FELIX LOPE DE VEGA

BIOGRAFIA

(Madrid 1562 - id.1635). Poco se conoce de su infancia, pero en su vivir podemos distinguir cuatro etapas: La primera abarca su tiempo de estudiante en el Colegio de la Compañía de Jesús y en las Universidades de Alcalá  y Salamanca. En 1583, se alista en la expedición para conquistar la isla Terceira (Azores) con lo que terminaba la anexión de Portugal a España. De esta época son sus amores con Elena Osorio - "Filis" en sus versos - que duraron cinco años. Al abandonarlo, Lope hizo correr por Madrid unos poemas ofensivos contra ella y su familia que le valieron el destierro. La segunda, 1589-1595, período del destierro. Lope se alista en la Armada Invencible. Se casa por poderes con Isabel de Urbina y se instala en Valencia donde entra en contacto con notables dramaturgos. Pasado el destierro, regresa a Madrid. La tercera etapa va de 1596 a 1614. Se enamora de Micaela Luján -"Camila Lucinda" en sus versos - bella e inculta mujer casada que le inspira numerosas obras. A pesar de estos amoríos se casa en 1598 con Juana de Guardo, tal vez atraído por una dote que su esposa no recibió nunca. Entró en el servicio del duque de Sessa y su amistad con duque fue funesta para ambos. Mueren su hijo Carlos y su esposa por lo que desengañado su espíritu, se ordena sacerdote. Por último, la cuarta etapa corresponde a 1614-1635. En este tiempo intenta liberarse de las obligaciones que le imponía la relación con el duque de Sessa. Se enamora de Marta de Nevares, mujer casada y muy hermosa con quien tiene más hijos. No le arredra el escándalo. Su popularidad como escritor, en este momento, es inmensa. Pero su felicidad se derrumba: Marta Nevares queda ciega y manifiesta síntomas de locura y Lope le dedica sus ya escasas energías durante diez años de penosa expiación en los que llega a pasar apuros económicos. Muere en Madrid el 6 de Agosto de 1635 y a su entierro asiste una inmensa multitud. Toda su vida fue un mosaico de luz y de sombras, de gentileza y gallardía apasionadas y de inconstancia y caídas lamentables. Pero el pueblo lo adoraba y él se sentía "su poeta". Aunque su dedicación principal fue el teatro, cultivó todos los géneros de su tiempo, con la única excepción de la novela picaresca. Su poesía es de extraordinaria riqueza y variedad y aparece diseminada por sus obras dramáticas y novelescas o constituyendo libros como los titulados, RIMAS, RIMAS SACRAS y RIMAS HUMANAS Y DIVINAS.


                                                           POEMAS ESCOGIDOS

 

ESO ES AMOR

 

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

 

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

 

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

 

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

UN SONETO

 

Un soneto me manda hacer Violante

que en mi vida me he visto en tanto aprieto;

catorce versos dicen que es soneto;

burla burlando van los tres delante.

 

Yo pensé que no hallara consonante,

y estoy a la mitad de otro cuarteto;

mas si me veo en el primer terceto,

no hay cosa en los cuartetos que me espante.

 

Por el primer terceto voy entrando,

y parece que entré con pie derecho,

pues fin con este verso le voy dando.

 

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho

que voy los trece versos acabando;

contad si son catorce, y está hecho.

IR Y QUEDARSE

 

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, e ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

 

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serio jamás arrepentirse;

 

hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe, paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;

 

creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.

A LA NOCHE

 

Noche fabricadora de embelecos,

loca, imaginativa, quimerista,

que muestras al que en ti su bien conquista,

los montes llanos y los mares secos;

 

habitadora de cerebros huecos,

mecánica, filósofa, alquimista,

encubridora vil, lince sin vista,

espantadiza de tus mismos ecos;

 

la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,

solícita, poeta, enferma, fría,

manos del bravo y pies del fugitivo.

 

Que vele o duerma, media vida es tuya;

si velo, te lo pago con el día,

y si duermo, no siento lo que vivo.

ES LA MUJER

 

Es la mujer del hombre lo más bueno,

y locura decir que lo más malo,

su vida suele ser y su regalo,

su muerte suele ser y su veneno.

 

Cielo a los ojos, cándido y sereno,

que muchas veces al infierno igualo,

por raro al mundo su valor señalo,

por falso al hombre su rigor condeno.

 

Ella nos da su sangre, ella nos cría,

no ha hecho el cielo cosa más ingrata:

es un ángel, y a veces una arpía.

 

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,

y es la mujer al fin como sangría,

que a veces da salud, y a veces mata.

QUE TENGO YO

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

 

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el Ángel me decía:

«Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfia»!

 

¡Y cuántas, hermosuras soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

A MIS SOLEDADES VOY

 

A mis soledades voy,

de mis soledades vengo,

porque para andar conmigo

me bastan mis pensamientos.

 

No sé qué tiene el aldea

donde vivo y donde muero,

que con venir de mí mismo,

no puedo venir más lejos.

 

Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo.

 

Entiendo lo que me basta,

y solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.

 

De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio.

 

Él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento;

que humildad y necedad

no caben en un sujeto.

 

La diferencia conozco,

porque en él y en mí contemplo

su locura en su arrogancia,

mi humildad en mi desprecio.

 

O sabe naturaleza

más que supo en este tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos,

 

«Sólo sé que no sé nada»,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad,

adonde lo más es menos.

 

No me precio de entendido,

de desdichado me precio;

que los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?

 

No puede durar el mundo,

porque dicen, y lo creo,

que suena a vidrio quebrado

y que ha de romperse presto.

 

Señales son del juicio

ver que todos le perdemos,

unos por carta de más,

otros por carta de menos.

 

Dijeron que antiguamente

se fue la verdad al cielo;

tal la pusieron los hombres,

que desde entonces no ha vuelto.

 

En dos edades vivimos

los propios y los ajenos:

la de plata los estraños,

y la de cobre los nuestros.

 

¿A quién no dará cuidado,

si es español verdadero,

ver los hombres a lo antiguo

y el valor a lo moderno?

 

Todos andan bien vestidos,

y quéjanse de los precios,

de medio arriba romanos,

de medio abajo romeros.

 

Dijo Dios que comería

su pan el hombre primero

en el sudor de su cara

por quebrar su mandamiento;

 

y algunos, inobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efectos.

 

Virtud y filosofía

peregrinan como ciegos;

el uno se lleva al otro,

llorando van y pidiendo.

 

Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento,

la mejor vida el favor,

la mejor sangre el dinero.

 

Oigo tañer las campanas,

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces

haya tantos hombres muertos.

 

Mirando estoy los sepulcros,

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua

que no lo fueron sus dueños.

 

¡Oh, bien haya quien los hizo!

Porque solamente en ellos

de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños.

 

Fea pintan a la envidia;

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.

 

Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas ni cuentos,

cuando quieren escribir,

piden prestado el tintero.

 

Sin ser pobres ni ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones ni pleitos;

 

ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca, como yo, firmaron

parabién, ni Pascuas dieron.

 

Con esta envidia que digo,

y lo que paso en silencio,

a mis soledades voy,

de mis soledades vengo.

DESPUES QUE ROMPISTE

 

«-Después que rompiste, ingrata,

de amor el estrecho nudo,

pruebo a sujetar el cuello

y no consiente otro yugo.

 

Gocé libertad tres años,

si aquel es libre y seguro

que de llorar tus mudanzas

no tiene su rostro enjuto.

 

Pensaba que era en amarte

cuando menos sin segundo

pero ya me dice el tiempo

que han sido primeros muchos.

 

Y que acuden a tu casa

más galanes al descuido

que caben rios ni arroyos

en el reino de Neptuno.

 

Y para más afrentarme,

porque me escarnezca el vulgo,

has dado en hacerme esclavo

con los hierros a tu gusto.

 

De agravio y desdenes tales

solo a mi firmeza culpo,

que no acierta a ser mudable

cursando tanto en tu estudio.

 

Mas ay, que es venir a menos

aunque pueda hacer un hurto

más famoso que el de Elena

negarte mi alma tributo;

 

y así le cuento a Cupido

la vez que a su templo acudo

más quejas que en el Senado

el villano del Danubio.

 

Todos los amantes oye,

para mí está sordo y mudo;

no sé si el traidor procura

lo que yo también procuro;

 

que según es tu belleza

aunque tenga de Dios humos,

no deja de ser quien es

en ser de tus siervos uno;

 

y si va a decir verdades,

aunque de falsa te acuso,

a manos de tu ira muera

si fuere de otra y no tuyo-».

A DON LUIS DE GÓNGORA

 

Claro cisne del Betis que, sonoro

y grave, ennobleciste el instrumento

más dulce, que ilustró músico acento,

bañando en ámbar puro el arco de oro,

 

a ti lira, a ti el castalio coro

debe su honor, su fama y su ornamento,

único al siglo y a la envidia exento,

vencida, si no muda, en tu decoro.

 

Los que por tu defensa escriben sumas,

propias ostentaciones solicitan,

dando a tu inmenso mar viles espumas.

 

Los ícaros defienda, que te imitan,

que como acercan a tu sol las plumas

de tu divina luz se precipitan.

ARDE MI PECHO

 

Amor con tan honesto pensamiento

arde en mi pecho, y con tan dulce pena,

que haciendo grave honor de la condena,

para cantar me sirve de instrumento.

 

No al fuego, al celestial atento,

en alabanza de Amarilis suena

con esta voz, que el curso al agua enfrena,

mueve la selva y enamora el viento.

 

La luz primera del primero día,

luego que el sol nació, toda la encierra,

círculo ardiente de su lumbre pura,

 

y así también, cuando tu sol nacía,

todas las hermosuras de la tierra

remitieron su luz a tu hermosura.

  TEMORES EN EL FAVOR

 

Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro,

y la cándida víctima levanto,

de mi atrevida indignidad me espanto

y la piedad de vuestro pecho admiro.

 

Tal vez el alma con temor retiro,

tal vez la doy al amoroso llanto,

que arrepentido de ofendernos tanto

con ansias temo, y con dolor suspiro.

 

Volved los ojos a mirarme humanos,

que por las sendas de mi error siniestras

me despeñaron pensamientos vanos;

 

no sean tantas las miserias nuestras

que a quien os tuvo en sus indignas manos

vos le dejéis de las divinas vuestras.

A CAZA VA EL CABALLERO

 

A caza va el caballero

por los montes de París,

la rienda en la mano izquierda

y en la derecha el neblí

 

Pensando va en su señora,

que no la ha visto al partir,

porque como era casada

estaba su esposo allí.

 

Como va pensando en ella,

olvidado se ha de sí;

los perros siguen las sendas

entre hayas y peñas mil.

 

El caballo va a su gusto

que no lo quiere regir.

Cuando vuelve el caballero

hallóse de un monte al fin;

 

volvió la cabeza al valle,

y vio una dama venir,

en el vestido serrana,

y en el rostro serafín.

 

   -Por el montecico sola

¿cómo iré?

¡Ay Dios, si me perderé!

¿Cómo iré triste, cuitada,

de aquel ingrato dejada?

Sola triste, enamorada,

¿dónde iré?

¡Ay Dios, si me perderé!

 

-¿Dónde vais, serrana bella,

por este verde pinar?

Si soy hombre y voy perdido

mayor peligro lleváis.

 

-Aquí cerca, caballero,

me ha dejado mi galán

por ir a matar un oso

que ese valle abajo está.

 

-¡Oh, mal haya el caballero

en el monte Allubricán,

que a solas deja su dama

por matar un animal!

 

Si os place, señora mía,

volved conmigo al lugar,

y porque llueve, podréis

cubriros con mi gabán.

 

Perdido se han en el monte

con la mucha obscuridad;

al pie de una parda peña

el alba aguardando están;

la ocasión y la ventura

siempre quieren soledad.

     AMARILIS

 

           A competir la luz, que el sol reparte,

nació, pastores, Amarilis bella,

para que hubiese sol cuando él se parte,

o fuese el mismo sol Aurora della;

benévola miró Venus a Marte

sin luz opuesta de contraria estrella;

pero la envidia, si en el cielo cupo,

turbó la claridad cuando lo supo.

 

Crióse hermosa, cuando ser podía

en la primera edad belleza humana,

porque cuando ha de ser alegre el día,

ya tiene sus albricias la mañana;

aprendió gentileza y cortesía,

no soberbio desdén, no pompa vana,

venciendo con prudente compostura

la arrogancia que engendra la hermosura.

 

Si cátedra de amar Amor fundara,

como aquel africano español ciencias,

la de prima bellísima llevara

a todas las humanas competencias;

no tuvieran contigo, fénix rara,

las letras y las armas diferencias,

ni estuvieran por Venus tan hermosa

quejosa Juno y Palas envidiosa.

 

El copioso cabello, que encrespaba

natural artificio, componía

una selva de rizos, que envidiaba

Amor para mirar por celosía;

porque cuando tendido le peinaba,

un pavellón de tornasol hacía,

cuyas ondas surcaban siempre atentos

tantos como cabellos, pensamientos.

 

En la mitad de la serena frente,

donde rizados los enlaza y junta,

formó naturaleza diligente

jugando con las hebras una punta;

en este campo, aunque de nieve ardiente,

duplica el arco Amor, en cuya junta

márgenes bellas de pestañas hechas,

cortinas hizo y guarnición de flechas.

 

Dos vivas esmeraldas, que mirando

hablaban a las almas al oído,

sobre cándido esmalte trasladando

la suya hermosa al exterior sentido,

y con risueño espíritu templando

el grave ceño, alguna vez dormido,

para guerra de amor que cuanto vían,

en dulce paz el reino dividían.

 

La bien hecha nariz, que no lo siendo

suele descomponer un rostro hermoso,

proporcionada estaba, dividiendo

honesto nácar en marfil lustroso;

como se mira doble malva abriendo

del cerco de hojas en carmín fogoso,

así de las mejillas sobre nieve

el divino pintor púrpura llueve.

 

¿Qué rosas me dará, cuando se toca

al espejo, de mayo la mañana;

qué nieve el Alpe, qué cristal de roda,

qué rubíes Ceilán, qué Tiro grana,

para pintar sus perlas y su boca,

donde a sí misma la belleza humana

vencida se rindió, porque son feas

con las perlas del Sur rosas Pangeas?

 

Con celestial belleza la decora,

como por ella el alma se divisa,

la dulce gracia de la voz sonora

entre clavel y roja manutisa;

que no tuvo jamás la fresca Aurora

bañada en ámbar tan honesta risa,

ni dio más bella al gusto y al oído

margen de flores a cristal dormido.

 

No fue la mano larga, y no es en vano,

si mejor escultura se le debe

para seguirse a su graciosa mano

de su pequeño pie la estampa breve;

ni de los dedos el camino llano,

porque los ojos, que cubrió de nieve,

hiciesen, tropezando en sus antojos,

dar los deseos y las almas de ojos.

 

Trece veces el sol en la dorada

esfera devanó los paralelos,

por cuya senda cándida, esmaltada

de auroras, baña en luz tierras y cielos;

cuando a ser hermosura desdichada

la destinaron por sus claros velos

cuantos aspectos hay infortunados,

cuanto más resistidos más airados.

 

No porque tengan fuerza las estrellas

contra la libertad del albedrío,

mas porque al bien o al mal inclinan ellas,

y no ponemos fuerza en su desvío;

por ver las partes de Amarilis bellas

a los campos bajó de nuestro río

Ricardo, un labrador de la Montaña,

que fue defensa del honor de España.

 

Rudo y indigno de su mano hermosa

a pocos días mereció su mano,

no el alma, que negó la fe de esposa,

en cuyo altar le confesó tirano;

aquella noche infausta y temerosa

con tierno llanto resistida en vano,

en triste auspicio del funesto empleo

mató el hacha nupcial triste Himeneo.

 

¿Qué desdicha fatal de las hermosas

es ésa de tener tales empleos?

¿Siempre las feas han de ser dichosas?

¿Nunca les han de dar maridos feos?

¿En qué consiste ser tan venturosas,

si no es posible despertar deseos?

En que es tal bien, que cuando dio belleza,

no tuvo más que dar naturaleza.

 

Imágenes celestes, ¿cómo ahora

tenéis envidia allá, siendo tan fea?

No más Elices bellas que el sol dora,

dulce Ariadna, hermosa Casiopea;

tú, hija de Titán y de la Aurora,

cándida virgen, celestial Astrea,

¿cómo días y noches, tu figura

iguala la fealdad y la hermosura?

 

Las Gracias asistieron, roto el lazo

que en triangular firmeza las anuda,

la madre del amor sin darle abrazo,

la paz del matrimonio puso en duda;

llegado el tiempo al amoroso plazo,

con vergonzosa nube la desnuda

fuerza cubrió, que aunque mujer la nombra,

faltaba el alma, y abrazó la sombra.

 

No suele de otra suerte la cordera

acechada detrás del verde escobo

la repetida voz gemir postrera

entre los dientes del sangriento lobo;

ni menos fiero, cuando más se altera,

albergue de pastores contra el robo,

cogiendo piedras y llamando perros,

discurre valle y transmonta cerros.

 

Allí se forma una áspera batalla,

uno sigue, otro ladra, aquél le muerde;

el silbo suena, el cáñamo restalla;

huye, resiste, sufre, y no la pierde,

las hondas burla, y cuando el monte calla,

tiñe de rojo humor la cama verde,

en que duerme seguro y satisfecho:

que la tiene en los brazos o en el pecho.

 

¿Cuántos deseos de pastores fueron

siguiendo aquella noche con suspiros

la envidia de Ricardo, que ofendieron

vanos deseos de amorosos tiros?

Mas cuando ya de vista le perdieron,

volviéndose a sus chozas y retiros,

abrazado y cruel, tirano y dueño,

le halló la Aurora en regalado sueño.

 

Desde este día fue Amarilis llanto;

no fue Amarilis, su mortal tristeza

aumentó su hermosura con espanto

del orden que le dio naturaleza;

bajaba de la noche el negro manto,

y era nácar de perlas su belleza,

llorábalas el alba en sus despojos,

y eran racimos de cristal sus ojos.

 

Volvió a pintar los Signos otras tantas

veces el claro sol, divino Apeles,

renovando las flores y las plantas

las puntas de sus únicos pinceles;

era el tiempo en que vio las luces santas

coronado de triunfos y laureles

el tercero Felipe del Segundo,

a cuyo Cuarto fue pequeño el mundo.

 

En un jardín se celebraba un día

de gallardos pastores un torneo,

donde el amor a Marte competía,

y daba la virtud premio al deseo;

las letras escribió la fantasía,

intérpretes ocultos de su empleo,

hallando el accidente en los favores

de las galas y plumas las colores.

 

Aquí Amarilis presidió, hermosura

entre cuantas vinieron a la fiesta,

como envidiada, de envidiar segura,

fingiendo risa dulcemente honesta.

Como sale después de noche escura

la pura rosa en el botón compuesta

de aquel pomposo purpurante adorno

de verdes rayos coronada en torno;

 

o como al nuevo sol la adormidera

desata el nudo al desplegar las hojas,

formando aquella hermosa y varia esfera,

ya cándidas, ya nácares, ya rojas,

así me pareció, y así quisiera

decirle con la lengua mis congojas;

mas quisieron los ojos atrevidos

anticiparse a todos los sentidos.

 

Así como el relámpago se mira

primero que al oído llegue el trueno,

porque es la vista más veloz, se admira

que salgan juntos del oculto seno,

así las luces, que la vista espira,

y llevaron al alma su veneno,

anticiparon a la lengua en calma,

aunque las vi salir juntas del alma.

 

En vano entonces las deidades llamo,

aunque de Venus el favor presuma,

cual pájaro se queja del reclamo,

después que el árbol le prendió la pluma,

que en la liga tenaz y el firme ramo

se prende más, se enlaza y se despluma,

porque las alas, que volar previenen,

pensando que le sueltan, le detienen;

 

así mis ojos libertad buscaban

de la nueva prisión en que se veían,

pues por librarse de mirar, miraban,

y pensando salir, se detenían,

cuando las alas de Ícaro abrasaban

rayos del sol, la cera derretían

y este regalo, cuyo ejemplo sigo,

pensaba que era amor, y era castigo.

 

Este principio tuvo el pensamiento,

que nunca tendrá fin, pues no es posible

tenerle el alma, donde tuvo asiento

contra todos los tiempos invencible;

así se cautivó mi entendimiento,

y mi esperanza se juzgó imposible;

mas viéndome morir, siempre decía:

«Dulce mal, dulce bien, dulce porfía».

 

Más fácil cosa fuera referirnos

las varias flores desta selva amena,

o las ondas del Tajo, en cuyos giros

envuelto su cristal besa la arena,

que las ansias, temores y suspiros

de la esperanza de mi dulce pena,

hasta que ya después de largos plazos

gané la voluntad, que no los brazos.

 

Escribíale yo mis sentimientos

en conceptos más puros que sutiles,

y tal vez escuchaba mis tormentos,

o recibía mis presentes viles.

¿Qué mayo con diversos instrumentos,

canciones y relinchos pastoriles

no coroné sus jambas y linteles

de mirtos, arrayanes y laureles?

 

¿Qué cabritillo le nació manchado,

a todo blanco, o rojo y encendido

a la cabra mejor de mi ganado,

sin dársele de flores guarnecido?

¿Cuándo topé su manso, que peinado

no le volviese el natural vestido,

o sin llevar, porque al de Tirsi exceda,

esquila de oro en el collar de seda?

 

¿Qué fruta no gozaba a manos llenas

de mi heredad a sus pastores franca;

qué leche y miel de ovejas y colmenas

en roja cera, o en encella blanca;

qué ruiseñores con la pluma apenas;

qué mastín suyo no adornó carlanca,

sin verse, o lo tuviera por delito,

su dulce nombre en el metal escrito?

 

¿De qué sarta de perlas no tenía

la cándida garganta coronada?

Aunque la misma sarta agradecía

verse en mejores perlas engastada.

¿Qué sangriento coral no competía

su boca en viva púrpura bañada?

Sin otras pobres joyas, que entre amantes

las lágrimas amor hace diamantes.

 

Estaba yo detrás de un verde espino

escribiendo mis celos y temores

junto a un arroyo a un prado tan vecino,

que a precio de cristal compraba flores,

cuando Amarilis, que a bañarse vino,

me vio escondido, que si no, pastores,

por el vidrio del agua a Venus veo.

¡Qué corta dicha de tan gran deseo!

 

No se viera más bella y peregrina

de divino pincel dibujo humano,

corrida al cuadro la veloz cortina

la celebrada Venus de Ticiano;

si el cuerpo hermoso en el cristal reclina,

tengo un antojo, que me dio Silvano,

con que tanto a mis ojos la acercara,

que todos los del alma me quitara.

 

Sentábase conmigo en una fuente,

que murmuraba amores tan ociosos,

lastimada de ver que su corriente

aumentaban mis ojos amorosos;

no llora y canta Filomena ausente

con más dolor sus casos lastimosos

que yo, si me faltaban sólo un día

las bellas luces en que el alma ardía.

 

Su mano alguna vez, que la fortuna

estaba de buen gusto, me fiaba,

con que pensaba yo que de la luna

la humilde mía posesión tomaba;

con dulce voz, que no igualó ninguna,

mis amorosos versos animaba,

que en ella presumí, y aun hoy lo creo,

que eran de Ovidio y los cantaba Orfeo.

 

Tal vez armando un árbol con cautela

cazábamos pintados pajarillas

con las ocultas varas que encarcela

la liga, de sus pies cadena y grillos;

no con la parda red, o blanca tela

el tremendo animal, cuyos colmillos

aun tiembla Venus hoy, cuando al aurora

el que mancebo amaba, flor le llora.

 

Contento desta vida, y ya perdida

la esperanza de verla más dichosa,

la dura muerte mejoró mi vida,

que alguna vez la muerte fue piadosa;

mató la de Ricardo aborrecida,

sacando deste Argel su indigna esposa,

y mi deseo, que su fin alcanza

naciendo posesión, murió esperanza.

 

Que vida fuese la dichosa mía,

de la pasada os diga la aspereza,

porque no mereció tanta alegría

quien antes no pasó tanta tristeza.

¡Oh cuántas veces me enojaba el día

sacando de mis brazos su belleza,

y cuántas veces le quisiera eterno

por largas noches el escuro hibierno!

 

El parabién me daban los pastores

del Tajo, Manzanares y jarama,

refiriendo en sus versos mis amores

aquellos que a Helicón fueron por fama;

parecíame a mí que hasta las flores,

que riza el prado sobre verde lama,

Viva el constante Elisio, me decían,

que duplicados ecos repetían.

 

Lo mismo el valle humilde, el arrogante

monte aplaudir en alta voz pretende,

cual suele el vulgo bárbaro arrogante

con Víctor celebrar lo que no entiende.

Si en las fuentes miraba mi semblante,

cuando encendido el sol velos desprende,

me parecía hermoso, ¡qué locura!,

y era que imaginaba en su hermosura.

 

Como sucede que ganando un hombre,

todos le lisonjean y le admiran,

parece más discreto y gentil-hombre,

y es gracia cuanto dice a los que miran;

y como suelen repetir su nombre

los que al barato de su dicha aspiran,

así dieron aplauso a mis favores

aves, pastores, árboles y flores.

 

Con esto en paz tan amorosamente

vivía yo, que de sus dos estrellas

vida tomaba para estar ausente,

y luz para poder mirar sin ellas.

Mirándole una vez atentamente

las verdes niñas, vi mi rostro en ellas,

y celoso volví, por ver si estaba

detrás otro pastor que le formaba.

 

               «....»

 

Era del Tajo un rico ganadero

este pastor, que a Fabia enamoraba,

cuyo ganado por braveza fiera

de negra y roja piel campos manchaba;

 

sabio entre necio, lindo entre grosero;

mas pienso que decir rico bastaba:

tanto la gala en las mujeres crece,

que se compra el favor, no se merece.

 

Dejé con esto justamente a Fabia,

que se quejaba habiéndome ofendido;

porque quien vuelve a amar a quien le agravia

poco tiene de honrado y bien nacido.

No fue de mi temor prevención sabia

buscar para su amor tan justo olvido;

sobraba breve tiempo de por medio,

que para poco amor, poco remedio.

 

Mas cuando fuera yo la quinta esencia

de cuanto amor de ovidio enseña el arte,

y tuviera la pena en competencia,

que tuvieron por Venus, Febo y Marte

o a Elisa del Troyano dio la ausencia,

o a Ifis los desdenes de Anaxarte,

o la que al tracio amante aun hoy espanta,

que llora Progne y Filomena canta.

 

Bastaba para olvido solamente

volver sus dulces ojos a mirarme

la divina Amarilis, accidente

que pudo a un tiempo helarme y abrasarme,

tanto, que a ser posible que lo intente

del alma, que di a Fabia, desnudarme,

le diera un alma nueva a su despecho,

que no hubiera servido en otro pecho.

 

Mas Fabia con deseo de venganza,

¡duro animal es la mujer con ella!,

mi vida, mi remedio, mi esperanza

como caballo indómito atropella.

Por castigar mi súbita mudanza,

y con envidia de Amarilis bella

corrió celosa, y no miró arrogante

cuantos brillar aceros vio delante.

 

Tal suele furibundo en tempestades

arroyo formidable intempestivo

ya de montes bajar, ya de ciudades

con turbulento horror y orgullo altivo,

que destruyendo viñas y heredades,

voltea entre las aguas vengativo

pedazos de cabañas y de aceñas,

abriendo calles, y lavando peñas.

 

En fin con los hechizos que sabía,

y un pastor extranjero le enseñaba,

que en la luna caracteres ponía,

los espíritus fieros invocaba,

las bellas luces, donde yo me vía,

y en los hermosos ojos respetaba

de Amarilis el sol, cegó de suerte,

que se pudo vengar de Amor la muerte.

 

Cuando yo vi mis luces eclipsarse,

cuando yo vi mi sol oscurecerse

mis verdes esmeraldas enlutarse

y mis puras estrellas esconderse,

no puede mi desdicha ponderarse,

ni mi grave dolor encarecerse,

ni puede aquí sin lágrimas decirse

cómo se fue mi sol al despedirse.

 

Los ojos de los dos tanto sintieron,

que no sé cuáles más se lastimaron,

los que en ella cegaron, o en mí vieron,

ni aun sabe el mismo Amor lo que cegaron,

aunque sola su luz oscurecieron,

que en los demás bellísimos quedaron,

pareciendo al mirarlos que mentían,

pues mataban de amor lo que no vían.

 

Cual suele enamorar la fantasía

retrato que no sabe que enamora,

y cuanto al vivo original le fía,

con mudas luces el pintado ignora,

o como en el crepúsculo del día

por hermosuras sobre flores llora

el alba, sin saber que las aumenta,

abre, colora, pinta y alimenta.

 

Pasó al principio con prudencia cana

en tanta juventud verse sin ojos,

tan ninfa, tan gentil, cuanto la humana

belleza dio mortales a despojos.

Cuatro veces el sol en oro y grana

pasados del hibierno los enojos,

bañó la piel del frigio vellocino,

sin replicar a su fatal destino.

 

No pude yo, que a la tristeza mía

aquel consuelo de Antipatro niego,

que dijo que la noche dar podría

algún deleite al que estuviese ciego;

ni menos a imprimir tuve osadía,

cuando a la estampa de sus ojos llego,

mi vista en ellos, porque no admitiera

peregrina impresión su hermosa esfera.

 

Ojos, decía yo, si yo decía

lo que el alma a singultos me dictaba,

¿cómo sufrió tanto rigor el día,

que luz de vuestra luz participaba?

De Psiches fue mi loca fantasía,

que ver vuestra belleza imaginaba,

pues vi, mis ojos, cuando a veros llego,

al sol dormido, y a Cupido ciego.

 

Así estaba el Amor, y así la miro

ciega y hermosa, y con morir por ella,

con lástima de verla me retiro,

por no mirar sin luz alma tan bella.

Difunto tiene un sol, por quien suspiro,

cada esmeralda de su verde estrella,

ya no me da con el mirar desvelos,

seré el primero yo que amó sin celos.

 

No luce la esmeralda, si engastada

le falta dentro la dorada hoja,

porque de aquella luz reverberada

más puros rayos transparente arroja;

así en mis verdes ojos eclipsada

dentro la luz, que Fabia le despoja,

aunque eran esmeraldas, no tenían

el alma de oro, con que ver podían.

 

Ahora sí que Amor es ciego, ahora,

si tirarse, a ninguno acertaría,

ahora sí que sois, dulce señora,

ciega de amor, pues que mi amor os guía;

cantad, pues que sabéis, lo que amor llora,

que es vuestra pena y la desdicha mía,

tendrá dos aves esta selva amena,

sin ojos vos, sin lengua Filomena.

 

Pensaba yo con ésta que no hubiera

desdicha que a la nuestra se igualara,

cuando Fabia cruel intenta fiera

del alma oscurecer la lumbre clara.

Es el entendimiento la primera

luz que la entiende, y voz que la declara,

es su vista y sus ojos, ¿pues qué intento

más fiero, que cegar su entendimiento?

 

Cuando a Amarilis vi sin él, pastores,

pues que no le perdí, no os encarezca

mis lágrimas, mis penas, mis dolores,

pues no es razón que crédito merezca.

Ejemplo puede ser mi amor de amores,

pues quiere amor que más se aumente y crezca

que si en amar defectos se merece,

ese es amor que en las desdichas crece.

 

¿Quién creyera que tanta mansedumbre

en tan súbita furia prorrumpiera?;

pero faltando la una y la otra lumbre

de cuerpo y alma, ¿qué otro bien se espera?

Que en no habiendo razón que el alma alumbre

ni vista al cuerpo en una y otra esfera,

sólo pudo quedar lo que se nombra

de viviente mortal cadáver sombra.

 

Aquella que, gallarda, se prendía

y de tan ricas galas se preciaba,

que a la Aurora de espejo le servía,

y en la luz de sus ojos se tocaba,

curiosa, los vestidos deshacía,

y otras veces, estúpida, imitaba,

el cuerpo en hielo, en éxtasis la mente,

un bello mármol de escultor valiente.

 

Como después de muerta Polixena

sobre el sepulcro del vengado Aquiles,

bañando el mármol la purpúrea vena,

indigna hazaña de ánimos gentiles,

Hécuba triste maldiciendo a Helena,

y la venganza de los griegos viles,

las selvas asombraba con feroces

ansias, vertiendo el alma entre las voces,

 

así por nuestros montes discurría,

hiriendo a voces los turbados vientos,

aquella cuya voz, cuya armonía

cantando suspendió los elementos.

Furiosa pitonisa parecía

en los mismos furores, cuando atentos

esperaba de Febo las funestas

o alegres siempre equívocas respuestas.

 

Las aves, campos, flores y arboledas,

que primero la oyeron, repitiendo

los ecos de su voz, las altas ruedas,

por donde forma el Tajo dulce estruendo,

apenas pueden detenerse quedas,

como entonces oyendo, ahora huyendo,

solo la escucho yo, solo la adoro,

y de lo que padece me enamoro.

 

Las diligencias finalmente fueron

tantas para curar tan fieros males,

que la vista del alma le volvieron,

que penetra los orbes celestiales:

cuando mis ojos a Amarilis vieron,

juzgando yo sus penas inmortales,

con libre entendimiento, gusto y brío,

roguéle a Amor que me dejase el mío.

 

Salía el sol del pez Austral, que argenta

las escamas de nieve, al tiempo cuando

cuerda Amarilis a vivir se alienta,

los campos, no los celos, alegrando;

a la estampa del pie la selva atenta,

campanillas azules esmaltando,

parece que aun en flores pretendía

tocar a regocijo y alegría.

 

Trinaban los alegres ruiseñores,

y los cristales de las claras fuentes

jugaban por la margen con las flores,

que bordaban esmaltes diferentes;

mirábanse los árboles mayores

de suerte en la inquietud de las corrientes,

que el aire, aunque eran sombras, parecía

que debajo del agua los movía.

 

Por ver el pie, con que las flores pisa,

saltaban los corderos por el llano,

ella les daba sal con dulce risa

en el marfil de su graciosa mano,

en la corteza de los olmos lisa,

ingenio singular, compuso Albano

floridos epigramas, no vulgares,

que era poeta de los doce Pares.

 

De mí no digo, porque siempre he sido

humilde profesor de mi ignorancia,

no como algunos, que han introducido

sacar ejecutoria a su arrogancia;

y siendo genio Amor de mi sentido,

mirando más la fe que la elegancia,

compuse versos, que con lengua pura

Castilla y la verdad llaman cultura.

 

Mas como el bien no dura, y en llegando

de su breve partida desengaña,

huésped de un día, pájaro volando,

que pasa de la propia a tierra extraña,

no eran pasados bien dos meses, cuando

una noche al salir de mi cabaña

se despidió de mí tan tiernamente,

como si fuera para estar ausente.

 

«Elisio, caro amigo, me decía,

lo que has hecho por mí te pague el cielo,

con tanto amor, lealtad y cortesía,

fe limpia, verdad pura, honesto celo».

«¿Qué causa, dije yo, señora mía,

qué accidente, qué intento, qué desvelo

te obliga a despedirtne desta suerte,

si tengo de volver tan presto a verte?».

 

«Siempre con esta pena me desvío

de ti», me respondió; ¿mas quién pensara,

que el alba de sus ojos en rocío

tan tierno a media noche me bañara?

«Adiós, dijo llorando, Elisio mío...»

«Espera, respondí, mi prenda cara».

No pudo responder, que con el llanto

callando habló, mas nunca dijo tanto.

 

Yo triste aquella noche infortunada,

principio de mi mal, fin de mi vida,

dormí con la memoria fatigada,

si hay parte que del alma esté dormida;

mas cuando de diamantes coronada,

en su carroza de temor vestida,

mandaba al sueño que esparciese luego

cuidado al vicio, a la virtud sosiego,

 

suelto el cabello, desgreñado y yerto,

medio desnuda, Lícida me nombra,

pastora de Amarilis, yo despierto,

y pienso que es de mi cuidado sombra.

Si a pintaros a Lícida no acierto,

no os espantéis, porque aun aquí me asombra

«Tu bien se muere, dijo, Elisio, advierte,

que está tu vida en brazos de la muerte».

 

«No puede ser, le dije, pues yo vivo»;

y mal vestido parto a su cabaña.

Pastores, perdonad, si el excesivo

dolor en tiernas lágrimas me baña.

Apenas el estruendo compasivo,

y el dudoso temor me desengaña,

cuando me puso un miedo en cada pelo

el triste horror, y en cada poro un hielo.

 

Como entre el humo y poderosa llama

del emprendido fuego discurriendo

sin orden, éste ayuda, aquél derrama

el agua antes del fuego, el fuego huyendo;

o como en monte va de rama en rama

con estallidos fieros repitiendo

quejas de los arroyos, que quisieran

que se acercaran, y favor les dieran,

 

en no menos rigor turbados miro

de Amarilis pastoras y vaqueros,

y ella expirando, ¡ay Dios!, ¿cómo no expiro

osando referir males tan fieros?

Estaban en el último suspiro

aquellos dos clarísimos luceros,

mas sin faltar hasta morir hermosa

nieve al jazmín, ni púrpura a la rosa.

 

Llego a la cama, la color perdida

y en la arteria vocal la voz suspensa,

que apenas pude ver restituida

por la grandeza de la pena inmensa;

pensé morir viendo morir mi vida,

pero mientras salir el alma piensa,

vi que las hojas del clavel movía,

y detúvose a ver qué me decía.

 

¡Mas ay de mí!, que fue para engañarme,

para morirse, sin que yo muriese,

o para no tener culpa en matarme,

porque aun allí su amor se conociese;

tomé su mano en fin para esforzarme,

mas como ya dos veces nieve fuese,

templó en mi boca aquel ardiente fuego,

y en un golfo de lágrimas me anego.

 

Como suelen morir fogosos tiros,

resplandeciendo por el aire vano

de las centellas que en ardientes giros

resultan de la fragua de Vulcano,

así quedaban muertos mis suspiros

entre la nieve de su helada mano;

así me halló la luz, si ser podía

que, muerto ya mi sol, me hallase el día.

 

Salgo de allí con erizado espanto

corriendo el valle, el soto, el prado, el monte

dando materia de dolor a cuanto

ya madrugaba el sol por su horizonte.

«Pastores, aves, fieras, haced llanto,

ninguno de la selva se remonte»,

iba diciendo; y a mi voz, turbados,

secábanse las fuentes y los prados.

 

No quedó sin llorar pájaro en nido,

pez en el agua, ni en el monte fiera,

flor que a su pie debiese haber nacido,

cuando fue de sus prados primavera;

lloró cuanto es amor, hasta el olvido

a amar volvió porque llorar pudiera,

y es la locura de mi amor tan fuerte,

que pienso que lloró también la muerte.

 

Bien sé, pastores, que estaréis diciendo

entre vosotros que es mi amor locura,

tantas veces en vano repitiendo

su desdicha fatal y su hermosura;

yo mismo me castigo y reprehendo;

mas es mi fe tan verdadera y pura,

que cuando yo callara mis enojos,

lágrimas fueran voz, lenguas mis ojos.

 

Como las blancas y encarnadas flores

de anticipado almendro por el suelo

del cierzo esparcen frígidos rigores,

así quedó Amarilis rosa y hielo.

Diez años ha que sucedió, pastores,

con su muerte mi eterno desconsuelo,

y estoy tan firme y verdadero amante

como los polos que sustenta Atlante.

CAYO LA TORRE

 

Cayó la torre que en el viento hacían

mis altos pensamientos castigados,

que yacen por el suelo derribados

cuando con sus extremos competían.

 

Atrevidos al sol llegar querían,

y morir en sus rayos abrasados,

de cuya luz contentos y engañados,

como la ciega mariposa ardían.

 

¡Oh, siempre aborrecido desengaño,

amado al procurarte, odioso al verte,

que en lugar de sanar abres la herida!

 

¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño,

que si ha de dar un desengaño muerte,

mejor es un engaño que da vida!

   

JUSTA RAZON

 

¡Con qué justa razón a la esperanza

dieron nombre de flor, pues que la imita

en que tan brevemente se marchita,

que tiene entre las hojas la mudanza!

 

Lustrosa perla a la autora alcanza,

de matizados círculos escrita;

belleza que la noche solicita

para perder su ardor en su templanza.

 

Sembraba yo, porque la tierra nueva

me prometió de amor ricos favores:

¡ay, loco engaño, de mis celos prueba!

 

¿De qué sirve sembrar locos amores,

si viene un desengaño que se lleva

árboles, ramas, hojas, fruto y flores?        

   

CUANDO RIEN LAS FUENTES

 

Cuando ríen las fuentes

de esta alameda,

va llorando la niña

celos y ausencia.

 

Cuando al cielo tiran

menudas perlas

cupidos de agua

que tiran flechas,

 

y sobre las tazas

caen risueñas,

va llorando la niña

celos y ausencia.

   

ERA LA ALEGRE VISPERA

 

Era la alegre víspera del día

que la que sin igual nació en la tierra,

de la cárcel mortal y humana guerra

para la patria celestial salía;

 

y era la edad en que más viva ardía

la nueva sangre que mi pecho encierra,

cuando el consejo y la razón destierra

la vanidad que el apetito guía,

 

cuando Amor me enseñó la vez primera

de Lucinda en su sol los ojos bellos,

y me abrasó como si rayo fuera.

 

Dulce prisión y dulce arder por ellos;

sin duda que su fuego fue mi esfera,

que con verme morir descanso en ellos.

   

ESPARCIDO EL CABELLO POR LA ESPALDA

 

Esparcido el cabello por la espalda

que fue del sol desprecio y maravilla,

Silvia cogía por la verde orilla

del mar de Cádiz conchas en su falda.

 

El agua entre el hinojo de esmeralda,

para que entrase más, su curso humilla;

tejió de mimbre una alta canastilla,

y púsola en su frente por guirnalda.

 

Mas cuando ya desamparó la playa,

«Mal haya, dijo, el agua, que tan poca

con su sal me abrasó pies y vestidos».

 

Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya

la sal que tiene tu graciosa boca,

que así tiene abrasados mis sentidos».

   

A UNA CALAVERA

 

Esta cabeza, cuando viva, tuvo

sobre la arquitectura destos huesos

carne y cabellos, por quien fueron presos

los ojos que mirándola detuvo.

 

Aquí la rosa de la boca estuvo,

marchita ya con tan helados besos,

aquí los ojos de esmeralda impresos,

color que tantas almas entretuvo.

 

Aquí la estimativa en que tenía

el principio de todo el movimiento,

aquí de las potencias la armonía.

 

¡oh hermosura mortal, cometa al viento!,

¿dónde tan alta presunción vivía,

desprecian los gusanos aposento?

   

   A LUPERCIO LEONARDO

 

Pasé la mar cuando creyó mi engaño

que en él mi antiguo fuego se templara,

mudé mi natural, porque mudara

naturaleza el uso, y curso el daño.

 

En otro cielo, en otro reino extraño,

mis trabajos se vieron en mi cara,

hallando, aunque otra tanta edad pasara,

incierto el bien, y cierto el desengaño.

 

El mismo amor me abrasa y atormenta,

y de razón y libertad me priva.

¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?

 

¿Qué no escriba decís, o que no viva?

Haced vos con mi amor que yo no sienta,

que yo haré con mi pluma que no escriba.

   

QUE OTRAS VECES AME

 

Que otras veces amé negar no puedo,

pero entonces amor tomó conmigo

la espada negra, como diestro amigo,

señalando los golpes en el miedo.

 

Mas esta vez que batallando quedo,

blanca la espada y cierto el enemigo,

no os espantéis que llore su castigo,

pues al pasado amor amando excedo.

 

Cuando con armas falsas esgremía,

de las heridas truje en el vestido

(sin tocarme en el pecho) las señales;

 

mas en el alma ya, Lucinda mía,

donde mortales en dolor han sido,

y en el remedio heridas inmortales.

   

¿QUIEN ES AMOR?

 

¿Quién es amor? -Infierno de la vida.

¿De quién nace? -Del ciego atrevimiento.

¿De qué vive? -El favor es su alimento.

¿Qué fuerza tiene? -Estar al alma asida.

 

¿Da muerte amor? -Amor es homicida.

¿Da vida amor? -Mezclada con tormento.

¿Dónde asiste? -En el ciego entendimiento.

Pues ¿algo tiene amor? -Gloria fingida.

 

¿Qué tiene bueno amor? -Algún secreto.

Todo lo vence amor, griegos y godos.

Nadie se escapa, el mundo está sujeto.

 

¿Con qué engaña el amor? -De varios modos.

¡Oh amor, vuelve por ti! Dime, ¿a qué efeto

todos te infaman y te buscan todos?

   

QUE AL AMOR VERDADERO NO LE OLVIDAN EL TIEMPO NI LA MUERTE

             

Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa,

sin dejarme vivir, vive serena

aquella luz que fue mi gloria y pena,

y me hace guerra cuando en paz reposa.

 

Tan vivo está el jazmín, la pura rosa,

que blandamente ardiendo en azucena

me abrasa el alma de memorias llena,

ceniza de su fénix amorosa.

 

¡Oh memoria cruel de mis enojos!,

¿qué honor te puede dar mi sentimiento,

en polvo convertidos sus despojos?

 

Permíteme callar sólo un momento,

que ya no tienen lágrimas mis ojos,

ni concetos de amor mi pensamiento.

   

YO ME MUERO DE AMOR

 

Yo me muero de amor, que no sabía,

aunque diestro en amar cosas del suelo,

que no pensaba yo que amor del cielo

con tal rigor las almas encendía.

 

Si llama la moral filosofía

deseo de hermosura a amor, recelo

que con mayores ansias me desvelo

cuanto es más alta la belleza mía.

 

Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!

¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,

qué tiempo que perdí como ignorante!

 

Mas yo os prometo agora de pagaros

con mil siglos de amor cualquiera instante

que por amarme a mí dejé de amaros.

   

PAGARE CON LAGRIMAS LA RISA

 

Yo pagaré con lágrimas la risa

que tuve en la verdura de mis años,

pues con tan declarados desengaños

el tiempo, Elisio, de mi error me avisa.

 

«Hasta la muerte» en la corteza lisa

de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños,

escribí un tiempo, amando los engaños

que mi temor con pies de nieve pisa.

 

Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera

esta cédula Dios, y la cobrara,

y el olmo entonces el testigo fuera?

 

Pero yo con el llanto de mi cara

haré crecer el Tajo de manera

que sólo quede mi vergüenza clara.

   

MIS TRISTES PENSAMIENTOS

 

¿Cuándo verán mis tristes pensamientos

sereno el sol algún alegre día?

¿Cuándo desta prisión escura y fría

saldrán mis alas a romper los vientos?

 

¿Cuándo mis ojos, a tu cielo atentos,

verán la luz que espera el alma mía?

¿Cuándo este mar que contrastar porfía

mi nave, amansará sus movimientos?

 

¿Cuándo podrán mis tristes ojos verte,

¡oh, luz del alma en tanto bien perdida!

siendo la estrella que mi norte encierra?

 

Yo pienso que será cuando la muerte,

rotas las velas de mi triste vida,

la nave esconda en siete pies de tierra.

   

A LA SEPULTURA DE TEODORA DE URBINA

 

Mi bien nacido de mis propios males,

retrato celestial de mi Belisa,

que en mudas voces y con dulce risa,

mi destierro y consuelo hiciste iguales;

 

Ciego, llorando, niña de mis ojos,

segunda vez de mis entrañas sales,

mas pues tu blanco pie los cielos pisa,

¿por qué el de un hombre en tierra tan aprisa

 

quebranta tus estrellas celestiales?

sobre esta piedra cantaré, que es mina

donde el que pasa al indio en propio suelo,

 

hallé más presto el oro en tus despojos,

las perlas, el coral, la plata fina;

mas, ¡ay!, que es ángel y llevólo al cielo.

   

RIO DE SEVILLA

 

Río de Sevilla,

¡quién te pasase

sin que la mi servilla

se me mojase!

 

Salí de Sevilla

a buscar mi dueño,

puse al pie pequeño

dorada servilla.

 

Como estoy a la orilla

mi amor mirando,

digo suspirando:

¡quién te pasase

sin que la mi servilla

se me mojase!

   

ME MUERO DE AMOR

 

Yo me muero de amor, que no sabía,

aunque diestro en amar cosas del suelo,

que no pensaba yo que amor del cielo

con tal rigor las almas encendía.

 

Si llama la moral filosofía

deseo de hermosura a amor, recelo

que con mayores ansias me desvelo

cuanto es más alta la belleza mía.

 

Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!

¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,

qué tiempo que perdí como ignorante!

 

Mas yo os prometo agora de pagaros

con mil siglos de amor cualquiera instante

que por amarme a mí dejé de amaros.

   

                                                   © Javier de Lucas