NUESTRA OBLIGACION

Durante miles de años la existencia del hombre fue dura, breve, y se limitaba a la mera subsistencia. En 1900 la esperanza de vida media en España era de 35 años (el 10 % de los niños que nacían morían sin cumplir un año y en uno de cada cien partos moría la madre). Ya no pasa. Hoy, la inmensa mayoría de las mujeres sobreviven al parto, la tasa de mortalidad infantil ha caído un 99 por ciento y nuestra esperanza de vida sobrepasa los 80 años. ¡Son buenas noticias!

La mayoría de los españoles tenemos calefacción y aire acondicionado, neveras aprovisionadas, tenemos tecnología, accedemos a información presionando unas teclas; enviamos dinero, compramos y recibimos todo tipo de bienes fabricados en países lejanos cuyo precio es una fracción de lo que costaba hace décadas. Y a todo este bienestar material hay que sumarle las libertades individuales de las que disfrutamos (aunque ahora, y esperemos que este gobierno caiga pronto, atraviesen un momento delicado). Un niño que nazca hoy en España jamás sufrirá esclavitud o tortura.

De momento, nadie va a la cárcel por sus opiniones o credo. Podemos vivir con quien deseemos, tener hijos libremente, abrir empresas y, hasta ahora, lo normal era que al morir nuestro nivel de riqueza sea mayor que el de nuestra juventud. Que no nos vendan motos, el mundo libre occidental funciona. Nuestros ancianos y dependientes están protegidos. Nadie los tira por un peñasco al nacer como hacían en Esparta. Los hombres hemos unido conocimiento y fuerzas y el mundo es mejor. Mucho mejor.

Miren la guerra de Ucrania y de Gaza. Miren el hambre de Somalia, la falta de libertad de Venezuela, o China, donde vimos hace unos meses cómo sacaban a la fuerza al antiguo presidente. Miren en Irán donde mueren en silencio por no llevar velo. Somos un caso de éxito, un ejemplo de convivencia. Es más, el resto del mundo quiere vivir así. No es perfecto, pero es mejor que el mejor mundo que conocemos.

¿A qué viene intentar echarlo a perder? ¿Qué interés tienen los grandes organismos en sumirnos en el fracaso y la depresión? ¿Por qué cambiar lo que funciona?

No debemos someternos al pesimismo alimentado por aquellos que aspiran desde dentro y desde fuera a convertirse en el nuevo motor de la historia, y legitiman que las principales leyes se carguen nuestras costumbres y los derechos individuales que tanto ha costado lograr. Quieren que nos traguemos que estas costumbres tocan a su fin. Por el bien del planeta, de las farmacéuticas, de los poderes fácticos, del foro de Davos o de las vacas de Holanda, pero realmente es por su bien, que no del nuestro. La vieja Europa es un ejemplo para el mundo y por eso debemos defenderla de los ataques exteriores, las migraciones ilegales, las ideologías totalitarias, las locuras de las leyes trans y las continuas agresiones a la familia, que es el núcleo insustituibe de nuestra sociedad. Es evidente que nuestra cultura es envidiada por todo el mundo. Defenderla es nuestro derecho y nuestra obligación, por nuestra dignidad y, sobre todo, por nuestras nuevas generaciones. Sería un error, un inmenso error, dejarlas en manos de los que solo miran por su bien personal, por su afán de poder,  por su egocentrismo y por su carencia absoluta de palabra, valores y principios 

                                                                                                     © 20224 JAVIER DE LUCAS