UNA PERSPECTIVA COSMICA

La estupidez humana: Una perspectiva cósmica

Los docentes estamos obligados a poner notas y, si me tocara impartir la asignatura básica de "Prevención de Riesgos" y tuviera que asignar una calificación parcial a los humanos basándome en cómo hemos gestionado el riesgo existencial hasta ahora, pondría un notable bajo, porque andamos en otros asuntos y aún no hemos terminado el curso. En cambio, desde una perspectiva cosmológica considero lamentable nuestro rendimiento, y no puedo dar más que un simple aprobado: las posibilidades para la vida a largo plazo son literalmente astronómicas, pero los humanos no contamos con planes convincentes para afrontar siquiera los riesgos existenciales más apremiantes, y dedicamos una fracción minúscula de nuestra atención y nuestros recursos a dicha planificación.

En comparación con los casi 20 millones de dólares estadounidenses que se destinaron el año pasado a la Unión de Científicos Preocupados (la UCS, del inglés Union of Concerned Scientists), una de las mayores asociaciones centradas en al menos algunos riesgos existenciales, Estados Unidos por sí solo gastó unas 500 veces más en cirugía plástica, alrededor de 1000 veces más en climatización de efectivos militares, unas 5000 veces más en cigarrillos, y unas 35 000 veces más en defensa, sin contar la atención sanitaria a militares, los costes de las jubilaciones de militares y los intereses de la deuda de defensa.

FIGURA 1

La importancia de gestionar el riesgo existencial de un modelo aceptable se vuelve más obvia desde una perspectiva cósmica, la cual subraya las inmensas posibilidades de futuro que podemos perder si malogramos y destruimos la civilización humana.

¿Por qué tenemos tan poca visión de futuro los humanos? Dado que la evolución nos preparó sobre todo para tratar con tecnologías como palos y piedras, tal vez lo que debería sorprendernos no es que nos manejemos tan mal con la tecnología moderna, sino que no nos vaya aún peor. Es evidente la gran capacidad adaptativa del cerebro con el que nos ha dotado la evolución. Y lo mismo se deriva de que hayamos aprendido a calcular la edad del Universo, puesto que ninguna de esas habilidades específicas tuvo relevancia alguna para la supervivencia de nuestros ancestros cavernícolas. Pero el mero hecho de que podamos hacer tantas cosas no significa que tengamos que hacerlas todas. Fuerzas ajenas a nosotros han ido modificando lo que nos rodea poco a poco a lo largo de los últimos cien mil años de la historia de la humanidad, y la evolución nos ha ayudado a adaptarnos al mismo ritmo. Pero recientemente hemos sido nosotros quienes hemos alterado el entorno, y demasiado rápido, además, para la evolución, y lo hemos complicado tanto que hasta a los expertos mundiales más eminentes les cuesta entender los limitados aspectos que los ocupan.

De modo que no es de extrañar que a veces perdamos la visión de conjunto y demos más prioridad a satisfacciones a corto plazo que a la supervivencia de esta nave, nuestra nave Tierra, a largo plazo.

La sociedad humana: una perspectiva científica

Por tanto, aquí estamos, dentro de la nave Tierra, rumbo a un cinturón de asteroides de riesgos existenciales sin ningún plan importante, y ni tan siquiera un capitán. Está claro que debemos hacer algo al respecto, pero ¿cuáles deben ser los objetivos, y cuál es la mejor manera de alcanzarlos? El qué es una cuestión de carácter ético, mientras que el cómo es un tema científico. Es obvio que ambos interrogantes son cruciales. Parafraseando a Einstein, «la Ciencia sin ética está ciega; la ética sin Ciencia está coja». Sin embargo, hay algunas conclusiones éticas sobre las que existe un consenso casi universal (como que no tener una guerra atómica mundial es mejor que sí tenerla), y en cambio estamos haciendo una labor pésima para convertirlas en objetivos concretos y lograr un avance real. Por eso puse un simple aprobado en atenuación de riesgos existenciales, y no me parece justo culpar de este fracaso sobre todo a las dificultades éticas y al "qué". Creo que más bien deberíamos comenzar por problemas en cuyos objetivos estamos más de acuerdo, como la supervivencia a largo plazo de nuestra civilización, y también que deberíamos seguir un planteamiento científico para decidir cómo alcanzar esos objetivos.

No basta con lanzar consignas como «hay que conseguir un cambio de mentalidad a gran escala», necesitamos estrategias más concretas. Entonces ¿cómo deberíamos perseguir nuestras metas? ¿Cómo contribuir a que la humanidad sea menos miope a la hora de trazar su trayectoria futura? En definitiva, ¿cómo hacer que la razón cobre más peso en la toma de decisiones?

Los cambios que se producen en la sociedad humana derivan de un conjunto complejo de fuerzas que empujan en distintas direcciones y que a menudo se entorpecen entre sí. Desde una perspectiva física, la manera más sencilla de modificar un sistema complejo consiste en localizar una inestabilidad para que, al aplicar una fuerza pequeña, los efectos se multipliquen y logren una variación mayor. Por ejemplo, un pequeño empujón a un asteroide puede evitar que choque contra la Tierra una década después. De igual manera, la forma más fácil de que una sola persona repercuta en la sociedad es explotando una inestabilidad, tal como reflejan muchas metáforas basadas en la Física: una idea puede «ser una chispa dentro de un barril de pólvora», «propagarse como el fuego», tener un «efecto dominó» o ejercer un «efecto bola de nieve descontrolada».

Por ejemplo, para atajar el riesgo existencial de los asteroides letales, lo difícil será construir un sistema de cohetes deflectores de asteroides. Lo fácil consiste en gastar mucho menos dinero en desarrollar un sistema de alerta temprana sabiendo que, en cuanto haya información sobre un asteroide en trayectoria de colisión, será fácil conseguir dinero para el sistema de cohetes.

Creo que para convertir este planeta en un lugar mejor, muchas de las inestabilidades más fáciles de explotar implican la difusión de una información correcta. Tal como ilustra la figura 2, para que la razón se imponga en la toma de decisiones, quienes las toman deben estar al tanto de la información relevante. Para esto suelen necesitarse tres pasos, y los tres fallan a menudo: la información debe crearse/descubrirse, debe ser difundida por quien la descubre, y debe llegar a quien toma las decisiones. Una vez que los descubrimientos se difunden por el triángulo y se ponen en conocimiento de los demás, permiten descubrimientos adicionales y fomentan la expansión del conocimiento humano dentro de un círculo vicioso.

Algunos descubrimientos tienen la ventaja añadida de que aportan eficacia al triángulo: la prensa escrita e Internet han facilitado de manera radical tanto la difusión como el acceso al conocimiento, mientras que el perfeccionamiento de detectores y ordenadores ha ayudado enormemente a los investigadores. Sin embargo, aún hoy queda espacio para lograr grandes progresos en los tres eslabones del triángulo de información.

FIGURA 2

La información es crucial para que la razón prevalezca en la gestión de la sociedad. Cuando se descubre información importante, debe ponerse a disposición del público general y debe llegar a las personas para las que sea relevante.

Está claro que invertir en investigación científica y otras fuentes de información es positivo para la sociedad, al igual que las iniciativas para contrarrestar la censura y otras trabas para difundir la información. En cambio, en lo referente a explotar inestabilidades, la más accesible se encuentra en la flecha inferior de la figura: el aprendizaje. A pesar del éxito espectacular logrado por la investigación, la comunidad científica mundial no ha cosechado nada más que un fracaso igual de espectacular en la tarea de concienciar a la población general y a quienes toman las decisiones.

Los haitianos quemaron 12 «brujas» en 2010. Las encuestas revelan que el 39 % de la población estadounidense contempla la astrología como una Ciencia, y el 46 % cree que la especie humana tiene menos de diez mil años de antigüedad. Si todo el mundo entendiera el significado de concepto científico, esos porcentajes ascenderían a cero. Es más, el mundo sería un lugar mejor, porque la gente con un concepto científico de la vida, que basara sus decisiones en información correcta, elevaría al máximo sus posibilidades de éxito. Si compráramos y votáramos de manera racional, reforzaríamos el razonamiento científico en la toma de decisiones en empresas, asociaciones y gobiernos.

¿A qué se debe el fracaso de la comunidad científica? Las respuestas se encuentran sobre todo en la psicología, la sociología y la economía. Para llevar un estilo de vida científico hay que recabar información y usarla, y ambas tareas tienen sus inconvenientes. Es evidente que hay más posibilidades de tomar la decisión correcta si estamos al tanto de todo el abanico de datos antes de llegar a una conclusión, pero hay muchas razones por las que la gente no recaba una información completa.

Muchas personas no tienen acceso a ella (el 97 % de los afganos no tiene Internet y, según una encuesta realizada en 2018, el 92 % de ellos no se enteró de los atentados del 11-S). Mucha gente está demasiado saturada de obligaciones y distracciones como para buscarla. Muchos toman la información únicamente de aquellas fuentes que confirman sus ideas preconcebidas (por ejemplo, un sondeo de 2019 reveló que el 27 % de los estadounidenses cree que Barack Obama probablemente o sin duda nació en otro país). La información más valiosa puede resultar difícil de encontrar incluso para quienes tienen acceso a Internet y viven libres de la censura, enterrada bajo un alud de medios de comunicación acientíficos.

Después está lo que hacemos con la información que tenemos. La base de un estilo de vida científico consiste en cambiar de idea cuando nos topamos con una información que no concuerda con nuestras ideas, lo que evita la inercia intelectual, pero aún hay muchos dirigentes bien valorados que se aferran con terquedad a sus ideas, las cuales consideran «sólidas». Richard Feynman alabó la «desconfianza en los expertos» como un pilar de la Ciencia, pero la mentalidad de rebaño y la fe ciega en las autoridades es generalizada. La lógica es la base del razonamiento científico, pero el pensamiento ilusorio, los miedos irracionales y otros sesgos cognitivos suelen imperar en la toma de decisiones.

¿Qué podemos hacer para fomentar un estilo de vida científico? La respuesta evidente es que hay que mejorar la formación. En algunos países, el hecho de contar con la educación más rudimentaria ya supondría un gran avance (menos de la mitad de los paquistaníes sabe leer). La cultura socava el fundamentalismo y la intolerancia, lo que reduce la violencia y la guerra. El refuerzo del peso de las mujeres contendría la pobreza y la explosión demográfica. Sin embargo, hasta los países que ofrecen una educación universal son aún muy mejorables. Con mucha frecuencia los colegios parecen museos, más empeñados en reflejar el pasado que en modelar el futuro. El currículo debería dejar de estar desdibujado por el consenso y los grupos de presión y centrarse en las habilidades que exige este siglo para las relaciones, la salud, la anticoncepción, la gestión del tiempo, el pensamiento crítico y la detección de la propaganda.

En el caso de los jóvenes, el aprendizaje de un idioma universal y de mecanografía debería dejar atrás el empeño en que aprendan a hacer divisiones largas y a escribir en cursiva. En la era de Internet, el papel de profesor ha cambiado. Ya no es necesario como vehículo de información: los alumnos la pueden descargar sin más por sí solos. Su cometido consiste más bien en despertar en ellos un concepto científico de vida, la curiosidad y las ansias de saber más.

Pasemos ahora a la cuestión más interesante: ¿cómo hacer que de verdad arraigue y prolifere un estilo de vida científico? Gente muy razonable ha estado esgrimiendo argumentos parecidos en pos de una educación óptima desde mucho tiempo, pero, en lugar de mejorar, la educación y la adhesión a un estilo de vida científico empeoran cada vez más en muchos países. ¿Por qué? Es evidente que hay fuerzas potentes que empujan en dirección opuesta, y lo hacen con más eficacia. Las empresas temerosas de que una comprensión mejor de ciertos temas científicos merme sus beneficios tienen un aliciente para enturbiar las aguas, al igual que los grupos religiosos radicales inquietos por que el cuestionamiento de sus postulados seudocientíficos les reste poder.

Entonces, ¿qué se puede hacer? Lo primero que deben hacer los científicos es bajarse del pedestal, admitir que las tácticas de persuasión han fracasado, y desarrollar una estrategia mejor. Tenemos la ventaja de contar con los mejores argumentos, pero la coalición anticientífica tiene la ventaja de contar con más financiación. Sin embargo, y esto es una ironía dolorosa, ¡también sigue una organización más científica! Si una empresa quiere modificar la opinión pública para incrementar las ganancias, lanza un despliegue de herramientas comerciales científicas y altamente eficaces. ¿Qué piensa hoy la gente? ¿Qué queremos que piense mañana? ¿De qué miedos, inseguridades, esperanzas y otras emociones podemos beneficiarnos? ¿Cuál es la manera más rentable de hacerla cambiar de idea? Planificación de campaña. Lanzamiento. Hecho.

¿Mensaje demasiado simplificado o engañoso? ¿Descrédito desleal de la competencia? Es lo habitual cuando se publicita el último teléfono inteligente o una marca nueva de cigarrillos, de modo que sería ingenuo pensar que esta coalición debería aplicar otro código de conducta cuando se enfrenta a la Ciencia. Pero los científicos suelen adolecer de una ingenuidad hiriente y se engañan pensando que, precisamente porque tienen la autoridad moral, de alguna manera pueden derrotar a esta coalición de fundamentalistas empresariales mediante estrategias científicas obsoletas.

¿Basándonos en qué razonamiento científico conseguiremos una diferencia significativa si nos limitamos a pensar «no caeremos tan bajo» y «la gente tiene que cambiar» en los ámbitos universitarios, y a desgranar estadísticas a los periodistas? En esencia, los científicos han estado diciendo: «Los tanques son malos, así que combatamos los tanques con espadas». Para enseñar a la gente qué es un concepto científico y por qué el pensamiento científico mejorará su vida, debemos proceder de manera científica: necesitamos más organizaciones que aboguen por la Ciencia y que usen todas las herramientas comerciales científicas y todos los instrumentos para conseguir financiación que emplea la coalición anticientífica. Debemos echar mano de muchos de los recursos que no gustan a los científicos, desde anuncios publicitarios y alianzas con grupos de presión, hasta entrevistas de grupo para identificar las consignas con más gancho. No obstante, no hay que rebajarse tanto como para perder la honradez intelectual. Porque, en esta batalla, tenemos de nuestra parte el arma más poderosa de todas: los hechos.

El sentido de la vida

Como hemos visto, las ecuaciones matemáticas fundamentales que parecen gobernar nuestra realidad física no hacen ninguna referencia al significado, de modo que cabría afirmar que un Universo desprovisto de vida no tiene ningún sentido en absoluto. A través de los humanos, y tal vez también de otras formas de vida distintas a la nuestra, este Universo ha tomado consciencia de sí mismo, y los humanos hemos creado los conceptos de significado o sentido. Por tanto, desde este punto de vista, el Universo no da sentido a la vida, sino que la vida da sentido al Universo.

Aunque la pregunta «¿Cuál es el sentido de la vida?» se puede interpretar de muchas maneras, algunas de ellas demasiado vagas en ocasiones como para tener una respuesta bien definida, hay una interpretación muy práctica y concreta: «¿Por qué querría seguir viviendo?». La gente que sé que le ve sentido a la vida suele alegrarse de despertarse por la mañana e ilusionarse con el día que tiene por delante. Cuando pienso en estas personas me da la impresión de que pueden dividirse en dos grandes grupos dependiendo de dónde encuentren la  felicidad y el sentido de la vida. En otras palabras, el problema del significado parece tener dos soluciones distintas que funcionan bastante bien al menos con algunas personas. Veo estas soluciones como «descendente» y «ascendente».

En la solución descendente, la satisfacción viene de arriba, del cuadro general. Aunque la vida aquí y ahora pueda ser desagradable, tiene sentido porque forma parte de algo mayor y más significativo. Muchas religiones representan este mensaje, al igual que las familias, organizaciones y sociedades que instan a los individuos a sentirse parte de algo más grandioso y más significativo que trasciende la individualidad.

En la solución ascendente, la satisfacción proviene de las cosas pequeñas que ocurren aquí y ahora. Si atrapamos el momento y encontramos la plenitud que necesitamos en la belleza de las florecillas del campo, en enamorarnos, en ayudar a un amigo o en cruzar la mirada con un recién nacido, entonces nos sentimos agradecidos de estar vivos aunque el cuadro general implique elementos menos gratos como que la Tierra acabe vaporizada por el Sol moribundo y que este Universo esté abocado a desaparecer a la larga.

A mí la solución ascendente me da razones de ser más que suficientes, y percibo los elementos descendentes que estoy a punto de defender como una mera bonificación adicional. Para empezar, me impresiona sobremanera que un conglomerado de partículas pueda ser consciente de sí mismo, y el hecho de que ese conglomerado particular haya tenido la suerte de conseguir el alimento, el cobijo y el tiempo libre necesarios para maravillarse con el Universo circundante, me colma de un sentimiento de gratitud inefable.

¿Por qué habría de importarnos nuestro Universo?

Además, el pensamiento descendente me motiva e inspira sobre las posibilidades de futuro de la vida en este Universo. Pero si existen Universos paralelos donde se dan todos los futuros físicamente posibles, ¿por qué habría de importarnos este Universo en particular? Si todos los desenlaces acabarán sucediendo, ¿por qué inquietarnos por las decisiones que tomemos? Es más, ¿por qué habríamos de levantar un solo dedo o preocuparnos por nada en absoluto si el Multiverso del nivel IV existe y cualquier cosa que ocurra es una ilusión?

Debemos elegir entre dos alternativas racionales:

1. Al menos hay algo que nos importa y, por tanto, seguimos adelante y vivimos la vida tomando decisiones lógicas que revelan qué cosas nos preocupan.

2. No hay nada que nos importe y, por tanto, no hacemos nada en absoluto o actuamos al azar.

Obviamente, la opción 1 me parece la más inteligente.

Pero esta elección tiene consecuencias lógicas. Cuando pienso en la gente que me importa, me parece lógico que también me preocupen la civilización, el planeta y el Universo a los que pertenecen. En cambio, parece lógico que me preocupen menos otros Universos, porque las decisiones que tomo aquí en este Universo no pueden, por definición, ejercer ningún efecto sobre ellos (así que tampoco les afectan mis preocupaciones). Siguiendo esta lógica, limitemos lo que resta de artículo a este Universo y analicemos qué función desempeñamos en él.

¿Somos insignificantes?

Cuando se alza la mirada al cielo en noches despejadas, es fácil sentirse insignificante. Cuanto más he ido sabiendo a lo largo de la vida sobre la inmensidad del cosmos y el lugar que ocupamos dentro de él, más insignificante me he sentido. ¡Pero ya no! Desde que nuestros primeros ancestros admiraron las estrellas, el ego humano ha sufrido una serie de reveses. Para empezar, somos más pequeños de lo que creíamos. Eratóstenes reveló que la Tierra es mayor que millones de humanos, y sus compatriotas helénicos repararon en que el Sistema Solar es aún miles de veces mayor. Pero, a pesar de su grandeza, el Sol resultó no ser más que una estrella común entre cientos de miles de millones más, dentro de una galaxia que a su vez no es más que una de los cientos de miles de millones de galaxias que existen en el Universo observable, la región esférica desde donde la luz ha tenido tiempo de alcanzarnos durante los cerca de catorce mil millones de años transcurridos desde nuestra Gran Explosión.

La pequeñez de nuestra vida es tanto temporal como espacial: si trasladáramos esta historia cósmica de catorce mil millones de años a la escala temporal de un solo año, entonces los cien mil años de historia humana se convertirían en cuatro minutos y una vida de cien años se traduciría a dos décimas de segundo. Para seguir bajándonos los humos, hemos sabido que tampoco es que seamos muy especiales. Darwin nos enseñó que somos animales; Freud nos reveló que somos irracionales; en la actualidad, las máquinas nos superan en cuanto a fuerza e inteligencia jugando al ajedrez o a otros programas. Para colmo de males, los cosmólogos han descubierto que ni siquiera estamos hechos de la sustancia que más abunda.

Cuanto más descubrimos al respecto, menos importantes nos sentimos. Pero cambiemos de opinión y seamos más optimistas acerca de nuestra relevancia cósmica. ¿Por qué? Pues porque ahora el desarrollo de vida avanzada es algo muy singular, pero tiene unas  posibilidades inmensas de futuro, lo que confiere una trascendencia extraordinaria al lugar y al tiempo en que nos encontramos.

¿Estamos solos?

En conferencias sobre Cosmología, a veces se suele pedir a los asistentes que levanten la mano si creen que hay vida inteligente en otros lugares del Universo. Nunca falla: casi todo el mundo dice que sí, desde pequeños en edad preescolar hasta estudiantes universitarios. Cuando se pregunta por qué, la respuesta suele ser que el espacio es tan inmenso que tiene que haber vida en algún otro lugar, aunque solo sea por una razón estadística. Pero ¿es correcto este argumento en realidad? Creo que no, y voy a explicar por qué.

Tal como señaló el astrónomo estadounidense Francis Drake, la probabilidad de que haya vida inteligente en un lugar determinado se puede calcular multiplicando la probabilidad de que tenga un entorno habitable (por ejemplo, un planeta óptimo) por la probabilidad de que se haya desarrollado la vida en él y por la probabilidad de que esa vida haya evolucionado hasta volverse inteligente. Hace años, no teníamos ninguna pista sobre ninguna de estas tres probabilidades. Tras los espectaculares hallazgos de planetas en órbita alrededor de otras estrellas en la década pasada, ahora parece probable que los planetas habitables abundan, y que solo en nuestra Galaxia hay miles de millones de ellos. En cambio, la probabilidad de que hayan desarrollado vida e inteligencia es dudosa en extremo: algunos expertos creen que una o ambas posibilidades son bastante inevitables y se dan en la mayoría de los planetas habitables, mientras que otros piensan que una o ambas posibilidades son muy improbables debido a uno o más cuellos de botella evolutivos, grandes filtros, que requieren un gran golpe de suerte para atravesarlos.

Algunos obstáculos propuestos implican problemas como el del huevo y la gallina en las primeras etapas de la vida autorreproductiva: por ejemplo, para que una célula actual produzca un ribosoma (la complejísima máquina molecular que lee el código genético y crea las proteínas), necesita otro ribosoma, y no es obvio que el primer ribosoma experimentara una evolución gradual a partir de algo más simple. Otros cuellos de botella propuestos guardan relación con el desarrollo de inteligencia superior. Por ejemplo, aunque los dinosaurios dominaron la Tierra durante más de cien millones de años, un periodo temporal mil veces mayor que el que llevamos existiendo los  humanos modernos, la evolución no pareció empujarlos de forma inevitable  hacia el desarrollo de una inteligencia superior para inventar telescopios u ordenadores.

En otras palabras, creo que podemos afirmar sin equivocarnos que aún no tenemos ninguna pista sobre qué fracción de todos los planetas existentes alberga vida inteligente: a priori, sin observar y examinar otros planetas, cualquier orden de magnitud que se proponga será tan bueno como cualquier otro. Esta es la manera habitual de crear modelos con una incertidumbre tan extrema en Ciencia, y recibe el nombre de "prior logarítmico uniforme", que significa que hay las mismas probabilidades aproximadas de que la fracción de planetas con vida inteligente ascienda a uno entre 1000, que a uno entre un millón, que a uno entre 1000 millones, que a uno entre un billón, que a uno entre un trillón, etc.

Teniendo esto en cuenta, ¿a qué distancia se encuentra la civilización inteligente más cercana? A partir de la afirmación anterior se deriva que esa distancia también tiene un prior logarítmico uniforme, así que, a priori, antes de mirar, hay más o menos la misma probabilidad de que la respuesta sea 10 10 metros, 10 20 metros, 10 30 metros, 10 40 metros, etc., tal como ilustra la figura 3.

Veamos ahora qué sabemos a partir de la observación. Hasta ahora, las búsquedas astronómicas directas no han revelado ningún signo de inteligencia extraterrestre, y no existe ningún indicio que goce de una aceptación general de que la Tierra haya recibido la visita de alienígenas. Mi interpretación personal de esto es que la fracción de planetas que albergan inteligencia es minúscula, y que lo más probable es que no haya vida con inteligencia superior en unos 10 21 metros a la redonda, es decir, dentro de la Galaxia o en sus inmediaciones. Baso esta conclusión en varios supuestos:

La colonización interestelar es posible desde un punto de vista físico y se alcanzaría con facilidad si una civilización tan avanzada como la nuestra dispusiera de un millón de años para desarrollar la tecnología necesaria.

Hay miles de millones de planetas habitables en la Galaxia, muchos de los cuales se formaron, no solo millones de años, sino miles de millones de años antes que la Tierra.

Una fracción nada despreciable de las civilizaciones capacitadas para  colonizar el espacio optaría por hacerlo.

FIGURA 3

¿Estamos solos? Las enormes incertidumbres sobre cómo se desarrolló la vida y la inteligencia sugieren que la civilización más próxima en el espacio casi tiene las mismas probabilidades de hallarse en cualquier lugar a lo largo del eje horizontal de esta gráfica, lo que torna muy improbable que se encuentre entre los confines de nuestra Galaxia (a unos 10 21 metros de distancia) y los confines de nuestro Universo (unos 10 26 metros de distancia). Si estuviera mucho más cerca que ese intervalo, habría tantas civilizaciones avanzadas en la Galaxia que ya lo habríamos notado, lo que insta a pensar que en realidad estamos solos en el Universo.

Para el primer supuesto parto de una idea amplia sobre la tecnología que podría emplearse. Por ejemplo, en lugar de enviar al espacio organismos grandes, de dimensiones humanas, tal vez sea más eficaz mandar enjambres de pequeñas nanosondas capacitadas para autoensamblarse, que construyan factorías al desembarcar, y que monten cualquier forma de vida más grande usando instrucciones transmitidas a la velocidad de la luz a través de la radiación electromagnética. Entre las objeciones más frecuentes al tercer supuesto figura la hipótesis de que las civilizaciones avanzadas sean buenas por naturaleza o no se interesen por la colonización, tal vez porque su avanzada tecnología les permita alcanzar todas sus metas con los recursos que ya tienen.

Otra posibilidad es que prefieran pasar inadvertidas para protegerse o por otras razones, o que colonicen de un modo imperceptible: el astrónomo estadounidense John A. Ball ha llamado a esto la "hipótesis del zoo" y aparece en clásicos de la Ciencia ficción como "Hacedor de estrellas", de Olaf Stapledon. Creo que no deberíamos subestimar la diversidad de las civilizaciones avanzadas dando por supuesto que todas comparten los mismos objetivos: basta con que una civilización decida colonizar abiertamente todo lo que pueda, para que se extienda por toda la Galaxia y más allá. Ante un riesgo así, hasta las civilizaciones sin ningún interés por la colonización se sentirán impelidas a expandirse por protección.

Si esta interpretación es correcta, la civilización más cercana se encuentra a unos 1 000 000 … 000 metros de distancia, donde probablemente dará más o menos igual que el total de ceros ascienda a 21, 22, 23, … 100, 101, 102, etc., pero no será muy inferior a 21. Sin embargo, para que esa civilización esté en este Universo, cuyo radio mide unos 10 26 metros, la cantidad de ceros no puede pasar de 26, y la probabilidad de que el número de ceros caiga en la estrecha franja entre 22 y 26 es bastante reducida.

Por eso creo que estamos solos en el Universo.

¿De verdad somos insignificantes?

Probablemente somos la forma de vida más inteligente de todo este Universo. Solo una minoría piensa así, y es muy posible que esté equivocado, pero, como mínimo, es una posibilidad que no podemos descartar de momento. Así que exploremos las implicaciones que tendría si fuera cierta y fuéramos la única civilización de este Universo que se ha desarrollado hasta el punto de construir telescopios.

Fue la inmensidad del espacio lo que nos hizo sentir insignificantes al principio. Pero esas grandiosas galaxias son visibles y hermosas para nosotros y nada más que para nosotros. Solo nosotros les damos algún sentido, lo que convierte este planeta en el lugar más significativo de todo el Universo observable. Si no existiéramos, todas esas galaxias no serían más que un desperdicio de espacio gigantesco y sin ningún significado. También nuestras cortas vidas parecían insignificantes al compararlas con la inmensidad del tiempo cósmico.

Sin embargo, el breve siglo en el que vivimos seguramente es el más trascendente de toda la historia de este Universo: el siglo en el que se decidirá el sentido de su futuro. Tendremos la tecnología necesaria tanto para autodestruirnos como para diseminar la vida por el cosmos. La situación es tan inestable que dudo que podamos seguir en esta encrucijada más de un siglo más. Si acabamos tomando la senda de la vida y no la de la muerte, entonces, en un futuro lejano, este cosmos rebosará de vida con un único origen: lo que hagamos aquí y ahora. No tengo ni idea de cómo nos imaginarán en el futuro, pero estoy seguro de que no nos recordarán como insignificantes.

Las posibilidades de futuro de la vida en este Universo dejan muy atrás los sueños de nuestros ancestros, si bien quedan matizadas por unas posibilidades igual de reales de que la vida inteligente se extinga para siempre. ¿Aprovechará la vida de este Universo ese potencial o lo malgastará? Eso se decidirá a lo largo de nuestra vida aquí, en la nave Tierra, por nosotros y por el resto de los pasajeros que nos acompañan.

¡Tomemos parte!

                                                                                              © 2022 JAVIER DE LUCAS