NOSOTROS, LOS ESCEPTICOS

EL EFECTO IDEOMOTOR

 

El efecto ideomotor es un movimiento muscular inconsciente sutil e involuntario motivado por la expectación que crea la ilusión de que el movimiento se debe a una fuerza externa. Existen muchas formas de engañarse a uno mismo, y a veces el propio cuerpo se convierte en cómplice del engaño. Fijémonos en la radiestesia, por ejemplo. Practicar la radiestesia consiste en buscar, con la ayuda de sencillas herramientas o instrumentos de mano, lo que de otra forma permanece oculto a la vista o al conocimiento. Se puede aplicar a la búsqueda de un gran número de artefactos y entidades.

A pesar de que algunos practicantes de la radiestesia usan varios dispositivos de mano, la mayoría de ellos se inclinan por un método que consiste en dos «varillas detectoras» delgadas y metálicas. Imaginemos dos piezas con forma de L extraídas de una percha de alambre. El radiestesista coge las piezas de metal por la línea más corta de la L y apunta con ellas hacia delante, paralelas entre ellas, como si se tratara de un sheriff  del lejano oeste que sostiene un par de revólveres a la altura de la cintura. Sostiene los alambres sin apretar, hasta el punto de que parece que puedan balancearse por sí mismos. Entonces, el radiestesista se concentra en lo que sea que afirme que es capaz de encontrar.

En la mayoría de los casos, tratan de «detectar» agua subterránea; sin embargo, muchos radiestesistas afirman poder localizar metales preciosos, túneles subterráneos e incluso a personas desaparecidas. Entonces proceden a caminar hasta que se cruzan los alambres, ya que así es como avisan de la ubicación del hallazgo (o, si lo prefieres, puedes imaginarte la cruz de los mapas del tesoro). Para quienes practican la radiestesia, este «don» es tan convincente como cualquier otra cosa que perciben como real. A estas alturas, ya podemos empezar a distinguir el patrón: la experiencia puede parecer real, pero ¿se trata de la manifestación de fuerzas reales que existen en el mundo o de un fallo del circuito cerebral? ¿Existe una fuerza mística que surge del suelo y afecta al movimiento de las varillas detectoras? Puesto que esta explicación requeriría nuevas leyes de la Física, tal vez se trate de un proceso más sencillo.

El efecto ideomotor describe los movimientos musculares sutiles e inconscientes que llevan a cabo las personas y que tienen como consecuencia el movimiento de objetos. La gente fue consciente de las acciones ideomotoras por primera vez en el siglo XIX, pero no fue hasta 1852 cuando la «influencia de la sugestión en la modificación y dirección del movimiento muscular, independientemente de la voluntad» fue etiquetada como «acción ideomotora» por el psicólogo/fisiólogo William B. Carpenter. El efecto ideomotor explica mucho más que la radiestesia. Quienes mueven pequeños péndulos sobre objetos (para, por ejemplo, obtener orientación divina) o sobre el vientre de una mujer embarazada (para detectar el sexo del feto) nunca tienen en cuenta las fuerzas ideomotoras. Tanto los niños como los adultos a quienes les fascinan las tablas de ouija experimentan el efecto ideomotor cuando colocan las puntas de los dedos «ligeramente» sobre el puntero, ven cómo se mueve «mágicamente» por la tabla y creen que los espíritus se están comunicando con ellos.

Podría pensarse que investigar la radiestesia, los péndulos y las tablas de ouija carece de importancia. Estas actividades podrían excusarse por ser meros entretenimientos en el mejor de los casos, o malinterpretaciones inofensivas en el peor. Pero incluso las afirmaciones aparentemente absurdas, como la radiestesia, pueden tener efectos graves en el mundo real.

El empresario británico James McCormick amasó una fortuna de más de cuarenta y cuatro millones de euros con las ventas de un localizador de pelotas de golf que, en realidad, no era más que una elegante varilla detectora (que consistía en una empuñadura unida a una varilla que se movía libremente). Cogió este dispositivo (el ADE651), que inicialmente se vendía para encontrar pelotas de golf perdidas, y lo anunció como si se tratara de un detector de bombas para localizar explosivos en Irak y otros lugares. El dispositivo es inútil, pero sorprendentemente, sigue siendo utilizado por los servicios de seguridad de distintas partes del mundo. Tan solo en Irak, se cree que este utensilio fue responsable de centenares de muertes. Actualmente, McCormick está en la cárcel, cumpliendo una condena de diez años por fraude.

Desconocer el efecto ideomotor también puede tener consecuencias devastadoras en otros campos. Puede que el ejemplo más evidente sea la comunicación facilitada, es decir, la práctica de ayudar a un cliente con discapacidades del lenguaje a comunicarse sujetando su mano mientras señala letras en una tabla o pulsa teclas en un tecleado. La comunicación facilitada no es más que autoengaño que explota el efecto ideomotor. Puede que los facilitadores crean que están ayudando a sus clientes discapacitados a  comunicarse, pero la comunicación procede exclusivamente de sus mentes.

La comunicación facilitada no es más que una tabla de ouija con una persona que sufre una discapacidad cognitiva. La comunicación facilitada supone un aterrador derroche de recursos. El problema no es solo que sencillamente no funcione, sino que también ha provocado daños psicológicos imposibles de cuantificar, ya que ha proporcionado a los padres la falsa esperanza de que sus hijos, con graves discapacidades, eran intelectualmente normales. Pero, por encima de todo, existen muchos casos de acusaciones criminales —e incluso de testimonios en los tribunales— hechos mediante la comunicación facilitada.

Los científicos que no están familiarizados con la existencia del efecto ideomotor y otros mecanismos de autoengaño pueden verse absorbidos por ellos. El doctor Steven Laureys es un investigador de éxito cuyo trabajo se centra en los pacientes en coma. Ha llevado a cabo magníficos estudios, pero en 2009 se mostró convencido de que Rom Houben, un paciente a quien estaba estudiando y que llevaba veintitrés años en coma, era capaz de comunicarse mediante la comunicación facilitada. Afirmaba que el diagnóstico de Houben era erróneo, que no se encontraba en un estado vegetativo persistente sino que, de hecho, estaba «atrapado», es decir, consciente pero paralizado.

El problema residía en el hecho de que el facilitador era la única fuente de evidencia que sostenía que Houben estaba consciente. En internet circularon vídeos que mostraban la facilitación, durante la cual Houben a menudo no mira el teclado. Suele tener los ojos cerrados. Y, aun así, se supone que el paciente está guiando al facilitador hacia la letra correcta, cosa que es imposible sin mirar siquiera el teclado. Mientras tanto, el facilitador mueve su mano por el teclado, con agilidad y precisión. Dicha precisión sería imposible incluso si Houben se encontrara neurológicamente intacto, y mucho más en un estado de parálisis severa.

Sin embargo, a su favor diré que más adelante llevó a cabo un experimento a ciegas y demostró que la comunicación procedía del facilitador y no de Houben. Pero, durante cierto tiempo, incluso un neurólogo reconocido como Laureys cayó presa del engaño de un efecto neurológico básico.

El efecto ideomotor es un fenómeno sencillo y muy bien entendido. Igual que los sueños de vigilia y las ilusiones, no es más que otro ejemplo de cómo nos pueden engañar nuestros cerebros. También nos alerta de la necesidad de tener siempre presente la compleja relación entre lo que está ocurriendo en el mundo y los modelos de realidad internos que crea el cerebro, especialmente cuando experimentamos algo inusual o extraordinario.

Antes de lanzarnos a elaborar hipótesis sobre espíritus, fuerzas nuevas o habilidades sobrenaturales, debemos considerar que —quizá— nuestro cerebro (igual que el de cualquier otro ser humano del planeta) tiene sus rarezas y puntos débiles. He aquí el significado de la humildad neuropsicológica.

 

                                                                                                                                                                             © 2020 Javier De Lucas