccionada, una estructura debe proporcionar una ventaja adaptativa en todo momento durante el proceso.

El ejemplo más icónico es el de la ratonera. Si le quitamos el muelle, la base o la palanca, ya no servirá como trampa. Eso es lo que convierte a la ratonera en algo irreductiblemente complejo. Este argumento parece superficialmente razonable, pero se ha demostrado que es una premisa falsa (y aun así, los del bando del diseño inteligente no lo sueltan). En concreto, la premisa ignora la posibilidad de que una estructura de complejidad irreductible podría haber evolucionado de una estructura más sencilla que obedeciera a un propósito distinto. Uno de los ejemplos favoritos de los partidarios del diseño inteligente, planteado por Behe, es el del flagelo bacteriano. El flagelo bacteriano es bastante complejo, y Behe argumentó que no podría funcionar sin toda su complejidad, de forma que no podía haber evolucionado. Sin embargo, el flagelo podría haber evolucionado de un tubo más sencillo que no se podía mover pero que servía para inyectar sustancias en otra célula. Esta sencilla jeringa podría haber sido el punto de inflexión evolutivo que dio paso al flagelo más complejo (y, de hecho, la evidencia ahora respalda esta hipótesis).

 La premisa también es falsa porque la selección natural no es la única fuerza implicada en la evolución. También está la deriva genética, que es una variación aleatoria que no está sometida a las presiones de la selección. Recordemos el ejemplo de la duplicación de los genes: una copia redundante del gen tiene la libertad de ir a la deriva y producir cambios que, en algún momento, pueden dar con una función rudimentaria. Incluso la ventaja reproductiva más ínfima de la más rudimentaria de las estructuras podría proporcionar un punto de apoyo a las presiones selectivas para que tomaran el control y pulieran la nueva estructura.

En la práctica, la noción de la complejidad irreductible contiene dos estrategias. La primera es sostener que una entidad biológica no podría ser más sencilla ni siquiera en teoría, cuya invalidez ya hemos demostrado. Así que los partidarios del diseño evolutivo recurren a su segunda estrategia, la cual se basa en sostener que los evolucionistas no han explicado con detalle el verdadero historial evolutivo de una estructura o de una ruta de complejidad aparentemente irreductible. Pero esta segunda estrategia no es otra cosa que un argumento de la ignorancia. Se basa en el estado actual de nuestro conocimiento y presupone que «actualmente desconocido» es lo mismo que «incognoscible», así como que incognoscible significa imposible; y si es imposible para la evolución, hay que apelar a un diseñador inteligente.

El argumento de la ignorancia —basar una conclusión en lo que se desconoce— siempre es un argumento pobre, ya que no requiere ninguna evidencia positiva que respalde la teoría, puesto que lo único que hace es llevarse por delante una teoría rival. Desde que Behe planteara sus primeras ideas en relación con la complejidad irreductible, el progreso científico ha seguido avanzando y muchos de los agujeros del conocimiento actual en los que se apoyaba Behe se han ido tapando, como es el caso del flagelo bacteriano.

¿Qué supone todo esto para la cuestión de si el diseño inteligente es o no falsable? Para empezar, establece que las afirmaciones específicas que se usan para respaldar la teoría del diseño inteligente son falsables. De momento, la afirmación de que el flagelo bacteriano carece de antecedentes evolutivos más simples ya ha quedado falsada, cosa que Wells y otros usan para decir que, por consiguiente, el diseño inteligente es falsable. Pero, una vez más, en la práctica no lo es, tal como demuestra el propio hecho de que Wells, Behe y otros no hayan abandonado la teoría del diseño inteligente después de que se demostrara que el argumento del flagelo era erróneo. No lo han hecho porque, cuando un argumento falla, pasan al siguiente. Dicen incluso que, para falsar el diseño inteligente, los científicos evolucionistas tendrían que detallar el historial evolutivo completo de todo componente biológico.

Naturalmente, este requisito es imposible a la vez que absurdo. Lo que están admitiendo sin querer es que, en última instancia, el diseño inteligente es una creencia del tipo «dios de los vacíos», y que la única forma de falsarla es llenar hasta el último vacío.

LA FALSA DICOTOMÍA

La noción de la falsabilidad del diseño inteligente adolece de un problema lógico más profundo: está enteramente definido por lo que no es (es decir, evolución). El diseño inteligente se basa en la afirmación de que la evolución no puede explicar la vida. Es una falsedad, pero incluso si fuera cierto, no sería una evidencia de la existencia del diseño inteligente. Por eso sus partidarios dedican el tiempo a tratar, sin éxito, de abrir agujeros en la teoría de la evolución y de señalar sus vacíos, sin dejar jamás de fingir que los vacíos actuales de alguna forma constituyen evidencias a favor del diseño inteligente, cuando ese no es el caso.

Si los partidarios del diseño inteligente dispusieran de una teoría tangible, deberían poder decirnos algo sobre los rasgos de la vida diseñada inteligentemente (predecir lo que deberíamos encontrar) para que podamos buscar dichos rasgos y comprobar si sus predicciones de diseño dan resultado. Hasta el momento, no han sido capaces de hacerlo. Como respuesta apelan a la complejidad irreductible, pero como ya hemos visto, este argumento no da la talla.

Lo que nunca hacen es hablar sobre el diseñador inteligente. ¿Qué huellas dejaría dicha inteligencia en la creación? Nadie parece saberlo. Cuando se les presiona, suelen usar el comodín de «es un misterio». ¿Cómo podemos siquiera imaginar una inteligencia capaz de diseñar y crear vida? La evolución, en cambio, plantea muchas predicciones específicas sobre el aspecto que debería tener la vida evolucionada, unas predicciones que han sido validadas. Las predicciones positivas y prósperas de la evolución suponen un problema para el diseño inteligente, pero lidian con ellas con el argumento de que el diseñador podría haber decidido, de forma arbitraria e inexplicable, hacer que la vida pareciera haber evolucionado.

Dicho de otra forma, si tu teoría es compatible con cualquier observación posible, entonces es no falsable por definición y, por lo tanto, no es una teoría científica. Dado que el diseñador inteligente (y, admitámoslo, se refieren a Dios) puede, según los partidarios del diseño inteligente, crear vida de forma que tenga cualquier aspecto, no hay observación posible sobre la vida que sea capaz de falsar a dicho diseñador.

El desafío que la comunidad del diseño inteligente tiene pendiente es el de formular una predicción específica sobre qué evidencia positiva debería estar presente si la vida hubiese sido diseñada inteligentemente y de forma descendente. Pero son incapaces. Quizá el Discovery Institute (si de pronto le sobreviniera un inusitado ataque de honestidad intelectual) debería cambiar la definición del diseño inteligente a la siguiente:

"El diseño inteligente sostiene que ciertos rasgos del Universo y de los seres vivos fueron causados por un agente inteligente que, por razones en las que no queremos entrar, decidió hacer que el mundo tuviera exactamente la misma apariencia que tendría de haber sido el resultado de la variación aleatoria y de la selección natural."

 

                                                                                                                                                   2020 Javier De Lucas