LA PAREJA

 

La mayoría de la gente quiere vivir en pareja. Sin embargo, es tal el desconocimiento que tenemos en general de nosotros mismos que, cegados por el enamoramiento, muchos solemos elegir como compañero de viaje a la persona equivocada. A pesar de ser una de las decisiones más importantes de la vida, se suele tomar demasiado pronto. Lo cierto es que, con los años, esta falta de experiencia y madurez termina pasando factura.

Para escoger sabiamente, podemos hacer uso de la teoría de las cuatro C, un test de compatibilidad que permite verificar si existe una verdadera afinidad con quien deseamos comprometernos indefinidamente. Su objetivo es servir de marco de referencia para fomentar una reflexión más sosegada y profunda. Dado que los polos opuestos se atraen, seguramente nos gusten personas con las que podemos complementarnos. Eso sí, más allá de estas diferencias, hay que calibrar cierta afinidad física, emocional, intelectual y espiritual.

Nuestra pareja es nuestro mejor amigo, nuestra persona de confianza. Veamos esas cuatro C.

Cama. La primera C tiene que ver con la compatibilidad física. Es la más primaria, animal e instintiva de todas. Aunque esta parte es puramente física, también tiene que ver con la química. Para empezar, la reacción que se produce en el cerebro cuando uno se enamora. De hecho, querer locamente a alguien quiere decir que hay muchas posibilidades de que el deseo, la excitación y la pasión sexual sean más abundantes y sostenibles con el paso del tiempo. Que nos vaya bien ya es otra cosa. Dependerá de más variables. Pero ojo: si de entrada no se ha dado este tipo de magia ni de hechizo, es mucho más difícil que disfrutemos plenamente bajo las sábanas.

Lo cierto es que una pareja que no mantiene relaciones sexuales corre el peligro de marchitarse. Tanto hombres como mujeres necesitamos buen sexo para sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestro compañero sentimental. La calidad y la cantidad de nuestros encuentros en la cama revelan el grado de bienestar de la relación. Hacer el amor con amor es un indicador de conexión profunda. Refuerza el vínculo. Si en una relación no hay química, el idilio tendrá una fecha de caducidad. No en vano, el sexo es uno de los pegamentos que mantienen más unidas a las parejas.

Corazón. La segunda C tiene que ver con la compatibilidad emocional. Es decir, con el cariño, el afecto y la dulzura que una pareja se profesa mutuamente. Si existe este tipo de afinidad, es fácil disfrutar con el simple roce de la piel del otro. Es una sensación agradable y placentera. Es común que cada noche la pareja se dedique un rato para darse mimos. Nos conecta con el momento presente. Podemos incluso quedarnos abrazados, en silencio, por largo tiempo. Perdernos en su cuello y en su pelo nos transporta a un maravilloso lugar donde viviríamos para siempre. Además, nos encanta cómo huele, lleve perfume o no. ¡Y qué decir de sus besos! ¡Y de su lengua! Poder besar a nuestra pareja es un regalo que la vida nos hace diariamente.

Otro indicador para saber si existe la compatibilidad afectiva con la persona que hemos elegido es el espacio que ocupan las caricias en nuestro vínculo íntimo. Acariciarnos mutuamente con suavidad y delicadeza provoca que aflore la ternura y que aumente la sensibilidad, reforzando el lazo de amor que nos une. No es casualidad que cuando estamos en uno de esos momentos –a veces fugaces y pasajeros– donde sentimos que todo está bien, nos acordemos de nuestra pareja y sonriamos. Entonces surge desde nuestro corazón un inmenso agradecimiento por poder compartir nuestra vida con esa persona. Nos sentimos muy afortunados de que nos haya elegido. Por eso nos lo curramos para que nos siga eligiendo, ligándonosla cada día. Y es que el amor no termina cuando dos personas se casan, sino cuando dejan de comportarse como novios.

Cabeza. La tercera C tiene que ver con la compatibilidad intelectual, la complicidad y la amistad. Sin duda alguna, nuestra pareja es nuestro mejor amigo. Es nuestra persona de confianza en el mundo. Es la primera con quien queremos compartir nuestras alegrías y necesitamos expresar nuestras penas. En paralelo, también tenemos intereses, inquietudes y hobbies en común, con lo que podemos montar planes que nos apetezcan de verdad a los dos. Nos lo pasamos tan bien estando juntos que no necesitamos de otras personas para divertirnos.

Cuando nos ponemos a charlar con tranquilidad, sentimos que la conversación no se acaba nunca. Que podemos debatir acerca de diferentes temas, estemos de acuerdo o no. Es tal la complicidad entre nosotros que no hay lugar para el aburrimiento ni tampoco para los silencios incómodos. En el caso de tener que asistir a algún compromiso social que no nos apetezca o nos resulte un papelón, damos gracias por poder ir de su mano.

Pongamos por ejemplo que asistimos a la boda de esa prima que no hemos visto en nuestra vida. Menudo plan, ¿verdad? Pues bien, la complicidad con nuestra pareja nos permite ir en equipo. Por eso, durante la velada, de vez en cuando la miramos a los ojos con discreción. Y no hace falta que nos diga nada para saber lo que está pensando. Una vez en casa, nos encanta comentar la jugada, hablando de lo que ha pasado y de cómo nos hemos sentido. Es una oportunidad para reírnos, algo que hacemos a menudo mientras pasamos tiempo juntos. Debido a esta afinidad intelectual, cuando nos relacionamos con otras personas transmitimos muy buen rollo como pareja. Estamos tan a gusto entre nosotros que es fácil que los demás se sientan del mismo modo estando a nuestro lado.

Consciencia. La cuarta C tiene que ver con la compatibilidad espiritual. Es decir, lo que tiene que ver con la finalidad trascendente (o no) que le damos a nuestra existencia. Comprobemos que cree en nuestros sueños, nos apoya en nuestras aspiraciones y mira en la misma dirección que nosotros. Y es que la vida es un camino de aprendizaje. De ahí que sea esencial elegir a la compañía adecuada. No para llegar a un destino en concreto, sino para aprender y disfrutar al máximo del camino.

En el caso de que haya afinidad espiritual, compartimos una serie de valores y más o menos priorizamos las mismas cosas que nuestra pareja. De este modo construimos un estilo de vida por consenso, respetando las necesidades y motivaciones de cada uno. Llegado el caso, tenemos facilidad para ponernos de acuerdo y establecer pactos que favorezcan la mutua convivencia. Además, al estar comprometidos con nuestro propio crecimiento personal, aprendemos mucho de nuestro compañero sentimental.

De hecho, cuando emerge el conflicto, afrontamos estas situaciones de forma directa, abierta y honesta. Utilizamos la comunicación para revisar y actualizar aquellos acuerdos conyugales que nos impiden evolucionar como individuos. Eso sí, al hacerlo, ya no nos juzgamos ni nos faltamos al respeto. Hemos aprendido a dejar el ego de lado para ceder y adaptarnos con flexibilidad a las necesidades del momento.

Para saber si la persona que hemos elegido es un verdadero compañero de viaje, puede ser interesante comprobar qué nota obtiene en el test de compatibilidad de las cuatro C. Por supuesto, sin olvidar que el amor, como el resto de asuntos verdaderamente importantes de la vida, no es una cuestión de razón, sino de intuición. Elijamos con el corazón; eso sí, de forma consciente.

                                                                                                                                                  © Javier De Lucas