NEGACIONISMO

El negacionismo, o negación de la ciencia, hace referencia a la negación motivada de la ciencia aceptada mediante una serie de estrategias inválidas. "No niego nada, pero lo dudo todo", decía lord Byron. El negacionismo es real. Lo que quiero decir con esto es que el negacionismo es una estrategia intelectual definible que presenta unos rasgos constantes que tienden a agruparse. El negacionismo parte del deseo de negar un hecho científico o histórico aceptado, de tal manera que, como todas las pseudociencias, establece la conclusión deseada como punto de partida.

De hecho, el negacionismo es un subconjunto de pseudociencia que pretende disfrazarse con el lenguaje del escepticismo a la vez que rehúye el proceso específico del escepticismo científico. El negacionismo convive con el escepticismo en su propio espectro sin que exista una demarcación clara entre ambos (parecido a lo que ocurre con la ciencia y la pseudociencia). Las personas tienden a usarse a sí mismas como método de calibración, es decir, que cualquiera que sea más escéptico que tú será negacionista, y cualquiera que lo sea menos será un creyente de pro.

Actualmente, la negación de la ciencia es algo común en nuestra sociedad y su impacto puede ser mayor que la difusión de creencias pseudocientíficas que no son ciertas. Existen movimientos ideológicos que niegan el consenso científico sobre el cambio global antropogénico, la síntesis actual de la teoría evolutiva, la teoría microbiana de la enfermedad, que el cerebro crea la conciencia, la existencia de enfermedades mentales, que el VIH provoca sida, y la seguridad y efectividad de las vacunas.

Existen incluso quienes niegan la existencia del propio negacionismo, argumentando que no es más que un recurso retórico para acallar las críticas de las ideas convencionales. Pasan por alto el hecho de que el negacionismo se apoya en un conjunto de estrategias lógicas inválidas, y que lo que lo define son estos rasgos, no la creencia en sí. Como veremos, muchas de las estrategias que emplean los negacionistas son arteras porque son las versiones extremas de posiciones razonables.

Algunos de sus principios subyacentes son sólidos. El problema está en las aplicaciones específicas que les dan. Lo que sigue es una lista de algunas de las estrategias negacionistas más predominantes.

FABRICACIÓN Y EXAGERACIÓN DE LA DUDA

La duda es un elemento esencial del escepticismo y de la ciencia, ya que su ausencia da paso a la credulidad. También es el elemento central del pseudoescepticismo negacionista. El problema del enfoque negacionista es que no emplea la duda como una herramienta de cuestionamiento genuino, sino para menoscabar una creencia que no acaba de gustar. A esta estrategia también se la conoce como la estrategia del «yo solo pregunto». Suele ser fácil distinguir la ciencia del negacionismo porque, cuando un científico auténtico plantea una pregunta, quiere una respuesta y considerará debidamente todas las posibilidades. Sin embargo, los negacionistas hacen las mismas preguntas menoscabadoras una y otra vez, mucho después de que se haya establecido una respuesta definitiva. Lo único que les interesa son las preguntas —utilizadas para sembrar la duda—, no tienen el menor interés en el proceso de descubrimiento que se supone deben inspirar en los demás.

Naturalmente, en la ciencia siempre hay dudas. La ciencia nunca está segura de algo al cien por cien, porque la ciencia no tiene que ver con la certeza. Ni siquiera tiene que ver con la demostración, sino con la refutación. Además, la ciencia no está directamente relacionada con la verdad, sino con construir modelos comprobables capaces de predecir el comportamiento del universo.

Las teorías científicas van ganando aceptación a medida que van saliendo airosas de intentos serios de desacreditarlas. Eso sí, dicha aceptación solo es provisional, ya que el siguiente experimento u observación podría ser capaz de falsar cualquier teoría. Las teorías adquieren preferencia cuando demuestran una capacidad explicativa útil y coherencia con otras teorías aceptadas mientras construimos poco a poco un modelo coherente sobre el funcionamiento del universo. El conocimiento científico no solo tiene que ver con entender cuál es la mejor explicación científica actual de un fenómeno, sino también con el grado de certeza que albergamos sobre si dicha explicación actual es correcta y con lo completa que es (¿qué deja sin resolver?).

Algunas teorías son controvertidas, otras sencillamente se desconocen y otras son considerablemente sólidas. En el extremo del espectro hallamos las teorías que, tal como apuntó Stephen Jay Gould, están «confirmadas hasta tal punto en que sería perverso negarles una aceptación provisional». Los negacionistas exageran el nivel de duda actual sobre una teoría científica y minimizan lo que sí sabemos. Niegan de forma perversa incluso su aceptación provisional. A menudo llevan esta estrategia al extremo, negando que podamos llegar a saber nada; niegan el propio conocimiento científico.

Como parte de esta estrategia, suelen apelar al hecho de que el conocimiento científico ha cambiado con el tiempo. Si los científicos se equivocaron en el pasado, pueden estar equivocados ahora. Evidentemente, nadie niega el carácter provisional del conocimiento científico actual, pero es que esa no es la cuestión en absoluto. Esencialmente, lo que hacen es establecer una falsa analogía entre una creencia anterior que no estaba establecida del todo y otra que es actualmente muy sólida, incluso maciza.

EXIGIR SIEMPRE MÁS EVIDENCIAS DE LAS QUE EXISTEN O PUEDEN EXISTIR

Es posible que la falacia lógica de cabecera de un negacionista sea la de la portería móvil: exigen evidencias y, una vez se les han proporcionado, exigen todavía más. No están nunca satisfechos. Este comportamiento dista mucho del funcionamiento habitual de la ciencia. Una vez una investigación preliminar ha aclarado las preguntas planteadas y la relación entre la evidencia y las teorías existentes, los científicos que abogan por teorías rivales suelen ponerse firmes y detallar de manera exacta las evidencias que refutarán su teoría o las teorías rivales o que hará que se inclinen por una u otra teoría como la mejor. Y cuando dichas evidencias se ponen sobre la mesa, los científicos cambian de opinión de veras. Huelga decir que no todas las personas cambian de opinión sobre la base de la evidencia, pero sí lo hacen las suficientes como para que se otorgue el consenso a la teoría que está respaldada por la evidencia.

Los negacionistas raramente se comportan así. Una vez se han respondido sus preguntas o se han satisfecho sus exigencias de evidencias, se limitan a pasar a otra pregunta. Nada logrará convencerlos porque ya traen la respuesta decidida de casa. Por ejemplo, a quienes niegan la teoría de la evolución les encanta llamar la atención sobre los vacíos que encontramos en el archivo de fósiles o en el conocimiento sobre qué especies evolucionaron a partir de qué antepasados. Sacan una fotografía de nuestro conocimiento científico actual y afirman que la existencia de vacíos en dicho conocimiento llama a cuestionar las conclusiones más fundamentales de lo que está ocurriendo. Por ejemplo, como no podemos demostrar a partir de qué grupo evolucionaron las aves, cuestionan la evolución en su conjunto (la ya mencionada estrategia del «dios de los vacíos»). En cambio, las teorías científicas se juzgan con más acierto según su utilidad que según lo que son capaces de explicar actualmente.

La pregunta que deberían hacer quienes niegan la evolución no es qué es capaz de explicar la evolución ahora mismo, sino si ha servido de algo a lo largo de los años. Para ser concretos, si la teoría de la evolución es útil y correcta, dichos vacíos deberían haberse ido cerrando con el tiempo. La manera como han ido cambiando dichos vacíos con el tiempo nos dice más que el tamaño que tengan en un momento dado. Cualquiera que esté remotamente familiarizado con la biología evolutiva conocerá la respuesta a esta pregunta: los vacíos se han ido reduciendo de forma constante. Los vacíos entre los humanos y nuestro pariente primate más cercano, entre aves y dinosaurios, ballenas y animales terrestres, peces y tetrápodos, y muchos otros, se han ido tapando adecuadamente en el último siglo.

En el pasado, los negacionistas de la evolución señalaban todos estos vacíos, pero una vez fueron resueltos, jamás reconocieron el avance. Se limitaron a centrarse en otro vacío. En estos momentos, uno de sus vacíos favoritos es el que existe entre los murciélagos y otros mamíferos. Y cuando este vacío también se resuelva, pasarán a otro. El esfuerzo que acarrea ir moviendo la portería puede resultar agotador, así que algunos negacionistas emplean una estrategia más sencilla: simplemente, exigen más evidencias de las que pueden llegar a existir. Siguiendo con el ejemplo de la evolución, piden que se les enseñe un fósil que demuestre la teoría de la evolución. Por supuesto, es imposible que eso ocurra, puesto que la evolución es un proceso complejo. Los negacionistas del VIH exigen algo similar: quieren que alguien les enseñe un artículo que demuestre que el virus de la inmunodeficiencia humana es el único causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Estas exigencias requieren la combinación de decenas e incluso centenares de estudios individuales.

Los antivacunas que niegan la seguridad y efectividad de las vacunas suelen pedir un estudio aleatorizado de personas vacunadas versus personas no vacunadas. Aunque de primeras puede parecer razonable, saben que este estudio no se llevará nunca a cabo. En esencia, lo que están pidiendo es que un estudio escoja de manera aleatoria a niños para que no reciban ninguna vacuna, cosa que no es ética: las vacunas ya forman parte de los cuidados estándar porque proporcionan beneficios demostrados. No se puede aleatorizar a los sujetos en un ensayo clínico de forma que no reciban un tratamiento estándar. Suben tanto el listón para poder negar el valor de todas las demás evidencias que demuestran que las vacunas son seguras. Existen estudios de personas vacunadas versus personas no vacunadas, solo que no son aleatorizados, y existen otros muchos tipos de estudios que demuestran la seguridad de las vacunas.

Esta estrategia también se sirve del alegato especial. Si un estudio demuestra que no existe asociación alguna entre el momento de la vacunación y la incidencia del autismo o cualquier otro resultado, dirán que el efecto está retrasado o que procede de las vacunas que recibió la madre durante el embarazo. Si no se observa respuesta a la dosis, es porque los efectos negativos máximos no se alcanzan con dosis minúsculas. Si se elimina un ingrediente, entonces las trazas son suficientes para provocar el efecto negativo, o bien el culpable es otro ingrediente. Ninguna evidencia será jamás suficiente.

UTILIZAR LA SEMÁNTICA PARA NEGAR CATEGORÍAS DE EVIDENCIAS

Dentro de su estrategia para negar las evidencias que demuestran la teoría científica que quieren desacreditar, los negacionistas suelen recurrir a los juegos semánticos para excluir categorías enteras de evidencias. Por ejemplo, los negacionistas de la teoría de la evolución han planteado que todo lo que ocurrió en el pasado está fuera del alcance de la ciencia. La ciencia se basa en los experimentos, y no se puede experimentar con la evolución, lo que significa que la evolución ni siquiera forma parte de la ciencia. No obstante, la anterior es una definición muy limitada de la ciencia. La ciencia se basa en usar evidencias empíricas para poner a prueba las hipótesis. A su paso, el pasado dejó un rastro, es decir, evidencias. Se pueden hacer preguntas falsables sobre lo que ocurrió en el pasado, también sobre la evolución. Evidentemente, el pasado nos ha dejado los fósiles, pero también los genes y otros rasgos de los seres vivos.

Quienes niegan la existencia de las enfermedades mentales juegan con la semántica de una forma parecida. Parten de la limitada definición de enfermedad como una afección patológica, lo que significa que las células, los tejidos o los órganos deben presentar alguna anormalidad objetiva. Esta descripción es acertada para algunas enfermedades, pero no para todas: existen trastornos que se definen por el funcionamiento de cierto órgano o sistema pero que no presentan ninguna patología clara. Las migrañas, por ejemplo, son un trastorno evidente que carece de patología diagnosticable.

Existen muchos trastornos cerebrales porque la función cerebral depende de más cosas que de la salud de las neuronas. Las neuronas sanas bien pueden organizarse o relacionarse de una forma que altere su función. El cerebro es el órgano encargado de los estados de ánimo, de los pensamientos y del comportamiento. Por lo tanto, una función cerebral alterada puede conducir a un trastorno del estado de ánimo o a un trastorno del pensamiento. A estas entidades las llamamos enfermedades mentales. Los negacionistas de las enfermedades mentales (entre quienes encontramos a los Cienciólogos, quienes se oponen a la profesión psiquiátrica) no aportan ningún dato relevante sobre la relación entre la función cerebral y los síntomas de los trastornos mentales, sino que usan la semántica para negar su mera existencia.

INTERPRETAR LOS DESACUERDOS SOBRE LOS DETALLES COMO SI PUSIERAN EN DUDA EL CONSENSO PROFUNDO

Para entender esta característica del negacionismo, primero hace falta entender un rasgo propio de la ciencia. A medida que avanza, la ciencia suele profundizar cada vez más en los detalles más ínfimos sobre el funcionamiento de la naturaleza con la intención de alcanzar una comprensión más fundamental. Es importante tener presente que el conocimiento científico opera a varios niveles, algunos de los cuales serán más profundos que otros. Por ejemplo, se ha sabido desde la Antigüedad que ciertos rasgos se pueden transmitir de padres a hijos. Es evidente que los hijos se parecen a sus padres. Sin embargo, se creía que el mecanismo biológico de la herencia era un patrón, como si un homúnculo diminuto hecho un ovillo en el interior de cada espermatozoide constituyera una plantilla de lo que sería el hijo.

Mendel y otros descubrieron que algunos rasgos parecen heredarse de forma discreta. Al cruzar un guisante amarillo con un guisante verde, obtuvo un patrón de guisantes amarillos y guisantes verdes, no guisantes amarillosverdes. Este rasgo no se incorporó. No todos los rasgos funcionan de esta manera, pero el experimento demostró que algunos se transfieren como unidades discretas o genes. En ese momento, todavía no se había identificado la molécula que contenía esta información. Algunos científicos creían que serían las proteínas, pero terminó demostrándose de forma convincente que la molécula de la herencia es el ADN. El hecho de que el ADN transporta genes e información heredable está tan establecido que se puede considerar una verdad científica. Pero tras su descubrimiento, todavía quedaban muchas incógnitas sobre el ADN y los genes. Más adelante se descubrió el código genético, cómo ese código se traduce en proteínas y cómo se regula la función del ADN. Con todo, todavía nos quedan muchos detalles por descubrir sobre el ADN.

Pero, he aquí el quid de la cuestión, nada que hoy en día no sepamos sobre el ADN y nada que descubramos en el futuro podrá cambiar el hecho esencial de que el ADN es la principal molécula encargada de la herencia. Que los científicos discutan sobre los detalles de la regulación génica o que admitan lo poco que sabemos sobre la evolución del código genético no pone en duda este hecho fundamental. Y, aun así, eso es precisamente lo que sostienen muchos negacionistas. Y es que esta estrategia es la favorita del negacionismo de la neurociencia, con especial énfasis en la negación de que, esencialmente, la conciencia es el funcionamiento del cerebro.

Los dualistas —quienes creen que el cerebro no explica la conciencia— apuntan a que actualmente no sabemos cómo logra el cerebro crear la conciencia, lo que no debería mermar nuestra confianza en la conclusión de que, en efecto, el cerebro sí provoca la conciencia. Y lo mismo ocurre con la evolución. Que la vida es la consecuencia del viaje de un antepasado común por el proceso evolutivo ha quedado demostrado más allá de toda duda científica razonable. No existe ninguna teoría alternativa que pueda siquiera acercarse a explicar las evidencias de las que disponemos o que haya logrado predecir lo que hallaremos al explorar la biología con tanto éxito. La teoría de la evolución ha dado en el blanco. Naturalmente, los detalles siempre traen consigo complejidad y discusiones: ¿qué evolucionó a partir de qué, exactamente? ¿Cuáles son el ritmo y los tiempos de la evolución? ¿Hemos tenido en cuenta todos los factores involucrados?

Todas estas preguntas son interesantes, pero ninguna logra poner en duda el hecho de que la evolución ocurrió.

NEGAR Y TERGIVERSAR EL CONSENSO

Magnificar los desacuerdos entre los científicos es fácil porque siempre hay desacuerdos sobre la mesa. Esta estrategia puede adoptar dos formas básicas. La primera es magnificar las consecuencias del desacuerdo. La segunda es presentar la disconformidad de una pequeña minoría como si se tratara de una controversia generalizada. Casi siempre podrás encontrar a algún científico en alguna parte que disienta incluso del consenso científico más sólido. Como ya he dicho, es bueno que esto ocurra. La complacencia puede conducir al estancamiento de la ciencia, y siempre está bien que haya alguien que agite un poco las aguas. Pero estos desacuerdos deben contextualizarse. A veces se trata de una controversia auténtica, y la ciencia puede ir por un lado o por el otro. Otras veces, la ciencia es sólida y el desacuerdo, irrelevante.

Las recientes controversias políticas sobre el calentamiento global antropogénico (CGA) han hecho que el argumento del consenso adquiera protagonismo. Los defensores del CGA sostienen que existe un consenso científico sólido sobre el hecho de que el planeta se está calentando a causa de la actividad humana. Un sondeo llevado a cabo en 2017 sobre la literatura científica publicada, por ejemplo, describía así su método y hallazgos:

" Hemos examinado 11.944 síntesis de artículos sobre el clima sobre los temas «cambio climático global» o «calentamiento global». Hemos encontrado que el 66,4% de las síntesis no expresaban ninguna posición con respecto del CGA; el 32,6% apoyaban la existencia del CGA; el 0,7% negaban el CGA; y el 0,3% se mostraban inseguros sobre la causa del calentamiento global. Entre las síntesis que expresaban una posición con respecto del CGA, el 97,1% apoyaban la posición de consenso que afirma que los humanos están provocando el calentamiento global. Esta es la fuente del famoso consenso del «97%» que tanto se ha citado (aunque no hace referencia a un 97% de científicos especializados en el clima, sino al 97% de los estudios publicados que expresaron una opinión sobre el CGA de forma explícita o implícita). Estos datos van en la misma línea que otros estudios sobre la misma cuestión.

Otra forma de establecer el consenso científico es que las organizaciones científicas revisen las evidencias y expresen una decisión. El informe publicado en 2018 por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, por ejemplo, concluyó que el CGA es real con un 95% de certeza. También existe un consenso muy sólido sobre el hecho de que los organismos genéticamente modificados de los que disponemos hoy en día son seguros para el consumo humano. Más de veinte organizaciones científicas internacionales han revisado las investigaciones sobre el tema y han alcanzado esta conclusión de forma independiente. Por ejemplo, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia concluyó que «la ciencia es bastante clara: la mejora de los cultivos por medio de las técnicas moleculares de la biotecnología moderna es segura».

Si nos fijamos en la teoría de la evolución, el 98% de los científicos del mundo especializados en campos de la biología están de acuerdo con el consenso de que la vida es el resultado de la evolución orgánica. Los negacionistas no solo niegan que exista un consenso, sino que a menudo también rechazan la relevancia de un consenso científico. Tratan de hacer que las referencias a un consenso científico sólido sean consideradas una falacia lógica de «argumento de autoridad». Cosa que, naturalmente, no es cierta. La mencionada falacia resulta de apoyarse inadecuadamente en un individuo como si se tratara de una autoridad suficiente, o de apoyarse en la opinión de quienes carecen del conocimiento adecuado (como los famosos).

También puede tratarse de una falacia si se usa para sortear una crítica o evidencia válida. Que una persona no experta cite un consenso legítimo alcanzado por expertos, en cambio, no es una falacia. De hecho, el enfoque dudoso es el de reemplazar el consenso sólido de reconocidos expertos por tu propia opinión no experta.

APELAR A UNA CONSPIRACIÓN O CUESTIONAR LOS MOTIVOS DE LOS CIENTÍFICOS

Es fácil retratar los motivos de otro como siniestros. Siempre hay alguna manera de tejer un relato sobre científicos sesgados o corruptos. Estas afirmaciones se pueden fabricar de la nada a conveniencia. A pesar de que no hay duda de que los sesgos y la corrupción existen, eso no significa que sea razonable presuponer que puedes desestimar tranquilamente cualquier dato científico con el que no estés de acuerdo bajo la premisa de que es el resultado de dicha corrupción. Y eso es exactamente lo que hacen los negacionistas. Por ejemplo, los negacionistas del calentamiento global intentarán hacerte creer que los científicos expertos en clima de todo el mundo han decidido urdir un elaborado engaño para aumentar su financiación. Para respaldar sus alegaciones, diseñaron un Climagate en el que se dedicaron a revisar miles de correos electrónicos a los que accedieron ilegalmente hasta dar con algunas frases que se pudieran sacar de contexto.

Los activistas anti-OGM (organismos genéticamente modificados) han empleado la misma estrategia. Solo hay que leer los comentarios en cualquier artículo sobre los OGM y ver cuánto tiempo pasa desde que alguien defiende la ciencia tras los OGM hasta que se lo acusa de ser cómplice de Monsanto. U.S. Right to Know (un grupo anti-OGM financiado por el grupo de presión de la industria de productos orgánicos) ha utilizado las solicitudes amparadas por la Ley por la Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés) para exigir los correos electrónicos de los científicos públicos. Luego rastrean sus correos electrónicos en busca de cualquier cosa que puedan hacer parecer apropiada que sea, se teje hasta crear un relato de malvada complicidad corporativa.

Y, por supuesto, los biólogos evolucionistas detestan a Dios. En el extremo razonable del espectro encontramos el requisito sensato de la total transparencia en cuestión de posibles conflictos de interés para que los lectores puedan juzgar por sí mismos la integridad de la fuente. Sin embargo, es fácil que ello se convierta en una caza de brujas en la que incluso la conexión más remota y endeble se usa para afirmar que un científico concreto es en realidad un infiltrado comprado y que debe ser totalmente ignorado.

APELAR A LA LIBERTAD ACADÉMICA/INTELECTUAL

Se valora mucho la libertad personal, de forma que apelar a la libertad personal resulta especialmente efectivo, lo que explica que se utilice tanto como argumento. Las leyes diseñadas para eximir a los charlatanes de toda responsabilidad en lo que respecta a los estándares adecuados de cuidados en la medicina se nos venden como leyes de «libertad de cuidado de la salud». Los intentos por parte de los creacionistas de menoscabar la enseñanza de la evolución se enmarcan como «libertad académica». Los antivacunas, por su parte, abogan constantemente por el derecho a decidir de los padres.

Sin embargo, lo que a todos estos movimientos se les pasa por alto es que la ciencia, el ámbito académico y las profesiones tienen estándares. Mantener dichos estándares no atenta contra las libertades, pero es muy sencillo tergiversarlo para que lo parezca y etiquetar cualquier intento de promover unos estándares elevados de «elitismo». Las universidades, por ejemplo, no tienen ninguna obligación de permitir que cualquier excéntrico enseñe bobadas en su nombre. Sin embargo, sí son responsables de que a sus alumnos se les ofrezcan exclusivamente contenidos académicamente válidos. Aceptar una información científica concreta puede incomodar a ciertas ideologías políticas o religiosas, y referirse a dicha incomodidad para negar la ciencia también es muy frecuente. Los creacionistas sostienen que aceptar la evolución menoscabará la creencia en Dios e incluso dará paso a la decadencia moral.

Los negacionistas del calentamiento global sostienen que aceptar las afirmaciones «alarmistas» sobre el cambio climático hará que el gobierno se apropie de la industria privada. Yo describo esta estrategia como la falacia lógica del argumento de las últimas consecuencias: la evolución es una teoría incorrecta porque, de ser cierta, la sociedad sufriría. Esta característica también suele darnos una pista sobre la motivación real de la negación. La ciencia es secundaria: lo que verdaderamente les preocupa es el peligro moral.

Esta estrategia es defectuosa por naturaleza. Si de verdad quieres defender una posición moral o ética concreta, lo peor que puedes hacer es vincular dicha posición a una conclusión científica falsa. Hacerlo da pie a que tus oponentes ataquen tu posición moral por medio de ataques a la pseudociencia a la que la has anclado. Te conviene mucho más aceptar la ciencia legítima y defender tu posición moral en el terreno de lo moral. Si por tu ideología defiendes los mercados libres, no niegues el calentamiento global: ofrece soluciones de libre mercado.

Algunos investigadores han calificado este fenómeno de «aversión a las soluciones» en el caso del calentamiento global. Rechazan la ciencia porque no les gustan las soluciones planteadas. Insisto, centrarse en las soluciones en lugar de negar la ciencia es una estrategia mejor. A estas alturas, ya debería haber quedado claro que soy un gran defensor de la ciencia. La historia ha demostrado que la ciencia es la herramienta más poderosa que tenemos para entender el mundo y mejorar nuestra posición en él. Pero la ciencia exige valor, el valor de enfrentarse a la realidad y aceptar sus hallazgos, incluso cuando estos nos disgusten o resulten contrarios a nuestra cómoda ideología. El negacionismo busca arrebatarnos el poder de la ciencia con sus ataques contra los hallazgos que los negacionistas no tienen el valor intelectual de evaluar honestamente. Pero el negacionismo no hace referencia a personas concretas tanto como a un comportamiento, un comportamiento del que debemos estar alerta en los demás, pero sobre todo en nosotros mismos.

El negacionismo no tiene nada que ver con el escepticismo: de hecho, todo buen científico debe ser escéptico, dudar de todo lo que instancias superiores decretan en unos términos en los cuales el condicionamiento político es más que evidente. Todo lo que venga de medios asociados de una u otra manera con el poder político, económico, fáctico, etc., hay que cogerlo con pinzas. Hay que cuestionar aquellas medidas destinadas a crear un temor desorbitado en las sociedades, que engendran un estado de pánico más destructivo que el mensaje que proyectan. Mientras que el negacionismo es acientífico, opuesto a la ciencia, el escepticismo es todo lo contrario: es una condición indispensable del espíritu científico.

                                                                                                                                         © 2020 Javier De Lucas