HISTORIA DE LA POESIA EN ESPAÑA
QUINTA PARTE
DE GONGORA A LOPE
Góngora (Luis de)
(Córdoba 1561 - id.1627). Estudió
Cánones en Salamanca, pero su ocupación principal fue la poesía. Financiado por
el cabildo catedral de Córdoba estuvo con diversas comisiones en Madrid,
Salamanca y Valladolid. Se ordenó sacerdote y fue capellán honorario de Felipe
III. Su prestigio literario fue enorme.
Tuvo encuentros con los poetas de
su época (Quevedo, Lope de Vega) a los que dedicó poemas ofensivos, pero contó
también con grandes amigos, como el conde de Villamediana y el Paravicino entre
otros... Sus apuros económicos fueron grandes ya que según parece quería vivir
como un gran señor y además era algo dado al juego.
En 1626, ya enfermo, se retiró a
Córdoba donde murió al año siguiente. Su obra consta de letrillas, romances,
sonetos y otras composiciones diversas de arte mayor y menor. Entre sus obras
más importantes podemos citar: FÁBULA DE PÍRAMO Y TÍSBE, SOLEDADES, FÁBULA DE POLIFEMO
Y GALATEA, PANEGÍRICO AL DUQUE DE LERMA. Además cuenta con dos obras
dramáticas: LAS FIRMEZAS DE ISABELA Y EL DOCTOR CARLINO.
AMARRADO
AL DURO BANCO
Amarrado al duro banco
de una galera turquesa,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales
tragedias!,
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes
besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras,
porque si es verdad que
llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es
verdad
que las aguas tienen
lengua,
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es
muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su
ausencia.
¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.
ANDEME
YO CALIENTE...Y RIASE LA GENTE
Andeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y agua ardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el Enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me
cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la
fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
ANSARES
DE MENGA
Ansares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.
El arroyo espera
las hermosas aves,
que císnes suaves
son de su ribera;
cuya Venus era
hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.
Pudiera la pluma
del menos bizarro
conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos viven nieve,
él corre cristal
Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.
La agua apenas trata
cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
los viste de nieve,
le presta cristal.
BELLISIMA
CAZADORA
Aquí entre la verde juncia
quiero (como el blanco
cisne
que envuelto en dulce
armonía,
la dulce vida despide)
despedir mi vida amarga
envuelta en endechas
tristes,
y querellarme de aquélla
tan hermosa como libre.
Descanse entre tanto el
arco
de la cuerda que le aflige,
y pendiente de sus ramos
orne esta planta de Alcides,
mientras yo a la tortolilla
que sobre aquel olmo gime,
le hurto todo el silencio
que para sus quejas pide.
Bellísima cazadora,
más fiera que las que
sigues
por los bosques cruel
verdugo
de mis años infelices:
tan grandes son tus
extremos
de hermosa y de terrible,
que están los montes en
duda
si eres diosa o si eres
tigre.
Préciaste de tan soberbia
contra quien es tan humilde
que, considerados bien,
todos los monteros dicen
que los dos nos parecemos
al roble que más resiste
los soplos del viento
airado:
tú en ser dura, yo en ser
firme.
En esto sólo eres roble,
y en lo demás flaca mimbre,
no sólo a los recios
vientos,
mas a los aires sutiles.
Ya no persigues, cruel,
después que a mí me
persigues,
a los ciervos voladores
ni a los fieros jabalíes.
Ni de tu dichoso albergue
las nobles paredes visten
los despojos de las fieras
que, como a mí, muerte
diste.
No porque no gustes de
ello,
sino porque no te obligue
el encontrarme en la caza
a que siquiera me mires.
Los monteros te suspiran
por todos estos confines,
y el mismo monte se agravia
de que tus pies no le
pisen,
por el rastro que dejaban
de rosas y de jazmines,
tanto que eran a sus campos
tus dos plantas dos
abriles.
Haz tu gusto, que yo quiero
dejar (pues de ello te
sirves)
el espíritu cansado
que mis flacos miembros
rige.
Conseguiremos en esto
ambos a dos nuestros fines:
tú el de cruel en dejarme,
yo el de leal en morirme.
Tú, rey de los otros ríos,
que de las sierras sublimes
de Segura al Oceano
el fértil terreno mides,
pues en tu dichoso seno
tantas lágrimas recibes
de mis ojos, que en el mar
entran dos Guadalquivires,
ruégote que su crueldad
y mi firmeza publiques
por todo el húmedo reino
de la gran madre de
Aquiles,
porque no sólo en las
selvas,
mas los que en las aguas
viven
conozcan quién es Daliso
y quién es la ingrata Nise.
A
DON CRISTOBAL DE MORA
Arbol de cuyos ramos
fortunados
las nobles moras son quinas
reales,
teñidas en la sangre de
leales
capitanes, no amantes
desdichados;
en los campos del Tajo más
dorados
y que más privilegian sus
cristales,
a par de las sublimes
palmas sales,
y más que los laureles
levantados.
Gusano, de tus hojas me
alimentes,
pajarilla, sosténganme tus
ramas,
y ampáreme tu sombra,
peregrino.
Hilaré tu memoria entre las
gentes,
cantaré enmudeciendo ajenas
famas,
y votaré a tu templo mi
camino.
AMOR
TIRANO
Ciego que apuntas, y
atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre
-que murió, siendo
inmortal,
de envidia de mi señora-
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido a mi pesar
tus inquietas banderas,
foragido capitán.
Perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de
paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un
desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí;
aré un alterado mar,
sembré en estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la vanidad,
mayor que la de Nembroth,
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
a la cárcel libertad,
miel dulce al amargo
acíbar,
principio al fin, bien al
mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
AL
MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR
CÓRDOBA, LE MOSTRÓ UN RETRATO DE LA MARQUESA
Clarísimo Marqués, dos
veces claro,
por vuestra sangre y
vuestro entendimiento,
claro dos veces otras, y
otras ciento
por la luz, de que no me
sois avaro,
de los dos soles que el
pincel más raro
dio de su luminoso
firmamento
a vuestro seno ilustre
(atrevimiento
que aun en cenizas no
saliera caro);
¿qué águila, señor,
dichosamente
la región penetró de su
hermosura
por copiaros los rayos de
su frente?
Cebado vos los ojos de
pintura,
en noche camináis, noche luciente,
que mal será con dos soles
obscura.
CELALBA
MIA
Cosas, Celalba mía, he
visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse
vientos,
altas torres besar sus
fundamentos,
y vomitar la tierra sus
entrañas;
duras puentes romper, cual
tiernas cañas;
arroyos prodigiosos, ríos
violentos,
mal vadeados de los
pensamientos,
y entrenados peor de las
montañas;
los días de Noé, gentes
subidas
en los más altos pinos
levantados,
en las robustas hayas más
crecidas.
Pastores, perros, chozas y
ganados
sobre las aguas vi, sin forma
y vidas,
y nada temí más que mis
cuidados.
DULCE
ENEMIGA
¿Cuál del Ganges marfil, o
cuál de Paro
blanco mármol, cuál ébano
luciente,
cuál ámbar rubio, o cuál
oro excelente,
cuál fina plata, o cuál
cristal tan claro,
cuál tan menudo aljófar,
cuál tan caro
oriental safir, cuál rubí
ardiente,
o cuál, en la dichosa edad
presente,
mano tan docta de escultor
tan raro
bulto de ellos formara,
aunque hiciera
ultraje milagroso a la
hermosura
su labor bella, su gentil
fatiga,
que no fuera figura al sol
de cera,
delante de tus ojos, su
figura,
oh bella Clori, oh dulce mi
enemiga?
AL
DUERO
Cuantas al Duero le he
negado ausente,
tantas al Betis lágrimas le
fio,
y, de centellas coronado,
el río
fuego tributa al mar de
urna ya ardiente.
Volcán desta agua y destas
llamas fuente
es, ingrata señora, el
pecho mío;
los suspiros lo digan que
os envío,
si la selva lo calla, que
lo siente.
Cenefas de este Erídano
segundo
cenizas son; igual mi
llanto tierno
a la de Faetón loca
experiencia.
Arde el río, arde el mar,
humea el mundo;
si del carro del Sol no es
mal gobierno,
lágrimas y suspiros son de
ausencia.
DESNUDOS
HOMBROS
Cuatro o seis desnudos
hombros
de dos escollos o tres
hurtan poco sitio al mar,
y mucho agradable en él.
Cuánto lo sienten las ondas
batido lo dice el pie,
que pólvora de las piedras
la agua repetida es.
Modestamente sublime
ciñe la cumbre un laurel,
coronando de esperanzas
al piloto que le ve.
Verdes rayos de una palma,
si no luciente, cortés,
Norte frondoso, conducen
el derrotado bajel.
Este ameno sitio breve,
de cabra, apenas montés
profanado, escaló un día
mal agradecida fe;
joven, digo, ya esplendor
del Palacio de su Rey,
el hueco anima de un tronco
nueve meses habrá o diez,
a quien, si lecho no
blando,
sueño le debe fiel,
brame el Austro, y de las
rocas
haga lo que del ciprés.
Arrastrando allí eslabones
de su adorado desdén,
hierbas cultiva no ingratas
en apacible vergel.
¡Oh, cuán bien las solicita
sudor fácil, y cuán bien
émulas responden ellas
del más valiente pincel!
Confusas entre los lirios
las rosas se dejan ver,
bosquejando lo admirable
de su hermosura cruel
tan dulce, tan natural,
que abejuela alguna vez
se caló a besar sus labios
en las hojas de un clavel.
Sierpe de cristal, vestida
escamas de rosicler,
se escondía ya en las
flores
de la imaginada tez,
cuando velera paloma,
alado, si no bajel,
nubes rompiendo de espuma,
en derrota suya un mes,
le trajo, si no de oliva,
en las hojas de un papel,
señas de serenidad,
si el arco de Amor se cree.
DA
BIENES FORTUNA
Da bienes Fortuna
que no están escritos:
cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
¡Cuán diversas sendas
se suelen seguir
en el repartir
honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
a otros sambenitos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
A veces despoja
de choza y apero
al mayor cabrero;
y a quien se le antoja
la cabra más coja
pare dos cabritos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
Porque en una aldea
un pobre mancebo
hurtó sólo un huevo,
al sol bambolea;
y otro se pasea
con cien mil delitos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
DE
CHINCHES Y DE MULAS
De chinches y de mulas voy
comido,
las unas culpa de una cama
vieja,
las otras de un Señor que
me las deja
veinte días y más, y se ha
partido.
De vos, madera anciana, me
despido,
miembros de algún navío de
vendeja,
patria común de la nación
bermeja,
que un mes sin deudo de mi
sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos
pies me ha dado
tal coz el que quizá tendrá
mancilla
de ver que me coméis el
otro lado.
A Dios, Corte envainada en
una villa,
a Dios, toril de los que
has sido prado,
que en mi rincón me espera
una morcilla.
DE
UNA QUINTA DEL CONDE DE SALINAS,
RIBERA DE DUERO
De ríos soy el Duero
acompañado
entre estas apacibles
soledades,
que despreciando muros de
ciudades,
de álamos camino coronado.
Este, que siempre veis
alegre, prado
teatro fue de rústicas
deidades,
plaza ahora, a pesar de las
edades,
deste edificio, a Flora
dedicado.
Aquí se hurta al popular
rüido
el Sarmiento real, y sus
cuidados
parte aquí con la verde
Primavera.
El yugo desta puente he
sacudido
por hurtarle a su ocio mi
ribera.
Perdonad, caminantes
fatigados.
DE
UN CAMINANTE ENFERMO
QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO
Descaminando, enfermo,
peregrino
en tenebrosa noche, con pie
incierto
la confusión pisando del
desierto,
voces en vano dio, pasos
sin tino.
Repetido latir, si no
vecino,
distincto oyó de can
siempre despierto,
y en pastoral albergue mal
cubierto
piedad halló, si no halló
camino.
Salió el sol, y entre
armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce
saña
salteó al no bien sano
pasajero.
Pagará el hospedaje con la
vida;
más le valiera errar en la
montaña,
que morir de la suerte que
yo muero.
BELERMA
Diez años vivió Belerma
con el corazón difunto
que le dejó en testamento
aquel francés boquirrubio.
Contenta vivió con él,
aunque a mí me dijo alguno
que viviera más contenta
con trescientas mil de
juro.
A verla vino doña Alda,
viuda del conde Rodulfo,
conde que fue en Normandía
lo que a Jesu Cristo plugo;
y hallándola muy triste
sobre un estrado de luto,
con los ojos que ya eran
orinales de Neptuno,
riéndose muy despacio
de su llorar importuno,
sobre el muerto corazón
envuelto en un paño sucio,
le dice: «Amiga Belerma,
cese tan necio diluvio,
que anegará vuestros años
y ahogará vuestros gustos.
Estése allá Durandarte
donde la suerte le cupo;
buen pozo haya su alma,
y pozo que esté sin cubo.
Si él os quiso mucho en
vida,
también le quisistes mucho,
y si tiene abierto el.
pecho,
queréllese de su escudo.
¿Qué culpa tuviste vos
de su entierro, siendo
justo
que el que como bruto
muere,
que le entierren como a
bruto?
Muriera él acá en París
a do tiene su sepulcro,
que allí le hicieran lugar
los antepasados suyos.
Volved luego a Montesinos
ese corazón que os trujo,
y enviadle a preguntar
si por gavilán os tuvo.
Descosed y desnudad
las tocas de lienzo crudo,
el mongilón de bayeta
y el manto basto peludo;
que aun en las viudas más
viejas,
y de años más caducos
las tocas cubren a enero
y los monjiles a julio;
cuánto más a una muchacha
que le faltan días algunos
para cumplir los treinta
años,
que yo desdichada cumplo.
Seis hace, si bien me
acuerdo,
el día de Santiñuflo,
que perdí aquel mal logrado
que hoy entre los vivos
busco.
Holguéme de cuatro y ocho
haciéndoles dos mil hurtos,
a las palomas de besos
y a las tórtolas de
arrullos.
Sentí su fin, pero más
que muriese sin ver fruto,
sin ver flujo de mi
vientre,
porque siempre tuve pujo;
mas no por eso ultrajé
mi buena tez con rasguños,
cabal me quedó el cabello,
y los ojos casi enjutos.
Aprended de mí, Belerma,
holguémonos de consuno,
llévese el mar lo llorado,
y lo suspirado el humo.
No hiléis memorias tristes
en este aposento oscuro,
que cual gusano de seda
moriréis en el capullo.
Haced lo que en su fin hace
el pájaro sin segundo,
que nos habla en sus
cenizas
de pretérito y futuro.
Llorad su muerte, mas sea
con lagrimillas al uso;
de lo mal pasado nazca
lo por venir más seguro.
Pongámonos a la par
dos toquitas de repulgo,
ceja en arco, y manos
blancas,
y dos perritos lanudos.
Yedras verdes somos ambas,
a quien dejaron sin muros
de la Muerte y del Amor
baterías e infortunios.
Busquemos por do trepar,
que a lo que de ambas
presumo
no nos faltarán en Francia
pared gruesa, tronco duro.
La iglesia de San Dionís
canónigos tiene muchos,
delgados, cariaguileños,
carihartos y espaldudos.
Escojamos como peras
dos déligos capotuncios,
de aquestos que andan en
mulas,
y tienen algo de mulos;
destos Alejandros Magnos,
que no tienen por disgusto
por dar en nuestros
broqueles,
que demos en sus escudos.
De todos los Doce Pares
y sus nones abrenuncio,
que calzan bragas de malla,
y de acero los pantuflos.
¿De qué nos sirven, amiga,
petos fuertes, yelmos
lucios?
Armados hombres queremos,
armados, pero desnudos.
De vuestra Mesa Redonda
francos paladines huyo,
donde ayunos os sentáis
y os levantáis más ayunos.
La de cuatro esquinas quiero,
que la ventura me puso
en casa de un cuatro picos,
de todos cuatro picudo;
donde sirven la Cuaresma
sabrosísimos besugos,
y turmas en el Carnal,
con su caldillo y su zumo.»
Más iba a decir doña Alda,
pero a lo demás dio un
nudo,
porque de don Montesinos
entró un pajecillo zurdo.
DINEROS
SON CALIDAD
Dineros son calidad,
¡verdad!
Más ama quien más suspira,
¡mentira!
1
Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahúres muy desnudos
con dados ganan Condados;
ducados dejan Ducados,
y coronas Majestad:
¡verdad!
2
Pensar que uno solo es
dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
¡mentira!
3
Todo se vende este día,
todo el dinero lo iguala:
la Corte vende su gala,
la guerra su valentía;
hasta la sabiduría
vende la Universidad:
¡verdad!
4
En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
y en Sevilla doña Elvira:
¡mentira!
5
No hay persona que hablar
deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se
queje;
que tiene cara de hereje
y aun fe la necesidad:
¡verdad!
6
Siendo como un algodón,
nos jura que es como un
hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello
almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira:
¡mentira!
7
Cualquiera que pleitos
trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón,
y entre el río de la Plata;
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
¡verdad!
8
Siembra en una artesa
berros
la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros;
y sus yernos rompen hierros
en la toma de Algecira:
¡mentira!
DEL
REY Y REINA NUESTROS SEÑORES
EN EL PARDO, ANTES DE REINAR
Dulce arroyuelo de la nieve
fría
bajaba mudamente desatado,
y del silencio que guardaba
helado
en labios de claveles se
reía.
Con sus floridos márgenes
partía
si no su amor Fileno, su
cuidado;
no ha visto a su Belisa, y
ha dorado
el sol casi los términos
del día.
Con lágrimas turbando la
corriente,
el llanto en perlas coronó
las flores,
que ya bebieron en cristal
la risa.
Llegó en esto Belisa,
la alba en los blancos
lirios de su frente,
y en sus divinos ojos los
amores,
que de un casto veneno
la esperanza alimentan de
Fileno.
EL
QUE A SU MUJER PROCURA
El que a su mujer procura
dar remedio al mal de
madre,
y ve que no la comadre
sino que el Cura la cura,
si piensa que el Padre Cura
trae la virtud en la
estola,
mamóla.
Soldado que de la armada
partió a casarse doncel
con la que lo es menos que
él
(aunque mucho más soldada),
si la vitoria ganada
atribuye a la pistola,
mamóla.
La dama que llama el paje
dejó en la cama a su esposo
y le halló, de celoso,
más helado que el potaje;
si ella dijo era mensaje
de su madre, y él creyóla,
mamóla.
Si abierta la puerta tiene
todo el año la casada,
no es bien la halle cerrada
el marido cuando viene;
y si en abrir se detiene
y piensa que estaba sola,
mamóla.
El padre que no replica
viendo gastar a las hijas
galas, copete y sortijas,
desde la grande a la chica,
si piensa no usan de pica
cuando ya saben de gola,
mamóla.
El que da mil alabanzas
a su mujer, porque sabe
hacer con estremo grave
mil diferencias de danzas,
si el que pagó estas
mudanzas
piensa no hizo cabriola,
mamóla.
Si piensa el que vio
amarilla
a su dama de contino,
cuando el rojo sobrevino
en una y otra mejilla,
que no es ajena semilla
la que causa esta amapola,
mamóla.
La dama que en su retrete
sólo al tenderete juega,
y para jugarlo alega
ser la cama buen bufete,
si piensa que el
«tenderete»
no es juego de pirinola,
mamóla.
Si piensa el que a doña
Inés
en conversación la halló,
donde sólo se trató
de la toma de Calés,
que no fue sarao francés
ni acabó en justa española,
mamóla.
El que, por más que
espolee,
no endereza el acicate
(quizá porque mejor bate
otro el vientre), si no
cree
que, porque no se mosquee,
le han castigado la cola,
mamóla.
EN
EL CAUDALOSO RIO
En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el
agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la
orilla.
Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la
barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a
distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan
humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta
playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa
clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas
a las olas.»
AL
EXCELENTISIMO SEÑOR EL CONDE DUQUE
En la capilla estoy, y
condenado
a partir sin remedio desta
vida;
siento la causa aun más que
la partida,
por hambre expulso como
sitiado.
Culpa sin duda es ser
desdichado;
mayor, de condición ser
encogida.
De ellas me acuso en esta
despedida,
y partiré a lo menos
confesado.
Examine mi suerte el hierro
agudo,
que a pesar de sus filos me
prometo
alta piedad de vuestra
excelsa mano.
Ya que el encogimiento ha
sido mudo,
los números, Señor, deste
soneto
lenguas sean y lágrimas no
en vano.
ENTRE
LOS SUELTOS CABALLOS
Entre los sueltos caballos
de los vencidos Cenetes,
que por el campo buscaban
entre la sangre lo verde,
aquel español de Orán
un suelto caballo prende,
por sus relinchos lozano,
y por sus cernejas fuerte,
para que le lleve a él,
y a un moro cautivo lleve,
un moro que ha cautivado,
capitán de cien jinetes.
En el ligero caballo
suben ambos, y él parece,
de cuatro espuelas herido,
que cuatro alas le mueven.
Triste camina el alarbe,
y lo más bajo que puede
ardientes suspiros lanza
y amargas lágrimas vierte.
Admirado el español
de ver cada vez que vuelve
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere,
con razones le pregunta,
comedidas y corteses,
de sus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.
El cautivo, como tal,
sin excusas le obedece,
y a su piadosa demanda
satisface deste suerte:
«Valiente eres, capitán,
y cortés como valiente:
por tu espada y por tu
trato
me has cautivado dos veces.
Preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes,
y débote la respuesta
por quien soy y por quien
eres.
En los Gelves nací, el año
que os persistes en los
Gelves,
de una berberisco noble
y de un turco matasiete.
En Tremecén me crié
con mi madre y mis
parientes
después que perdí a mi
padre,
corsario de tres bajeles.
Junto a mi casa vivía,
porque más cerca muriese,
una dama del linaje
de los nobles Melioneses,
extremo de las hermosas,
cuando no de las crueles,
hija al fin de estas
arenas,
engendradoras de sierpes.
Cada vez que la miraba
salía un sol por su frente,
de tantos rayos ceñido
cuantos cabellos contiene.
Juntos así nos criamos,
y Amor en nuestras niñeces
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes.
Labró el oro en mis
entrañas
dulces lazos, tiernas
redes,
mientras el plomo en las suyas
libertades y desdenes.
Apenas vide trocada
la dureza de esta sierpe,
cuando tú me cautivaste:
¡mira si es bien que
lamente!»
«Esta es la causa, español,
que a llanto pudo moverme;
mira si es razón que llore
tantos males juntamente.»
Conmovido el capitán
de las lágrimas que vierte,
parando el veloz caballo,
pare sus males promete.
«Gallardo moro, le dice,
si adoras como refieres,
y si como dices amas,
dichosamente padeces.
¿Quién pudiera imaginar,
viendo tus golpes crueles,
cupiera un alma tan tierna
en pecho tan duro y fuerte?
Si eres del Amor cautivo,
desde aquí puedes volverte,
que me pedirán por voto
lo que entendí que era
suerte.
Y no quiero por rescate
que tu dama me presente
ni las alfombras más finas
ni las granas más alegres.
Anda con Dios, sufre y ama,
y vivirás, si lo hicieres,
con tal que cuando la veas
hayas de volver a verme.»
Apeóse del caballo,
y el moro tras él
desciende,
y por el suelo postrado
la boca a sus pies ofrece.
«Vivas mil años, le dice,
noble capitán valiente,
pues ganas más con librarme
que ganaste con prenderme.
Alah se quede contigo,
y te dé victoria siempre
para que extiendas tu fama
con hechos tan excelentes.»
SOLEDAD
PRIMERA
(Primer segmento)
Era del año la estación
florida
en que el mentido robador
de Europa
(media luna las armas de su
frente,
y el Sol todos los rayos de
su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace
estrellas,
cuando el que ministrar
podía la copa
a Júpiter mejor que el
garzón de Ida,
náufrago, y desdeñado sobre
ausente,
lagrimosas de amor dulces
querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al
viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce
instrumento.
Del siempre en la montaña
opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla Delfln no fue
pequeño
al inconsiderado peregrino,
que a una Libia de ondas su
camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano pues antes
sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo
coronado
de secos juncos, de
calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde
halló nido
de Júplter el ave.
Besa la arena, y de la rota
nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa
dio a la roca;
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas
señas.
Desnudo el joven, cuanto ya
el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas;
y al Sol lo extiende luego,
que lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado
fuego,
lento lo embiste, y con
suave estilo
la menor onda chupa al
menor hilo.
No bien pues de su luz los
horizontes,
que hacían desigual,
confusamente,
montes de agua y piélagos
de montes,
desdorados los siente,
cuando entregado el mísero
extranjero
en lo que ya del mar
redimió fiero,
entre espinas crepúsculos
pisando,
riscos que aun igualara mal
volando
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso,
escala.
Vencida al fin la cumbre
del mar siempre sonante,
de la muda campaña,
árbitro igual e
inexpugnable muro,
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor del mal
distinta lumbre,
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en
aquel incierto
golfo de sombras anunciando
el puerto.
«Rayos, les dice, ya que no
de Leda
trémulos hijos, sed de mi
fortuna
término luminoso.» Y
recelando
de invidiosa bárbara
arboleda
interposición, cuando
de vientos no conjuración
alguna,
cual haciendo el villano
la fragosa montaña fácil
llano,
atento sigue aquella
(aun a pesar de las
tinieblas bella,
aun a pesar de las
estrellas clara)
Piedra, indigna Tiara,
si tradición apócrifa no
miente,
de animal tenebroso, cuya
frente
carro es brillante de
nocturno día:
tal diligente el paso
el joven apresura,
midiendo la espesura
con igual pie que el raso,
fijo, a despecho de la
niebla fría,
en el carbunclo, Norte de
su aguja,
o el Austro brame, o la
arboleda cruja.
El can ya vigilante
convoca, despidiendo al
caminante,
y la que desviada
luz poca pareció, tanta es
vecina,
que yace en ella robusta
encina,
mariposa en cenizas
desatada.
Llegó pues el mancebo, y
saludado,
sin ambición, sin pompa de
palabras,
de los conducidores fue de
cabras,
que a Vulcano tenían
coronado:
«¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora,
templo de Pales, alquería
de Flora!
No moderno artificio
borró designios, bosquejó
modelos,
al cóncavo ajustando de los
cielos
el sublime edificio;
retamas sobre robre
tu fábrica son pobre,
do guarda, en vez de acero,
la inocencia al cabrero
más que el silbo al ganado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»No en ti la ambición mora
hidrópica de viento,
ni la que su alimento
el áspid es Gitano;
no la que, en vulto
comenzando humano,
acaba en mortal fiera,
Esfinge bachillera,
que hace hoy a Narciso
ecos solicitar, desdeñar
fuentes;
ni la que en salvas gasta
impertinentes
la pólvora del tiempo más
preciso
ceremonia profana,
que la sinceridad burla
villana
sobre el corvo cayado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!
»Tus umbrales ignora
la adulación, Sirena
del de Réales Palacios,
cuya arena
besó ya tanto leño:
trofeos dulces de un canoro
sueño.
No a la soberbia está aquí
la mentira
dorándole los pies, en
cuanto gira
la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las
espumas
favor de cera alado.
¡O bienaventurado
albergue a cualquier hora!»
No pues de aquella sierra,
engendradora
más de fierezas que de
cortesía,
la gente parecía
que hospedó al forastero
con pecho igual de aquel
candor primero,
que en las selvas contento,
tienda el fresno le dio, el
robre alimento.
Limpio sayal, en vez de
blanco lino,
cubrió el cuadrado pino,
y en boj, aunque rebelde, a
quien el torno
forma elegante dio sin
culto adorno,
leche que exprimir vio la
Alba aquel día,
mientras perdían con ella
los blancos lirios de su
Frente bella,
gruesa le dan y fría,
impenetrable casi a la
cuchara,
del sabio Alcimedón
invención rara.
El que de cabras fue dos
veces ciento
esposo casi un lustro (cuyo
diente
no perdonó a racimo, aun en
la frente
de Baco, cuanto más en su
sarmiento,
triunfador siempre de
celosas lides,
lo coronó el Amor; mas
rival tierno,
breve de barba y duro no de
cuerno,
redimió con su muerte
tantas vides),
servido ya en cecina,
purpúreos hilos es de grana
fina.
Sobre corchos después, más
regalado
sueño le solicitan pieles
blandas,
que al Príncipe entre
Holandas,
púrpura Tyria o Milanés
brocado.
No de humosos vinos
agravado
es Sísifo en la cuesta, si
en la cumbre
de ponderoso vana
pesadumbre
es, cuanto más despierto,
más burlado.
De trompa militar no, o
destemplado
son de cajas fue el sueño
interrumpido;
de can sí embravecido
contra la seca hoja
que el viento repeló a
alguna coscoja.
Durmió, y recuerda al fin
cuando las aves,
esquilas dulces de sonora
pluma,
señas dieron süaves
Del Alba al Sol, que el
pabellón de espuma
dejó, y en su carroza
rayó el verde obelisco de
la choza.
Agradecido pues el
peregrino,
deja el albergue, y sale
acompañado
de quien lo lleva donde
levantado,
distante pocos pasos del
camino,
imperioso mira la campaña
un escollo, apacible galería,
que festivo teatro fue
algún día
de cuantos pisan Faunos la
montaña.
Llegó, y a vista tanta
obedeciendo la dudosa
planta,
inmóvil se quedó sobre un
lentisco,
verde balcón del agradable
risco.
Si mucho poco mapa le
despliega,
mucho es más lo que,
nieblas desatando,
confunde el Sol y la
distancia niega.
Muda la admiración habla
callando,
y ciega un río sigue, que
luciente
de aquellos montes hijo,
con torcido discurso,
aunque prolijo,
tiraniza los campos
útilmente;
orladas sus orillas de
frutales,
quiere la Copia que su
cuerno sea
(si al animal armaron de
Amaltea
diáfanos cristales);
engazando edificios en su
plata,
de muros se corona,
rocas abraza, islas
aprisiona,
de la alta gruta donde se
desata
hasta los jaspes líquidos,
adonde
su orgullo pierde y su memoria
esconde.
«Aquellas que los árboles
apenas
dejan ser torres hoy, dijo
el cabrero
con muestras de dolor
extraordinarias,
las estrellas nocturnas
luminarias
eran de sus almenas,
cuando el que ves sayal fue
limpio acero.
Yacen ahora, y sus desnudas
piedras
visten piadosas yedras:
que a ruinas y a estragos,
sabe el tiempo hacer verdes
halagos.»
Con gusto el joven y
atención le oía,
cuando torrente de armas y
de perros,
que si precipitados no los
cerros,
las personas tras de un
lobo traía,
tierno discurso y dulce
compañía
dejar hizo al serrano,
que del sublime espacioso
llano
al huésped al camino
reduciendo,
al venatorio estruendo,
pasos dando veloces,
número crece y multiplica
voces.
Bajaba entre sí el joven
admirando,
armado a Pan o semicapro a
Marte,
en el pastor mentidos, que
con arte
culto principio dio al
discurso, cuando
rémora de sus pasos fue su
oído,
dulcemente impedido
de canoro instrumento, que
pulsado
era de una serrana junto a
un tronco,
sobre un arroyo de quejarse
ronco,
mudo sus ondas, cuando no
entrenado.
Otra con ella montaraz
zagala
juntaba el cristal líquido
al humano
por el arcaduz bello de una
mano
que al uno menosprecia, al
otro iguala.
Del verde margen otra las
mejores
rosas traslada y lirios al
cabello,
o por lo matizado o por lo
bello,
si Aurora no con rayos, Sol
con flores.
Negras pizarras entre
blancos dedos
ingeniosa hiere otra, que
dudo
que aun los peñascos la
escuchaban quedos.
Al son pues deste rudo
sonoroso instrumento,
lasciva el movimiento,
mas los ojos honesta,
altera otra, bailando, la
floresta.
Tantas al fin el arroyuelo,
y tantas
montañesas da el prado, que
dirías
ser menos las que verdes
Hamadrías
abortaron las plantas:
inundación hermosa
que la montaña hizo
populosa
de sus aldeas todas
a pastorales bodas.
De una encina embebido
en lo cóncavo, el joven
mantenía
la vista de hermosura, y el
oído
de métrica armonía.
El Sileno buscaba
de aquellas que la sierra
dio Bacantes,
ya que Ninfas las niega ser
errantes
el hombre sin aliaba,
o si del Termodonte,
émulo del arroyuelo desatado
de aquel fragoso monte,
escuadrón de Amazonas
desarmado
tremola en sus riberas
pacíficas banderas.
Vulgo lascivo erraba
al voto del mancebo,
el yugo de ambos sexos
sacudido,
al tiempo que, de flores
impedido
el que ya serenaba
la región de su frente rayo
nuevo,
purpúrea terneruela,
conducida
de su madre, no menos
enramada,
entre albogues se ofrece,
acompañada
de juventud florida.
Cuál dellos las pendientes
sumas graves
de negras baja, de
crestadas aves,
cuyo lascivo esposo
vigilante
doméstico es del Sol nuncio
canoro,
y de coral barbado, no de
oro
ciñe, sino de púrpura,
turbante.
Quién la cerviz oprime
con la manchada copia
de los cabritos más
retozadores,
tan golosos, que gime
el que menos peinar puede
las flores
de su guirnalda propia.
No el sitio, no, fragoso,
no el torcido taladro de la
tierra,
privilegió en la sierra
la paz del conejuelo
temeroso:
trofeo va su número es a un
hombro,
si carga no y asombro
Tú, ave peregrina,
arrogan te esplendor, ya
que no bello,
del último Occidente,
penda el rugoso nácar de tu
frente
sobre el crespo zafiro de
tu cuello,
que Himeneo a sus mesas te
destina.
Sobre dos hombros larga
vara ostenta
en cien aves cien picos de
rubíes,
tafiletes calzadas
carmesíes,
emulación y afrenta
aun de los Berberiscos,
en la inculta región de
aquellos riscos.
Lo que lloró la Aurora
si es néctar lo que llora,
y antes que el Sol enjuga
la abeja que madruga
a libar flores y a chupar
cristales,
en celdas de oro líquido,
en panales
la orza contenía
que un montañés traía.
No excedía la oreja
el pululante ramo
del ternezuelo gamo,
que mal llevar se deja,
y con razón, que el tálamo
desdeña
la sombra aun de lisonja
tan pequeña.
El arco del camino pues
torcido,
que habían con trabajo
por la fragosa cuerda del
atajo
las gallardas serranas
desmentido,
de la cansada juventud
vencido,
los fuertes hombros con las
cargas graves,
treguas hechas suaves,
sueño le ofrece a quien
buscó descanso
el ya sañudo arroyo, ahora
manso.
Merced de la hermosura que
ha hospedado,
efectos, si no dulces, del
concento
que en las lucientes de
marfil clavijas,
las duras cuerdas de las
negras guijas
hicieron a su curso
acelerado,
en cuanto a su furor
perdonó el viento.
Menos en renunciar tardó la
encina
el extranjero errante,
que en reclinarse el menos
fatigado
sobre la grana que se viste
fina,
su bella amada, deponiendo
amante
en las vestidas rosas su
cuidado.
Saludólos a todos
cortésmente,
y admirado no menos
de los serranos que
correspondido,
las sombras solicita de
unas peñas.
De lágrimas los tiernos
ojos llenos,
reconociendo el mar en el
vestido
(que beberse no pudo el Sol
ardiente
las que siempre dará
cerúleas señas),
Político serrano,
de canas grave, habló desta
manera:
«¿Cuál tigre, la más fiera
que clima infamó Hircano,
dio el primer alimento
al que, ya deste o de aquel
mar, primero
surcó labrador fiero
el campo undoso en mal
nacido pino,
vaga Clicie del viento,
en telas hecho antes que en
flor el lino?
Más armas introdujo este
marino
monstruo, escamado de
robustas hayas,
a las que tanto mar divide
playas,
que confusión y fuego
al Frigio muro el otro leño
Griego.
Náutica industria investigó
tal piedra,
que cual abraza yedra
escollo, el metal ella
fulminante
de que Marte se viste, y
lisonjera,
solicita el que más brilla
diamante
en la nocturna capa de la
esfera,
estrella a nuestro Polo más
vecina;
y, con virtud no poca,
distante le revoca,
elevada la inclina
ya de la Aurora bella
al rosado balcón, ya a la
que sella,
cerúlea tumba fría,
las cenizas del día.
En esta pues fiándose
atractiva,
del Norte amante dura,
alado roble,
no hay tormentoso cabo que
no doble,
ni isla hoy a su vuelo
fugitiva.
Tifis el primer leño mal
seguro
condujo, muchos luego
Palinuro;
si bien por un mar ambos,
que la tierra
estanque dejó hecho,
cuyo famoso estrecho
una y otra de Alcides llave
cierra.
Piloto hoy la Codicia, no
de errantes
árboles, mas de selvas
inconstantes,
al padre de las aguas
Oceano,
de cuya monarquía
el Sol, que cada día
nace en sus ondas y en sus
ondas muere,
los términos saber todos no
quiere,
dejó primero de su espuma
cano,
sin admitir segundo
en inculcar sus límites al
mundo.
Abetos suyos tres aquel
tridente
violaron a Neptuno,
conculcado hasta allí de
otro ninguno,
besando las que al Sol el
Occidente
le corre en lecho azul de
aguas marinas,
turquesadas cortinas.
A pesar luego de áspides
volantes,
sombra del Sol y tósigo del
viento,
de Caribes flechados, sus
banderas
siempre gloriosas, siempre
tremolantes,
rompieron los que armó de
plumas ciento
Lestrigones el Istmo,
aladas fieras:
el istmo que al Océano
divide,
y sierpe de cristal, juntar
le impide
la cabeza del Norte
coronada
con la que ilustra el Sur
cola escamada
de Antárticas estrellas.
Segundos leños dio a
segundo Polo
en nuevo mar, que le rindió
no sólo
las blancas hijas de sus
conchas bellas,
mas los que lograr bien no
supo Midas
metales homicidas.
No le bastó después a este
elemento
conducir Oreas, alistar
Ballenas,
murarse de montañas
espumosas,
infamar blanqueando sus
arenas
con tantas del primer
atrevimiento
señas, aun a los buitres
lastimosas,
para con estas lastimosas
señas
temeridades enfrentar
segundas.
Tú, Codicia, tú pues de las
profundas
estigias aguas torpe
marinero,
cuantos abre sepulcros el
mar fiero
a tus huesos desdeñas.
El Promontorio que Eolo sus
rocas
candados hizo de otras
nuevas grutas
para el Austro de alas nunca
enjutas,
para el Cierzo aspirante
por cien bocas,
doblaste alegre, y tu
obstinada entena
cabo le hizo de Esperanza
Buena.
Tantos luego Astronómicos
presagios
frustrados, tanta Náutica
doctrina,
debajo de la Zona aun más
vecina
al Sol, calmas vencidas y naufragios,
los reinos de la Aurora al
fin besaste,
cuyos purpúreos senos
perlas netas,
cuyas minas secretas
hoy te guardan su más
precioso engaste;
la aromática selva
penetraste,
que al pájaro de Arabia
(cuyo vuelo
arco alado es del cielo,
no corvo, mas tendido)
pira le erige, y le
construye nido.
Zodíaco después fue
cristalino
a glorioso pino,
émulo vago del ardiente
coche
del Sol, este elemento,
que cuatro veces había sido
ciento
dosel al día y tálamo a la
noche,
cuando halló de fugitiva
plata
la bisagra, aunque
estrecha, abrasadora
de un Océano y otro siempre
uno,
o las columnas bese o la
escarlata,
tapete de la Aurora.
Esta pues nave, ahora,
en el húmido templo de
Neptuno
varada pende a la inmortal
memoria
con nombre de Victoria.
De firmes islas no la inmóvil
flota
en aquel mar del Alba te
describo,
cuyo número, ya que no
lascivo,
por lo bello agradable y
por lo vario
la dulce confusión hacer
podía,
que en los blancos
estanques del Eurota
la virginal desnuda
montería,
haciendo escollos o de
mármol Pario
o de terso marfil sus
miembros bellos,
que pudo bien Acteón
perderse en ellos.
El bosque dividido en islas
pocas,
fragante productor de aquel
aroma
que traducido mal por el
Egito,
tarde le encomendó el Nilo
a sus bocas,
y ellas más tarde a la
gulosa Grecia,
clavo no, espuela sí del
apetito,
que en cuanto concocelle
tardó Roma
fue templado Catón, casta
Lucrecia,
quédese, amigo, en tan
inciertos mares,
donde con mi hacienda
del alma se quedó la mejor
prenda,
cuya memoria es buitre de
pesares.»
En suspiros con esto,
y en más anegó lágrimas el
resto
de su discurso el montañés
prolijo,
que el viento su caudal, el
mar su hijo.
Consolalle pudiera el
peregrino
con las de su edad corta
historias largas,
si, vinculados todos a sus
cargas
cual próvidas hormigas a
sus mieses,
no comenzaran ya los
montañeses
a esconder con el número el
camino,
y el cielo con el polvo.
Enjugó el viejo
del tierno humor las
venerables canas,
y levantando al forastero,
dijo:
«Cabo me han hecho, hijo,
deste hermoso tercio de
serranas;
si tu neutralidad sufre
consejo,
y no te fuerza obligación
precisa,
la piedad que en mi alma ya
te hospeda
hoy te convida al que nos
guarda sueño
política alameda,
verde muro de aquel lugar
pequeño
que, a pesar de esos
fresnos, se divisa;
sigue la femenil tropa conmigo:
verás curioso y honrarás
testigo
el tálamo de nuestros
labradores,
que de tu calidad señas
mayores
me dan que del Océano tus
paños,
o razón falta donde sobran
años.»
Mal pudo el extranjero
agradecido
en tercio tal negar tal
compañía
y en tan noble ocasión tal
hospedaje.
Aleges pisan la que, si no
era
de chopos calle y de álamos
carrera,
el fresco de los céfiros
ruido,
el denso de los árboles
celaje
en duda ponen cuál mayor
hacía
guerra al calor o
resistencia al día.
Coros tejiendo, voces
alternando,
sigue la dulce escuadra
montañesa
del perezoso arroyo el paso
lento,
en cuanto él hurta blando,
entre los olmos que
robustos besa,
pedazos de cristal, que el
movimiento
libra en la falda, en el
coturno ella
de la coluna bella,
ya que celosa basa,
dispensadora del cristal no
escasa.
Sirenas de los montes su
concento,
a las que menos del sañudo
viento
pudiera antigua planta
temer rüina o recelar
fracaso,
pasos hiciera dar el menor
paso
de su pie o su garganta.
Pintadas aves, cítaras de
pluma,
coronaban la bárbara
capilla,
mientras el arroyuelo para
oílla
hace de blanca espuma
tantas orejas cuantas
guijas lava,
de donde es fuente a donde
arroyo acaba.
Vencedores se arrogan los
serranos
los consignados premios
otro día,
ya al formidable salto, ya
a la ardiente
lucha, ya a la carrera
polvorosa.
El menos ágil, cuantos
comarcanos
convoca el caso él solo
desafia,
consagrando los palios a su
esposa,
que a mucha fresca rosa
beber el sudor hace de su
frente,
mayor aún del que espera
en la lucha, en el salto,
en la carrera.
Centro apacible un círculo
espacioso
a más caminos que una
estrella rayos,
hacía, bien de pobos, bien
de alisos,
donde la Primavera,
calzada Abriles y vestida
Mayos,
centellas saca de cristal
undoso
a un pedernal orlado de
Narcisos.
Este pues centro era
meta umbrosa al vaquero
convecino,
y delicioso término al
distante,
donde, aún cansado más que
el caminante
concurría el camino.
Al concento se abaten
cristalino
sedientas las serranas,
cual simples codornices al
reclamo
que les miente la voz, y
verde cela
entre la no espigada mies
la tela.
Músicas hojas viste el
menor ramo
del álamo que peina verdes
canas;
no céfiros en él, no
ruiseñores
lisonjear pudieron breve
rato
al montañés, que ingrato
al fresco, a la armonía y a
las flores,
del sitio pisa ameno
la fresca hierba, cual la
arena ardiente
de la Libia, y a cuantas da
la fuente
sierpe de aljófar, aún
mayor veneno
que a las del Ponto tímido
atribuye,
según el pie, según los
labios huye.
Pasaron todos pues, y
regulados
cual en los Equinocios
surcar vemos
los piélagos del aire libre
algunas
volantes no galeras,
sino grullas veleras,
tal vez creciendo, tal
menguando lunas
sus distantes extremos,
caracteres tal vez formando
alados
en el papel diáfano del
cielo
las plumas de su vuelo.
Ellas en tanto en bóvedas de
sombras,
pintadas siempre al fresco,
cubren las que Sidón telar
Turquesco
no ha sabido imitar verdes
alfombras.
Apenas reclinaron la
cabeza,
cuando en número iguales y
en belleza,
los márgenes matiza de las
fuentes
segunda Primavera de
villanas,
que parientas del novio aun
más cercanas
que vecinos sus pueblos, de
presentes
prevenidas concurren a las
bodas.
Mezcladas hacen todas
teatro dulce, no de escena
muda,
el apacible sitio: espacio
breve
en que, a pesar del Sol,
cuajada nieve,
y nieve de colores mil
vestida,
la sombra vio florida
en la hierba menuda.
SOLEDAD
PRIMERA
(Segundo segmento)
Viendo pues que igualmente
les quedaba
para el lugar a ellas de
camino
lo que al Sol para el
lóbrego Occidente,
cual de aves se caló turba
canora
a robusto nogal que acequia
lava
en cercado vecino,
cuando a nuestros Antípodas
la Aurora
las rosas gozar deja de su
frente,
tal sale aquella que sin
alas vuela
hermosa escuadra con ligero
paso,
haciéndole atalayas del
Ocaso
cuantos humeros cuenta la
aldehuela.
El lento escuadrón luego
alcanzan de serranos,
y disolviendo allí la
compañía,
al pueblo llegan con la luz
que el día
cedió al sacro Volcán de
errante fuego,
a la torre de luces
coronada
que el templo ilustra, y a
los aires vanos
artificiosamente da
exhalada
luminosas de Pólvora
saetas,
purpúreos no cometas.
Los fuegos pues el joven
solemniza,
mientras el viejo tanta
acusa Tea
al de las bodas Dios, no
alguna sea
de nocturno Faetón carroza
ardiente,
y miserablemente
campo amanezca estéril de
ceniza
la que anocheció aldea.
De Alcides le llevó luego a
las plantas,
que estaban no muy lejos,
trenzándose el cabello
verde a cuantas
da el fuego luces y el
arroyo espejos.
Tanto garzón robusto,
tanta ofrecen los álamos
zagala,
que abreviara el Sol en una
estrella,
por ver la menos bella,
cuantos saluda rayos el
Bengala,
del Ganges cisne adusto.
La gaita al baile solicita
el gusto,
a la voz el salterio;
cruzan el Trión más fijo el
Hemisferio,
y el tronco mayor danza en
la ribera;
el Eco, voz ya entera,
no hay silencio a que
pronto no responda;
fanal es del arroyo cada
onda,
luz el reflejo, la agua
vidriera,
Términos le da el sueño al
regocijo,
mas al cansancio no: que el
movimiento
verdugo de las fuerzas es
prolijo.
Los fuegos (cuyas lenguas
ciento a ciento
desmintieron la noche algunas
horas,
cuyas luces, del Sol
competidoras,
fingieron día en la
tiniebla oscura)
murieron, y en sí mismos
sepultados,
sus miembros, en cenizas
desatados,
piedras son de su misma
sepultura.
Vence la noche al fin, y
triunfa mudo
el silencio, aunque breve,
del ruido;
sólo gime ofendido
el sagrado laurel del
hierro agudo:
deja de su esplendor, deja
desnudo
de su frondosa pompa al
verde aliso
el golpe no remiso
del villano membrudo;
el que resistir pudo
al animoso Austro, al Euro
ronco,
chopo gallardo, cuyo liso
tronco
papel fue de pastores,
aunque rudo,
a revelar secretos va a la
aldea,
que impide Amor que aun
otro chopo lea.
Estos árboles pues ve la
mañana
mentir florestas y emular
viales,
cuantos muró de líquidos
cristales
agricultura urbana.
Recordó al Sol no de su
espuma cana
la dulce de las aves
armonía,
sino los dos topacios que
batía,
orientales aldabas,
Himeneo.
Del carro pues Febeo
el luminoso tiro,
mordiendo oro, el eclíptico
zafiro
pisar quería, cuando el
populoso
lugarillo el serrano
con su huésped, que admira
cortesano,
a pesar del estambre y de
la seda,
el que tapiz frondoso
tejió de verdes hojas la
arboleda,
y los que por las calles
espaciosas
fabrican arcos, rosas,
oblicuos nuevos, pénsiles
jardines,
de tantos como víolas
jazmines.
Al galán novio el montañés
presenta
su forastero; luego al
venerable
padre de la que en sí bella
se esconde
con ceño dulce y con
silencio afable
beldad parlera, gracia muda
ostenta,
cual del rizado verde
botón, donde
abrevia su hermosura virgen
rosa,
las cisuras cairela
un color que la púrpura que
cela
por brújula concede
vergonzosa.
Digna la juzga esposa
de un Héroe, si no Augusto,
esclarecido,
el joven, al instante
arrebatado
a la que, naufragante y
desterrado
le condenó a su olvido.
Este pues Sol que a olvido
le condena,
cenizas hizo las que su
memoria
negras plumas vistió, que
infelizmente
sordo engendran gusano,
cuyo diente,
minador antes lento de su
gloria,
inmortal arador fue de su
pena,
y en la sombra no más de la
azucena,
que del clavel procura
acompañada
imitar en la bella
labradora
el templado color de la que
adora,
víbora pisa tal el
pensamiento,
que el alma por los ojos
desatada
señas diera de su
arrebatamiento,
si de zampoñas ciento
y de otros, aunque
bárbaros, sonoros
instrumentos, no, en dos
festivos coros
vírgenes bellas, jóvenes
lucidos,
llegaran conducidos.
El numeroso al fin de
labradores
concurso impaciente
los novios saca: él, de
años floreciente,
y de caudal más floreciente
que ellos;
ella, la misma pompa de las
flores,
la Esfera misma de los
rayos bellos.
El lazo de ambos cuellos
entre un lascivo enjambre
iba de amores
Himeneo añudando,
mientras invocan su Deidad
la alterna
de zagalejas cándidas voz
tierna
y de garzones este acento
blando:
CORO I
«Ven, Himeneo, ven donde te
espera
con ojos y sin alas un
Cupido,
cuyo cabello intonso
dulcemente
niega el vello que el vulto
ha colorido:
el vello, flores de su
Primavera,
y rayos el cabello de su
frente.
Niño amó la que adora
adolescente,
villana Psiques, Ninfa
labradora
de la tostada Ceres. Esta ahora
en los inciertos de su edad
segunda
crepúsculos, vincule tu
coyunda
a su ardiente deseo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, donde entre
arreboles
de honesto rosicler,
previene el día,
Aurora de sus ojos
soberanos,
virgen tan bella, que hacer
podría
tórrida la Noruega con dos
Soles,
y blanca la Etiopia con dos
manos.
Claveles del Abril, rubíes
tempranos,
cuantos engasta el oro del
cabello,
cuantas del uno ya y del
otro cuello
cadenas la concordia
engarza rosas,
de sus mejillas siempre
vergonzosas
purpúreo son trofeo
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO I
«Ven, Himeneo, y plumas no
vulgares
al aire los hijuelos den
alados
de las que el bosque bellas
Ninfas cela;
de sus carcajes, éstos,
argentados,
flechen mosquetes, nieven
azahares;
vigilantes aquéllos, la
aldehuela
rediman del que más o tardo
vuela,
o infausto gime pájaro
nocturno;
mudos coronen otros por su
turno
el dulce lecho conyugal, en
cuanto
lasciva abeja al virginal
acanto
néctar le chupa Hibleo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, y las
volantes pías
que azules ojos con
pestañas de oro
sus plumas son, conduzgan
alta Diosa,
gloria mayor del soberano
coro.
Fíe tus nudos ella, que los
días
disuelvan tarde en senectud
dichosa,
y la que Juno es hoy a
nuestra esposa,
casta Lucina en lunas
desiguales
tantas veces repita sus
umbrales,
que Níobe inmortal la
admire el mundo,
no en blanco mármol, por su
mal fecundo,
escollo hoy de Leteo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO I
«Ven, Himeneo, y nuestra
agricultura
de copia tal a estrellas
deba amigas
progenie tan robusta, que
su mano
toros dome, y de un rubio
mar de espigas
inunde liberal la tierra
dura;
y al verde, joven,
floreciente llano
blancas ovejas suyas hagan
cano
en breves horas caducar la
hierba;
oro le expriman líquido a
Minerva,
y los olmos casando con las
vides,
mientras coronan pámpanos a
Alcides,
clava empuñe Liëo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
CORO II
«Ven, Himeneo, y tantas le
dé a Pales
cuantas a Palas dulces
prendas esta
apenas hija hoy, madre
mañana.
De errantes lirios unas, la
floresta
cubran corderos mil, que
los cristales
vistan del río en breve
undosa lana;
de Aracnes otras la
arrogancia vana
modestas acusando en
blancas telas,
no los hurtos de Amor, no
las cautelas
de Júpiter compulsen: que,
aun en lino,
ni a la pluvia luciente de
oro fino,
ni al blanco cisne creo.
Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo.»
El dulce alterno canto
a sus umbrales revocó
felices
los novios del vecino
templo santo.
Del yugo aún no domadas las
cervices,
novillos (breve término
surcado)
restituyen así el pendiente
arado
al que pajizo albergue los
aguarda.
Llegaron todos pues, y con
gallarda
civil magnificencia el
suegro anciano,
cuantos la sierra dio,
cuantos dio el llano,
labradores convida
a la prolija rústica
comida,
que sin rumor previno en
mesas grandes.
Ostente crespas, blancas
esculturas
artífice gentil de
dobladuras
en los que Damascó manteles
Flandes,
mientras casero lino Ceres
tanta
ofrece ahora, cuantos
guardó el heno
dulces pomos, que al curso
de Atalanta
fueran dorado freno.
Manjares que el veneno
y el apetito ignoran
igualmente
les sirvieron, y en oro no
luciente,
confuso Baco, ni en bruñida
plata
su néctar les desata,
sino en vidrio, topacios
carmesíes
y pálidos rubíes.
Sellar del fuego quiso
regalado
los gulosos estómagos el
rubio
imitador suave de la cera
quesillo, dulcemente
apremiado
de rústica, vaquera,
blanca, hermosa mano, cuyas
venas
la distinguieron de la
leche apenas;
mas ni la encarcelada nuez
esquiva,
ni el membrillo pudieran
anudado
si la sabrosa oliva
no serenara el Bacanal
diluvio.
Levantadas las mesas, al
canoro
son de la Ninfa un tiempo,
ahora caña,
seis de los montes, seis de
la campaña
(sus espaldas rayando el
sutil oro
que negó al viento el nácar
bien tejido),
terno de gracias bello,
repetido
cuatro veces en doce
labradoras,
entró bailando
numerosamente;
y dulce Musa entre ellas,
si consiente
bárbaras el Parnaso
moradoras:
«Vivid felices, dijo,
largo curso de edad nunca
prolijo;
y si prolijo, en nudos
amorosos
siempre vivid Esposos.
Venza no sólo en su candor
la nieve,
mas plata en su esplendor
sea cardada
cuanto estambre vital Cloto
os traslada
de la alta fatal rueca el
huso breve.
Sean de la Fortuna
aplausos la respuesta
de vuestras granjerías.
A la reja importuna,
a la azada molesta
fecundo os rinda, en
desiguales días,
el campo agradecido
oro trillado y néctar
exprimido.
Sus morados cantuesos, sus
copadas
encinas la montaña contar
antes
deje que vuestras cabras,
siempre errantes,
que vuestras vacas, tarde o
nunca herradas.
Corderillos os brote la
ribera,
que la hierba menuda
y las perlas exceda del
rocío
su número, y del río
la blanca espuma, cuantos
la tijera
vellones les desnuda.
Tantos de breve fábrica,
aunque ruda,
albergues vuestros las abejas
moren,
y Primaveras tantas os
desfloren,
que cual la Arabia madre ve
de aromas
sacros troncos sudar
fragantes gomas,
vuestros corchos por uno y
por otro poro
en dulce se desaten líquido
oro.
Próspera al fin, mas no
espumosa tanto
vuestra fortuna sea,
que alimenten la invidia en
nuestra aldea
áspides más que en la
región del llanto.
Entre opulencias y
necesidades
medianías vinculen
competentes
a vuestros descendientes,
previniendo ambos daños las
edades:
ilustren obeliscos las
ciudades,
a los rayos de Júpiter
expuesta
aún más que a los de Febo
su corona,
cuando a la choza pastoral
perdona
el cielo, fulminando la
floresta.
Cisnes pues una y otra
pluma, en esta
tranquilidad os halle
labradora
la postrimera hora:
cuya lámina cifre
desengaños,
que en letras pocas lean
muchos años.»
Del himno culto dio el
último acento
fin mudo al baile, al
tiempo que seguida
la novia sale de villanas
ciento
a la verde florida
palizada,
cual nueva Fénix en
flamantes plumas,
matutinos del Sol rayos
vestida,
de cuanta surca el aire
acompañada
monarquía canora;
y vadeando nubes, las
espumas
del Rey corona de los otros
ríos,
en cuya orilla el viento
hereda ahora
pequeños no vacíos
de funerales bárbaros
trofeos
que el Egipto erigió a sus
Ptolomeos.
Los árboles que el bosque
habían fingido,
umbroso Coliseo ya
formando,
despejan el ejido,
Olímpica palestra
de valientes desnudos
labradores.
Llegó la desposada apenas,
cuando
feroz ardiente muestra
hicieron dos robustos
luchadores
de sus músculos, menos
defendidos
del blanco lino que del
vello obscuro.
Abrazáronse pues los dos, y
luego
humo anhelando el que no
suda fuego,
de recíprocos nudos
impedidos,
cual duros olmos de
implicantes vides,
yedra el uno es tenaz del
otro muro:
mañosos, al fin, hijos de
la tierra,
cuando fuertes no Aicides,
procuran derribarse, y
derribados,
cual pinos se levantan
arraigados
en los profundos senos de
la sierra.
Premio los honra igual; y
de otros cuatro
ciñe las sienes gloriosa
rama,
con que se puso término a
la lucha.
Las dos partes rayaba del
teatro
el Sol, cuando arrogante
joven llama
al expedido salto
la bárbara corona que le
escucha.
Arras del animoso desafio
un pardo gabán fue en el
verde suelo,
a quien se abaten ocho o
diez soberbios
montañeses, cual suele de
lo alto
calarse turba de invidiosas
aves
a los ojos de Ascálafo,
vestido
de perezosas plumas. Quién
de graves
piedras las duras manos
impedido,
su agilidad pondera; quién
sus nervios
desata estremeciéndose
gallardo.
Besó la raya pues el pie
desnudo
del suelto mozo, y con
airoso vuelo
pisó del viento lo que del
ejido
tres veces ocupar pudiera
un dardo.
La admiración, vestida un
mármol frío,
apenas arquear las cejas
pudo;
la emulación, calzada un
duro hielo,
torpe se arraiga. Bien que
impulso noble
de gloria, aunque villano,
solicita
a un vaquero de aquellos
montes, grueso,
membrudo, fuerte roble,
que, ágil a pesar de lo
robusto,
al aire se arrebata,
violentando
lo grave tanto, que lo
precipita,
Ícaro montañés, su mismo
peso
de la menuda hierba el seno
blando
piélago duro hecho a su
rüina.
Si no tan corpulento, más
adusto
serrano le sucede,
que iguala y aun excede
al ayuno Leopardo,
al Corcillo travieso, al
Muflón Sardo
que de las rocas trepa a la
marina
sin dejar ni aun pequeña
del pie ligero bipartida
seña.
Con más felicidad que el
precedente,
pisó las huellas casi del
primero
el adusto vaquero.
Pasos otro dio al aire, al
suelo coces.
Y premiados gradualmente,
advocaron a sí toda la
gente,
Cierzos del llano y Austros
de la sierra,
mancebos tan veloces,
que cuando Ceres más adora
la tierra
y argenta el mar desde sus
grutas hondas
Neptuno, sin fatiga
su vago pie de pluma
surcar pudiera mieses,
pisar ondas,
sin inclinar espiga,
sin violar espuma.
Dos veces eran diez, y
dirigidos
a dos olmos que quieren,
abrazados,
ser palios verdes, se,
frondosas metas,
salen cual de torcidos
arcos, o nerviosos o
acerados,
con silbo igual, dos veces
diez saetas.
No el polvo desparece
el campo, que no pisan alas
hierba;
es el más torpe una herida
cierva,
el más tardo la vista
desvanece,
y siguiendo al más lento,
cojea el pensamiento.
El tercio casi de una milla
era
la prolija carrera
que los Hercúleos troncos
hace breves;
pero las plantas leves
de tres sueltos zagales
la distancia sincopan tan
iguales,
que la atención confunden
judiciosa.
De la Penelda virgen
desdeñosa,
los dulces fugitivos
miembros bellos
en la corteza no abrazó
reciente
más firme Apolo, más
estrechamente,
que de una y otra meta
gloriosa
las duras basas abrazaron
ellos
con triplicado nudo
Arbitro Alcides en sus
ramas, dudo
que el caso decidiera,
bien que su menor hoja un
ojo fuera
del lince más agudo.
En tanto pues que el palio
neutro pende
y la carroza de la luz
desciende
a templarse en las ondas,
Himeneo,
por templar en los brazos
el deseo
del galán novio, de la
esposa bella,
los rayos anticipa de la
estrella,
cerúlea ahora, ya purpúrea
guía
de los dudosos términos del
día.
El juicio, al de todos,
indeciso
del concurso ligero,
el padrino con tres de
limpio acero
cuchillos corvos absolverlo
quiso.
Solícita Junón, Amor no
omiso,
al son de otra zampoña, que
conduce
Ninfas bellas y Sátiros
lascivos,
los desposados a su casa
vuelven,
que coronada luce
de estrellas fijas, de
Astros fugitivos,
que en sonoroso humo se
resuelven.
Llegó todo el lugar, y
despedido,
casta Venus, que el lecho
ha prevenido
de las plumas que baten más
suaves
en su volante carro blancas
aves,
los novios entra en dura no
estacada:
que, siendo Amor una Deidad
alada,
bien previno la hija de la
espuma
a batallas de amor campo de
pluma.
ERASE
UNA VIEJA
Erase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.
Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.
También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,
con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.
FÁBULA
DE POLIFEMO Y GALATEA
1
Estas que me dictó rimas
sonoras,
culta sí, aunque bucólica,
Talía
-¡oh excelso conde!-, en
las purpúreas horas
que es rosas la alba y
rosicler el día.
ahora que de luz tu Niebla
doras,
escucha, al son de la
zampoña mía,
si ya los muros no te ven,
de Huelva,
peinar el viento, fatigar
la selva.
2
Templado, pula en la
maestra mano
el generoso pájaro su
pluma,
o tan mudo en la alcándara,
que en vano
aun desmentir el cascabel
presuma;
tascando haga el freno de
oro, cano,
del caballo andaluz la
ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordón
de seda.
Y al cuerno, al fin, la
cítara suceda.
3
Treguas al ejercicio sean
robusto
ocio atento, silencio
dulce, en cuanto
debajo escuchas de dosel
augusto,
del músico jayán el fiero
canto.
Alterna con las Musas hoy
el gusto;
que si la mía puede ofrecer
tanto
clarín (y de la Fama no
segundo),
tu nombre oirán los
términos del mundo.
4
Donde espumoso el mar
siciliano
el pie argenta de plata al
Lilibeo
(bóveda o de las fraguas de
Vulcano,
o tumba de los huesos de
Tifeo),
pálidas señas cenizoso un
llano
-cuando no del sacrílego
deseo-
del duro oficio da. Allí
una alta roca
mordaza es a una gruta, de
su boca.
5
Guarnición tosca de este
escollo duro
troncos robustos son, a
cuya greña
menos luz debe, menos aire
puro
la caverna profunda, que a
la peña;
caliginoso lecho, el seno
obscuro
ser de la negra noche nos
lo enseña
infame turba de nocturnas
aves,
gimiendo tristes y volando
graves.
6
De este, pues, formidable
de la tierra
bostezo, el melancólico
vacío
a Polifemo, horror de aquella
sierra
bárbara choza es, albergue
umbrío
y redil espacioso donde
encierra
cuanto las cumbres ásperas
cabrío,
de los montes, esconde:
copia bella
que un silbo junta y un
peñasco sella.
7
Un monte era de miembros
eminente
este (que, de Neptuno hijo
fiero,
de un ojo ilustra el orbe
de su frente,
émulo casi del mayor
lucero)
cíclope, a quien el pino
más valiente,
bastón, le obedecía, tan
ligero,
y al grave peso junco tan
delgado,
que un día era bastón y
otro cayado.
8
Negro el cabello, imitador
undoso
de las obscuras aguas del
Leteo,
al viento que lo peina
proceloso,
vuela sin orden, pende sin
aseo;
un torrente es su barba
impetuoso,
que (adusto hijo de este
Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o
mal, o en vano
surcada aun de los dedos de
su mano.
9
No la Trinacria en sus
montañas, fiera
armó de crüeldad, calzó de
viento,
que redima feroz, salve
ligera,
su piel manchada de colores
ciento:
pellico es ya la que en los
bosques era
mortal horror al que con
paso lento
los bueyes a su albergue
reducía,
pisando la dudosa luz del
día.
10
Cercado es (cuando más
capaz, más lleno)
de la fruta, el zurrón,
casi abortada,
que al tardo otoño deja al
blando seno
de la piadosa hierba,
encomendada:
la serba, a quien le da
rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna
dorada
la rubia paja, y -pálida
turora-
la niega avara, y pródiga
la dora.
11
Erizo es el zurrón, de la
castaña,
y (entre el membrillo o
verde o datilado)
de la manzana hipócrita,
que engaña,
a lo pálido no, a lo
arrebolado,
y, de la encina (honor de
la montaña,
que pabellón al siglo fue
dorado)
el tributo, alimento,
aunque grosero,
del mejor mundo, del candor
primero.
12
Cera y cáñamo unió (que no
debiera)
cien cañas, cuyo bárbaro rüído,
de más ecos que unió cáñamo
y cera
albogues, duramente es
repetido.
La selva se confunde, el
mar se altera,
rompe Tritón su caracol
torcido,
sordo huye el bajel a vela
y remo:
¡tal la música es de
Polifemo!
13
Ninfa, de Doris hija, la
más bella,
adora, que vio el reino de
la espuma.
Galatea es su nombre, y
dulce en ella
el terno Venus de sus
Gracias suma.
Son una y otra luminosa
estrella
lucientes ojos de su blanca
pluma:
si roca de cristal no es de
Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de
Juno.
14
Purpúreas rosas sobre
Galatea
la Alba entre lirios
cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su
color sea,
o púrpura nevada, o nieve
roja.
De su frente la perla es,
eritrea,
émula vana. El ciego dios
se enoja,
y, condenado su esplendor,
la deja
pender en oro al nácar de
su oreja.
15
Invidia de las ninfas y
cuidado
de cuantas honra el mar
deidades era;
pompa del marinero niño
alado
que sin fanal conduce su
venera.
Verde el cabello, el pecho
no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco
la ribera
inducir a pisar la bella
ingrata,
en carro de cristal, campos
de plata.
16
Marino joven, las cerúleas
sienes,
del más tierno coral ciñe
Palemo,
rico de cuantos la agua
engendra bienes,
del Faro odioso al
promontorio extremo;
mas en la gracia igual, si
en los desdenes
perdonado algo más que
Polifemo,
de la que, aún no le oyó,
y, calzada plumas,
tantas flores pisó como él
espumas.
17
Huye la ninfa bella: y el
marino
amante nadador, ser bien
quisiera,
ya que no áspid a su pie
divino,
dorado pomo a su veloz
carrera;
mas, ¿cuál diente mortal,
cuál metal fino
la fuga suspender podrá
ligera
que el desdén solicita? ¡Oh
cuánto yerra
delfin que sigue en agua
corza en tierra!
18
Sicilia, en cuanto oculta,
en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de
Pomona:
tanto de frutas ésta la
enriquece,
cuanto aquél de racimos la
corona.
En carro que estival trillo
parece,
a sus campañas Ceres no
perdona,
de cuyas siempre fértiles
espigas
las provincias de Europa
son hormigas.
19
A Pales su viciosa cumbre
debe
lo que a Ceres, y aún más,
su vega llana;
pues si en la una granos de
oro llueve,
copos nieva en la otra mil
de lana.
De cuantos siegan oro,
esquilan nieve,
o en pipas guardan la
exprimida grana,
bien sea religión, bien
amor sea,
deidad, aunque sin templo,
es Galatea.
20
Sin aras, no: que el margen
donde para
del espumoso mar su pie
ligero,
al labrador, de sus
primicias ara,
de sus esquiamos es al
ganadero;
de la Copia -a la tierra, poco
avara-
el cuerno vierte el
hortelano, entero,
sobre la mimbre que tejió,
prolija,
si artificioso no, su
honesta hija.
21
Arde la juventud, y los
arados
peinan las tierras que
surcaron antes,
mal conducidos, cuando no
arrastrados
de tardos bueyes, cual su
dueño errantes;
sin pastor que los silbe,
los ganados
los crujidos ignoran
resonantes,
de las hondas, si, en vez
del pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje
el robre.
22
Mudo la noche el can, el
día, dormido,
de cerro en cerro y sombra
en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero
balido,
nocturno el lobo de las
sombras nace.
Cébase; y fiero, deja
humedecido
en sangre de una lo que la
otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos,
o a su dueño,
el silencio del can siga, y
el sueño!
23
La fugitiva ninfa, en
tanto, donde
hurta un laurel su tronco
al sol ardiente,
tantos jazmines cuanta
hierba esconde
la nieve de sus miembros,
da una fuente.
Dulce se queja, dulce le
responde
un ruiseñor a otro, y
dulcemente
al sueño da sus ojos la
armonía,
por no abrasar con tres
soles el día.
24
Salamandria del Sol,
vestido estrellas,
latiendo el Can del cielo
estaba, cuando
(polvo el cabello, húmidas
centellas,
si no ardientes aljófares,
sudando)
llegó Acis; y, de ambas
luces bellas
dulce Occidente viendo al
sueño blando,
su boca dio, y sus ojos
cuanto pudo,
al sonoro cristal, al
cristal mudo.
25
Era Acis un venablo de
Cupido,
de un fauno, medio hombre,
medio fiera,
en Simetis, hermosa ninfa,
habido;
gloria del mar, honor de su
ribera.
El bello imán, el ídolo
dormido,
que acero sigue, idólatra
venera,
rico de cuanto el huerto
ofrece pobre,
rinden las vacas y fomenta
el robre.
26
El celestial humor recién
cuajado
que la almendra guardó
entre verde y seca,
en blanca mimbre se lo puso
al lado,
y un copo, en verdes
juncos, de manteca;
en breve corcho, pero bien
labrado,
un rubio hijo de una encina
hueca,
dulcísimo panal, a cuya
cera
su néctar vinculó la
primavera.
27
Caluroso, al arroyo da las
manos,
y con ellas las ondas a su
frente,
entre dos mirtos que, de
espuma canos,
dos verdes garzas son de la
corriente.
Vagas cortinas de volantes
vanos
corrió Favonio
lisonjeramente
a la de viento, cuando no
sea cama
de frescas sombras, de
menuda grama.
28
La ninfa, pues, la sonora
plata
bullir sintió del arroyuelo
apenas,
cuando, a los verdes
márgenes ingrata,
segur se hizo de sus
azucenas.
Huyera; mas tan frío se
desata
un temor perezoso por sus
venas,
que a la precisa fuga, al
presto vuelo,
grillos de nieve fue,
plumas de hielo.
29
Fruta en mimbre halló,
leche exprimida
en juncos, miel en corcho,
mas sin dueño;
si bien al dueño debe,
agradecida,
su deidad culta, venerado
el sueño.
A la ausencia mil veces
ofrecida,
este de cortesía no pequeño
indicio la dejó -aunque
estatua helada-
más discursiva y menos
alterada.
30
No al Cíclope atribuye, no,
la ofrenda;
no a sátiro lascivo, ni a
otro feo
morador de las selvas, cuya
rienda
el sueño aflija, que aflojó
el deseo.
El niño dios, entonces, de
la venda,
ostentación gloriosa, alto
trofeo
quiere que al árbol de su
madre sea
el desdén hasta allí de
Galatea.
31
Entre las ramas del que más
se lava
en el arroyo, mirto
levantado,
carcaj de cristal hizo, si
no aljaba,
su blanco pecho, de un
arpón dorado.
El monstro de rigor, la
fiera brava,
mira la ofrenda ya con más
cuidado,
y aun siente que a su dueño
sea, devoto,
confuso alcaide más, el
verde soto.
32
Llamáralo, aunque muda, mas
no sabe
el nombre articular que más
querría;
ni lo ha visto, si bien
pincel süave
lo ha bosquejado ya en su
fantasía.
Al pie -no tanto ya, del
temor, grave-
fia su intento; y, tímida,
en la umbría
cama de campo y campo de
batalla,
fingiendo sueño al cauto
garzón halla.
33
El bulto vio, y, haciéndolo
dormido,
librada en un pie toda
sobre él pende
(urbana al sueño, bárbara
al mentido
retórico silencio que no
entiende):
no el ave reina, así, el
fragoso nido
corona inmóvil, mientras no
desciende
-rayo con plumas- al milano
pollo
que la eminencia abriga de
un escollo,
34
como la ninfa bella,
compitiendo
con el garzón dormido en
cortesía,
no sólo para, mas el dulce
estruendo
del lento arroyo enmudecer
querría.
A pesar luego de las ramas,
viendo
colorido el bosquejo que ya
había
en su imaginación Cupldo
hecho
con el pincel que le clavó
su pecho,
35
de sitio mejorada, atenta
mira,
en la disposición robusta,
aquello
que. si por lo suave no la
admira,
es fuerza que la admire por
lo bello.
Del casi tramontado sol
aspira
a los confusos rayos, su
cabello;
flores su bozo es, cuyas
colores,
como duerme la luz, niegan
las flores.
36
En la rústica greña yace
oculto
el áspid, del intonso prado
ameno,
antes que del peinado jardín
culto
en el lascivo, regalado
seno:
en lo viril desata de su
vulto
lo más dulce el Amor, de su
veneno;
bébelo Galatea, y da otro
paso
por apurarle la ponzoña al
vaso.
37
Acis -aún más de aquello
que dispensa
la brújula del sueño
vigilante-,
alterada la ninfa está o
suspensa,
Argos es siempre atento a
su semblante,
lince penetrador de lo que
piensa,
ciñalo bronce o múrelo
diamante:
que en sus paladiones Amor
ciego,
sin romper muros, introduce
fuego.
38
El sueño de sus miembros
sacudido,
gallardo el joven la
persona ostenta,
y al marfil luego de sus
pies rendido,
el coturno besar dorado
intenta.
Menos ofende el rayo
prevenido,
al marinero, menos la
tormenta
prevista le turbó o
pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
39
Más agradable y menos
zahareña,
al mancebo levanta
venturoso,
dulce ya concediéndole y
risueña,
paces no al sueño, treguas
sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una
peña
a un fresco sitial dosel
umbroso,
y verdes celosías unas
hiedras,
trepando troncos y
abrazando piedras.
40
Sobre una alfombra, que
imitara en vano
el tirio sus matices (si
bien era
de cuantas sedas ya hiló,
gusano,
y, artífice, tejió la
Primavera)
reclinados, al mirto más
lozano,
una y otra lasciva, si
ligera,
paloma se caló, cuyos
gemidos
-trompas de amor- alteran
sus oídos.
41
El ronco arrullo al joven
solicita;
mas, con desvíos Galatea
suaves,
a su audacia los términos
limita,
y el aplaudo al concento de
las aves.
Entre las ondas y la fruta,
imita
Acis al siempre ayuno en
penas graves:
que, en tanta gloria,
infierno son no breve,
fugitivo cristal, pomos de
nieve.
42
No a las palomas concedió
Cupido
juntar de sus dos picos los
rubíes,
cuando al clavel el joven
atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo,
engendra Gnido,
negras violas, blancos
alhelíes,
llueven sobre el que Amor
quiere que sea
tálamo de Acis ya y de
Galatea.
43
Su aliento humo, sus
relinchos fuego,
si bien su freno espumas,
ilustraba
las columnas Etón que
erigió el griego,
do el carro de la luz sus
ruedas lava,
cuando, de amor el fiero
jayán ciego,
la cerviz oprimió a una
roca brava,
que a la playa, de escollos
no desnuda,
linterna es ciega y atalaya
muda.
44
Arbitro de montañas y
ribera,
aliento dio, en la cumbre
de la roca,
a los albogues que agregó
la cera,
el prodigioso fuelle de su
boca;
la ninfa los oyó, y ser más
quisiera
breve flor, hierba humilde,
tierra poca,
que de su nuevo tronco vid
lasciva,
muerta de amor, y de temor
no viva.
45
Mas -cristalinos pámpanos
sus brazos-
amor la implica, si el
temor la anuda,
al infelice olmo que
pedazos
la segur de los celos hará
aguda.
Las cavernas en tanto, los
ribazos
que ha prevenido la zampoña
ruda,
el trueno de la voz fulminó
luego:
¡referidlo, Piérides, os
ruego!
46
'¡Oh bella Galatea, más
süave
que los claveles que
tronchó la aurora;
blanca más que las plumas
de aquel ave
que dulce muere y en las
aguas mora;
igual en pompa al pájaro
que, grave,
su manto azul de tantos
ojos dora
cuantas el celestial zafiro
estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes
las más bellas!
47
'Deja las ondas, deja el
rubio coro
de las hijas de Tetis, y el
mar vea,
cuando niega la luz un
carro de oro,
que en dos la restituye
Galatea.
Pisa la arena, que en la
arena adoro
cuantas el blanco pie
conchas platea,
cuyo bello contacto puede
hacerlas,
sin concebir rocío, parir
perlas.
48
'Sorda hija del mar, cuyas
orejas
a mis gemidos son rocas al
viento:
o dormida te hurten a mis
quejas
purpúreos troncos de
corales ciento,
o al disonante número de
almejas
-marino, si agradable no,
instrumento-
coros tejiendo estés,
escucha un día
mi voz, por dulce, cuando
no por mía.
49
'Pastor soy, mas tan rico
de ganados,
que los valles impido más
vacíos,
los cerros desparezco
levantados
y los caudales seco de los
ríos;
no los que, de sus ubres
desatados,
o derivados de los ojos
míos,
leche corren y lágrimas;
que iguales
en número a mis bienes son
mis males.
50
'Sudando néctar, lambicando
olores,
senos que ignora aun la
golosa cabra,
corchos me guardan, más que
abeja flores
liba inquieta, ingeniosa
labra;
troncos me ofrecen árboles
mayores,
cuyos enjambres, o el abril
los abra,
o los desate el mayo, ámbar
distilan
y en ruecas de oro rayos
del sol hilan.
51
'Del Júpiter soy hijo, de
las ondas,
aunque pastor; si tu desdén
no espera
a que el monarca de esas
grutas hondas,
en trono de cristal te
abrace nuera,
Polifemo te llama, no te
escondas;
que tanto esposo admira la
ribera
cual otro no vio Febo, más
robusto,
del perezoso Volga al Indo
adusto.
52
'Sentado, a la alta palma
no perdona
su dulce fruto mi robusta
mano;
en pie, sombra capaz es mi
persona
de innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se
corona
por igualarme la montaña en
vano,
y en los cielos, desde esta
roca, puedo
escribir mis desdichas con
el dedo?
53
'Marítimo alción roca
eminente
sobre sus huevos coronaba,
el día
que espejo de zafiro fue
luciente
la playa azul, de la
persona mía.
Miréme, y lucir vi un sol
en mi frente,
cuando en el cielo un ojo
se veía:
neutra el agua dudaba a
cuál fe preste,
o al cielo humano, o al
cíclope celeste.
54
'Registra en otras puertas
el venado
sus años, su cabeza
colmilluda
la fiera cuyo cerro
levantado,
de helvecicas picas es
muralla aguda;
la humana suya el caminante
errado
dio ya a mi cueva, de
piedad desnuda,
albergue hoy, por tu causa,
al peregrino,
do halló reparo, si perdió
camino.
55
'En tablas dividida, rica
nave
besó la playa
miserablemente,
de cuantas vomitó riquezas
grave,
por las bocas del Nilo el
Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien
suave,
del fiero mar a la sañuda
frente
imponiéndole estaba (si no
al viento
dulcísimas coyundas) mi
instrumento,
56
'cuando, entre globos de
agua, entregar veo
a las arenas ligurina haya,
en cajas los aromas del
Sabeo,
en cofres las riquezas de
Cambaya:
delicias de aquel mundo, ya
trofeo
de Escila, que, ostentado
en nuestra playa,
lastimoso despojo fue dos
días
a las que esta montaña
engendra arpías.
57
'Segunda tabla a un ginovés
mi gruta
de su persona fue, de su
hacienda;
la una reparada, la otra
enjuta,
relación del naufragio hizo
horrenda.
Luciente paga de la mejor
fruta
que en hierbas se recline,
en hilos penda,
colmillo fue del animal que
el Ganges
sufrir muros le vio, romper
falanges:
58
'arco, digo, gentil,
bruñida aljaba,
obras ambas de artífice
prolijo,
y de Malaco rey a deidad
Java
alto don, según ya mi
huésped dijo.
De aquél la mano, de ésta
el hombro agrava;
convencida la madre, imita
al hijo:
serás a un tiempo en estos
horizontes
Venus del mar, Cupido de
los montes.'
59
Su horrenda voz, no su
dolor interno,
cabras aquí le
interrumpieron, cuantas
-vagas el pie, sacrílegas
el cuerno-
a Baco se atrevieron en sus
plantas.
Mas, conculcado el pámpano
más tierno
viendo el fiero pastor,
voces él tantas,
y tantas despidió la honda
piedras,
que el muro penetraron de
las hiedras.
60
De los nudos, con esto, más
suaves,
los dulces dos amantes
desatados,
por duras guijas, por
espinas graves
solicitan el mar con pies
alados:
tal, redimiendo de
importunas aves
incauto meseguero sus
sembrados,
de liebres dirimió copia,
así, amiga,
que vario sexo unió y un
surco abriga.
61
Viendo el fiero Jayán, con
paso mudo
correr al mar la fugitiva
nieve
(que a tanta vista el
líbico desnudo
registra el campo de su
adarga breve)
y al garzón viendo, cuantas
mover pudo
celoso trueno, antiguas
hayas mueve:
tal, antes que la opaca
nube rompa,
previene rayo fulminante
trompa.
62
Con violencia desgajó
infinita,
la mayor punta de la
excelsa roca,
que al joven, sobre quien
la precipita,
urna es mucha, pirámide no
poca.
Con lágrimas la ninfa
solicita
las deidades del mar, que
Acis invoca:
concurren todas, y el
peñasco duro
la sangre que exprimió,
cristal fue puro.
63
Sus miembros lastimosamente
opresos
del escollo fatal fueron
apenas,
que los pies de los árboles
más gruesos
calzó el líquido aljófar de
sus venas.
Corriente plata al fin sus
blancos huesos,
lamiendo flores y
argentando arenas,
a Doris llega, que, con
llanto pío,
yerno lo saludó, lo aclamó
río.
FRESCOS
AIRECILLOS
Frescos airecillos,
que a la Primavera
le tejéis guirnaldas
y esparcís violetas,
ya que os han tenido
del Tajo en la vega
amorosos hurtos
y agradables penas,
cuando del estío
en la ardiente fuerza
álamos os daban
frondosas defensas;
álamos crecidos
de hojas inciertas,
medias de esmeraldas,
y de plata medias;
de donde a las ninfas
y a las zagalejas
del sagrado Tajo
y de sus riberas
mil veces llamastes
y vinieron ellas
a ocupar del río
las verdes cenefas;
y vosotros luego
calándoos apriesa
con lascivos soplos
y alas lisonjeras,
sueño les trajistes
y descuido a vueltas,
que en pago os valieron
mil vistas secretas,
sin tener del velo
envidia ni queja,
ni andar con la falda
luchando por fuerza;
ahora, pues, aires,
antes que las sierras
coronen sus cumbres
de confusas nieblas,
y que el Aquilón
con dura inclemencia
desnude las plantas,
y vista la tierra
de las secas hojas,
que ya fueron tregua
entre el Sol ardiente
y la verde yerba;
y antes que las nieves
y el hielo conviertan
en cristal las rocas,
en vidrio las selvas,
batid vuestras alas,
y dad ya la vuelta
al templado seno
que alegre os espera.
Veréis de camino
una Ninfa bella,
que pisa orgullosa
del Betis la arena,
montaraz, gallarda,
temida en la sierra
más por su mirar
que por sus saetas;
ahora la halléis
entre la maleza
del fragoso monte
siguiendo las fieras;
ahora en el llano
con planta ligera
fatigando al corzo,
que herido vuela;
ahora clavando
la armada cabeza
del antiguo ciervo
en la encina vieja;
cuando ya cansada
de la caza vuelva
a dejar al río
el sudor en perlas;
y al pie se recueste
de la dura peña,
de quien ella toma
lección de dureza;
llegaos a orealla,
pero no muy cerca,
que lleváis suspiros
y ha corrido ella.
Si está calurosa,
soplad desde afuera,
y cuando la ingrata
mejor os entienda,
decidle, airecillos:
«Bellísima Leda,
gloria de los bosques,
honor de la aldea,
enfermo Daliso
junto al Tajo queda
con la muerte al lado
y en manos de ausencia;
suplícate humilde
antes que le vuelvan
su fuego en ceniza,
su destierro en tierra,
en premio glorioso
de su amor, merezca,
ya que no suspiros,
a lo menos letra
con la punta escrita
de tu aguda flecha,
en el campo duro
de una dura peña
(porque no es razón
que razón se lea
de mano tan dura
en cosa más tierna),
adonde le digas:
-Muere allá, y no vuelvas
a adorar mi sombra
y a arrastrar cadenas-.
GRANDES
Grandes, más que elefantes
y que abadas,
títulos liberales como
rocas,
gentiles hombres, sólo de
sus bocas,
illustri cavaglier, llaves
doradas;
hábitos, capas digo
remendadas,
damas de haz y envés,
viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y
aun son pocas
con las que tiran y que son
tiradas;
catarriberas, ánimas en
pena,
con Bártulos y Abades la
milicia,
y los derechos con espada y
daga;
casas y pechos, todo a la
malicia;
Iodos con perejil y
yerbabuena:
esto es la Corte. ¡Buena
pro les haga!
HERMANA
MARICA
Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,
y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;
y al son del adufe
cantará Andrehuela:
-No me aprovecharon,
madre, las hierbas,-
y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos, por riendas;
y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta.
Jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;
Barbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.
HERMOSAS
DAMAS
Hermosas damas, si la
pasión ciega
no os arma de desdén, no os
arma de ira,
¿quién con piedad al
andaluz no mira,
y quien al andaluz su favor
niega?
En el terrero, ¿quién
humilde ruega,
fiel adora, idólatra
suspira?
¿Quien en la plaza los
bohordos tira,
mata los toros, y las cañas
juega?
En los saraos, ¿quién lleva
las más veces
los dulcísimos ojos de la
sala,
sino galanes del Andalucía?
A ellos les dan siempre los
jüeces,
en la sortija, el premio de
la gala,
en el torneo, de la valentía.
ILUSTRE,
HERMOSISIMA MARÍA
Ilustre y hermosísima
María,
mientras se dejan ver a
cualquier hora
en tus mejillas la rosada
aurora,
Febo en tus ojos, y en tu
frente el día,
y mientras con gentil
descortesía
mueve el viento la hebra
voladora
que la Arabia en sus venas
atesora
y el rico Tajo en sus
arenas cría;
antes que de la edad Febo
eclipsado,
y el claro día vuelto en
noche obscura,
huya la aurora del mortal
nublado;
antes que lo que hoy es
rubio tesoro
venza a la blanca nieve su
blancura,
goza, goza el color, la
luz, el oro.
LA
DESGRACIA DEL FORZADO
La desgracia del forzado,
y del corsario la
industria,
la distancia del lugar
y el favor de la Fortuna,
que por las bocas del
viento
les daba a soplos ayuda
contra las cristianas
cruces
a las otomanas lunas,
hicieron que de los ojos
del forzado a un tiempo
huyan,
dulce patria, amigas velas,
esperanzas y ventura.
Vuelve, pues, los ojos
tristes
a ver cómo el mar le hurta
las torres, y le da nubes,
las velas, y le da espumas.
Y viendo más aplacada
en el cómitre la furia,
vertiendo lágrimas, dice,
tan amargas como muchas:
¿De quién me quejo con tan
grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con
mi remo?
«Ya no esperen ver mis
ojos,
pues ahora no lo vieron,
sin este remo las manos,
y los pies sin estos
hierros,
que en esta desgracia mía
Fortuna me ha descubierto
que cuantos fueron mis años
tantos serán mis tormentos.
¿De quién me quejo con tan
grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con
mi remo?
Velas de la Religión,
enfrenad vuestro denuedo,
que mal podréis alcanzarnos
pues tratáis de mi remedio.
El enemigo se os va,
y favorécele el tiempo
por su libertad no tanto
cuanto por mi cautiverio.
¿De quién me quejo con tan
grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con
mi remo?
Quedaos en aquesta playa,
de mis pensamientos puerto;
quejaos de mi desventura,
y no echéis la culpa al
viento.
Y tú, mi dulce suspiro,
rompe los aires ardiendo,
visita a mi esposa bella,
y en el mar de Argel te
espero.»
¿De quién me quejo con tan
grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con
mi remo?
SONETO
LA DULCE BOCA
La dulce boca
que a gustar convida
un humor entre perlas
destilado
y a no envidiar aquel licor
sagrado
que a Júpiter ministra el
garzón de Ida,
amantes no toquéis si queréis vida;
porque entre un labio y
otro colorado
Amor está, de su veneno
armado,
cual entre flor y flor
sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la aurora
diréis que, aljofaradas y
olorosas,
se le cayeron del purpúreo
seno;
manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que
incitan ahora,
y sólo del amor queda el
veneno.
LA
MAS BELLA NIÑA
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dejadme llorar
orillas del mar.
No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
DE UNAS
FIESTAS EN VALLADOLID
La plaza, un jardín fresco;
los tablados,
un encañado de diversas
flores;
los toros, doce tigres
matadores,
a lanza y a rejón despedazados;
la jineta, dos puestos
coronados
de príncipes, de grandes,
de señores;
las libreas, bellísimos
colores,
arcos del cielo, o proprios
o imitados;
los caballos, favonios
andaluces,
gastándole al Perú oro en
los frenos,
y los rayos al sol en los
jaeces,
al trasponer de Febo ya las
luces
en mejores adargas, aunque
menos,
Pisuerga vio lo que Genil
mil veces.
LAS
FLORES DEL ROMERO
Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel
Celosa estás, la niña,
celosa estás de aquel
dichoso, pues le buscas,
ciego, pues no te ve,
ingrato, pues te enoja,
y confiado, pues
no se disculpa hoy
de lo que hizo ayer.
Enjuguen esperanzas
lo que lloras por él,
que celos entre aquéllos
que se han querido bien,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
Aurora de ti misma,
que cuando a amanecer
a tu placer empiezas,
te eclipsan tu placer,
serénense tus ojos,
y más perlas no des,
porque al Sol le está mal
lo que a la Aurora bien.
Desata como nieblas
todo lo que no ves,
que sospechas de amantes
y querellas después,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
LOS
DINEROS DEL SACRISTAN
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
Tres hormas, si no fue un
par,
fueron la llave maestra
de la pompa que hoy nos
muestra
un hidalgo de solar;
con plumajes a volar
un hijo suyo salió,
que asuela lo que él soló,
y la hijuela loquilla
de ámbar quiere la jervilla
que desmienta al cordobán.
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
Dos Troyanos y dos Griegos,
con sus celosas porfias,
arman a Elena en dos días
de joyas y de talegos;
como es dinero de ciegos,
y no ganado a oraciones,
recibe dueñas con dones
y un portero rabicano;
su grandeza es un enano,
su melarquía un truhán.
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
Labra el letrado un Real
Palacio, porque sepades
que interés y necedades
en piedras hacen señal;
hácelo luego hospital
un halconero pelón,
a quien hija y corazón
dio en dote, que ser le
plugo,
para la mujer verdugo,
para el dote gavilán.
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
Con dos puñados de sol
y cuatro tumbos de dado
repite el otro soldado
para Conde de Tirol;
Fénix le hacen Español
collar de oro y plumas
bellas;
despidiendo está centellas
de sus joyas, mas la suerte
en gusano le convierte
de pájaro tan galán.
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
Herencia, que a fuego y
hierro
mal logró cuatro parientes,
halló al quinto con los
dientes
peinando la calva a un
puerro;
heredó por dicha o yerro,
y a su gula no perdona;
pavillos nuevos capona,
mientras francolines ceba,
y al fin en su mesa Eva
siempre está tentando a
Adán.
Los dineros del Sacristán
cantando se vienen y
cantando se van.
LOS
MONTES QUE EL PIE SE LAVAN
Los montes que el pie se
lavan
en los cristales del Tajo,
cuando las frentes se miran
en los zafiros del cielo,
tiranizados tenía
un cerdoso animal fiero,
terror del campo, y ruina
de venablos y de perros.
Buscándole errante un día
se perdió un galán montero,
segunda envidia de Marte,
primer Adonis de Venus.
Escalando la montaña,
y penetrando sus senos,
le dejó la blanca Luna
y le halló el luciente
Febo.
¡Oh, perdido primero
tras un jabalí fiero,
no te pierdas ahora
tras esa, que te huye,
cazadora!
La luz le ofreció una
Ninfa,
que en duda pone a los
cerros,
a cuál se deban sus rayos,
al Sol o a sus ojos bellos.
De tres arcos viene armada,
el uno contra los ciervos,
contra los hombres los dos,
blanco el uno, los dos
negros.
De un cordón atraillado
un diligente sabueso,
el viento solicitaba,
y desafiaba al viento.
Apenas vio al joven, cuando
las cumbres vence huyendo;
él la sigue, ambos
calzados,
ella plumas y él deseos.
¡Oh, perdido primero
tras un jabalí fiero,
no te pierdas ahora
tras esa, que te huye,
cazadora!
Flores le valió la fuga
al fragoso, verde suelo,
varias de color, y todas
hijas de su pie ligero.
A las malezas perdona
mal su fugitivo vuelo.
Ellas, sí, al coturno de
oro
engastes del cristal
tierno.
«¡Oh, cobarde hermosura!
-dice el garzón, sin
asientos-
no huyas de un hombre más
que sabes huir del tiempo.»
Volviendo los ojos ella
por flecharle más el pecho,
de que le alcance aún su
voz
acusa al aire con ceño.
¡Oh, perdido primero
tras un jabalí fiero,
no te pierdas ahora
tras esa, que te huye,
cazadora!
LLORABA
LA NIÑA
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla tan niña,
que apenas, creo yo,
que tenía los años
que ha que la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la Luna
y la deja el Sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
Dícele su madre:
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto,
o me acabe yo.»
Ella le responde:
«No podrá ser, no;
las causas son muchas,
los ojos son dos.
Satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
en esta ocasión,
tantas como dellos
un tiempo tiró
flechas amorosas
el arquero Dios.
Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son,
porque el que se fue,
con lo que llevó,
se dejó el silencio,
y llevó la voz.»
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
MIENTRAS
POR COMPETIR CON TU CABELLO
Mientras por competir con
tu cabello
oro bruñido al sol relumbra
en vano;
mientras con menosprecio en
medio el llano
mira tu blanca frente el
lirio bello;
mientras a cada labio, por
cogello,
siguen más ojos que al
clavel temprano,
y mientras triunfa con
desdén lozano
del luciente cristal tu
gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio
y frente,
antes que lo que fue en tu
edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal
luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello
juntamente
en tierra, en humo, en
polvo, en sombra, en nada.
AL
PUERTO DE GUADARRAMA, PASANDO POR ÉL
LOS CONDES DE LEMUS
Montaña inaccesible,
opuesta en vano
al atrevido paso de la
gente
(o nubes humedezcan tu alta
frente,
o nieblas ciñan tu cabello
cano),
Caistro el mayoral, en cuya
mano
en vez de bastón vemos el
tridente,
con su hermosa Silvia, Sol
luciente
de rayos negros, serafin
humano,
tu cerviz pisa dura; y la
pastora
yugo te pone de cristal,
calzada
coturnos de oro el pie,
armiños vestida.
Huirá la nieve de la nieve
ahora,
o ya de los dos soles
desatada,
o ya de los dos blancos
pies vencida.
NI
EN ESTE MONTE
Ni en este monte, este
aire, ni este río
corre fiera, vuela ave,
pece nada,
de quien con atención no sea
escuchada
la triste voz del triste
llanto mío;
y aunque en la fuerza sea
del estío
al viento mi querella
encomendada,
cuando a cada cual de ellos
más le agrada
fresca cueva, árbol verde,
arroyo frío,
a compasión movidos de mi
llanto,
dejan la sombra, el ramo y
la hondura,
cual ya por escuchar el
dulce canto
de aquel que, de Strimón en
la espesura,
los suspendía cien mil
veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su
dulzura!
NOBLE
DESENGAÑO
Noble desengaño,
gracias doy al cielo
que rompiste el lazo
que me tenía preso.
Por tan gran milagro
colgaré en tu templo
las graves cadenas
de mis graves yerros.
Las fuertes coyundas
del yugo de acero,
que con tu favor
sacudí del cuello,
las húmidas velas
y los rotos remos
que escapé del mar
y ofrecí en el puerto,
ya de tus paredes
serán ornamento,
gloria de tu nombre,
y de Amor descuento.
Y así, pues que triunfas
del rapaz arquero,
tiren de tu carro
y sean tu trofeo
locas esperanzas,
vanos pensamientos,
pasos esparcidos,
livianos deseos,
rabiosos cuidados,
ponzoñosos celos,
infernales glorias,
gloriosos infiernos.
Compóngante himnos,
y digan sus versos
que libras cautivos
y das vista a ciegos.
Ante tu deidad
hónrense mil fuegos
del sudor precioso
del árbol sabeo.
Pero ¿quién me mete
en cosas de seso,
y en hablar de veras
en aquestos tiempos,
donde el que más trata
de burlas y juegos,
ése es quien se viste
más a lo moderno?
Ingrata señora
de tus aposentos,
más dulce y sabrosa
que nabo en Adviento,
aplícame un rato
el oído atento,
que quiero hacer auto
de mis devaneos.
¡Qué de noches frías
que me tuvo el hielo
tal, que por esquina
me juzgó tu perro,
y alzando la pierna,
con gentil denuedo,
me argentó de plata
los zapatos negros!
¡Qué de noches de éstas,
señora, me acuerdo
que andando a buscar
chinas por el suelo,
para hacer la seña
por el agujero,
al tomar la china
me ensucié los dedos!
¡Qué de días anduve
cargado de acero
con harto trabajo,
porque estaba enfermo!
Como estaba flaco
parecía cencerro:
hierro por de fuera,
por de dentro hueso.
¡Qué de meses y años
que viví muriendo
en la Peña Pobre
sin ser Beltenebros,
donde me acaeció
mil días enteros
no comer sino uñas,
haciendo sonetos!
¡Qué de necedades
escribí en mil pliegos,
que las ríes tú ahora,
y yo las confieso!
Aunque las tuvimos
ambos, en un tiempo,
yo por discreciones
y tú por requiebros.
¡Qué de medias noches
canté en mi instrumento:
«Socorred, señora,
con agua a mi fuego!»
Donde, aunque tú no
socorriste luego,
socorrió el vecino
con un gran caldero.
Adiós, mi señora,
porque me es tu gesto
chimenea en verano
y nieve en invierno,
y el bazo me tienes
de guijarros lleno,
porque creo que bastan
seis años de necio.
OH
CLARO HONOR DEL LIQUIDO ELEMENTO
¡Oh claro honor del líquido
elemento,
dulce arroyuelo de
corriente plata,
cuya agua entre la yerba se
dilata
con regalado son, con paso
lento!,
pues la por quien helar y
arder me siento
(mientras en ti se mira),
Amor retrata
de su rostro la nieve y la
escarlata
en tu tranquilo y blando
movimiento,
vete como te vas; no dejes
floja
la undosa rienda al
cristalino freno
con que gobiernas tu veloz
corriente;
que no es bien que
confusamente acoja
tanta belleza en su
profundo seno
el gran Señor del húmido
tridente.
A
CÓRDOBA
¡Oh excelso muro, oh torres
coronadas
de honor, de majestad, de
gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de
Andalucía,
de arenas nobles, ya que no
doradas!
¡Oh fértil llano, oh
sierras levantadas,
que privilegia el cielo y
dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria
mía,
tanto por plumas cuanto por
espadas!
Si entre aquellas rüinas y
despojos
que enriquece Genil y Dauro
baña
tu memoria no fue alimento
mío,
nunca merezcan mis ausentes
ojos
ver tu muro, tus torres y
tu río,
tu llano y sierra, ¡oh
patria, oh flor de España!
QUE
BIEN BAILA DON GIL
¡Oh qué bien que baila Gil,
con las mozas de Barajas,
la chacona a las sonajas,
y el villano al tamboril!
Fue a Madrid por san Miguel
y el demonio se soltó,
que chaconera volvió,
si iba villano él.
Salgan cuatrocientas mil
que con todas se hará
rajas.
La chacona a las sonajas
y el villano al tamboril.
Un olmo, que el son agudo
en medio el ejido oyó,
con las hojas le bailó,
ya que con el pie no pudo.
Con airecillo sutil
las altas movió y las
bajas.
La chacona a las sonajas
y el villano al tamboril
Baile tan extraordinario
nadie le ha visto de balde;
varas le costó al Alcalde
y bodigos al Vicario;
el capón del Alguacil
ha gastado sus alhajas.
La chacona a las sonajas
y el villano al tamboril.
A LAS
FIESTAS DEL NACIMIENTO DEL PRÍNCIPE DON
FELIPE DOMINICO VICTOR, Y A LOS OBSEQUIOS
HECHOS AL
EMBAJADOR DE INGLATERRA
Parió la Reina; el Luterano
vino
con seiscientos herejes y
herejías;
gastamos un millón en
quince días
en darles joyas, hospedaje
y vino.
Hicimos un alarde o
desatino,
y unas fiestas que fueron
tropelías,
al ánglico Legado y sus
espías
del que juró la paz sobre
Calvino.
Bautizamos al niño
Dominico,
que nació para serlo en las
Españas;
hicimos un sarao de
encantamento;
quedamos pobres, fue Lutero
rico;
mandáronse escribir estas
hazañas
a don Quijote, a Sancho, y
su jumento.
DEDICATORIA
al Duque de Béjar
Pasos de un peregrino son
errante
cuantos me dictó versos
dulce Musa
en soledad confusa,
perdidos unos, otros
inspirados.
¡O tú que, de venablos
impedido,
muros de abeto, almenas de
diamante,
bates los montes, que de
nieve armados,
Gigantes de cristal los
teme el cielo;
donde el cuerno, del Eco
repetido,
fieras te expone, que al
teñido suelo
muertas pidiendo términos
disformes,
espumoso coral le dan al
Tormes:
Arrima a un fresno el
freno, cuyo acero
sangre sudando en tiempo
hará breve
purpuréar la nieve,
y en cuanto da el solícito
montero,
al duro robre, al pino
levantado,
émulos vividores de las
peñas,
las formidables señas
del oso que aun besaba,
atravesado,
la asta de tu luciente
jabalina,
o lo sagrado supla de la
encina
lo Augusto del dosel, o de
la fuente
la alta cenefa lo
majestuoso
del sitial a tu Deidad
debido,
¡O Duque esclarecido!
templa en sus ondas tu
fatiga ardiente,
y entregados tus miembros
al reposo
sobre el de grama césped no
desnudo,
déjate un rato hallar del
pie acertado
que sus errantes pasos ha
votado
a la Rëal cadena de tu
escudo.
Honre süave, generoso nudo,
Libertad de Fortuna
perseguida;
que a tu piedad Euterpe
agradecida,
su canoro dará dulce
instrumento,
cuando la Fama no su trompa
al viento.
SI
YA LA VISTA
Si ya la vista, de llorar
cansada,
de cosa puede prometer
certeza,
bellísima es aquella
fortaleza
y generosamente edificada.
Palacio es de mi bella
celebrada,
templo de Amor, alcázar de
nobleza,
nido del Fénix de mayor
belleza
que bate en nuestra edad
pluma dorada.
Muro que sojuzgáis el verde
llano,
torres que defendéis el
noble muro,
almenas que a las torres
sois corona,
cuando de vuestro dueño
soberano
merezcáis ver la celestial
persona,
representadle mi destierro
duro.
VARIA
IMAGINACION
Varia imaginación que, en
mil intentos,
a pesar gastas de tu triste
dueño
la dulce munición del
blando sueño,
alimentando vanos
pensamientos,
pues traes los espíritus
atentos
sólo a representarme el
grave ceño
del rostro dulcemente
zahareño
(gloriosa suspensión de mis
tormentos),
el sueño (autor de
representaciones),
en su teatro, sobre el
viento armado,
sombras suele vestir de
bulto bello.
Síguele; mostraráte el
rostro amado,
y engañarán un rato tus
pasiones
dos bienes, que serán
dormir y vello.
Y
DIGA QUE YO LO DIGA
1
Ya de mi dulce instrumento
cada cuerda es un cordel,
y en vez de vihuela, él
es potro de dar tormento;
quizá con celoso intento
de hacerme decir verdades,
contra estados, contra
edades,
contra costumbres al fin.
No las comente el ruin,
ni las tuerza el enemigo,
y digan que yo lo digo.
2
Si el pobre a su mujer
bella
le da licencia que vaya
a pedir sobre la saya,
y le dan debajo della,
¿qué gruñe?, ¿qué se
querella
que se burlan dél los Ecos?
¿Y qué teme en años secos,
si el necio a su casa lleva
quien en años secos llueva?
Coja, pues, en paz su
trigo,
y diga que yo lo digo.
3
De veinte y cuatro quilates
es como un oro la niña,
y hay quien le dé la
basquiña
y la sarta de granates:
tiénelo por disparates
su madre y búrlase dello;
mas él se los echa al
cuello,
porque el mismo fruto
espera
que han de hacer, que en la
higuera
la sarta del cabrahigo;
y digan que yo lo digo.
4
Del mercader, si es lo
mismo,
con vara y pluma en la
mano,
condenarse en castellano
que irse al infierno en
guarismo,
desátenme el silogismo
sus pulgadas y sus ceros,
su conciencia y sus
dineros,
y tenga por cosa cierta
que, si le cierran la
puerta,
en el Cielo no hay postigo;
y diga que yo lo digo.
5
Ver sus tocas blanquear
a la viuda, eso me mueve
que ver cubierto de nieve
el puerto del Muladar;
déjase a solas pasar
de cualquiera forastero,
o peón o caballero;
y con sus amigas llora
a su esposo la señora,
como la Cava a Rodrigo;
y digan que yo lo digo.
6
Viendo el escribano que
dan a su legalidad
(por ser poco el de
verdad),
nombre las leyes de fe,
su pluma sin ojos ve,
y su bolsa, aunque sin
lengua,
por la boca crece o mengua
las razones del culpado,
la bolsa hecha abogado,
la pluma hecha testigo;
y digan que yo lo digo.
7
Como consulta la dama
con el espejo su tez,
¿no consultará una vez
con la honestidad su fama?
Aspid al vecino llama
que la muerde el calcañar,
cuando sale a visitar
al copete o la corona,
y a los dos no les perdona
desde la joya al bodigo;
y digan que yo lo digo.
8
Milagros hizo, por cierto,
un Alcalde, y lo vi yo,
que siendo vivo le dio
almas de oro a un gato
muerto;
y aun es de tanto concierto
que se iguala y no se
ajusta,
y si acaso a doña Justa
algo entre platos le viene,
deja la verdad, y tiene
a Platón por más amigo;
y digan que yo lo digo.
9
Entrase en vuestros
rincones
comadreando la vieja,
bien como la comadreja
en nido de gorriones;
con madejas y oraciones
os quiebra o degüella en
suma,
ora en huevos, ora en
pluma,
la honra de vuestra hija;
destas terceras, clavija
sea la rama de un quejigo;
y digan que yo lo digo.
10
El doctor mal entendido,
de guantes no muy
estrechos,
con más homicidios hechos
que un catalán forajido,
si son de puñal buido
las hojas de su Galeno,
y si partir puede el freno
y el dinero con su mula,
mate, y sírvale de bula
la carta que trae consigo;
y diga que yo lo digo.
León (Fray Luis de)
(Belmonte (Cuenca) 1527 - Madrigal
de las Altas Torres (Ávila) 1591). Nació en el seno de la una ilustre familia
castellana que contaba con lejanos ascendientes judíos. Su padre se trasladaba
frecuentemente a Madrid y Valladolid en su calidad de abogado y consejero de la
Corte, por lo que el niño realizó sus estudios en ambas ciudades.
En 1543 ingresó como novicio en el
convento de San Agustín de Salamanca donde profesó al año siguiente. En 1560 se
graduó en teología y de maestro y a partir de ese momento su vida se consagró
con verdadera pasión, a la actividad universitaria. Su carácter justo pero
agresivo, humilde y rebelde a la vez, le granjeó numerosos adversarios.
Denunciado por diversas supuestas irregularidades (por ejemplo, haber traducido
el bíblico Cantar de los Cantares, contrariando acuerdos del Concilio de
Trento) fue encarcelado y conducido a Valladolid, en 1572.
El proceso duró casi 5 años,
durante los cuales sufrió toda clase de humillaciones; finalmente se le declaró
inocente y pudo volver a su amado ambiente universitario. Reintegrado a su
cátedra, es fama que comenzó sus explicaciones con el famoso..."Decíamos
ayer...", como si nada hubiera pasado. En 1584 volvió a ser procesado por
la Inquisición, pero en este caso todo se resolvió con una amonestación para
que evitara en adelante polémicas y animosidades. En los últimos años de su vida
dejó la cátedra y ocupó diversos cargos en su orden. Además de una rica obra en
prosa, Fray Luis es uno de los máximos
poetas en lengua castellana y ha sido considerado siempre un clásico
indisputable. No se publicaron en vida sus versos: corrían copiados (y admirados)
de mano en mano, especialmente entre los estudiantes que lo idolatraban; sus
resonantes procesos, y su independencia, lo habían convertido en una figura
casi mítica.
Su obra
poética, sin embargo, es escasa: no llegan a 40 los poemas, no muy extensos que
compuso. Sus temas son variados: el elogio a la vida tranquila, ODA A LA VIDA
RETIRADA, los acontecimientos históricos, PROFECÍA DEL TAJO, ODA A SANTIAGO,
los motivos sacros, ODA A LA ASCENSIÓN, la naturaleza y el universo, NOCHE
SERENA, etc... Le admiraron autores como Cervantes, (quien aludió a él con el
verso: "ingenio que al mundo pone espanto"), Lope de Vega y Quevedo,
que le llamó, "el mejor blasón de la habla castellana".
SONETO
AGORA CON LA AURORA
Agora con la aurora se
levanta
mi Luz; agora coge en rico
nudo
el hermoso cabello; agora
el crudo
pecho ciñe con oro, y la
garganta;
agora vuelta al cielo, pura
y santa,
las manos y ojos bellos
alza, y pudo
dolerse agora de mi mal
agudo;
agora incomparable tañe y
canta.
Ansí digo y, del dulce error
llevado,
presente ante mis ojos la
imagino,
y lleno de humildad y amor
la adoro;
mas luego vuelve en sí el
engañado
ánimo y, conociendo el
desatino,
la rienda suelta largamente
al lloro.
SONETO
ALARGO ENFERMO EL PASO
Alargo enfermo el paso, y
vuelvo, cuanto
alargo el paso, atrás el
pensamiento;
no vuelvo, que antes
siempre miro atento
la causa de mi gozo y de mi
llanto.
Allí estoy firme y quedo,
mas en tanto
llevado del contrario
movimiento,
cual hace el extendido en
el tormento,
padezco fiero mal, fiero
quebranto.
En partes, pues, diversas
dividida
el alma, por huir tan cruda
pena,
desea dar ya al suelo estos
despojos.
Gime, suspira y llora
dividida,
y en medio del llorar sólo
esto suena:
-¿Cuándo volveré, Nise, a
ver tus ojos?
SONETO
AMOR CASI DE UN VUELO
Amor casi de un vuelo me ha
encumbrado
adonde no llegó ni el
pensamiento;
mas toda esta grandeza de
contento
me turba, y entristece este
cuidado,
que temo que no venga
derrocado
al suelo por faltarle
fundamento;
que lo que en breve sube en
alto asiento,
suele desfallecer
apresurado.
mas luego me consuela y
asegura
el ver que soy, señora
ilustre, obra
de vuestra sola gracia, y
que en vos fío:
porque conservaréis vuestra
hechura,
mis faltas supliréis con
vuestra sobra,
y vuestro bien hará durable
el mío.
DE
LA MAGDALENA
Elisa, ya el preciado
cabello, que del oro
escarnio hacía,
la nieve ha variado;
¡ay! ¿yo no te decía:
-Recoge, Elisa, el pie, que
vuela el día?
Ya los que prometían
durar en tu servicio
eternamente,
ingratos se desvían
por no mirar la frente
con rugas afeada, el negro
diente.
¿Qué tienes del pasado
tiempo sino dolor? ¿cuál es
el fruto
que tu labor te ha dado,
si no es tristeza y luto,
y el alma hecha sierva a
vicio bruto?
¿Qué fe te guarda el vano,
por quien tú no guardaste
la debida
a tu bien soberano,
por quien mal proveída
perdiste de tu seno la
querida
prenda, por quien velaste,
por quien ardiste en celos,
por quien uno
el cielo fatigaste
con gemido importuno,
por quien nunca tuviste
acuerdo alguno
de ti mesma? Y agora,
rico de tus despojos, más
ligero
que el ave, huye, adora
a Lida el lisonjero;
tú quedas entregada al
dolor fiero.
¡Oh cuánto mejor fuera
el don de hermosura, que
del cielo
te vino, a cuyo era
habello dado en velo
santo, guardado bien del
polvo y suelo!
Mas hora no hay tardía,
tanto nos es el cielo
piadoso,
mientras que dura el día;
el pecho hervoroso
en breve del dolor saca
reposo;
que la gentil señora
de Mágdalo, bien que
perdidamente
dañada, en breve hora
con el amor ferviente
las llamas apagó del fuego
ardiente,
las llamas del malvado
amor con otro amor más
encendido;
y consiguió el estado,
que no fue concedido
al huésped arrogante en
bien fingido.
De amor guiada, y llena,
penetra el techo estraño, y
atrevida
ofrécese a la ajena
presencia, y sabia olvida
el ojo mofador; buscó la
vida;
y, toda derrocada
a los divinos pies que la
traían,
lo que la en sí fiada
gente olvidado habían,
sus manos, boca y ojos lo
hacían.
Lavaba larga en lloro
al que su torpe mal lavando
estaba;
limpiaba con el oro,
que la cabeza ornaba,
a su limpieza, y paz a su
paz daba.
Decía: «Solo amparo
de la miseria extrema,
medicina
de mi salud, reparo
de tanto mal, inclina
aqueste cieno tu piedad
divina.
¡Ay! ¿Qué podrá ofrecerte
quien todo lo perdió?
aquestas manos
osadas de ofenderte,
aquestos ojos vanos
te ofrezco, y estos labios
tan profanos.
Lo que sudó en tu ofensa
trabaje en tu servicio, y
de mis males
proceda mi defensa;
mis ojos, dos mortales
fraguas, dos fuentes sean
manantiales.
Bañen tus pies mis ojos,
límpienlos mis cabellos; de
tormento
mi boca, y red de enojos,
les dé besos sin cuento;
y lo que me condena te
presento:
preséntate un sujeto
tan mortalmente herido,
cual conviene,
do un médico perfeto
de cuanto saber tiene
dé muestra, que por siglos
mil resuene.»
ODA
Vida retirada
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal
ruido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el
mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el
estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes
sustentado,
No cura si la fama
canta con voz su nombre
pregonera;
no cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad
sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo
señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, y mortal
cuidado?
¡Oh, campo! ¡Oh, monte!
¡Oh, río!
¡Oh, secreto seguro,
deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo resposo
huyo de aqueste mar
tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre
quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
del que la sangre sube o el
dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar süave no
aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio
está atenido.
Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que
debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de
recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo
un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el
fruto cierto.
Y como codiciosa
de ver y acrecentar su
hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se
apresura;
y luego, sosegada,
el paso entre los árboles
torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va
esparciendo.
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al
sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro
pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se
confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el
ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el
claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a
porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien
abastada,
me baste; y la vajilla,
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme
airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros
abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté
cantando,
a la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno
coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente
meneado.
SONETO
AMOR CASI DE UN VUELO
Amor casi de un vuelo me ha
encumbrado
adonde no llegó ni el
pensamiento;
mas toda esta grandeza de
contento
me turba, y entristece este
cuidado,
que temo que no venga
derrocado
al suelo por faltarle
fundamento;
que lo que en breve sube en
alto asiento,
suele desfallecer
apresurado.
mas luego me consuela y
asegura
el ver que soy, señora
ilustre, obra
de vuestra sola gracia, y
que en vos fío:
porque conservaréis vuestra
hechura,
mis faltas supliréis con
vuestra sobra,
y vuestro bien hará durable
el mío.
DÉCIMA
Al salir de la cárcel
Aqui la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
ODA
Noche serena
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces
adornado,
y miro hacia el suelo,
de noche rodeado,
en sueño y en olvido
sepultado,
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un
ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con
voz doliente:
«Morada de grandeza,
templo de claridad y
hermosura:
mi alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel
baja, escura?
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja ansí el
sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el
bien fingido?
El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no
cuidando;
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va
hurtando.
¡Ay!, ¡despertad, mortales!
Mirad con atención en
vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y
sólo engaño?
¡Ay!, levantad los ojos
a aquesta celestial eterna
esfera:
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y
cuanto espera.
¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo,
comparado
a aqueste gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo
que ha pasado?
Quien mira el gran
concierto
de aquestos resplandores
eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde
tan iguales:
la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en
pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de Amor la sigue reluciente
y bella;
y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso
Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo
amado;
rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los
siglos de oro;
tras dél la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su
tesoro:
¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la
tierra,
y no gime y suspira
por romper lo que encierra
el alma y de estos bienes
la destierra?
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí,
asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.
Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y
resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí
florece.
¡Oh. campos verdaderos!
¡Oh, prados con verdad
dulces y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh, deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil
bienes llenos!»
ODA
A Francisco Salinas
Catedrático
de Música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz
no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano
gobernada;
a cuyo son divino
mi alma, que en olvido está
sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera
esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se
mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo ciego adora,
la belleza caduca,
engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta
esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la
primera.
Ve cómo el gran maestro,
a aquesta inmensa cítara
aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo
es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego
envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima
armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y
finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o
siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida!
¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil
sentido!
A aqueste bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro
coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo demás es triste
lloro.
¡Oh! suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis
oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás
amortecidos.
A
DON PEDRO PORTOCARRERO
La cana y alta cumbre
de Ilíberi, clarísimo
Carrero,
contiene en sí tu lumbre
ya casi un siglo entero,
y mucho en demasía
detiene nuestro gozo y
alegría;
los gozos, que el deseo
figura ya en tu vuelta y
determina,
a do vendrá el Lyeo
y de la Cabalina
fuente la moradora
y Apolo con la cítara
cantora.
Bien eres generoso
pimpollo de ilustrísimos
mayores;
mas esto, aunque glorioso,
son títulos menores,
que tú, por ti venciendo,
a par de las estrellas vas
luciendo,
y juntas en tu pecho
una suma de bienes
peregrinos,
por donde con derecho
nos colmas de divinos
gozos con tu presencia,
y de cuidados tristes con
tu ausencia;
porque te ha salteado
en medio de la paz la cruda
guerra,
que agora el Marte airado
despierta en la alta
sierra,
lanzando rabia y sañas
en las infieles bárbaras
entrañas;
do mete a sangre y fuego
mil pueblos el Morisco
descreído,
a quien ya perdón ciego
hubimos concedido,
a quien en santo baño
teñimos para nuestro mayor
daño,
para que el nombre amigo
(¡ay, piedad cruel!)
desconociese
el ánimo enemigo
y ansí más ofendiese:
mas tal es la fortuna,
que no sabe durar en cosa
alguna.
Ansí la luz, que agora
serena relucía, con
nublados
veréis negra a deshora,
y los vientos alados
amontonando luego
nubes, lluvias, horrores,
trueno y fuego.
Mas tú que solamente
temes al claro Alfonso,
que, inducido
de la virtud ardiente
del pecho no vencido,
por lo más peligroso
se lanza discurriendo
vitorioso:
como en la ardiente arena
el líbico león las cabras
sigue,
las haces desordena
y rompe y las persigue
armado relumbrando,
la vida por la gloria
aventurando.
Testigo es la fragosa
Poqueira, cuando él solo, y
traspasado
con flecha ponzoñosa,
sostuvo denodado,
y convirtió en huida
mil banderas de gente
descreída;
mas sobre todo cuando,
los dientes de la muerte
agudos fiera
apenas declinando,
alzó nueva bandera,
mostró bien claramente
de valor no vencible lo
excelente.
Él pues relumbre claro
sobre sus claros padres;
mas tú en tanto,
dechado de bien raro,
abraza el ocio santo;
que mucho son mejores
los frutos de la paz, y muy
mayores.
ODA
A Nuestra Señora
Virgen que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz
del cielo,
en quien la piedad es cual
la alteza:
los ojos vuelve al suelo,
y mira un miserable en
cárcel dura,
cercado de tinieblas y
tristeza.
Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, juicio
humano,
que el estado en que estoy
por culpa ajena,
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo,
esta cadena.
Virgen, en cuyo seno
halló la deidad digno
reposo,
do fue el rigor en dulce
amor trocado:
si blando al riguroso
volviste, bien podrás
volver sereno
un corazón de nubes
rodeado.
Descubre el deseado
rostro, que admira el
cielo, el suelo adora:
las nubes huirán, lucirá el
día;
tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste
noche mía.
Virgen y madre junto,
de tu Hacedor dichosa
engendradora,
a cuyos pechos floreció la
vida:
mira cómo empeora
y crece mí dolor más cada
punto.
El odio cunda, la amistad
se olvida;
si no es de ti valida
la justicia y verdad, que
tú engendraste,
¿adónde hallarán seguro
amparo?
Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi
desamparo.
Virgen, del sol vestida,
de luces eternales
coronada,
que huellas con divinos
pies la luna:
envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua
fementida,
odio crüel, poder sin ley
ninguna
me hacen guerra a una;
pues, contra un tal
ejército maldito,
¿cuál pobre y desarmado
será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi
parte?
Virgen, por quien vencida
llora su perdición la
sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado
intento:
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi
caída,
el agua violenta, el flaco
aliento;
los unos con contento,
los otros con espanto, el
más piadoso
con lástima la inútil voz
fatiga.
Yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy la
onda enemiga.
Virgen, del Padre Esposa,
dulce Madre del Hijo,
templo santo
del inmortal Amor, del
hombre escudo:
no veo sino espanto.
Si miro la morada, es
peligrosa;
si la salida, incierta; el
favor, mudo;
el enemigo, crudo;
desnuda, la verdad; muy
proveída
de valedores y armas, la
mentira:
la miserable vida
sólo cuando me vuelvo a ti
respira.
Virgen, que al alto ruego
no más humilde «sí» diste
que honesto,
en quien los cielos
contemplar desean:
como terrero puesto,
los brazos presos, de los
ojos ciego,
a cien flechas estoy que me
rodean,
que en herirme se emplean.
Siento el dolor, mas no veo
la mano;
ni puedo huir, ni me es
dado escudarme.
¡Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti
librarme!
Virgen, lucero amado,
en mar tempestuosa clara
guía,
a cuvo santo rayo calla el
viento:
mil olas a porfía
hunden en el abismo un
desarmado
leño de vela y remo, que
sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el
aire truena;
ya por el suelo va, ya el
cielo toca;
gime la rota entena.
¡Socorre, antes que embista
en cruda roca!
Virgen, no inficionada
de la común mancilla y mal
primero
que al humano linaje
contamina:
bien sabes que en ti espero
dende mi tierna edad; y si
malvada
fuerza que me venció, ha
hecho indina
de tu guarda divina
mi vida pecadora, tu
clemencia
tanto mostrará más su bien
crecido,
cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser
valido.
Virgen, el dolor fiero
añuda ya la lengua, y no
consiente
que publique la voz cuanto
desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti
vocea.
Lope de Vega (Félix)
(Madrid 1562 - id.1635). Poco se
conoce de su infancia, pero en su vivir podemos distinguir cuatro etapas:
La primera abarca su tiempo de
estudiante en el Colegio de la Compañía de Jesús y en las Universidades de
Alcalá y Salamanca. En 1583, se alista en la expedición para conquistar la isla
Terceira (Azores) con lo que terminaba la anexión de Portugal a España. De esta
época son sus amores con Elena Osorio - "Filis" en sus versos - que
duraron cinco años. Al abandonarlo ésta hizo correr por Madrid unos poemas
ofensivos contra ella y su familia que le valieron el destierro.
La segunda, 1589-1595, período del
destierro. Lope se alista en la Armada Invencible. Se casa por poderes con
Isabel de Urbina y se instala en Valencia donde entra en contacto con notables
dramaturgos. Pasado el destierro, regresa a Madrid.
La tercera etapa va de 1596 a
1614. Se enamora de Micaela Luján - "Camila Lucinda" en sus versos -
bella e inculta mujer casada que le inspira numerosas obras. A pesar de estos
amoríos se casa en 1598 con Juana de Guardo, tal vez atraído por una dote que
su esposa no recibió nunca. Entró en el servicio del duque de Sessa y su
amistad con duque fue funesta para ambos. Mueren su hijo Carlos y su esposa por
lo que desengañado su espíritu, se ordena sacerdote.
Por último, la cuarta etapa
corresponde a 1614-1635. En este tiempo intenta liberarse de las obligaciones
que le imponía la relación con el duque de Sessa. Se enamora de Marta de
Nevares, mujer casada y muy hermosa con quien tiene más hijos. No le arredra el
escándalo. Su popularidad como escritor, en este momento es inmensa. Pero su
felicidad se derrumba: Marta Nevares queda ciega y manifiesta síntomas de
locura y Lope le dedica sus ya escasas energías durante diez años de penosa
expiación en los que llega a pasar apuros económicos.
Muere en Madrid el 6 de Agosto de
1635 y a su entierro asiste una inmensa multitud. Toda su vida fue un mosaico
de luz y de sombras, de gentileza y gallardía apasionadas y de inconstancia y
caídas lamentables. Pero el pueblo lo adoraba y él se sentía "su
poeta". Aunque su dedicación principal fue el teatro, cultivó todos los
géneros de su tiempo, con la única excepción de la novela picaresca. Su poesía
es de extraordinaria riqueza y variedad y aparece diseminada por sus obras
dramáticas y novelescas o constituyendo libros como los titulados, RIMAS, RIMAS
SACRAS y RIMAS HUMANAS Y DIVINAS DEL LICENCIADO TOMÉ DE BURGUILLOS.
A
CAZA VA EL CABALLERO
A caza va el caballero
por los montes de París,
la rienda en la mano
izquierda
y en la derecha el neblí
Pensando va en su señora,
que no la ha visto al
partir,
porque como era casada
estaba su esposo allí.
Como va pensando en ella,
olvidado se ha de sí;
los perros siguen las
sendas
entre hayas y peñas mil.
El caballo va a su gusto
que no lo quiere regir.
Cuando vuelve el caballero
hallóse de un monte al fin;
volvió la cabeza al valle,
y vio una dama venir,
en el vestido serrana,
y en el rostro serafín.
-Por el montecico sola
¿cómo iré?
¡Ay Dios, si me perderé!
¿Cómo iré triste, cuitada,
de aquel ingrato dejada?
Sola triste, enamorada,
¿dónde iré?
¡Ay Dios, si me perderé!
-¿Dónde vais, serrana
bella,
por este verde pinar?
Si soy hombre y voy perdido
mayor peligro lleváis.
-Aquí cerca, caballero,
me ha dejado mi galán
por ir a matar un oso
que ese valle abajo está.
-¡Oh, mal haya el caballero
en el monte Allubricán,
que a solas deja su dama
por matar un animal!
Si os place, señora mía,
volved conmigo al lugar,
y porque llueve, podréis
cubriros con mi gabán.
Perdido se han en el monte
con la mucha obscuridad;
al pie de una parda peña
el alba aguardando están;
la ocasión y la ventura
siempre quieren soledad.
AMARILIS
Égloga
A competir la luz, que el
sol reparte,
nació, pastores, Amarilis
bella,
para que hubiese sol cuando
él se parte,
o fuese el mismo sol Aurora
della;
benévola miró Venus a Marte
sin luz opuesta de
contraria estrella;
pero la envidia, si en el
cielo cupo,
turbó la claridad cuando lo
supo.
Crióse hermosa, cuando ser
podía
en la primera edad belleza
humana,
porque cuando ha de ser
alegre el día,
ya tiene sus albricias la
mañana;
aprendió gentileza y
cortesía,
no soberbio desdén, no
pompa vana,
venciendo con prudente
compostura
la arrogancia que engendra
la hermosura.
Si cátedra de amar Amor
fundara,
como aquel africano español
ciencias,
la de prima bellísima
llevara
a todas las humanas
competencias;
no tuvieran contigo, fénix
rara,
las letras y las armas
diferencias,
ni estuvieran por Venus tan
hermosa
quejosa Juno y Palas
envidiosa.
El copioso cabello, que
encrespaba
natural artificio, componía
una selva de rizos, que
envidiaba
Amor para mirar por
celosía;
porque cuando tendido le
peinaba,
un pavellón de tornasol
hacía,
cuyas ondas surcaban
siempre atentos
tantos como cabellos,
pensamientos.
En la mitad de la serena
frente,
donde rizados los enlaza y
junta,
formó naturaleza diligente
jugando con las hebras una
punta;
en este campo, aunque de
nieve ardiente,
duplica el arco Amor, en
cuya junta
márgenes bellas de pestañas
hechas,
cortinas hizo y guarnición
de flechas.
Dos vivas esmeraldas, que
mirando
hablaban a las almas al
oído,
sobre cándido esmalte
trasladando
la suya hermosa al exterior
sentido,
y con risueño espíritu
templando
el grave ceño, alguna vez
dormido,
para guerra de amor que
cuanto vían,
en dulce paz el reino
dividían.
La bien hecha nariz, que no
lo siendo
suele descomponer un rostro
hermoso,
proporcionada estaba,
dividiendo
honesto nácar en marfil
lustroso;
como se mira doble malva
abriendo
del cerco de hojas en
carmín fogoso,
así de las mejillas sobre
nieve
el divino pintor púrpura
llueve.
¿Qué rosas me dará, cuando
se toca
al espejo, de mayo la
mañana;
qué nieve el Alpe, qué
cristal de roda,
qué rubíes Ceilán, qué Tiro
grana,
para pintar sus perlas y su
boca,
donde a sí misma la belleza
humana
vencida se rindió, porque
son feas
con las perlas del Sur
rosas Pangeas?
Con celestial belleza la
decora,
como por ella el alma se
divisa,
la dulce gracia de la voz
sonora
entre clavel y roja
manutisa;
que no tuvo jamás la fresca
Aurora
bañada en ámbar tan honesta
risa,
ni dio más bella al gusto y
al oído
margen de flores a cristal
dormido.
No fue la mano larga, y no
es en vano,
si mejor escultura se le
debe
para seguirse a su graciosa
mano
de su pequeño pie la
estampa breve;
ni de los dedos el camino
llano,
porque los ojos, que cubrió
de nieve,
hiciesen, tropezando en sus
antojos,
dar los deseos y las almas
de ojos.
Trece veces el sol en la
dorada
esfera devanó los
paralelos,
por cuya senda cándida,
esmaltada
de auroras, baña en luz
tierras y cielos;
cuando a ser hermosura
desdichada
la destinaron por sus
claros velos
cuantos aspectos hay
infortunados,
cuanto más resistidos más
airados.
No porque tengan fuerza las
estrellas
contra la libertad del
albedrío,
mas porque al bien o al mal
inclinan ellas,
y no ponemos fuerza en su
desvío;
por ver las partes de
Amarilis bellas
a los campos bajó de
nuestro río
Ricardo, un labrador de la
Montaña,
que fue defensa del honor
de España.
Rudo y indigno de su mano
hermosa
a pocos días mereció su
mano,
no el alma, que negó la fe
de esposa,
en cuyo altar le confesó
tirano;
aquella noche infausta y
temerosa
con tierno llanto resistida
en vano,
en triste auspicio del
funesto empleo
mató el hacha nupcial
triste Himeneo.
¿Qué desdicha fatal de las
hermosas
es ésa de tener tales
empleos?
¿Siempre las feas han de
ser dichosas?
¿Nunca les han de dar
maridos feos?
¿En qué consiste ser tan
venturosas,
si no es posible despertar
deseos?
En que es tal bien, que
cuando dio belleza,
no tuvo más que dar
naturaleza.
Imágenes celestes, ¿cómo
ahora
tenéis envidia allá, siendo
tan fea?
No más Elices bellas que el
sol dora,
dulce Ariadna, hermosa
Casiopea;
tú, hija de Titán y de la
Aurora,
cándida virgen, celestial
Astrea,
¿cómo días y noches, tu
figura
iguala la fealdad y la
hermosura?
Las Gracias asistieron,
roto el lazo
que en triangular firmeza
las anuda,
la madre del amor sin darle
abrazo,
la paz del matrimonio puso
en duda;
llegado el tiempo al
amoroso plazo,
con vergonzosa nube la
desnuda
fuerza cubrió, que aunque
mujer la nombra,
faltaba el alma, y abrazó
la sombra.
No suele de otra suerte la
cordera
acechada detrás del verde
escobo
la repetida voz gemir
postrera
entre los dientes del
sangriento lobo;
ni menos fiero, cuando más
se altera,
albergue de pastores contra
el robo,
cogiendo piedras y llamando
perros,
discurre valle y transmonta
cerros.
Allí se forma una áspera
batalla,
uno sigue, otro ladra, aquél
le muerde;
el silbo suena, el cáñamo
restalla;
huye, resiste, sufre, y no
la pierde,
las hondas burla, y cuando
el monte calla,
tiñe de rojo humor la cama
verde,
en que duerme seguro y
satisfecho:
que la tiene en los brazos
o en el pecho.
¿Cuántos deseos de pastores
fueron
siguiendo aquella noche con
suspiros
la envidia de Ricardo, que
ofendieron
vanos deseos de amorosos
tiros?
Mas cuando ya de vista le
perdieron,
volviéndose a sus chozas y
retiros,
abrazado y cruel, tirano y
dueño,
le halló la Aurora en
regalado sueño.
Desde este día fue Amarilis
llanto;
no fue Amarilis, su mortal
tristeza
aumentó su hermosura con
espanto
del orden que le dio
naturaleza;
bajaba de la noche el negro
manto,
y era nácar de perlas su
belleza,
llorábalas el alba en sus
despojos,
y eran racimos de cristal
sus ojos.
Volvió a pintar los Signos
otras tantas
veces el claro sol, divino
Apeles,
renovando las flores y las
plantas
las puntas de sus únicos
pinceles;
era el tiempo en que vio
las luces santas
coronado de triunfos y
laureles
el tercero Felipe del
Segundo,
a cuyo Cuarto fue pequeño
el mundo.
En un jardín se celebraba
un día
de gallardos pastores un
torneo,
donde el amor a Marte
competía,
y daba la virtud premio al
deseo;
las letras escribió la
fantasía,
intérpretes ocultos de su
empleo,
hallando el accidente en
los favores
de las galas y plumas las
colores.
Aquí Amarilis presidió,
hermosura
entre cuantas vinieron a la
fiesta,
como envidiada, de envidiar
segura,
fingiendo risa dulcemente
honesta.
Como sale después de noche
escura
la pura rosa en el botón
compuesta
de aquel pomposo purpurante
adorno
de verdes rayos coronada en
torno;
o como al nuevo sol la
adormidera
desata el nudo al desplegar
las hojas,
formando aquella hermosa y
varia esfera,
ya cándidas, ya nácares, ya
rojas,
así me pareció, y así
quisiera
decirle con la lengua mis
congojas;
mas quisieron los ojos
atrevidos
anticiparse a todos los
sentidos.
Así como el relámpago se
mira
primero que al oído llegue
el trueno,
porque es la vista más
veloz, se admira
que salgan juntos del
oculto seno,
así las luces, que la vista
espira,
y llevaron al alma su
veneno,
anticiparon a la lengua en
calma,
aunque las vi salir juntas
del alma.
En vano entonces las
deidades llamo,
aunque de Venus el favor
presuma,
cual pájaro se queja del
reclamo,
después que el árbol le
prendió la pluma,
que en la liga tenaz y el
firme ramo
se prende más, se enlaza y
se despluma,
porque las alas, que volar
previenen,
pensando que le sueltan, le
detienen;
así mis ojos libertad
buscaban
de la nueva prisión en que
se veían,
pues por librarse de mirar,
miraban,
y pensando salir, se
detenían,
cuando las alas de Ícaro
abrasaban
rayos del sol, la cera
derretían
y este regalo, cuyo ejemplo
sigo,
pensaba que era amor, y era
castigo.
Este principio tuvo el
pensamiento,
que nunca tendrá fin, pues
no es posible
tenerle el alma, donde tuvo
asiento
contra todos los tiempos
invencible;
así se cautivó mi
entendimiento,
y mi esperanza se juzgó
imposible;
mas viéndome morir, siempre
decía:
«Dulce mal, dulce bien,
dulce porfía».
Más fácil cosa fuera
referirnos
las varias flores desta
selva amena,
o las ondas del Tajo, en
cuyos giros
envuelto su cristal besa la
arena,
que las ansias, temores y
suspiros
de la esperanza de mi dulce
pena,
hasta que ya después de
largos plazos
gané la voluntad, que no
los brazos.
Escribíale yo mis
sentimientos
en conceptos más puros que
sutiles,
y tal vez escuchaba mis
tormentos,
o recibía mis presentes
viles.
¿Qué mayo con diversos
instrumentos,
canciones y relinchos
pastoriles
no coroné sus jambas y
linteles
de mirtos, arrayanes y
laureles?
¿Qué cabritillo le nació
manchado,
a todo blanco, o rojo y
encendido
a la cabra mejor de mi
ganado,
sin dársele de flores
guarnecido?
¿Cuándo topé su manso, que
peinado
no le volviese el natural
vestido,
o sin llevar, porque al de
Tirsi exceda,
esquila de oro en el collar
de seda?
¿Qué fruta no gozaba a
manos llenas
de mi heredad a sus
pastores franca;
qué leche y miel de ovejas
y colmenas
en roja cera, o en encella
blanca;
qué ruiseñores con la pluma
apenas;
qué mastín suyo no adornó
carlanca,
sin verse, o lo tuviera por
delito,
su dulce nombre en el metal
escrito?
¿De qué sarta de perlas no
tenía
la cándida garganta
coronada?
Aunque la misma sarta
agradecía
verse en mejores perlas
engastada.
¿Qué sangriento coral no
competía
su boca en viva púrpura
bañada?
Sin otras pobres joyas, que
entre amantes
las lágrimas amor hace
diamantes.
Estaba yo detrás de un
verde espino
escribiendo mis celos y
temores
junto a un arroyo a un
prado tan vecino,
que a precio de cristal compraba
flores,
cuando Amarilis, que a
bañarse vino,
me vio escondido, que si
no, pastores,
por el vidrio del agua a
Venus veo.
¡Qué corta dicha de tan
gran deseo!
No se viera más bella y
peregrina
de divino pincel dibujo
humano,
corrida al cuadro la veloz
cortina
la celebrada Venus de
Ticiano;
si el cuerpo hermoso en el
cristal reclina,
tengo un antojo, que me dio
Silvano,
con que tanto a mis ojos la
acercara,
que todos los del alma me
quitara.
Sentábase conmigo en una
fuente,
que murmuraba amores tan
ociosos,
lastimada de ver que su
corriente
aumentaban mis ojos
amorosos;
no llora y canta Filomena
ausente
con más dolor sus casos
lastimosos
que yo, si me faltaban sólo
un día
las bellas luces en que el
alma ardía.
Su mano alguna vez, que la
fortuna
estaba de buen gusto, me
fiaba,
con que pensaba yo que de
la luna
la humilde mía posesión
tomaba;
con dulce voz, que no
igualó ninguna,
mis amorosos versos
animaba,
que en ella presumí, y aun
hoy lo creo,
que eran de Ovidio y los
cantaba Orfeo.
Tal vez armando un árbol
con cautela
cazábamos pintados
pajarillas
con las ocultas varas que
encarcela
la liga, de sus pies cadena
y grillos;
no con la parda red, o
blanca tela
el tremendo animal, cuyos
colmillos
aun tiembla Venus hoy,
cuando al aurora
el que mancebo amaba, flor
le llora.
Contento desta vida, y ya
perdida
la esperanza de verla más
dichosa,
la dura muerte mejoró mi
vida,
que alguna vez la muerte
fue piadosa;
mató la de Ricardo
aborrecida,
sacando deste Argel su
indigna esposa,
y mi deseo, que su fin
alcanza
naciendo posesión, murió
esperanza.
Que vida fuese la dichosa
mía,
de la pasada os diga la
aspereza,
porque no mereció tanta
alegría
quien antes no pasó tanta
tristeza.
¡Oh cuántas veces me
enojaba el día
sacando de mis brazos su
belleza,
y cuántas veces le quisiera
eterno
por largas noches el escuro
hibierno!
El parabién me daban los
pastores
del Tajo, Manzanares y
jarama,
refiriendo en sus versos
mis amores
aquellos que a Helicón
fueron por fama;
parecíame a mí que hasta
las flores,
que riza el prado sobre verde
lama,
Viva el constante Elisio,
me decían,
que duplicados ecos
repetían.
Lo mismo el valle humilde,
el arrogante
monte aplaudir en alta voz
pretende,
cual suele el vulgo bárbaro
arrogante
con Víctor celebrar lo que
no entiende.
Si en las fuentes miraba mi
semblante,
cuando encendido el sol
velos desprende,
me parecía hermoso, ¡qué
locura!,
y era que imaginaba en su
hermosura.
Como sucede que ganando un
hombre,
todos le lisonjean y le
admiran,
parece más discreto y
gentil-hombre,
y es gracia cuanto dice a
los que miran;
y como suelen repetir su
nombre
los que al barato de su
dicha aspiran,
así dieron aplauso a mis
favores
aves, pastores, árboles y
flores.
Con esto en paz tan
amorosamente
vivía yo, que de sus dos
estrellas
vida tomaba para estar
ausente,
y luz para poder mirar sin
ellas.
Mirándole una vez
atentamente
las verdes niñas, vi mi
rostro en ellas,
y celoso volví, por ver si
estaba
detrás otro pastor que le
formaba.
«....»
Era del Tajo un rico
ganadero
este pastor, que a Fabia
enamoraba,
cuyo ganado por braveza
fiera
de negra y roja piel campos
manchaba;
sabio entre necio, lindo
entre grosero;
mas pienso que decir rico
bastaba:
tanto la gala en las
mujeres crece,
que se compra el favor, no
se merece.
Dejé con esto justamente a
Fabia,
que se quejaba habiéndome
ofendido;
porque quien vuelve a amar
a quien le agravia
poco tiene de honrado y
bien nacido.
No fue de mi temor
prevención sabia
buscar para su amor tan
justo olvido;
sobraba breve tiempo de por
medio,
que para poco amor, poco
remedio.
Mas cuando fuera yo la
quinta esencia
de cuanto amor de ovidio
enseña el arte,
y tuviera la pena en
competencia,
que tuvieron por Venus,
Febo y Marte
o a Elisa del Troyano dio
la ausencia,
o a Ifis los desdenes de
Anaxarte,
o la que al tracio amante
aun hoy espanta,
que llora Progne y Filomena
canta.
Bastaba para olvido
solamente
volver sus dulces ojos a
mirarme
la divina Amarilis,
accidente
que pudo a un tiempo
helarme y abrasarme,
tanto, que a ser posible
que lo intente
del alma, que di a Fabia,
desnudarme,
le diera un alma nueva a su
despecho,
que no hubiera servido en
otro pecho.
Mas Fabia con deseo de
venganza,
¡duro animal es la mujer
con ella!,
mi vida, mi remedio, mi
esperanza
como caballo indómito
atropella.
Por castigar mi súbita
mudanza,
y con envidia de Amarilis
bella
corrió celosa, y no miró
arrogante
cuantos brillar aceros vio
delante.
Tal suele furibundo en
tempestades
arroyo formidable
intempestivo
ya de montes bajar, ya de
ciudades
con turbulento horror y
orgullo altivo,
que destruyendo viñas y
heredades,
voltea entre las aguas
vengativo
pedazos de cabañas y de
aceñas,
abriendo calles, y lavando
peñas.
En fin con los hechizos que
sabía,
y un pastor extranjero le
enseñaba,
que en la luna caracteres
ponía,
los espíritus fieros
invocaba,
las bellas luces, donde yo
me vía,
y en los hermosos ojos
respetaba
de Amarilis el sol, cegó de
suerte,
que se pudo vengar de Amor
la muerte.
Cuando yo vi mis luces
eclipsarse,
cuando yo vi mi sol
oscurecerse
mis verdes esmeraldas
enlutarse
y mis puras estrellas
esconderse,
no puede mi desdicha
ponderarse,
ni mi grave dolor
encarecerse,
ni puede aquí sin lágrimas
decirse
cómo se fue mi sol al
despedirse.
Los ojos de los dos tanto
sintieron,
que no sé cuáles más se
lastimaron,
los que en ella cegaron, o
en mí vieron,
ni aun sabe el mismo Amor
lo que cegaron,
aunque sola su luz
oscurecieron,
que en los demás bellísimos
quedaron,
pareciendo al mirarlos que
mentían,
pues mataban de amor lo que
no vían.
Cual suele enamorar la
fantasía
retrato que no sabe que
enamora,
y cuanto al vivo original
le fía,
con mudas luces el pintado
ignora,
o como en el crepúsculo del
día
por hermosuras sobre flores
llora
el alba, sin saber que las
aumenta,
abre, colora, pinta y
alimenta.
Pasó al principio con
prudencia cana
en tanta juventud verse sin
ojos,
tan ninfa, tan gentil,
cuanto la humana
belleza dio mortales a
despojos.
Cuatro veces el sol en oro
y grana
pasados del hibierno los
enojos,
bañó la piel del frigio
vellocino,
sin replicar a su fatal
destino.
No pude yo, que a la
tristeza mía
aquel consuelo de Antipatro
niego,
que dijo que la noche dar
podría
algún deleite al que
estuviese ciego;
ni menos a imprimir tuve
osadía,
cuando a la estampa de sus
ojos llego,
mi vista en ellos, porque
no admitiera
peregrina impresión su
hermosa esfera.
Ojos, decía yo, si yo decía
lo que el alma a singultos
me dictaba,
¿cómo sufrió tanto rigor el
día,
que luz de vuestra luz
participaba?
De Psiches fue mi loca
fantasía,
que ver vuestra belleza
imaginaba,
pues vi, mis ojos, cuando a
veros llego,
al sol dormido, y a Cupido
ciego.
Así estaba el Amor, y así
la miro
ciega y hermosa, y con
morir por ella,
con lástima de verla me
retiro,
por no mirar sin luz alma
tan bella.
Difunto tiene un sol, por
quien suspiro,
cada esmeralda de su verde
estrella,
ya no me da con el mirar
desvelos,
seré el primero yo que amó
sin celos.
No luce la esmeralda, si
engastada
le falta dentro la dorada
hoja,
porque de aquella luz
reverberada
más puros rayos
transparente arroja;
así en mis verdes ojos
eclipsada
dentro la luz, que Fabia le
despoja,
aunque eran esmeraldas, no
tenían
el alma de oro, con que ver
podían.
Ahora sí que Amor es ciego,
ahora,
si tirarse, a ninguno
acertaría,
ahora sí que sois, dulce
señora,
ciega de amor, pues que mi
amor os guía;
cantad, pues que sabéis, lo
que amor llora,
que es vuestra pena y la
desdicha mía,
tendrá dos aves esta selva
amena,
sin ojos vos, sin lengua
Filomena.
«....»
Pensaba yo con ésta que no
hubiera
desdicha que a la nuestra
se igualara,
cuando Fabia cruel intenta
fiera
del alma oscurecer la lumbre
clara.
Es el entendimiento la
primera
luz que la entiende, y voz
que la declara,
es su vista y sus ojos,
¿pues qué intento
más fiero, que cegar su
entendimiento?
Cuando a Amarilis vi sin
él, pastores,
pues que no le perdí, no os
encarezca
mis lágrimas, mis penas,
mis dolores,
pues no es razón que
crédito merezca.
Ejemplo puede ser mi amor
de amores,
pues quiere amor que más se
aumente y crezca
que si en amar defectos se
merece,
ese es amor que en las
desdichas crece.
¿Quién creyera que tanta
mansedumbre
en tan súbita furia
prorrumpiera?;
pero faltando la una y la
otra lumbre
de cuerpo y alma, ¿qué otro
bien se espera?
Que en no habiendo razón
que el alma alumbre
ni vista al cuerpo en una y
otra esfera,
sólo pudo quedar lo que se
nombra
de viviente mortal cadáver
sombra.
Aquella que, gallarda, se
prendía
y de tan ricas galas se
preciaba,
que a la Aurora de espejo
le servía,
y en la luz de sus ojos se
tocaba,
curiosa, los vestidos
deshacía,
y otras veces, estúpida,
imitaba,
el cuerpo en hielo, en
éxtasis la mente,
un bello mármol de escultor
valiente.
Como después de muerta
Polixena
sobre el sepulcro del
vengado Aquiles,
bañando el mármol la
purpúrea vena,
indigna hazaña de ánimos
gentiles,
Hécuba triste maldiciendo a
Helena,
y la venganza de los
griegos viles,
las selvas asombraba con
feroces
ansias, vertiendo el alma
entre las voces,
así por nuestros montes
discurría,
hiriendo a voces los
turbados vientos,
aquella cuya voz, cuya
armonía
cantando suspendió los
elementos.
Furiosa pitonisa parecía
en los mismos furores,
cuando atentos
esperaba de Febo las
funestas
o alegres siempre equívocas
respuestas.
Las aves, campos, flores y
arboledas,
que primero la oyeron,
repitiendo
los ecos de su voz, las
altas ruedas,
por donde forma el Tajo
dulce estruendo,
apenas pueden detenerse
quedas,
como entonces oyendo, ahora
huyendo,
solo la escucho yo, solo la
adoro,
y de lo que padece me
enamoro.
Las diligencias finalmente
fueron
tantas para curar tan
fieros males,
que la vista del alma le
volvieron,
que penetra los orbes celestiales:
cuando mis ojos a Amarilis
vieron,
juzgando yo sus penas
inmortales,
con libre entendimiento,
gusto y brío,
roguéle a Amor que me
dejase el mío.
Salía el sol del pez
Austral, que argenta
las escamas de nieve, al
tiempo cuando
cuerda Amarilis a vivir se
alienta,
los campos, no los celos,
alegrando;
a la estampa del pie la
selva atenta,
campanillas azules
esmaltando,
parece que aun en flores
pretendía
tocar a regocijo y alegría.
Trinaban los alegres
ruiseñores,
y los cristales de las
claras fuentes
jugaban por la margen con
las flores,
que bordaban esmaltes
diferentes;
mirábanse los árboles
mayores
de suerte en la inquietud
de las corrientes,
que el aire, aunque eran
sombras, parecía
que debajo del agua los
movía.
Por ver el pie, con que las
flores pisa,
saltaban los corderos por
el llano,
ella les daba sal con dulce
risa
en el marfil de su graciosa
mano,
en la corteza de los olmos
lisa,
ingenio singular, compuso
Albano
floridos epigramas, no
vulgares,
que era poeta de los doce
Pares.
De mí no digo, porque
siempre he sido
humilde profesor de mi
ignorancia,
no como algunos, que han
introducido
sacar ejecutoria a su
arrogancia;
y siendo genio Amor de mi
sentido,
mirando más la fe que la
elegancia,
compuse versos, que con
lengua pura
Castilla y la verdad llaman
cultura.
Mas como el bien no dura, y
en llegando
de su breve partida
desengaña,
huésped de un día, pájaro
volando,
que pasa de la propia a
tierra extraña,
no eran pasados bien dos
meses, cuando
una noche al salir de mi
cabaña
se despidió de mí tan tiernamente,
como si fuera para estar
ausente.
«Elisio, caro amigo, me
decía,
lo que has hecho por mí te
pague el cielo,
con tanto amor, lealtad y
cortesía,
fe limpia, verdad pura,
honesto celo».
«¿Qué causa, dije yo,
señora mía,
qué accidente, qué intento,
qué desvelo
te obliga a despedirtne
desta suerte,
si tengo de volver tan
presto a verte?».
«Siempre con esta pena me
desvío
de ti», me respondió; ¿mas
quién pensara,
que el alba de sus ojos en
rocío
tan tierno a media noche me
bañara?
«Adiós, dijo llorando,
Elisio mío...»
«Espera, respondí, mi
prenda cara».
No pudo responder, que con
el llanto
callando habló, mas nunca
dijo tanto.
Yo triste aquella noche
infortunada,
principio de mi mal, fin de
mi vida,
dormí con la memoria
fatigada,
si hay parte que del alma
esté dormida;
mas cuando de diamantes
coronada,
en su carroza de temor
vestida,
mandaba al sueño que
esparciese luego
cuidado al vicio, a la
virtud sosiego,
suelto el cabello,
desgreñado y yerto,
medio desnuda, Lícida me
nombra,
pastora de Amarilis, yo despierto,
y pienso que es de mi
cuidado sombra.
Si a pintaros a Lícida no
acierto,
no os espantéis, porque aun
aquí me asombra
«Tu bien se muere, dijo,
Elisio, advierte,
que está tu vida en brazos
de la muerte».
«No puede ser, le dije,
pues yo vivo»;
y mal vestido parto a su
cabaña.
Pastores, perdonad, si el
excesivo
dolor en tiernas lágrimas
me baña.
Apenas el estruendo
compasivo,
y el dudoso temor me
desengaña,
cuando me puso un miedo en
cada pelo
el triste horror, y en cada
poro un hielo.
Como entre el humo y
poderosa llama
del emprendido fuego
discurriendo
sin orden, éste ayuda,
aquél derrama
el agua antes del fuego, el
fuego huyendo;
o como en monte va de rama
en rama
con estallidos fieros
repitiendo
quejas de los arroyos, que
quisieran
que se acercaran, y favor
les dieran,
en no menos rigor turbados
miro
de Amarilis pastoras y
vaqueros,
y ella expirando, ¡ay
Dios!, ¿cómo no expiro
osando referir males tan
fieros?
Estaban en el último
suspiro
aquellos dos clarísimos
luceros,
mas sin faltar hasta morir
hermosa
nieve al jazmín, ni púrpura
a la rosa.
Llego a la cama, la color
perdida
y en la arteria vocal la
voz suspensa,
que apenas pude ver
restituida
por la grandeza de la pena
inmensa;
pensé morir viendo morir mi
vida,
pero mientras salir el alma
piensa,
vi que las hojas del clavel
movía,
y detúvose a ver qué me
decía.
¡Mas ay de mí!, que fue
para engañarme,
para morirse, sin que yo
muriese,
o para no tener culpa en
matarme,
porque aun allí su amor se
conociese;
tomé su mano en fin para
esforzarme,
mas como ya dos veces nieve
fuese,
templó en mi boca aquel
ardiente fuego,
y en un golfo de lágrimas
me anego.
Como suelen morir fogosos
tiros,
resplandeciendo por el aire
vano
de las centellas que en
ardientes giros
resultan de la fragua de
Vulcano,
así quedaban muertos mis
suspiros
entre la nieve de su helada
mano;
así me halló la luz, si ser
podía
que, muerto ya mi sol, me
hallase el día.
Salgo de allí con erizado
espanto
corriendo el valle, el
soto, el prado, el monte
dando materia de dolor a
cuanto
ya madrugaba el sol por su
horizonte.
«Pastores, aves, fieras,
haced llanto,
ninguno de la selva se
remonte»,
iba diciendo; y a mi voz,
turbados,
secábanse las fuentes y los
prados.
No quedó sin llorar pájaro
en nido,
pez en el agua, ni en el
monte fiera,
flor que a su pie debiese
haber nacido,
cuando fue de sus prados
primavera;
lloró cuanto es amor, hasta
el olvido
a amar volvió porque llorar
pudiera,
y es la locura de mi amor
tan fuerte,
que pienso que lloró
también la muerte.
Bien sé, pastores, que
estaréis diciendo
entre vosotros que es mi
amor locura,
tantas veces en vano
repitiendo
su desdicha fatal y su
hermosura;
yo mismo me castigo y
reprehendo;
mas es mi fe tan verdadera
y pura,
que cuando yo callara mis
enojos,
lágrimas fueran voz,
lenguas mis ojos.
Como las blancas y
encarnadas flores
de anticipado almendro por
el suelo
del cierzo esparcen
frígidos rigores,
así quedó Amarilis rosa y
hielo.
Diez años ha que sucedió,
pastores,
con su muerte mi eterno
desconsuelo,
y estoy tan firme y
verdadero amante
como los polos que sustenta
Atlante.
AL
PIE DE UN ROBLE
Al pie de un roble
escarchado
donde Belardo el amante
desbarató un tosco nido
que habían tejido las aves,
de breves pasadas glorias,
de presentes largos males,
así se queja diciendo:
quien tal hace, que tal pague.
La bella Filis un día,
al tiempo que el sol
esparce
sus rayos por todo el
suelo,
dorando montes y valles,
sintiendo que el corazón
se le divide en dos partes,
así el [lo] mesmo decía:
quien tal hace, que tal
pague.
Hice a los desdenes guerra,
guerra desdenes me hacen;
maté a Belardo con celos,
celos es bien que me maten.
No atendí siendo llamada,
agora no me oye nadie;
con justa causa padezco:
quien tal hace, que tal
pague.
Desamé a Belardo un tiempo,
y el amor para vengarse,
quiere que le quiera agora,
y que él me olvide y
desame.
Dejadme, pasiones frescas,
frescas pasiones, dejadme
vivir para que publique:
quien tal hace, que tal
pague.
No le da pena el rigor
del frío tiempo que hace,
que el fuego de amor la
ampara
que dentro en su pecho
nace.
Dando de coraje voces,
que revienta de coraje,
dice por momentos Filis:
quien tal hace, que tal
pague.
¿Do está, Belardo, la fe
que prometiste guardarme?
más yo la quebré primero,
tú puedes de mí quejarte.
Diste primero en quererme,
yo primero en olvidarte,
tú harta disculpa tienes:
quien tal hace, que tal
pague.
Sacó del seno un papel
y con mil ansias le abre,
y antes de leerle todo
le arruga, rompe y deshace
diciendo: «Yo soy la causa,
no tengo de quién quejarme,
quien dio la causa
revienta:
quien tal hace, que tal
pague».
AMADA
PASTORA MIA
Amada pastora mía,
tus descuidos me maltratan,
tus desdenes me fatigan,
tus sinrazones me matan.
A la noche me aborreces
y quiéresme a la mañana;
ya te ofendo a medio día,
ya por la tarde me llamas;
agora dices que quieres,
y luego que te burlabas,
ya ríes mis tibias obras,
ya lloras por mis palabras.
Cuando te dan pena celos
estás más contenta y
cantas;
y cuando estoy más seguro
parece que te desgracias.
A mi amigo me maldices
y a mi enemigo me alabas;
si no te veo me buscas,
y si te busco te enfadas.
Partíme una vez de ti,
lloraste mi ausencia larga,
y agora que estoy contigo
con la tuya me amenazas.
Sin mar ni montes en medio,
sin peligro ni sin guardas,
mar, montes y guardas
tienes
con una palabra airada.
Las paredes de tu choza
me parecen de montaña,
un mar el llegar a vellas
y mil gracias tus
desgracias.
Como tienes en un punto
el amor y la mudanza,
pero bien le pintan niño,
poca vista y muchas alas.
Si Filis te ha dado celos,
el tiempo te desengaña,
que como ella quiere a uno
pudo por otra dejalla.
Si el aldea lo murmura,
siempre la gente se engaña,
y es mejor que tú me
quieras
aunque ella tenga la fama.
Con esto me pones miedo
y me celas y amenazas:
si lloras, ¿cómo aborreces?
y si burlas, ¿ cómo amas ?
Esto Belardo decía
hablando con una carta,
sentado al pie de un olivo
que el dorado Tajo baña.
LO
QUE HICIERA PARIS SI VIERA A JUANA
Como si fuera cándida
escultura
en lustroso marfil de
Bonarrota,
a Paris pide Venus en
pelota
la debida manzana a su
hermosura.
En perspectiva Palas su
figura
muestra por más honesta,
más remota;
Juno sus altos méritos
acota
en parte de la selva más
escura;
pero el pastor a Venus la
manzana
de oro le rinde, más galán
que honesto,
aunque saliera su esperanza
vana.
Pues cuarta diosa en el
discorde puesto,
no sólo a ti te diera,
hermosa Juana,
una manzana, pero todo un
cesto.
DESEANDO
ESTAR DENTRO
Deseando estar dentro de
vos propia,
Lucinda, para ver si soy
querido,
miré ese rostro que del
cielo ha sido
con estrellas y sol natural
copia;
y conociendo su bajeza
impropia,
vime de luz y resplandor
vestido,
en vuestro sol como Faetón
perdido,
cuando abrasó los campos de
Etiopia,
Ya cerca de morir dije:
«Tenéos,
deseos locos, pues lo
fuistes tanto,
siendo tan desiguales los
empleos».
Mas fue el castigo, para
más espanto,
dos contrarios, dos
muertes, dos deseos,
pues muero en fuego y me
deshago en llanto.
ESO
ES AMOR, QUIEN LO PROBO LO SABE
Desmayarse, atreverse,
estar furioso,
áspero, tierno, liberal,
esquivo,
alentado, mortal, difunto,
vivo,
leal, traidor, cobarde y
animoso;
no hallar fuera del bien
centro y reposo,
mostrarse alegre, triste,
humilde, altivo,
enojado, valiente,
fugitivo,
satisfecho, ofendido,
receloso;
huir el rostro al claro
desengaño,
beber veneno por licor
süave,
olvidar el provecho, amar
el daño;
creer que un cielo en un
infierno cabe,
dar la vida y el alma a un
desengaño;
esto es amor, quien lo
probó lo sabe.
DICE
EL MES EN QUE SE ENAMORÓ
Érase el mes de más
hermosos días,
y por quien más los campos
entretienen,
señora, cuando os vi, para
que penen
tantas necias de Amor
filaterías.
Imposibles esperan mis
porfías,
que como los favores se
detienen,
vos triunfaréis cruel, pues
a ser vienen
las glorias vuestras, y las
penas mías.
No salió malo este versillo
octavo,
ninguna de las musas se alborote
si antes del fin el
sonetazo alabo.
Ya saco la sentencia del
cogote,
pero si como pienso no le
acabo,
echárele después un
estrambote.
A
UNA CALAVERA
Esta cabeza, cuando viva,
tuvo
sobre la arquitectura
destos huesos
carne y cabellos, por quien
fueron presos
los ojos que mirándola
detuvo.
Aquí la rosa de la boca
estuvo,
marchita ya con tan helados
besos,
aquí los ojos de esmeralda
impresos,
color que tantas almas
entretuvo.
Aquí la estimativa en que
tenía
el principio de todo el
movimiento,
aquí de las potencias la
armonía.
¡oh hermosura mortal,
cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción
vivía,
desprecian los gusanos
aposento?
ENCARECE
SU AMOR PARA OBLIGARLE A SU DAMA
A QUE LO PREMIE
Juana, mi amor me tiene en
tal estado,
que no os puedo mirar,
cuando no os veo;
ni escribo ni manduco ni
paseo,
entretanto que duermo sin
cuidado.
Por no tener dineros no he
comprado
(¡oh Amor cruel!) ni manta,
ni manteo,
tan vivo me derrienga mi
deseo
en la concha de Venus
amarrado.
De Garcilaso es este verso,
Juana;
todos hurtan, paciencia, yo
os le ofrezco;
mas volviendo a mi amor,
dulce tirana,
tanto en morir y en esperar
merezco,
que siento más el verme sin
sotana,
que cuanto fiero mal por
vos padezco.
QUE
AL AMOR VERDADERO NO LE OLVIDAN
EL TIEMPO, NI LA MUERTE,
ESCRIBE EN SESO
Resuelta en polvo ya, mas
siempre hermosa,
sin dejarme vivir, vive
serena
aquella luz que fue mi
gloria y pena,
y me hace guerra cuando en
paz reposa.
Tan vivo está el jazmín, la
pura rosa,
que blandamente ardiendo en
azucena
me abrasa el alma de
memorias llena,
ceniza de su fénix amorosa.
¡Oh memoria cruel de mis
enojos!,
¿qué honor te puede dar mi
sentimiento,
en polvo convertidos sus
despojos?
Permíteme callar sólo un
momento,
que ya no tienen lágrimas
mis ojos,
ni concetos de amor mi
pensamiento.
A
MIS SOLEDADES VOY
A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal
conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es
alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un
necio.
Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí
contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi
desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en este
tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos,
«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son
dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse
presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los
hombres,
que desde entonces no ha
vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo
antiguo
y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque
puedo,
que en lugar de tantas
cruces
haya tantos hombres
muertos.
Mirando estoy los
sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus
dueños.
¡Oh, bien haya quien los
hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.
Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no
saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni
cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser
ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas
dieron.
Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.
Continuará...
© 2021 JAVIER DE LUCAS