ORGANISMOS GENETICAMENTE MODIFICADOS

 

A principio de la década de los noventa, las cosechas y otros útiles organismos que surgen de la alteración genética a manos de la tecnología moderna, estaban en sus albores y el público general todavía no era consciente de su existencia. Sin embargo, quienes sí les estaban prestando mucha atención eran los grupos de presión de la industria de los alimentos orgánicos y organizaciones como Greenpeace, y pusieron en marcha una campaña para conseguir que el público se opusiera a esta tecnología. Ya existía un movimiento anti-OGM, la campaña estaba en pleno funcionamiento: los detractores de los OGM habían elaborado una larga lista de siniestras afirmaciones sobre los OGM y la opinión pública ya se había posicionado claramente contra esta tecnología alimentaria. Incluso muchos de mis compañeros escépticos creían que Monsanto era una corporación diabólica y que, como mínimo, debía revisarse la regulación de los OGM.

Se estaban lanzando contra la modificación genética de los alimentos. Había que seguir un proceso lo más objetivo posible para desentrañar dónde se encontraba la verdad. ¿Qué dicen los diferentes grupos de opinión?, ¿cuáles son los hechos objetivos?, ¿quién dispone de los mejores argumentos?, ¿en qué punto se desmorona todo? Todo un reto, porque casi toda la información que existe sobre el tema está sesgada a favor de un fin concreto, ya sea afín o contrario. Hay que cavar muy hondo para dar con los estudios científicos originales, y ver qué decían los expertos objetivos sobre la evidencia.

Los fundamentos del grupo de los antiOGM son, cuanto menos, dudosos. Cuanto más escarbas, más se derrumban sus afirmaciones, de manera que hay que concluir que la posición antiOGM no era más que una campaña propagandística muy elaborada y bien financiada. Todas y cada una de las organizaciones científicas importantes del mundo que han revisado la literatura científica sobre los OGM han llegado a la misma conclusión: que los OGM son seguros y que no representan ningún riesgo específico para la salud o el medio ambiente.

A pesar de este sólido consenso científico, la cuestión de los OGM presenta la mayor de las fracturas entre la opinión pública y la opinión científica. En una encuesta llevada a cabo por el centro Pew en 2015, el 37% de los adultos estadounidenses afirmaron creer que era seguro consumir OGM. Por otro lado, el 88% de los miembros de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia creían que los OGM son seguros. Estamos hablando de una diferencia del 51%, la más acusada de entre todas las cuestiones incluidas en la encuesta.

¿A qué se debe esta enorme diferencia? Probablemente sea la consecuencia de una campaña propagandística deliberada llevada a cabo durante las últimas dos décadas por parte de grupos de presión de la industria de los alimentos orgánicos y de organizaciones como Greenpeace. Es un ejemplo magnífico de lo efectivo que puede ser un buen relato. Esta historia tiene buenos y villanos, y ofrece una moraleja que parece empoderar a quienes la aceptan. Por desgracia, la historia no está basada en hechos reales. Creo que también es cierto que la comunidad de escépticos tardó demasiado tiempo en darse cuenta de la situación. El grupo de los anti-OGM llevaban unos quince años de ventaja, y durante ese tiempo su relato se fue difundiendo sin que nadie se le opusiera.

La historia de los OGM también es una lección sobre cómo reconocer una posición que está anclada en la ideología y no en la ciencia. Las posiciones ideológicas tienden a ser rígidas. Se asientan en su conclusión y luego buscan justificaciones, unas justificaciones que irán cambiando cuando sea necesario, pero jamás cuestionarán la conclusión (que suele ser su punto de partida). Como veremos, quienes se oponen a los OGM se oponen sistemáticamente a ellos. Citan una razón, y si la refutas de manera definitiva, pasan a la siguiente.

UNA BREVE HISTORIA DE LOS OGM

Los defensores de los OGM enseguida apuntan que prácticamente todos los alimentos que consumimos los humanos han sido sujetos a grandes modificaciones provocadas por la actividad humana. El maíz, por ejemplo, se cultivaba a partir del teosinte, que no tiene nada que ver con el maíz actual. De hecho, hizo falta una enorme tarea detectivesca para determinar que ambos son esencialmente la misma especie. El cultivo se basa principalmente en la selección artificial, ya que las mejores plantas de la cosecha se reservan para obtener las semillas para el año siguiente. Si repites este proceso unos cuantos miles de veces, el resultado será el desarrollo de la agricultura y todos los alimentos que reconocemos en la actualidad.

 La polinización cruzada también puede formar parte del proceso de cultivo, dando paso así a una especie híbrida para tratar de obtener los mejores rasgos de especies muy cercanas. Al combinar la polinización cruzada y la selección artificial, los cultivadores han creado infinitas variedades de plantas comunes. El tomate negro o azul, por ejemplo, del que hoy en día existen unas cincuenta variedades, es rico en flavonoides, que es lo que le da su color. Las zanahorias naranjas se desarrollaron a partir de una mutación fortuita que provocó un alto nivel de betacarotenos. Esto hizo de las zanahorias una fuente de vitamina A y, por tanto, un cultivo esencial importante.

En esencia, casi ninguno de los alimentos que consumimos se parecen mucho al aspecto que tenían en su estado evolucionado anterior a la interferencia humana. Las frambuesas son una de las pocas excepciones. Naturalmente, el cultivo no es lo mismo que la alteración genética directa, y nadie dice que lo sea. El quid de la cuestión es que parece que la alteración genética de por sí no parece ser el problema, y nos moriríamos de hambre si no consumiéramos alimentos que fueran el resultado de enormes cambios genéticos. Parece que lo que les revuelve el estómago a algunos es cómo se llevan a cabo estos cambios genéticos. Pero sigamos.

Con el tiempo, los cultivadores que no tenían la paciencia de esperar a que ocurriera una mutación fortuita desarrollaron lo que se conoce como reproducción por mutación (es decir, exponer a las plantas a radiación o a químicos que aumenten el índice de mutaciones). Entre 1930 y 2007 se crearon 2.540 plantas varietales mutagénicas. Por alguna razón, Greenpeace no ha protestado contra los alimentos mutados químicamente.

Ahora también existe una técnica conocida como hibridación forzada, mediante la cual las plantas que no se cruzarían en la naturaleza son forzadas a mezclar sus genes. Crear un híbrido de cualquier tipo entre dos especies o variedades provoca cambios impredecibles en centenares de genes. La «modificación genética» hace referencia a varias técnicas usadas para alterar los organismos con el fin de que se ajusten a nuestros deseos y necesidades. Esta tecnología emplea varios métodos para introducir uno o más genes específicos directamente en el organismo de destino, o para alterar o silenciar de manera selectiva un gen que ya está presente.

Existen dos tipos básicos de inserción de genes: la cisgénica y la transgénica. La introducción cisgénica implica introducir genes de especies cercanas que tienen el potencial de cruzarse con la especie de destino. La introducción transgénica trabaja con genes de especies alejadas, incluso procedentes de distintas categorías de seres vivos, como podría ser la introducción de un gen de una bacteria en una planta. Hay varios tipos de rasgos de plantas modificadas genéticamente cuyo uso está permitido en la actualidad: la tolerancia a los herbicidas, la producción de insecticidas, la composición de ácidos grasos alterada (para el aceite de colza), la antioxidación (para las manzanas), la resistencia a los hongos (para los castaños) y la resistencia a los virus. Hay muchas otras aplicaciones potenciales que se encuentran en distintas fases de desarrollo.

A pesar de que los críticos de los OGM suelen citar a las plantas transgénicas como la fuente de su inquietud, los detractores de los OGM los agrupan con las plantas cisgénicas y con las técnicas que ni siquiera introducen nuevos genes, sino que simplemente silencian o alteran los genes existentes. La oposición a la tecnología transgénica suele adoptar la forma de «Esto jamás ocurriría en la naturaleza». Esta lógica no es válida (es un ejemplo de falacia de apelación a la naturaleza y de falacia genética) y además se basa en una información incorrecta. Existe algo llamado transferencia genética horizontal, que significa que los genes se pueden mover entre organismos discordantes. Por ejemplo, hace poco se descubrió que los boniatos cultivados contienen un transgén de una bacteria del suelo (Agrobacterium), un transgén completamente natural.

La objeción a los transgenes parece basarse en la noción de que los genes de un organismo son inherentemente distintos de los genes de otro organismo, lo cual no es cierto, ya que un gen no sabe si pertenece a un pez, a un tomate o a una persona. No son más que genes. De hecho, los peces y los tomates comparten cerca del 60% de los genes. Es cierto que las distintas categorías de seres vivos usan distintos promotores (es decir, reguladores), pero son fácilmente intercambiables para que sean compatibles con la especie de destino. Aun así, muchas personas creen que la idea del «peztomate» tiene algo de repulsivo, solo porque un gen de un pez se introduce en un tomate. Sin embargo, hacerlo no conferiría al tomate ninguna característica del pez, a excepción de ese único gen que ha sido introducido (en este caso, se trataba del gen de la tolerancia al frío, que nunca llegó al mercado).

La tecnología de la ingeniería genética forma parte de un espectro de la tecnología que se utiliza para alterar seres vivos para que podamos consumirlos. No existe una línea clara o evidente entre las distintas técnicas usadas, lo que hace que el término OGM sea hasta cierto punto arbitrario. Pero el relato anti-OGM explota este hecho para crear una falsa dicotomía y declarar que todo lo que se encuentre en un lado de la línea divisoria es sospechoso y poco seguro. Con arreglo a esta lógica, sería igual de fácil demonizar la reproducción por mutación, aunque la mayoría de los detractores de los OGM ignoran por completo la mera existencia de esta técnica.

¿Por qué las plantas que proceden de progenitores que fueron mutados mediante la radiación se consideran orgánicas mientras que se tacha de «antinatural» a una planta que contiene un gen silenciado? Ni la comunidad científica ni yo defendemos que todos los OGM sean automáticamente seguros, ya que eso sería tan irracional como mostrarse hostil contra todos los OGM. Esta posición se basa en que está bastante claro que la etiqueta de «OGM» es arbitraria y que no se puede tratar a todas las variedades a las que se coloca esta etiqueta como si fueran un mismo grupo. Deberían ser evaluadas de manera individual para determinar su seguridad y los efectos que provocan en el medio ambiente. De la misma manera que no todas las plantas cultivadas de forma tradicional son seguras, no todos los OGM son nocivos. Fijémonos en los principales argumentos contra los OGM y veamos si salen bien parados.

LOS EFECTOS EN LA SALUD

Existen diversas controversias específicas alrededor de los OGM. Puede que la controversia de mayor carga emocional sea la que concierne a los efectos de los alimentos genéticamente modificados sobre la salud. Los detractores han acuñado el término Frankencomida, un eslogan de gran utilidad política pero muy débil como concepto. No obstante, existe la preocupación legítima sobre si la introducción de proteínas nuevas en los alimentos para el consumo humano podría terminar provocando reacciones alérgicas o consecuencias imprevisibles para la salud.

Por esta razón se ha investigado la seguridad de los alimentos genéticamente modificados y se ha llegado a la conclusión de que los OGM existentes hoy día son seguros para el consumo humano y animal.

Una declaración emitida recientemente por la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia concluyó lo siguiente:

"Contrariamente a lo que se suele creer, los cultivos modificados genéticamente son los cultivos sometidos a los controles más exhaustivos que hemos añadido jamás a nuestra cadena alimenticia. De manera ocasional surgen voces que dicen que alimentar a los animales con alimentos modificados genéticamente provoca aberraciones que van desde los desórdenes digestivos hasta la esterilidad, los tumores y la muerte prematura. A pesar de que estas afirmaciones suelen ser sensacionalistas y recibir una gran atención por parte de los medios, ninguna ha sobrevivido al escrutinio científico riguroso. De hecho, recientemente se revisaron una docena de estudios específicamente diseñados y a largo plazo sobre la alimentación animal en los que se comparaban atatas, soja, arroz, maíz y triticale modificados genéticamente y no modificados genéticamente, y la conclusión fue que tanto unos como otros eran equivalentes en términos nutricionales."

La Academia Nacional de Ciencias coincide:

"Hasta la fecha no se ha documentado ningún efecto adverso para la salud humana atribuido a la ingeniería genética."

La Organización Mundial de la Salud también está de acuerdo:

"Los alimentos modificados genéticamente comercializados en la actualidad en el mercado internacional han superado evaluaciones de riesgos en varios países, y no es probable ni se ha detectado que supongan riesgos para la salud humana."

Con todas las reservas que me produce las OMS, creo que en esta ocasión no hace más que poner bajo su paraguas protector una serie importante de experimentos que ratifican sus apreciaciones. Sí, de acuerdo, ¿pero cuántos? Como he dicho antes, casi todas las organizaciones científicas o médicas relevantes han revisado las evidencias y han llegado a la misma conclusión: que el proceso usado para crear OGM no muestra ningún riesgo inherente y que ningún OGM presente en el mercado es inseguro. De hecho, y como dicen algunos, se podría decir que son más seguros que los productos creados mediante la hibridación o la reproducción por mutación. Por ejemplo, los OGM son  sometidos a pruebas específicas centradas en las proteínas que tienen el potencial de provocar alergias, ya que dichas proteínas comparten una serie de rasgos detectables.

¿Qué nos dice la evidencia publicada? Tal como hemos visto, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia hace referencia a revisiones de estudios sobre alimentación animal que han concluido que los alimentos modificados genéticamente son seguros:

"Los resultados obtenidos del análisis de alimentos genéticamente modificados y de la alimentación de roedores indican que existen unos márgenes de «seguridad» dilatados (al menos cien veces superiores) entre los niveles de exposición animal sin efectos adversos observados y la ingesta diaria humana estimada. Los resultados de los estudios sobre la alimentación con alimentos derivados de plantas genéticamente modificadas con propiedades agronómicas mejoradas, llevados a cabo con varias especies de ganado [...], no demostraron diferencias biológicas relevantes en los parámetros analizados en los animales de control y los estudiados."

Multitud de revisiones sistemáticas han alcanzado la misma conclusión:  no existen evidencias de riesgo alguno. Los detractores argumentan que no se han llevado a cabo suficientes estudios. No obstante, es fácil pedir más estudios y hacer que parezca que esta posición es la más racional. Es la misma estrategia que utilizan los antivacunas: ninguna  cantidad de estudios es jamás suficiente y apelan una y otra vez al principio de la precaución. Ni que decir tiene que no soy antivacunas, pero sí "antivacuna COVID", porque no se puede considerar que lo es cuando la experimentación de la fase 4 se está haciendo sobre humanos y no sobre cobayas.

Un estudio llevado a cabo en 2018 es especialmente impactante. Los autores observaron las estadísticas de resultados negativos para la salud en el ganado antes y después de la introducción de la alimentación con OGM. Se trata de un gran experimento natural, ya que la alimentación animal viró de forma rápida y casi completa hacia los OGM. Los autores observaron lo siguiente:

"Ninguna industria presentó ninguna perturbación en los parámetros de producción con el paso del tiempo. Los parámetros de salud disponibles, el recuento de células somáticas (un indicador de la mastitis y de la inflamación de la ubre) en los conjuntos de datos de vaquerías, las tasas de no aptitud en las inspecciones post mortem en las reses y las tasas de mortalidad y de no aptitud en las inspecciones post mortem en la industria avícola disminuyeron (es decir, mejoraron) con el paso del tiempo.

 

                                                                                                                                      CONTINUARÁ

                                                                                                  © JAVIER DE LUCAS