HISTORIA DE LA POESIA EN ESPAÑA

 

QUINTA PARTE

DE GONGORA A LOPE

 

Góngora (Luis de)

(Córdoba 1561 - id.1627). Estudió Cánones en Salamanca, pero su ocupación principal fue la poesía. Financiado por el cabildo catedral de Córdoba estuvo con diversas comisiones en Madrid, Salamanca y Valladolid. Se ordenó sacerdote y fue capellán honorario de Felipe III. Su prestigio literario fue enorme.

Tuvo encuentros con los poetas de su época (Quevedo, Lope de Vega) a los que dedicó poemas ofensivos, pero contó también con grandes amigos, como el conde de Villamediana y el Paravicino entre otros... Sus apuros económicos fueron grandes ya que según parece quería vivir como un gran señor y además era algo dado al juego.

En 1626, ya enfermo, se retiró a Córdoba donde murió al año siguiente. Su obra consta de letrillas, romances, sonetos y otras composiciones diversas de arte mayor y menor. Entre sus obras más importantes podemos citar: FÁBULA DE PÍRAMO Y TÍSBE, SOLEDADES, FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA, PANEGÍRICO AL DUQUE DE LERMA. Además cuenta con dos obras dramáticas: LAS FIRMEZAS DE ISABELA Y EL DOCTOR CARLINO.

AMARRADO AL DURO BANCO

Amarrado al duro banco

de una galera turquesa,

ambas manos en el remo

y ambos ojos en la tierra,

un forzado de Dragut

en la playa de Marbella

se quejaba al ronco son

del remo y de la cadena:

«¡Oh sagrado mar de España,

famosa playa serena,

teatro donde se han hecho

cien mil navales tragedias!,

pues eres tú el mismo mar

que con tus crecientes besas

las murallas de mi patria,

coronadas y soberbias,

tráeme nuevas de mi esposa,

y dime si han sido ciertas

las lágrimas y suspiros

que me dice por sus letras,

porque si es verdad que llora

mi cautiverio en tu arena,

bien puedes al mar del Sur

vencer en lucientes perlas.

Dame ya, sagrado mar,

a mis demandas respuesta,

que bien puedes, si es verdad

que las aguas tienen lengua,

pero, pues no me respondes,

sin duda alguna que es muerta,

aunque no lo debe ser,

pues que vivo yo en su ausencia.

¡Pues he vivido diez años

sin libertad y sin ella,

siempre al remo condenado

a nadie matarán penas!»

En esto se descubrieron

de la Religión seis velas,

y el cómitre mandó usar

al forzado de su fuerza.

ANDEME YO CALIENTE...Y RIASE LA GENTE

Andeme yo caliente

y ríase la gente.

Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías,

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno,

y las mañanas de invierno

naranjada y agua ardiente,

y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla

el Príncipe mil cuidados,

como píldoras dorados;

que yo en mi pobre mesilla

quiero más una morcilla

que en el asador reviente,

y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas

de blanca nieve el Enero,

tenga yo lleno el brasero

de bellotas y castañas,

y quien las dulces patrañas

del Rey que rabió me cuente,

y ríase la gente.

Busque muy en hora buena

el mercader nuevos soles;

yo conchas y caracoles

entre la menuda arena,

escuchando a Filomena

sobre el chopo de la fuente,

y ríase la gente.

Pase a media noche el mar

y arda en amorosa llama

Leandro por ver su dama;

que yo más quiero pasar

del golfo de mi lagar

la blanca o roja corriente,

y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,

que de Píramo y su amada

hace tálamo una espada

do se junten ella y él,

sea mi Tisbe un pastel,

y la espada sea mi diente,

y ríase la gente.

ANSARES DE MENGA

Ansares de Menga

al arroyo van:

ellos visten nieve,

él corre cristal.

El arroyo espera

las hermosas aves,

que císnes suaves

son de su ribera;

cuya Venus era

hija de Pascual.

Ellos visten nieve,

él corre cristal.

Pudiera la pluma

del menos bizarro

conducir el carro

de la que fue espuma.

En beldad, no en suma,

lucido caudal,

ellos viven nieve,

él corre cristal

Trenzado el cabello

los sigue Minguilla,

y en la verde orilla

desnuda el pie bello,

granjeando en ello

marfil oriental

los que visten nieve,

quien corre cristal.

La agua apenas trata

cuando dirás que

se desata el pie,

y no se desata,

plata dando a plata

con que, liberal,

los viste de nieve,

le presta cristal.

BELLISIMA CAZADORA

Aquí entre la verde juncia

quiero (como el blanco cisne

que envuelto en dulce armonía,

la dulce vida despide)

despedir mi vida amarga

envuelta en endechas tristes,

y querellarme de aquélla

tan hermosa como libre.

Descanse entre tanto el arco

de la cuerda que le aflige,

y pendiente de sus ramos

orne esta planta de Alcides,

mientras yo a la tortolilla

que sobre aquel olmo gime,

le hurto todo el silencio

que para sus quejas pide.

Bellísima cazadora,

más fiera que las que sigues

por los bosques cruel verdugo

de mis años infelices:

tan grandes son tus extremos

de hermosa y de terrible,

que están los montes en duda

si eres diosa o si eres tigre.

Préciaste de tan soberbia

contra quien es tan humilde

que, considerados bien,

todos los monteros dicen

que los dos nos parecemos

al roble que más resiste

los soplos del viento airado:

tú en ser dura, yo en ser firme.

En esto sólo eres roble,

y en lo demás flaca mimbre,

no sólo a los recios vientos,

mas a los aires sutiles.

Ya no persigues, cruel,

después que a mí me persigues,

a los ciervos voladores

ni a los fieros jabalíes.

Ni de tu dichoso albergue

las nobles paredes visten

los despojos de las fieras

que, como a mí, muerte diste.

No porque no gustes de ello,

sino porque no te obligue

el encontrarme en la caza

a que siquiera me mires.

Los monteros te suspiran

por todos estos confines,

y el mismo monte se agravia

de que tus pies no le pisen,

por el rastro que dejaban

de rosas y de jazmines,

tanto que eran a sus campos

tus dos plantas dos abriles.

Haz tu gusto, que yo quiero

dejar (pues de ello te sirves)

el espíritu cansado

que mis flacos miembros rige.

Conseguiremos en esto

ambos a dos nuestros fines:

tú el de cruel en dejarme,

yo el de leal en morirme.

Tú, rey de los otros ríos,

que de las sierras sublimes

de Segura al Oceano

el fértil terreno mides,

pues en tu dichoso seno

tantas lágrimas recibes

de mis ojos, que en el mar

entran dos Guadalquivires,

ruégote que su crueldad

y mi firmeza publiques

por todo el húmedo reino

de la gran madre de Aquiles,

porque no sólo en las selvas,

mas los que en las aguas viven

conozcan quién es Daliso

y quién es la ingrata Nise.

A DON CRISTOBAL DE MORA

Arbol de cuyos ramos fortunados

las nobles moras son quinas reales,

teñidas en la sangre de leales

capitanes, no amantes desdichados;

 

en los campos del Tajo más dorados

y que más privilegian sus cristales,

a par de las sublimes palmas sales,

y más que los laureles levantados.

 

Gusano, de tus hojas me alimentes,

pajarilla, sosténganme tus ramas,

y ampáreme tu sombra, peregrino.

 

Hilaré tu memoria entre las gentes,

cantaré enmudeciendo ajenas famas,

y votaré a tu templo mi camino.

AMOR TIRANO

Ciego que apuntas, y atinas,

caduco dios, y rapaz,

vendado que me has vendido,

y niño mayor de edad,

por el alma de tu madre

-que murió, siendo inmortal,

de envidia de mi señora-

que no me persigas más.

Déjame en paz, Amor tirano,

déjame en paz.

Baste el tiempo mal gastado

que he seguido a mi pesar

tus inquietas banderas,

foragido capitán.

Perdóname, Amor, aquí,

pues yo te perdono allá

cuatro escudos de paciencia,

diez de ventaja en amar.

Déjame en paz, Amor tirano,

déjame en paz.

Amadores desdichados,

que seguís milicia tal,

decidme, ¿qué buena guía

podéis de un ciego sacar?

De un pájaro ¿qué firmeza?

¿Qué esperanza de un rapaz?

¿Qué galardón de un desnudo?

De un tirano, ¿qué piedad?

Déjame en paz, Amor tirano,

déjame en paz.

Diez años desperdicié,

los mejores de mi edad,

en ser labrador de Amor

a costa de mi caudal.

Como aré y sembré, cogí;

aré un alterado mar,

sembré en estéril arena,

cogí vergüenza y afán.

Déjame en paz, Amor tirano,

déjame en paz.

Una torre fabriqué

del viento en la vanidad,

mayor que la de Nembroth,

y de confusión igual.

Gloria llamaba a la pena,

a la cárcel libertad,

miel dulce al amargo acíbar,

principio al fin, bien al mal.

Déjame en paz, Amor tirano,

déjame en paz.

 

AL MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR

  CÓRDOBA, LE MOSTRÓ UN RETRATO DE LA MARQUESA

Clarísimo Marqués, dos veces claro,

por vuestra sangre y vuestro entendimiento,

claro dos veces otras, y otras ciento

por la luz, de que no me sois avaro,

de los dos soles que el pincel más raro

dio de su luminoso firmamento

a vuestro seno ilustre (atrevimiento

que aun en cenizas no saliera caro);

¿qué águila, señor, dichosamente

la región penetró de su hermosura

por copiaros los rayos de su frente?

Cebado vos los ojos de pintura,

en noche camináis, noche luciente,

que mal será con dos soles obscura.

CELALBA MIA

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:

cascarse nubes, desbocarse vientos,

altas torres besar sus fundamentos,

y vomitar la tierra sus entrañas;

duras puentes romper, cual tiernas cañas;

arroyos prodigiosos, ríos violentos,

mal vadeados de los pensamientos,

y entrenados peor de las montañas;

los días de Noé, gentes subidas

en los más altos pinos levantados,

en las robustas hayas más crecidas.

Pastores, perros, chozas y ganados

sobre las aguas vi, sin forma y vidas,

y nada temí más que mis cuidados.

DULCE ENEMIGA

¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro

blanco mármol, cuál ébano luciente,

cuál ámbar rubio, o cuál oro excelente,

cuál fina plata, o cuál cristal tan claro,

cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro

oriental safir, cuál rubí ardiente,

o cuál, en la dichosa edad presente,

mano tan docta de escultor tan raro

bulto de ellos formara, aunque hiciera

ultraje milagroso a la hermosura

su labor bella, su gentil fatiga,

que no fuera figura al sol de cera,

delante de tus ojos, su figura,

oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?

AL DUERO

Cuantas al Duero le he negado ausente,

tantas al Betis lágrimas le fio,

y, de centellas coronado, el río

fuego tributa al mar de urna ya ardiente.

Volcán desta agua y destas llamas fuente

es, ingrata señora, el pecho mío;

los suspiros lo digan que os envío,

si la selva lo calla, que lo siente.

Cenefas de este Erídano segundo

cenizas son; igual mi llanto tierno

a la de Faetón loca experiencia.

Arde el río, arde el mar, humea el mundo;

si del carro del Sol no es mal gobierno,

lágrimas y suspiros son de ausencia.

DESNUDOS HOMBROS

Cuatro o seis desnudos hombros

de dos escollos o tres

hurtan poco sitio al mar,

y mucho agradable en él.

Cuánto lo sienten las ondas

batido lo dice el pie,

que pólvora de las piedras

la agua repetida es.

Modestamente sublime

ciñe la cumbre un laurel,

coronando de esperanzas

al piloto que le ve.

Verdes rayos de una palma,

si no luciente, cortés,

Norte frondoso, conducen

el derrotado bajel.

Este ameno sitio breve,

de cabra, apenas montés

profanado, escaló un día

mal agradecida fe;

joven, digo, ya esplendor

del Palacio de su Rey,

el hueco anima de un tronco

nueve meses habrá o diez,

a quien, si lecho no blando,

sueño le debe fiel,

brame el Austro, y de las rocas

haga lo que del ciprés.

Arrastrando allí eslabones

de su adorado desdén,

hierbas cultiva no ingratas

en apacible vergel.

¡Oh, cuán bien las solicita

sudor fácil, y cuán bien

émulas responden ellas

del más valiente pincel!

Confusas entre los lirios

las rosas se dejan ver,

bosquejando lo admirable

de su hermosura cruel

tan dulce, tan natural,

que abejuela alguna vez

se caló a besar sus labios

en las hojas de un clavel.

Sierpe de cristal, vestida

escamas de rosicler,

se escondía ya en las flores

de la imaginada tez,

cuando velera paloma,

alado, si no bajel,

nubes rompiendo de espuma,

en derrota suya un mes,

 

le trajo, si no de oliva,

en las hojas de un papel,

señas de serenidad,

si el arco de Amor se cree.

DA BIENES FORTUNA

Da bienes Fortuna

que no están escritos:

cuando pitos flautas,

cuando flautas pitos.

¡Cuán diversas sendas

se suelen seguir

en el repartir

honras y haciendas!

A unos da encomiendas,

a otros sambenitos.

Cuando pitos flautas,

cuando flautas pitos.

A veces despoja

de choza y apero

al mayor cabrero;

y a quien se le antoja

la cabra más coja

pare dos cabritos.

Cuando pitos flautas,

cuando flautas pitos.

Porque en una aldea

un pobre mancebo

hurtó sólo un huevo,

al sol bambolea;

y otro se pasea

con cien mil delitos.

Cuando pitos flautas,

cuando flautas pitos.

DE CHINCHES Y DE MULAS

De chinches y de mulas voy comido,

las unas culpa de una cama vieja,

las otras de un Señor que me las deja

veinte días y más, y se ha partido.

De vos, madera anciana, me despido,

miembros de algún navío de vendeja,

patria común de la nación bermeja,

que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.

Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado

tal coz el que quizá tendrá mancilla

de ver que me coméis el otro lado.

A Dios, Corte envainada en una villa,

a Dios, toril de los que has sido prado,

que en mi rincón me espera una morcilla.

DE UNA QUINTA DEL CONDE DE SALINAS,

             RIBERA DE DUERO

De ríos soy el Duero acompañado

entre estas apacibles soledades,

que despreciando muros de ciudades,

de álamos camino coronado.

Este, que siempre veis alegre, prado

teatro fue de rústicas deidades,

plaza ahora, a pesar de las edades,

deste edificio, a Flora dedicado.

Aquí se hurta al popular rüido

el Sarmiento real, y sus cuidados

parte aquí con la verde Primavera.

El yugo desta puente he sacudido

por hurtarle a su ocio mi ribera.

Perdonad, caminantes fatigados.

DE UN CAMINANTE ENFERMO

     QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO

Descaminando, enfermo, peregrino

en tenebrosa noche, con pie incierto

la confusión pisando del desierto,

voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,

distincto oyó de can siempre despierto,

y en pastoral albergue mal cubierto

piedad halló, si no halló camino.

Salió el sol, y entre armiños escondida,

soñolienta beldad con dulce saña

salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;

más le valiera errar en la montaña,

que morir de la suerte que yo muero.

BELERMA

Diez años vivió Belerma

con el corazón difunto

que le dejó en testamento

aquel francés boquirrubio.

Contenta vivió con él,

aunque a mí me dijo alguno

que viviera más contenta

con trescientas mil de juro.

A verla vino doña Alda,

viuda del conde Rodulfo,

conde que fue en Normandía

lo que a Jesu Cristo plugo;

y hallándola muy triste

sobre un estrado de luto,

con los ojos que ya eran

orinales de Neptuno,

riéndose muy despacio

de su llorar importuno,

sobre el muerto corazón

envuelto en un paño sucio,

le dice: «Amiga Belerma,

cese tan necio diluvio,

que anegará vuestros años

y ahogará vuestros gustos.

Estése allá Durandarte

donde la suerte le cupo;

buen pozo haya su alma,

y pozo que esté sin cubo.

Si él os quiso mucho en vida,

también le quisistes mucho,

y si tiene abierto el. pecho,

queréllese de su escudo.

¿Qué culpa tuviste vos

de su entierro, siendo justo

que el que como bruto muere,

que le entierren como a bruto?

Muriera él acá en París

a do tiene su sepulcro,

que allí le hicieran lugar

los antepasados suyos.

Volved luego a Montesinos

ese corazón que os trujo,

y enviadle a preguntar

si por gavilán os tuvo.

Descosed y desnudad

las tocas de lienzo crudo,

el mongilón de bayeta

y el manto basto peludo;

que aun en las viudas más viejas,

y de años más caducos

las tocas cubren a enero

y los monjiles a julio;

cuánto más a una muchacha

que le faltan días algunos

para cumplir los treinta años,

que yo desdichada cumplo.

Seis hace, si bien me acuerdo,

el día de Santiñuflo,

que perdí aquel mal logrado

que hoy entre los vivos busco.

Holguéme de cuatro y ocho

haciéndoles dos mil hurtos,

a las palomas de besos

y a las tórtolas de arrullos.

Sentí su fin, pero más

que muriese sin ver fruto,

sin ver flujo de mi vientre,

porque siempre tuve pujo;

mas no por eso ultrajé

mi buena tez con rasguños,

cabal me quedó el cabello,

y los ojos casi enjutos.

Aprended de mí, Belerma,

holguémonos de consuno,

llévese el mar lo llorado,

y lo suspirado el humo.

No hiléis memorias tristes

en este aposento oscuro,

que cual gusano de seda

moriréis en el capullo.

Haced lo que en su fin hace

el pájaro sin segundo,

que nos habla en sus cenizas

de pretérito y futuro.

Llorad su muerte, mas sea

con lagrimillas al uso;

de lo mal pasado nazca

lo por venir más seguro.

Pongámonos a la par

dos toquitas de repulgo,

ceja en arco, y manos blancas,

y dos perritos lanudos.

Yedras verdes somos ambas,

a quien dejaron sin muros

de la Muerte y del Amor

baterías e infortunios.

Busquemos por do trepar,

que a lo que de ambas presumo

no nos faltarán en Francia

pared gruesa, tronco duro.

La iglesia de San Dionís

canónigos tiene muchos,

delgados, cariaguileños,

carihartos y espaldudos.

Escojamos como peras

dos déligos capotuncios,

de aquestos que andan en mulas,

y tienen algo de mulos;

destos Alejandros Magnos,

que no tienen por disgusto

por dar en nuestros broqueles,

que demos en sus escudos.

De todos los Doce Pares

y sus nones abrenuncio,

que calzan bragas de malla,

y de acero los pantuflos.

¿De qué nos sirven, amiga,

petos fuertes, yelmos lucios?

Armados hombres queremos,

armados, pero desnudos.

De vuestra Mesa Redonda

francos paladines huyo,

donde ayunos os sentáis

y os levantáis más ayunos.

La de cuatro esquinas quiero,

que la ventura me puso

en casa de un cuatro picos,

de todos cuatro picudo;

donde sirven la Cuaresma

sabrosísimos besugos,

y turmas en el Carnal,

con su caldillo y su zumo.»

Más iba a decir doña Alda,

pero a lo demás dio un nudo,

porque de don Montesinos

entró un pajecillo zurdo.

DINEROS SON CALIDAD

Dineros son calidad,

¡verdad!

Más ama quien más suspira,

¡mentira!

               1

Cruzados hacen cruzados,

escudos pintan escudos,

y tahúres muy desnudos

con dados ganan Condados;

ducados dejan Ducados,

y coronas Majestad:

¡verdad!

               2

Pensar que uno solo es dueño

de puerta de muchas llaves,

y afirmar que penas graves

las paga un mirar risueño,

y entender que no son sueño

las promesas de Marfira:

¡mentira!

               3

Todo se vende este día,

todo el dinero lo iguala:

la Corte vende su gala,

la guerra su valentía;

hasta la sabiduría

vende la Universidad:

¡verdad!

               4

En Valencia muy preñada

y muy doncella en Madrid,

cebolla en Valladolid

y en Toledo mermelada,

Puerta de Elvira en Granada

y en Sevilla doña Elvira:

 

¡mentira!

               5

No hay persona que hablar deje

al necesitado en plaza;

todo el mundo le es mordaza

aunque él por señas se queje;

que tiene cara de hereje

y aun fe la necesidad:

¡verdad!

               6

Siendo como un algodón,

nos jura que es como un hueso,

y quiere probarnos eso

con que es su cuello almidón,

goma su copete, y son

sus bigotes alquitira:

¡mentira!

               7

Cualquiera que pleitos trata,

aunque sean sin razón,

deje el río Marañón,

y entre el río de la Plata;

que hallará corriente grata

y puerto de claridad:

¡verdad!

               8

Siembra en una artesa berros

la madre, y sus hijas todas

son perras de muchas bodas

y bodas de muchos perros;

y sus yernos rompen hierros

en la toma de Algecira:

¡mentira!

DEL REY Y REINA NUESTROS SEÑORES

       EN EL PARDO, ANTES DE REINAR

Dulce arroyuelo de la nieve fría

bajaba mudamente desatado,

y del silencio que guardaba helado

en labios de claveles se reía.

Con sus floridos márgenes partía

si no su amor Fileno, su cuidado;

no ha visto a su Belisa, y ha dorado

el sol casi los términos del día.

Con lágrimas turbando la corriente,

el llanto en perlas coronó las flores,

que ya bebieron en cristal la risa.

Llegó en esto Belisa,

la alba en los blancos lirios de su frente,

y en sus divinos ojos los amores,

que de un casto veneno

la esperanza alimentan de Fileno.

EL QUE A SU MUJER PROCURA

El que a su mujer procura

dar remedio al mal de madre,

y ve que no la comadre

sino que el Cura la cura,

si piensa que el Padre Cura

trae la virtud en la estola,

mamóla.

Soldado que de la armada

partió a casarse doncel

con la que lo es menos que él

(aunque mucho más soldada),

si la vitoria ganada

atribuye a la pistola,

mamóla.

La dama que llama el paje

dejó en la cama a su esposo

y le halló, de celoso,

más helado que el potaje;

si ella dijo era mensaje

de su madre, y él creyóla,

mamóla.

Si abierta la puerta tiene

todo el año la casada,

no es bien la halle cerrada

el marido cuando viene;

y si en abrir se detiene

y piensa que estaba sola,

mamóla.

El padre que no replica

viendo gastar a las hijas

galas, copete y sortijas,

desde la grande a la chica,

si piensa no usan de pica

cuando ya saben de gola,

mamóla.

El que da mil alabanzas

a su mujer, porque sabe

hacer con estremo grave

mil diferencias de danzas,

si el que pagó estas mudanzas

piensa no hizo cabriola,

mamóla.

Si piensa el que vio amarilla

a su dama de contino,

cuando el rojo sobrevino

en una y otra mejilla,

que no es ajena semilla

la que causa esta amapola,

mamóla.

La dama que en su retrete

sólo al tenderete juega,

y para jugarlo alega

ser la cama buen bufete,

si piensa que el «tenderete»

no es juego de pirinola,

mamóla.

Si piensa el que a doña Inés

en conversación la halló,

donde sólo se trató

de la toma de Calés,

que no fue sarao francés

ni acabó en justa española,

mamóla.

El que, por más que espolee,

no endereza el acicate

(quizá porque mejor bate

otro el vientre), si no cree

que, porque no se mosquee,

le han castigado la cola,

mamóla.

EN EL CAUDALOSO RIO

En el caudaloso río

donde el muro de mi patria

se mira la gran corona

y el antiguo pie se lava,

desde su barca Alción

suspiros y redes lanza,

los suspiros por el cielo

y las redes por el agua,

y sin tener mancilla

mirábale su Amor desde la orilla.

En un mismo tiempo salen

de las manos y del alma

los suspiros y las redes

hacia el fuego y hacia el agua.

Ambos se van a su centro,

do su natural les llama,

desde el corazón los unos,

las otras desde la barca,

y sin tener mancilla

mirábale su Amor desde la orilla.

El pescador, entre tanto,

viendo tan cerca la causa,

y que tan lejos está

de su libertad pasada,

hacia la orilla se llega,

adonde con igual pausa

hieren el agua los remos

y los ojos de ella el alma,

y sin tener mancilla

mirábale su Amor desde la orilla.

Y aunque el deseo de verla,

para apresurarle, arma

de otros remos la barquilla,

y el corazón de otras alas,

porque la ninfa no huya,

no llega más que a distancia

de donde tan solamente

escuche aquesto que canta:

«Dejadme triste a solas

dar viento al viento y olas a las olas.»

Volad al viento, suspiros,

y mirad quién os levanta

de un pecho que es tan humilde

a partes que son tan altas.

Y vosotras, redes mías,

calaos en las ondas claras,

adonde os visitaré

con mis lágrimas cansadas,

«Dejadme triste a solas

dar viento al viento y olas a las olas.»

Dejadme vengar de aquélla

que tomó de mi venganza

de más leales servicios

que arenas tiene esta playa;

dejadme, nudosas redes,

pues que veis que es cosa clara

que más que vosotras nudos

tengo para llorar causas.

«Dejadme triste a solas

dar viento al viento y olas a las olas.»

AL EXCELENTISIMO SEÑOR EL CONDE DUQUE

En la capilla estoy, y condenado

a partir sin remedio desta vida;

siento la causa aun más que la partida,

por hambre expulso como sitiado.

Culpa sin duda es ser desdichado;

mayor, de condición ser encogida.

De ellas me acuso en esta despedida,

y partiré a lo menos confesado.

Examine mi suerte el hierro agudo,

que a pesar de sus filos me prometo

alta piedad de vuestra excelsa mano.

Ya que el encogimiento ha sido mudo,

los números, Señor, deste soneto

lenguas sean y lágrimas no en vano.

ENTRE LOS SUELTOS CABALLOS

Entre los sueltos caballos

de los vencidos Cenetes,

que por el campo buscaban

entre la sangre lo verde,

aquel español de Orán

un suelto caballo prende,

por sus relinchos lozano,

y por sus cernejas fuerte,

para que le lleve a él,

y a un moro cautivo lleve,

un moro que ha cautivado,

capitán de cien jinetes.

En el ligero caballo

suben ambos, y él parece,

de cuatro espuelas herido,

que cuatro alas le mueven.

Triste camina el alarbe,

y lo más bajo que puede

ardientes suspiros lanza

y amargas lágrimas vierte.

Admirado el español

de ver cada vez que vuelve

que tan tiernamente llore

quien tan duramente hiere,

con razones le pregunta,

comedidas y corteses,

de sus suspiros la causa,

si la causa lo consiente.

El cautivo, como tal,

sin excusas le obedece,

y a su piadosa demanda

satisface deste suerte:

«Valiente eres, capitán,

y cortés como valiente:

por tu espada y por tu trato

me has cautivado dos veces.

Preguntado me has la causa

de mis suspiros ardientes,

y débote la respuesta

por quien soy y por quien eres.

En los Gelves nací, el año

que os persistes en los Gelves,

de una berberisco noble

y de un turco matasiete.

En Tremecén me crié

con mi madre y mis parientes

después que perdí a mi padre,

corsario de tres bajeles.

Junto a mi casa vivía,

porque más cerca muriese,

una dama del linaje

de los nobles Melioneses,

extremo de las hermosas,

cuando no de las crueles,

hija al fin de estas arenas,

engendradoras de sierpes.

Cada vez que la miraba

salía un sol por su frente,

de tantos rayos ceñido

cuantos cabellos contiene.

Juntos así nos criamos,

y Amor en nuestras niñeces

hirió nuestros corazones

con arpones diferentes.

Labró el oro en mis entrañas

dulces lazos, tiernas redes,

mientras el plomo en las suyas

libertades y desdenes.

Apenas vide trocada

la dureza de esta sierpe,

cuando tú me cautivaste:

¡mira si es bien que lamente!»

«Esta es la causa, español,

que a llanto pudo moverme;

mira si es razón que llore

tantos males juntamente.»

Conmovido el capitán

de las lágrimas que vierte,

parando el veloz caballo,

pare sus males promete.

«Gallardo moro, le dice,

si adoras como refieres,

y si como dices amas,

dichosamente padeces.

¿Quién pudiera imaginar,

viendo tus golpes crueles,

cupiera un alma tan tierna

en pecho tan duro y fuerte?

Si eres del Amor cautivo,

desde aquí puedes volverte,

que me pedirán por voto

lo que entendí que era suerte.

Y no quiero por rescate

que tu dama me presente

ni las alfombras más finas

ni las granas más alegres.

Anda con Dios, sufre y ama,

y vivirás, si lo hicieres,

con tal que cuando la veas

hayas de volver a verme.»

Apeóse del caballo,

y el moro tras él desciende,

y por el suelo postrado

la boca a sus pies ofrece.

«Vivas mil años, le dice,

noble capitán valiente,

pues ganas más con librarme

que ganaste con prenderme.

Alah se quede contigo,

y te dé victoria siempre

para que extiendas tu fama

con hechos tan excelentes.»

SOLEDAD PRIMERA

         (Primer segmento)

Era del año la estación florida

en que el mentido robador de Europa

(media luna las armas de su frente,

y el Sol todos los rayos de su pelo),

luciente honor del cielo,

en campos de zafiro pace estrellas,

cuando el que ministrar podía la copa

a Júpiter mejor que el garzón de Ida,

náufrago, y desdeñado sobre ausente,

lagrimosas de amor dulces querellas

da al mar; que condolido,

fue a las ondas, fue al viento

el mísero gemido,

segundo de Arión dulce instrumento.

Del siempre en la montaña opuesto pino

al enemigo Noto,

piadoso miembro roto,

breve tabla Delfln no fue pequeño

al inconsiderado peregrino,

que a una Libia de ondas su camino

fió, y su vida a un leño.

Del Océano pues antes sorbido,

y luego vomitado

no lejos de un escollo coronado

de secos juncos, de calientes plumas,

alga todo y espumas,

halló hospitalidad donde halló nido

de Júplter el ave.

Besa la arena, y de la rota nave

aquella parte poca

que le expuso en la playa dio a la roca;

que aun se dejan las peñas

lisonjear de agradecidas señas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido

Océano ha bebido,

restituir le hace a las arenas;

y al Sol lo extiende luego,

que lamiéndolo apenas

su dulce lengua de templado fuego,

lento lo embiste, y con suave estilo

la menor onda chupa al menor hilo.

No bien pues de su luz los horizontes,

que hacían desigual, confusamente,

montes de agua y piélagos de montes,

desdorados los siente,

cuando entregado el mísero extranjero

en lo que ya del mar redimió fiero,

entre espinas crepúsculos pisando,

riscos que aun igualara mal volando

veloz, intrépida ala,

menos cansado que confuso, escala.

Vencida al fin la cumbre

del mar siempre sonante,

de la muda campaña,

árbitro igual e inexpugnable muro,

con pie ya más seguro

declina al vacilante

breve esplendor del mal distinta lumbre,

farol de una cabaña

que sobre el ferro está en aquel incierto

golfo de sombras anunciando el puerto.

«Rayos, les dice, ya que no de Leda

trémulos hijos, sed de mi fortuna

término luminoso.» Y recelando

de invidiosa bárbara arboleda

interposición, cuando

de vientos no conjuración alguna,

cual haciendo el villano

la fragosa montaña fácil llano,

atento sigue aquella

(aun a pesar de las tinieblas bella,

aun a pesar de las estrellas clara)

Piedra, indigna Tiara,

si tradición apócrifa no miente,

de animal tenebroso, cuya frente

carro es brillante de nocturno día:

tal diligente el paso

el joven apresura,

midiendo la espesura

con igual pie que el raso,

fijo, a despecho de la niebla fría,

en el carbunclo, Norte de su aguja,

o el Austro brame, o la arboleda cruja.

El can ya vigilante

convoca, despidiendo al caminante,

y la que desviada

luz poca pareció, tanta es vecina,

que yace en ella robusta encina,

mariposa en cenizas desatada.

Llegó pues el mancebo, y saludado,

sin ambición, sin pompa de palabras,

de los conducidores fue de cabras,

que a Vulcano tenían coronado:

«¡O bienaventurado

albergue a cualquier hora,

templo de Pales, alquería de Flora!

No moderno artificio

borró designios, bosquejó modelos,

al cóncavo ajustando de los cielos

el sublime edificio;

retamas sobre robre

tu fábrica son pobre,

do guarda, en vez de acero,

la inocencia al cabrero

más que el silbo al ganado.

¡O bienaventurado

albergue a cualquier hora!

»No en ti la ambición mora

hidrópica de viento,

ni la que su alimento

el áspid es Gitano;

no la que, en vulto comenzando humano,

acaba en mortal fiera,

Esfinge bachillera,

que hace hoy a Narciso

ecos solicitar, desdeñar fuentes;

ni la que en salvas gasta impertinentes

la pólvora del tiempo más preciso

ceremonia profana,

que la sinceridad burla villana

sobre el corvo cayado.

¡O bienaventurado

albergue a cualquier hora!

»Tus umbrales ignora

la adulación, Sirena

del de Réales Palacios, cuya arena

besó ya tanto leño:

trofeos dulces de un canoro sueño.

No a la soberbia está aquí la mentira

dorándole los pies, en cuanto gira

la esfera de sus plumas,

ni de los rayos baja a las espumas

favor de cera alado.

¡O bienaventurado

albergue a cualquier hora!»

No pues de aquella sierra, engendradora

más de fierezas que de cortesía,

la gente parecía

que hospedó al forastero

con pecho igual de aquel candor primero,

que en las selvas contento,

tienda el fresno le dio, el robre alimento.

Limpio sayal, en vez de blanco lino,

cubrió el cuadrado pino,

y en boj, aunque rebelde, a quien el torno

forma elegante dio sin culto adorno,

leche que exprimir vio la Alba aquel día,

mientras perdían con ella

los blancos lirios de su Frente bella,

gruesa le dan y fría,

impenetrable casi a la cuchara,

del sabio Alcimedón invención rara.

El que de cabras fue dos veces ciento

esposo casi un lustro (cuyo diente

no perdonó a racimo, aun en la frente

de Baco, cuanto más en su sarmiento,

triunfador siempre de celosas lides,

lo coronó el Amor; mas rival tierno,

breve de barba y duro no de cuerno,

redimió con su muerte tantas vides),

servido ya en cecina,

purpúreos hilos es de grana fina.

Sobre corchos después, más regalado

sueño le solicitan pieles blandas,

que al Príncipe entre Holandas,

púrpura Tyria o Milanés brocado.

No de humosos vinos agravado

es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre

de ponderoso vana pesadumbre

es, cuanto más despierto, más burlado.

De trompa militar no, o destemplado

son de cajas fue el sueño interrumpido;

de can sí embravecido

contra la seca hoja

que el viento repeló a alguna coscoja.

Durmió, y recuerda al fin cuando las aves,

esquilas dulces de sonora pluma,

señas dieron süaves

Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma

dejó, y en su carroza

rayó el verde obelisco de la choza.

Agradecido pues el peregrino,

deja el albergue, y sale acompañado

de quien lo lleva donde levantado,

distante pocos pasos del camino,

imperioso mira la campaña

un escollo, apacible galería,

que festivo teatro fue algún día

de cuantos pisan Faunos la montaña.

Llegó, y a vista tanta

obedeciendo la dudosa planta,

inmóvil se quedó sobre un lentisco,

verde balcón del agradable risco.

Si mucho poco mapa le despliega,

mucho es más lo que, nieblas desatando,

confunde el Sol y la distancia niega.

Muda la admiración habla callando,

y ciega un río sigue, que luciente

de aquellos montes hijo,

con torcido discurso, aunque prolijo,

tiraniza los campos útilmente;

orladas sus orillas de frutales,

quiere la Copia que su cuerno sea

(si al animal armaron de Amaltea

diáfanos cristales);

engazando edificios en su plata,

de muros se corona,

rocas abraza, islas aprisiona,

de la alta gruta donde se desata

hasta los jaspes líquidos, adonde

su orgullo pierde y su memoria esconde.

«Aquellas que los árboles apenas

dejan ser torres hoy, dijo el cabrero

con muestras de dolor extraordinarias,

las estrellas nocturnas luminarias

eran de sus almenas,

cuando el que ves sayal fue limpio acero.

Yacen ahora, y sus desnudas piedras

visten piadosas yedras:

que a ruinas y a estragos,

sabe el tiempo hacer verdes halagos.»

Con gusto el joven y atención le oía,

cuando torrente de armas y de perros,

que si precipitados no los cerros,

las personas tras de un lobo traía,

tierno discurso y dulce compañía

dejar hizo al serrano,

que del sublime espacioso llano

al huésped al camino reduciendo,

al venatorio estruendo,

pasos dando veloces,

número crece y multiplica voces.

Bajaba entre sí el joven admirando,

armado a Pan o semicapro a Marte,

en el pastor mentidos, que con arte

culto principio dio al discurso, cuando

rémora de sus pasos fue su oído,

dulcemente impedido

de canoro instrumento, que pulsado

era de una serrana junto a un tronco,

sobre un arroyo de quejarse ronco,

mudo sus ondas, cuando no entrenado.

Otra con ella montaraz zagala

juntaba el cristal líquido al humano

por el arcaduz bello de una mano

que al uno menosprecia, al otro iguala.

Del verde margen otra las mejores

rosas traslada y lirios al cabello,

o por lo matizado o por lo bello,

si Aurora no con rayos, Sol con flores.

Negras pizarras entre blancos dedos

ingeniosa hiere otra, que dudo

que aun los peñascos la escuchaban quedos.

Al son pues deste rudo

sonoroso instrumento,

lasciva el movimiento,

mas los ojos honesta,

altera otra, bailando, la floresta.

Tantas al fin el arroyuelo, y tantas

montañesas da el prado, que dirías

ser menos las que verdes Hamadrías

abortaron las plantas:

inundación hermosa

que la montaña hizo populosa

de sus aldeas todas

a pastorales bodas.

De una encina embebido

en lo cóncavo, el joven mantenía

la vista de hermosura, y el oído

de métrica armonía.

El Sileno buscaba

de aquellas que la sierra dio Bacantes,

ya que Ninfas las niega ser errantes

el hombre sin aliaba,

o si del Termodonte,

émulo del arroyuelo desatado

de aquel fragoso monte,

escuadrón de Amazonas desarmado

tremola en sus riberas

pacíficas banderas.

Vulgo lascivo erraba

al voto del mancebo,

el yugo de ambos sexos sacudido,

al tiempo que, de flores impedido

el que ya serenaba

la región de su frente rayo nuevo,

purpúrea terneruela, conducida

de su madre, no menos enramada,

entre albogues se ofrece, acompañada

de juventud florida.

Cuál dellos las pendientes sumas graves

de negras baja, de crestadas aves,

cuyo lascivo esposo vigilante

doméstico es del Sol nuncio canoro,

y de coral barbado, no de oro

ciñe, sino de púrpura, turbante.

Quién la cerviz oprime

con la manchada copia

de los cabritos más retozadores,

tan golosos, que gime

el que menos peinar puede las flores

de su guirnalda propia.

No el sitio, no, fragoso,

no el torcido taladro de la tierra,

privilegió en la sierra

la paz del conejuelo temeroso:

trofeo va su número es a un hombro,

si carga no y asombro

Tú, ave peregrina,

arrogan te esplendor, ya que no bello,

del último Occidente,

penda el rugoso nácar de tu frente

sobre el crespo zafiro de tu cuello,

que Himeneo a sus mesas te destina.

Sobre dos hombros larga vara ostenta

en cien aves cien picos de rubíes,

tafiletes calzadas carmesíes,

emulación y afrenta

aun de los Berberiscos,

en la inculta región de aquellos riscos.

Lo que lloró la Aurora

si es néctar lo que llora,

y antes que el Sol enjuga

la abeja que madruga

a libar flores y a chupar cristales,

en celdas de oro líquido, en panales

la orza contenía

que un montañés traía.

No excedía la oreja

el pululante ramo

del ternezuelo gamo,

que mal llevar se deja,

y con razón, que el tálamo desdeña

la sombra aun de lisonja tan pequeña.

El arco del camino pues torcido,

que habían con trabajo

por la fragosa cuerda del atajo

las gallardas serranas desmentido,

de la cansada juventud vencido,

los fuertes hombros con las cargas graves,

treguas hechas suaves,

sueño le ofrece a quien buscó descanso

el ya sañudo arroyo, ahora manso.

Merced de la hermosura que ha hospedado,

efectos, si no dulces, del concento

que en las lucientes de marfil clavijas,

las duras cuerdas de las negras guijas

hicieron a su curso acelerado,

en cuanto a su furor perdonó el viento.

Menos en renunciar tardó la encina

el extranjero errante,

que en reclinarse el menos fatigado

sobre la grana que se viste fina,

su bella amada, deponiendo amante

en las vestidas rosas su cuidado.

Saludólos a todos cortésmente,

y admirado no menos

de los serranos que correspondido,

las sombras solicita de unas peñas.

De lágrimas los tiernos ojos llenos,

reconociendo el mar en el vestido

(que beberse no pudo el Sol ardiente

las que siempre dará cerúleas señas),

Político serrano,

de canas grave, habló desta manera:

«¿Cuál tigre, la más fiera

que clima infamó Hircano,

dio el primer alimento

al que, ya deste o de aquel mar, primero

surcó labrador fiero

el campo undoso en mal nacido pino,

vaga Clicie del viento,

en telas hecho antes que en flor el lino?

Más armas introdujo este marino

monstruo, escamado de robustas hayas,

a las que tanto mar divide playas,

que confusión y fuego

al Frigio muro el otro leño Griego.

Náutica industria investigó tal piedra,

que cual abraza yedra

escollo, el metal ella fulminante

de que Marte se viste, y lisonjera,

solicita el que más brilla diamante

en la nocturna capa de la esfera,

estrella a nuestro Polo más vecina;

y, con virtud no poca,

distante le revoca,

elevada la inclina

ya de la Aurora bella

al rosado balcón, ya a la que sella,

cerúlea tumba fría,

las cenizas del día.

En esta pues fiándose atractiva,

del Norte amante dura, alado roble,

no hay tormentoso cabo que no doble,

ni isla hoy a su vuelo fugitiva.

Tifis el primer leño mal seguro

condujo, muchos luego Palinuro;

si bien por un mar ambos, que la tierra

estanque dejó hecho,

cuyo famoso estrecho

una y otra de Alcides llave cierra.

Piloto hoy la Codicia, no de errantes

árboles, mas de selvas inconstantes,

al padre de las aguas Oceano,

de cuya monarquía

el Sol, que cada día

nace en sus ondas y en sus ondas muere,

los términos saber todos no quiere,

dejó primero de su espuma cano,

sin admitir segundo

en inculcar sus límites al mundo.

Abetos suyos tres aquel tridente

violaron a Neptuno,

conculcado hasta allí de otro ninguno,

besando las que al Sol el Occidente

le corre en lecho azul de aguas marinas,

turquesadas cortinas.

A pesar luego de áspides volantes,

sombra del Sol y tósigo del viento,

de Caribes flechados, sus banderas

siempre gloriosas, siempre tremolantes,

rompieron los que armó de plumas ciento

Lestrigones el Istmo, aladas fieras:

el istmo que al Océano divide,

y sierpe de cristal, juntar le impide

la cabeza del Norte coronada

con la que ilustra el Sur cola escamada

de Antárticas estrellas.

Segundos leños dio a segundo Polo

en nuevo mar, que le rindió no sólo

las blancas hijas de sus conchas bellas,

mas los que lograr bien no supo Midas

metales homicidas.

No le bastó después a este elemento

conducir Oreas, alistar Ballenas,

murarse de montañas espumosas,

infamar blanqueando sus arenas

con tantas del primer atrevimiento

señas, aun a los buitres lastimosas,

para con estas lastimosas señas

temeridades enfrentar segundas.

Tú, Codicia, tú pues de las profundas

estigias aguas torpe marinero,

cuantos abre sepulcros el mar fiero

a tus huesos desdeñas.

El Promontorio que Eolo sus rocas

candados hizo de otras nuevas grutas

para el Austro de alas nunca enjutas,

para el Cierzo aspirante por cien bocas,

doblaste alegre, y tu obstinada entena

cabo le hizo de Esperanza Buena.

Tantos luego Astronómicos presagios

frustrados, tanta Náutica doctrina,

debajo de la Zona aun más vecina

al Sol, calmas vencidas y naufragios,

los reinos de la Aurora al fin besaste,

cuyos purpúreos senos perlas netas,

cuyas minas secretas

hoy te guardan su más precioso engaste;

la aromática selva penetraste,

que al pájaro de Arabia (cuyo vuelo

arco alado es del cielo,

no corvo, mas tendido)

pira le erige, y le construye nido.

Zodíaco después fue cristalino

a glorioso pino,

émulo vago del ardiente coche

del Sol, este elemento,

que cuatro veces había sido ciento

dosel al día y tálamo a la noche,

cuando halló de fugitiva plata

la bisagra, aunque estrecha, abrasadora

de un Océano y otro siempre uno,

o las columnas bese o la escarlata,

tapete de la Aurora.

Esta pues nave, ahora,

en el húmido templo de Neptuno

varada pende a la inmortal memoria

con nombre de Victoria.

De firmes islas no la inmóvil flota

en aquel mar del Alba te describo,

cuyo número, ya que no lascivo,

por lo bello agradable y por lo vario

la dulce confusión hacer podía,

que en los blancos estanques del Eurota

la virginal desnuda montería,

haciendo escollos o de mármol Pario

o de terso marfil sus miembros bellos,

que pudo bien Acteón perderse en ellos.

El bosque dividido en islas pocas,

fragante productor de aquel aroma

que traducido mal por el Egito,

tarde le encomendó el Nilo a sus bocas,

y ellas más tarde a la gulosa Grecia,

clavo no, espuela sí del apetito,

que en cuanto concocelle tardó Roma

fue templado Catón, casta Lucrecia,

quédese, amigo, en tan inciertos mares,

donde con mi hacienda

del alma se quedó la mejor prenda,

cuya memoria es buitre de pesares.»

En suspiros con esto,

y en más anegó lágrimas el resto

de su discurso el montañés prolijo,

que el viento su caudal, el mar su hijo.

Consolalle pudiera el peregrino

con las de su edad corta historias largas,

si, vinculados todos a sus cargas

cual próvidas hormigas a sus mieses,

no comenzaran ya los montañeses

a esconder con el número el camino,

y el cielo con el polvo. Enjugó el viejo

del tierno humor las venerables canas,

y levantando al forastero, dijo:

«Cabo me han hecho, hijo,

deste hermoso tercio de serranas;

si tu neutralidad sufre consejo,

y no te fuerza obligación precisa,

la piedad que en mi alma ya te hospeda

hoy te convida al que nos guarda sueño

política alameda,

verde muro de aquel lugar pequeño

que, a pesar de esos fresnos, se divisa;

sigue la femenil tropa conmigo:

verás curioso y honrarás testigo

el tálamo de nuestros labradores,

que de tu calidad señas mayores

me dan que del Océano tus paños,

o razón falta donde sobran años.»

Mal pudo el extranjero agradecido

en tercio tal negar tal compañía

y en tan noble ocasión tal hospedaje.

Aleges pisan la que, si no era

de chopos calle y de álamos carrera,

el fresco de los céfiros ruido,

el denso de los árboles celaje

en duda ponen cuál mayor hacía

guerra al calor o resistencia al día.

Coros tejiendo, voces alternando,

sigue la dulce escuadra montañesa

del perezoso arroyo el paso lento,

en cuanto él hurta blando,

entre los olmos que robustos besa,

pedazos de cristal, que el movimiento

libra en la falda, en el coturno ella

de la coluna bella,

ya que celosa basa,

dispensadora del cristal no escasa.

Sirenas de los montes su concento,

a las que menos del sañudo viento

pudiera antigua planta

temer rüina o recelar fracaso,

pasos hiciera dar el menor paso

de su pie o su garganta.

Pintadas aves, cítaras de pluma,

coronaban la bárbara capilla,

mientras el arroyuelo para oílla

hace de blanca espuma

tantas orejas cuantas guijas lava,

de donde es fuente a donde arroyo acaba.

Vencedores se arrogan los serranos

los consignados premios otro día,

ya al formidable salto, ya a la ardiente

lucha, ya a la carrera polvorosa.

El menos ágil, cuantos comarcanos

convoca el caso él solo desafia,

consagrando los palios a su esposa,

que a mucha fresca rosa

beber el sudor hace de su frente,

mayor aún del que espera

en la lucha, en el salto, en la carrera.

Centro apacible un círculo espacioso

a más caminos que una estrella rayos,

hacía, bien de pobos, bien de alisos,

donde la Primavera,

calzada Abriles y vestida Mayos,

centellas saca de cristal undoso

a un pedernal orlado de Narcisos.

Este pues centro era

meta umbrosa al vaquero convecino,

y delicioso término al distante,

donde, aún cansado más que el caminante

concurría el camino.

Al concento se abaten cristalino

sedientas las serranas,

cual simples codornices al reclamo

que les miente la voz, y verde cela

entre la no espigada mies la tela.

Músicas hojas viste el menor ramo

del álamo que peina verdes canas;

no céfiros en él, no ruiseñores

lisonjear pudieron breve rato

al montañés, que ingrato

al fresco, a la armonía y a las flores,

del sitio pisa ameno

la fresca hierba, cual la arena ardiente

de la Libia, y a cuantas da la fuente

sierpe de aljófar, aún mayor veneno

que a las del Ponto tímido atribuye,

según el pie, según los labios huye.

Pasaron todos pues, y regulados

cual en los Equinocios surcar vemos

los piélagos del aire libre algunas

volantes no galeras,

sino grullas veleras,

tal vez creciendo, tal menguando lunas

sus distantes extremos,

caracteres tal vez formando alados

en el papel diáfano del cielo

las plumas de su vuelo.

Ellas en tanto en bóvedas de sombras,

pintadas siempre al fresco,

cubren las que Sidón telar Turquesco

no ha sabido imitar verdes alfombras.

Apenas reclinaron la cabeza,

cuando en número iguales y en belleza,

los márgenes matiza de las fuentes

segunda Primavera de villanas,

que parientas del novio aun más cercanas

que vecinos sus pueblos, de presentes

prevenidas concurren a las bodas.

Mezcladas hacen todas

teatro dulce, no de escena muda,

el apacible sitio: espacio breve

en que, a pesar del Sol, cuajada nieve,

y nieve de colores mil vestida,

la sombra vio florida

en la hierba menuda.

SOLEDAD PRIMERA

    (Segundo segmento)

Viendo pues que igualmente les quedaba

para el lugar a ellas de camino

lo que al Sol para el lóbrego Occidente,

cual de aves se caló turba canora

a robusto nogal que acequia lava

en cercado vecino,

cuando a nuestros Antípodas la Aurora

las rosas gozar deja de su frente,

tal sale aquella que sin alas vuela

hermosa escuadra con ligero paso,

haciéndole atalayas del Ocaso

cuantos humeros cuenta la aldehuela.

El lento escuadrón luego

alcanzan de serranos,

y disolviendo allí la compañía,

al pueblo llegan con la luz que el día

cedió al sacro Volcán de errante fuego,

a la torre de luces coronada

que el templo ilustra, y a los aires vanos

artificiosamente da exhalada

luminosas de Pólvora saetas,

purpúreos no cometas.

Los fuegos pues el joven solemniza,

mientras el viejo tanta acusa Tea

al de las bodas Dios, no alguna sea

de nocturno Faetón carroza ardiente,

y miserablemente

campo amanezca estéril de ceniza

la que anocheció aldea.

De Alcides le llevó luego a las plantas,

que estaban no muy lejos,

trenzándose el cabello verde a cuantas

da el fuego luces y el arroyo espejos.

Tanto garzón robusto,

tanta ofrecen los álamos zagala,

que abreviara el Sol en una estrella,

por ver la menos bella,

cuantos saluda rayos el Bengala,

del Ganges cisne adusto.

La gaita al baile solicita el gusto,

a la voz el salterio;

cruzan el Trión más fijo el Hemisferio,

y el tronco mayor danza en la ribera;

el Eco, voz ya entera,

no hay silencio a que pronto no responda;

fanal es del arroyo cada onda,

luz el reflejo, la agua vidriera,

Términos le da el sueño al regocijo,

mas al cansancio no: que el movimiento

verdugo de las fuerzas es prolijo.

Los fuegos (cuyas lenguas ciento a ciento

desmintieron la noche algunas horas,

cuyas luces, del Sol competidoras,

fingieron día en la tiniebla oscura)

murieron, y en sí mismos sepultados,

sus miembros, en cenizas desatados,

piedras son de su misma sepultura.

Vence la noche al fin, y triunfa mudo

el silencio, aunque breve, del ruido;

sólo gime ofendido

el sagrado laurel del hierro agudo:

deja de su esplendor, deja desnudo

de su frondosa pompa al verde aliso

el golpe no remiso

del villano membrudo;

el que resistir pudo

al animoso Austro, al Euro ronco,

chopo gallardo, cuyo liso tronco

papel fue de pastores, aunque rudo,

a revelar secretos va a la aldea,

que impide Amor que aun otro chopo lea.

Estos árboles pues ve la mañana

mentir florestas y emular viales,

cuantos muró de líquidos cristales

agricultura urbana.

Recordó al Sol no de su espuma cana

la dulce de las aves armonía,

sino los dos topacios que batía,

orientales aldabas, Himeneo.

Del carro pues Febeo

el luminoso tiro,

mordiendo oro, el eclíptico zafiro

pisar quería, cuando el populoso

lugarillo el serrano

con su huésped, que admira cortesano,

a pesar del estambre y de la seda,

el que tapiz frondoso

tejió de verdes hojas la arboleda,

y los que por las calles espaciosas

fabrican arcos, rosas,

oblicuos nuevos, pénsiles jardines,

de tantos como víolas jazmines.

Al galán novio el montañés presenta

su forastero; luego al venerable

padre de la que en sí bella se esconde

con ceño dulce y con silencio afable

beldad parlera, gracia muda ostenta,

cual del rizado verde botón, donde

abrevia su hermosura virgen rosa,

las cisuras cairela

un color que la púrpura que cela

por brújula concede vergonzosa.

Digna la juzga esposa

de un Héroe, si no Augusto, esclarecido,

el joven, al instante arrebatado

a la que, naufragante y desterrado

le condenó a su olvido.

Este pues Sol que a olvido le condena,

cenizas hizo las que su memoria

negras plumas vistió, que infelizmente

sordo engendran gusano, cuyo diente,

minador antes lento de su gloria,

inmortal arador fue de su pena,

y en la sombra no más de la azucena,

que del clavel procura acompañada

imitar en la bella labradora

el templado color de la que adora,

víbora pisa tal el pensamiento,

que el alma por los ojos desatada

señas diera de su arrebatamiento,

si de zampoñas ciento

y de otros, aunque bárbaros, sonoros

instrumentos, no, en dos festivos coros

vírgenes bellas, jóvenes lucidos,

llegaran conducidos.

El numeroso al fin de labradores

concurso impaciente

los novios saca: él, de años floreciente,

y de caudal más floreciente que ellos;

ella, la misma pompa de las flores,

la Esfera misma de los rayos bellos.

El lazo de ambos cuellos

entre un lascivo enjambre iba de amores

Himeneo añudando,

mientras invocan su Deidad la alterna

de zagalejas cándidas voz tierna

y de garzones este acento blando:

          CORO I

«Ven, Himeneo, ven donde te espera

con ojos y sin alas un Cupido,

cuyo cabello intonso dulcemente

niega el vello que el vulto ha colorido:

el vello, flores de su Primavera,

y rayos el cabello de su frente.

Niño amó la que adora adolescente,

villana Psiques, Ninfa labradora

de la tostada Ceres. Esta ahora

en los inciertos de su edad segunda

crepúsculos, vincule tu coyunda

a su ardiente deseo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

          CORO II

«Ven, Himeneo, donde entre arreboles

de honesto rosicler, previene el día,

Aurora de sus ojos soberanos,

virgen tan bella, que hacer podría

tórrida la Noruega con dos Soles,

y blanca la Etiopia con dos manos.

Claveles del Abril, rubíes tempranos,

cuantos engasta el oro del cabello,

cuantas del uno ya y del otro cuello

cadenas la concordia engarza rosas,

de sus mejillas siempre vergonzosas

purpúreo son trofeo

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

          CORO I

«Ven, Himeneo, y plumas no vulgares

al aire los hijuelos den alados

de las que el bosque bellas Ninfas cela;

de sus carcajes, éstos, argentados,

flechen mosquetes, nieven azahares;

vigilantes aquéllos, la aldehuela

rediman del que más o tardo vuela,

o infausto gime pájaro nocturno;

mudos coronen otros por su turno

el dulce lecho conyugal, en cuanto

lasciva abeja al virginal acanto

néctar le chupa Hibleo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

          CORO II

«Ven, Himeneo, y las volantes pías

que azules ojos con pestañas de oro

sus plumas son, conduzgan alta Diosa,

gloria mayor del soberano coro.

Fíe tus nudos ella, que los días

disuelvan tarde en senectud dichosa,

y la que Juno es hoy a nuestra esposa,

casta Lucina en lunas desiguales

tantas veces repita sus umbrales,

que Níobe inmortal la admire el mundo,

no en blanco mármol, por su mal fecundo,

escollo hoy de Leteo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

          CORO I

«Ven, Himeneo, y nuestra agricultura

de copia tal a estrellas deba amigas

progenie tan robusta, que su mano

toros dome, y de un rubio mar de espigas

inunde liberal la tierra dura;

y al verde, joven, floreciente llano

blancas ovejas suyas hagan cano

en breves horas caducar la hierba;

oro le expriman líquido a Minerva,

y los olmos casando con las vides,

mientras coronan pámpanos a Alcides,

clava empuñe Liëo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

        CORO II

«Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales

cuantas a Palas dulces prendas esta

apenas hija hoy, madre mañana.

De errantes lirios unas, la floresta

cubran corderos mil, que los cristales

vistan del río en breve undosa lana;

de Aracnes otras la arrogancia vana

modestas acusando en blancas telas,

no los hurtos de Amor, no las cautelas

de Júpiter compulsen: que, aun en lino,

ni a la pluvia luciente de oro fino,

ni al blanco cisne creo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

El dulce alterno canto

a sus umbrales revocó felices

los novios del vecino templo santo.

Del yugo aún no domadas las cervices,

novillos (breve término surcado)

restituyen así el pendiente arado

al que pajizo albergue los aguarda.

Llegaron todos pues, y con gallarda

civil magnificencia el suegro anciano,

cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano,

labradores convida

a la prolija rústica comida,

que sin rumor previno en mesas grandes.

Ostente crespas, blancas esculturas

artífice gentil de dobladuras

en los que Damascó manteles Flandes,

mientras casero lino Ceres tanta

ofrece ahora, cuantos guardó el heno

dulces pomos, que al curso de Atalanta

fueran dorado freno.

Manjares que el veneno

y el apetito ignoran igualmente

les sirvieron, y en oro no luciente,

confuso Baco, ni en bruñida plata

su néctar les desata,

sino en vidrio, topacios carmesíes

y pálidos rubíes.

Sellar del fuego quiso regalado

los gulosos estómagos el rubio

imitador suave de la cera

quesillo, dulcemente apremiado

de rústica, vaquera,

blanca, hermosa mano, cuyas venas

la distinguieron de la leche apenas;

mas ni la encarcelada nuez esquiva,

ni el membrillo pudieran anudado

si la sabrosa oliva

no serenara el Bacanal diluvio.

Levantadas las mesas, al canoro

son de la Ninfa un tiempo, ahora caña,

seis de los montes, seis de la campaña

(sus espaldas rayando el sutil oro

que negó al viento el nácar bien tejido),

terno de gracias bello, repetido

cuatro veces en doce labradoras,

entró bailando numerosamente;

y dulce Musa entre ellas, si consiente

bárbaras el Parnaso moradoras:

«Vivid felices, dijo,

largo curso de edad nunca prolijo;

y si prolijo, en nudos amorosos

siempre vivid Esposos.

Venza no sólo en su candor la nieve,

mas plata en su esplendor sea cardada

cuanto estambre vital Cloto os traslada

de la alta fatal rueca el huso breve.

Sean de la Fortuna

aplausos la respuesta

de vuestras granjerías.

A la reja importuna,

a la azada molesta

fecundo os rinda, en desiguales días,

el campo agradecido

oro trillado y néctar exprimido.

Sus morados cantuesos, sus copadas

encinas la montaña contar antes

deje que vuestras cabras, siempre errantes,

que vuestras vacas, tarde o nunca herradas.

Corderillos os brote la ribera,

que la hierba menuda

y las perlas exceda del rocío

su número, y del río

la blanca espuma, cuantos la tijera

vellones les desnuda.

Tantos de breve fábrica, aunque ruda,

albergues vuestros las abejas moren,

y Primaveras tantas os desfloren,

que cual la Arabia madre ve de aromas

sacros troncos sudar fragantes gomas,

vuestros corchos por uno y por otro poro

en dulce se desaten líquido oro.

Próspera al fin, mas no espumosa tanto

vuestra fortuna sea,

que alimenten la invidia en nuestra aldea

áspides más que en la región del llanto.

Entre opulencias y necesidades

medianías vinculen competentes

a vuestros descendientes,

previniendo ambos daños las edades:

ilustren obeliscos las ciudades,

a los rayos de Júpiter expuesta

aún más que a los de Febo su corona,

cuando a la choza pastoral perdona

el cielo, fulminando la floresta.

Cisnes pues una y otra pluma, en esta

tranquilidad os halle labradora

la postrimera hora:

cuya lámina cifre desengaños,

que en letras pocas lean muchos años.»

 

Del himno culto dio el último acento

fin mudo al baile, al tiempo que seguida

la novia sale de villanas ciento

a la verde florida palizada,

cual nueva Fénix en flamantes plumas,

matutinos del Sol rayos vestida,

de cuanta surca el aire acompañada

monarquía canora;

y vadeando nubes, las espumas

del Rey corona de los otros ríos,

en cuya orilla el viento hereda ahora

pequeños no vacíos

de funerales bárbaros trofeos

que el Egipto erigió a sus Ptolomeos.

Los árboles que el bosque habían fingido,

umbroso Coliseo ya formando,

despejan el ejido,

Olímpica palestra

de valientes desnudos labradores.

Llegó la desposada apenas, cuando

feroz ardiente muestra

hicieron dos robustos luchadores

de sus músculos, menos defendidos

del blanco lino que del vello obscuro.

Abrazáronse pues los dos, y luego

humo anhelando el que no suda fuego,

de recíprocos nudos impedidos,

cual duros olmos de implicantes vides,

yedra el uno es tenaz del otro muro:

mañosos, al fin, hijos de la tierra,

cuando fuertes no Aicides,

procuran derribarse, y derribados,

cual pinos se levantan arraigados

en los profundos senos de la sierra.

Premio los honra igual; y de otros cuatro

ciñe las sienes gloriosa rama,

con que se puso término a la lucha.

Las dos partes rayaba del teatro

el Sol, cuando arrogante joven llama

al expedido salto

la bárbara corona que le escucha.

Arras del animoso desafio

un pardo gabán fue en el verde suelo,

a quien se abaten ocho o diez soberbios

montañeses, cual suele de lo alto

calarse turba de invidiosas aves

a los ojos de Ascálafo, vestido

de perezosas plumas. Quién de graves

piedras las duras manos impedido,

su agilidad pondera; quién sus nervios

desata estremeciéndose gallardo.

Besó la raya pues el pie desnudo

del suelto mozo, y con airoso vuelo

pisó del viento lo que del ejido

tres veces ocupar pudiera un dardo.

La admiración, vestida un mármol frío,

apenas arquear las cejas pudo;

la emulación, calzada un duro hielo,

torpe se arraiga. Bien que impulso noble

de gloria, aunque villano, solicita

a un vaquero de aquellos montes, grueso,

membrudo, fuerte roble,

que, ágil a pesar de lo robusto,

al aire se arrebata, violentando

lo grave tanto, que lo precipita,

Ícaro montañés, su mismo peso

de la menuda hierba el seno blando

piélago duro hecho a su rüina.

Si no tan corpulento, más adusto

serrano le sucede,

que iguala y aun excede

al ayuno Leopardo,

al Corcillo travieso, al Muflón Sardo

que de las rocas trepa a la marina

sin dejar ni aun pequeña

del pie ligero bipartida seña.

Con más felicidad que el precedente,

pisó las huellas casi del primero

el adusto vaquero.

Pasos otro dio al aire, al suelo coces.

Y premiados gradualmente,

advocaron a sí toda la gente,

Cierzos del llano y Austros de la sierra,

mancebos tan veloces,

que cuando Ceres más adora la tierra

y argenta el mar desde sus grutas hondas

Neptuno, sin fatiga

su vago pie de pluma

surcar pudiera mieses, pisar ondas,

sin inclinar espiga,

sin violar espuma.

Dos veces eran diez, y dirigidos

a dos olmos que quieren, abrazados,

ser palios verdes, se, frondosas metas,

salen cual de torcidos

arcos, o nerviosos o acerados,

con silbo igual, dos veces diez saetas.

No el polvo desparece

el campo, que no pisan alas hierba;

es el más torpe una herida cierva,

el más tardo la vista desvanece,

y siguiendo al más lento,

cojea el pensamiento.

El tercio casi de una milla era

la prolija carrera

que los Hercúleos troncos hace breves;

pero las plantas leves

de tres sueltos zagales

la distancia sincopan tan iguales,

que la atención confunden judiciosa.

De la Penelda virgen desdeñosa,

los dulces fugitivos miembros bellos

en la corteza no abrazó reciente

más firme Apolo, más estrechamente,

que de una y otra meta gloriosa

las duras basas abrazaron ellos

con triplicado nudo

Arbitro Alcides en sus ramas, dudo

que el caso decidiera,

bien que su menor hoja un ojo fuera

del lince más agudo.

En tanto pues que el palio neutro pende

y la carroza de la luz desciende

a templarse en las ondas, Himeneo,

por templar en los brazos el deseo

del galán novio, de la esposa bella,

los rayos anticipa de la estrella,

cerúlea ahora, ya purpúrea guía

de los dudosos términos del día.

El juicio, al de todos, indeciso

del concurso ligero,

el padrino con tres de limpio acero

cuchillos corvos absolverlo quiso.

Solícita Junón, Amor no omiso,

al son de otra zampoña, que conduce

Ninfas bellas y Sátiros lascivos,

los desposados a su casa vuelven,

que coronada luce

de estrellas fijas, de Astros fugitivos,

que en sonoroso humo se resuelven.

Llegó todo el lugar, y despedido,

casta Venus, que el lecho ha prevenido

de las plumas que baten más suaves

en su volante carro blancas aves,

los novios entra en dura no estacada:

que, siendo Amor una Deidad alada,

bien previno la hija de la espuma

a batallas de amor campo de pluma.

ERASE UNA VIEJA

Erase una vieja

de gloriosa fama,

amiga de niñas,

de niñas que labran.

Para su contento

alquiló una casa

donde sus vecinas

hagan sus coladas.

Con la sed de amor

corren a la balsa

cien mil sabandijas

de natura varia,

a que con sus manos,

pues tiene tal gracia

como el unicornio,

bendiga las aguas.

También acudía

la viuda honrada,

del muerto marido

sintiendo la falta,

con tan grande extremo,

que allí se juntaba

a llorar por él

lágrimas cansadas.

FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

               1

Estas que me dictó rimas sonoras,

culta sí, aunque bucólica, Talía

-¡oh excelso conde!-, en las purpúreas horas

que es rosas la alba y rosicler el día.

ahora que de luz tu Niebla doras,

escucha, al son de la zampoña mía,

si ya los muros no te ven, de Huelva,

peinar el viento, fatigar la selva.

               2

Templado, pula en la maestra mano

el generoso pájaro su pluma,

o tan mudo en la alcándara, que en vano

aun desmentir el cascabel presuma;

tascando haga el freno de oro, cano,

del caballo andaluz la ociosa espuma;

gima el lebrel en el cordón de seda.

Y al cuerno, al fin, la cítara suceda.

               3

Treguas al ejercicio sean robusto

ocio atento, silencio dulce, en cuanto

debajo escuchas de dosel augusto,

del músico jayán el fiero canto.

Alterna con las Musas hoy el gusto;

que si la mía puede ofrecer tanto

clarín (y de la Fama no segundo),

tu nombre oirán los términos del mundo.

               4

Donde espumoso el mar siciliano

el pie argenta de plata al Lilibeo

(bóveda o de las fraguas de Vulcano,

o tumba de los huesos de Tifeo),

pálidas señas cenizoso un llano

-cuando no del sacrílego deseo-

del duro oficio da. Allí una alta roca

mordaza es a una gruta, de su boca.

               5

Guarnición tosca de este escollo duro

troncos robustos son, a cuya greña

menos luz debe, menos aire puro

la caverna profunda, que a la peña;

caliginoso lecho, el seno obscuro

ser de la negra noche nos lo enseña

infame turba de nocturnas aves,

gimiendo tristes y volando graves.

               6

De este, pues, formidable de la tierra

bostezo, el melancólico vacío

a Polifemo, horror de aquella sierra

bárbara choza es, albergue umbrío

y redil espacioso donde encierra

cuanto las cumbres ásperas cabrío,

de los montes, esconde: copia bella

que un silbo junta y un peñasco sella.

 

               7

Un monte era de miembros eminente

este (que, de Neptuno hijo fiero,

de un ojo ilustra el orbe de su frente,

émulo casi del mayor lucero)

cíclope, a quien el pino más valiente,

bastón, le obedecía, tan ligero,

y al grave peso junco tan delgado,

que un día era bastón y otro cayado.

               8

Negro el cabello, imitador undoso

de las obscuras aguas del Leteo,

al viento que lo peina proceloso,

vuela sin orden, pende sin aseo;

un torrente es su barba impetuoso,

que (adusto hijo de este Pirineo)

su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano

surcada aun de los dedos de su mano.

               9

No la Trinacria en sus montañas, fiera

armó de crüeldad, calzó de viento,

que redima feroz, salve ligera,

su piel manchada de colores ciento:

pellico es ya la que en los bosques era

mortal horror al que con paso lento

los bueyes a su albergue reducía,

pisando la dudosa luz del día.

               10

Cercado es (cuando más capaz, más lleno)

de la fruta, el zurrón, casi abortada,

que al tardo otoño deja al blando seno

de la piadosa hierba, encomendada:

la serba, a quien le da rugas el heno;

la pera, de quien fue cuna dorada

la rubia paja, y -pálida turora-

la niega avara, y pródiga la dora.

               11

Erizo es el zurrón, de la castaña,

y (entre el membrillo o verde o datilado)

de la manzana hipócrita, que engaña,

a lo pálido no, a lo arrebolado,

y, de la encina (honor de la montaña,

que pabellón al siglo fue dorado)

el tributo, alimento, aunque grosero,

del mejor mundo, del candor primero.

               12

Cera y cáñamo unió (que no debiera)

cien cañas, cuyo bárbaro rüído,

de más ecos que unió cáñamo y cera

albogues, duramente es repetido.

La selva se confunde, el mar se altera,

rompe Tritón su caracol torcido,

sordo huye el bajel a vela y remo:

¡tal la música es de Polifemo!

               13

Ninfa, de Doris hija, la más bella,

adora, que vio el reino de la espuma.

Galatea es su nombre, y dulce en ella

el terno Venus de sus Gracias suma.

Son una y otra luminosa estrella

lucientes ojos de su blanca pluma:

si roca de cristal no es de Neptuno,

pavón de Venus es, cisne de Juno.

               14

Purpúreas rosas sobre Galatea

la Alba entre lirios cándidos deshoja:

duda el Amor cuál más su color sea,

o púrpura nevada, o nieve roja.

De su frente la perla es, eritrea,

émula vana. El ciego dios se enoja,

y, condenado su esplendor, la deja

pender en oro al nácar de su oreja.

               15

Invidia de las ninfas y cuidado

de cuantas honra el mar deidades era;

pompa del marinero niño alado

que sin fanal conduce su venera.

Verde el cabello, el pecho no escamado,

ronco sí, escucha a Glauco la ribera

inducir a pisar la bella ingrata,

en carro de cristal, campos de plata.

               16

Marino joven, las cerúleas sienes,

del más tierno coral ciñe Palemo,

rico de cuantos la agua engendra bienes,

del Faro odioso al promontorio extremo;

mas en la gracia igual, si en los desdenes

perdonado algo más que Polifemo,

de la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,

tantas flores pisó como él espumas.

               17

Huye la ninfa bella: y el marino

amante nadador, ser bien quisiera,

ya que no áspid a su pie divino,

dorado pomo a su veloz carrera;

mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino

la fuga suspender podrá ligera

que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra

delfin que sigue en agua corza en tierra!

               18

Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,

copa es de Baco, huerto de Pomona:

tanto de frutas ésta la enriquece,

cuanto aquél de racimos la corona.

En carro que estival trillo parece,

a sus campañas Ceres no perdona,

de cuyas siempre fértiles espigas

las provincias de Europa son hormigas.

               19

A Pales su viciosa cumbre debe

lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;

pues si en la una granos de oro llueve,

copos nieva en la otra mil de lana.

De cuantos siegan oro, esquilan nieve,

o en pipas guardan la exprimida grana,

bien sea religión, bien amor sea,

deidad, aunque sin templo, es Galatea.

               20

Sin aras, no: que el margen donde para

del espumoso mar su pie ligero,

al labrador, de sus primicias ara,

de sus esquiamos es al ganadero;

de la Copia -a la tierra, poco avara-

el cuerno vierte el hortelano, entero,

sobre la mimbre que tejió, prolija,

si artificioso no, su honesta hija.

               21

Arde la juventud, y los arados

peinan las tierras que surcaron antes,

mal conducidos, cuando no arrastrados

de tardos bueyes, cual su dueño errantes;

sin pastor que los silbe, los ganados

los crujidos ignoran resonantes,

de las hondas, si, en vez del pastor pobre,

el céfiro no silba, o cruje el robre.

               22

Mudo la noche el can, el día, dormido,

de cerro en cerro y sombra en sombra yace.

Bala el ganado; al mísero balido,

nocturno el lobo de las sombras nace.

Cébase; y fiero, deja humedecido

en sangre de una lo que la otra pace.

¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,

el silencio del can siga, y el sueño!

               23

La fugitiva ninfa, en tanto, donde

hurta un laurel su tronco al sol ardiente,

tantos jazmines cuanta hierba esconde

la nieve de sus miembros, da una fuente.

Dulce se queja, dulce le responde

un ruiseñor a otro, y dulcemente

al sueño da sus ojos la armonía,

por no abrasar con tres soles el día.

               24

Salamandria del Sol, vestido estrellas,

latiendo el Can del cielo estaba, cuando

(polvo el cabello, húmidas centellas,

si no ardientes aljófares, sudando)

llegó Acis; y, de ambas luces bellas

dulce Occidente viendo al sueño blando,

su boca dio, y sus ojos cuanto pudo,

al sonoro cristal, al cristal mudo.

               25

Era Acis un venablo de Cupido,

de un fauno, medio hombre, medio fiera,

en Simetis, hermosa ninfa, habido;

gloria del mar, honor de su ribera.

El bello imán, el ídolo dormido,

que acero sigue, idólatra venera,

rico de cuanto el huerto ofrece pobre,

rinden las vacas y fomenta el robre.

               26

El celestial humor recién cuajado

que la almendra guardó entre verde y seca,

en blanca mimbre se lo puso al lado,

y un copo, en verdes juncos, de manteca;

en breve corcho, pero bien labrado,

un rubio hijo de una encina hueca,

dulcísimo panal, a cuya cera

su néctar vinculó la primavera.

               27

Caluroso, al arroyo da las manos,

y con ellas las ondas a su frente,

entre dos mirtos que, de espuma canos,

dos verdes garzas son de la corriente.

Vagas cortinas de volantes vanos

corrió Favonio lisonjeramente

a la de viento, cuando no sea cama

de frescas sombras, de menuda grama.

               28

La ninfa, pues, la sonora plata

bullir sintió del arroyuelo apenas,

cuando, a los verdes márgenes ingrata,

segur se hizo de sus azucenas.

Huyera; mas tan frío se desata

un temor perezoso por sus venas,

que a la precisa fuga, al presto vuelo,

grillos de nieve fue, plumas de hielo.

               29

Fruta en mimbre halló, leche exprimida

en juncos, miel en corcho, mas sin dueño;

si bien al dueño debe, agradecida,

su deidad culta, venerado el sueño.

A la ausencia mil veces ofrecida,

este de cortesía no pequeño

indicio la dejó -aunque estatua helada-

más discursiva y menos alterada.

               30

 

No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;

no a sátiro lascivo, ni a otro feo

morador de las selvas, cuya rienda

el sueño aflija, que aflojó el deseo.

El niño dios, entonces, de la venda,

ostentación gloriosa, alto trofeo

quiere que al árbol de su madre sea

el desdén hasta allí de Galatea.

               31

Entre las ramas del que más se lava

en el arroyo, mirto levantado,

carcaj de cristal hizo, si no aljaba,

su blanco pecho, de un arpón dorado.

El monstro de rigor, la fiera brava,

mira la ofrenda ya con más cuidado,

y aun siente que a su dueño sea, devoto,

confuso alcaide más, el verde soto.

               32

Llamáralo, aunque muda, mas no sabe

el nombre articular que más querría;

ni lo ha visto, si bien pincel süave

lo ha bosquejado ya en su fantasía.

Al pie -no tanto ya, del temor, grave-

fia su intento; y, tímida, en la umbría

cama de campo y campo de batalla,

fingiendo sueño al cauto garzón halla.

               33

El bulto vio, y, haciéndolo dormido,

librada en un pie toda sobre él pende

(urbana al sueño, bárbara al mentido

retórico silencio que no entiende):

no el ave reina, así, el fragoso nido

corona inmóvil, mientras no desciende

-rayo con plumas- al milano pollo

que la eminencia abriga de un escollo,

               34

como la ninfa bella, compitiendo

con el garzón dormido en cortesía,

no sólo para, mas el dulce estruendo

del lento arroyo enmudecer querría.

A pesar luego de las ramas, viendo

colorido el bosquejo que ya había

en su imaginación Cupldo hecho

con el pincel que le clavó su pecho,

               35

de sitio mejorada, atenta mira,

en la disposición robusta, aquello

que. si por lo suave no la admira,

es fuerza que la admire por lo bello.

Del casi tramontado sol aspira

a los confusos rayos, su cabello;

flores su bozo es, cuyas colores,

como duerme la luz, niegan las flores.

               36

En la rústica greña yace oculto

el áspid, del intonso prado ameno,

antes que del peinado jardín culto

en el lascivo, regalado seno:

en lo viril desata de su vulto

lo más dulce el Amor, de su veneno;

bébelo Galatea, y da otro paso

por apurarle la ponzoña al vaso.

               37

Acis -aún más de aquello que dispensa

la brújula del sueño vigilante-,

alterada la ninfa está o suspensa,

Argos es siempre atento a su semblante,

lince penetrador de lo que piensa,

ciñalo bronce o múrelo diamante:

que en sus paladiones Amor ciego,

sin romper muros, introduce fuego.

               38

El sueño de sus miembros sacudido,

gallardo el joven la persona ostenta,

y al marfil luego de sus pies rendido,

el coturno besar dorado intenta.

Menos ofende el rayo prevenido,

al marinero, menos la tormenta

prevista le turbó o pronosticada:

Galatea lo diga, salteada.

               39

Más agradable y menos zahareña,

al mancebo levanta venturoso,

dulce ya concediéndole y risueña,

paces no al sueño, treguas sí al reposo.

Lo cóncavo hacía de una peña

a un fresco sitial dosel umbroso,

y verdes celosías unas hiedras,

trepando troncos y abrazando piedras.

               40

Sobre una alfombra, que imitara en vano

el tirio sus matices (si bien era

de cuantas sedas ya hiló, gusano,

y, artífice, tejió la Primavera)

reclinados, al mirto más lozano,

una y otra lasciva, si ligera,

paloma se caló, cuyos gemidos

-trompas de amor- alteran sus oídos.

               41

El ronco arrullo al joven solicita;

mas, con desvíos Galatea suaves,

a su audacia los términos limita,

y el aplaudo al concento de las aves.

Entre las ondas y la fruta, imita

Acis al siempre ayuno en penas graves:

que, en tanta gloria, infierno son no breve,

fugitivo cristal, pomos de nieve.

               42

No a las palomas concedió Cupido

juntar de sus dos picos los rubíes,

cuando al clavel el joven atrevido

las dos hojas le chupa carmesíes.

Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,

negras violas, blancos alhelíes,

llueven sobre el que Amor quiere que sea

tálamo de Acis ya y de Galatea.

               43

Su aliento humo, sus relinchos fuego,

si bien su freno espumas, ilustraba

las columnas Etón que erigió el griego,

do el carro de la luz sus ruedas lava,

cuando, de amor el fiero jayán ciego,

la cerviz oprimió a una roca brava,

que a la playa, de escollos no desnuda,

linterna es ciega y atalaya muda.

               44

Arbitro de montañas y ribera,

aliento dio, en la cumbre de la roca,

a los albogues que agregó la cera,

el prodigioso fuelle de su boca;

la ninfa los oyó, y ser más quisiera

breve flor, hierba humilde, tierra poca,

que de su nuevo tronco vid lasciva,

muerta de amor, y de temor no viva.

               45

Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-

amor la implica, si el temor la anuda,

al infelice olmo que pedazos

la segur de los celos hará aguda.

Las cavernas en tanto, los ribazos

que ha prevenido la zampoña ruda,

el trueno de la voz fulminó luego:

¡referidlo, Piérides, os ruego!

               46

'¡Oh bella Galatea, más süave

que los claveles que tronchó la aurora;

blanca más que las plumas de aquel ave

que dulce muere y en las aguas mora;

igual en pompa al pájaro que, grave,

su manto azul de tantos ojos dora

cuantas el celestial zafiro estrellas!

¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!

               47

'Deja las ondas, deja el rubio coro

de las hijas de Tetis, y el mar vea,

cuando niega la luz un carro de oro,

que en dos la restituye Galatea.

Pisa la arena, que en la arena adoro

cuantas el blanco pie conchas platea,

cuyo bello contacto puede hacerlas,

sin concebir rocío, parir perlas.

               48

'Sorda hija del mar, cuyas orejas

a mis gemidos son rocas al viento:

o dormida te hurten a mis quejas

purpúreos troncos de corales ciento,

o al disonante número de almejas

-marino, si agradable no, instrumento-

coros tejiendo estés, escucha un día

mi voz, por dulce, cuando no por mía.

               49

'Pastor soy, mas tan rico de ganados,

que los valles impido más vacíos,

los cerros desparezco levantados

y los caudales seco de los ríos;

no los que, de sus ubres desatados,

o derivados de los ojos míos,

leche corren y lágrimas; que iguales

en número a mis bienes son mis males.

               50

'Sudando néctar, lambicando olores,

senos que ignora aun la golosa cabra,

corchos me guardan, más que abeja flores

liba inquieta, ingeniosa labra;

troncos me ofrecen árboles mayores,

cuyos enjambres, o el abril los abra,

o los desate el mayo, ámbar distilan

y en ruecas de oro rayos del sol hilan.

               51

'Del Júpiter soy hijo, de las ondas,

aunque pastor; si tu desdén no espera

a que el monarca de esas grutas hondas,

en trono de cristal te abrace nuera,

Polifemo te llama, no te escondas;

que tanto esposo admira la ribera

cual otro no vio Febo, más robusto,

del perezoso Volga al Indo adusto.

               52

'Sentado, a la alta palma no perdona

su dulce fruto mi robusta mano;

en pie, sombra capaz es mi persona

de innumerables cabras el verano.

¿Qué mucho, si de nubes se corona

por igualarme la montaña en vano,

y en los cielos, desde esta roca, puedo

escribir mis desdichas con el dedo?

               53

'Marítimo alción roca eminente

sobre sus huevos coronaba, el día

que espejo de zafiro fue luciente

la playa azul, de la persona mía.

Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,

cuando en el cielo un ojo se veía:

neutra el agua dudaba a cuál fe preste,

o al cielo humano, o al cíclope celeste.

               54

'Registra en otras puertas el venado

sus años, su cabeza colmilluda

la fiera cuyo cerro levantado,

de helvecicas picas es muralla aguda;

la humana suya el caminante errado

dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,

albergue hoy, por tu causa, al peregrino,

do halló reparo, si perdió camino.

               55

'En tablas dividida, rica nave

besó la playa miserablemente,

de cuantas vomitó riquezas grave,

por las bocas del Nilo el Oriente.

Yugo aquel día, y yugo bien suave,

del fiero mar a la sañuda frente

imponiéndole estaba (si no al viento

dulcísimas coyundas) mi instrumento,

               56

'cuando, entre globos de agua, entregar veo

a las arenas ligurina haya,

en cajas los aromas del Sabeo,

en cofres las riquezas de Cambaya:

delicias de aquel mundo, ya trofeo

de Escila, que, ostentado en nuestra playa,

lastimoso despojo fue dos días

a las que esta montaña engendra arpías.

               57

'Segunda tabla a un ginovés mi gruta

de su persona fue, de su hacienda;

la una reparada, la otra enjuta,

relación del naufragio hizo horrenda.

Luciente paga de la mejor fruta

que en hierbas se recline, en hilos penda,

colmillo fue del animal que el Ganges

sufrir muros le vio, romper falanges:

               58

'arco, digo, gentil, bruñida aljaba,

obras ambas de artífice prolijo,

y de Malaco rey a deidad Java

alto don, según ya mi huésped dijo.

De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;

convencida la madre, imita al hijo:

serás a un tiempo en estos horizontes

Venus del mar, Cupido de los montes.'

               59

Su horrenda voz, no su dolor interno,

cabras aquí le interrumpieron, cuantas

-vagas el pie, sacrílegas el cuerno-

a Baco se atrevieron en sus plantas.

Mas, conculcado el pámpano más tierno

viendo el fiero pastor, voces él tantas,

y tantas despidió la honda piedras,

que el muro penetraron de las hiedras.

               60

De los nudos, con esto, más suaves,

los dulces dos amantes desatados,

por duras guijas, por espinas graves

solicitan el mar con pies alados:

tal, redimiendo de importunas aves

incauto meseguero sus sembrados,

de liebres dirimió copia, así, amiga,

que vario sexo unió y un surco abriga.

               61

Viendo el fiero Jayán, con paso mudo

correr al mar la fugitiva nieve

(que a tanta vista el líbico desnudo

registra el campo de su adarga breve)

y al garzón viendo, cuantas mover pudo

celoso trueno, antiguas hayas mueve:

tal, antes que la opaca nube rompa,

previene rayo fulminante trompa.

               62

Con violencia desgajó infinita,

la mayor punta de la excelsa roca,

que al joven, sobre quien la precipita,

urna es mucha, pirámide no poca.

Con lágrimas la ninfa solicita

las deidades del mar, que Acis invoca:

concurren todas, y el peñasco duro

la sangre que exprimió, cristal fue puro.

               63

Sus miembros lastimosamente opresos

del escollo fatal fueron apenas,

que los pies de los árboles más gruesos

calzó el líquido aljófar de sus venas.

Corriente plata al fin sus blancos huesos,

lamiendo flores y argentando arenas,

a Doris llega, que, con llanto pío,

yerno lo saludó, lo aclamó río.

FRESCOS AIRECILLOS

Frescos airecillos,

que a la Primavera

le tejéis guirnaldas

y esparcís violetas,

ya que os han tenido

del Tajo en la vega

amorosos hurtos

y agradables penas,

cuando del estío

en la ardiente fuerza

álamos os daban

frondosas defensas;

álamos crecidos

de hojas inciertas,

medias de esmeraldas,

y de plata medias;

de donde a las ninfas

y a las zagalejas

del sagrado Tajo

y de sus riberas

mil veces llamastes

y vinieron ellas

a ocupar del río

las verdes cenefas;

y vosotros luego

calándoos apriesa

con lascivos soplos

y alas lisonjeras,

sueño les trajistes

y descuido a vueltas,

que en pago os valieron

mil vistas secretas,

sin tener del velo

envidia ni queja,

ni andar con la falda

luchando por fuerza;

ahora, pues, aires,

antes que las sierras

coronen sus cumbres

de confusas nieblas,

y que el Aquilón

con dura inclemencia

desnude las plantas,

y vista la tierra

de las secas hojas,

que ya fueron tregua

entre el Sol ardiente

y la verde yerba;

y antes que las nieves

y el hielo conviertan

en cristal las rocas,

en vidrio las selvas,

batid vuestras alas,

y dad ya la vuelta

al templado seno

que alegre os espera.

Veréis de camino

una Ninfa bella,

que pisa orgullosa

del Betis la arena,

montaraz, gallarda,

temida en la sierra

más por su mirar

que por sus saetas;

ahora la halléis

entre la maleza

del fragoso monte

siguiendo las fieras;

ahora en el llano

con planta ligera

fatigando al corzo,

que herido vuela;

ahora clavando

la armada cabeza

del antiguo ciervo

en la encina vieja;

cuando ya cansada

de la caza vuelva

a dejar al río

el sudor en perlas;

y al pie se recueste

de la dura peña,

de quien ella toma

lección de dureza;

llegaos a orealla,

pero no muy cerca,

que lleváis suspiros

y ha corrido ella.

Si está calurosa,

soplad desde afuera,

y cuando la ingrata

mejor os entienda,

decidle, airecillos:

«Bellísima Leda,

gloria de los bosques,

honor de la aldea,

enfermo Daliso

junto al Tajo queda

con la muerte al lado

y en manos de ausencia;

suplícate humilde

antes que le vuelvan

su fuego en ceniza,

su destierro en tierra,

en premio glorioso

de su amor, merezca,

ya que no suspiros,

a lo menos letra

con la punta escrita

de tu aguda flecha,

en el campo duro

de una dura peña

(porque no es razón

que razón se lea

de mano tan dura

en cosa más tierna),

adonde le digas:

-Muere allá, y no vuelvas

a adorar mi sombra

y a arrastrar cadenas-.

GRANDES

Grandes, más que elefantes y que abadas,

títulos liberales como rocas,

gentiles hombres, sólo de sus bocas,

illustri cavaglier, llaves doradas;

hábitos, capas digo remendadas,

damas de haz y envés, viudas sin tocas,

carrozas de ocho bestias, y aun son pocas

con las que tiran y que son tiradas;

catarriberas, ánimas en pena,

con Bártulos y Abades la milicia,

y los derechos con espada y daga;

casas y pechos, todo a la malicia;

Iodos con perejil y yerbabuena:

esto es la Corte. ¡Buena pro les haga!

HERMANA MARICA

Hermana Marica,

mañana, que es fiesta,

no irás tú a la amiga

ni yo iré a la escuela.

Pondraste el corpiño

y la saya buena,

cabezón labrado,

toca y albanega;

y a mí me podrán

mi camisa nueva,

sayo de palmilla,

media de estameña;

y si hace bueno

trairé la montera

que me dio la Pascua

mi señora abuela,

y el estadal rojo

con lo que le cuelga,

que trajo el vecino

cuando fue a la feria.

Iremos a misa,

veremos la iglesia,

darános un cuarto

mi tía la ollera.

Compraremos de él

(que nadie lo sepa)

chochos y garbanzos

para la merienda;

y en la tardecica,

en nuestra plazuela,

jugaré yo al toro

y tú a las muñecas

con las dos hermanas,

Juana y Madalena,

y las dos primillas,

Marica y la tuerta;

y si quiere madre

dar las castañetas,

podrás tanto dello

bailar en la puerta;

y al son del adufe

cantará Andrehuela:

-No me aprovecharon,

madre, las hierbas,-

y yo de papel

haré una librea

teñida con moras

porque bien parezca,

y una caperuza

con muchas almenas;

pondré por penacho

las dos plumas negras

del rabo del gallo,

que acullá en la huerta

anaranjeamos

las Carnestolendas;

y en la caña larga

pondré una bandera

con dos borlas blancas

en sus tranzaderas;

y en mi caballito

pondré una cabeza

de guadamecí,

dos hilos, por riendas;

y entraré en la calle

haciendo corvetas,

yo y otros del barrio,

que son más de treinta.

Jugaremos cañas

junto a la plazuela,

porque Barbolilla

salga acá y nos vea;

Barbola, la hija

de la panadera,

la que suele darme

tortas con manteca,

porque algunas veces

hacemos yo y ella

las bellaquerías

detrás de la puerta.

HERMOSAS DAMAS

Hermosas damas, si la pasión ciega

no os arma de desdén, no os arma de ira,

¿quién con piedad al andaluz no mira,

y quien al andaluz su favor niega?

En el terrero, ¿quién humilde ruega,

fiel adora, idólatra suspira?

¿Quien en la plaza los bohordos tira,

mata los toros, y las cañas juega?

En los saraos, ¿quién lleva las más veces

los dulcísimos ojos de la sala,

sino galanes del Andalucía?

A ellos les dan siempre los jüeces,

en la sortija, el premio de la gala,

en el torneo, de la valentía.

ILUSTRE, HERMOSISIMA MARÍA

Ilustre y hermosísima María,

mientras se dejan ver a cualquier hora

en tus mejillas la rosada aurora,

Febo en tus ojos, y en tu frente el día,

y mientras con gentil descortesía

mueve el viento la hebra voladora

que la Arabia en sus venas atesora

y el rico Tajo en sus arenas cría;

antes que de la edad Febo eclipsado,

y el claro día vuelto en noche obscura,

huya la aurora del mortal nublado;

antes que lo que hoy es rubio tesoro

venza a la blanca nieve su blancura,

goza, goza el color, la luz, el oro.

LA DESGRACIA DEL FORZADO

La desgracia del forzado,

y del corsario la industria,

la distancia del lugar

y el favor de la Fortuna,

que por las bocas del viento

les daba a soplos ayuda

contra las cristianas cruces

a las otomanas lunas,

hicieron que de los ojos

del forzado a un tiempo huyan,

dulce patria, amigas velas,

esperanzas y ventura.

Vuelve, pues, los ojos tristes

a ver cómo el mar le hurta

las torres, y le da nubes,

las velas, y le da espumas.

Y viendo más aplacada

en el cómitre la furia,

vertiendo lágrimas, dice,

tan amargas como muchas:

¿De quién me quejo con tan grande extremo,

si ayudo yo a mi daño con mi remo?

«Ya no esperen ver mis ojos,

pues ahora no lo vieron,

sin este remo las manos,

y los pies sin estos hierros,

que en esta desgracia mía

Fortuna me ha descubierto

que cuantos fueron mis años

tantos serán mis tormentos.

¿De quién me quejo con tan grande extremo,

si ayudo yo a mi daño con mi remo?

Velas de la Religión,

enfrenad vuestro denuedo,

que mal podréis alcanzarnos

pues tratáis de mi remedio.

El enemigo se os va,

y favorécele el tiempo

por su libertad no tanto

cuanto por mi cautiverio.

¿De quién me quejo con tan grande extremo,

si ayudo yo a mi daño con mi remo?

Quedaos en aquesta playa,

de mis pensamientos puerto;

quejaos de mi desventura,

y no echéis la culpa al viento.

Y tú, mi dulce suspiro,

rompe los aires ardiendo,

visita a mi esposa bella,

y en el mar de Argel te espero.»

¿De quién me quejo con tan grande extremo,

si ayudo yo a mi daño con mi remo?

SONETO LA DULCE BOCA

  La dulce boca que a gustar convida

un humor entre perlas destilado

y a no envidiar aquel licor sagrado

que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

  amantes no toquéis si queréis vida;

porque entre un labio y otro colorado

Amor está, de su veneno armado,

cual entre flor y flor sierpe escondida.

  No os engañen las rosas, que a la aurora

diréis que, aljofaradas y olorosas,

se le cayeron del purpúreo seno;

  manzanas son de Tántalo, y no rosas,

que después huyen del que incitan ahora,

y sólo del amor queda el veneno.

LA MAS BELLA NIÑA

La más bella niña

de nuestro lugar,

hoy viuda y sola

y ayer por casar,

viendo que sus ojos

a la guerra van,

a su madre dice,

que escucha su mal:

Dejadme llorar

orillas del mar.

Pues me distes, madre,

en tan tierna edad

tan corto el placer,

tan largo el pesar,

y me cautivastes

de quien hoy se va

y lleva las llaves

de mi libertad,

Dejadme llorar

orillas del mar.

En llorar conviertan

mis ojos, de hoy más,

el sabroso oficio

del dulce mirar,

pues que no se pueden

mejor ocupar,

yéndose a la guerra

quien era mi paz,

Dejadme llorar

orillas del mar.

No me pongáis freno

ni queráis culpar,

que lo uno es justo,

lo otro por demás.

Si me queréis bien,

no me hagáis mal;

harto peor fuera

morir y callar,

Dejadme llorar

orillas del mar.

Dulce madre mía,

¿quién no llorará,

aunque tenga el pecho

como un pedernal,

y no dará voces

viendo marchitar

los más verdes años

de mi mocedad?

Dejadme llorar

orillas del mar.

Váyanse las noches,

pues ido se han

los ojos que hacían

los míos velar;

váyanse, y no vean

tanta soledad,

después que en mi lecho

sobra la mitad,

Dejadme llorar

orillas del mar.

DE UNAS FIESTAS EN VALLADOLID

La plaza, un jardín fresco; los tablados,

un encañado de diversas flores;

los toros, doce tigres matadores,

a lanza y a rejón despedazados;

la jineta, dos puestos coronados

de príncipes, de grandes, de señores;

las libreas, bellísimos colores,

arcos del cielo, o proprios o imitados;

los caballos, favonios andaluces,

gastándole al Perú oro en los frenos,

y los rayos al sol en los jaeces,

al trasponer de Febo ya las luces

en mejores adargas, aunque menos,

Pisuerga vio lo que Genil mil veces.

LAS FLORES DEL ROMERO

Las flores del romero,

niña Isabel,

hoy son flores azules,

mañana serán miel

Celosa estás, la niña,

celosa estás de aquel

dichoso, pues le buscas,

ciego, pues no te ve,

ingrato, pues te enoja,

y confiado, pues

no se disculpa hoy

de lo que hizo ayer.

Enjuguen esperanzas

lo que lloras por él,

que celos entre aquéllos

que se han querido bien,

hoy son flores azules,

mañana serán miel.

Aurora de ti misma,

que cuando a amanecer

a tu placer empiezas,

te eclipsan tu placer,

serénense tus ojos,

y más perlas no des,

porque al Sol le está mal

lo que a la Aurora bien.

Desata como nieblas

todo lo que no ves,

que sospechas de amantes

y querellas después,

hoy son flores azules,

mañana serán miel.

LOS DINEROS DEL SACRISTAN

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

Tres hormas, si no fue un par,

fueron la llave maestra

de la pompa que hoy nos muestra

un hidalgo de solar;

con plumajes a volar

un hijo suyo salió,

que asuela lo que él soló,

y la hijuela loquilla

de ámbar quiere la jervilla

que desmienta al cordobán.

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

Dos Troyanos y dos Griegos,

con sus celosas porfias,

arman a Elena en dos días

de joyas y de talegos;

como es dinero de ciegos,

y no ganado a oraciones,

recibe dueñas con dones

y un portero rabicano;

su grandeza es un enano,

su melarquía un truhán.

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

Labra el letrado un Real

Palacio, porque sepades

que interés y necedades

en piedras hacen señal;

hácelo luego hospital

un halconero pelón,

a quien hija y corazón

dio en dote, que ser le plugo,

para la mujer verdugo,

para el dote gavilán.

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

Con dos puñados de sol

y cuatro tumbos de dado

repite el otro soldado

para Conde de Tirol;

Fénix le hacen Español

collar de oro y plumas bellas;

despidiendo está centellas

de sus joyas, mas la suerte

en gusano le convierte

de pájaro tan galán.

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

Herencia, que a fuego y hierro

mal logró cuatro parientes,

halló al quinto con los dientes

peinando la calva a un puerro;

heredó por dicha o yerro,

y a su gula no perdona;

pavillos nuevos capona,

mientras francolines ceba,

y al fin en su mesa Eva

siempre está tentando a Adán.

Los dineros del Sacristán

cantando se vienen y cantando se van.

LOS MONTES QUE EL PIE SE LAVAN

Los montes que el pie se lavan

en los cristales del Tajo,

cuando las frentes se miran

en los zafiros del cielo,

tiranizados tenía

un cerdoso animal fiero,

terror del campo, y ruina

de venablos y de perros.

Buscándole errante un día

se perdió un galán montero,

segunda envidia de Marte,

primer Adonis de Venus.

Escalando la montaña,

y penetrando sus senos,

le dejó la blanca Luna

y le halló el luciente Febo.

¡Oh, perdido primero

tras un jabalí fiero,

no te pierdas ahora

tras esa, que te huye, cazadora!

La luz le ofreció una Ninfa,

que en duda pone a los cerros,

a cuál se deban sus rayos,

al Sol o a sus ojos bellos.

De tres arcos viene armada,

el uno contra los ciervos,

contra los hombres los dos,

blanco el uno, los dos negros.

De un cordón atraillado

un diligente sabueso,

el viento solicitaba,

y desafiaba al viento.

Apenas vio al joven, cuando

las cumbres vence huyendo;

él la sigue, ambos calzados,

ella plumas y él deseos.

¡Oh, perdido primero

tras un jabalí fiero,

no te pierdas ahora

tras esa, que te huye, cazadora!

Flores le valió la fuga

al fragoso, verde suelo,

varias de color, y todas

hijas de su pie ligero.

A las malezas perdona

mal su fugitivo vuelo.

Ellas, sí, al coturno de oro

engastes del cristal tierno.

«¡Oh, cobarde hermosura!

-dice el garzón, sin asientos-

no huyas de un hombre más

que sabes huir del tiempo.»

Volviendo los ojos ella

por flecharle más el pecho,

de que le alcance aún su voz

acusa al aire con ceño.

¡Oh, perdido primero

tras un jabalí fiero,

no te pierdas ahora

tras esa, que te huye, cazadora!

LLORABA LA NIÑA

Lloraba la niña

(y tenía razón)

la prolija ausencia

de su ingrato amor.

Dejóla tan niña,

que apenas, creo yo,

que tenía los años

que ha que la dejó.

Llorando la ausencia

del galán traidor,

la halla la Luna

y la deja el Sol,

añadiendo siempre

pasión a pasión,

memoria a memoria,

dolor a dolor.

Llorad, corazón,

que tenéis razón.

Dícele su madre:

«Hija, por mi amor,

que se acabe el llanto,

o me acabe yo.»

Ella le responde:

«No podrá ser, no;

las causas son muchas,

los ojos son dos.

Satisfagan, madre,

tanta sinrazón,

y lágrimas lloren

en esta ocasión,

tantas como dellos

un tiempo tiró

flechas amorosas

el arquero Dios.

Ya no canto, madre,

y si canto yo,

muy tristes endechas

mis canciones son,

porque el que se fue,

con lo que llevó,

se dejó el silencio,

y llevó la voz.»

Llorad, corazón,

que tenéis razón.

MIENTRAS POR COMPETIR CON TU CABELLO

Mientras por competir con tu cabello

oro bruñido al sol relumbra en vano;

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente el lirio bello;

mientras a cada labio, por cogello,

siguen más ojos que al clavel temprano,

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lirio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada

se vuelva, mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

AL PUERTO DE GUADARRAMA, PASANDO POR ÉL

          LOS CONDES DE LEMUS

Montaña inaccesible, opuesta en vano

al atrevido paso de la gente

(o nubes humedezcan tu alta frente,

o nieblas ciñan tu cabello cano),

Caistro el mayoral, en cuya mano

en vez de bastón vemos el tridente,

con su hermosa Silvia, Sol luciente

de rayos negros, serafin humano,

tu cerviz pisa dura; y la pastora

yugo te pone de cristal, calzada

coturnos de oro el pie, armiños vestida.

Huirá la nieve de la nieve ahora,

o ya de los dos soles desatada,

o ya de los dos blancos pies vencida.

NI EN ESTE MONTE

Ni en este monte, este aire, ni este río

corre fiera, vuela ave, pece nada,

de quien con atención no sea escuchada

la triste voz del triste llanto mío;

y aunque en la fuerza sea del estío

al viento mi querella encomendada,

cuando a cada cual de ellos más le agrada

fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,

a compasión movidos de mi llanto,

dejan la sombra, el ramo y la hondura,

cual ya por escuchar el dulce canto

de aquel que, de Strimón en la espesura,

los suspendía cien mil veces. ¡Tanto

puede mi mal, y pudo su dulzura!

NOBLE DESENGAÑO

 Noble desengaño,

gracias doy al cielo

que rompiste el lazo

que me tenía preso.

Por tan gran milagro

colgaré en tu templo

las graves cadenas

de mis graves yerros.

Las fuertes coyundas

del yugo de acero,

que con tu favor

sacudí del cuello,

las húmidas velas

y los rotos remos

que escapé del mar

y ofrecí en el puerto,

ya de tus paredes

serán ornamento,

gloria de tu nombre,

y de Amor descuento.

Y así, pues que triunfas

del rapaz arquero,

tiren de tu carro

y sean tu trofeo

locas esperanzas,

vanos pensamientos,

pasos esparcidos,

livianos deseos,

rabiosos cuidados,

ponzoñosos celos,

infernales glorias,

gloriosos infiernos.

Compóngante himnos,

y digan sus versos

que libras cautivos

y das vista a ciegos.

Ante tu deidad

hónrense mil fuegos

del sudor precioso

del árbol sabeo.

Pero ¿quién me mete

en cosas de seso,

y en hablar de veras

en aquestos tiempos,

donde el que más trata

de burlas y juegos,

ése es quien se viste

más a lo moderno?

Ingrata señora

de tus aposentos,

más dulce y sabrosa

que nabo en Adviento,

aplícame un rato

el oído atento,

que quiero hacer auto

de mis devaneos.

¡Qué de noches frías

que me tuvo el hielo

tal, que por esquina

me juzgó tu perro,

y alzando la pierna,

con gentil denuedo,

me argentó de plata

los zapatos negros!

¡Qué de noches de éstas,

señora, me acuerdo

que andando a buscar

chinas por el suelo,

para hacer la seña

por el agujero,

al tomar la china

me ensucié los dedos!

¡Qué de días anduve

cargado de acero

con harto trabajo,

porque estaba enfermo!

Como estaba flaco

parecía cencerro:

hierro por de fuera,

por de dentro hueso.

¡Qué de meses y años

que viví muriendo

en la Peña Pobre

sin ser Beltenebros,

donde me acaeció

mil días enteros

no comer sino uñas,

haciendo sonetos!

¡Qué de necedades

escribí en mil pliegos,

que las ríes tú ahora,

y yo las confieso!

Aunque las tuvimos

ambos, en un tiempo,

yo por discreciones

y tú por requiebros.

¡Qué de medias noches

canté en mi instrumento:

«Socorred, señora,

con agua a mi fuego!»

Donde, aunque tú no

socorriste luego,

socorrió el vecino

con un gran caldero.

Adiós, mi señora,

porque me es tu gesto

chimenea en verano

y nieve en invierno,

y el bazo me tienes

de guijarros lleno,

porque creo que bastan

seis años de necio.

OH CLARO HONOR DEL LIQUIDO ELEMENTO

¡Oh claro honor del líquido elemento,

dulce arroyuelo de corriente plata,

cuya agua entre la yerba se dilata

con regalado son, con paso lento!,

pues la por quien helar y arder me siento

(mientras en ti se mira), Amor retrata

de su rostro la nieve y la escarlata

en tu tranquilo y blando movimiento,

vete como te vas; no dejes floja

la undosa rienda al cristalino freno

con que gobiernas tu veloz corriente;

que no es bien que confusamente acoja

tanta belleza en su profundo seno

el gran Señor del húmido tridente.

A CÓRDOBA

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas

de honor, de majestad, de gallardía!

¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,

de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,

que privilegia el cielo y dora el día!

¡Oh siempre gloriosa patria mía,

tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos

que enriquece Genil y Dauro baña

tu memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos

ver tu muro, tus torres y tu río,

tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

QUE BIEN BAILA DON GIL

¡Oh qué bien que baila Gil,

con las mozas de Barajas,

la chacona a las sonajas,

y el villano al tamboril!

Fue a Madrid por san Miguel

y el demonio se soltó,

que chaconera volvió,

si iba villano él.

Salgan cuatrocientas mil

que con todas se hará rajas.

La chacona a las sonajas

y el villano al tamboril.

Un olmo, que el son agudo

en medio el ejido oyó,

con las hojas le bailó,

ya que con el pie no pudo.

Con airecillo sutil

las altas movió y las bajas.

La chacona a las sonajas

y el villano al tamboril

Baile tan extraordinario

nadie le ha visto de balde;

varas le costó al Alcalde

y bodigos al Vicario;

el capón del Alguacil

ha gastado sus alhajas.

La chacona a las sonajas

y el villano al tamboril.

  A LAS FIESTAS DEL NACIMIENTO DEL PRÍNCIPE DON

  FELIPE DOMINICO VICTOR, Y A LOS OBSEQUIOS HECHOS AL

            EMBAJADOR DE INGLATERRA

Parió la Reina; el Luterano vino

con seiscientos herejes y herejías;

gastamos un millón en quince días

en darles joyas, hospedaje y vino.

Hicimos un alarde o desatino,

y unas fiestas que fueron tropelías,

al ánglico Legado y sus espías

del que juró la paz sobre Calvino.

Bautizamos al niño Dominico,

que nació para serlo en las Españas;

hicimos un sarao de encantamento;

quedamos pobres, fue Lutero rico;

mandáronse escribir estas hazañas

a don Quijote, a Sancho, y su jumento.

  DEDICATORIA

          al Duque de Béjar

Pasos de un peregrino son errante

cuantos me dictó versos dulce Musa

en soledad confusa,

perdidos unos, otros inspirados.

¡O tú que, de venablos impedido,

muros de abeto, almenas de diamante,

bates los montes, que de nieve armados,

Gigantes de cristal los teme el cielo;

donde el cuerno, del Eco repetido,

fieras te expone, que al teñido suelo

muertas pidiendo términos disformes,

espumoso coral le dan al Tormes:

Arrima a un fresno el freno, cuyo acero

sangre sudando en tiempo hará breve

purpuréar la nieve,

y en cuanto da el solícito montero,

al duro robre, al pino levantado,

émulos vividores de las peñas,

las formidables señas

del oso que aun besaba, atravesado,

la asta de tu luciente jabalina,

o lo sagrado supla de la encina

lo Augusto del dosel, o de la fuente

la alta cenefa lo majestuoso

del sitial a tu Deidad debido,

¡O Duque esclarecido!

templa en sus ondas tu fatiga ardiente,

y entregados tus miembros al reposo

sobre el de grama césped no desnudo,

déjate un rato hallar del pie acertado

que sus errantes pasos ha votado

a la Rëal cadena de tu escudo.

Honre süave, generoso nudo,

Libertad de Fortuna perseguida;

que a tu piedad Euterpe agradecida,

su canoro dará dulce instrumento,

cuando la Fama no su trompa al viento.

SI YA LA VISTA

Si ya la vista, de llorar cansada,

de cosa puede prometer certeza,

bellísima es aquella fortaleza

y generosamente edificada.

Palacio es de mi bella celebrada,

templo de Amor, alcázar de nobleza,

nido del Fénix de mayor belleza

que bate en nuestra edad pluma dorada.

Muro que sojuzgáis el verde llano,

torres que defendéis el noble muro,

almenas que a las torres sois corona,

cuando de vuestro dueño soberano

merezcáis ver la celestial persona,

representadle mi destierro duro.

VARIA IMAGINACION

Varia imaginación que, en mil intentos,

a pesar gastas de tu triste dueño

la dulce munición del blando sueño,

alimentando vanos pensamientos,

pues traes los espíritus atentos

sólo a representarme el grave ceño

del rostro dulcemente zahareño

(gloriosa suspensión de mis tormentos),

el sueño (autor de representaciones),

en su teatro, sobre el viento armado,

sombras suele vestir de bulto bello.

Síguele; mostraráte el rostro amado,

y engañarán un rato tus pasiones

dos bienes, que serán dormir y vello.

Y DIGA QUE YO LO DIGA

  1

Ya de mi dulce instrumento

cada cuerda es un cordel,

y en vez de vihuela, él

es potro de dar tormento;

quizá con celoso intento

de hacerme decir verdades,

contra estados, contra edades,

contra costumbres al fin.

No las comente el ruin,

ni las tuerza el enemigo,

y digan que yo lo digo.

               2

Si el pobre a su mujer bella

le da licencia que vaya

a pedir sobre la saya,

y le dan debajo della,

¿qué gruñe?, ¿qué se querella

que se burlan dél los Ecos?

¿Y qué teme en años secos,

si el necio a su casa lleva

quien en años secos llueva?

Coja, pues, en paz su trigo,

y diga que yo lo digo.

               3

De veinte y cuatro quilates

es como un oro la niña,

y hay quien le dé la basquiña

y la sarta de granates:

tiénelo por disparates

su madre y búrlase dello;

mas él se los echa al cuello,

porque el mismo fruto espera

que han de hacer, que en la higuera

la sarta del cabrahigo;

y digan que yo lo digo.

               4

Del mercader, si es lo mismo,

con vara y pluma en la mano,

condenarse en castellano

que irse al infierno en guarismo,

desátenme el silogismo

sus pulgadas y sus ceros,

su conciencia y sus dineros,

y tenga por cosa cierta

que, si le cierran la puerta,

en el Cielo no hay postigo;

y diga que yo lo digo.

               5

Ver sus tocas blanquear

a la viuda, eso me mueve

que ver cubierto de nieve

el puerto del Muladar;

déjase a solas pasar

de cualquiera forastero,

o peón o caballero;

y con sus amigas llora

a su esposo la señora,

como la Cava a Rodrigo;

 

y digan que yo lo digo.

               6

Viendo el escribano que

dan a su legalidad

(por ser poco el de verdad),

nombre las leyes de fe,

su pluma sin ojos ve,

y su bolsa, aunque sin lengua,

por la boca crece o mengua

las razones del culpado,

la bolsa hecha abogado,

la pluma hecha testigo;

y digan que yo lo digo.

               7

Como consulta la dama

con el espejo su tez,

¿no consultará una vez

con la honestidad su fama?

Aspid al vecino llama

que la muerde el calcañar,

cuando sale a visitar

al copete o la corona,

y a los dos no les perdona

desde la joya al bodigo;

y digan que yo lo digo.

               8

Milagros hizo, por cierto,

un Alcalde, y lo vi yo,

que siendo vivo le dio

almas de oro a un gato muerto;

y aun es de tanto concierto

que se iguala y no se ajusta,

y si acaso a doña Justa

algo entre platos le viene,

deja la verdad, y tiene

a Platón por más amigo;

y digan que yo lo digo.

               9

Entrase en vuestros rincones

comadreando la vieja,

bien como la comadreja

en nido de gorriones;

con madejas y oraciones

os quiebra o degüella en suma,

ora en huevos, ora en pluma,

la honra de vuestra hija;

destas terceras, clavija

sea la rama de un quejigo;

y digan que yo lo digo.

               10

El doctor mal entendido,

de guantes no muy estrechos,

con más homicidios hechos

que un catalán forajido,

si son de puñal buido

las hojas de su Galeno,

y si partir puede el freno

y el dinero con su mula,

mate, y sírvale de bula

la carta que trae consigo;

y diga que yo lo digo.

 

León (Fray Luis de)

(Belmonte (Cuenca) 1527 - Madrigal de las Altas Torres (Ávila) 1591). Nació en el seno de la una ilustre familia castellana que contaba con lejanos ascendientes judíos. Su padre se trasladaba frecuentemente a Madrid y Valladolid en su calidad de abogado y consejero de la Corte, por lo que el niño realizó sus estudios en ambas ciudades.

En 1543 ingresó como novicio en el convento de San Agustín de Salamanca donde profesó al año siguiente. En 1560 se graduó en teología y de maestro y a partir de ese momento su vida se consagró con verdadera pasión, a la actividad universitaria. Su carácter justo pero agresivo, humilde y rebelde a la vez, le granjeó numerosos adversarios. Denunciado por diversas supuestas irregularidades (por ejemplo, haber traducido el bíblico Cantar de los Cantares, contrariando acuerdos del Concilio de Trento) fue encarcelado y conducido a Valladolid, en 1572.

El proceso duró casi 5 años, durante los cuales sufrió toda clase de humillaciones; finalmente se le declaró inocente y pudo volver a su amado ambiente universitario. Reintegrado a su cátedra, es fama que comenzó sus explicaciones con el famoso..."Decíamos ayer...", como si nada hubiera pasado. En 1584 volvió a ser procesado por la Inquisición, pero en este caso todo se resolvió con una amonestación para que evitara en adelante polémicas y animosidades. En los últimos años de su vida dejó la cátedra y ocupó diversos cargos en su orden. Además de una rica obra en prosa, Fray Luis es uno de los máximos  poetas en lengua castellana y ha sido considerado siempre un clásico indisputable. No se publicaron en vida sus versos: corrían copiados (y admirados) de mano en mano, especialmente entre los estudiantes que lo idolatraban; sus resonantes procesos, y su independencia, lo habían convertido en una figura casi mítica. 

Su obra poética, sin embargo, es escasa: no llegan a 40 los poemas, no muy extensos que compuso. Sus temas son variados: el elogio a la vida tranquila, ODA A LA VIDA RETIRADA, los acontecimientos históricos, PROFECÍA DEL TAJO, ODA A SANTIAGO, los motivos sacros, ODA A LA ASCENSIÓN, la naturaleza y el universo, NOCHE SERENA, etc... Le admiraron autores como Cervantes, (quien aludió a él con el verso: "ingenio que al mundo pone espanto"), Lope de Vega y Quevedo, que le llamó, "el mejor blasón de la habla castellana".

SONETO

    AGORA CON LA AURORA

Agora con la aurora se levanta

mi Luz; agora coge en rico nudo

el hermoso cabello; agora el crudo

pecho ciñe con oro, y la garganta;

agora vuelta al cielo, pura y santa,

las manos y ojos bellos alza, y pudo

dolerse agora de mi mal agudo;

agora incomparable tañe y canta.

Ansí digo y, del dulce error llevado,

presente ante mis ojos la imagino,

y lleno de humildad y amor la adoro;

mas luego vuelve en sí el engañado

ánimo y, conociendo el desatino,

la rienda suelta largamente al lloro.

SONETO

    ALARGO ENFERMO EL PASO

Alargo enfermo el paso, y vuelvo, cuanto

alargo el paso, atrás el pensamiento;

no vuelvo, que antes siempre miro atento

la causa de mi gozo y de mi llanto.

Allí estoy firme y quedo, mas en tanto

llevado del contrario movimiento,

cual hace el extendido en el tormento,

padezco fiero mal, fiero quebranto.

En partes, pues, diversas dividida

el alma, por huir tan cruda pena,

desea dar ya al suelo estos despojos.

Gime, suspira y llora dividida,

y en medio del llorar sólo esto suena:

-¿Cuándo volveré, Nise, a ver tus ojos?

SONETO

    AMOR CASI DE UN VUELO

Amor casi de un vuelo me ha encumbrado

adonde no llegó ni el pensamiento;

mas toda esta grandeza de contento

me turba, y entristece este cuidado,

que temo que no venga derrocado

al suelo por faltarle fundamento;

que lo que en breve sube en alto asiento,

suele desfallecer apresurado.

mas luego me consuela y asegura

el ver que soy, señora ilustre, obra

de vuestra sola gracia, y que en vos fío:

porque conservaréis vuestra hechura,

mis faltas supliréis con vuestra sobra,

y vuestro bien hará durable el mío.

DE LA MAGDALENA

Elisa, ya el preciado

cabello, que del oro escarnio hacía,

la nieve ha variado;

¡ay! ¿yo no te decía:

-Recoge, Elisa, el pie, que vuela el día?

Ya los que prometían

durar en tu servicio eternamente,

ingratos se desvían

por no mirar la frente

con rugas afeada, el negro diente.

¿Qué tienes del pasado

tiempo sino dolor? ¿cuál es el fruto

que tu labor te ha dado,

si no es tristeza y luto,

y el alma hecha sierva a vicio bruto?

¿Qué fe te guarda el vano,

por quien tú no guardaste la debida

a tu bien soberano,

por quien mal proveída

perdiste de tu seno la querida

prenda, por quien velaste,

por quien ardiste en celos, por quien uno

el cielo fatigaste

con gemido importuno,

por quien nunca tuviste acuerdo alguno

de ti mesma? Y agora,

rico de tus despojos, más ligero

que el ave, huye, adora

a Lida el lisonjero;

tú quedas entregada al dolor fiero.

¡Oh cuánto mejor fuera

el don de hermosura, que del cielo

te vino, a cuyo era

habello dado en velo

santo, guardado bien del polvo y suelo!

Mas hora no hay tardía,

tanto nos es el cielo piadoso,

mientras que dura el día;

el pecho hervoroso

en breve del dolor saca reposo;

que la gentil señora

de Mágdalo, bien que perdidamente

dañada, en breve hora

con el amor ferviente

las llamas apagó del fuego ardiente,

las llamas del malvado

amor con otro amor más encendido;

y consiguió el estado,

que no fue concedido

al huésped arrogante en bien fingido.

De amor guiada, y llena,

penetra el techo estraño, y atrevida

ofrécese a la ajena

presencia, y sabia olvida

el ojo mofador; buscó la vida;

y, toda derrocada

a los divinos pies que la traían,

lo que la en sí fiada

gente olvidado habían,

sus manos, boca y ojos lo hacían.

Lavaba larga en lloro

al que su torpe mal lavando estaba;

limpiaba con el oro,

que la cabeza ornaba,

a su limpieza, y paz a su paz daba.

Decía: «Solo amparo

de la miseria extrema, medicina

de mi salud, reparo

de tanto mal, inclina

aqueste cieno tu piedad divina.

¡Ay! ¿Qué podrá ofrecerte

quien todo lo perdió? aquestas manos

osadas de ofenderte,

aquestos ojos vanos

te ofrezco, y estos labios tan profanos.

Lo que sudó en tu ofensa

trabaje en tu servicio, y de mis males

proceda mi defensa;

mis ojos, dos mortales

fraguas, dos fuentes sean manantiales.

Bañen tus pies mis ojos,

límpienlos mis cabellos; de tormento

mi boca, y red de enojos,

les dé besos sin cuento;

y lo que me condena te presento:

preséntate un sujeto

tan mortalmente herido, cual conviene,

do un médico perfeto

de cuanto saber tiene

dé muestra, que por siglos mil resuene.»

ODA

     Vida retirada

¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruido,

y sigue la escondida

senda por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho

de los soberbios grandes el estado,

ni del dorado techo

se admira, fabricado

del sabio moro, en jaspes sustentado,

No cura si la fama

canta con voz su nombre pregonera;

no cura si encarama

la lengua lisonjera

lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento

si soy del vano dedo señalado,

si en busca de este viento

ando desalentado

con ansias vivas, y mortal cuidado?

¡Oh, campo! ¡Oh, monte! ¡Oh, río!

¡Oh, secreto seguro, deleitoso!

Roto casi el navío,

a vuestro almo resposo

huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,

un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño

vanamente severo

del que la sangre sube o el dinero.

Despiértenme las aves

con su cantar süave no aprendido,

no los cuidados graves

de que es siempre seguido

quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo;

gozar quiero del bien que debo al cielo,

a solas, sin testigo,

libre de amor, de celo,

de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera

por mi mano plantado tengo un huerto,

que con la primavera,

de bella flor cubierto,

ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa

de ver y acrecentar su hermosura,

desde la cumbre airosa

una fontana pura

hasta llegar corriendo se apresura;

y luego, sosegada,

el paso entre los árboles torciendo,

el suelo de pasada

de verdura vistiendo,

y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,

y ofrece mil olores al sentido;

los árboles menea

con un manso ruïdo,

que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro

los que de un flaco leño se confían;

no es mío ver el lloro

de los que desconfían

cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena

cruje, y en ciega noche el claro día

se torna; al cielo suena

confusa vocería,

y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla

mesa, de amable paz bien abastada,

me baste; y la vajilla,

de fino oro labrada,

sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-

mente se están los otros abrasando

con sed insacïable

del no durable mando,

tendido yo a la sombra esté cantando,

a la sombra tendido,

de yedra y lauro eterno coronado,

puesto el atento oído

al son dulce, acordado,

del plectro sabiamente meneado.

SONETO

    AMOR CASI DE UN VUELO

Amor casi de un vuelo me ha encumbrado

adonde no llegó ni el pensamiento;

mas toda esta grandeza de contento

me turba, y entristece este cuidado,

que temo que no venga derrocado

al suelo por faltarle fundamento;

que lo que en breve sube en alto asiento,

suele desfallecer apresurado.

mas luego me consuela y asegura

el ver que soy, señora ilustre, obra

de vuestra sola gracia, y que en vos fío:

porque conservaréis vuestra hechura,

mis faltas supliréis con vuestra sobra,

y vuestro bien hará durable el mío.

 

DÉCIMA

  Al salir de la cárcel

Aqui la envidia y mentira

me tuvieron encerrado.

Dichoso el humilde estado

del sabio que se retira

de aqueste mundo malvado,

y con pobre mesa y casa,

en el campo deleitoso

con sólo Dios se compasa,

y a solas su vida pasa,

ni envidiado ni envidioso.

ODA

  Noche serena

Cuando contemplo el cielo

de innumerables luces adornado,

y miro hacia el suelo,

de noche rodeado,

en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena

despiertan en mi pecho un ansia ardiente;

despiden larga vena

los ojos hechos fuente;

la lengua dice al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza,

templo de claridad y hermosura:

mi alma que a tu alteza

nació, ¿qué desventura

la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino

de la verdad aleja ansí el sentido,

que de tu bien divino

olvidado, perdido,

sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado

al sueño, de su suerte no cuidando;

y con paso callado

el cielo, vueltas dando,

las horas del vivir le va hurtando.

¡Ay!, ¡despertad, mortales!

Mirad con atención en vuestro daño.

Las almas inmortales,

hechas a bien tamaño,

¿podrán vivir de sombra y sólo engaño?

¡Ay!, levantad los ojos

a aquesta celestial eterna esfera:

burlaréis los antojos

de aquesa lisonjera

vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto

el bajo y torpe suelo, comparado

a aqueste gran trasunto,

do vive mejorado

lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto

de aquestos resplandores eternales,

su movimiento cierto

sus pasos desiguales

y en proporción concorde tan iguales:

la luna cómo mueve

la plateada rueda, y va en pos de ella

la luz do el saber llueve,

y la graciosa estrella

de Amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino

prosigue el sanguinoso Marte airado,

y el Júpiter benino,

de bienes mil cercado,

serena el cielo con su rayo amado;

rodéase en la cumbre

Saturno, padre de los siglos de oro;

tras dél la muchedumbre

del reluciente coro

su luz va repartiendo y su tesoro:

¿quién es el que esto mira

y precia la bajeza de la tierra,

y no gime y suspira

por romper lo que encierra

el alma y de estos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,

aquí reina la paz; aquí, asentado

en rico y alto asiento,

está el Amor sagrado,

de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura

aquí se muestra toda, y resplandece

clarísima luz pura,

que jamás anochece;

eterna primavera aquí florece.

¡Oh. campos verdaderos!

¡Oh, prados con verdad dulces y amenos!

¡Riquísimos mineros!

¡Oh, deleitosos senos!

¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»

ODA

    A Francisco Salinas

Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca

El aire se serena

y viste de hermosura y luz no usada,

Salinas, cuando suena

la música extremada,

por vuestra sabia mano gobernada;

a cuyo son divino

mi alma, que en olvido está sumida,

torna a cobrar el tino

y memoria perdida

de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,

en suerte y pensamientos se mejora;

el oro desconoce,

que el vulgo ciego adora,

la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo

hasta llegar a la más alta esfera,

y oye allí otro modo

de no perecedera

música, que es de todas la primera.

Ve cómo el gran maestro,

a aquesta inmensa cítara aplicado,

con movimiento diestro

produce el son sagrado,

con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta

de números concordes, luego envía

consonante respuesta;

y entrambas a porfía

mezclan una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega

por un mar de dulzura, y finalmente

en él ansí se anega

que ningún accidente

extraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!

¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!

¡Durase en tu reposo,

sin ser restituido

jamás a aqueste bajo y vil sentido!

 

A aqueste bien os llamo,

gloria del apolíneo sacro coro,

amigos a quien amo

sobre todo tesoro;

que todo lo demás es triste lloro.

¡Oh! suene de contino,

Salinas, vuestro son en mis oídos,

por quien al bien divino

despiertan los sentidos

quedando a lo demás amortecidos.

A DON PEDRO PORTOCARRERO

La cana y alta cumbre

de Ilíberi, clarísimo Carrero,

contiene en sí tu lumbre

ya casi un siglo entero,

y mucho en demasía

detiene nuestro gozo y alegría;

los gozos, que el deseo

figura ya en tu vuelta y determina,

a do vendrá el Lyeo

y de la Cabalina

fuente la moradora

y Apolo con la cítara cantora.

Bien eres generoso

pimpollo de ilustrísimos mayores;

mas esto, aunque glorioso,

son títulos menores,

que tú, por ti venciendo,

a par de las estrellas vas luciendo,

y juntas en tu pecho

una suma de bienes peregrinos,

por donde con derecho

nos colmas de divinos

gozos con tu presencia,

y de cuidados tristes con tu ausencia;

porque te ha salteado

en medio de la paz la cruda guerra,

que agora el Marte airado

despierta en la alta sierra,

lanzando rabia y sañas

en las infieles bárbaras entrañas;

do mete a sangre y fuego

mil pueblos el Morisco descreído,

a quien ya perdón ciego

hubimos concedido,

a quien en santo baño

teñimos para nuestro mayor daño,

para que el nombre amigo

(¡ay, piedad cruel!) desconociese

el ánimo enemigo

y ansí más ofendiese:

mas tal es la fortuna,

que no sabe durar en cosa alguna.

Ansí la luz, que agora

serena relucía, con nublados

veréis negra a deshora,

y los vientos alados

amontonando luego

nubes, lluvias, horrores, trueno y fuego.

Mas tú que solamente

temes al claro Alfonso, que, inducido

de la virtud ardiente

del pecho no vencido,

por lo más peligroso

se lanza discurriendo vitorioso:

como en la ardiente arena

el líbico león las cabras sigue,

las haces desordena

y rompe y las persigue

armado relumbrando,

la vida por la gloria aventurando.

Testigo es la fragosa

Poqueira, cuando él solo, y traspasado

con flecha ponzoñosa,

sostuvo denodado,

y convirtió en huida

mil banderas de gente descreída;

mas sobre todo cuando,

los dientes de la muerte agudos fiera

apenas declinando,

alzó nueva bandera,

mostró bien claramente

de valor no vencible lo excelente.

Él pues relumbre claro

sobre sus claros padres; mas tú en tanto,

dechado de bien raro,

abraza el ocio santo;

que mucho son mejores

los frutos de la paz, y muy mayores.

ODA

       A Nuestra Señora

Virgen que el sol más pura,

gloria de los mortales, luz del cielo,

en quien la piedad es cual la alteza:

los ojos vuelve al suelo,

y mira un miserable en cárcel dura,

cercado de tinieblas y tristeza.

Y si mayor bajeza

no conoce, ni igual, juicio humano,

que el estado en que estoy por culpa ajena,

con poderosa mano

quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

Virgen, en cuyo seno

halló la deidad digno reposo,

do fue el rigor en dulce amor trocado:

si blando al riguroso

volviste, bien podrás volver sereno

un corazón de nubes rodeado.

Descubre el deseado

rostro, que admira el cielo, el suelo adora:

las nubes huirán, lucirá el día;

tu luz, alta Señora,

venza esta ciega y triste noche mía.

Virgen y madre junto,

de tu Hacedor dichosa engendradora,

a cuyos pechos floreció la vida:

mira cómo empeora

y crece mí dolor más cada punto.

El odio cunda, la amistad se olvida;

si no es de ti valida

la justicia y verdad, que tú engendraste,

¿adónde hallarán seguro amparo?

Y pues madre eres, baste

para contigo el ver mi desamparo.

Virgen, del sol vestida,

de luces eternales coronada,

que huellas con divinos pies la luna:

envidia emponzoñada,

engaño agudo, lengua fementida,

odio crüel, poder sin ley ninguna

me hacen guerra a una;

pues, contra un tal ejército maldito,

¿cuál pobre y desarmado será parte,

si tu nombre bendito,

María, no se muestra por mi parte?

Virgen, por quien vencida

llora su perdición la sierpe fiera,

su daño eterno, su burlado intento:

miran de la ribera

seguras muchas gentes mi caída,

el agua violenta, el flaco aliento;

los unos con contento,

los otros con espanto, el más piadoso

con lástima la inútil voz fatiga.

Yo, puesto en ti el lloroso

rostro, cortando voy la onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,

dulce Madre del Hijo, templo santo

del inmortal Amor, del hombre escudo:

no veo sino espanto.

Si miro la morada, es peligrosa;

si la salida, incierta; el favor, mudo;

el enemigo, crudo;

desnuda, la verdad; muy proveída

de valedores y armas, la mentira:

la miserable vida

sólo cuando me vuelvo a ti respira.

Virgen, que al alto ruego

no más humilde «sí» diste que honesto,

en quien los cielos contemplar desean:

como terrero puesto,

los brazos presos, de los ojos ciego,

a cien flechas estoy que me rodean,

que en herirme se emplean.

Siento el dolor, mas no veo la mano;

ni puedo huir, ni me es dado escudarme.

¡Quiera tu soberano

Hijo, Madre de amor, por ti librarme!

Virgen, lucero amado,

en mar tempestuosa clara guía,

a cuvo santo rayo calla el viento:

mil olas a porfía

hunden en el abismo un desarmado

leño de vela y remo, que sin tiento

el húmedo elemento

corre; la noche carga, el aire truena;

ya por el suelo va, ya el cielo toca;

gime la rota entena.

¡Socorre, antes que embista en cruda roca!

Virgen, no inficionada

de la común mancilla y mal primero

que al humano linaje contamina:

bien sabes que en ti espero

dende mi tierna edad; y si malvada

fuerza que me venció, ha hecho indina

de tu guarda divina

mi vida pecadora, tu clemencia

tanto mostrará más su bien crecido,

cuanto es más la dolencia,

y yo merezco menos ser valido.

Virgen, el dolor fiero

añuda ya la lengua, y no consiente

que publique la voz cuanto desea;

mas oye tú al doliente

ánimo, que contino a ti vocea.

Lope de Vega (Félix)

(Madrid 1562 - id.1635). Poco se conoce de su infancia, pero en su vivir podemos distinguir cuatro etapas:

La primera abarca su tiempo de estudiante en el Colegio de la Compañía de Jesús y en las Universidades de Alcalá y Salamanca. En 1583, se alista en la expedición para conquistar la isla Terceira (Azores) con lo que terminaba la anexión de Portugal a España. De esta época son sus amores con Elena Osorio - "Filis" en sus versos - que duraron cinco años. Al abandonarlo ésta hizo correr por Madrid unos poemas ofensivos contra ella y su familia que le valieron el destierro.

La segunda, 1589-1595, período del destierro. Lope se alista en la Armada Invencible. Se casa por poderes con Isabel de Urbina y se instala en Valencia donde entra en contacto con notables dramaturgos. Pasado el destierro, regresa a Madrid.

La tercera etapa va de 1596 a 1614. Se enamora de Micaela Luján - "Camila Lucinda" en sus versos - bella e inculta mujer casada que le inspira numerosas obras. A pesar de estos amoríos se casa en 1598 con Juana de Guardo, tal vez atraído por una dote que su esposa no recibió nunca. Entró en el servicio del duque de Sessa y su amistad con duque fue funesta para ambos. Mueren su hijo Carlos y su esposa por lo que desengañado su espíritu, se ordena sacerdote.

Por último, la cuarta etapa corresponde a 1614-1635. En este tiempo intenta liberarse de las obligaciones que le imponía la relación con el duque de Sessa. Se enamora de Marta de Nevares, mujer casada y muy hermosa con quien tiene más hijos. No le arredra el escándalo. Su popularidad como escritor, en este momento es inmensa. Pero su felicidad se derrumba: Marta Nevares queda ciega y manifiesta síntomas de locura y Lope le dedica sus ya escasas energías durante diez años de penosa expiación en los que llega a pasar apuros económicos.

Muere en Madrid el 6 de Agosto de 1635 y a su entierro asiste una inmensa multitud. Toda su vida fue un mosaico de luz y de sombras, de gentileza y gallardía apasionadas y de inconstancia y caídas lamentables. Pero el pueblo lo adoraba y él se sentía "su poeta". Aunque su dedicación principal fue el teatro, cultivó todos los géneros de su tiempo, con la única excepción de la novela picaresca. Su poesía es de extraordinaria riqueza y variedad y aparece diseminada por sus obras dramáticas y novelescas o constituyendo libros como los titulados, RIMAS, RIMAS SACRAS y RIMAS HUMANAS Y DIVINAS DEL LICENCIADO TOMÉ DE BURGUILLOS.

A CAZA VA EL CABALLERO

A caza va el caballero

por los montes de París,

la rienda en la mano izquierda

y en la derecha el neblí

Pensando va en su señora,

que no la ha visto al partir,

porque como era casada

estaba su esposo allí.

Como va pensando en ella,

olvidado se ha de sí;

los perros siguen las sendas

entre hayas y peñas mil.

El caballo va a su gusto

que no lo quiere regir.

Cuando vuelve el caballero

hallóse de un monte al fin;

volvió la cabeza al valle,

y vio una dama venir,

en el vestido serrana,

y en el rostro serafín.

-Por el montecico sola

¿cómo iré?

¡Ay Dios, si me perderé!

¿Cómo iré triste, cuitada,

de aquel ingrato dejada?

Sola triste, enamorada,

¿dónde iré?

¡Ay Dios, si me perderé!

-¿Dónde vais, serrana bella,

por este verde pinar?

Si soy hombre y voy perdido

mayor peligro lleváis.

-Aquí cerca, caballero,

me ha dejado mi galán

por ir a matar un oso

que ese valle abajo está.

-¡Oh, mal haya el caballero

en el monte Allubricán,

que a solas deja su dama

por matar un animal!

Si os place, señora mía,

volved conmigo al lugar,

y porque llueve, podréis

cubriros con mi gabán.

Perdido se han en el monte

con la mucha obscuridad;

al pie de una parda peña

el alba aguardando están;

la ocasión y la ventura

siempre quieren soledad.

AMARILIS

           Égloga

A competir la luz, que el sol reparte,

nació, pastores, Amarilis bella,

para que hubiese sol cuando él se parte,

o fuese el mismo sol Aurora della;

benévola miró Venus a Marte

sin luz opuesta de contraria estrella;

pero la envidia, si en el cielo cupo,

turbó la claridad cuando lo supo.

Crióse hermosa, cuando ser podía

en la primera edad belleza humana,

porque cuando ha de ser alegre el día,

ya tiene sus albricias la mañana;

aprendió gentileza y cortesía,

no soberbio desdén, no pompa vana,

venciendo con prudente compostura

la arrogancia que engendra la hermosura.

Si cátedra de amar Amor fundara,

como aquel africano español ciencias,

la de prima bellísima llevara

a todas las humanas competencias;

no tuvieran contigo, fénix rara,

las letras y las armas diferencias,

ni estuvieran por Venus tan hermosa

quejosa Juno y Palas envidiosa.

El copioso cabello, que encrespaba

natural artificio, componía

una selva de rizos, que envidiaba

Amor para mirar por celosía;

porque cuando tendido le peinaba,

un pavellón de tornasol hacía,

cuyas ondas surcaban siempre atentos

tantos como cabellos, pensamientos.

En la mitad de la serena frente,

donde rizados los enlaza y junta,

formó naturaleza diligente

jugando con las hebras una punta;

en este campo, aunque de nieve ardiente,

duplica el arco Amor, en cuya junta

márgenes bellas de pestañas hechas,

cortinas hizo y guarnición de flechas.

Dos vivas esmeraldas, que mirando

hablaban a las almas al oído,

sobre cándido esmalte trasladando

la suya hermosa al exterior sentido,

y con risueño espíritu templando

el grave ceño, alguna vez dormido,

para guerra de amor que cuanto vían,

en dulce paz el reino dividían.

La bien hecha nariz, que no lo siendo

suele descomponer un rostro hermoso,

proporcionada estaba, dividiendo

honesto nácar en marfil lustroso;

como se mira doble malva abriendo

del cerco de hojas en carmín fogoso,

así de las mejillas sobre nieve

el divino pintor púrpura llueve.

¿Qué rosas me dará, cuando se toca

al espejo, de mayo la mañana;

qué nieve el Alpe, qué cristal de roda,

qué rubíes Ceilán, qué Tiro grana,

para pintar sus perlas y su boca,

donde a sí misma la belleza humana

vencida se rindió, porque son feas

con las perlas del Sur rosas Pangeas?

Con celestial belleza la decora,

como por ella el alma se divisa,

la dulce gracia de la voz sonora

entre clavel y roja manutisa;

que no tuvo jamás la fresca Aurora

bañada en ámbar tan honesta risa,

ni dio más bella al gusto y al oído

margen de flores a cristal dormido.

No fue la mano larga, y no es en vano,

si mejor escultura se le debe

para seguirse a su graciosa mano

de su pequeño pie la estampa breve;

ni de los dedos el camino llano,

porque los ojos, que cubrió de nieve,

hiciesen, tropezando en sus antojos,

dar los deseos y las almas de ojos.

Trece veces el sol en la dorada

esfera devanó los paralelos,

por cuya senda cándida, esmaltada

de auroras, baña en luz tierras y cielos;

cuando a ser hermosura desdichada

la destinaron por sus claros velos

cuantos aspectos hay infortunados,

cuanto más resistidos más airados.

No porque tengan fuerza las estrellas

contra la libertad del albedrío,

mas porque al bien o al mal inclinan ellas,

y no ponemos fuerza en su desvío;

por ver las partes de Amarilis bellas

a los campos bajó de nuestro río

Ricardo, un labrador de la Montaña,

que fue defensa del honor de España.

Rudo y indigno de su mano hermosa

a pocos días mereció su mano,

no el alma, que negó la fe de esposa,

en cuyo altar le confesó tirano;

aquella noche infausta y temerosa

con tierno llanto resistida en vano,

en triste auspicio del funesto empleo

mató el hacha nupcial triste Himeneo.

¿Qué desdicha fatal de las hermosas

es ésa de tener tales empleos?

¿Siempre las feas han de ser dichosas?

¿Nunca les han de dar maridos feos?

¿En qué consiste ser tan venturosas,

si no es posible despertar deseos?

En que es tal bien, que cuando dio belleza,

no tuvo más que dar naturaleza.

Imágenes celestes, ¿cómo ahora

tenéis envidia allá, siendo tan fea?

No más Elices bellas que el sol dora,

dulce Ariadna, hermosa Casiopea;

tú, hija de Titán y de la Aurora,

cándida virgen, celestial Astrea,

¿cómo días y noches, tu figura

iguala la fealdad y la hermosura?

Las Gracias asistieron, roto el lazo

que en triangular firmeza las anuda,

la madre del amor sin darle abrazo,

la paz del matrimonio puso en duda;

llegado el tiempo al amoroso plazo,

con vergonzosa nube la desnuda

fuerza cubrió, que aunque mujer la nombra,

faltaba el alma, y abrazó la sombra.

No suele de otra suerte la cordera

acechada detrás del verde escobo

la repetida voz gemir postrera

entre los dientes del sangriento lobo;

ni menos fiero, cuando más se altera,

albergue de pastores contra el robo,

cogiendo piedras y llamando perros,

discurre valle y transmonta cerros.

Allí se forma una áspera batalla,

uno sigue, otro ladra, aquél le muerde;

el silbo suena, el cáñamo restalla;

huye, resiste, sufre, y no la pierde,

las hondas burla, y cuando el monte calla,

tiñe de rojo humor la cama verde,

en que duerme seguro y satisfecho:

que la tiene en los brazos o en el pecho.

¿Cuántos deseos de pastores fueron

siguiendo aquella noche con suspiros

la envidia de Ricardo, que ofendieron

vanos deseos de amorosos tiros?

Mas cuando ya de vista le perdieron,

volviéndose a sus chozas y retiros,

abrazado y cruel, tirano y dueño,

le halló la Aurora en regalado sueño.

Desde este día fue Amarilis llanto;

no fue Amarilis, su mortal tristeza

aumentó su hermosura con espanto

del orden que le dio naturaleza;

bajaba de la noche el negro manto,

y era nácar de perlas su belleza,

llorábalas el alba en sus despojos,

y eran racimos de cristal sus ojos.

Volvió a pintar los Signos otras tantas

veces el claro sol, divino Apeles,

renovando las flores y las plantas

las puntas de sus únicos pinceles;

era el tiempo en que vio las luces santas

coronado de triunfos y laureles

el tercero Felipe del Segundo,

a cuyo Cuarto fue pequeño el mundo.

En un jardín se celebraba un día

de gallardos pastores un torneo,

donde el amor a Marte competía,

y daba la virtud premio al deseo;

las letras escribió la fantasía,

intérpretes ocultos de su empleo,

hallando el accidente en los favores

de las galas y plumas las colores.

Aquí Amarilis presidió, hermosura

entre cuantas vinieron a la fiesta,

como envidiada, de envidiar segura,

fingiendo risa dulcemente honesta.

Como sale después de noche escura

la pura rosa en el botón compuesta

de aquel pomposo purpurante adorno

de verdes rayos coronada en torno;

o como al nuevo sol la adormidera

desata el nudo al desplegar las hojas,

formando aquella hermosa y varia esfera,

ya cándidas, ya nácares, ya rojas,

así me pareció, y así quisiera

decirle con la lengua mis congojas;

mas quisieron los ojos atrevidos

anticiparse a todos los sentidos.

Así como el relámpago se mira

primero que al oído llegue el trueno,

porque es la vista más veloz, se admira

que salgan juntos del oculto seno,

así las luces, que la vista espira,

y llevaron al alma su veneno,

anticiparon a la lengua en calma,

aunque las vi salir juntas del alma.

En vano entonces las deidades llamo,

aunque de Venus el favor presuma,

cual pájaro se queja del reclamo,

después que el árbol le prendió la pluma,

que en la liga tenaz y el firme ramo

se prende más, se enlaza y se despluma,

porque las alas, que volar previenen,

pensando que le sueltan, le detienen;

 

así mis ojos libertad buscaban

de la nueva prisión en que se veían,

pues por librarse de mirar, miraban,

y pensando salir, se detenían,

cuando las alas de Ícaro abrasaban

rayos del sol, la cera derretían

y este regalo, cuyo ejemplo sigo,

pensaba que era amor, y era castigo.

Este principio tuvo el pensamiento,

que nunca tendrá fin, pues no es posible

tenerle el alma, donde tuvo asiento

contra todos los tiempos invencible;

así se cautivó mi entendimiento,

y mi esperanza se juzgó imposible;

mas viéndome morir, siempre decía:

«Dulce mal, dulce bien, dulce porfía».

Más fácil cosa fuera referirnos

las varias flores desta selva amena,

o las ondas del Tajo, en cuyos giros

envuelto su cristal besa la arena,

que las ansias, temores y suspiros

de la esperanza de mi dulce pena,

hasta que ya después de largos plazos

gané la voluntad, que no los brazos.

Escribíale yo mis sentimientos

en conceptos más puros que sutiles,

y tal vez escuchaba mis tormentos,

o recibía mis presentes viles.

¿Qué mayo con diversos instrumentos,

canciones y relinchos pastoriles

no coroné sus jambas y linteles

de mirtos, arrayanes y laureles?

¿Qué cabritillo le nació manchado,

a todo blanco, o rojo y encendido

a la cabra mejor de mi ganado,

sin dársele de flores guarnecido?

¿Cuándo topé su manso, que peinado

no le volviese el natural vestido,

o sin llevar, porque al de Tirsi exceda,

esquila de oro en el collar de seda?

¿Qué fruta no gozaba a manos llenas

de mi heredad a sus pastores franca;

qué leche y miel de ovejas y colmenas

en roja cera, o en encella blanca;

qué ruiseñores con la pluma apenas;

qué mastín suyo no adornó carlanca,

sin verse, o lo tuviera por delito,

su dulce nombre en el metal escrito?

¿De qué sarta de perlas no tenía

la cándida garganta coronada?

Aunque la misma sarta agradecía

verse en mejores perlas engastada.

¿Qué sangriento coral no competía

su boca en viva púrpura bañada?

Sin otras pobres joyas, que entre amantes

las lágrimas amor hace diamantes.

Estaba yo detrás de un verde espino

escribiendo mis celos y temores

junto a un arroyo a un prado tan vecino,

que a precio de cristal compraba flores,

cuando Amarilis, que a bañarse vino,

me vio escondido, que si no, pastores,

por el vidrio del agua a Venus veo.

¡Qué corta dicha de tan gran deseo!

No se viera más bella y peregrina

de divino pincel dibujo humano,

corrida al cuadro la veloz cortina

la celebrada Venus de Ticiano;

si el cuerpo hermoso en el cristal reclina,

tengo un antojo, que me dio Silvano,

con que tanto a mis ojos la acercara,

que todos los del alma me quitara.

Sentábase conmigo en una fuente,

que murmuraba amores tan ociosos,

lastimada de ver que su corriente

aumentaban mis ojos amorosos;

no llora y canta Filomena ausente

con más dolor sus casos lastimosos

que yo, si me faltaban sólo un día

las bellas luces en que el alma ardía.

Su mano alguna vez, que la fortuna

estaba de buen gusto, me fiaba,

con que pensaba yo que de la luna

la humilde mía posesión tomaba;

con dulce voz, que no igualó ninguna,

mis amorosos versos animaba,

que en ella presumí, y aun hoy lo creo,

que eran de Ovidio y los cantaba Orfeo.

Tal vez armando un árbol con cautela

cazábamos pintados pajarillas

con las ocultas varas que encarcela

la liga, de sus pies cadena y grillos;

no con la parda red, o blanca tela

el tremendo animal, cuyos colmillos

aun tiembla Venus hoy, cuando al aurora

el que mancebo amaba, flor le llora.

Contento desta vida, y ya perdida

la esperanza de verla más dichosa,

la dura muerte mejoró mi vida,

que alguna vez la muerte fue piadosa;

mató la de Ricardo aborrecida,

sacando deste Argel su indigna esposa,

y mi deseo, que su fin alcanza

naciendo posesión, murió esperanza.

Que vida fuese la dichosa mía,

de la pasada os diga la aspereza,

porque no mereció tanta alegría

quien antes no pasó tanta tristeza.

¡Oh cuántas veces me enojaba el día

sacando de mis brazos su belleza,

y cuántas veces le quisiera eterno

por largas noches el escuro hibierno!

El parabién me daban los pastores

del Tajo, Manzanares y jarama,

refiriendo en sus versos mis amores

aquellos que a Helicón fueron por fama;

parecíame a mí que hasta las flores,

que riza el prado sobre verde lama,

Viva el constante Elisio, me decían,

que duplicados ecos repetían.

Lo mismo el valle humilde, el arrogante

monte aplaudir en alta voz pretende,

cual suele el vulgo bárbaro arrogante

con Víctor celebrar lo que no entiende.

Si en las fuentes miraba mi semblante,

cuando encendido el sol velos desprende,

me parecía hermoso, ¡qué locura!,

y era que imaginaba en su hermosura.

Como sucede que ganando un hombre,

todos le lisonjean y le admiran,

parece más discreto y gentil-hombre,

y es gracia cuanto dice a los que miran;

y como suelen repetir su nombre

los que al barato de su dicha aspiran,

así dieron aplauso a mis favores

aves, pastores, árboles y flores.

Con esto en paz tan amorosamente

vivía yo, que de sus dos estrellas

vida tomaba para estar ausente,

y luz para poder mirar sin ellas.

Mirándole una vez atentamente

las verdes niñas, vi mi rostro en ellas,

y celoso volví, por ver si estaba

detrás otro pastor que le formaba.

«....»

Era del Tajo un rico ganadero

este pastor, que a Fabia enamoraba,

cuyo ganado por braveza fiera

de negra y roja piel campos manchaba;

sabio entre necio, lindo entre grosero;

mas pienso que decir rico bastaba:

tanto la gala en las mujeres crece,

que se compra el favor, no se merece.

Dejé con esto justamente a Fabia,

que se quejaba habiéndome ofendido;

porque quien vuelve a amar a quien le agravia

poco tiene de honrado y bien nacido.

No fue de mi temor prevención sabia

buscar para su amor tan justo olvido;

sobraba breve tiempo de por medio,

que para poco amor, poco remedio.

Mas cuando fuera yo la quinta esencia

de cuanto amor de ovidio enseña el arte,

y tuviera la pena en competencia,

que tuvieron por Venus, Febo y Marte

o a Elisa del Troyano dio la ausencia,

o a Ifis los desdenes de Anaxarte,

o la que al tracio amante aun hoy espanta,

que llora Progne y Filomena canta.

Bastaba para olvido solamente

volver sus dulces ojos a mirarme

la divina Amarilis, accidente

que pudo a un tiempo helarme y abrasarme,

tanto, que a ser posible que lo intente

del alma, que di a Fabia, desnudarme,

le diera un alma nueva a su despecho,

que no hubiera servido en otro pecho.

Mas Fabia con deseo de venganza,

¡duro animal es la mujer con ella!,

mi vida, mi remedio, mi esperanza

como caballo indómito atropella.

Por castigar mi súbita mudanza,

y con envidia de Amarilis bella

corrió celosa, y no miró arrogante

cuantos brillar aceros vio delante.

Tal suele furibundo en tempestades

arroyo formidable intempestivo

ya de montes bajar, ya de ciudades

con turbulento horror y orgullo altivo,

que destruyendo viñas y heredades,

voltea entre las aguas vengativo

pedazos de cabañas y de aceñas,

abriendo calles, y lavando peñas.

En fin con los hechizos que sabía,

y un pastor extranjero le enseñaba,

que en la luna caracteres ponía,

los espíritus fieros invocaba,

las bellas luces, donde yo me vía,

y en los hermosos ojos respetaba

de Amarilis el sol, cegó de suerte,

que se pudo vengar de Amor la muerte.

Cuando yo vi mis luces eclipsarse,

cuando yo vi mi sol oscurecerse

mis verdes esmeraldas enlutarse

y mis puras estrellas esconderse,

no puede mi desdicha ponderarse,

ni mi grave dolor encarecerse,

ni puede aquí sin lágrimas decirse

cómo se fue mi sol al despedirse.

Los ojos de los dos tanto sintieron,

que no sé cuáles más se lastimaron,

los que en ella cegaron, o en mí vieron,

ni aun sabe el mismo Amor lo que cegaron,

aunque sola su luz oscurecieron,

que en los demás bellísimos quedaron,

pareciendo al mirarlos que mentían,

pues mataban de amor lo que no vían.

Cual suele enamorar la fantasía

retrato que no sabe que enamora,

y cuanto al vivo original le fía,

con mudas luces el pintado ignora,

o como en el crepúsculo del día

por hermosuras sobre flores llora

el alba, sin saber que las aumenta,

abre, colora, pinta y alimenta.

Pasó al principio con prudencia cana

en tanta juventud verse sin ojos,

tan ninfa, tan gentil, cuanto la humana

belleza dio mortales a despojos.

Cuatro veces el sol en oro y grana

pasados del hibierno los enojos,

bañó la piel del frigio vellocino,

sin replicar a su fatal destino.

No pude yo, que a la tristeza mía

aquel consuelo de Antipatro niego,

que dijo que la noche dar podría

algún deleite al que estuviese ciego;

ni menos a imprimir tuve osadía,

cuando a la estampa de sus ojos llego,

mi vista en ellos, porque no admitiera

peregrina impresión su hermosa esfera.

Ojos, decía yo, si yo decía

lo que el alma a singultos me dictaba,

¿cómo sufrió tanto rigor el día,

que luz de vuestra luz participaba?

De Psiches fue mi loca fantasía,

que ver vuestra belleza imaginaba,

pues vi, mis ojos, cuando a veros llego,

al sol dormido, y a Cupido ciego.

Así estaba el Amor, y así la miro

ciega y hermosa, y con morir por ella,

con lástima de verla me retiro,

por no mirar sin luz alma tan bella.

Difunto tiene un sol, por quien suspiro,

cada esmeralda de su verde estrella,

ya no me da con el mirar desvelos,

seré el primero yo que amó sin celos.

No luce la esmeralda, si engastada

le falta dentro la dorada hoja,

porque de aquella luz reverberada

más puros rayos transparente arroja;

así en mis verdes ojos eclipsada

dentro la luz, que Fabia le despoja,

aunque eran esmeraldas, no tenían

el alma de oro, con que ver podían.

Ahora sí que Amor es ciego, ahora,

si tirarse, a ninguno acertaría,

ahora sí que sois, dulce señora,

ciega de amor, pues que mi amor os guía;

cantad, pues que sabéis, lo que amor llora,

que es vuestra pena y la desdicha mía,

tendrá dos aves esta selva amena,

sin ojos vos, sin lengua Filomena.

«....»

Pensaba yo con ésta que no hubiera

desdicha que a la nuestra se igualara,

cuando Fabia cruel intenta fiera

del alma oscurecer la lumbre clara.

Es el entendimiento la primera

luz que la entiende, y voz que la declara,

es su vista y sus ojos, ¿pues qué intento

más fiero, que cegar su entendimiento?

Cuando a Amarilis vi sin él, pastores,

pues que no le perdí, no os encarezca

mis lágrimas, mis penas, mis dolores,

pues no es razón que crédito merezca.

Ejemplo puede ser mi amor de amores,

pues quiere amor que más se aumente y crezca

que si en amar defectos se merece,

ese es amor que en las desdichas crece.

¿Quién creyera que tanta mansedumbre

en tan súbita furia prorrumpiera?;

pero faltando la una y la otra lumbre

de cuerpo y alma, ¿qué otro bien se espera?

Que en no habiendo razón que el alma alumbre

ni vista al cuerpo en una y otra esfera,

sólo pudo quedar lo que se nombra

de viviente mortal cadáver sombra.

Aquella que, gallarda, se prendía

y de tan ricas galas se preciaba,

que a la Aurora de espejo le servía,

y en la luz de sus ojos se tocaba,

curiosa, los vestidos deshacía,

y otras veces, estúpida, imitaba,

el cuerpo en hielo, en éxtasis la mente,

un bello mármol de escultor valiente.

Como después de muerta Polixena

sobre el sepulcro del vengado Aquiles,

bañando el mármol la purpúrea vena,

indigna hazaña de ánimos gentiles,

Hécuba triste maldiciendo a Helena,

y la venganza de los griegos viles,

las selvas asombraba con feroces

ansias, vertiendo el alma entre las voces,

así por nuestros montes discurría,

hiriendo a voces los turbados vientos,

aquella cuya voz, cuya armonía

cantando suspendió los elementos.

Furiosa pitonisa parecía

en los mismos furores, cuando atentos

esperaba de Febo las funestas

o alegres siempre equívocas respuestas.

Las aves, campos, flores y arboledas,

que primero la oyeron, repitiendo

los ecos de su voz, las altas ruedas,

por donde forma el Tajo dulce estruendo,

apenas pueden detenerse quedas,

como entonces oyendo, ahora huyendo,

solo la escucho yo, solo la adoro,

y de lo que padece me enamoro.

Las diligencias finalmente fueron

tantas para curar tan fieros males,

que la vista del alma le volvieron,

que penetra los orbes celestiales:

cuando mis ojos a Amarilis vieron,

juzgando yo sus penas inmortales,

con libre entendimiento, gusto y brío,

roguéle a Amor que me dejase el mío.

Salía el sol del pez Austral, que argenta

las escamas de nieve, al tiempo cuando

cuerda Amarilis a vivir se alienta,

los campos, no los celos, alegrando;

a la estampa del pie la selva atenta,

campanillas azules esmaltando,

parece que aun en flores pretendía

tocar a regocijo y alegría.

Trinaban los alegres ruiseñores,

y los cristales de las claras fuentes

jugaban por la margen con las flores,

que bordaban esmaltes diferentes;

mirábanse los árboles mayores

de suerte en la inquietud de las corrientes,

que el aire, aunque eran sombras, parecía

que debajo del agua los movía.

Por ver el pie, con que las flores pisa,

saltaban los corderos por el llano,

ella les daba sal con dulce risa

en el marfil de su graciosa mano,

en la corteza de los olmos lisa,

ingenio singular, compuso Albano

floridos epigramas, no vulgares,

que era poeta de los doce Pares.

De mí no digo, porque siempre he sido

humilde profesor de mi ignorancia,

no como algunos, que han introducido

sacar ejecutoria a su arrogancia;

y siendo genio Amor de mi sentido,

mirando más la fe que la elegancia,

compuse versos, que con lengua pura

Castilla y la verdad llaman cultura.

Mas como el bien no dura, y en llegando

de su breve partida desengaña,

huésped de un día, pájaro volando,

que pasa de la propia a tierra extraña,

no eran pasados bien dos meses, cuando

una noche al salir de mi cabaña

se despidió de mí tan tiernamente,

como si fuera para estar ausente.

«Elisio, caro amigo, me decía,

lo que has hecho por mí te pague el cielo,

con tanto amor, lealtad y cortesía,

fe limpia, verdad pura, honesto celo».

«¿Qué causa, dije yo, señora mía,

qué accidente, qué intento, qué desvelo

te obliga a despedirtne desta suerte,

si tengo de volver tan presto a verte?».

«Siempre con esta pena me desvío

de ti», me respondió; ¿mas quién pensara,

que el alba de sus ojos en rocío

tan tierno a media noche me bañara?

«Adiós, dijo llorando, Elisio mío...»

«Espera, respondí, mi prenda cara».

No pudo responder, que con el llanto

callando habló, mas nunca dijo tanto.

Yo triste aquella noche infortunada,

principio de mi mal, fin de mi vida,

dormí con la memoria fatigada,

si hay parte que del alma esté dormida;

mas cuando de diamantes coronada,

en su carroza de temor vestida,

mandaba al sueño que esparciese luego

cuidado al vicio, a la virtud sosiego,

suelto el cabello, desgreñado y yerto,

medio desnuda, Lícida me nombra,

pastora de Amarilis, yo despierto,

y pienso que es de mi cuidado sombra.

Si a pintaros a Lícida no acierto,

no os espantéis, porque aun aquí me asombra

«Tu bien se muere, dijo, Elisio, advierte,

que está tu vida en brazos de la muerte».

«No puede ser, le dije, pues yo vivo»;

y mal vestido parto a su cabaña.

Pastores, perdonad, si el excesivo

dolor en tiernas lágrimas me baña.

Apenas el estruendo compasivo,

y el dudoso temor me desengaña,

cuando me puso un miedo en cada pelo

el triste horror, y en cada poro un hielo.

Como entre el humo y poderosa llama

del emprendido fuego discurriendo

sin orden, éste ayuda, aquél derrama

el agua antes del fuego, el fuego huyendo;

o como en monte va de rama en rama

con estallidos fieros repitiendo

quejas de los arroyos, que quisieran

que se acercaran, y favor les dieran,

en no menos rigor turbados miro

de Amarilis pastoras y vaqueros,

y ella expirando, ¡ay Dios!, ¿cómo no expiro

osando referir males tan fieros?

Estaban en el último suspiro

aquellos dos clarísimos luceros,

mas sin faltar hasta morir hermosa

nieve al jazmín, ni púrpura a la rosa.

Llego a la cama, la color perdida

y en la arteria vocal la voz suspensa,

que apenas pude ver restituida

por la grandeza de la pena inmensa;

pensé morir viendo morir mi vida,

pero mientras salir el alma piensa,

vi que las hojas del clavel movía,

y detúvose a ver qué me decía.

¡Mas ay de mí!, que fue para engañarme,

para morirse, sin que yo muriese,

o para no tener culpa en matarme,

porque aun allí su amor se conociese;

tomé su mano en fin para esforzarme,

mas como ya dos veces nieve fuese,

templó en mi boca aquel ardiente fuego,

y en un golfo de lágrimas me anego.

Como suelen morir fogosos tiros,

resplandeciendo por el aire vano

de las centellas que en ardientes giros

resultan de la fragua de Vulcano,

así quedaban muertos mis suspiros

entre la nieve de su helada mano;

así me halló la luz, si ser podía

que, muerto ya mi sol, me hallase el día.

Salgo de allí con erizado espanto

corriendo el valle, el soto, el prado, el monte

dando materia de dolor a cuanto

ya madrugaba el sol por su horizonte.

«Pastores, aves, fieras, haced llanto,

ninguno de la selva se remonte»,

iba diciendo; y a mi voz, turbados,

secábanse las fuentes y los prados.

No quedó sin llorar pájaro en nido,

pez en el agua, ni en el monte fiera,

flor que a su pie debiese haber nacido,

cuando fue de sus prados primavera;

lloró cuanto es amor, hasta el olvido

a amar volvió porque llorar pudiera,

y es la locura de mi amor tan fuerte,

que pienso que lloró también la muerte.

Bien sé, pastores, que estaréis diciendo

entre vosotros que es mi amor locura,

tantas veces en vano repitiendo

su desdicha fatal y su hermosura;

yo mismo me castigo y reprehendo;

mas es mi fe tan verdadera y pura,

que cuando yo callara mis enojos,

lágrimas fueran voz, lenguas mis ojos.

Como las blancas y encarnadas flores

de anticipado almendro por el suelo

del cierzo esparcen frígidos rigores,

así quedó Amarilis rosa y hielo.

Diez años ha que sucedió, pastores,

con su muerte mi eterno desconsuelo,

y estoy tan firme y verdadero amante

como los polos que sustenta Atlante.

AL PIE DE UN ROBLE

Al pie de un roble escarchado

donde Belardo el amante

desbarató un tosco nido

que habían tejido las aves,

de breves pasadas glorias,

de presentes largos males,

así se queja diciendo:

quien tal hace, que tal pague.

La bella Filis un día,

al tiempo que el sol esparce

sus rayos por todo el suelo,

dorando montes y valles,

sintiendo que el corazón

se le divide en dos partes,

así el [lo] mesmo decía:

quien tal hace, que tal pague.

Hice a los desdenes guerra,

guerra desdenes me hacen;

maté a Belardo con celos,

celos es bien que me maten.

No atendí siendo llamada,

agora no me oye nadie;

con justa causa padezco:

quien tal hace, que tal pague.

Desamé a Belardo un tiempo,

y el amor para vengarse,

quiere que le quiera agora,

y que él me olvide y desame.

Dejadme, pasiones frescas,

frescas pasiones, dejadme

vivir para que publique:

quien tal hace, que tal pague.

No le da pena el rigor

del frío tiempo que hace,

que el fuego de amor la ampara

que dentro en su pecho nace.

Dando de coraje voces,

que revienta de coraje,

dice por momentos Filis:

quien tal hace, que tal pague.

¿Do está, Belardo, la fe

que prometiste guardarme?

más yo la quebré primero,

tú puedes de mí quejarte.

Diste primero en quererme,

yo primero en olvidarte,

tú harta disculpa tienes:

quien tal hace, que tal pague.

Sacó del seno un papel

y con mil ansias le abre,

y antes de leerle todo

le arruga, rompe y deshace

diciendo: «Yo soy la causa,

no tengo de quién quejarme,

quien dio la causa revienta:

quien tal hace, que tal pague».

AMADA PASTORA MIA

Amada pastora mía,

tus descuidos me maltratan,

tus desdenes me fatigan,

tus sinrazones me matan.

A la noche me aborreces

y quiéresme a la mañana;

ya te ofendo a medio día,

ya por la tarde me llamas;

agora dices que quieres,

y luego que te burlabas,

ya ríes mis tibias obras,

ya lloras por mis palabras.

Cuando te dan pena celos

estás más contenta y cantas;

y cuando estoy más seguro

parece que te desgracias.

A mi amigo me maldices

y a mi enemigo me alabas;

si no te veo me buscas,

y si te busco te enfadas.

Partíme una vez de ti,

lloraste mi ausencia larga,

y agora que estoy contigo

con la tuya me amenazas.

Sin mar ni montes en medio,

sin peligro ni sin guardas,

mar, montes y guardas tienes

con una palabra airada.

Las paredes de tu choza

me parecen de montaña,

un mar el llegar a vellas

y mil gracias tus desgracias.

Como tienes en un punto

el amor y la mudanza,

pero bien le pintan niño,

poca vista y muchas alas.

Si Filis te ha dado celos,

el tiempo te desengaña,

que como ella quiere a uno

pudo por otra dejalla.

Si el aldea lo murmura,

siempre la gente se engaña,

y es mejor que tú me quieras

aunque ella tenga la fama.

Con esto me pones miedo

y me celas y amenazas:

si lloras, ¿cómo aborreces?

y si burlas, ¿ cómo amas ?

Esto Belardo decía

hablando con una carta,

sentado al pie de un olivo

que el dorado Tajo baña.

LO QUE HICIERA PARIS SI VIERA A JUANA

Como si fuera cándida escultura

en lustroso marfil de Bonarrota,

a Paris pide Venus en pelota

la debida manzana a su hermosura.

En perspectiva Palas su figura

muestra por más honesta, más remota;

Juno sus altos méritos acota

en parte de la selva más escura;

pero el pastor a Venus la manzana

de oro le rinde, más galán que honesto,

aunque saliera su esperanza vana.

Pues cuarta diosa en el discorde puesto,

no sólo a ti te diera, hermosa Juana,

una manzana, pero todo un cesto.

DESEANDO ESTAR DENTRO

Deseando estar dentro de vos propia,

Lucinda, para ver si soy querido,

miré ese rostro que del cielo ha sido

con estrellas y sol natural copia;

y conociendo su bajeza impropia,

vime de luz y resplandor vestido,

en vuestro sol como Faetón perdido,

cuando abrasó los campos de Etiopia,

Ya cerca de morir dije: «Tenéos,

deseos locos, pues lo fuistes tanto,

siendo tan desiguales los empleos».

Mas fue el castigo, para más espanto,

dos contrarios, dos muertes, dos deseos,

pues muero en fuego y me deshago en llanto.

ESO ES AMOR, QUIEN LO PROBO LO SABE

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

DICE EL MES EN QUE SE ENAMORÓ

Érase el mes de más hermosos días,

y por quien más los campos entretienen,

señora, cuando os vi, para que penen

tantas necias de Amor filaterías.

Imposibles esperan mis porfías,

que como los favores se detienen,

vos triunfaréis cruel, pues a ser vienen

las glorias vuestras, y las penas mías.

No salió malo este versillo octavo,

ninguna de las musas se alborote

si antes del fin el sonetazo alabo.

Ya saco la sentencia del cogote,

pero si como pienso no le acabo,

echárele después un estrambote.

A UNA CALAVERA

Esta cabeza, cuando viva, tuvo

sobre la arquitectura destos huesos

carne y cabellos, por quien fueron presos

los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,

marchita ya con tan helados besos,

aquí los ojos de esmeralda impresos,

color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía

el principio de todo el movimiento,

aquí de las potencias la armonía.

¡oh hermosura mortal, cometa al viento!,

¿dónde tan alta presunción vivía,

desprecian los gusanos aposento?

ENCARECE SU AMOR PARA OBLIGARLE A SU DAMA

          A QUE LO PREMIE

Juana, mi amor me tiene en tal estado,

que no os puedo mirar, cuando no os veo;

ni escribo ni manduco ni paseo,

entretanto que duermo sin cuidado.

Por no tener dineros no he comprado

(¡oh Amor cruel!) ni manta, ni manteo,

tan vivo me derrienga mi deseo

en la concha de Venus amarrado.

De Garcilaso es este verso, Juana;

todos hurtan, paciencia, yo os le ofrezco;

mas volviendo a mi amor, dulce tirana,

tanto en morir y en esperar merezco,

que siento más el verme sin sotana,

que cuanto fiero mal por vos padezco.

QUE AL AMOR VERDADERO NO LE OLVIDAN

          EL TIEMPO, NI LA MUERTE,

             ESCRIBE EN SESO

Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa,

sin dejarme vivir, vive serena

aquella luz que fue mi gloria y pena,

y me hace guerra cuando en paz reposa.

Tan vivo está el jazmín, la pura rosa,

que blandamente ardiendo en azucena

me abrasa el alma de memorias llena,

ceniza de su fénix amorosa.

¡Oh memoria cruel de mis enojos!,

¿qué honor te puede dar mi sentimiento,

en polvo convertidos sus despojos?

Permíteme callar sólo un momento,

que ya no tienen lágrimas mis ojos,

ni concetos de amor mi pensamiento.

A MIS SOLEDADES VOY

A mis soledades voy,

de mis soledades vengo,

porque para andar conmigo

me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea

donde vivo y donde muero,

que con venir de mí mismo,

no puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,

y solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento;

que humildad y necedad

no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,

porque en él y en mí contemplo

su locura en su arrogancia,

mi humildad en mi desprecio.

O sabe naturaleza

más que supo en este tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos,

«Sólo sé que no sé nada»,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad,

adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,

de desdichado me precio;

que los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,

porque dicen, y lo creo,

que suena a vidrio quebrado

y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio

ver que todos le perdemos,

unos por carta de más,

otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente

se fue la verdad al cielo;

tal la pusieron los hombres,

que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos

los propios y los ajenos:

la de plata los estraños,

y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,

si es español verdadero,

ver los hombres a lo antiguo

y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos,

y quéjanse de los precios,

de medio arriba romanos,

de medio abajo romeros.

Dijo Dios que comería

su pan el hombre primero

en el sudor de su cara

por quebrar su mandamiento;

y algunos, inobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efectos.

Virtud y filosofía

peregrinan como ciegos;

el uno se lleva al otro,

llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento,

la mejor vida el favor,

la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces

haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros,

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua

que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo!

Porque solamente en ellos

de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños.

Fea pintan a la envidia;

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas ni cuentos,

cuando quieren escribir,

piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones ni pleitos;

ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca, como yo, firmaron

parabién, ni Pascuas dieron.

Con esta envidia que digo,

y lo que paso en silencio,

a mis soledades voy,

de mis soledades vengo.

 

                                                                                           Continuará...

 

                                                                                                    © 2021 JAVIER DE LUCAS