EL EFECTO PLACEBO

 

Los efectos placebo hacen referencia a la respuesta aparente a un tratamiento o intervención que se debe a una causa distinta de la respuesta biológica a un tratamiento activo.

“El placebo no cura nada. No hay ninguna vía interna potencialmente poderosa que haga que el placebo cure. Como mucho, las mentiras te harán sentir mejor”.

MARK CRISLIP

Los tónicos radiactivos gozaban de popularidad en el siglo XX y su momento álgido llegó en la década de 1920. La radioactividad era un descubrimiento reciente y todavía parecía novedosa y seductora (recordemos que esto fueantes de que la bomba atómica convirtiera la radioactividad en algo terrorífico). La gente ensalzaba los múltiples beneficios para la salud que aportaban el radio o el agua radioactiva mientras se envenenaban lentamente.

Pero este no es un incidente histórico aislado. También a principios del siglo XX, el doctor Albert Abrams empezó a comercializar una caja negra llamada Dinamizador, que, según él, era capaz de diagnosticar cualquier enfermedad mediante ondas de radio. Igual que la radiación, el radio era percibido como algo innovador y de alta tecnología. Abrams dio continuidad a su falso dispositivo de diagnóstico con el Osciloclasto, un artilugio que usaba esas mismas ondas de radio para tratar las enfermedades.

Miles de médicos alquilaron y usaron estas máquinas y millones de pacientes estaban plenamente convencidos de sus efectos. Y aun así, la revista Scientific American y la Asociación Médica Estadounidense publicaron en 1924 los resultados de sus investigaciones, cuya conclusión fue: «Sometido a la fría luz del conocimiento científico, la cuestión Abrams es el colmo de la absurdidad. Las denominadas “reacciones electrónicas” de Abrams no existen, al menos de forma objetiva. Son las meras consecuencias de la mentalidad médica de Abrams. En el mejor de los casos, es un espejismo. En el peor, un colosal fraude».

Cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos por fin abrió algunas de las cajas negras de Abrams (poco después de su muerte), no se encontró más que componentes electrónicos de uso cotidiano no más complejos que un simple timbre.

No caigamos en el error de pensar que estos episodios son exclusivos del pintoresco pasado. Podría decirse, por poner un ejemplo, que la reciente popularidad de las pulseras de goma y de plástico que aseguran mejorar el rendimiento deportivo es más absurda si cabe que estos ejemplos históricos. Y hay muchísimos más. Entonces, ¿cómo se explica que tantas personas crean que tratamientos cuya inutilidad e incluso nocividad está demostrada proporcionan beneficios para la salud? La respuesta está en el efecto placebo (o, más concretamente, en los efectos placebo).

¿QUÉ SON LOS EFECTOS PLACEBO?

La definición práctica de un efecto placebo es cualquier efecto positivo para la salud medido tras una intervención que no está relacionado con la respuesta fisiológica a un tratamiento biológico activo. (A los efectos negativos de un tratamiento inactivo se les llama efectos «nocebo».) En un ensayo clínico, el efecto placebo es cualquier respuesta medida en el grupo de sujetos de estudio que recibió un tratamiento inactivo, como una pastilla de azúcar. Sin embargo, el nombre de «efecto placebo» es poco apropiado y fomenta la confusión, ya que no se trata de un único efecto sino del resultado neto de muchos posibles factores.

Las diversas influencias que contribuyen a la aparición de un efecto placebo medido o percibido varían en función de la situación, es decir, de los síntomas o resultados que se estén observando. Los resultados subjetivos como el dolor, la fatiga y una sensación de bienestar general están sometidos a toda una serie de factores psicológicos. Por ejemplo, los sujetos que participan en estudios clínicos quieren mejorar; quieren creer que están recibiendo el tratamiento experimental activo y que funciona; quieren sentir que el tiempo y el esfuerzo que han dedicado ha merecido la pena; y quieren contentar a los investigadores. Por su parte, los investigadores quieren que su tratamiento funcione y quieren ver mejoras en sus pacientes. Todo ello conduce a que a menudo se observe un gran sesgo de información científica.

En otras palabras: es probable que los sujetos se convenzan a sí mismos de que se sienten mejor y digan sentirse mejor, incluso cuando no es así. Además, las observaciones de los encargados del ensayo tienden a estar sesgadas a favor del efecto positivo.

Se ha demostrado claramente que los sujetos sometidos a estudio en un ensayo clínico presentan mejoras objetivas. Estas mejoras se deben precisamente a que están participando en un ensayo clínico: prestan más atención a su salud general y se cuidan más como consecuencia de los constantes recordatorios sobre su salud y hábitos que reciben en las visitas de control y de la atención que están recibiendo, con exploraciones médicas frecuentes; además, su seguimiento general del tratamiento es más elevado de lo normal. Básicamente, los sujetos de un ensayo se cuidan más y reciben más atención médica que quienes no forman parte de un ensayo.

En el momento en que las personas que no participan en un ensayo clínico deciden mejorar su salud con un tratamiento nuevo suelen presentar un comportamiento más saludable en otros sentidos. También está el fenómeno estadístico llamado «regresión a la media». En cualquier sistema variable, como por ejemplo el rendimiento deportivo o las subidas y bajadas de los síntomas de una enfermedad crónica, es estadísticamente probable que cualquier variación extrema vaya seguida de una variación más típica. Esto significa que cuando aparecen síntomas graves, es probable que terminen aliviándose o regresando a la media. Lo que también significa que es probable que, después de someterte a cualquier tratamiento mientras tus síntomas son severos, dichos síntomas mejoren, lo que crea el espejismo de que el tratamiento ha funcionado.

Un fenómeno similar aparece cuando alguien presenta síntomas de larga duración y prueba distintos tratamientos secuencialmente. Prueba un tratamiento tras otro hasta que los síntomas mejoran o se resuelven, y el mérito de la mejora se lo lleva el tratamiento más reciente.

Existe la creencia común de que el efecto placebo es en gran medida un efecto de la mente sobre la materia, pero esta idea es errónea. No existen evidencias convincentes de que la mente sea capaz de curar mediante la voluntad o la creencia. Sin embargo, el estado de ánimo y las creencias pueden tener un efecto significativo en la percepción subjetiva del dolor. No hay ningún método que nos permita medir el dolor directamente en su condición de fenómeno, y los estudios sobre el dolor dependen de las informaciones subjetivas proporcionadas por quienes están en tratamiento, lo que significa que la presencia de sesgos de percepción y de informe sea muy probable en los ensayos sobre el dolor.

Sin embargo, existen procesos mentales que, mediante mecanismos biológicos, pueden afectar al dolor. Por ejemplo, el incremento de la actividad física puede liberar endorfinas que inhiban el dolor de forma natural. La percepción del dolor también puede disminuir mediante simples distracciones. Incluso maldecir reduce la intensidad del dolor expresada por quien lo padece. Todo esto hace que el efecto placebo del dolor sea típicamente elevado, de aproximadamente un 30%.

Cuanto más concreto y fisiológico sea el resultado, menor será el efecto placebo. Por ejemplo, la supervivencia de tipos graves de cáncer no presenta ningún efecto placebo demostrable. Existe el «efecto del ensayo clínico», del que ya he hablado: participar en un ensayo tiende a mejorar el cuidado y el seguimiento del tratamiento, pero no se observa ningún efecto placebo ulterior. No existe ninguna evidencia convincente de que el estado de ánimo o el pensamiento sean capaces, por sí solos, de derrotar al cáncer o a otras enfermedades similares.

A partir de la presuposición frecuente y engañosa de que los efectos placebo dependen de la creencia en la efectividad de un tratamiento (cosa que no es cierta), hay quienes extraen la conclusión de que el efecto placebo no afecta a los animales o a los bebés. No obstante, los efectos ilusorios de la regresión a la media y los efectos no específicos de la atención recibida también están presentes en ellos. Además, alguien debe decidir si el caballo o el bebé en cuestión presenta mejoría, y esta evaluación puede estar sesgada y contribuir así a la aparición de un efecto placebo observado.

Las investigaciones sobre los efectos placebo han aumentado en los últimos años. Entre otras cosas, a los investigadores les interesa saber hasta qué punto lo que se considera un efecto placebo es una mejora biológica o bien información subjetiva y espejismos. Puede que la demostración más clara de esta diferencia sea la publicada por el equipo de Michael Wechsler. Compararon el albuterol (una medicina para el asma), un placebo, la acupuntura sham (colocando las agujas en los puntos «equivocados») y la ausencia de tratamiento en la gestión de los ataques de asma y midieron la respuesta subjetiva y la objetiva. Estos dos gráficos hablan por sí mismos:

Como se puede ver, los sujetos dijeron sentirse mejor con los tratamientos placebo (medicina falsa o acupuntura falsa), pero al medir su función respiratoria no se observó ninguna mejora real. Solo la medicina auténtica mejoró la función pulmonar. Esto es un peligro potencial. De no tratarse, un ataque de asma severo puede ser mortal. Puede que el paciente se convenza a sí mismo de que se siente mejor gracias al tratamiento placebo y que retrase su visita a urgencias mientras su función pulmonar empeora.

El estudio de Weschler es bastante representativo de la investigación médica sobre este tema en general: los efectos placebo son subjetivos, ilusorios y efímeros. No constituyen una cura real. Cualquier beneficio real que contribuye al efecto placebo se puede lograr mediante métodos más sencillos, como unos hábitos saludables, el seguimiento del tratamiento y un buen cuidado de la salud. El efecto placebo no demuestra la existencia de un misterioso efecto de la mente sobre la materia, pero dado que la mente es materia (el cerebro) y que está conectada al resto del cuerpo, algunos efectos fisiológicos conocidos sí contribuyen (aunque suelen exagerarse en gran medida).

A la luz de todo esto, no parece que los efectos placebo basten para justificar tratamientos mágicos, desmentidos o altamente improbables. Y no hay que olvidar que los tratamientos respaldados por la ciencia pueden provocar los mismos efectos placebo. No hace falta que creas en la magia. No hace falta que creas en las religiones. Y, sin embargo, esto es precisamente lo que afirman los partidarios de cualquier tipo de pseudociencia médica. Afirman alegremente, sin evidencia alguna, que sus tratamientos ofrecen efectos reales, ya sean tratamientos homeopáticos (que no son más que agua), medicina energética o enemas de café.

En cuanto los estudios científicos demuestran que sus tratamientos no son mejores que cualquier placebo (es decir, que no funcionan), los partidarios dicen que los placebos también curan. En cierto sentido, gran parte de la práctica de la llamada «medicina alternativa» es medicina de placebo, puesto que usan rituales elaborados y explicaciones fantasiosas para limitarse a producir nada más que efectos placebo imaginarios. Esta estrategia depende de la percepción errónea de que los efectos placebo son efectos de la mente sobre la materia auténticos, cuando en realidad son básicamente espejismos y engaños.

Y es que, por mucho que suene a tópico, el rey Placebo va  desnudo.

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