LAS CREENCIAS

 Quienes ponemos en tela de juicio las creencias en los fantasmas, la reencarnación, la telepatía, la clarividencia, la telequinesia, la rabdomancia (afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable, como un péndulo, varillas "L", o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano), las influencias de los astros, la magia, la brujería, las abducciones por ovnis, la grafología, la cirugía psíquica, la homeopatía, el psicoanálisis y otras por el estilo, nos llamamos a nosotros mismos escépticos. Pero al hacerlo queremos indicar que adoptamos la famosa duda metódica de Descartes. Se trata de una desconfianza inicial respecto de las percepciones, informaciones y pensamientos extraordinarios. No quiere decir que los escépticos cierren sus mentes a los acontecimientos extraños sino que, antes de admitir que tales sucesos son reales, desean que se los controle por medio de nuevas experiencias o razonamientos. Los escépticos no aceptan ingenuamente la primera cosa que perciben o piensan. No son crédulos, pero tampoco son neofóbicos. Sólo son críticos. Antes de creer, quieren ver pruebas.

La duda metódica es el núcleo del escepticismo metodológico. Hay que distinguir entre esta clase de escepticismo y el escepticismo sistemático, el cual niega la posibilidad de todo conocimiento y, por tanto, supone que la verdad es inaccesible y su búsqueda vana. Los escépticos de ambas clases critican la ingenuidad y el dogmatismo, pero mientras el escepticismo metodológico impulsa a investigar, el escepticismo sistemático obstaculiza la investigación y, por ello, lleva a los mismos resultados que el dogmatismo: el estancamiento o algo peor.

El artesano y el tecnólogo, el administrador y el sindicalista, así como el científico y el auténtico filósofo, se comportan como escépticos metodológicos, aun cuando jamás hayan oído hablar de esta perspectiva y aunque actúen de manera ingenua o dogmática fuera de su horario de trabajo. En realidad, en su actividad profesional ni son crédulos ni descreen de todo, sino que desconfían de toda idea importante que no haya sido puesta a prueba y exigen el control de los datos, así como la comprobación de las conjeturas. Buscan nuevas verdades, en lugar de contentarse con un puñado de dogmas, y a la vez tienen ciertas creencias.

Por ejemplo, el electricista realiza algunas mediciones y comprueba la instalación antes de entregarla al cliente; el farmacólogo ensaya el fármaco nuevo antes de recomendar su fabricación en cantidades industriales; el administrador ordena una investigación de mercado antes de lanzar un producto nuevo; el director de una publicación solicita el consejo de los árbitros antes de enviar una obra nueva a la imprenta; los profesores comprueban el progreso de sus alumnos antes de examinarlos; los matemáticos intentan demostrar o refutar sus teoremas; los físicos, químicos y biólogos diseñan y rediseñan los experimentos por medio de los cuales ponen a prueba sus hipótesis; el sociólogo, el economista serio y el politólogo estudian muestras aleatorias de las poblaciones que les interesan antes de proclamar generalizaciones sobre ellas, etcétera, etcétera. En todos estos casos, la gente busca la verdad o la eficiencia y, lejos de aceptar de manera acrítica las hipótesis, los datos, las técnicas o los planes en cuestión, se toman la molestia de controlarlos.

En cambio, los teólogos y los filósofos escolásticos, los economistas neoclásicos y los políticos mesiánicos, así como los pseudocientíficos y los gurús de la contracultura, los religiosos, los ufólogos, los astrólogos, se dan el lujo de repetir dogmas que o son imposibles de poner a prueba o bien no han superado comprobaciones rigurosas. Se supone que las demás personas —quienes nos ganamos el sustento trabajando con nuestras manos, produciendo o difundiendo el conocimiento, organizando o administrando instituciones— practicamos la duda metódica.

El escepticismo metodológico es una posición tanto metodológica como práctica y moral. En efecto, quienes lo adoptan creen que es tonto, imprudente y moralmente erróneo afirmar, practicar o predicar ideas importantes que no hayan sido puestas a prueba o, peor aún, que hayan mostrado de manera concluyente ser totalmente falsas, ineficientes o perjudiciales. (Adviértase la restricción a las creencias importantes; por definición, las trivialidades son inofensivas, aun cuando sean falsas). Puesto que confiamos en la investigación, así como en la acción fundada en los descubrimientos de la primera, no somos escépticos sistemáticos. Descreemos de la falsedad y nos abstenemos de hacer juicios sobre todo aquello que no haya sido comprobado, pero creemos, al menos de momento, en todo lo que haya superado las comprobaciones de rigor. A la vez, estamos dispuestos a abandonar toda creencia que pruebe carecer de fundamentos.

En resumen, los escépticos metodológicos son constructivos.

En lo que sigue, veremos cuáles son las razones para rechazar ciertas creencias populares. A continuación ofreceré una crítica de ciertas hipótesis y teorías que en realidad son pseudocientíficas, aun cuando algunas de ellas hayan sido propuestas por científicos. Por último, analizaré la clase de conocimiento que los escépticos aceptan, al menos de manera provisional, para condenar la pseudociencia y la anticiencia.

CREENCIAS POPULARES EN LO SOBRENATURAL

Los escépticos juzgan la superstición y la pseudociencia a la luz de los descubrimientos y los razonamientos científicos. Por ejemplo, no creen en las almas incorpóreas o en la comunicación con los muertos pues no hay ninguna forma de que las mentes puedan separarse de sus cerebros, de la misma manera en que el movimiento no puede separarse de las cosas que se mueven, el viento del aire, la respiración de los pulmones, los puñetazos de los puños o las sonrisas de las caras… La creencia en la posibilidad de semejantes separaciones no es sólo un error ordinario: se trata de un error conceptual básico, dado que supone la confusión entre una cosa y lo que hace la cosa. Se trata de un error categorial.

Por esta razón, no hay ninguna demostración experimental —ni puede haberla— de la existencia de los fantasmas o las almas incorpóreas. Por eso mismo, toda investigación seria de las afirmaciones sobre la existencia de cosas inmateriales ha acabado revelando siempre que se trata de casos de engaño, autoengaño, diseño experimental defectuoso o inferencias estadísticas incorrectas. Tampoco hay, ni puede haber, una demostración teórica de la existencia de las almas incorpóreas, porque toda prueba teórica de la posibilidad de un hecho empírico depende de premisas que han superado rigurosas comprobaciones experimentales. Además, los objetos inmateriales no pueden ser sometidos a experimentos, debido a que todo experimento supone una entidad material capaz de intercambiar señales físicas con un instrumento de medición.

Por esta misma razón, los escépticos coherentes no creemos en el más allá, porque esta creencia presupone la inmortalidad de unas almas separadas de sus cerebros. En este caso hay, además, otro motivo: tanto los crédulos como los incrédulos están de acuerdo en que los muertos no pueden volver y contar su historia, con excepción, por supuesto, de Orfeo. En consecuencia, no hay ni puede haber pruebas empíricas que respalden los mitos religiosos que tratan de los pasatiempos de los habitantes del otro mundo.

Ahora bien, si no hay y no puede haber respaldo empírico ni teórico para una creencia dada, ¿por qué habríamos de profesarla? ¿Únicamente por su gran antigüedad y porque contribuye a distraer nuestra atención de los apremiantes problemas de esta vida? ¿O tal vez porque Popper sostiene que, de un modo u otro, las pruebas favorables no tienen importancia? Obviamente, los científicos dan gran valor a las pruebas positivas, aun cuando admitan que la refutación tiene más peso que la confirmación. Nunca se cansan de buscar datos favorables; desde luego, sin ocultar los desfavorables. Aparte de ello, también intentan probar que sus datos, conjeturas y técnicas se ajustan a ideas y procedimientos sólidamente establecidos. En pocas palabras, si adoptamos la perspectiva científica, tenemos que olvidarnos de los fantasmas, sean mundanos o sagrados. Y a la inversa, si nos quedamos con los fantasmas, de lo que tenemos que olvidarnos es de la ciencia y, con ella, de toda la civilización moderna.

LA PARAPSICOLOGIA

El escepticismo respecto de la parapsicología tiene una base parecida. Pese a que las creencias en la telepatía, la precognición, la clarividencia, la telequinesia y otras supuestas capacidades paranoramales tienen miles de años de antigüedad, hasta el momento nadie ha ofrecido ni una sola prueba empírica genuina de la existencia de individuos dotados de semejantes habilidades. Todos los experimentos parapsicológicos bien diseñados han producido resultados negativos (véase, por ejemplo, Alcock, 1981, 1987; Hansel, 1980; Kurtz, 1985). A pesar de ello, la falta de pruebas positivas no intimida al creyente, además de lo cual impide al empirista ingenuo negar de plano la posibilidad de que alguien, algún día, pueda confirmar las fantasías parapsicológicas.

Tanto el parapsicólogo como el creyente razonan de esta forma: al fin y acabo, ni siquiera los físicos afirman saberlo todo; tampoco niegan la posibilidad de que se descubran cosas, leyes o procesos totalmente imprevistos. Asimismo pueden decir que casi todos los físicos creen en la existencia de cosas tales como las ondas gravitatorias que, hasta el momento y tras décadas de ingeniosos esfuerzos, han escapado a nuestra detección. ¿No podría estar ocurriendo algo parecido con las ondas psi, es decir, que existan pero que transmitan tan poca energía que ningún instrumento actual pueda detectarlas? ¿Por qué no esperar unos cuantos años, décadas, siglos o hasta milenios más, si es necesario, y dejar que el Pentágono y su correlato ruso o chino sigan subvencionando la investigación parapsicológica?

Hay al menos cuatro razones para desalentar al crédulo o al empirista ingenuo que estén dispuestos a esperar todo el tiempo que sea necesario a fin de demostrar mediante experimentos, más allá de toda duda, que no hay fenómenos psi (El psi es una entidad creada para intentar comprender la supuesta mecánica de los fenómenos parapsicológicos, entre los que se incluirían la percepción extrasensorial, la telepatía, la clarividencia, la precognición, la psicoquinesis, los poltergeist, las experiencias cercanas a la muerte, lla mediumnidad (conectar con espíritus), las experiencias extracorpóreas o la sanación milagrosa.)

La primera razón es que casi todos los parapsicólogos sostienen enfáticamente que se ocupan de fenómenos paranormales y que su disciplina también es excepcional —o paranormal—en el sentido de que no se la puede juzgar con los mismos criterios que empleamos para evaluar otras disciplinas. Afirman, por ejemplo, que a diferencia de los campos físicos, cuya intensidad disminuye con la distancia, los fenómenos psi son independientes de la distancia. Eso quiere decir que dos «psíquicos» situados en diferentes orillas del océano Atlántico serían capaces de conversar entre sí tan fácilmente como si lo hicieran con una mesa de por medio.

En otras palabras, con escasas excepciones, los parapsicólogos no buscan leyes ni explicaciones físicas (o químicas o biológicas) de lo paranormal. En realidad, no buscan ni leyes ni explicaciones, sino que se limitan a aseverar la existencia de fenómenos que la ciencia normal u «oficial» no estudia ni podría explicar, precisamente por ser paranormales o anómalos. Su actitud es semejante a la de los creyentes religiosos, quienes tampoco buscan leyes ni explicaciones. La parapsicología es, por tanto, el estudio anómalo de lo anómalo. En consecuencia, tanto los creyentes en la PE (percepción extrasensorial) como sus críticos están de acuerdo al menos en un punto: no hay nada que esperar de una investigación estrictamente científica de los fenómenos psi (en cambio, sí puede aprenderse algo a partir del estudio del modo en que trabajan los parapsicólogos).

La segunda razón es que los supuestos fenómenos psi no sólo se hallan fuera del ámbito de los hechos investigados por la ciencia contemporánea, sino que también son incongruentes con algunos de los principios básicos de la ciencia. Por ejemplo, la telequinesia es incompatible con las diversas leyes de conservación de la energía, el momento lineal y el momento angular de las mecánicas clásica, relativista y cuántica. En efecto, si una mente inmaterial pudiese mover objetos materiales a distancia, se crearía energía de la nada. (En este caso, la física podría reemplazar las cascadas de agua y los combustibles fósiles en la generación de energía eléctrica: la crisis energética se resolvería de una vez por todas). Además, si la telepatía fuese posible, la totalidad de la psicología fisiológica sería errónea, porque esta se basa en el supuesto de que los fenómenos mentales son procesos cerebrales. De acuerdo con este supuesto, resulta obvio que la transmisión del pensamiento sin la intervención de un medio material es, sencillamente, tan imposible como la digestión o la respiración a distancia.

El tercer argumento es que la parapsicología viola lo llamados «principios limitantes» básicos de todas las ciencias. Por ejemplo, la precognición supone una inversión de las relaciones causales, dado que los efectos precederían a sus causas. Además, si el inexistente futuro pudiera influir en el presente, la nada sería causalmente eficiente, extravagancia que sólo un existencialista estaría dispuesto a tragarse. Algo semejante pasa con los otros tipos de supuestos fenómenos paranormales: cada uno de ellos viola al menos uno de los principios filosóficos generales (aunque tácitos) que subyacen a la investigación científica.

Uno de esos principios es que el mundo está compuesto exclusivamente de cosas concretas (materiales) que se comportan con arreglo a leyes. Expresado de modo negativo: los objetos inmateriales no existen (salvo en la imaginación de los cerebros materiales) y si algo parece ser ilegal, anómalo o milagroso, sólo se debe a nuestra ignorancia de sus leyes, las cuales, por supuesto, pueden ser probabilísticas. (Si los científicos no dieran por supuesto este principio de legalidad, no buscarían pautas y creerían que todo es posible y, en consecuencia, que en la ciencia todo vale). Deberíamos arrojar la ciencia, tal como la conocemos, por la borda. ¿Quién, sino un anticientífico o un pseudocientífico, estaría dispuesto a pagar un precio tan elevado por un montón de antiguas supersticiones?

El cuarto argumento proviene de la naturaleza sistémica de la ciencia. Toda disciplina científica genuina es miembro de un sistema cohesivo de campos de investigación que se superponen parcialmente: no hay ciencias aisladas, al igual que no hay cosas aisladas. En otras palabras, toda ciencia auténtica tiene datos que provienen de otras ciencias, a la vez que ofrece sus resultados a las demás ciencias. En cambio, la parapsicología no utiliza nada proveniente de otros campos, en particular no se sirve de la psicología fisiológica y la neurociencia, y tampoco ha aportado nunca nada a ninguna ciencia. Apenas hace un uso limitado de la estadística matemática, pero es raro que los estadísticos queden satisfechos con el modo en que los parapsicólogos utilizan su disciplina.

Además, por lo general, los parapsicólogos han rechazado la sugerencia de que su «saber» fuese integrado a la psicología y más a la biopsicología; recuérdese su insistencia en que, como se ocupan de fenómenos paranormales, no se los puede medir con la misma vara que a los psicólogos ortodoxos. En resumen, la parapsicología no es un componente del sistema de las ciencias y la mayoría de sus practicantes no desean que se transforme en una ciencia corriente. Les atrae más lo sobrenatural que lo material y lo misterioso que aquello que lo explica. No es ninguna sorpresa: son espiritualistas, no materialistas.

En quinto y último lugar, hay dos razones de por qué la analogía entre las supuestas ondas psi y las ondas gravitatorias no puede utilizarse para  financiar la investigación parapsicológica con fondos públicos, sino que debe ser tratada como un juego de salón moderadamente sofisticado. La primera es que las ondas gravitatorias han sido descritas en términos exactos —a saber, como las soluciones de ciertas ecuaciones de campo gravitatorio— mientras que las ondas psi sólo han sido bautizadas; nadie sabe qué ecuaciones satisfacen o cómo podrían ser generadas o detectadas por los cerebros, por no mencionar otro tipo de sistemas. Segundo, la predicción de la existencia de ondas gravitatorias es parecida a la predicción de ondas electromagnéticas. De hecho, lejos de tratarse de una conjetura aislada, es un componente de una sólida teoría científica —la teoría de la relatividad general— que ha sido minuciosamente confirmada y es coherente con el resto de la física clásica.

Las ondas gravitacionales fueron detectadas el 14 de septiembre de 2015 (a las 5:51h en la costa este de EE UU) por los dos detectores gemelos del Observatorio por Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO, por sus siglas en inglés), ubicados en Livingston (Louisiana) y Hanford

Por estas razones, diversos experimentadores persisten en sus esfuerzos por diseñar dispositivos extremadamente ingeniosos (y costosos) con el fin de detectar estas ondas de energía extremadamente baja (y, por tanto, muy elusivas). En cambio, ningún físico podría diseñar un detector de ondas psi porque —por hipótesis— estas ondas no transmiten energía, pese a lo cual se supone que causan movimientos a distancia, lo que viola las leyes de la conservación de la energía.

En conclusión, no necesitamos esperar otros 1000 años a que algún parapsicólogo meticuloso e ingenioso presente «evidencias» infalibles de sus creencias. Si tales pruebas fuesen posibles, ello no significaría un error de la física y la psicología, de las ciencias existentes entre ellas y de la filosofía que les es propia; antes bien, supondría que todos estos campos de investigación serían completamente erróneos. La parapsicología, un ejemplo de pensamiento mágico, no tiene ningún futuro como ciencia.

EL PSICOANALISIS

El estatus metodológico del psicoanálisis es semejante al de la parapsicología: ninguno de los dos tiene un pasado ni un futuro científicos. Desde luego, hay diferencias. Los parapsicólogos, por ejemplo, hacen experimentos —aunque con frecuencia estén mal diseñados y nunca hayan tenido éxito— en tanto que resulta difícil encontrar un psicoanalista experimental. Los parapsicólogos utilizan la estadística —si bien a menudo de manera incorrecta— en tanto que los psicoanalistas no la emplean. Los parapsicólogos no explican nada, con excepción de lo que los científicos consideran coincidencias, mientras que el psicoanálisis lo explica todo, desde los lapsus hasta las guerras. Por último, pero no por ello menos importante, la parapsicología es recatada y aburrida, en tanto que el psicoanálisis es atrevido y entretenido. Pero ambos reprueban todas las pruebas de cientificidad.

Para comenzar, el psicoanálisis, al igual que la parapsicología, supone el dualismo psiconeural, es decir, la perspectiva de que la mente (o alma, Seele, como Freud prefería llamarla) es inmaterial y, además, puede actuar sobre el cuerpo, por ejemplo causando enfermedades psicosomáticas. Este dualismo choca de lleno con la cosmovisión que subyace a las ciencias empíricas, ninguna de las cuales admite entidades inmateriales con poderes causales. También está en conflicto con la psicología, tal como se ha señalado anteriormente. Más aún, mantiene el estudio del afecto (el tema central del psicoanálisis) en un nivel precientífico, aunque sólo sea porque ignora que las emociones son funciones del sistema límbico.

El dualismo mente-cuerpo que subyace al psicoanálisis ha hecho algo más que bloquear el estudio científico de la mente. También ha retrasado el desarrollo de la medicina psicosomática, la cual finalmente ha comenzado a marchar con paso firme. De hecho, esta rama del conocimiento y la práctica es la ciencia con el nombre más largo: ni más ni menos que psiconeuroendocrinoinmunología. Esta ciencia no explica las llamadas «somatizaciones» como efectos de la mente sobre la materia, sino como efectos de ciertos procesos cerebrales sobre los sistemas endocrino, visceral, inmunitario y muscular. Esto no es difícil de entender, ya que el cerebro u órgano de la mente (y, además, de muchas otras cosas) está íntimamente relacionado con el resto del cuerpo. En la perspectiva científica, toda acción mente-cuerpo es un proceso que comienza en algún sitio del cerebro y viaja a través de los nervios hacia otra parte del cuerpo.

En segundo lugar, desde el punto de vista de su relación con la experiencia, las conjeturas psicoanalíticas son de dos tipos básicos: comprobables e incomprobables. Por ejemplo, la hipótesis de que todos los humanos son innata y básicamente agresivos es comprobable, pero también falsa, según lo han probado innumerables psicólogos y antropólogos sociales. En cambio, la hipótesis de la represión es imposible de poner a prueba. La razón de ello es que cualquier cosa supuestamente reprimida —por ejemplo, un trauma infantil, el complejo de Edipo o la envidia del pene— es empíricamente indistinguible de algo que no existe (después de todo, el propio concepto de represión se inventó para «explicar» por qué ciertos síntomas que, según la teoría, «tenían» que presentarse rehusaban hacerlo). Ahora bien, por definición, una proposición incomprobable no es científica. En consecuencia, la parte incomprobable del psicoanálisis, que constituye una gran porción de éste, y también la más entretenida, no es científica.

En cuanto a las fantasías psicoanalíticas comprobables, se las puede agrupar en dos clases: las que han sido puestas a prueba y las que todavía están en el limbo. Abordaremos las primeras e ignoraremos las segundas. Una de las pocas conjeturas psicoanalíticas que han sido puestas a prueba es la hipótesis de que la personalidad adulta está determinada por la enseñanza temprana de ir al baño. Una educación estricta tiene como resultado individuos con una personalidad «anal» —quienes se preocupan por todo y son muy puntillosos—, en tanto que una educación permisiva daría como resultado tipos «orales», relajados y expansivos. Los estudios minuciosos no han encontrado ninguna correlación entre las dos variables. Además, la partición de los tipos de personalidad en «anal» y «oral» es tosca —tanto en lo conceptual como en lo estético—, dado que ignora rasgos de la personalidad tan importantes como la tendencia prosocial o antisocial, el autoritarismo y la sumisión, por no mencionar el escepticismo y la credulidad. La propiedad misma de ser «oral» o «anal» es imaginaria.

El uso de estos conceptos dice más del analista que de sus pacientes.

Tras casi un siglo de psicoanálisis, ha habido muy pocos experimentos controlados dirigidos a poner a prueba esta doctrina y, con un par de excepciones, esos escasos experimentos fueron realizados por personas que no eran psicoanalistas. Por lo que sé, sólo una de las hipótesis comprobables del psicoanálisis ha sido confirmada: la que afirma que existen procesos mentales inconscientes. Sin embargo, esta conjetura no fue inventada por Freud; ya era conocida por Hume y se había difundido entre los alumnos de Freud gracias a la obra de E. von Hartmann Die Philosophie des Unbewussten (La filosofía del inconsciente, 1870). Además, dos conocidos psicólogos de esa época, H. v. Helmholtz y W. Wundt, escribieron sobre la inferencia inconsciente. Pero, por supuesto, nadie ha descubierto que «el» inconsciente sea el culpable de todos los pecados que le atribuyen los psicoanalistas. Además, la idea misma de inconsciente es confusa sin un concepto neuropsicológico preciso de conciencia.

Sin embargo, en este caso, al igual que en el de la parapsicología, debemos anticiparnos a la solicitud del empirista ingenuo de que el juicio sobre el psicoanálisis sea pospuesto hasta el momento en que haya disponible una multitud de pruebas positivas. En mi opinión, jamás se ofrecerán esas pruebas. Las razones son dos. La primera es que el psicoanálisis no es un campo de investigación, sino un sistema de creencias y una profesión. A los psicoanalistas no se les entrena como investigadores científicos ni ellos muestran interés alguno en comprobar sus creencias: son creyentes en la fe verdadera, no escépticos. Se ocupan de tratar a infortunados pacientes, de leer o de hacer aportaciones a la literatura psicoanalítica. Los psicólogos no analíticos se dedican a trabajar en proyectos científicos o a tratar a pacientes con los métodos más eficaces.

La segunda razón para descreer de que el psicoanálisis vaya a ser confirmado algún día es que este campo de creencias es culpable del pecado original (metafísico) de dualismo psiconeural, así como del pecado metodológico de permanecer aislado de las demás disciplinas. La hipótesis teológica del alma inmaterial —tanto si se la imagina dividida en el yo, el superyó y el ello como si no— es, en el mejor de los casos, imposible de poner a prueba. Además, es incongruente con el monismo psiconeural, inherente a la psicología fisiológica, la psicología del desarrollo y la psicología evolucionista. La autoproclamada autonomía del psicoanálisis frente a las ciencias y su requerimiento de disfrutar del privilegio de no cumplir con los mismos controles experimentales a los que está sometida la psicología, lo coloca automáticamente fuera de la ciencia.

Los pragmatistas —quienes no creen en la verdad y adoran la eficiencia — argumentarán, seguramente, que lo que importa es si la terapia psicoanalítica funciona o no. Caben dos respuestas. La primera es que, de hecho, los tratamientos psicoanalíticos son, en el mejor de los casos, ineficaces. En cambio, los tratamientos científicos de las mismas enfermedades —por ejemplo, mediante la terapia de la conducta, la prescripción de fármacos o la neurocirugía— es eficaz en un elevado porcentaje de los casos. La segunda respuesta es que la eficacia ocasional de un tratamiento médico no prueba su solidez, debido a la existencia del efecto placebo, que es particularmente potente en la psicoterapia debido a que el paciente puede ser entrenado para pensar del mismo modo que el psicoterapeuta. Para evaluar la eficacia de un tratamiento médico o psicológico cualquiera, necesitamos experimentos, no sólo cuidadosos estudios clínicos de seguimiento de pacientes.

En conclusión, el psicoanálisis es tan pseudocientífico como la parapsicología, con la desventaja de que los psicoanalistas cobran honorarios elevados a cambio de recomendaciones sin fundamentos o —en algunas de las terapias— a cambio de nada. La única manera en que el psicoanálisis puede evitar este estigma es la adquisición de otro nombre, de sostener que el psicoanálisis no desea convertirse en una ciencia porque pertenece a la psicología «humanística» o, incluso, retórica.

                                                                       

                                                                                                                              © 2024 JAVIER DE LUCAS