ANTONIO MACHADO

BIOGRAFIA

(Sevilla 1875 - Colliure (Francia) 1936). Como su hermano Manuel (del que sólo le separaban algo más de un año), nació en el seno de una familia de profunda tradición liberal. Pronto se traslada la familia a Madrid donde Antonio cursa sus primeros estudios en la Institución Libre de Ense¤anza. Su juventud corre paralela a la de su hermano Manuel: vida bohemia, viajes a París, etc...

En 1907 obtiene una plaza de profesor de francés en el Instituto de Soria y allí conoce a una muchacha de sólo trece años, Leonor Izquierdo, con la que se casa cuando ella cumple dieciséis. Ambos viajan a París en 1910, donde Antonio sigue los cursos de los profesores de la Sorbona Bédier y Bergson. Pero Leonor enferma gravemente y el matrimonio regresa a Soria, donde Leonor fallece en 1912. Tras la muerte de Leonor, Antonio abandona Soria y se traslada como profesor al Instituto de Baeza (Jaén), y más tarde a Segovia y Madrid, donde cursa los estudios superiores de Filosofía. Firme partidario de la República, sigue al gobierno hasta Valencia. De allí a Barcelona y de Barcelona al exilio, donde debido a las condiciones de salud en que se encuentran él mismo y su madre, tienen que alojarse en Collioure, un pueblecito de la frontera, donde ambos fallecen en Febrero de 1939 con apenas unas horas de diferencia.

Machado fue un hombre humilde, ensimismado, de sobria y honda sensibilidad que supo trasladar todas sus cualidades personales a su poesía.Su espíritu austero le llevó a identificarse muy bien con Castilla y lo castellano.  Mostró hasta el final de su vida una ejemplar consecuencia con sus convicciones profundas. Como el mismo se definió, fue un hombre... "en el buen sentido de la palabra, bueno". Su primer libro SOLEDADES, ampliado luego a SOLEDADES, GALERIAS Y OTROS POEMAS, supone ya una personal interpretación del Modernismo triunfante. CAMPOS DE CASTILLA, es sin duda su obra más popular. A ellas siguieron: NUEVAS CANCIONES, PROVERBIOS Y CANTARES. Todavía durante la guerra civil escribió Machado sus últimos poemas. También tiene obra en prosa, como LOS COMPLEMENTARIOS, JUAN DE MAIRENA, etc... y alguna obra teatral escrita en colaboración con su hermano Manuel.


POEMAS ESCOGIDOS

 

PROVERBIOS Y CANTARES

 

               I

 

   Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción;

yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

 

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse.

 

               II

 

   ¿Para qué llamar caminos

a los surcos del azar?...

Todo el que camina anda,

como Jesús, sobre el mar.

 

               III

 

   A quien nos justifica nuestra desconfianza

llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.

Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía

que dio a cascar al diente de la sabiduría.

 

               IV

 

   Nuestras horas son minutos

cuando esperamos saber,

y siglos cuando sabemos

lo que se puede aprender.

 

               V

 

   Ni vale nada el fruto

cogido sin sazón...

Ni aunque te elogie un bruto

ha de tener razón.

 

               VI

 

   De lo que llaman los hombres

virtud, justicia y bondad,

una mitad es envidia,

y la otra no es caridad.

 

               VII

 

   Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;

conozco grajos mélicos y líricos marranos...

El más truhán se lleva la mano al corazón,

y el bruto más espeso se carga de razón.

 

 

               VIII

 

   En preguntar lo que sabes

el tiempo no has de perder...

Y a preguntas sin respuesta

¿quién te podrá responder?

 

               IX

 

   El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,

de ingénita malicia y natural astucia,

formó la inteligencia y acaparó la tierra.

¡Y aún la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!

 

               X

 

   La envidia de la virtud

hizo a Caín criminal.

¡Gloria a Caín!  Hoy el vicio

es lo que se envidia más.

 

               XI

 

   La mano del piadoso nos quita siempre honor;

mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador.

 

Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente;

escudo, espada y maza llevar bajo la frente;

porque el valor honrado de todas armas viste:

no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste.

 

Que la piqueta arruine y el látigo flagele;

la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste,

y que el buril burile, y que el cincel cincele,

la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste.

 

               XII

 

   ¡Ojos que a la luz se abrieron

un día para, después,

ciegos tornar a la tierra,

hartos de mirar sin ver!

 

               XIII

 

   Es el mejor de los buenos

quien sabe que en esta vida

todo es cuestión de medida:

un poco más, algo menos...

 

               XIV

 

   Virtud es la alegría que alivia el corazón

más grave y desarruga el ceño de Catón.

El bueno es el que guarda, cual venta del camino,

para el sediento el agua, para el borracho el vino.

 

 

               XV

 

   Cantad conmigo a coro: Saber, nada sabemos,

de arcano mar venimos, a ignota mar iremos...

Y entre los dos misterios está el enigma grave;

tres arcas cierra una desconocida llave.

La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.

¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

 

               XVI

 

   El hombre es por natura la bestia paradójica,

un animal absurdo que necesita lógica.

Creó de nada un mundo y, su obra terminada,

"Ya estoy en el secreto -se dijo-, todo es nada."

 

               XVII

 

   El hombre sólo es rico en hipocresía.

En sus diez mil disfraces para engañar confía;

y con la doble llave que guarda su mansión

para la ajena hace ganzúa de ladrón.

 

               XVIII

 

   ¡Ah, cuando yo era niño

soñaba con los héroes de la Ilíada!

Áyax era más fuerte que Diomedes,

Héctor, más fuerte que Ayax,

y Aquiles el más fuerte; porque era

el más fuerte...¡Inocencias de la infancia!

¡Ah, cuando yo era niño

soñaba con los héroes de la Ilíada!

 

               XIX

 

   El casca-nueces-vacías,

Colón de cien vanidades,

vive de supercherías

que vende como verdades.

 

               XX

 

   ¡Teresa, alma de fuego

Juan de la Cruz, espíritu de llama,

por aquí hay mucho frío, padres, nuestros

corazoncitos de Jesús se apagan!

 

               XXI

 

   Ayer soñé que veía

a Dios y que a Dios hablaba;

y soñé que Dios me oía...

Después soñé que soñaba.

 

               XXII

 

   Cosas de hombres y mujeres,

los amoríos de ayer,

casi los tengo olvidados,

si fueron alguna vez.

 

               XXIII

 

   No extrañéis, dulces amigos,

que esté mi frente arrugada:

yo vivo en paz con los hombres

y en guerra con mis entrañas.

 

               XXIV

 

   De diez cabezas, nueve

embisten y una piensa.

Nunca extrañéis que un bruto

se descuerne luchando por la idea.

 

               XXV

 

   Las abejas de las flores

sacan miel, y melodía

del amor, los ruiseñores:

Dante y yo -perdón, señores-,

trocamos -perdón, Lucía-,

el amor en Teología.

 

               XXVI

 

   Poned sobre los campos

un carbonero, un sabio y un poeta.

Veréis cómo el poeta admira y calla,

el sabio mira y piensa...

Seguramente, el carbonero busca

las moras o las setas.

Llevadlos al teatro

y sólo el carbonero no bosteza.

Quien prefiere lo vivo a lo pintado

es el hombre que piensa, canta o sueña.

El carbonero tiene

llena de fantasías la cabeza.

 

               XXVII

 

   ¿Dónde está la utilidad

de nuestras utilidades?

Volvamos a la verdad:

vanidad de vanidades.

 

               XXVIII

 

 Todo hombre tiene dos

batallas que pelear:

en sueños lucha con Dios;

y despierto, con el mar.

 

               XXIX

 

   Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

 

               XXX

 

   El que espera desespera,

dice la voz popular.

¡Qué verdad tan verdadera!

   La verdad es lo que es,

y sigue siendo verdad

aunque se piense al revés.

 

               XXXI

 

   Corazón, ayer sonoro,

¿ya no suena

tu monedilla de oro?

Tu alcancía,

antes que el tiempo la rompa,

¿se irá quedando vacía?

Confiemos

en que no será verdad

nada de lo que sabemos.

 

               XXXII

 

   ¡Oh fe del meditabundo!

¡Oh fe después del pensar!

Sólo si viene un corazón al mundo

rebosa el vaso humano y se hincha el mar.

 

               XXXIII

 

   Soñé a Dios como una fragua

de fuego, que ablanda el hierro,

como un forjador de espadas,

como un bruñidor de aceros,

que iba firmando en las hojas

de luz: Libertad. - Imperio.

 

               XXXIV

 

   Yo amo a Jesús, que nos dijo:

Cielo y tierra pasarán.

Cuando cielo y tierra pasen

mi palabra quedará.

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?

¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?

Todas tus palabras fueron

una palabra: Velad.

 

 

               XXXV

 

   Hay dos modos de conciencia:

una es luz, y otra, paciencia.

Una estriba en alumbrar

un poquito el hondo mar;

otra, en hacer penitencia

con caña o red, y esperar

el pez, como pescador.

Dime tú: ¿Cuál es mejor?

¿Conciencia de visionario

que mira en el hondo acuario

peces vivos,

fugitivos,

que no se pueden pescar,

o esa maldita faena

de ir arrojando a la arena,

muertos, los peces del mar?

 

               XXXVI

 

   Fe empirista. Ni somos ni seremos.

Todo nuestro vivir es emprestado.

Nada trajimos; nada llevaremos.

 

               XXXVII

 

   ¿Dices que nada se crea?

No te importe, con el barro

de la tierra, haz una copa

para que beba tu hermano.

 

               XXXVIII

 

   ¿Dices que nada se crea?

Alfarero, a tus cacharros.

Haz tu copa y no te importe

si no puedes hacer barro.

 

               XXXIX

 

   Dicen que el ave divina,

trocada en pobre gallina,

por obra de las tijeras

de aquel sabio profesor

(fue Kant un esquilador

de las aves altaneras;

toda su filosofía,

un sport de cetrería),

dicen que quiere saltar

las tapias del corralón,

y volar

otra vez, hacia Platón.

¡Hurra! ¡Sea!

¡Feliz será quien lo vea!

 

               XL

 

   Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:

el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,

por el camino, a tumbos, hacia las estaciones,

el ómnibus completo de viajeros banales,

y en medio un hombre mudo, hipocondriaco, austero,

a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino...

Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero

no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?

 

               XLI

 

   Bueno es saber que los vasos

nos sirven para beber;

lo malo es que no sabemos

para qué sirve la sed.

 

               XLII

 

   ¿Dices que nada se pierde?

Si esta copa de cristal

se me rompe, nunca en ella

beberé, nunca jamás.

 

               XLIII

 

   Dices que nada se pierde

y acaso dices verdad,

pero todo lo perdemos

y todo nos perderá.

 

               XLIV

 

   Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.

 

               XLV

 

   Morir... ¿Caer como gota

de mar en el mar inmenso?

¿O ser lo que nunca he sido:

uno, sin sombra y sin sueño,

un solitario que avanza

sin camino y sin espejo?

 

               XLVI

 

   Anoche soñé que oía

a Dios, gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía,

y yo gritaba: ¡Despierta!

 

               XLVII

 

   Cuatro cosas tiene el hombre

que no sirven en la mar:

ancla, gobernalle y remos,

y miedo de naufragar.

 

               XLVIII

 

   Mirando mi calavera

un nuevo Hamlet dirá:

He aquí un lindo fósil de una

careta de carnaval.

 

               XLIX

 

   Ya noto, al paso que me torno viejo,

que en el inmenso espejo,

donde orgulloso me miraba un día,

era el azogue lo que yo ponía.

Al espejo del fondo de mi casa

una mano fatal

va rayendo el azogue, y todo pasa

por él como la luz por el cristal.

 

               L

 

  -Nuestro español bosteza.

¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?

Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?

-El vacío es más bien en la cabeza.

 

               LI

 

  Luz del alma, luz divina,

faro, antorcha, estrella, sol...

Un hombre a tientas camina;

lleva a la espalda un farol.

 

               LII

 

   Discutiendo están dos mozos

si a la fiesta del lugar

irán por la carretera

o campo traviesa irán.

Discutiendo y disputando

empiezan a pelear.

Ya con las trancas de pino

furiosos golpes se dan;

ya se tiran de las barbas,

ya se las quieren pelar.

Ha pasado un carretero,

que va cantando un cantar:

"Romero, para ir a Roma,

lo que importa es caminar;

a Roma por todas partes,

por todas partes se va."

 

               LIII

 

   Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza.

Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

RETRATO

 

   Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 

   Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,

mas recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

 

   Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 

   Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

 

   Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

 

   ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

 

   Converso con el hombre que siempre va conmigo

-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

 

   Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 

   Y cuando llegue el día del último vïaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

LA SAETA

 

      ¿ Quien me presta una escalera

        para subir al madero,

        para quitarle los clavos

        a Jesús el Nazareno?

                    (Saeta popular.)

 

 

   ¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

 

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

 

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

 

¡Oh, no eres tú mi cantar!

 

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

LAS MOSCAS

 

   Vosotras, las familiares,

inevitables golosas,

vosotras, moscas vulgares,

me evocáis todas las cosas.

 

   ¡Oh, viejas moscas voraces

como abejas en abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!

 

   ¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que yo empecé a soñar!

 

   Y en la aborrecida escuela,

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela,

 

  -que todo es volar-, sonoras

rebotando en los cristales

en los días otoñales...

 

Moscas de todas las horas,

   de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

 

   de siempre... Moscas vulgares,

que de puro familiares

no tendréis digno cantor:

yo sé que os habéis posado

 

   sobre el juguete encantado,

sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos.

 

   Inevitables golosas,

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas;

pequeñitas, revoltosas,

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.

EL PASADO EFÍMERO

 

   Este hombre del casino provinciano

que vio a Carancha recibir un día,

tiene mustia la tez, el pelo cano,

ojos velados por melancolía;

bajo el bigote gris, labios de hastío,

y una triste expresión, que no es tristeza,

sino algo más y menos: el vacío

del mundo en la oquedad de su cabeza.

 

Aún luce de corinto terciopelo

chaqueta y pantalón abotinado,

y un cordobés color de caramelo,

pulido y torneado.

Tres veces heredó; tres ha perdido

al monte su caudal; dos ha enviudado.

 

Sólo se anima ante el azar prohibido,

sobre el verde tapete reclinado,

o al evocar la tarde de un torero,

la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta

la hazaña de un gallardo bandolero,

o la proeza de un matón, sangrienta.

 

Bosteza de política banales

dicterios al gobierno reaccionario,

y augura que vendrán los liberales,

cual torna la cigüeña al campanario.

 

Un poco labrador, del cielo aguarda

y al cielo teme; alguna vez suspira,

pensando en su olivar, y al cielo mira

con ojo inquieto, si la lluvia tarda.

 

Lo demás, taciturno, hipocondriaco,

prisionero en la Arcadia del presente,

le aburre; sólo el humo del tabaco

simula algunas sombras en su frente.

 

Este hombre no es de ayer ni es de mañana,

sino de nunca; de la cepa hispana

no es el fruto maduro ni podrido,

es una fruta vana

de aquella España que pasó y no ha sido,

esa que hoy tiene la cabeza cana.

   LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS POR LA MUERTE DE DON GUIDO

 

   Al fin, una pulmonía

mató a don Guido, y están

las campanas todo el día

doblando por él: ¡din-dan!

 

   Murió don Guido, un señor

de mozo muy jaranero,

muy galán y algo torero;

de viejo, gran rezador.

 

   Dicen que tuvo un serrallo

este señor de Sevilla;

que era diestro

en manejar el caballo

y un maestro

en refrescar manzanilla.

 

   Cuando mermó su riqueza,

era su monomanía

pensar que pensar debía

en asentar la cabeza.

 

   Y asentóla

de una manera española,

que fue casarse con una

doncella de gran fortuna;

y repintar sus blasones,

hablar de las tradiciones

de su casa,

escándalos y amoríos

poner tasa,

sordina a sus desvaríos.

 

   Gran pagano,

se hizo hermano

de una santa cofradía;

el Jueves Santo salía,

llevando un cirio en la mano

-¡aquel trueno!-,

vestido de nazareno.

Hoy nos dice la campana

que han de llevarse mañana

al buen don Guido, muy serio,

camino del cementerio.

 

   Buen don Guido, ya eres ido

y para siempre jamás...

Alguien dirá: ¿Qué dejaste?

Yo pregunto: ¿Qué llevaste

al mundo donde hoy estás?

 

   ¿Tu amor a los alamares

y a las sedas y a los oros,

y a la sangre de los toros

y al humo de los altares?

 

   Buen don Guido y equipaje,

¡buen viaje!...

El acá

y el allá,

caballero,

se ve en tu rostro marchito,

lo infinito:

cero, cero.

 

   ¡Oh las enjutas mejillas,

amarillas,

y los párpados de cera,

y la fina calavera

en la almohada del lecho!

 

¡Oh fin de una aristocracia!

 

La barba canosa y lacia

sobre el pecho;

metido en tosco sayal,

las yertas manos en cruz,

¡tan formal!

el caballero andaluz.

  EL MAÑANA EFÍMERO

 

   La España de charanga y pandereta,

cerrado y sacristía,

devota de Frascuelo y de María,

de espíritu burlón y alma inquieta,

ha de tener su marmol y su día,

su infalible mañana y su poeta.

 

En vano ayer engendrará un mañana

vacío y por ventura pasajero.

 

Será un joven lechuzo y tarambana,

un sayón con hechuras de bolero,

a la moda de Francia realista

un poco al uso de París pagano

y al estilo de España especialista

en el vicio al alcance de la mano.

 

Esa España inferior que ora y bosteza,

vieja y tahúr, zaragatera y triste;

esa España inferior que ora y embiste,

cuando se digna usar la cabeza,

aún tendrá luengo parto de varones

amantes de sagradas tradiciones

y de sagradas formas y maneras;

florecerán las barbas apostólicas,

y otras calvas en otras calaveras

brillarán, venerables y católicas.

 

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero,

la sombra de un lechuzo tarambana,

de un sayón con hechuras de bolero;

el vacuo ayer dará un mañana huero.

 

Como la náusea de un borracho ahíto

de vino malo, un rojo sol corona

de heces turbias las cumbres de granito;

hay un mañana estomagante escrito

en la tarde pragmática y dulzona.

 

Mas otra España nace,

la España del cincel y de la maza,

con esa eterna juventud que se hace

del pasado macizo de la raza.

 

Una España implacable y redentora,

España que alborea

con un hacha en la mano vengadora,

España de la rabia y de la idea.

EL VIAJERO

 

Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

 

Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente,

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

 

Deshójanse las copas otoñales

del parque mustio y viejo.

La tarde, tras los húmedos cristales,

se pinta, y en el fondo del espejo.

 

El rostro del hermano se ilumina

suavemente. ¿Floridos desengaños

dorados por la tarde que declina?

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

 

¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó -la pobre loba- muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida

teme, que ha de cantar ante su puerta?

 

¿Sonríe el sol de oro

de la tierra de un sueño no encontrada;

y ve su nave hender el mar sonoro,

de viento y luz la blanca vela hinchada?

 

Él ha visto las hojas otoñales,

amarillas, rodar, las olorosas

ramas del eucalipto, los rosales

que enseñan otra vez sus blancas rosas

 

Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime,

y un resto de viril hipocresía

en el semblante pálido se imprime.

 

Serio retrato en la pared clarea

todavía. Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea

el tictac del reloj. Todos callamos.

HE ANDADO MUCHOS CAMINOS

 

He andado muchos caminos,

he abierto muchas veredas;

he navegado en cien mares,

y atracado en cien riberas.

 

En todas partes he visto

caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra,

 

y pedantones al paño

que miran, callan, y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas:

 

Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

 

Y en todas partes he visto

gentes que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra.

 

Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan a dónde llegan.

Cuando caminan, cabalgan

a lomos de mula vieja,

 

y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

 

Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos,

descansan bajo la tierra.

CALLES VIEJAS

 

La plaza y los naranjos encendidos

con sus frutas redondas y risueñas.

 

Tumulto de pequeños colegiales

que, al salir en desorden de la escuela,

llenan el aire de la plaza en sombra

con la algazara de sus voces nuevas.

 

¡Alegría infantil en los rincones

de las ciudades muertas!...

 

Y algo nuestro de ayer, que todavía

vemos vagar por estas calles viejas!

EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO

 

Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de julio, bajo el sol de fuego.

 

A un paso de la abierta sepultura,

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.

 

De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd al fondo de la fosa

los dos sepultureros...

 

Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.

 

Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.

 

Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...

 

El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.

 

-Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,

larga paz a tus huesos...

 

Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.

 

RECUERDO INFANTIL

 

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

 

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

 

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

 

Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

«mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón».

 

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

LA FUENTE

 

Fue una clara tarde, triste y soñolienta

tarde de verano. La hiedra asomaba

al muro del parque, negra y polvorienta...

 

La fuente sonaba.

 

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso y, al cerrarse, grave

golpeó el silencio de la tarde muerta.

 

En el solitario parque, la sonora

copia borbollante del agua cantora

me guió a la fuente. La fuente vertía

sobre el blanco mármol su monotonía.

 

La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,

un sueño lejano mi canto presente?

Fue una tarde lenta del lento verano.

 

Respondí a la fuente:

No recuerdo, hermana,

mas sé que tu copla presente es lejana.

 

Fue esta misma tarde: mi cristal vertía

como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,

que ves, sombreaban los claros cantares

que escuchas. Del rubio color de la llama,

el fruto maduro pendía en la rama,

lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...

Fue esta misma lenta tarde de verano.

 

-No sé qué me dice tu copla riente

de ensueños lejanos, hermana la fuente.

 

Yo sé que tu claro cristal de alegría

ya supo del árbol la fruta bermeja;

yo sé que es lejana la amargura mía

que sueña en la tarde de verano vieja.

 

Yo sé que tus bellos espejos cantores

copiaron antiguos delirios de amores:

mas cuéntame, fuente de lengua encantada,

cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

 

-Yo no sé leyendas de antigua alegría,

sino historias viejas de melancolía.

 

Fue una clara tarde del lento verano...

Tú venías solo con tu pena, hermano;

tus labios besaron mi linfa serena,

y en la clara tarde dijeron tu pena.

 

Dijeron tu pena tus labios que ardían;

la sed que ahora tienen, entonces tenían.

 

-Adiós para siempre la fuente sonora,

del parque dormido eterna cantora.

Adiós para siempre; tu monotonía,

fuente, es más amarga que la pena mía.

 

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruïdo abrióse la puerta

de hierro mohoso y, al cerrarse, grave

sonó en el silencio de la tarde muerta.

YO ESCUCHO LOS CANTOS

 

Yo escucho los cantos

de viejas cadencias

que los niños cantan

cuando en corro juegan,

y vierten en coro

sus almas,que suenan,

cual vierten sus aguas

las fuentes de piedra:

con monotonías

de risas eternas

que no son alegres,

con lágrimas viejas

que no son amargas

y dicen tristezas,

tristezas de amores

de antiguas leyendas.

 

En los labios niños,

las canciones llevan

confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua

lleva su conseja

de viejos amores

que nunca se cuentan.

 

Jugando, a la sombra

de una plaza vieja,

los niños cantaban...

 

La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

 

Cantaban los niños

canciones ingenuas,

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

 

Seguía su cuento

la fuente serena;

borrada la historia,

contaba la pena.

ORILLAS DEL DUERO

 

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

 

Es una tibia mañana.

 

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

 

Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

 

El campo parece, más que joven, adolescente.

 

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

y mística primavera!

 

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía,

sol del día, claro día!

¡Hermosa tierra de España!.

A LA DESIERTA PLAZA

 

A la desierta plaza

conduce un laberinto de callejas.

A un lado, el viejo paredón sombrío

de una ruinosa iglesia;

a otro lado, la tapia blanquecina

de un huerto de cipreses y palmeras,

y, frente a mí, la casa,

y en la casa la reja

ante el cristal que levemente empaña

su figurilla plácida y risueña.

 

Me apartaré. No quiero

llamar a tu ventana... Primavera

viene -su veste blanca

flota en el aire de la plaza muerta-;

viene a encender las rosas

rojas de tus rosales... Quiero verla...

YO VOY SOÑANDO CAMINOS

 

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero,

a lo largo del sendero...

 

-La tarde cayendo está-.

 

"En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón."

 

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

 

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

 

Mi cantar vuelve a plañir:

"Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada."

AMADA

 

Amada, el aura dice

tu pura veste blanca...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

 

El viento me ha traído

tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos

repite la montaña...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

 

En las sombrías torres

repican las campanas...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

 

Los golpes del martillo

dicen la negra caja;

y el sitio de la fosa,

los golpes de la azada...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

HACIA UN OCASO ARDIENTE

 

Hacia un ocaso ardiente

caminaba el sol de estío,

y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

 

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

 

En una huerta sombría

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas oscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

 

Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

 

Y pensaba: "¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa

toda desdén y armonía,

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, oscuro rincón que piensa!"

 

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos la ciudad dormía

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

 

Los últimos arreboles coronaban las colinas

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

 

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajos los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

 

"Apenas desamarrada

la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."

 

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

 

Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

 

¿Qué es esta gota en el viento

que grita al mar: soy el mar?

 

Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

 

En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba,

alborotando el camino.

 

Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas oscuras caer el agua se oía.

LA CALLE EN SOMBRA

 

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

 

¿No ves, en el encanto del mirador florido,

el óvalo rosado de un rostro conocido?

 

La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

surge o se apaga como daguerrotipo viejo.

 

Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;

se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

 

¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón... ¿Es ella?

No puede ser... Camina... En el azul la estrella.

SIEMPRE FUGITIVA

 

Siempre fugitiva y siempre

cerca de mí, en negro manto

mal cubierto el desdeñoso

gesto de tu rostro pálido.

 

No sé adónde vas, ni dónde

tu virgen belleza tálamo

busca en la noche. No sé

qué sueños cierran tus párpados,

ni de quien haya entreabierto

tu lecho inhospitalario.

 

Detén el paso, belleza

esquiva, detén el paso.

 

Besar quisiera la amarga,

amarga flor de tus labios.

EL POETA

 

Maldiciendo su destino

como Glauco, el dios marino,

mira, turbia la pupila

de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.

 

Él sabe que un Dios más fuerte

con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,

cual niño bárbaro. Él piensa

que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,

antes de perderse, gota

de mar, en la mar inmensa.

 

En sueños oyó el acento de una palabra divina;

en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,

sin odio ni amor, y el frío

soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

 

Bajo las palmeras del oasis el agua buena

miró brotar de la arena;

y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros

animales carniceros...

 

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.

Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,

para el ladrón y el robado,

para el pájaro azorado,

para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,

todo es negra vanidad;

y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:

sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

 

Y viendo cómo lucían

miles de blancas estrellas,

pensaba que todas ellas

en su corazón ardían.

 

¡Noche de amor!

 

Y otra noche

sintió la mala tristeza

que enturbia la pura llama,

y el corazón que bosteza,

y el histrión que declama

 

Y dijo: Las galerías

del alma que espera están

desiertas, mudas, vacías:

las blancas sombras se van.

 

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de

ayer. ¡Cuán bello era!

¡Qué hermosamente el pasado

fingía la primavera,

cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

mísero fruto podrido,

que en el hueco acibarado

guarda el gusano escondido!

 

¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,

arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!

VERDES JARDINILLOS

 

¡Verdes jardinillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra! ...

 

Las hojas de un verde

mustio, casi negras

de la acacia, el viento

de septiembre besa,

y se lleva algunas

amarillas, secas,

jugando, entre el polvo

blanco de la tierra.

 

Linda doncellita

que el cántaro llenas

de agua transparente,

tú, al verme, no llevas

a los negros bucles

de tu cabellera,

distraídamente,

la mano morena,

ni, luego, en el limpio

cristal te contemplas...

 

Tú miras al aire

de la tarde bella,

mientras de agua clara

el cántaro llenas.

                                                        © Javier de Lucas