HISTORIA DE LA POESIA EN ESPAÑA

 

CUARTA PARTE

EL SIGLO XVI (HASTA GARCILASO)

 Céspedes (Pablo de)

(Córdoba 1538 - id. 1608). Estudió en Alcalá de Henares y se graduó en Teología y Artes. De 1559 a 1566, estuvo en Italia, pero volvió a Córdoba, donde en 1576 lo encontramos como racionero de la Catedral. Hombre polifacético, fue pintor, escultor, arquitecto y escritor. Una de sus composiciones poéticas más conocidas se titula precisamente, ARTE DE LA PINTURA.

DURACIÓN DE LA TINTA

                        (fragmento del poema

                        «EL ARTE DE LA PINTURA»)

Tiene la eternidad ilustre asiento

en este humor, por siglos infinitos,

no en el oro o el bronce, ni ornamento

vario, ni en los colores exquisitos:

la vaga fama con robusto aliento

en él esparce, los canoros gritos

con que celebra las famosas lides

desde la India a la ciudad de Alcides...

 

Los soberbios alcázares alzados

en los latinos montes hasta el cielo,

anfiteatros y arcos levantados

de poderosa mano y noble celo,

por tierra desparcidos y asolados

son polvo ya que cubre el yermo suelo;

de su grandeza apenas la memoria

vive y el nombre de pasada gloria...

Todo se anega en el Estigio lago;

oro esquivo, nobleza, ilustres hechos;

el ancho imperio de la gran Cartago

tuvo su fin con los soberbios techos;

sus fuertes muros de espantoso estrago

sepultados encierra en sí y deshechos

el espacioso puerto, donde suena

ahora el mar en la desierta arena...

 

¡Cuántas obras la tierra avara esconde,

que ya ceniza y polvo las contemplo!

¿Dónde el bronce labrado y oro, y dónde

atrios y gradas del asirio templo,

al cual de otro gran rey nunca responde

de alta memoria peregrino ejemplo?

Sólo el decoro que el ingenio adquiere

se libra de morir o se difiere.

 

No creo que otro fuese el sacro río

que al vencedor Aquiles y ligero

le hizo el cuerpo con fatal rocío

impenetrable al homicida acero,

que aquella trompa y sonoroso brío

del claro verso del eterno Homero,

que viviendo en la boca de la gente

ataja de los siglos la corriente ...

Cetina, Gutierre de

(Sevilla, 1520 - Puebla de los Ángeles (Méjico) 1557). De familia acomodada, se educó en Sevilla donde estudió a los clásicos. Como cortesano de Carlos I, viajó por Europa. En toda su producción se advierte la influencia italiana. En la poesía española ocupa un lugar intermedio entre Fernando de Herrera y Garcilaso de la Vega. Escribió MADRIGALES, CANCIONES, SONETOS y EPÍSTOLAS.

Es muy famoso el madrigal dedicado, A UNOS OJOS. Murió trágicamente, en Méjico, a causa de un lance amoroso. Tiene también alguna obra en prosa burlesca, como DIÁLOGO ENTRE LA CABEZA Y LA GORRA o la PARADOJA EN ALABANZA DE LOS CUERPOS.      

AMOR MUEVE MIS ALAS

Amor mueve mis alas y tan alto

las lleva el amoroso pensamiento,

que de hora en hora así subiendo siento

quedar mi parecer más corto y falto.

Temo tal vez mientras mi vuelo exalto;

mas luego llega a mí el conocimiento

y pruébase que es poco en tal tormento

por inmortal honor mi mortal salto.

Que si otro puso al mar perpetuo nombre

do el soberbio valor le dio la muerte,

presumiendo de sí más que podía,

de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre

que si al cielo llegar negó la suerte,

la vida le faltó, no la osadía.»

SONETO

¡Ay, sabrosa ilusión, sueño süave!

¿Quién te ha enviado a mí? ¿Cómo viniste?

¿Por donde entraste el alma? O ¿qué le diste,

a mi secreto por guardar la llave?

¿Quién pudo a mi dolor fiero, tan grave,

el remedio poner que tú pusiste?

Si el ramo tinto en Lete en mí esparciste,

ten la mano al velar, que no se acabe.

Bien conozco que duermo y que me engaño

mientras envuelto en un bien falso, dudoso,

manifiesto mi mal se muestra cierto;

pero, pues excusar no puedo un daño,

hazme sentir, ¡oh sueño pïadoso!,

antes durmiendo el bien que el mal despierto.

MADRIGAL

Cubrir los bellos ojos

con la mano que ya me tiene muerto

cautela fue por cierto,

que ansí doblar pensastes mis enojos.

Pero de tal cautela

harto mayor ha sido el bien que el daño,

que el resplandor extraño

del sol se puede ver mientras se cela.

Así que, aunque pensastes

cubrir vuestra beldad, única, inmensa,

yo os perdono la ofensa,

pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.

SONETO

Entre armas, guerra, fuego, ira y furores

que al soberbio francés tienen opreso,

cuando el aire es más turbio y más espeso,

allí me aprieta el fiero ardor de amores.

Miro al cielo, los árboles, las flores,

y en ellos hallo mi dolor expreso;

que en el tiempo más frío y más avieso

nacen y reverdecen mis temores.

Digo llorando: «¡Oh dulce primavera!

¿Cuándo será que a mi esperanza vea,

verde, prestar al alma algún sosiego?»

Mas temo que mi fin mi suerte fiera

tan lejos de mi bien quiere que sea

entre guerra y furor, ira, armas, fuego.

SONETO

Horas alegres que pasáis volando,

porque, a vueltas del bien, mayor mal sienta;

sabrosa noche que, en tan dulce afrenta,

el triste despedir me vas mostrando;

importuno reloj que, apresurando

tu curso, mi dolor me representa;

estrellas (con quien nunca tuve cuenta)

que mi partida vais acelerando;

gallo que mi pesar has denunciado,

lucero que mi luz va oscureciendo,

y tú, mal sosegada y moza aurora:

sí en vos cabe dolor de mi cuidado,

id poco a poco el paso deteniendo,

sí no puede ser más, siquiera un hora.

MADRIGAL  OJOS CLAROS, SERENOS

Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquel que os mira,

no me miréis con ira,

porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay tormentos rabiosos!

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.

Cruz (San Juan de la)

Fontiveros (Ávila 1542 - Ubeda (Jaén 1591). De orígenes muy humildes, se llamó Juan de Yepes y Alvarez. Profesó en el convento carmelita de Medina del Campo con el nombre de Fray juan de Santo Matía, a los 22 años.

Estudió en la Universidad de Salamanca con maestros ilustres, como Fray Luis de León y Melchor Cano, llevando una vida austerísima que ya presagiaba su santidad. Santa Teresa que ya había emprendido la reforma de la rama femenina del Carmelo y buscaba a alguien que acometiese la misma empresa en los conventos de frailes, conoció a Fray Juan en Medina del Campo y le encomendó esta tarea. Fundó en Duruelo el primer convento reformado y adoptó el nombre con el que pasaría a la historia.

Le alcanzaron las conmociones a las que dio lugar la reforma carmelita y fue encarcelado en Toledo en 1577, aunque luego obtuvo diversos puestos en su orden y pudo continuar la reforma. Su obra poética es breve pero muy importante en la mística española. NOCHE OSCURA DEL ALMA, CÁNTICO ESPIRITUAL, LLAMA DE AMOR VIVA, además de algunas canciones, romances y glosas a lo divino. Como estrofa, usó preferentemente la lira y con él alcanza la poesía española su máximo lirismo.

CANCIONES ENTRE EL ALMA Y EL ESPOSO

Esposa:

1. ¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y eras ido.

2. Pastores, los que fuerdes

allí por las majadas al otero,

si por ventura vierdes

aquel que yo más quiero,

decidle que adolezco, peno y muero.

3. Buscando mis amores,

ir por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.

4. ¡Oh bosques y espesuras,

plantadas por la mano del Amado!

¡Oh prado de verduras,

de flores esmaltado!

Decid si por vosotros ha pasado.

5. Mil gracias derramando

pasó por estos sotos con presura,

y, yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de hermosura.

6. ¡Ay, quién podrá sanarme!

Acaba de entregarte ya de vero;

no quieras enviarme

de hoy más ya mensajero,

que no saben decirme lo que quiero.

7. Y todos cuantos vagan

de ti me van mil gracias refiriendo,

y todos más me llagan,

y déjame muriendo

un no sé qué que quedan balbuciendo.

8. Mas ¿cómo perseveras,

¡oh vida!, no viviendo donde vives,

y haciendo porque mueras

las flechas que recibes

de lo que del Amado en ti concibes?

9. ¿Por qué, pues has llagado

aqueste corazón, no le sanaste?

Y, pues me le has robado,

¿por qué así le dejaste,

y no tomas el robo que robaste?

10. Apaga mis enojos,

pues que ninguno basta a deshacellos,

y véante mis ojos,

pues eres lumbre dellos,

y sólo para ti quiero tenellos.

11. Descubre tu presencia,

y máteme tu vista y hermosura;

mira que la dolencia

de amor, que no se cura

sino con la presencia y la figura.

12. ¡Oh cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados

formases de repente

los ojos deseados

que tengo en mis entrañas dibujados!

13. ¡Apártalos, Amado,

que voy de vuelo!.

Esposo:

- Vuélvete, paloma,

que el ciervo vulnerado

por el otero asoma

al aire de tu vuelo, y fresco toma.

Esposa:

14. Mi Amado, las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos,

 

15. la noche sosegada

en par de los levantes del aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora.

 

16. Cazadnos las raposas,

que está ya florecida nuestra viña,

en tanto que de rosas

hacemos una piña,

y no parezca nadie en la montiña.

 

17. Detente, cierzo muerto;

ven, austro, que recuerdas los amores,

aspira por mi huerto,

y corran sus olores

y pacer el Amado entre las flores.

 

18. ¡Oh ninfas de Judea!,

en tanto que en las flores y rosales

el ámbar perfumea,

morá en los arrabales,

y no queréis tocar nuestros umbrales.

 

19. Escóndete, Carillo,

y mira con tu haz a las montañas,

y no quieras decillo;

mas mira las compañas

de la que va por ínsulas extrañas.

Esposo:

 

20. A las aves ligeras,

leones, ciervos, gamos saltadores,

montes, valles, riberas,

aguas, aires, ardores

y miedos de las noches veladores.

 

21. Por las amenas liras

y canto de sirenas os conjuro

que cesen vuestras iras,

y no toquéis al muro,

porque la Esposa duerma más seguro.

 

22. Entrado se ha la Esposa

en el ameno huerto deseado,

y a su sabor reposa

el cuello reclinado

sobre los dulces brazos del Amado.

 

23. Debajo del manzano,

allí conmigo fuiste desposada,

allí te di la mano,

y fuiste reparada

donde tu madre fuera violada.

 

Esposa:

 

24. Nuestro lecho florido,

de cuevas de leones enlazado,

en púrpura tendido,

de paz edificado,

de mil escudos de oro coronado.

 

25. A zaga de tu huella

las jóvenes discurren al camino,

al toque de centella,

al adobado vino,

emisiones de bálsamo divino.

 

26. En la interior bodega

de mi Amado bebí, y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía;

y el ganado perdí que antes seguía.

 

27. Allí me dio su pecho,

allí me enseñó ciencia muy sabrosa,

y yo le di de hecho

a mí sin dejar cosa;

allí le prometí de ser su Esposa.

 

28. Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.

 

29. Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que, andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada.

 

30. De flores y esmeraldas,

en las frescas mañanas escogidas,

haremos las guinaldas

en tu amor florecidas

y en un cabello mío entretejidas.

 

31. En solo aquel cabello

que en mi cuello volar consideraste,

mirástele en mi cuello,

y en él preso quedaste,

y en uno de mis ojos te llagaste.

 

32. Cuando tú me mirabas,

su gracia en mí tus ojos imprimían;

por eso me adamabas,

y en eso me decían

los míos adorar lo que en ti vían.

 

33. No quieras despreciarme

que, si color moreno en mí hallaste,

ya bien puedes mirarme

después que me miraste,

que gracia y hermosura en mí dejaste.

 

Esposo:

 

34. La blanca palomica

al arca con el ramo se ha tornado;

y ya la tortolica

al socio deseado

en las riberas verdes ha hallado.

 

35. En soledad vivía,

y en soledad ha puesto ya su nido;

y en soledad la guía

a solas su querido,

también en soledad de amor herido.

 

Esposa:

 

36. Gocémonos,Amado,

y vámonos a ver en tu hermosura

al monte y al collado,

do mana el agua pura;

entremos más adentro en la espesura.

 

37. Y luego a las subidas

cavernas de la piedra nos iremos,

que están bien escondidas,

y allí nos entraremos,

y el mosto de granadas gustaremos.

 

38. Allí me mostrarías

aquello que mi alma pretendía,

y luego me darías

allí, tú, vida mía,

aquello que me diste el otro día:

 

39. El aspirar del aire,

el canto de la dulce filomena,

el soto y su donaire,

en la noche serena,

con llama que consume y no da pena.

 

40. Que nadie lo miraba,

Aminarab tampoco parecía,

y el cerco sosegaba,

y la caballería

a vista de las aguas descendía.

 

ROMANCES

 

      Romance sobre el Evangelio

      'in principio erat Verbum',

      acerca de la Santísima Trinidad.

            1.

 

En el principio moraba

el Verbo, y en Dios vivía,

en quien su felicidad

infinita poseía.

El mismo Verbo Dios era,

que el principio se decía;

Él moraba en el principio,

y principio no tenía.

El era el mismo principio;

por eso de él carecía.

El Verbo se llama Hijo,

que del principio nacía;

hale siempre concebido

y siempre le concebía;

dale siempre su sustancia,

y siempre se la tenía.

Y así la gloria del Hijo

es la que en el Padre había

y toda su gloria el Padre

en el Hijo poseía.

Como amado en el amante

uno en otro residía,

y aquese amor que los une

en lo mismo convenía

con el uno y con el otro

en igualdad y valía.

Tres Personas y un amado

entre todos tres había,

y un amor en todas ellas

y un amante las hacía,

y el amante es el amado

en que cada cual vivía;

que el ser que los tres poseen

cada cual le poseía,

y cada cual de ellos ama

a la que este ser tenía.

Este ser es cada una,

y éste solo las unía

en un inefable nudo

que decir no se sabía;

por lo cual era infinito

el amor que las unía,

porque un solo amor tres tienen

que su esencia se decía;

que el amor cuanto más uno,

tanto más amor hacía.

 

            2.

 

De la comunicación de las tres Personas.

 

En aquel amor inmenso

que de los dos procedía,

palabras de gran regalo

el Padre al Hijo decía,

de tan profundo deleite,

que nadie las entendía;

sólo el Hijo lo gozaba,

que es a quien pertenecía.

Pero aquello que se entiende

de esta manera decía:

-Nada me contenta, Hijo,

fuera de tu compañía;

y si algo me contenta,

en ti mismo lo quería.

El que a ti más se parece

a mi más satisfacía,

y el que en nada te semeja

en mí nada hallaría.

En ti solo me he agradado,

¡oh vida de vida mía!.

Eres lumbre de mi lumbre,

eres mi sabiduría,

figura de mi sustancia,

en quien bien me complacía.

Al que a ti te amare, Hijo,

a mí mismo le daría,

y el amor que yo en ti tengo

ese mismo en él pondría,

en razón de haber amado

a quien yo tanto quería.

 

            3.

 

De la creación

 

-Una esposa que te ame.

mi Hijo, darte quería,

que por tu valor merezca

tener nuestra compañía

y comer pan a una mesa,

del mismo que yo comía,

porque conozca los bienes

que en tal Hijo yo tenía,

y se congracie conmigo

de tu gracia y lozanía.

-Mucho lo agradezco, Padre,

el Hijo le respondía-;

a la esposa que me dieres

yo mi claridad daría,

para que por ella vea

cuánto mi Padre valía,

y cómo el ser que poseo

de su ser le recibía.

Reclinarla he yo en mi brazo,

y en tu ardor se abrasaría,

y con eterno deleite

tu bondad sublimaría.

 

            4.

 

Prosigue

 

-Hágase, pues -dijo el Padre-,

que tu amor lo merecía;

y en este dicho que dijo,

el mundo criado había

palacio para la esposa

hecho en gran sabiduría;

el cual en dos aposentos,

alto y bajo dividía.

El bajo de diferencias

infinitas componía;

mas el alto hermoseaba

de admirable pedrería,

porque conozca la esposa

el Esposo que tenía.

En el alto colocaba

la angélica jerarquía;

pero la natura humana

en el bajo la ponía,

por ser en su compostura

algo de menor valía.

Y aunque el ser y los lugares

de esta suerte los partía,

pero todos son un cuerpo

de la esposa que decía;

que el amor de un mismo Esposo

una esposa los hacía.

Los de arriba poseían

el Esposo en alegría;

los de abajo, en esperanza

de fe que les infundía,

diciéndoles que algún tiempo

él los engrandecería.

y que aquella su bajeza

él se la levantaría

de manera que ninguno

ya la vituperaría;

porque en todo semejante

él a ellos se haría

y se vendría con ellos,

y con ellos moraría;

y que Dios sería hombre,

y que el hombre Dios sería,

y trataría con ellos,

comería y bebería;

y que con ellos contino

él mismo se quedaría,

hasta que se consumase

este siglo que corría,

cuando se gozaran juntos

en eterna melodía;

porque él era la cabeza

de la esposa que tenía,

a la cual todos los miembros

de los justos juntaría.

que son cuerpo de la esposa,

a la cual él tomaría

en sus brazos tiernamente,

y allí su amor la diría;

y que, así juntos en uno,

al Padre la llevaría,

donde del mismo deleite

que Dios goza, gozaría;

que, como el Padre y el Hijo,

y el que de ellos procedía

el uno vive en el otro,

así la esposa sería,

que, dentro de Dios absorta,

vida de Dios viviría.

 

            5.

 

Prosigue

 

Con esta buena esperanza

que de arriba les venía,

el tedio de sus trabajos

más leve se les hacía;

pero la esperanza larga

y el deseo que crecía

de gozarse con su Esposo

contino les afligía;

por lo cual con oraciones,

con suspiros y agonía,

con lágrimas y gemidos

le rogaban noche y día

que ya se determinase

a les dar su compañía.

Unos decían: -¡Oh si fuese

en mi tiempo el alegría!

Otros: -¡Acaba, Señor;

al que has de enviar, envía!

Otros: -¡Oh si ya rompieses

esos cielos, y vería

con mis ojos que bajases,

y mi llanto cesaría!

¡Regad, nubes, de lo alto,

que la tierra lo pedía,

y ábrase ya la tierra,

que espinas nos producía,

y produzca aquella flor

con que ella florecería!

Otros decían: -¡Oh dichoso

el que en tal tiempo sería,

que merezca ver a Dios

con los ojos que tenía,

y tratarle con sus manos,

y andar en su compañía,

y gozar de los misterios

que entonces ordenaría!

 

            6.

 

Prosigue

 

En aquestos y otros ruegos

gran tiempo pasado había;

pero en los postreros años

 

el fervor mucho crecía,

cuando el viejo Simeón

en deseo se encendía,

rogando a Dios que quisiese

dejalle ver este día.

 

Y así, el Espíritu Santo

al buen viejo respondía;

-Que le daba su palabra

que la muerte no vería

hasta que la vida viese

 

que de arriba descendía.

y que él en sus mismas manos

al mismo Dios tomaría,

y le tendría en sus brazos

y consigo abrazaría.

 

            7.

 

Prosigue la Encarnación.

 

Ya que el tiempo era llegado

en que hacerse convenía

el rescate de la esposa,

que en duro yugo servía

debajo de aquella ley

que Moisés dado le había,

el Padre con amor tierno

de esta manera decía:

 

Ya ves, Hijo, que a tu esposa

a tu imagen hecho había,

y en lo que a ti se parece

contigo bien convenía;

pero difiere en la carne

que en tu simple ser no había

 

En los amores perfectos

esta ley se requería:

que se haga semejante

el amante a quien quería;

que la mayor semejanza

más deleite contenía;

el cual, sin duda, en tu esposa

grandemente crecería

si te viere semejante

en la carne que tenía.

 

-Mi voluntad es la tuya

-el Hijo le respondía-,

y la gloria que yo tengo

es tu voluntad ser mía,

y a mí me conviene, Padre,

lo que tu Alteza decía,

porque por esta manera

tu bondad más se vería;

veráse tu gran potencia,

justicia y sabiduría;

irélo a decir al mundo

y noticia le daría

de tu belleza y dulzura

y de tu soberanía.

Iré a buscar a mi esposa,

y sobre mí tomaría

sus fatigas y trabajos,

en que tanto padecía;

y porque ella vida tenga,

yo por ella moriría,

y sacándola del lago

a ti te la volvería.

 

Prosigue

 

Entonces llamó a un arcángel

que san Gabriel se decía,

y enviólo a una doncella

que se llamaba María,

de cuyo consentimiento

el misterio se hacía;

en la cual la Trinidad

de carne al Verbo vestía;

y aunque tres hacen la obra,

en el uno se hacía;

y quedó el Verbo encarnado

en el vientre de María.

 

Y el que tenía sólo Padre,

ya también Madre tenía,

aunque no como cualquiera

que de varón concebía,

que de las entrañas de ella

él su carne recibía;

por lo cual Hijo de Dios

y del hombre se decía.

 

Del Nacimiento

 

Ya que era llegado el tiempo

en que de nacer había,

así como desposado

de su tálamo salía

abrazado con su esposa,

que en sus brazos la traía,

al cual la graciosa Madre

en un pesebre ponía,

entre unos animales

que a la sazón allí había.

Los hombres decían cantares,

los ángeles melodía,

festejando el desposorio

que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre

allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa

al desposorio traía.

 

Y la Madre estaba en pasmo

de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,

y en el hombre la alegría,

lo cual del uno y del otro

tan ajeno ser solía.

 

NOCHE OSCURA

 

            Canciones del alma que se goza de

            haber llegado al alto estado de la

            perfección, que es la unión con Dios,

            por el camino de la negación espiritual.

 

      1.

 

En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada.

 

      2.

 

A oscuras y segura,

por la secreta escala disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a oscuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada.

 

      3.

 

En la noche dichosa

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

 

      4.

 

Aquésta me guiaba

más cierto que la luz del mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

 

      5.

 

¡Oh noche que guiaste!

¡Oh noche amable más que el alborada!

¡Oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

 

      6.

 

En mi pecho florido

que entero para él sólo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba

 

      7.

 

El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería

y todos mis sentidos suspendía.

 

      8.

 

Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado,

cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

 

ROMANCE

      "Super flumina Babylonis".

 

Encima de las corrientes

que en Babilonia hallaba,

allí me senté llorando,

allí la tierra regaba,

acordándome de ti,

¡Oh Sión!, a quien amaba.

Era dulce tu memoria,

con ella más lloraba.

Dejé los trajes de fiesta,

los de trabajo tomaba,

y colgué en los verdes sauces

la música que llevaba,

poniéndola en esperanza

de aquello que en ti esperaba.

Allí me hirió el amor,

y el corazón me sacaba.

Díjele que me matase,

pues de tal suerte llagaba;

yo me metía en su fuego,

sabiendo que me abrasaba,

disculpando al avecica

que en el fuego se acababa.

Estábame en mí muriendo,

y en ti sólo respiraba,

en mí por ti me moría,

y por ti resucitaba,

que la memoria de ti

daba vida y la quitaba.

Gozábanse los extraños

entre quien cautivo estaba;

preguntábanme cantares

de lo que en Sión cantaba:

-Canta de Sión un himno,

veamos cómo sonaba.

            -Decid, ¿cómo en tierra ajena

donde por Sión lloraba,

cantaré yo el alegría

que en Sión se me quedaba?

Echaríala en olvido

si en la ajena me gozaba.

Con mi paladar se junte

la lengua con que hablaba,

si de ti yo me olvidare,

en la tierra do moraba.

¡Sión, por los verdes ramos

que Babilonia me daba,

de mí se olvide mi diestra,

que es lo que en ti más amaba,

si de ti no me acordare,

en lo que más me gozaba,

y si yo tuviere fiesta

y sin ti la festejaba!

¡Oh hija de Babilonia,

mísera y desventurada!

¡Bienaventurado era

aquél en quien confiaba,

que te ha de dar el castigo

que de tu mano llevaba,

y juntará sus pequeños,

y a mí, porque en ti lloraba,

a la piedra, que era Cristo,

por el cual yo te dejaba!.

Oh llama de amor viva,

En el principio moraba

Encima de las corrientes

Adónde te escondiste, Amado,

¡Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,

En una noche oscura,

Un pastorcico solo está penado,

¡Oh llama de amor viva,

Vivo sin vivir en mí

Entréme donde no supe:

Tras de un amoroso lance,

Por toda la hermosura

Del Verbo divino

Olvido de lo criado,

Para venir a gustarlo todo

 

 

    CANCIONES QUE HACE EL ALMA

    EN LA INTIMA UNION CON DIOS

 

            1

 

¡Oh llama de amor viva,

que tiernamente hieres

de mi alma en el más profundo centro!;

¡Pues ya no eres esquiva,

acaba ya, si quieres;

rompe la tela de este dulce encuentro!

 

            2

¡Oh cauterio suave!

¡Oh regalada llaga!

¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,

que a vida eterna sabe,

y toda deuda paga!

Matando, muerte en vida la has trocado.

 

            3

¡Oh lámparas de fuego,

en cuyos resplandores

las profundas cavernas del sentido,

que estaba oscuro y ciego,

con extraos primores

calor y luz dan junto a su querido!

            4

¡Cuán manso y amoroso

recuerdas en mi seno,

donde secretamente solo moras,

y en tu aspirar sabroso,

de bien y gloria lleno,

cuán delicadamente me enamoras!

En una noche oscura,

¿Adónde te escondiste?

 

MONTE DE PERFECCION

Para venir a gustarlo todo

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo

no quieras ser algo en nada.

Para venir a lo que gustas

has de ir por donde no gustas.

 

Para venir a lo que no sabes

has de ir por donde no sabes.

Para venir a poseer lo que no posees

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres

has de ir por donde no eres.

Cuando reparas en algo

dejas de arrojarte al todo.

Para venir del todo al todo

has de dejarte del todo en todo,

y cuando lo vengas del todo a tener

has de tenerlo sin nada querer.

En esta desnudez halla el

espíritu su descanso, porque no

comunicando nada, nada le fatiga hacia

arriba, y nada le oprime

hacia abajo, porque está en

el centro de su humildad.

 

GLOSA ESPIRITUAL

 

           Glosa a lo divino

 

Por toda la hermosura

nunca yo me perderé,

sino por un no sé qué

que se alcanza por ventura.

 

      1.

 

Sabor de bien que es finito,

lo más que puede llegar

es cansar el apetito

y estragar el paladar;

y así, por toda dulzura

nunca yo me perderé,

sino por un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      2.

 

El corazón generoso

nunca cura de parar

donde se puede pasar,

sino en más dificultoso;

nada le causa hartura,

y sube tanto su fe,

que gusta de un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      3.

 

El que de amor adolece,

del divino ser tocado,

tiene el gusto tan trocado

que a los gustos desfallece;

como el que con calentura

fastidia el manjar que ve,

y apetece un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      4.

 

No os maravilléis de aquesto

que el gusto se quede tal,

porque es la causa del mal

ajena de todo el resto;

y así toda criatura

enajenada se ve

y gusta de un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      5.

 

Que estando la voluntad

de Divinidad tocada,

no puede quedar pagada

sino con Divinidad;

mas, por ser tal su hermosura

que sólo se ve por fe,

gústala en un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      6.

 

Pues, de tal enamorado,

decidme si habréis dolor,

pues que no tiene sabor

entre todo lo criado;

solo, sin forma y figura,

sin hallar arrimo y pie,

gustando allá un no sé qué

que se halla por ventura.

 

       7.

 

No penséis que el interior,

que es de mucha más valía,

halla gozo y alegría

en lo que acá da sabor;

mas sobre toda hermosura,

y lo que es y será y fue,

gusta de allá un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      8.

 

Más emplea su cuidado,

quien se quiere aventajar.

en lo que está por ganar

que en lo que tiene ganado;

y así, para más altura,

yo siempre me inclinaré

sobre todo a un no sé qué

que se halla por ventura.

 

      9.

 

Por lo que por el sentido

puede acá comprehenderse

y todo lo que entenderse,

aunque sea muy subido,

ni por gracia y hermosura

yo nunca me perderé,

sino por un no sé qué

que se halla por ventura.

 

COPLAS DEL ALMA

      Otras del mismo a lo divino.

 

Tras de un amoroso lance,

y no de esperanza falto,

volé tan alto, tan alto,

que le di a la caza alcance.

      1.

Para que yo alcance diese

a aqueste lance divino,

tanto volar me convino

que de vista me perdiese;

y, con todo, en este trance

en el vuelo quedé falto;

mas el amor fue tan alto,

que le di a la caza alcance.

 

      2.

 

Cuanto más alto subía

deslumbróseme la vista,

y la más fuerte conquista

en oscuro se hacía;

mas, por ser de amor el lance

di un ciego y oscuro salto,

y fui tan alto, tan alto,

que le di a la caza alcance.

 

      3.

Cuanto más alto llegaba

de este lance tan subido,

tanto más bajo y rendido

y abatido me hallaba;

dije: ¡No habrá quien alcance!

y abatíme tanto, tanto,

que fui tan alto, tan alto,

que le di a la caza alcance.

 

      4.

 

Por una extraña manera

mil vuelos pasa de un vuelo,

porque esperanza del cielo

tanto alcanza cuanto espera;

esperé solo este lance,

y en esperar no fui falto,

pues fui tan alto, tan alto,

que le di a la caza alcance.

 

         Sin arrimo y con arrimo.

sin luz y a oscuras viviendo,

todo me voy consumiendo.

 

       1.

 

Mi alma está desasida

de toda cosa criada,

y sobre sí levantada,

y en una sabrosa vida

sólo en su Dios arrimada.

Por eso ya se dirá

la cosa que más estimo,

que mi alma se ve ya

sin arrimo y con arrimo.

 

       2.

 

Y, aunque tinieblas padezco

en esta vida mortal,

no es tan crecido mi mal,

porque, si de luz carezco,

tengo vida celestial;

porque el amor da tal vida,

cuando más ciego va siendo,

que tiene al alma rendida,

sin luz y a oscuras viviendo.

 

      3.

 

Hace tal obra el amor

después que le conocí,

que, si hay bien o mal en mí,

todo lo hace de un sabor,

y al alma transforma en sí;

y así, en su llama sabrosa,

la cual en mí estoy sintiendo,

apriesa, sin quedar cosa,

todo me voy consumiendo.

 

COPLAS DEL ALMA

 

      Coplas del alma que pena

      por ver a Dios

 

Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

 

      1.

 

En mí yo no vivo ya,

y sin Dios vivir no puedo;

pues sin él y sin mí quedo,

este vivir ¿qué será?

Mil muertes se me hará,

pues mi misma vida espero,

muriendo porque no muero.

 

      2.

 

Esta vida que yo vivo

es privación de vivir;

y así, es continuo morir

hasta que viva contigo.

Oye, mi Dios, lo que digo:

que esta vida no la quiero,

que muero porque no muero.

 

      3.

 

Estando ausente de ti

¿qué vida puedo tener,

sino muerte padecer

la mayor que nunca vi?

Lástima tengo de mí,

pues de suerte persevero,

que muero, porque no muero.

 

      4.

 

El pez que del agua sale

aun de alivio no carece,

que en la muerte que padece

al fin la muerte le vale.

¿Qué muerte habrá que se iguale

a mi vivir lastimero,

pues si más vivo más muero?

 

      5.

 

Cuando me pienso aliviar

de verte en el Sacramento,

háceme más sentimiento

el no te poder gozar;

todo es para más penar

por no verte como quiero,

y muero porque no muero.

 

      6.

 

Y si me gozo, Señor,

con esperanza de verte,

en ver que puedo perderte

se me dobla mi dolor;

viviendo en tanto pavor

y esperando como espero,

muérome porque no muero.

 

      7.

 

Sácame de aquesta muerte

mi Dios, y dame la vida;

no me tengas impedida

en este lazo tan fuerte;

mira que peno por verte,

y mi mal es tan entero,

que muero porque no muero.

      8.

Lloraré mi muerte ya

y lamentaré mi vida,

en tanto que detenida

por mis pecados está.

¡Oh mi Dios!, ¿cuándo será

cuando yo diga de vero:

vivo ya porque no muero?

Cueva (Juan de la)

 

 

(Sevilla 1543 - id.1610). Apenas hay noticias de su vida, aunque conocemos la trágica historia de su amor por Brígida Lucía de Belmonte, cuya muerte casi le hizo enloquecer. En 1574 marchó a Nueva España y volvió en 1577, estableciéndose en Sevilla. Escribió una obra titulada POESÍAS, de inspiración petrarquista, algunos romances y el poema heroico, CONQUISTA DE LA BÉTICA.  Compuso con mayor acierto dramas de concepción clásica.

 

LIGADAS HEBRAS CON LA TRENZA DE ORO

Ligadas hebras con la trenza de oro,

que en red envueltas os mostráis al cielo,

hermoseando aquel lustroso velo

con la púrpura y nieve que yo adoro,

 

  ¿por qué, pues sois mi gloria y mi tesoro,

no os descogéis a dar algún consuelo

al alma, que de amor ardiente y celo

se consume en la causa porque lloro?

 

  Dad lugar que las rosas dejen verse

con la vena del oro matizadas;

no estéis en red estrecha recogídas;

 

  contentaos ya de ver en mí emprenderse

las llamas que lanzáis, que aun enlazadas

hacen el mesmo efecto que esparcidas.

Ercilla, (Alonso de)

(Madrid 1533 - id. 1594). Perteneciente a una noble familia, fue paje de Felipe II y con él viajó por Flandes e Inglaterra.

En 1555 marchó a las Indias con Alderete a la conquista del Arauco, en cuya campaña se distinguió. A su vuelta residió tres años en Alemania y se casó con una rica dama, María de Bazán.

Desde 1578 le encontramos en Madrid dedicado a administrar su fortuna personal. Escribió LA ARAUCANA, poema épico en tres partes, dedicado a Felipe II e inspirado en la conquista americana, en el que se exalta la figura del héroe araucano Caupolicán. Con esta obra se incorpora el tema de las Indias a la poesía española.

  LA ARAUCANA

      [Fragmento del Canto II]

 

   Ya la rosada Aurora comenzaba

las nubes a bordar de mil labores,

y a la usada labranza despertaba

la miserable gente y labradores,

y a los marchitos campos restauraba

la frescura perdida y sus colores,

aclarando aquel valle la luz nueva,

cuando Caupolicán viene a la prueba.

 

   Con un desdén y muestra confiada

asiento del troncón duro y nudoso,

como si fuera vara delicada

se le pone en el hombro poderoso.

La gente enmudeció maravillada

de ver el fuerte cuerpo tan nervoso;

la color a Lincoya se le muda

poniendo en su victoria mucha duda.

 

   El bárbaro sagaz despacio andaba,

y a toda prisa entraba el claro día;

el sol las largas sombras acortaba,

mas él nunca decrece en su porfía;

al ocaso la luz se retiraba,

ni por eso flaqueza en él había;

las estrellas se muestran claramente,

y no muestra cansancio aquel valiente.

 

   Salió la clara luna a ver la fiesta,

del tenebroso albergue húmedo y frío,

desocupando el campo y la floresta

de un negro velo, lóbrego y sombrío.

Caupolicán no afloja de su apuesta;

antes con nueva fuerza y mayor brío

se mueve y representa de manera,

como si peso alguno no trujera

 

       [Pero Caupolicán sigue otro día y

       otra noche con el tronco a cuestas.

       Y así termina su hazaña]

 

   Era salido el sol cuando el enorme

peso de las espadas despedía,

y un salto dio en lanzándole disforme

mostrando que aún más ánimo tenía.

El circunstante pueblo en voz conforme

pronunció la sentencia y le decía:

«Sobre tan firmes hombros descargamos

el peso y grande carga que tomamos».

Espinel, (D. Vicente)

(Ronda 1550 - Madrid 1624). Estudió en Salamanca, fue escudero del conde de Lemos y viajó a Italia donde fue apresado, aunque por breve tiempo , por los piratas de Argel.  Liberado, se unió al ejército de Alejandro Farnesio en Milán. Tras su vuelta a España, se ordenó sacerdote y obtuvo la plaza de capellán del Obispo de Madrid, como maestro de música. 

 

Como poeta tradujo el ARTE POÉTICA de Horacio y creó una nueva estrofa, la décima, denominada por él espinela. Más que por su poesía es conocido por ser el autor de la novela picaresca, VIDA DEL ESCUDERO MARCOS DE OBREGON, de carácter marcadamente autobiográfico.

LETRILLA

Contentamientos pasados,

¿qué queréis?

Dejadme, no me canséis..

Contentos cuya memoria

a cruel muerte condena,

idos de mí enhorabuena,

y pues que no me dais gloria

no vengáis a darme pena.

Ya están los tiempos trocados,

mi bien llevóselo el viento,

no me deis ya más cuidados,

que son para más tormentos,

contentamientos pasados.

No me os mostréis lisonjeros,

que no habéis de ser creídos,

ni me amenacéis con fieros,

porque el temor de perderos

le perdí en siendo perdidos,

y si acaso pretendéis

cumplir vuestra voluntad

con mi muerte bien podréis

matarme; y si no, mirad,

¿qué queréis?

Si dar disgusto y desdén

es vuestro propio caudal,

sabed que he quedado tal

que aun no me ha dejado el bien

de suerte que sienta el mal;

mas con todo, pues me habéis

dejado y estoy sin vos,

¡paso!, ¡no me atormentéis!

Contentos, idos con Dios,

dejadme, no me canséis.

Espinosa (Pedro)

(Antequera 1578 - San Lucar de Barrameda 1650). Entró al servicio del conde de Niebla y estudió humanidades. Más tarde, por un amor desengañado se hizo ermitaño un tiempo. Su relación con los poetas de su época le permitió recoger en sus FLORES DE POETAS ILUSTRES, la labor de buena parte de ellos, consiguiendo numerosas noticias y datos de gran valor para la historia literaria española.

Como poeta, es lírico de gran finura de matices, situado entre el gusto italianizante y la transformación gongorina.

SONETO EN ALEJANDRINOS

    A la Santísima Virgen María

Como el triste piloto que por el mar incierto

Se ve, con turbios ojos, sujeto de la pena

Sobre las corvas olas, que, vomitando arena,

Lo tienen de la espuma salpicado y cubierto,

Cuando, sin esperanza, de espanto medio muerto,

Ve el fuego de Santelmo lucir sobre la antena,

Y, adorando su lumbre, de gozo el alma llena,

Halla su nao cascada surgida en dulce puerto:

Así yo el mar surcaba de penas y de enojos,

Y, con tormenta fiera, ya de las aguas hondas

Medio cubierto estaba, la fuerza y luz perdida,

Cuando miré la lumbre ¡oh Virgen! de tus ojos,

Con cuyos resplandores, quietándose las ondas,

Llegué al dichoso puerto donde escapé la vida.

SONETO

 A la Asunción de la Virgen María

En turquesadas nubes y celajes,

Están en los alcázares empirios,

Con blancas hachas y con blancos cirios,

Del sacro Dios los soberanos pajes;

 

Humean de mil suertes y linajes,

Entre amaranto y plateados lirios,

Enciensos indios y pebetes sirios,

Sobre alfombras de lazos y follajes.

 

Por manto el sol, la luna por chapines,

Llegó la Virgen a la empírea sala,

Visita que esperaba el Cielo tanto.

 

Echáronse a sus pies los serafines,

Cantáronle los ángeles la gala,

Y sentóla a su lado el Verbo santo.

 

SALMO

  A la perfección de la naturaleza

            obra de Dios

Pregona el firmamento

las obras de tus manos,

y en mí escribiste un libro de tu sciencia.

Tierra, mar, fuego, viento

publican tu potencia,

y todo cuanto veo

me dice que te ame

y que en tu amor me inflame;

mas mayor que mi amor es mi deseo.

Mejor que yo, Dios mío, lo conoces;

sordo estoy a las voces

que me dan tus sagradas maravillas

llamándome, Señor, a tus amores:

¿Quién te enseñó, mi Dios, a hacer flores

y en una hoja de entretalles llena

bordar lazos con cuatro o seis labores?

¿Quién te enseñó el perfil de la azucena,

o quién la rosa, coronada de oro,

reina de los olores?

¿Y el hermoso decoro

que guardan los claveles,

reyes de los colores,

sobre el botón tendiendo su belleza?

¿De qué son tus pinceles,

que pintan con tan diestra sutileza

las venas de los lirios?

La luna y el sol, sin resplandor segundo,

ojos del cielo y lámpara del mundo,

¿de dónde los sacaste,

y los que el cielo adornan por engaste

albos diamantes trémulos?

¿Y el que, buscando el centro, tiene, fuego

claro desasosiego?

¿Y el agua, que, con paso medio humano,

busca a los hombres, murmurando en vano

que l'alma se le iguale en floja y fría?

¿Y el que, animoso, al mar lo vuelve cano,

no por la edad, por pleitos y porfía,

viento hinchado que tormentas cría?

Y ¿sobre qué pusiste

la inmensa madre tierra,

que embraza montes, que provincias viste,

que los mares encierra

y con armas de arena los resiste?

¡Oh altísimo Señor que me hiciste!

No pasaré adelante:

tu poder mismo tus hazañas cante;

que, si bien las mirara,

sabiamente debiera de estar loco,

atónito y pasmado de esto poco.

Ay, tu olor me recrea,

saname tu memoria,

mas no me hartaré hasta que vea,

¡oh Señor!, tu presencia, que es mi gloria.

¿En dónde estás, en dónde estás, mi vida?

¿Dónde te hallaré, dónde te escondes?

Ven, Señor, que mi alma

de amor está perdida,

y Tú no le respondes;-

desfallece de amor y dice a gritos:

«¿Dónde lo hallaré, que no lo veo,

a Aquel, a Aquel hermoso que deseo?»

Oigo tu voz y cobro nuevo aliento;

mas como no te hallo,

derramo mis querellas por el viento.

¡Oh amor, oh Jesús mío!,

¡oh vida mía!, recebid mi alma,

que herida de amores os la envío,

envuelta en su querella.

¡Allá, Señor, os avenid con ella!

 

LA FÁBULA DEL GENIL

También entre las ondas fuego enciendes,

Amor, como en la esfera de tu fuego,

y a los dioses de escarcha también prendes

como a Vulcano, con lascivo juego;

del sacro Olimpo a Júpiter deciendes

y a Febo dejas sin su lumbre, ciego,

y a Marte pones, con infame prueba,

que de tu madre las palabras beba.

 

El claro dios Genil sintió tus lazos,

que a la náyade Cínaris adora:

ella le hace el corazón pedazos,

y él crece con las lágrimas que llora.

Corta las aguas con los blancos brazos

la ninfa, que con otras ninfas mora

debajo de las aguas cristalinas

en aposentos de esmeraldas finas.

 

El despreciado dios su dulce amante

con las náyades vido estar bordando,

y, por enternecer aquel diamante,

sobre un pescado azul llegó cantando.

De una concha una cítara sonante

con destrísimos dedos va tocando;

paró el agua a su queja, y, por oílla,

los sauces se inclinaron a la orilla:

 

«Vosotras, que miráis mi fuego ardiente,

seréis -dice- testigos de mí pena

y del rigor y término inclemente

de la que está de gracia y desdén llena.

Neptuno fue mi abuelo, y de una fuente

que es, de una sierra de cristales, vena,

soy dios, y con mis ondas fuera a Tetis

si no atajara mi camino el Betis.

 

Vestida está mi margen de espadaña

y de viciosos apios y mastranto,

y el agua, clara como el ámbar, baña

troncos de mirtos y de lauro santo.

No hay en mi margen silbadora caña

ni adelfa, mas violetas y amaranto,

de donde llevan flores en las faldas

para hacer las hénides guirnaldas,

 

Hay blancos lirios, verdes mirabeles

y azules, gliarnecídos alhelíes,

y allí las clavellinas y claveles

parecen sementera de rubíes.

Hay ricas alcatifas y alquiceles,

rojos, blancos, gualdados y turquíes,

y derraman las auras con su aliento

ámbares y azahares por el viento.

 

Yo, cuando salgo de mis grutas hondas,

estoy de frescos palios cobijado,

y entre nácares crespos de redondas

perlas mi margen veo estar honrado.

El sol no tibia mis cerúleas ondas,

ni las enturbia el balador ganado;

ni a las napeas que en mi orilla cantan

los pintados lagartos las espantan.

 

Así del olmo abrazan ramo y cepa

con pámpanos harpados los sarmientos;

falta luigar por donde el rayo quepa

del sol, y soplan los delgados vientos,

Por flegibles tarahes sube y trepa

la inexplicable yedra, y los contentos

ruiseñores trinando, allí no hay selva

que en mi alabanza a responder no vuelva.

 

Mas ¿qué aprovecha, oh lumbre de mis ojos,

que conozcas mis padres y riqueza,

si, despreciando todos mis despojos,

te contentas con sola tu belleza?»

Dijo, y la ninfa de matices rojos

cubrió el marfil, y, vuelta la cabeza

con desdén, da a entender que el dios la enoja,

y arroja el bastidor, y el oro arroja.

 

Quedó elevado, así como se encanta

el que escuchó la voz de la sirena;

helósele su voz en la garganta,

como cercado de engañosa hiena:

no tanto a virgen temerosa espanta

serpiente negra que pisó en la arena,

ni al yerto labrador en noche triste

rayo veloz que de temor le embiste.

 

En sí volvió del ya pasado espanto

cuando quiso el contrario del contento,

y halló que las aguas de su llanto

le llevaban nadando el instrumento.

La libertada cólera, entre tanto,

le obligó a que dijese, y el tormento:

-¡Oh tú, hija de montes y de fieras,

por fuerza has de quererme, aunque no quieras!

 

Dijo así y, codicioso del trofeo,

al alcázar del viejo Betis parte,

cuyo artificio atrás deja el deseo;

que a la materia sobrepuja el arte.

No da tributo Betis a Nereo,

mas, como amigo, sus riquezas parte

con él, que es rey de ríos, y los reyes

no dan tributo, sino ponen leyes.

 

Ve que son plata lisa los umbrales;

claros diamantes las lucientes puertas,

ricas de clavazones de corales

y de pequeños nácares cubiertas;

ve que rayos de luces inmortales

dan, y que están de par en par abiertas,

y los quiciales, de oro muy rollizo,

que muestran el poder de quien los hizo.

 

Colunas más hermosas que valientes

sustentan el gran techo cristalino;

las paredes son piedras transparentes,

cuyo valor del Ocidente vino;

brotan por los cimientos claras fuentes,

y con pie blando, en líquido camino,

corren cubriendo con sus claras linfas

las carnes blancas de las bellas ninfas.

 

De suelos pardos, de mohosos techos,

hay docientas hondísimas alcobas,

y de menudos juncos verdes lechos,

y encima, colchas de pintadas tobas.

Maldicientes arroyos por estrechos

pasos murmuran, entre juncia y ovas,

donde a los dioses el profundo sueño

cubre de adormideras y beleño.

 

Vído entrando Genil un virgen coro

de bellas ninfas de desnudos pechos,

sobre cristal cerniendo granos de oro

con verdes cribos de esmeraldas hechos.

Vido, ricos de lustre y de tesoro,

follajes de carámbano en los techos,

que estaban por las puntas adornados

de racimos de aljófares helados.

 

Un rico asiento de diamante frío

sobre gradas de nácar se sustenta,

donde preñadas perlas de rocío

al alcázar dan luz, al sol afrenta.

El venerable viejo dios del río

aquí con santa majestad se asienta,

reclinado en dos urnas relucientes,

que son los caños de abundantes fuentes.

 

Ya que huyó la admiración del fuego

que abrasaba al amante despreciado,

su queja al padre Betis cuenta luego,

no sé si más lloroso que turbado;

dio luz a su justicia, estando ciego

de lágrimas que amor había brotado,

y no hubo menester el dios amigo

ni más información ni más testigo.

 

-No será tu afición con desdén rota

-le dice Betis-, que también tu orilla

mereció a Febo, como el sacro Eurota,

por quien desprecia Júpiter su silla.

Granada, de tus templos es devota,

si hecatombe a mis templos da Sevilla,

y por ti gozo ilustres vasallajes

desde el Hidaspes dulce al negro Arajes.

 

En Colcos, junto a un ancho promontorio,

hay unas grutas de alabastro fino,

donde nació, entre arenas de abalorio,

un tritón que a servir a Betis vino;

a éste manda llamar a consistorio

a todos los del reino cristalino,

los cuales, al sagrado mandamiento,

vienen, venciendo por el agua el viento.

 

Ricas garnachas de riqueza suma

unos visten de tiernas esmeraldas;

otros, como a la garza fácil pluma,

cubren de escama de oro las espaldas;

con ropas blancas de cuajada espuma

otros vienen, ceñidos con guirnaldas,

brotando olor los cristalinos cuernos,

de tiernas flores y de tallos tiernos.

 

Cuantas viven en fuentes, ninfas bellas

(que burlan los satíricos silvanos,

que, arrojándose al agua por cogellas,

el agua aprietan con lascivas manos),

vinieron; y, a una parte las doncellas,

a otra los mozos y a otra, los ancianos,

se sientan, cual conviene a tales huéspedes,

en blandas sillas de mojados céspedes.

 

Ya que corrió el silencio las cortinas,

dando angosto camino al blando aliento,

y las vistas, suspensas y divinas,

a Betis fueron penetrando el viento,

y entre los labios de esmeraldas finas

pararon, él, con grave movimiento,

sacudió la cabeza sobre el pecho,

y perlas sudó el suelo y llovió el techo:

 

-No con el mar de España tengo guerra

-dice-, o saliendo de mi margen corva

quiero cubrir las faldas de la tierra

mientras teme dudosa que la sorba;

ni pardo monte ni cerúlea sierra

de mi profundidad el paso estorba;

mas hoy se casa un claro dios divino

que ha merecido a Betis por padrino.

 

Tú, Geníl, a quien ciñen mirto y lauro,

no cañaveras frágiles, tus sienes,

y, como el Cindo del nevado Tauro,

montes de plata por principio tienes,

tú, aquel potente dios a quien el Dauro

señor te hace de mayores bienes,

pues que sus ninfas, en liviano coro,

para darte tributo ciernen oro;

 

hoy gozarás de Cínaris los brazos;

y tú, ninfa, el valor de ser su esposa;

y, en legítimo fuego y dulces lazos,

dejaréis a Cidálida envidiosa.

Dijo; y ella, huyendo los abrazos,

volvió turbada la cerviz de rosa,

naciendo, al tierno llanto que comienza,

rojo color de virginal vergüenza.

 

No hay dios a quien el llanto no recuerde

si con la compasión hace su tiro,

y así, el aljófar que la ninfa pierde

costó más de un sollozo y de un suspiro;

y hubo alguno que el crin de sauce verde

tendió sobre la frente de zafiro;

mas los arroyos que a la puerta estaban

del desdén de la ninfa murmuraban.

 

Como cuando en solícitos tropeles

por mayor majestad de sus castillos

ricos de olor, vestidos de doseles,

entre selvajes cercas de tomillos,

guardando rubias perezosas mieles

en urnas de panales amarillos,

se oyeron las abejas en escuadra;

así el rumor por la soberbia cuadra.

 

Lágrimas tibias de tus luces bellas

llueves en tanto que Genil te imita,

oh Cínaris, mas todas tus querellas

Betis mirando, el caso facilita;

que el melindre que es dado a las doncellas

piensa que el libre espíritu te quita,

y así, queriendo un monte hacer llano,

la mano de Genil puso en tu mano.

 

Llenos de envidia noble se levantan

los dioses del sagrado coliseo,

y con las lenguas de agua dulce cantan

alegres: ¡Himeneo!, ¡Himeneo!

Mas de improviso, sin pensar, se espantan,

porque la ninfa, viendo el caso feo,

y su virginidad así oprimida,

quedó, llorando, en agua convertida.

Esquilache, (Príncipe de)

(Madrid 1581 - id 1658). Virrey del Perú en sustitución del Marques de Monstesclaros. Fundó una ciudad a la que dio el nombre de San Francisco de Borja, su ascendiente. Creó también el colegio del Príncipe, para la educación de los hijos de los caciques y el colegio de San Francisco para los hijos de los conquistadores. Hizo de su palacio una verdadera academia literaria.

Como poeta, era discípulo de Bartolomé Leonardo de Argensola, en una línea personal ni conceptista ni culterana.  Obras conocidas suyas,son: NÁPOLES RECUPERADO, A ITÁLICA, A UNA CRECIDA DEL TAJO, etc...

AMÉ UNA PEÑA

Amé una peña; en una helada sierra

puso el amor mi pensaraiento loco;

hielo y rigor es cuanto miro y toco

perpetua confusión, celosa guerra.

 

  Decir no puedo que engañado yerra

quien ama mucho, quien espera poco;

pues yo, forzado de mi amor, provoco

al mismo engaño que mi pecho encierra.

 

  Llorando vivo los cansados días,

del breve sueño las prolijas horas,

de un loco amor los peligrosos años.

 

  No da remedio el tiempo a mis porfías,

que viven de mi seso vencedoras,

llorando enojos y pidiendo engaños.

 

CRISTALES DEL TAJO

 

Tan dormido pasa el Tajo

entre unos álamos verdes,

que ni los troncos le escuchan,

ni las arenas le sienten.

 

  En su silencio y descanso

los ruiseñores alegres

a voces le están diciendo

que, pues sale el sol, despierte.

 

  En los juncos de su orilla

daba la dulce corriente,

si no de que está despierta,

señales de que se mueve.

 

  Hasta llegar a Toledo,

no es posible que recuerde;

que sólo despiertan peñas

a quien sobre arenas duerme.

 

  Junto a un peñasco en que forma

el sol en su orilla siempre,

al nacer, sombra en las aguas,

y en los campos, al ponerse,

 

  estaba el pastor Lisardo

con las ovejas que tiene,

que por ver la cara al sol

ni juegan, pacen, ni beben,

 

  y templando el instrumento,

que no fue poco el tenerle,

dijo a las aguas del Tajo,

a quien cantó tantas veces:

 

  "Cristales del Tajo,

"que dormís al son

"del risueño viento,

"de su alegre voz,

"desertad, que os llaman

"las aves y el sol.

 

  "Aguas cristalinas

"que bajáis de Cuenca

"a regar los campos

"y a dejar las sierras,

 

  "si en vuestras riberas

"no os despierto yo,

"despertad que os llaman

"las aves y el sol."

 

Femández de Heredia (Juan)

 

(Munébraga (Zaragoza) hacia 1310 - Caspe 1396). Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, fue comendador de Alfambra, de Aliaga, de Villel y de Castellón de Amposta. Intervino en los sucesos de la época de Pedro IV el Ceremonioso de Aragón y en la corte de Aviñón como destacado político. Fue soldado y diplomático en la guerra de los Cien Años, resultando gravemente herido en la batalla de Crécy (1346).

 

Fue hecho prisionero por los turcos en París, permaneciendo cautivo durante tres años.  Los últimos años de su vida los dedicó a la erudición histórica, reuniendo una magnífica biblioteca que, a su muerte, pasó parcialmente al Marqués de Santillana. Por su iniciativa se redactó el CARTULARIO MAGNO DE LA ORDEN DE SAN JUAN DE JERUSALÉN.     

CANCIÓN

  Puso tanto sentimiento

en mí el veros partir,

que la pena del morir

de pequeña no la siento.

 

  Porque el cuerpo, de tollido,

de sentir penas doliente,

ya no sabe lo que siente,

porque no tiene sentido.

 

  El mal que da sentimiento

en el alma es de sentir,

que la pena del morir

de pequeña no la siento.

 

CANCIÓN

 

  Quien a dos amores ama,

a traición le saquen el alma.

 

  Sin ninguna compasión,

muera muy peor que digo

el traidor que fuere amigo

de ley tan fuera razón.

Y pues hace tal traición,

que en dos partes se derrama,

a traición le saquen el alma.

Fernández (Lucas)

(Salamanca 1474 - id. 1542). Estudió en la Universidad de su ciudad natal hasta ordenarse sacerdote.  Fue mozo de coro en la catedral y obtuvo una plaza en el coro, en oposición a Juan del Encina.  En 1522 fue nombrado profesor de música de la Universidad, cargo que desempeño hasta su muerte.

Su obra, AUTO DE LA PASION, es una de las mejores muestras del primitivo teatro español y abre ya el camino hacia el Auto sacramental. Su obra en conjunto subraya los modos de Juan del Encina hacia maneras predominantemente religiosas.

 

VILLANCICO

  En esta montaña

de gran hermosura

tomemos holgura.

 

  Haremos cabaña

de rosas y flores

en esta montaña

cercada de amores,

y nuestros dolores

y nuestra tristura

tornarse ha en holgura.

 

  Gran gozo y placer

aquí tomaremos,

y amor y querer

aquí nos ternemos;

y aquí viviremos

en grande frescura

en esta verdura.

Fernández de Andrada, Andrés

 

Escritor del s. VII.  Fue capitán del ejército y estuvo en Méjico.  Su obra, EPISTOLA MORAL A FABIO, responde a un contenido moral de carácter netamente senequiano, viene a compendiar los principales temas de la contrarreforma y está escrita en tercetos encadenados.

EPÍSTOLA MORAL A FABIO

Fabio, las esperanzas cortesanas

prisiones son do el ambicioso muere

y donde al más activo nacen canas.

El que no las límare o las rompiere,

ni el nombre de varón ha merecido,

ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido

procura en sus intentos temeroso,

antes estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso

al caso adverso inclinará la frente

antes que la rodilla al poderoso.

Más coronas, más triunfos dio al prudente

que supo retirarse, la fortuna,

que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna

de contrarios sucesos nos espera

desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera

corriente del gran Betis, cuando airado

dilata hasta los montes la ribera.

Aquel entre los héroes es cantado

que el premio mereció, no quien le alcanza

por vanas consecuencias del estado.

Peculio proprio es ya de la privanza

cuanto de Astrea fue, cuanto regía

con su temida espada y su balanza.

El oro, la maldad, la tiranía

del inicuo, precede y pasa al bueno.

¿Qué espera la virtud o qué confía?

Vente, y reposa en el materno seno

de la antigua Romúlea, cuyo clima

te será más humano y más sereno;

adonde, por lo menos, cuando oprima

nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:

«Blanda le sea», al derramarla encima;

donde no dejarás la mesa ayuno

cuando en ella te falte el pece raro

o cuando su pavón nos niegue Juno.

Busca, pues, el sosiego dulce y caro,

como en la oscura noche del Egeo

busca el piloto el eminente faro;

que sí acortas y ciñes tu deseo

dirás: «Lo que desprecio he conseguido;

que la opinión vulgar es devaneo.»

Más quiere el ruiseñor su pobre nido

de pluma y leves pajas, más sus quejas

en el monte repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas

de algún príncipe insigne, aprisionado

en el metal de las doradas rejas.

¡Triste de aquel que vive destinado

a esa antigua colonia de los vicios,

augur de los semblantes del privado!

Cese el ansia y la sed de los oficios;

que acepta el don y burla del intento

el ídolo, a quien haces sacrificios.

Iguala con la vida el pensamiento,

y no le pasarás de hoy a mañana,

ni aun quizá de un momento a otro momento.

Apenas tienes ni una sombra vana

de nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?

¡Oh error perpetuo de la vida humana!

Las enseñas grecianas, las banderas

del senado y romana monarquía

murieron, Y pasaron sus carreras.

¿Qué es nuestra vida más que un breve día,

do apenas sale el sol, cuando se pierde

en las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,

seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!

¿Será que de este sueño se recuerde?

¿Será que pueda ser que me desvío

de la vida viviendo, y que esté unida

la cauta muerte al simple vivir mío?

Como los ríos, que en veloz corrida

se llevan a la mar, tal soy llevado

al último suspiro de mi vida.

De la pasada edad ¿qué me ha quedado?

O ¿qué tengo yo a dicha, en la que espero,

sino alguna noticia de mi hado?

¡Oh si acabase, viendo cómo muero,

de aprender a morir, antes que llegue

aquel forzoso término postrero;

antes que aquesta mies inútil siegue

de la severa muerte dura mano,

y a la común materia se la entregue!

Pasáronse las flores del verano,

el otoño pasó con sus racimos,

pasó el invierno con sus nieves cano;

las hojas que en las altas selvas vimos

cayeron, ¡y nosotros a porfía

en nuestro engaño inmóviles vivimos!

Temamos al Señor que nos envía

las espigas del año y la hartura,

y la temprana pluvia y la tardía.

No imitemos la tierra siempre dura

a las aguas del cielo y al arado,

ni la vid cuyo fruto no madura.

¿Piensas acaso tú que fue criado

el varón para el rayo de la guerra,

para surcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra

o el cerco por do el sol siempre camina?

¡Oh, quien así lo piensa, cuánto yerra!

 

Esta nuestra porción, alta y divina,

a mayores acciones es llamada

y en más nobles objetos se termina.

 

Así aquella, que al hombre sólo es dada,

sacra razón y pura me despierta,

de esplendor y de rayos coronada,

 

y en la fría región, dura y desierta,

de aqueste pecho enciende nueva llama,

y la luz vuelve a arder que estaba muerta.

 

Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,

y callado pasar entre la gente,

que no afecto los nombres ni la fama.

 

El soberbio tirano del Oriente,

que maciza las torres de cien codos

de cándido metal puro y luciente,

 

apenas puede ya comprar los modos

del pecar; la virtud es más barata

ella consigo misma ruega a todos.

 

Mísero aquel que corre y se dilata

por cuantos son los climas y los mares,

perseguidor del oro y de la plata!

 

Un ángulo me basta entre mis lares,

un libro y un amigo, un sueño breve,

que no perturben deudas ni pesares.

 

Esto tan solamente es cuanto debe

naturaleza al parco y al discreto,

y algún manjar común, honesto y leve.

 

No, porque así te escribo, hagas conceto

que pongo la virtud en ejercicio:

que aun esto fue difícil a Epicteto.

 

Basta, al que empieza, aborrecer el vicio,

y el ánimo enseñar a ser modesto;

después le será el cielo más propicio.

 

Despreciar el deleite no es supuesto

de sólida virtud; que aun el vicioso

en sí propio le nota de molesto.

 

Mas no podrás negarme cuán forzoso

este camino sea al alto asiento,

morada de la paz y del reposo.

 

No sazona la fruta en un momento

aquella inteligencia que mensura

la duración de todo a su talento:

 

flor la vimos ayer hermosa y pura,

luego materia acerba y desabrida,

y sabrosa después, dulce y madura.

 

Tal la humana prudencia es bien que mida

y compase y dispense las acciones

que han de ser compañeras de la vida.

 

No quiera Dios que siga los varones

que moran nuestras plazas macilentos,

de la virtud infames histriones;

 

estos inmundos trágicos, atentos

al aplauso común, cuyas entrañas

son oscuros e infaustos monumentos.

 

¡Cuán callada que pasa las montañas

el aura, respirando mansamente!

¡Qué gárrula y sonora por las cañas!

 

¡Qué muda la virtud por el prudente!

¡Qué redundante y llena de ruido

por el vano, ambicioso y aparente!

 

Quiero imitar al pueblo en el vestido,

en las costumbres sólo a los mejores,

sin presumir de roto y mal ceñido.

 

No resplandezca el oro y las colores

en nuestro traje, ni tampoco sea

igual al de los dóricos cantores.

 

Una mediana vida yo posea,

un estilo común y moderado,

que no le note nadie que le vea.

 

En el plebeyo barro mal tostado

hubo ya quien bebió tan ambicioso

como en el vaso Múrino preciado;

 

y alguno tan ilustre y generoso

que usó, como si fuera vil gaveta,

del cristal transparente y luminoso.

 

Sin la templanza ¿viste tú perfeta

alguna cosa? ¡Oh muerte! Ven callada,

como sueles venir en la saeta;

 

no en la tonante máquina preñada

de fuego y de rumor; que no es mi puerta

de doblados metales fabricada.

 

Así, Fabio, me enseña descubierta

su esencia la verdad, y mi albedrío

con ella se compone y se concierta.

 

No te burles de ver cuánto confío,

ni al arte de decir, vana y pomposa,

el ardor atribuyas de este brío.

 

¿Es por ventura menos poderosa

que el vicio la verdad? ¿O menos fuerte?

No la arguyas de flaca y temerosa.

 

La codicia en las manos de la suerte

se arroja al mar, la ira a las espadas,

y la ambición se ríe de la muerte.

 

Y ¿no serán siquiera tan osadas

las opuestas acciones, si las miro

de más nobles objetos ayudadas?

 

Ya, dulce amigo, huyo y me retiro

de cuanto simple amé: rompí los lazos:

ven y sabrás al grande fin que aspiro,

antes que el tiempo muera en nuestros brazos.

Garcilaso de la Vega

 

Nació en Toledo recién comenzado el siglo XVI. Como su familia era noble, pronto entró al servicio de Carlos V, participando en muchas acciones militares en Francia, Rodas, Italia y Túnez.

En 1525 contrajo matrimonio, concertado por el Emperador, con Dª Elena de Zúñiga y se instalaron en Toledo donde Garcilaso fue regidor. Conoció poco después a Isabel Freire, dama de la Reina, de la que se enamoró profundamente; ella iba a inspirar gran parte de su poesía amorosa. Isabel se casó 1529, para desesperación del poeta y murió pocos años después.

En Italia, acompañando al Emperador, conoció profundamente la poesía italiana y se empapó del arte y del humanismo renacentistas. Un incidente con el Emperador le hizo sufrir destierro en Ratisbona. En acción guerrera contra Francia, murió de las heridas que recibió en el cerco de la fortaleza de Muy en 1536. Su obra poética es reducidas dimensiones y está compuesta por dos ELEGÍAS, tres EGLOGAS, cinco CANCIONES, una EPÍSTOLA, cuarenta SONETOS y tres ODAS y un EPIGRAMA escritos en latín.

SONETO  A DAFNE

 

A Dafne ya los brazos le crecían,

y en luengos ramos vueltos se mostraba;

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que al oro oscurecían.

 

De áspera corteza se cubrían

los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:

los blandos pies en tierra se hincaban,

y en torcidas raíces se volvían.

 

Aquel que fue la causa de tal daño,

a fuerza de llorar crecer hacía

este árbol que con lágrimas regaba.

 

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!

¡Que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón porque lloraba!

 

SONETO  A LA ENTRADA DE UN VALLE

 

A la entrada de un valle, en un desierto,

do nadie atravesaba, ni se veía,

vi que con extrañeza un can hacía

extremos de dolor con desconcierto;

 

agora suelta el llanto al cielo abierto,

ora va rastreando por la vía;

camina, vuelve, para, y todavía

quedaba desmayado como muerto.

 

Y fue que se apartó de su presencia

su amo, y no le hallaba; y esto siente;

mirad hasta do llega el mal de ausencia.

 

Movióme a compasión ver su accidente;

díjeles lastimado: 'Ten paciencia,

que yo alcanzo razón, y estoy ausente'.

 

COPLA III  A UNA PARTIDA

 

Acaso supo, a mi ver,

y por acierto quereros,

quien tal hierro fue a hacer,

como partirse de veros

donde os dejase de ver.

 

Imposible es que este tal,

pensando que os conocía,

supiese lo que hacía,

cuando su bien y su mal

junto os entregó en un día

 

Acertó acaso a hacer

lo que si por conoceros

hiciera, no podía ser

partirse, y con solo veros

dejaros siempre de ver.

 

SONETO AMOR AMOR

 

Amor, amor, un hábito vestí

el cual de vuestro paño fue cortado,

al vestir ancho fue, más apretado

y estrecho cuando estuvo sobre mí.

 

Después acá de lo que consentí,

tal arrepentimiento me ha tomado,

que pruebo alguna vez de congojado

a romper esto en que yo me metí.

 

Mas ¿quién podrá de este hábito librarse,

teniendo tan contraria su natura,

que con él ha venido a conformarse?

 

Si alguna parte queda por ventura

de mi razón, por mí no osa mostrarse;

que en tal contradicción no está segura.

 

EGLOGA III  TIRRENO ALCINO

Aquella voluntad honesta y pura,

ilustre y hermosísima María,

que en mi de celebrar tu hermosura,

tu ingenio y tu valor estar solía,

a despecho y pesar de la ventura

que por otro camino me desvía,

está y estará en mí tanto clavada,

cuanto del cuerpo el alma acompañada.

Y aún no se me figura que me toca

aqueste oficio solamente en vida;

mas con la lengua muerta y fría en la boca

pienso mover la voz a ti debida.

Libre mi alma de su estrecha roca

por el Estigio lago conducida,

celebrándose irá, y aquel sonido

hará parar las aguas del olvido.

Mas la fortuna, de mi mal no harta,

me aflige, y de un trabajo en otro lleva;

ya de la patria, ya del bien me aparta;

ya mi paciencia en mil maneras prueba;

y lo que siento más es que la carta

donde mi pluma tu alabanza mueva,

poniendo en su lugar cuidados vanos,

me quita y me arrebata de las manos.

Pero por más que en mí su fuerza pruebe

no tomará mi corazón mudable;

nunca dirán jamás que me remueve

fortuna de un estudio tan loable.

Apolo y las hermanas todas nueve,

me darán ocio y lengua con que hable

lo menos de lo que en tu ser cupiere;

que esto será lo más que yo pudiere.

En tanto no te ofenda ni te harte

tratar del campo y soledad que amaste,

ni desdeñes aquesta inculta parte

de mi estilo, que en algo ya estimaste.

Entre las armas del sangriento Marte,

do apenas hay quien su furor contraste,  

hurté de tiempo aquesta breve suma,

tomando, ora la espada, ora la pluma.

Aplica, pues, un rato los sentidos

al bajo son de mi zampoña ruda,

indigna de llegar a tus oídos,

pues de ornamento y gracia va desnuda;

mas a las veces son mejor oídos

el puro ingenio y lengua casi muda,

testigos limpios de ánimo inocente,

que la curiosidad del elocuente.

Por aquesta razón de ti escuchado,

aunque me falten otras, ser merezco.

Lo que puedo te doy, y lo que he dado,

con recibillo tú yo me enriquezco.

De cuatro ninfas que del Tajo amado

salieron juntas a cantar me ofrezco:

Filódoce, Dinámene y Climene,

Nise, que en hermosura par no tiene.

Cerca del Tajo en soledad amena

de verdes sauces hay una espesura,

toda de yedra revestida y llena,

que por el tronco va hasta la altura,

y así la teje arriba y encadena,

que el sol no halla paso a la verdura;

el agua baña el prado con sonido

alegrando la vista y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino

Tajo en aquella parte caminaba,

que pudieran los ojos el camino

determinar apenas que llevaba.

Peinando sus cabellos de oro fino,

una ninfa del agua do moraba

la cabeza sacó, y el prado ameno

vido de flores y de sombra lleno.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,

el suave olor de aquel florido suelo.

Las aves en el fresco apartamiento

vio descansar del trabajoso vuelo.

Secaba entonces el terreno aliento

el sol subido en la mitad del cielo.

En el silencio sólo se escuchaba

un susurro de abejas que sonaba.

Habiendo contemplado una gran pieza

atentamente aquel lugar sombrío,

somorgujó de nuevo su cabeza,

y al fondo se dejó calar del río.

A sus hermanas a contar empieza

del verde sitio el agradable frío,

y que vayan las ruega y amonesta

allí con su labor a estar la siesta.

No perdió en esto mucho tiempo el ruego,

que las tres de ellas su labor tomaron

y en mirando de fuera, vieron luego

el prado, hacia el cual enderezaron.

El agua clara con lascivo juego

nadando dividieron y cortaron,

hasta que el blanco pie tocó mojado,

saliendo de la arena el verde prado.

Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,

escurrieron del agua sus cabellos,

los cuales esparciendo, cobijadas

las hermosas espaldas fueron de ellos.

Luego sacando telas delicadas,

que en delgadeza competían con ellos,

en lo más escondido se metieron,

y a su labor atentas se pusieron.

Las telas eran hechas y tejidas

del oro que el felice Tajo envía,

apurado después de bien cernidas

las menudas arenas do se cría:

y de las verdes hojas reducidas

en estambre sutil, cual convenía

para seguir el delicado estilo

del oro ya tirado en rico hilo.

La delicada estambre era distinta

de los colores que antes le habían dado

con la fineza de la varia tinta

que se halla en las conchas del pescado.

Tanto artificio muestra en lo que pinta

y teje cada Ninfa en su labrado,

cuanto mostraron en sus tablas antes

el celebrado Apeles y Timantes.

Filódoce, que así de aquellas era

llamada la mayor, con diestra mano

tenía figurada la ribera

de Estrimón, de una parte el verde llano.

y de otra el monte de aspereza fiera,

pisado tarde o nunca de pie humano,

donde el amor movió con tanta gracia

la dolorosa lengua del de Tracia.

Estaba figurada la hermosa

Eurídice, en el blanco pie mordida

en la pequeña sierpe ponzoñosa

entre la hierba y flores escondida;

descolorida estaba como rosa

que ha sido fuera de sazón cogida,

y el ánima los ojos ya volviendo,

de su hermosa carne despidiendo.

Figurado se vía extensamente

el osado marido que bajaba

al triste reino de la oscura gente,

y la mujer perdida recobraba;

y cómo después de esto él, impaciente

por miralla de nuevo, la tornaba

a perder otra vez, y del tirano

se queja al monte solitario en vano.

Dinámene no menos artificio

mostraba en la labor que había tejido,

pintando a Apolo en el robusto oficio

de la silvestre caza embebecido.

Mudar luego le hace el ejercicio

la vengativa mano de Cupido.

que hizo a Apolo consumirse en lloro

después que le enclavó con punta de oro.

Dafne con el cabello suelto al viento,

sin perdonar al blanco pie corria

por áspero camino, tan sin tiento

que Apolo en la pintura parecía que,

porque ella templase el movimiento,

con menos ligereza la segura.

El va siguiendo, y ella huye

como quien siente al pecho el odioso plomo.

Mas a la fin los brazos le crecían,

y en sendos ramos vueltos se mostraban.

Y los cabellos. que vencer solían

al oro fino, en hojas se tornaban;

en torcidas raíces se extendían

los blancos pies, y en tierra se hincaban;

llora el amante, y busca el ser primero,

besando y abrazando aquel madero.

Climene, llena de destreza y maña,

el oro y las colores matizando

iba, de hayas una gran montaña,

de robles y de peñas variando;

un puerco entre ellas de braveza extraña,

estaba los colmillos aguzando

contra un mozo; no menos animoso,

con su venablo en mano, que hermoso.

Tras esto el puerco allí se vía herido

de aquel mancebo por su mal valiente,

y el mozo en tierra estaba ya tendido,

abierto el pecho del rabioso diente;

con el cabello de oro desparcido

barriendo el suelo miserablemente,

las rosas blancas por alí sembradas

tornaba con su sangre coloradas.

Adonis este se mostraba que era,

según se muestra Venus dolorida,

que viendo la herida abierta y fiera,

estaba sobre él casi amortecida.

Boca con boca coge la postrera

parte del aire que solía dar vida

al cuerpo, por quien ella en este suelo

aborrecido tuvo al alto cielo.

La blanca Nise no tomó a destajo

de los pasados casos la memoria

y en la labor de su sutil trabajo

no quiso entretejer antigua historia;

antes mostrando de su claro Tajo

en su labor la celebrada gloria,

lo figuró en la parte donde él baña

la más felice tierra de la España.

Pintado el caudaloso río se vía,

que en áspera estrecheza reducido,

un monte casi alrededor ceñía

con ímpetu corriendo y con ruido;

querer cercallo todo parecía

en su volver, mas era afán perdido;

dejábase correr en fin derecho,

contento de lo mucho que había hecho.

Estaba puesta en la sublime cumbre

del monte, y desde allí por él sembrada

aquella ilustre y clara pesadumbre

de antiguos edificios adornada.

De allí con agradable mansedumbre

el Tajo va siguiendo su jornada,

y regando los campos y arboledas

con artificio de las altas ruedas.

En la hermosa tela se veían

entretejidas las silvestres diosas

salir de la espesura, y que venían

todas a la ribera presurosas,

en el semblante tristes, y traían

cestillos blancos de purpúreas rosas,

las cuales esparciendo derramaban

sobre una ninfa muerta, que lloraban,

Todas con el cabello desparcido

lloraban una ninfa delicada,

cuya vida mostraba que había sido

antes de tiempo y casi en flor cortada.

Cerca del agua en el lugar florido,

estaba entre las hierbas degollada,

cual queda el blanco cisne cuando pierde

la dulce vida entre la hierba verde.

Una de aquellas diosas, que en belleza,

al parecer, a todas excedía,

mostrando en el semblante la tristeza

que del funesto y triste caso había

apartado algún tanto, en la corteza

de un álamo estas letras escribía

como epitafio de la ninfa bella,

que hablaban así por parte de ella.

"Elisa soy, en cuyo nombre suena

y se lamenta el monte cavernoso,

testigo del dolor y grave pena

en que por mí se aflige Nemoroso,

y llama ¡Elisa!... ¡Elisa! a boca llena

responde el Tajo, y lleva presuroso

al mar de Lusitania el nombre mío,

donde será escuchado, yo lo fio."

En fin en esta tela artificiosa

toda la historia estaba figurada,

que en aquella ribera deleitosa

de Nemoroso fue tan celebrada;

porque de todo aquesto y cada cosa

estaba Nise ya tan lnformada,

que llorando el pastor, mil veces ella

se enterneció escuchando su querella.

Y porque aqueste lamentable cuento

no sólo entre las selvas se contase,

mas dentro de las ondas sentimiento

con la noticia desto se mostrase,

quiso que de su tela el argumento

la bella ninfa muerta señalase

y así se publicase de uno en uno

por el húmedo reino de Neptuno.

Destas historias tales variadas

eran las telas de las cuatro hermanas,

las cuales con colores matizadas

claras y luces de las sombras vanas,

mostraban a los ojos relevadas

las cosas y figuras que eran llanas,

tanto, que al parecer el cuerpo vano

pudiera ser tomado con la mano.

Los rayos ya del sol se trastornaban,

escondiendo su luz al mundo cara

tras altos montes, y a la luna daban

lugar para mostrar su blanca cara;

los peces a menudo ya saltaban,

con la cola azotando el agua clara,

cuando las Ninfas, la labor dejando,

hacia el agua se fueron paseando.

En las templadas ondas ya metidos

tenían los pies, y reclinar querían

los blancos cuerpos, cuando sus oídos

fueron de dos zampoñas que tañían

suave y dulcemente, detenidos;

tanto, que sin mudarse las oían,

y al son de las zampoñas escuchaban

dos pastores a veces que cantaban.

Más claro cada vez el son se oía,

de los pastores, que venían cantando

tras el ganado, que también venía

por aquel verde soto caminando;

y a la majada, ya pasado el día,

recogido le llevan, alegrando

las verdes selvas con el son suave

haciendo su trabajo menos grave.

Tirreno de estos dos el uno era,

Alcino el otro, entrambos estimados,

y sobre cuantos pacen la ribera

del Tajo con sus vacas enseñados;

mancebos de una edad, de una manera

a cantar juntamente aparejados

y a responder, aquesto van diciendo,

cantando el uno, el otro respondiendo.

TIRRENO

Flérida, para mi dulce y sabrosa

más que la fruta del cercado ajeno,

más blanca que la leche, y más hermosa

que el prado por abril de flores lleno:

si tú respondes pura y amorosa

al verdadero amor de tu Tirreno,

a mi majada arribarás primero

que el cielo nos muestre su lucero.

ALCINO

Hermosa Filis, siempre yo te sea

amargo al gusto más que la retama,

y de ti despojado yo me vea,

cual queda el tronco de su verde rama,

si más que yo el murciélago desea

la oscuridad, ni más la luz desama,

por ver ya el fin de un término tamaño

de este día; para mí mayor que un año.

TIRRENO

Cual suele acompañada de su bando

aparecer la dulce primavera,

cuando Favonio y Céfiro soplando

al campo toman su beldad primera,

y van artificiosos esmaltando

de rojo, azul y blanco la ribera,

en tal manera a mi Flérida mía

viniendo, reverdece mi alegría.

ALClNO

¿Ves el furor del animoso viento

embravecido en la fragosa sierra

que los antiguos robles ciento a ciento,

y los pinos altísimos atierra,

y de tanto destrozo aún no contento,

al espantoso mar mueve la guerra?

Pequeña es esta furia, comparada

a la de Filis, con Alcino airada.

TIRRENO

El blanco trigo multiplica y crece

produce el campo en abundancia y tierno

pasto al ganado; el verde monte ofrece

a las fieras salvajes su gobierno-,

a do quiera me miro, me parece

que derrama la copia todo el cuerno;

mas todo se convertirá en abrojos,

si de ello aparta Flérida sus ojos.

ALCINO

De la esterilidad es oprimido

el monte, el campo, el soto y el ganado;

la malicia del aire corrompido

hace morir la yerba mal su grado;

las aves ven su descubierto nido,

que ya de verdes hojas fue cercado;

pero si Fllis por aqui tornare,

hará reverdecer cuanto mirare.

TIRRENO

El álamo de Alcides escogido

fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;

de la hermosa Venus fue tenido

en precio y en estima el mirto solo;

el verde sauce de Flérida es querido,

y por suyo entre todos escogiólo:

doquiera que de hoy más sauces se hallen,

el álamo, el laurel y el mirto callen.

ALCINO

El fresno por la selva en hermosura

sabemos ya que sobre todos vaya,

y en aspereza y monte de espesura

se aventaja la verde y alta haya;

mas el que la beldad de tu figura,

donde quiera mirando, Filis, haya,

al fresno y a la haya en su aspereza

confesará que vence tu belleza.

Esto cantó Tirreno, y esto Alcino

le respondió; y habiendo ya acabado

el dulce son, siguieron su camino

con paso un poco más apresurado.

Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,

juntas se arrojan por el agua a nado;

y de la blanca espuma que movieron,

las cristalinas ondas se cubrieron.

ELEGIA II  A Boscán

Aquí, Boscán, donde del buen troyano

Anquises con eterno nombre y vida

conserva la ceniza el Mantuano,

debajo de la seña esclarecida

de César Africano nos hallamos,

la vencedora gente recogida.

Diversos en estudio; que unos vamos

muriendo por coger de la fatiga

el fruto que con el sudor sembramos;

otros que hacen la virtud amiga

y premio de sus obras, y así quieren

que la gente lo piense y que lo diga,

de estos otros en lo público difieren,

y en lo secreto sabe Dios en cuanto

se contradicen en lo que profieren.

Yo voy por medio, porque nunca tanto

quise obligarme a procurar hacienda;

que un poco más que aquellos me levanto.

Ni voy tampoco por la estrecha senda

de los que cierto sé que a la otra vía

vuelven de noche al caminar la rienda.

Mas ¿dónde me llevó la pluma mía,

que, a sátira me voy mi paso a paso,

y aquesta que os escribo es elegía?

Yo enderezo Señor en fin, mi paso

por donde vos sabéis que su proceso

siempre ha llevado y lleva Garcilaso:

y así, en mitad de aqueste monte espeso

de las diversidades me sostengo,

no sin dificultad, mas no por eso

dejo las musas, antes tomo y vengo

de ellas al negociar, y variando

con ellas dulcemente me entretengo.

Así se van las horas engañando,

así del duro afán y grave pena

estamos algún hora descansando.

De aquí iremos a ver de la Serena

la patria, que bien muestra haber ya sido

de ocio y de amor antiguamente llena.

Allí mi corazón tuvo su nido

un tiempo ya; mas no sé ¡triste! agora

o si estará ocupado o desparcido.

De esto un frío temor así a deshora

por mis huesos discurre en tal manera,

que no puedo vivir con él una hora.

Si ¡triste! de mi bien estado hubiera

un breve tiempo ausente, yo no niego

que con mayor seguridad viviera.

La breve ausencia hace el mismo juego

en la fragua de amor, que en fragua ardiente

el agua moderada hace al fuego,

la cual verás que no tan solamente

no le suele matar, mas aun le esfuerza

con ardor más intenso y eminente:

porque un contrario con la poca fuerza

de su contrario, por vencer la lucha,

su brazo aviva y su valor esfuerza;

pero si el agua en abundancia mucha

sobre el fuego se esparce y se derrama,

el humo sube al cielo, el son se escucha,

y el claro resplandor de viva llama,

en polvo y en ceniza convertido,

apenas queda del sino la fama.

Así el ausencia larga, que ha esparcido

en abundancia su licor, que amata

el fuego que el amor tenía encendido,

de tal suerte lo deja, que lo trata

la mano sin peligro en el momento

que en apariencia y son se desbarata.

Yo solo fuera voy de aqueste cuento;

porque el amor me aflige y me atormenta,

y en el ausencia crece el mal que siento;

y pienso yo que la razón consienta

y permite la causa de este efeto,

que a mí solo entre todos se presenta;

porque, como del cielo yo sujeto

estaba eternamente y deputado

al amoroso fuego en que me meto.

así para poder se amatado,

el ausencia sin término infinita

debe ser, y sin tiempo limitado;

lo cual no habrá razón que lo permita;

porque, por más y más que ausencia dure,

con la vida se acaba, que es finita.

Mas a mí ¿quién habrá que me asegure

que mi mala fortuna con mudanza

y olvido contra mí no se conjure?

Este temor persigue la esperanza

y oprime y enflaquece el gran deseo

con que mis ojos van de su holganza,

con ellos solamente agora veo

este dolor que el corazón me parte,

y con él y conmigo aquí peleo.

¡Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte,

de túnica cubierto de diamante,

y endurecido siempre en toda parte!

¿Qué tiene que hacer el tierno amante

con tu dureza y áspero ejercicio

llevado siempre del furor delante?

Ejercitando, por mi mal, tu oficio,

soy reducido a términos que muerte

será mi postrimero beneficio.

Y ésta no permitió mi dura suerte

que me sobreviniese peleando,

de hierro traspasado agudo y fuerte,

por que me consumiese contemplando

mi amado y dulce fruto en mano ajena

y el duro posesor de mí burlando.

Mas, ¿dónde me trasporta y enajena

de mi propio sentido el triste miedo?

A parte de vergüenza y dolor llena,

donde si el mal yo viese, ya no puedo,

según con espéralle estoy perdido,

acrecentar en la miseria un dedo.

Así lo pienso agora, y si él venido

fuese en su misma forma y su figura,

tendría el presente por menor partido,

y agradecería siempre a la ventura

mostrarme de mi mal sólo el retrato,

que pintan mi temor y mi tristura.

Yo sé qué cosa es esperar un rato

el bien del propio engaño, y solamente

tener con él inteligencia y trato.

Como acontece al mísero doliente,

que del un cabo el cierto amigo y sano

le muestra el grave mal de su acidente,

y le amonesta que del cuerpo humano

comience a levantar a menor parte

el alma suelta con volar liviano;

mas la tierna mujer, de la otra parte,

no se puede entregar a desengaño,

y encúbrele del mal a la mayor parte;

él, abrazado con su dulce engaño,

vuelve los ojos a la voz piadosa,

y alégrase muriendo con su daño,

así los quito yo de toda cosa,

y póngolos en solo el pensamiento

de la esperanza cierta o mentirosa.

En este dulce error muero contento;

porque ver claro y conocer mi estado

no puede ya curar el mal que siento;

y acabo como aquel que en un templado

baño metido, sin sentido muere,

y oyendo el son del mar que en ella hiere,

y sin impedimento contemplando

la misma  a quien tú vas eterna fama,

en tus vivos escritos, procurando;

alégrate, que más hermosa llama

que aquella que el troyano encendimiento

pudo causar,  el corazón te inflama.

No tienes que temer el movimiento

de la fortuna con soplar contrario,

que el puro resplandor serena el viento.

Yo, como conducido mercenario,

voy do fortuna a mi pesar me envía,

si no a morir, que apuesto es voluntario.

Sólo sostiene la esperanza mía

un tal débil engaño, que de nuevo

es menester hacello cada día;

y si no lo fabrico y lo renuevo,

da consigo en el suelo mi esperanza:

tanto, que en vano a levantarla pruebo.

Aqueste premio mi servir alcanza;

que en sola la miseria de mi vida

negó fortuna su común mudanza.

¿Dónde podré huir que sacudida

un rato sea de mí la grave carga

que oprime mi cerviz enflaquecida?

Mas ¡ay! que la distancia no descarga

el triste corazón, y el mal, doquiera

que estoy, para alcanzarme el vuelo alarga.

Si donde el sol ardiente reverbera

en la arenosa Libia, engendradora

de toda cosa ponzoñosa y fiera;

o donde es él vencido a cualquiera hora

de la rígida nieve y viento frío,

parte do no se vive ni se mora;

si en ésta o en aquélla el desvarío

o la fortuna me llevase un día,

y allí gastase todo el tiempo mío,

el celoso temor con mano fría

en medio del calor y ardiente arena

el triste corazón me apretaría;

y en el rigor del hielo, en la serena

noche, soplando el viento agudo y puro,

que el veloce correr del agua enfrena,

de aqueste vivo fuego en que me apuro

y consumirme poco a poco espero,

sé que aun allí no podré estar seguro:

y así, diverso entre contrarios muero.

ELEGIA I

           Al duque de Alba.  En la muerte de

           Don Bemardino de Toledo, su hermano

Aunque este grave caso haya tocado

con tanto sentimiento el alma mía,

que de consuelo estoy necesitado,

con que de su dolor mi fantasía

se descargase un poco, y se acabase

de mi continuo llanto la porfía,

quise pero probar so me bastase

el ingenio a escribirte algún consuelo

estando cual estoy, que aprovechase

para que tu reciente desconsuelo

la furia mitigase, si las musas

pueden un corazón alzar del suelo

y poner fin a las querellas que usas,

con que de Pindo ya las moradoras

se muestran lastimadas y confusas;

que, según he sabido, ni a las horas

que el sol se muestra ni en el mar se esconde,

de tu lloroso estado no mejoras;

antes en él permaneciendo, donde

quiera que estás tus ojos siempre bañas,

y el llanto a tu dolor así responde,

que temo ver deshechas tus entrañas

en lágrimas, como al lluvioso viento

se derrite la nieve en las montañas.

Si acaso el trabajado pensamiento

en el común reposo se adormece,

por tornar al dolor con nuevo aliento,

en aquel breve sueño te aparece

la imagen amarilla del hermano

que de la dulce vida desfallece;

y tú, tendiendo la piadosa mano,

probando a levantar el cuerpo amado,

levantas solamente el aire vano;

y del dolor el sueño desterrado

con ansia vas buscando, el que partido

era ya con el sueño y alongado. 

Así desfalleciendo en tu sentido,

como fuera de ti, por la ribera

de Trápana con llanto y con gemido

el caro hermano buscas, que sola era

la mitad de tu alma el cual muriendo,

no quedará tu alma toda entera.

Y no de otra manera repitiendo

vas el amado nombre, en desusada

figura a todas partes revolviendo,

que cerca del Erídano aquejada,

lloró y llamó Lampecia el nombre en vano,

con la fraterna muerte lastimada:

"Ondas, tornadme ya mi dulce hermano

Faetón; si no, aquí veréis mi muerte,

regando con mis ojos este llano."

¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte

avivadas las fuerzas, renovaba

las quejas de su cruda y dura suerte!

¡Y cuántas otras, cuando se acababa

aquel furor, en la ribera umbrosa,

muerta, cansada, el cuerpo reclinaba!

Bien te confieso que si alguna cosa

entre la humana puede y mortal gente

entristecer un alma generosa,

con gran razón podrá ser la presente

pues te ha privado de un tan dulce amigo,

no solamente hermano, un accidente;

el cual no sólo siempre fue testigo

de tus consejos e íntimos secretos,

mas de cuando lo fuiste tú contigo.

En él ya se reclinaban tus discretos

y honestos pareceres y hacían

conformes al asiento sus efetos.

En él ya se mostraban y leían

tus gracias y virtudes una a una,

y con hermosa luz resplandecían,

como en luciente de cristal coluna,

que no encubre de cuanto se avecina

a su viveza pura cosa alguna.

¡Oh miserables hados! ¡Oh mezquina

suerte la del estado humano, y dura,

do por tanto trabajos se camina!

Y agora muy mayor la desventura

de aquesta nuestra, edad, cuyo progreso

muda de un mal en otro su figura.

¿A quién ya de nosotros el exceso

de guerras, de peligros y destierro

no toca, y no ha cansado el gran proceso?

¿Quién no vio esparcir su sangre al hierro

del enemigo? ¿Quién no vio su vida

perder mil veces y escapar por yerro?

¿De cuántos queda y quedará perdida

la casa y la mujer y la memoria,

y de otros la hacienda despedida?

¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria?

¿Algunos premios o agradecimientos?

Sabrálo quien leyere nuestra historia.

Veráse allí que como polvo al viento,

así se deshará nuestra fatiga

ante quien se endereza nuestro intento.

No contenta con esto la enemiga

del humano linaje, que envidiosa

coge sin tiempo el grano de la espiga,

nos ha querido ser tan rigurosa,

que ni a tu juventud, don Bernardino,

ni ha sido a vuestra pérdida piadosa.

¿Quién pudiera de tal ser adivino?

¿A quién no le engañara la esperanza,

viéndole caminar por el camino?

¿Quién no se prometiera en abastanza

seguridad entera de tus años,

sin temer de natura tal mudanza?

Nunca los tuyos, mas los propios daños,

dolernos deben: que la muerte amarga

nos muestra claros ya mil desengaños:

hanos mostrado ya que en vida larga

apenas de tormentos y de enojos

llevar podemos la pesada carga:

hanos mostrado en ti que claros ojos

y juventud y gracia y hermosura,

son también, cuando quiere, sus despojos.

Mas no puede hacer que tu figura,

después de ser de vida ya privada,

no muestre el artificio de natura.

Bien es verdad que no está acompañada

de la color de rosa que solía

con la blanca azucena ser mezclada;

porque el calor templado que encendía

la blanca nieve de tu rostro puro,

robado ya la muerte te lo había.

En todo lo demás, como en seguro

y reposado sueño descansabas,

indicio dando del vivir futuro.

Mas ¿qué hará la madre que tú amabas,

de quien perdidamente eras amado,

a quien la vida con la tuya dabas?

Aquí se me figura que ha llegado

de su lamento el son, que con su fuerza

rompe el aire vecino y apartado;

tras el cual a venir también se esfuerza

el de las cuatro hermanas, que teniendo

va con el de la madre viva fuerza.

A todas las contemplo desapareciendo

de su cabello luengo el fin oro,

el cual ultraje y daño están haciendo.

El viejo Tormes con el blanco coro

de sus hermosas ninfas seca el río,

y humedece la tierra con su lloro.

No recostado en urna al dulce frio

de su caverna umbrosa, mas tendido

por el arena en el ardiente estío,

con ronco son de llanto y de gemido,

los cabellos y barbas mas paradas

se despedaza y el sutil vestido.

En torno de él sus ninfas desmayadas,

llorando en tierra están sin ornamento,

con las cabezas de oro despeinadas.

Cese ya el dolor, el sentimiento,

hermosas moradas del undoso

Tormes; tened más provechoso intento;

consolad a la madre, que el piadoso

dolor la tiene puesta en tal estado,

que es menester socorro presuroso.

Presto será que el cuerpo, sepultado

en un perpetuo mármol, de las ondas

podrá de vuestro Tormes ser bañado.

Y tú, hermoso coro, allá en las hondas

aguas metido, podrá ser que el llanto

de mi dolor te muevas y respondas.

Vos, altos promontorios, entre tanto

con toda la Trinacria, entristecida

buscad alivio en desconsuelo tanto.

Sátiros, faunos, ninfas, cuya vida

sin enojos se pasa, moradores

de la parte repuesta y escondida,

con luenga experiencia sabedores,

buscad para consuelo de Fernando,

hierbas de propiedad oculta y flores;

así en el escondido bosque, cuando

ardiendo en vivo agradable fuego

las fugitivas ninfas vais buscando,

ellas se inclinen al piadoso ruego,

y en recíproco lazo estén ligadas,

sin esquivar el amoroso juego.

Tú, gran Fernando, que entre tus pasadas

y tus presentes obras resplandeces,

y mayor fama están por ti obligadas,

contempla dónde estás: que si falleces

al nombre que has ganado entre la gente,

de tu virtud en algo te enflaqueces.

Porque al fuerte varón no se consiente

no resistir los casos de fortuna

con firme rostro y corazón valiente.

Y no tan solamente esta importuna,

con proceso cruel y rigurosos,

con revolver de sol, de cielo y luna

mover no debe un pecho generoso,

ni entristecello con funesto vuelo,

turbando con molestia su reposo;

mas si toda la máquina del cielo

con espantable son y con ruido,

hecha pedazos se vinieren al suelo,

debe ser enterrado y oprimido

del grave peso y de la gran ruina,

primero que espantado y conmovido.

Por estas asperezas se camina

de la inmortalidad al alto asiento,

do nunca arriba quien de aquí declina.

En fin, Señor, tornando al movimiento

de la humana natura, bien permito

a nuestra flaca parte un sentimiento;

mas el exceso en esto vedo y quito,

si alguna cosa puedo, que parece

que quiere proceder en infinito.

A lo menos el tiempo, que descrece

y muda de las cosas el estado,

debe bastar, si la razón fallece.

No fue el troyano príncipe llorado

siempre del viejo padre dolorido,

ni siempre de la madre lamentado;

antes después del cuerpo redimido

con lágrimas humildes y con oro,

que fue del fiero Aquiles concedido,

y reprimido el lamentable coro

del frigio llanto, dieron final vano

y sin provecho sentimiento y lloro.

El tierno pecho, en esta parte humano

de Venus ¿qué sintió, su Adonis viendo

de su sangre regar el verde llano?

Mas desque vido bien que corrompiendo

con lagrirnas sus ojos no hacía

sino en su llanto estarse deshaciendo,

y que tomar llorando no podía

su caro y dulce amigo de la oscura

y tenebrosa noche al claro dia

los ojos enjugó, y la frente pura

mostró con algo más contentamiento,

dejando con el muerto la tristura;

y luego con gracioso movimiento

se fue paso por el verde suelo,

con su guirnalda usada y ornamento

desordenaba con lascivo vuelo

y viento sus cabellos, y su vista

alegraba la tierra, el mar y el cielo.

Con discurso y razón que es tan prevista,

con fortaleza y ser que en ti contemplo,

a la flaca tristeza se resista.

Tu ardiente gana de subir al templo,

donde la muerte pierde su derecho,

te baste, sin mostrarte yo otro ejemplo.

Allí verás cuán poco mal ha hecho

la muerte en la memoria y clara fama

de los famosos hombres que ha deshecho.

Vuelve los ojos donde al fin te llama

la suprema esperanza, do perfecta,

sube y purgada el alma en pura llama.

¿Piensas que es otro el fuego que en Oeta

del Alcides consumió la mortal parte

cuando voló el espíritu al alta meta?

De esta manera aquel por quien reparte

tu corazón suspiros mil al día,

y resuena tu llanto en cada parte,

subió por la difícil y alta vía,

de la carne mortal purgado y puro,

en la dulce región del alegría;

Do con discurso libre ya y seguro

mira la vanidad de los mortales,

ciegos, errados en el aire oscuro;

y viendo y contemplando nuestros males,

alégrase de haber alzado el vuelo

a gozar de las horas inmortales.

Pisa el inmenso y cristalino cielo,

teniendo puestos de una y otra mano

el claro padre y el sublime abuelo.

El uno ve de su proceso humano

sus virtudes estar allí presentes,

que el áspero camino hacen llano;

el otro, que acá hizo entre las gentes

en la vida mortal menor tardanza,

sus llagas muestra allá resplandecientes.

De ellas aqueste premio allá se alcanza:

porque del enemigo no conviene

procura en el cielo otra venganza.

Mira la tierra, el mar que la contiene

todo lo cual por un pequeño punto

a respecto del cielo juzga y tiene.

Puesta la vida en aquel gran trasunto

y espejo, do se muestra lo pasado

con lo futuro y lo presente junto,

el tiempo que a tu vida limitado

de allá arriba te está, Fernando, mira,

y allí ve tu lugar ya deputado.

¡Oh bienaventurado, que sin ira,

sin odio, en paz estás, sin amor ciego,

con quien acá se muere y se sospira;

y en eterna holganza y en sosiego

vives, y vivirás cuanto encendiere

las almas del divino amor del fuego!

Y si el cielo piadoso y largo diere

luenga vida a la voz deste mi llanto,

lo cual tú sabes que pretende y quiere,

yo te prometo, amigo, que entre tanto

que el sol al mundo alumbre, y que la oscura

noche cubra la tierra con su manto,

y en tanto que los peces la hondura

húmida habitarán del mar profundo,

y las fieras del monte la espesura,

se cantará de ti por todo el mundo;

que en cuanto se discurre, nunca visto

de tus años jamás otro segundo

será desde el Antártico a Calisto.

SONETO  CLARISIMO MARQUES

Clarísimo Marqués, ¡en quién derrama

el cielo cuanto bien conoce el mundo!;

si el gran valor en que el sujeto fundo,

y al claro resplandor de nuestra llama

 

arribare mi pluma, y do la llama

la voz de vuestro nombre alto y profundo,

seréis vos solo eterno y sin segundo,

y por vos inmortal quien tanto os ama.

 

Cuanto del largo cielo se desea,

cuanto sobre la tierra se procura,

todo se halla en vos de parte en parte;

 

y en fin, de solo vos formó natura

una extraña y no vista al mundo idea.

y hizo igual al pensamiento el arte.

 

SONETO

A Boscán desde la goleta

Boscán, las armas y el furor de Marte,

que con su propia sangre el africano

suelo regando, hacen que el romano

imperio reverdezca en esta parte,

 

han reducido a la memoria del arte

y el antiguo valor italiano,

por cuya fuerza y valerosa mano

Africa se aterró de parte a parte.

 

Aquí donde el romano entendimiento,

donde el fuego y la llama licenciosa

sólo el nombre dejaron a Cartago,

 

vuelve y revuelve amor mi pensamiento,

hiere y enciende el alma temerosa,

y en llanto y en ceniza me deshago.

 

SONETO A BOSCAN

Boscán, vengado estáis, con mengua mía,

de mi rigor pasado y mi aspereza

con que reprenderos la terneza

de vuestro blando corazón solía.

 

Agora me castigo cada día

de tal salvatiquez y tal torpeza:

mas es a tiempo que de mi bajeza

correrme y castigarme bien podría.

 

Sabed que en mi perfecta edad y armado,

con mis ojos abiertos me he rendido

al niño que sabéis, ciego y desnudo.

 

De tan hermoso fuego consumido

nunca fue corazón: si preguntado

soy lo demás, en lo demás soy mudo.

 

SONETO COMO LA TIERNA MADRE

Como la tierna madre, que el doliente

hijo le está con lágrimas pidiendo

alguna cosa, de la cual comiendo,

sabe que ha de doblarse el mal que siente.

 

Y aquel piadoso amor no lo consiente

que considere el daño que haciendo

lo que le pide hace, va corriendo,

aplaca el llanto, y dobla el accidente,

 

así a mi enfermo y loco pensamiento,

que en su daño os me pide, yo querría

quitar este mortal mantenimiento.

 

Mas pídemelo, y llora cada día

tanto, que cuanto quiere le consiento,

olvidando su muerte, y aun la mía.

 

SONETO CON ANSIA EXTREMA

Con ansia extrema de mirar que tiene

vuestro pecho escondido allá en su centro,

y ver si a lo de fuera lo de dentro

en apariencia y ser igual conviene,

 

en él puse la vista: mas detiene

de vuestra hermosura el duro encuentro

mis ojos, y no pasan tan adentro

que miren lo que el alma en sí contiene.

 

Y así se quedan tristes en la puerta

hecha por mi dolor con esa mano

que aun a su mismo pecho no perdona;

 

donde vi claro mi esperanza muerta.

y el golpe que os hizo amor en vano

"non esservi passato oltra la gonna."

CANCION III

            Con manso ruido

      de agua corriente y clara,

cerca del Danubio una isla, que pudiera

     ser lugar escogido

     para que descansara

quien como yo estoy agora, no estuviera,,

      do siempre primavera

      parece en la verdura

      sembrada de las flores:

      hacen los ruiseñores

renovar el placer o la tristura

      con sus blandas querellas

que nunca día ni noche cesan de ellas.

 

            Aquí estuve yo puesto,

      o por mejor decillo,

preso, forzado y solo en tierra ajena:

      bien pueden hacer esto

      en quien puede sufrillo

y en quien él a sí mismo se condena.

      Tengo sola una pena,

      si muero desterrado

      y en tanta desventura,

      que piensen por ventura

que juntos tantos males me han llevado;

y sé yo bien que muero

por solo aquello que morir espero.

 

            El cuerpo está en poder

      y en manos de quien puede

hacer a su placer lo que quisiere:

      más no podrá hacer

      que mal librado quede,

mientras de mi otra prenda no tuviere.

      Cuando ya el mal viniere,

      y la postrera suerte,

      aquí me ha de hallar.

      en el mismo lugar,

que otra cosa más dura que la muerte

      me halla y ha hallado;

y esto sabe muy bien quien lo ha probado

 

            No es necesario agora

      hablar más sin provecho,

que es mi necesidad muy apretada;

      pues ha sido en un hora

      todo aquello deshecho

en que toda mi vida fue gastada.

      ¿Y al fin de tal jornada

      presumen espantarme?

      Sepan que ya no puedo

      morir sino sin miedo:

que aun nunca que temer quiso dejarme

      la desventura mía,

que el bien y el miedo me quitó en un día.

 

            Danubio, río divino,

       que por fieras naciones

vas con tus claras ondas discurriendo,

       pues no hay otro camino

       por donde mis razones

vayan fuera de aquí, sino corriendo

       por tus aguas y siendo

       en ellas anegadas,

       si en tierra tan ajena

       en la desierta arena

fueren de alguno acaso en fin halladas,

       entiérrelas, siquiera

porque su error se acabe en tu ribera.

 

            Aunque en el agua mueras,

      canción, no has de quejarte:

que yo he mirado bien lo que te toca.

      Menos vida tuvieras

      si hubieras de igualarte

con otras que se me han muerto en la boca.

      Quien tiene culpa de esto,

allá lo entenderás de mí muy presto.

SONETO  CON TAL FUERZA

Con tal fuerza y vigor son concertados

para mi perdición los duros vientos,

que cortaron mis tiernos pensamientos

luego que sobre mí fueron mostrados.

 

El mal es que me quedan los cuidados

en salvo de estos acontecimientos,

que son duros, y tienen fundamentos

en todos mis sentidos bien echados.

 

Aunque por otra parte no me duelo,

ya que el bien me dejó con su partida,

del grave mal que en mí está de contino;

 

antes con él me abrazo y me consuelo;

porque en proceso de tan dura vida

atajaré la guerra del camino.

SONETO  CUANDO ME PARO

Cuando me paro a contemplar mi estado,

y a ver los pasos por do me ha traído,

hallo, según por do anduve perdido,

que a mayor mal pudiera haber llegado:

 

mas cuando del camino estoy olvidado,

a tanto mal no sé por do he venido:

sé que me acabo, y mas he yo sentido

ver acabar conmigo mi cuidado.

 

Yo acabaré, que me entregué sin arte

a quien sabrá perderme y acabarme,

si ella quisiere, y aun sabrá querello:

 

que pues mi voluntad puede matarme,

la suya, que no es tanto de mi parte,

pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

COPLA I

           HABIÉNDOSE CASADO SU DAMA

Culpa debe ser quereros,

según lo que en mí hacéis:

mas allá lo pagaréis,

do no sabrán conoceros,

por mal que me conocéis.

 

Por quereros, ser perdido

pensaba, que no culpado;

mas que todo lo haya sido

así me lo habéis mostrado,

que lo tengo bien sabido.

 

¡Quién pudiese no quereros

tanto como vos sabéis,

por holgarme que paguéis

lo que no han de conoceros

con lo que no conocéis!

 

SONETO  DE AQUELLA VISTA

De aquella vista buena y excelente

salen espíritus vivos y encendidos,

y siendo por mis ojos recibidos,

me pasan hasta donde el mal se siente.

 

Encuéntranse el camino fácilmente,

con los míos, que, de tal calor movidos,

salen fuera de mí como perdidos,

llamados de aquel bien que está presente.

 

Ausente en mí, memoria la imagino;

mis espíritus, pensando que la vían,

se mueven y se encienden sin medida;

 

mas no hallando fácil el camino,

que los suyos entrando detenía,

revientan por salir do no hay salida.

 

SONETO  DENTRO DE MI ALMA

Dentro de mi alma fue de mi engendrado

un dulce amor, y de mi sentimiento

tan aprobado fue su nacimiento

como de un solo hijo deseado;

 

mas luego de él nació quien ha estragado

del todo el amoroso pensamiento:

que en áspero rigor y en gran tormento

los primeros deleites ha trocado.

 

¡Oh crudo nieto, que das vida al padre,

y matas al abuelo! ¿por qué creces

tan disconforme a aquel de que has nacido?

 

¡Oh, celoso temor! ¿a quién pareces?

¡que la envidia, tu propia y fiera madre,

se espanta en ver el monstruo que ha parido!

 

SONETO  ECHADO ESTA POR TIERRA

Echado está por tierra el fundamento

que mi vivir cansado sostenía.

¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!

¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

 

¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento

cuando se ocupa en bien de cosa mía!

A mi esperanza, así como a baldía,

mil veces la castiga mi tormento.

 

Las más veces me entrego, otras resisto

con tal furor, con una fuerza nueva,

que un monte puesto encima rompería.

 

Aqueste es el deseo que me lleva,

a que desee tomar a ver un día

a quien fuera mejor nunca haber visto.

EGLOGA I

Al Virrey de Nápoles

SALICIO.  NEMOROSO

      El dulce lamentar de dos pastores,

Salicio juntamente y Nemoroso

he de cantar, sus quejas imitando;

cuyas ovejas al cantar sabroso

estaban muy atentas, los amores,

de pacer olvidadas, escuchando,

           tú que ganaste obrando

           un nombre en todo el mundo

           y un grado sin segundo,

agora estés atento sólo y dado

al ínclito gobierno del Estado,

Albano, agora vuelto a la otra parte,

             resplandeciente, armado,

representando en tierra el fiero Marte:

       agora de cuidados enojosos

y de negocios libre, por ventura

andes a caza el monte fatigando

en ardiente jinete, que apresura

el curso tras los ciervos temerosos,

que en vano su morir van dilatando;

             espera que en tornando

             a ser restituido

             al ocio ya perdido,

luego verás ejercitar mi pluma

por la infinita innumerable suma

de tus virtudes y famosas obras:

             antes que me consuma,

faltando a ti, que a todo el mundo sobras.

      En tanto que este tiempo que adivino

viene a sacarme de la deuda un día

que se debe a tu fama y a tu gloria;

que es deuda general no sólo mía,

mas de cualquier ingenio peregrino

que celebra lo digno de memoria;

             el árbol de victoria

             que ciñe estrechamente

             tu gloriosa frente,

dé lugar a la yedra que se planta

debajo de tu sombra, y se levanta

poco a poco arrimada a tus loores;

            y en cuanto esto se canta,

escucha tú el cantar de mis pastores.

      Saliendo de las ondas encendido

rayaba de los montes el altura

el sol, cuando Salicio, recostado

al pie de una alta haya en la verdura,

por donde una agua clara con sonido

atravesaba el fresco y verde prado,

            él, con canto acordado

            al rumor que sonaba,

            del agua que pasaba,

se quejaba tan dulce y blandamente

como si no estuviera de allí ausente

la que de su dolor culpa tenía;

            y así como presente

razonando con ella le decía:

SALICIO

      ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,

y al encendido fuego en que me quemo

mas helada que nieve, Galatea!

Estoy muriendo, y aun la vida temo,,

témola con razón, pues tú me dejas:

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.

            Vergüenza he que me vea

            ninguno en tal estado,

            de ti desamparado,

y de mí mismo yo me corro agora.

¿De un alma te desdeñas ser señora,

donde siempre moraste, no pudiendo

            de ella salir un hora?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

      El sol tiende los rayos de su lumbre

por montes y por valles, despertando

las aves y animales y la gente;

cual por el aire claro va volando,

cuál por el verde valle o alta cumbre

paciendo va segura y libremente,

            cuál con el sol presente,

            va de nuevo al oficio,

            y al usado ejercicio

do su natura o menester le inclina:

siempre está en llanto esta ánima mezquina,

cuando la sombra el mundo va cubriendo

            o la luz se avecina.

Salid sin duelo, lágrimas corriendo.

       Y tú, desta mi vida ya olvidada,

sin mostrar un pequeño sentimiento

de que por ti Salicio triste muera,

¿dejas llevar, desconocida, al viento

el amor y la fe, que ser guardada

eternamente sólo a mí debiera?

            ¡Oh Dios! ¿Por qué siquiera,

            pues ves desde tu altura

            esta falsa perjura

causar la muerte de un estrecho amigo,

no recibe del cielo algún castigo?

Si en pago del amor yo estoy muriendo

           ¿qué hará el enemigo?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

       Por ti el silencio de la selva umbrosa,

por ti la esquividad y apartamiento

del solitario monte me agradaba:

por ti la verde hierba el fresco viento,

el blanco lirio y colorada rosa

y dulce primavera deseaba.

            ¡Ay, cuánto me engañaba!

            ¡ay, cuán diferente era

            y cuán de otra manera

lo que en tu falso pecho se escondía!

Bien claro con su voz me lo decia

la siniestra corneja repitiendo

            la desventura mia.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

       ¡Cuántas veces durmiendo en la floresta

(reputándolo yo por desvarío)

vi mi mal entre sueños, desdichado!

Soñaba que en el tiempo del estio

llevaba por pasar allí la siesta,

a beber en el Tajo mi ganado:

             y después de llegado,

             sin saber de cuál arte,

             por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba:

ardiendo yo con la calor estiva,

el curso enajenado iba siguiendo

             del agua fugitiva.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

       Tu dulce habla ¿en cuya oreja suena?

Tus claros ojos ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste!

             No hay corazón que baste,

             aunque fuese de piedra,

             viendo mi amada yedra,

de mi arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida.

que no se esté con llanto deshaciendo

             hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

       ¿Qué no se esperará de aquí adelante,

por difícil que sea y por incierto?

¿O qué discordia no será juntada?

Y juntamente ¿qué tendrá por cierto,

o qué de hoy más no temerá el amante,

siendo a todo materia por ti dada?

             Cuando tú enajenada

             de mí, cuitado, fuiste,

             notable causa diste

y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,

que el más seguro tema con recelo

perder lo que estuviera poseyendo.

             Salid fuera sin duelo,

salid sin duelo, lágrimas corriendo.

       Materia diste al mundo de esperanza

de alcanzar lo imposible y no pensado,

y de hacer juntar lo diferente,

dando a quien diste el corazón malvado,

quitándolo de mí con tal mudanza,

que siempre sonará de gente en gente.

La cordera paciente

con el lobo hambriento

hará su ayuntamiento,

y con las simples aves sin ruido

harán las bravas sierpes ya su nido:

que mayor diferencia comprendo

de ti al que has escogido.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Siempre de nueva leche en el verano,

y en el invierno abundo: en mi majada

la manteca y el queso está sobrado;

de mi cantar, pues, yo te vi agradada,

tanto, que no pudiera el mantuano

Titiro ser de ti más alabado.

No soy, pues, bien mirado

tan disforme ni feo;

que aún agora me veo

en esta agua que corre clara y pura,

y cierto no trocara mi figura

con ese que de mi se está riendo:

¡trocara mi ventura!

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Cómo te vine en tanto menosprecio?

¿Como te fui tan presto aborrecible?

¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?

Si no tuvieras condición terrible,

siempre fuera tenido de ti en precio,

y no viera de ti este apartamiento.

No sabes, que sin cuento

buscan en el estío

mis ovejas el frío

de la sierra de Cuenca, y el gobierno

del abrigado Extremo  en el invierno?

Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo

me estoy en llanto eterno!

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Con mi llorar las piedras enternecen

natural dureza y la quebrantan;

los árboles parecen que se inclinan;

las aves que me escuchan cuando cantan,

con diferente voz se condolecen,

y mi morir cantando me adivinan.

Las fieras que reclinan

su cuerpo fatigado.

dejan el sosegado

sueño por escuchar mi llanto triste.

Tú sola contra mi te endureciste,

los ojos aun siquiera no volviendo

a lo que tú hiciste.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,

no dejes el lugar que tanto amaste

que bien podrá venir de mi segura,

yo dejaré el lugar do me dejaste;

ven, si por sólo esto te detienes.

Ves aquí un prado lleno de verdura,

ves aquí una espesura.

ves aquí una agua clara,

en otro tiempo cara,

a quien de ti con lágrimas me quejo.

Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,

al que todo mi bien quitarme puede;

que pues el bien le dejo

no es mucho que el lugar también le quede.

Aquí dio fin a su cantar Salicio

y suspirando en el postrero acento,

soltó de llanto una profunda vena.

Queriendo el monte al grave sentimiento

de aquel dolor en algo ser propicio,

con la pesada voz retumba y suena.

La blanca Fílomena,

casi como dolida,

y a compasión movida,

dulcemente responde al son lloroso.

Lo que cantó tras esto Nemoroso

decidlo vos Piérides; que tanto

no puedo yo, ni oso,

que siento enflaquecer mi débil canto.

NEMOROSO

Corrientes aguas, puras, cristalinas;

árboles que os estáis mirando en ellas;

verde prado de fresca sombra lleno;

aves que aquí sembráis vuestras querellas:

yedra que por los árboles caminas

torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno

del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba,

donde con dulce sueño reposaba,

o con el pensamiento discurría

por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría.

Y en este mismo valle, donde agora

me entristezco y me canso, en el reposo

estuve ya contento y descansado.

¡Oh bien caduco, vano y presuroso!

Acuérdate durmiendo aquí algún hora,

que despertando, a Elisa vi a mi lado.

¡Oh miserable hado!

¡Oh tela delicada,

antes de tiempo dada

a los agudos filos de la muerte!

Más convenible fuera aquesta suerte

a los cansados años de mi vida,

que es más que el hierro fuerte,

pues no la ha quebrantado tu partida.

¿Do están agora aquellos claros ojos,

que llevaban tras sí como colgada,

mi alma doquier que ellos se volvían?

¿Do está la blanca mano delicada,

llena de vencimientos y despojos

que de mí mis sentidos le ofrecían?

Los cabellos que veían

con gran desprecio el oro,

como a menor tesoro,

¿adónde están? ¿adónde el blanco pecho?

¿Do la colunma que el dorado techo

con presunción graciosa sostenía?

Aquesto todo agora ya se encierra,

por desventura mía,

en la fría, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,

cuando en aqueste valle al fresco viento

andábamos cogiendo tiernas flores,

que habla de ver con largo apartamiento

venir el triste y solitario día

que diese amargo fin a mis amores?

El cielo en mis dolores

cargó la mano tanto,

que a sempiterno llanto

y a triste soledad me ha condenado;

y lo que siento más es verme atado

a la pesada vida y enojosa,

solo, desamparado,

ciego sin lumbre en cárcel tenebrosa.

Después que nos dejaste nunca pace

en hartura el ganado ya, ni acude

el campo al labrador con mano llena.

No hay bien que en mal no se convierta y mude:

la mala hierba al trigo ahoga, y nace

en lugar suyo la infelice avena,

la tierra que de buena

gana nos producía

flores con que solía

quitar en solo verlas mis enojos,

produce agora en cambio estos abrojos,

ya de rigor de espinas intratable;

yo hago con mis

ojos crecer, llorando, el fruto miserable.

Como al partir del sol la sombra crece,

y en cayendo su rayo se levanta

la negra oscuridad que el mundo cubre,

de do viene el temor que nos espanta,

y la medrosa forma en que se ofrece

aquello que la noche nos encubre,

hasta que el sol descubre;

su luz pura y hermosa;

tal es la tenebrosa

noche de tu partir en que he quedado

de sombra y de temor atormentado,

basta que muerte el tiempo determine

que a ver el deseado

sol de tu clara vista me encamine.

Cual suele el ruiseñor con triste canto

quejarse entre las hojas escondido,

del duro labrador, que cautamente

le despojó su caro y dulce nido

de los tiernos hijuelos, entre tanto

que del amado ramo estaba ausente,

y aquel dolor que siente,

con diferencia tanta

por la dulce garganta

despide, y a su canto el aire suena,

y la callada noche no refrena

su lamentable oficio y sus querellas.

trayendo de su pena

al cielo por testigo y las estrellas,

De esta manera suelto yo la rienda

a mi dolor, y así me quejo en vano

de la dureza de la muerte airada.

Ella en mi corazón metió la mano,

y de allí me llevó mi dulce prenda:

que aquel era su nido y su morada.

¡Ay muerte arrebatada!

por ti me estoy quejando

al cielo, y enojando

con importuno llanto al mundo todo:

Tan desigual dolor no sufre modo.

No me podrán quitar el dolorido

sentir, si ya del todo

primero no me quitan el sentido.

Tengo una parte aquí de tus cabellos,

Elisa, envueltos en un blanco paño,

que nunca de mi seno se me apartan;

descójolos, y de un dolor tamaño

enternecerme siento, que sobre ellos

nunca mis ojos de llorar se hartan.

Sin que de allí se partan,

con suspiros calientes,

más que la llama ardientes,

los enjugo del llanto, y de consumo

casi los paso y cuento uno a uno;

juntándolos, con un cordón los ato.

Tras esto el importuno

dolor me deja descansar un rato.

Mas luego a la memoria se me ofrece

aquella noche tenebrosa, oscura,

que tanto aflige esta ánima mezquina

con la memoria de mi desventura.

Verte presente agora me parece

en aquel duro trance de Lucina,

y aquella voz divina,

con cuyos son y acentos

a los airados vientos

pudieras amansar, que agora es muda,

me parece que oigo que a la cruda,

inexorable Diosa demandabas

en aquel paso ayuda:

y tú, rústica Diosa, ¿dónde estabas?

¿Ibate tanto en perseguir las fieras?

¿Ibate tanto en un pastor dormido?

¿Cosa pudo bastar a tal crueza,

que conmovida a compasión, oído

a los votos y lágrimas no dieras,

por no ver hecha tierra tal belleza,

o no ver la tristeza

en que tu Nemoroso

queda, que su resposo

era seguir su oficio, persiguiendo

las fieras por los montes, y ofreciendo

a tus sagradas aras los despojos?

¿Y tú, ingrata, riendo,

dejas morir mi bien ante mis ojos?

Divina Elisa pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides,

y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvida, y no pides

que se apresure el tiempo en que este velo

rompa del cuerpo, y verme libre pueda,

y en la tercera rueda

contigo mano a mano

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos,

otros valles floridos y sombríos,

donde descanse, y siempre pueda verte

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

Nunca pusieran fin al triste lloro

los pastores ni fueran acabadas

las canciones que sólo el monte oía,

si mirando las nubes coloradas,

al trasmontar del sol bordadas de oro,

no vieran que era ya pasado el día.

La sombra se veía

venir corriendo apriesa

ya por la falda espesa

del altísimo monte, y recordando

ambos como de sueño, y acabando

el fugitivo sol de luz escaso

su ganado llevando,

se fueron recogiendo paso a paso.

SONETO  A VUESTRAS MANOS

En fin, a vuestras manos he venido,

do sé que he de morir tan apretado,

que aun aliviar con quejas mi cuidado,

como remedio, me es ya defendido.

 

Mi vida no sé en qué se ha sostenido,

si no es en haber sido yo guardado

para que sólo en mí fuese probado

cuanto corta la espada en un rendido.

 

Mis lágrimas han sido derramadas

donde la sequedad y la aspereza

dieron mal fruto de ellas y mi suerte.

 

Basten las que por vos tengo lloradas,

no os venguéis más de mí con mi flaqueza;

allá os vengad, señora, con mi muerte.

SONETO  DE ROSA Y AZUCENA

En tanto que de rosa y azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

enciende el corazón y lo refrena;

 

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se encogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena;

 

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto, antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

 

Marchitará la rosa el viento helado.

todo lo mudará la edad ligera,

por no hacer mudanza en su costumbre.

SONETO  ESCRITO ESTA EN MI ALMA

Escrito está en mi alma vuestro gesto,

y cuanto yo escribir de vos deseo;

vos sola lo escribisteis, yo lo leo

tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

 

En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto.

 

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma mismo os quiero.

 

Cuando tengo confieso yo deberos;

por vos nací, por vos tengo la vida,

por vos he de morir, y por vos muero.

SONETO  EN LAGRIMAS BAÑADO

Estoy continuo en lágrimas bañado,

rompiendo el aire siempre con suspiros;

y más me duele nunca osar deciros

que he llegado por vos a tal estado;

 

que viéndome do estoy, y lo que he andado

por el camino estrecho de seguiros,

si me quiero tornar para huiros,

desmayo viendo atrás lo que he dejado;

 

si a subir pruebo en la dificil cumbre,

a cada paso espántanme en la vía,

ejemplos tristes de los que han caido.

 

Y sobre todo fáltame la lumbre

de la esperanza, con que andar solía

por la oscura región de vuestro olvido.

SONETO  GRACIAS AL CIELO

Gracias al cielo doy que ya del cuello

del todo el grave yugo he sacudido,

y que del viento el mar embravecido

veré desde la tierra sin temello.

 

Veré colgada de un sutil cabello

la vida del amante embebecido

en su error, y en su engaño adormecido,

sordo a las voces que le avisan de ello.

 

Alegrárame el mal de los mortales;

mas no es mi corazón tan inhumano

en aqueste mi error, como parece,

 

porque yo huelgo, como huelga el sano,

no de ver a los otros en los males,

sino de ver que de ellos él carece.

CANCION IV

     La aspereza de mis males quiero

que se muestre también en mis razones,

como ya en los efectos se ha mostrado.

Lloraré de mi mal las ocasiones,

sabrá el mundo la causa por que muero,

y moriré a lo menos confesado.

Pues soy por los cabellos arrastrado

de un tan desatinado pensamiento,

que por agudas peñas peligrosas,

     por matas espinosas,

corre con ligereza más que el viento,

bañando de mi sangre la carrera:

y para más despacio atormentarme,

llévame alguna vez por entre flores,

a do de mis tormentos y dolores

descanso, y de ellos vengo a no acordarme:

mas él a más descanso no me espera;

antes, como me ve de esta manera,

con un nuevo furor y desatino

torna a seguir el áspero camino.

 

      No vine por mis pies a tantos daños;

fuerzas de mi destino me trajeron,

y a la que me atormenta me entregaron.

Mi razón y juicio bien creyeron

guardarme, como en los pasados años

de otros graves peligros me guardaron;

mas cuando los pasados compararon

con los que venir vieron, no sabían

lo que hacer de sí ni do meterse;

      que luego empezó a verse

la fuerza y el rigor con que venían.

Mas de pura vergúenza constreñida,

con tardo paso y corazón medroso

al fin ya mi razón salió al camino.

Cuanto era el enemigo más vecino,

tanto más el recelo temeroso

le mostraba el peligro de su vida,

pensar en el temor de ser vencida.

La sangre alguna vez le calentaba,

mas el mismo temor se la enfriaba.

 

     Estaba yo a mirar, y peleando

en mi defensa mi razón estaba

cansada, y en mil partes ya herida;

y sin ver yo quién dentro me incitaba,

ni saber cómo, estaba deseando

que allí quedase mi razón vencida.

Nunca en todo el proceso de mi vida

cosa se me cumplió que desease

tan presto como aquesta: que a la hora

      se rindió la señora,

al siervo consintió que gobernase

y usase de la ley del vencimiento.

Entonces yo sentíme salteado

de una vergüenza libre y generosa;

corríme gravemente que una cosa

tan sin razón hubiese así pasado.

Luego siguió el dolor al corrimiento

de ver mi reino en mano de quien cuento

que me da vida y muerte cada día,

y es la más moderada tiranía.

 

     Los ojos, cuya lumbre bien pudiera

tomar clara la noche tenebrosa,

y oscurecer el sol a mediodía,

me convirtieron luego en otra cosa.

En volviéndome a mi la vez primera

con la calor del rayo que salía

de su vista, que en mí se difundía,

y de mis ojos la abundante vena

de lágrimas, al sol que me inflamaba,

      no menos ayudaba

a hacer mi natura en todo ajena

de lo que era primero.  Corromperse

sentí el sosiego y libertad pasada,

y el mal de que muriendo estoy, engendrarse.

y en tierra sus raíces ahondarse

tanto cuanto su cima levantada

sobre cualquier altura hace verse.

El fruto que de aquí suele cogerse,

mil es amargo, alguna vez sabroso:

más mortífero siempre y ponzoñoso.

 

     De mí agora huyendo, voy buscando

a quien huye de mí como enemiga:

que al un error añado el otro yerro,

y en medio del trabajo y la fatiga

estoy cantando yo, y está sonando

de mis atados pies el grave hierro;

mas poco dura el canto si me encierro

acá dentro de mí, porque allí veo

un campo lleno de desconfianza.

     Muéstrame la esperanza

de lejos su vestido y su meneo;

mas ver su rostro nunca me consiente.

Torno a llorar mis daños, porque entiendo

que es un crudo linaje de tormento

para matar aquel que está sediento,

mostrarle el agua por que está muriendo;

de la cual el cuitado juntamente

la claridad contempla, el ruido siente;

mas cuando llega ya para bebella,

gran espacio se halla lejos de ella.

 

      De los cabellos de oro fue tejida

la red que fabricó mi sentimiento,

do mi razón revuelta y enredada

con gran vergüenza suya y corrimiento,

sujeta al apetito y sentida.

en público y adulterio fue tomada,

del cielo y de la tierra contemplada.

Mas ya no es tiempo de mirar yo en esto,

pues no tengo con qué considerallo,

     y en tal punto me hallo,

que estoy sin armas en el campo puesto,

y el paso ya cerrado y la huida.

¿Quién no se espantará de lo que digo?

Que es cierto que he venido a tal extremo,

que del grave dolor que huyo y temo,

me hallo algunas veces tan amigo,

que en medio de él, si vuelvo a ver la vida

de libertad, la juzgo por perdida,

y maldigo las horas y momentos

gastadas mal en libres pensamientos.

 

      No reina siempre aquesta fantasía,

que en imaginación tan variable

no se reposa una hora el pensamiento.

Viene con un rigor tan intratable

a tiempos el rigor, que al alma mía

desampara, huyendo, el sufrimiento,

lo que dura la furia del tormento.

No hay parte en mí que no se me trastorne

y que en tomo de mí no esté llorando;

      de nuevo protestando

que de la vía espantosa atrás me tome.

Esto ya por razón no va fundado,

ni le dan parte de ello a mi juicio,

que este discurso todo es ya perdido;

mas es en tanto daño del sentido

este dolor, y en tanto perjuicio,

que todo lo sensible atormentado,

del bien, si alguno tuvo, ya olvidado

está de todo punto y sólo siente

la furia y el rigor del mal presente.

 

     En medio de la fuerza del tormento

una sombra de bien se me presenta,

do el fiero ardor un poco se mitiga.

Figúraseme cierto a mí que sienta

alguna parte de lo que yo siento

aquella tan amada mi enemiga.

Es tan incomportable la fatiga,

que si con algo yo no me engañase

para poder llevarla, moriría:

     y así me acabarla

sin que de mí en el mundo se hablase.

Así que, del estado más perdido

saco algún bien, mas luego en mí la suerte

trueca y revuelve el orden; que algún hora,

si el mal acaso un poco en mi mejora,

aquel descanso luego se convierte

en un temor que me ha puesto en olvido

aquella por quien sola me he perdido.

Así del bien que un rato satisface,

nace el dolor que el alma me deshace.

 

Canción, si quien te viere se espantare

de la inestabilidad y ligereza

y revuelta el vago pensamiento,

estable, grave y firme es el tormento

le di, que es causa; cuya fortaleza

es tal, que en cualquier parte que tocare,

la hará revolver hasta que pare

en aquel fin de lo terrible y fuerte,

que todo el mundo afirma que es la muerte.

SONETO  LA MAR EN MEDIO

La mar en medio y tierras he dejado

de cuanto bien, cuitado, yo tenía;

y yéndome alejando cada día,

gentes, costumbres, lenguas he pasado.

 

Ya de volver estoy desconfiado;

pienso remedios en mi fantasía;

y el que más cierto espero es aquel día

que acabará la vida y el cuidado.

 

De cualquier mal pudiera socorrerme

con veros yo, señora, o esperallo,

si esperallo pudiera sin perdello.

 

Mas no de veros ya para valerme,

si no es morir, ningún remedio hallo,

y si éste lo es, tampoco podré habello.

CANCION II

La soledad siguiendo,

rendido a mi fortuna,

me voy por los caminos que se ofrecen,

por ellos esparciendo

mil quejas de una en una

al viento, que las lleva do perecen,

puesto que no merecen

ser de vos escuchadas,

pues son tan bien vertidas,

he lástima de ver que van perdidas

por donde suelen ir las remediadas.

A mí se han de tomar,

a donde para siempre habrán de estar.

 

Mas ¿qué haré, señora,

en tanta desventura?

¿A dónde iré, si a vos no voy con ella?

¿De quién podré yo agora

valerme en mi tristura,

si en vos no halla abrigo mi querella?

Vos sola sois aquella

con quien mi voluntad

recibe tal engaño,

que viéndoos holgar siempre con mi daño,

me quejo a vos, como si en la verdad

vuestra condición fuerte

tuviese alguna cuenta con mi muerte.

 

Los árboles presento

entre las duras peñas

por testigos de cuanto os he encubierto;

de lo que entre ellos cuento

podrán dar buenas señas,

si señas pueden dar del desconcierto.

Mas ¿quién tendrá concierto

en contra el dolor,

que es de orden enemigo?

No me den pena, no, porque lo digo;

que ya no me refrenará el temor,

¡Quién pudiese hartarse

de no esperar remedio y de quejarse!

 

Mas esto me es vedado

con unas obras tales

con que nunca fue a nadie defendido;

que si otros han dejado

de publicar sus males,

llorando el mal estado a que han venido,

señora, no habrá sido

sino con mejoría

y alivio en su tormento;

mas ha venido en mí a ser lo que siento

de tal arte, que ya en mi fantasía

no cabe; y así quedo

sufriendo aquello que decir no puedo.

 

Si por ventura extiendo

alguna vez mis ojos

por el proceso luengo de mis daños,

con lo que me defiendo

de tan grandes enojos,

solamente es allí con mis engaños;

mas vuestros desengaños

vencen mi desvarío

 

Sin yo poder dar otras recompensas,

sino que, siendo vuestro más que mío,

quise perderme así,

por vengarme de vos, señora, en mí.

 

Canción, yo he dicho más que me mandaron,

y menos que pensé;

no me pregunten más, que lo diré.

SONETO  POR DO EL DOLOR LA GUIA

Mi lengua va por do el dolor la guía;

ya yo con mi dolor sin guía camino;

entrambos hemos de ir, con puro tino;

cada uno a parar do no querría;

 

yo, porque voy sin otra compañía,

sino la que me hace el desatino,

ella, porque la lleve aquel que vino

a hacerla decir más que quería.

 

Y es para mí la ley tan desigual,

que aunque inocencia siempre en mí conoce,

siempre yo pago el yerro ajeno y mío.

 

¿Qué culpa tengo yo del desvarío

de mi lengua, si estoy en tanto mal,

que el sufrimiento ya me desconoce?

COPLA VIII   VILLANCICO

Nadie puede ser dichoso,

señora, ni desdichado,

sino que os haya mirado.

 

Porque la gloria de veros

en ese punto se quita

que se piensa mereceros.

 

Así que, sin conoceros,

nadie puede ser dichoso,

señora, ni desdichado,

sino que os haya mirado.

SONETO

A la sepultura de Don Femando de Guzmán, su hermano, que murió de pestilencia a los veinte años de

su edad, estando en el ejército de nuestro César contra los franceses en Nápoles.

No las francesas armas odiosas,

en contra puestas del airado pecho,

ni en los guardados muros con pertrecho

los tiros y saetas ponzoñosas;

 

no las escaramuzas peligrosas,

ni aquel fiero ruido contrahecho

de aquel que para Júpiter fue hecho,

por manos de Vulcano artificiosas,

 

pudieron, aunque yo más me ofrecía

a los peligros de la dura guerra,

quitar una hora sola de mi hado.

 

Mas infición del aire en sólo un día

me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,

Parténope, tan lejos de mi tierra.

SONETO  NO PIERDA MAS

No pierda más quien ha tanto perdido,

bástete, amor, lo que por ti he pasado;

válgame agora nunca haber probado

a defenderme de lo que has querido.

 

Tu templo y sus paredes he vestido

de mis mojadas ropas, y adornado,

como acontece a quien ha ya escapado

libre de la tormenta en que se vido.

 

Yo había jurado nunca más meterme,

a poder mío y mi consentimiento,

en otro tal peligro, como vano.

 

Mas del que viene no podré valerme;

y en esto no voy contra el juramento;

que ni es como los otros ni en mi mano.

SONETO  DULCES PRENDAS

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,

dulces y alegres cuando Dios quería!

Juntas estáis en la memoria mía,

y con ella en mi muerte conjuradas.

 

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas

horas en tanto bien por vos me vía,

que me habiáis de ser en algún día

con tan grave dolor representadas?

 

Pues en una hora junto me llevastes

todo el bien que por términos me distes,

llevadme junto el mal que me dejastes.

 

Si no, sospecharé que me pusistes

en tantos bienes, porque deseastes

verme morir entre memorias tristes.

SONETO  PENSANDO EN EL CAMINO

Pensando que el camino iba derecho,

vine a parar en tanta desventura,

que imaginar no puedo, aún con locura,

algo de que esté un rato satisfecho.

 

El ancho campo me parece estrecho,

la noche clara para mí es oscura;

la dulce compañía, amarga y dura,

y duro campo de batalla el lecho.

 

Del sueño, si hay alguno, aquella parte

sola, que es ser imagen de la muerte,

se aviene con el alma fatigada.

 

En fin que como quiera estoy de arte,

que juzgo ya por hora menos fuerte,

aunque en ella me vi, la que es pasada.

SONETO  POR ASPEROS CAMINOS

Por ásperos caminos he llegado

a parte que de miedo no me muevo;

y si a mudarme o dar un paso pruebo,

y allí por los cabellos soy tornado.

 

Mas tal estoy, que con la muerte al lado

busco de mi vivir consejo nuevo;

y conozco lo mejor lo peor apruebo,

y por costumbre mala o por mi hado.

 

Por otra parte, el breve tiempo mío,

y el errado proceso de mis años,

en su primer principio y en su medio,

 

mi inclinación, con quien ya no porfio,

la cierta muerte, fin de tantos daños,

me hacen descuidar de mi remedio.

SONETO  SEÑORA MIA

Señora mía, si de vos yo ausente

en esta vida duro y no me muero,

paréceme que ofendo a lo que os quiero,

y al bien de que gozaba en ser presente.

 

Tras éste, luego siento otro accidente,

y es ver que si de vida desespero,

yo pierdo cuanto bien viéndoos espero;

y así estoy en mís males diferente.

En esta diferencia mis sentidos

combaten con tan áspera porfia,

que no sé que hacerme en tal tamaño.

 

Nunca entre sí los veo sino reñidos;

de tal arte pelean noche y día.

que sólo se conciertan en mi daño.

CANCION I

Si a la región desierta, inhabitable

por el hervor del sol demasiado,

y sequedad de aquella arena ardiente;

o a la que por el hielo congelado

y rigorosa nieve es intratable,

del todo inhabitada de la gente,

por algún accidente

o caso de fortuna desastrada,

me fuésesdes llevada,

y supiese que allá vuestra dureza

estaba en su crueza,

allá os iría a buscar como perdido,

hasta morir a vuestros pies tendido.

 

Vuestra soberbia y condición esquiva

acabe ya, pues es tan acabada

la fuerza de en quien ha de ejecutarse.

Mirad bien que el amor se desagrada

deso, pues quiere que el amante viva

y se convierta a do piense salvarse.

El tiempo ha de pasarse.

y de mis males arrepentimiento,

confusión y tormento

sé que os ha de quedar, y esto recelo;

que aunque de mí me duelo,

como en mí vuestros males son de otra arte,

duélenme en más sensible y tierna parte.

 

Así paso la vida, acrecentando

materia de dolor a mis sentidos,

como si la que tengo no bastase;

los cuales para todo están perdidos,

sino para mostrarne a mi cual ando.

Pluguiese a Dios que aquesto aprovechase

para que yo pensase

un rato en mi remedio, pues os veo

siempre con un deseo

de perseguir al triste y al caído:

yo estoy aquí tendido,

mostrándoos de mi muerte las señales

y vos viviendo sólo de mis males.

 

Si aquella marillez y los sospiros

salidos sin licencia de su dueño;

si aquel hondo silencio no han podido

un sentimiento grande ni pequeño

mover en vos, que baste a convertiros

a siquiera saber que soy nacido,

baste ya haber sufrido

tanto tiempo, a pesar de lo que basto;

que a mí mismo contrasto,

dándome a entender que mi flaqueza

me tiene en la tristeza

en que estoy puesto, y no lo que entiendo;

así que con flaqueza me defiendo.

 

Canción, no has de tener

conmigo más que ver en malo o bueno:

trátame como ajeno,

que no te faltará de quien lo aprendas.

Si has miedo que me ofendas,

no quieras hacer más por mi derecho

de lo que hice yo, que mal me he hecho.

 

SONETO   SI A VUESTRA VOLUNTAD

 

Si a vuestra voluntad yo soy de cera,

y por sol tengo sólo vuestra vista,

la cual a quien no inflama, o no conquista

con su mirar, es de sentido fuera;

 

de do viene una cosa, que si fuera

menos veces de mi probada y vista,

según parece que a razón resista,

a mi sentido mismo no creyera,

 

y es, que yo soy de lejos inflamado

de vuestra ardiente vista y encendido

tanto, que en vida me sostengo apenas.

 

Mas si de cerca soy acometido

de vuestros ojos, luego siento helado

cuajárseme la sangre por las venas.

CANCION V

         A la flor de Gnido

           Si de mi baja lira

tanto pudiese el son, que en un momento

      aplacase la ira

      del animoso viento,

y la furia del mar y el movimiento;

 

           y en ásperas montañas

con el suave canto enterneciese

      las fieras alimañas,

      los árboles moviese,

y al son confusamente los trajese;

 

            no pienses que cantando

sería de mí, hermosa flor de Gnido,

      el fiero Marte airado,

      a muerte convertido,

de polvo y sangre y de sudor teñido;

 

            ni aquellos capitanes

en las sublimes ruedas colocados,

      por quien los alemanes

      el fiero cuello atados,

y los franceses van domesticados.

 

             Mas solamente aquella

fuerza de tu beldad sería cantada,

      y alguna vez con ella

      también sería notada

el aspereza de que estás armada;

 

            y como por ti sola,

y por tu gran valor y hermosura,

      convertida en viola,

      llora su desventura

el miserable amante en su figura.

 

           Hablo de aquel cautivo.

de quien tener se debe más cuidado,

     que está muriendo vivo,

     al remo condenado,

en la concha de Venus amarrado.

 

           Por ti, como solía,

del áspero caballo no corrige

      la furia y gallardía,

      ni con freno le rige,

ni con vivas espuelas ya le aflige.

 

           Por ti, con diestra mano

no revuelve la espada presurosa,

      y en el dudoso llano

      huye la polvorosa

palestra, como sierpe ponzoñosa.

 

           Por ti, su blanda musa,

en lugar de la citara sonante

     tristes querellas usa,

     que con llanto abundante

hace bañar el rostro amante.

 

           Por ti, el mayor amigo

lo es importuno, grave y enojos:

       yo puedo ser testigo,

       que ya del peligroso

naufragio fui su puerto y su reposo.

 

            Y agora en tal manera

vence el dolor a la razón perdida.

      que ponzoñosa fiera

      nunca fue aborrecida

tanto, como yo de él, ni tan temida.

 

           No fuiste tú engendrada

ni producida de la dura tierra;

      no debe ser notada

      que ingratamente yerra

quien todo el otro error de sí destierra.

 

           Hágase temerosa

el caso de Anaxérete, y cobarde.

      que de ser desdeñosa

      se arrepintió muy tarde;

y así su alma con su mármol arde.

 

            Estábase alegrando

del mal ajeno el pecho empedernido,

      cuando abajo mirando,

      del cuerpo muerto vido

del miserable amante allí tendido.

 

          Y al cuello el lazo atado,

con que desenlazó de la cadena

     el corazón cuitado,

     que con su breve pena

compró la eterna punición ajena.

 

          Sintió allí convertirse

en piedad amorosa el aspereza.

      ¡Oh tarde arrepentirse!

      ¡Oh última terneza!

¿Cómo te sucedió mayor dureza?

 

            Los ojos se enclavaron

en el tendido cuerpo que allí vieron,

      los huesos se tornaron

      más duros y crecieron,

y en sí toda la carne convirtieron;

 

           las entrañas heladas

tornaron poco a poco en piedra dura:

     por las venas cuitadas

     la sangre su figura

iba desconociendo y su natura;

 

          hasta que finalmente

en duro mármol vuelta y transformada,

     hizo de sí la gente

     no tan maravillada,

cuanto de aquella ingratitud vengada.

 

          No quieras tú, señora,

de Némesis airada las saetas

     probar, por Dios, agora;

     baste que tus perfetas

obras y hermosura a los poetas

 

           den inmortal materia,

sin que también en verso lamentable

     celebren la miseria

     de algún caso notable,

que por ti pase triste y miserable.

SONETO  SI PARA REFRENAR ESTE DESEO

Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo.

 

No me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión, que ya no oso

fiar el mal de mi que lo poseo,

 

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquél que con las alas derretidas

cayendo fama y nombre al mar ha dado,

 

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas,

apenas en el agua resfriado?

SONETO  SI QUEJAS Y LAMENTOS

Si quejas y lamentos pueden tanto,

que el curso refrenaron de los ríos,

y en los diversos montes y sombríos

los árboles movieron con su canto;

 

si convirtieron a escuchar su llanto

los fieros tigres, y peñascos frios;

si, en fin, con menos casos que los míos

bajaron a los reinos del espanto,

 

¿por qué no ablandará mi trabajosa

vida, en miseria y lágrimas pasada,

un corazón conmigo endurecido?

 

Con más piedad debería ser escuchada

la voz del que se llora por perdido

que la del que perdió y llora otra cosa.

SONETO  SIENTO EL DOLOR MENGUARME

Siento el dolor menguarme poco a poco,

no porque ser le sienta más sencillo,

más fallece el sentir para sentillo,

después que de sentillo estoy tan loco.

 

Ni en serio pienso que en locura toco,

antes voy tan ufano con oíllo,

que no dejaré el serlo y el sufrillo,

que si dejo de serio el seso apoco.

 

Todo me empece, el seso y la locura;

prívame este de si por ser tan mio;

mátame esta otra por ser yo tan suyo.

 

Parecerá a la gente desvarío

preciarme de este mal, do me destruyo:

y lo tengo por única ventura.

SONETO  SOSPECHAS

Sospechas, que en mi triste fantasía

puestas, hacéis la guerra a mi sentido,

volviendo y revolviendo el afligido

pecho, con dura mano, noche y día;

 

ya se acabó la resistencia mia

y la fuerza del alma; ya rendido

vencer de vos me dejo, arrepentido

de haberos contrastado en tal porfia.

 

Llevadme a aquel lugar tan espantable,

do por no ver mi muerte alli esculpida,

cerrados hasta aquí tuve los ojos.

 

Las armas pongo ya, que concedida

no es tan larga defensa al miserable;

colgad en vuestro carro mis despojos.

SONETO  UN RATO

Un rato se levanta mi esperanza:

mas, cansada de haberse levantado,

torna a caer, y deja, mal mí grado,

libre el lugar a la desconfianza.

 

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza

del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!

Esfuerza en la miseria de tu estado;

que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos

romper un monte, que otro no rompiera,

de mil inconvenientes muy espeso.

 

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,

quitarme de ir a veros, como quiera,

desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.

GIL POLO (GASPAR)

(Valencia 1529? - Barcelona 1591). En 1571 era notario en Valencia y asesor de la Bailía (territorio de alguna encomienda de las Ordenes).  Marchó a Barcelona, en comisión de servicio del Patrimonio Real.  Su obra importantes es, LA DIANA ENAMORADA, novela en verso y una de las continuaciones de los siete libros de Diana, de Jorge de Montemayor, y acaso la mejor de todas ellas. 

Dejó también poesías sueltas.  Emplea todos los metros conocidos en su tiempo y alguno de su invención, como el llamado "rima provenzal", manejándolos con soltura y arte.  Su producción está saturada de valencianismos.  Su obra fue más discutida, y apreciada en el s.XVIII, que en el momento de su aparición.

SONETO  NO ES CIEGO AMOR

No es ciego Amor, mas yo lo soy, que guío

mi voluntad camino del tormento;

no es niño Amor, más yo que en un momento

espero y tengo miedo, lloro y río.

 

Nombrar llamas de amor es desvarío,

su fuego es el ardiente y vivo intento,

sus alas son mi altivo pensamiento

y la esperanza vana en que me fío.

 

No tiene Amor cadenas, ni saetas,

para aprehender y herir libres y sanos,

que en él no hay más poder que el que le damos.

 

Porque es Amor mentira de poetas,

sueño de locos, ídolo de vanos:

¡Mirad qué negro dios el que adoramos!

 

SONETO   QUIEN LIBRE ESTÁ...

Quien libre está no viva descuidado,

que en un instante puede estar cautivo,

y el corazón helado y más esquivo

tema de estar en llamas abrasado.

 

Con la alma del soberbio y elevado

tan áspero es Amor y vengativo,

que quien sin él presume de estar vivo,

por él con muerte queda atormentado.

 

Amor, que a ser cautivo me condenas,

Amor, que enciendes fuegos tan mortales,

tú que mi vida afliges y maltratas:

 

maldigo desde ahora tus cadenas,

tus llamas y tus flechas, con las cuales

me prendes, me consumes y me matas.

                                                                                                     Continuará...

                                                

                                                                                                                   © 2021 JAVIER DE LUCAS