ADIOS PSICOANALISIS

 

¿PERO TODAVIA QUEDAN PSICOANALISTAS?

Supongamos que usted se encuentra con una amiga a la que no ha visto desde hace algún tiempo y que le dice estar muy contenta porque ha encontrado trabajo como cajera en un supermercado. El sueldo es bueno y el primer mes se ha comprado un móvil de última generación. Seguramente usted se alegrará de esa información y no la pondrá en duda. Pero imaginemos que su amiga le dice que con su primer sueldo como cajera se ha comprado no un iPad sino un piso de lujo en la zona más cara de la ciudad. Esta afirmación, sin duda, le dejará perplejo, aunque no tuviese ningún interés en dudar de la palabra de su amiga. Al menos le pedirá más información, o incluso dudará de haber entendido bien lo que quería decirle… Simplemente, solemos creer las afirmaciones que no contradicen nuestro conocimiento general del mundo. No requerimos pruebas especiales para creerlas. Pero el sentido común nos dicta que, si alguien hace una afirmación extraordinaria, algo que realmente cambia nuestra concepción del mundo, debemos solicitar pruebas tan extraordinarias como la propia afirmación. Por ejemplo, si alguien nos dice que el sueldo mensual de una cajera de supermercado puede pagar el valor total de un piso de lujo nos costará creerlo, a menos que nos lo demuestre de forma muy palpable.

El psicoanálisis está repleto de afirmaciones extraordinarias. Freud nos dice cosas como que los bebés tienen una vida sexual muy activa, o que la mayor parte de los niños a la edad en que empiezan a acudir al colegio están enamorados de sus madres y desean matar a sus padres,o que las niñas envidian el pene y los niños temen ser castrados. Se trata de afirmaciones realmente extraordinarias. Y desde luego, las cosas extraordinarias son más interesantes que los descubrimientos cotidianos: por esta razón Freud se convirtió en el psiquiatra más famoso de todos los tiempos (a pesar de que su especialidad era la neurología). Así, decir que la Tierra gira alrededor del Sol y no a la inversa debió de ser en algún momento una afirmación extraordinaria, y los científicos que la demostraron y lo hicieron de forma inequívoca han pasado a la historia.

Muchas personas creen que las afirmaciones del psicoanálisis pertenecen al campo de la ciencia y que debemos creerlas, por extraordinarias que nos resulten, porque han sido científicamente demostradas. Sin embargo, ni Freud ni sus seguidores demostraron jamás ese tipo de afirmaciones, ni con pruebas extraordinarias ni con indicios relativamente razonables. El psicoanálisis ha lanzado al mundo las ideas tal vez más sorprendentes sobre la psicología humana, pero no lo ha hecho tras considerarlas probadas. En este artículo daré argumentos al lector para mostrar que no hay razones para creer que las afirmaciones del psicoanálisis sean ciertas. Estas afirmaciones son a veces simplemente falsas y otras simplemente indemostrables.

BREVE HISTORIA DE LO QUE NO ES CIENCIA

Probablemente usted ha oído alguna vez el enunciado de algún principio científico o ley. Por ejemplo, el principio de Arquímedes es uno de los más conocidos y puede enunciarse, más o menos, en estos términos: un cuerposumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido que desaloja. Los principios científicos acotan el número de explicaciones posibles para un fenómeno determinado y eligen una de ellas. Por ejemplo, Arquímedes podría haber enunciado su famoso principio de la siguiente manera: un cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical u horizontal, hacia arriba o hacia abajo, o puede ser que no experimente empuje alguno y también que dicho empuje tenga relación con la cantidad de fluido desalojado o no. Nadie podrá decir que este segundo enunciado del principio de Arquímedes sea falso. Al menos, no podrá serlo si es verdadero el principio original, puesto que este segundo principio se cumple en todas las situaciones en que lo hace el original y en muchas otras. Es decir, lo que podríamos llamar el «principio ambiguo de Arquímedes» podría explicar más situaciones o más estados del mundo que el principio original. ¿Por qué debemos preferir entonces la formulación de Arquímedes? Precisamente porque no todos los fenómenos concuerdan con la explicación, sino que el principio establece cuáles deberían satisfacerlo y cuáles no.

Una de las críticas realizadas más frecuentemente al psicoanálisis es precisamente que dicha disciplina no hace lo que el principio original deArquímedes, sino lo que el «principio ambiguo». El psicoanálisis no exhibe la valentía que debe caracterizar a las teorías científicas, que deben estar dispuestas siempre a que los datos las contradigan. El psicoanálisis se escuda, por el contrario, en tal cantidad de principios que evita la posibilidad de definir el conjunto de observaciones que demostraría su falsedad. Según el psicoanálisis, hay personas que en cierto momento de su infancia mantuvieron una curiosa relación con el cuarto de baño, el cual usaban para buscar el placer mediante la retención y expulsión de las heces. Dicha práctica anómala era causa, y tal vez consecuencia, de ciertos desarreglos psicológicos que han de pagar el resto de su vida. Estos trastornos se advierten en el adulto por una excesiva propensión al orden, la minuciosidad, la limpieza… Los anales retentivos son esas personas que alinean cuidadosamente los bolígrafos en el escritorio, ordenan sus libros por colores y tamaños y no soportan el más mínimo desorden en sus costumbres. Si usted ha quedado con un anal retentivo a las cinco en punto, no ha de preocuparse porque pueda hacerle esperar.

Algunas investigaciones han demostrado cierta relación entre diversas características que acabamos de mencionar. Las personas ordenadas suelen ser puntuales, minuciosas, etc., pero nadie ha demostrado jamás que en ciertos momentos de su más remota infancia tuvieran una relación estrambótica con el cuarto de baño. Usted podrá preguntarse entonces cómo hace el psicoanálisis para llegar a tan extraordinaria conclusión. Podríamos plantear, tal vez, el siguiente tipo de investigación: estudiemos minuciosamente el control de esfínteres efectuado por niños de la edad prevista. En nuestra muestra habrá algunos que retengan los esfínteres más tiempo que otros (estas mediciones habrán de realizarse con los instrumentos adecuados y, en cualquier caso, el investigador no estará recién comido). Deberemos esperar unos años para comprobar si verdaderamente los niños identificados de aquella forma tienen unas características de personalidad más cercanas a la descripción propuesta por Freud que el resto de los niños de la muestra. Tras un trabajo de este tipo, y si encontrásemos la esperada relación, podríamos plantearnos sostener las afirmaciones de Freud. Pero Freud no hizo nada de esto. Para ello hubiese tenido que dedicar una considerable cantidad de esfuerzo y recursos (y también estómago) y esperar unos años a que los niños crecieran antes de publicar sus conclusiones. Pero lo más importante es que se habría arriesgado a encontrarse con que no tenía razón, es decir, tal vez no hubiese hallado relación alguna entre el control de esfínteres durante la infancia y la personalidad adulta.

La vía elegida por Freud fue mucho más rápida y efectiva para sus intereses. Bastaba con enunciar sus ideas tal como se le ocurrían o, en el mejor de los casos, fundamentarlas en observaciones clínicas de adultos. Freud jamás observó la retención anal o el complejo de Edipo: los infirió del análisis de los pacientes que acudían ya crecidos a su consulta.

FREUD ESCATOLOGICO

Hay varios problemas para considerar las observaciones clínicas realizadas por Freud como el fundamento de una teoría de la personalidad o de la mente. En primer lugar, es evidente que los pacientes que acuden voluntariamente —y pagando— a la consulta de un analista no son una muestra representativa de la población. De entrada, con seguridad tendrán algún tipo de preocupación que les lleva a acudir a la consulta. Una teoría aplicable a toda la población no puede surgir de observaciones realizadas exclusivamente sobre estas personas. En segundo lugar, las observaciones clínicas no son más que colecciones de anécdotas sobre casos particulares. En el mejor de los casos, algún paciente en el que hayamos observado un comportamiento excesivamente minucioso y ordenado nos informará sobre ciertos problemas tenidos en su infancia en relación con sus propios excrementos. Aunque éste fuera el caso, tendríamos que calcular cuántas personas exhiben ese comportamiento adulto sin tales problemas infantiles o viceversa, y cuántas otras no presentan ninguna de las dos características. Decimos que éste sería el mejor de los casos, pero ni siquiera la prueba completa así hallada podría convencernos inequívocamente de la efectividad de la teoría. Sencillamente, estaríamos pidiendo a un grupo de adultos que recuerde hechos sucedidos en etapas muy tempranas de su infancia.Además, el psicoanálisis lo hace en una situación calificable, cuando menos, de atípica para la investigación, pues una figura con poder, como el analista, puede sugerir al paciente ciertas formas de comportamiento y ciertos recuerdos.

Tal vez se pregunte si los datos clínicos han de estudiarse con igual atención en el campo del psicoanálisis que en otros ámbitos de investigación. Desde luego, los ensayos clínicos se utilizan con frecuencia en medicina. Por ejemplo, cuando va a introducirse un nuevo medicamento en el mercado se requiere la aportación de ensayos clínicos que demuestren su eficacia. Pero estos ensayosse realizan de manera muy diferente a lo que se observa en la práctica psicoanalítica. Si un laboratorio quiere comercializar el compuesto químico X en forma de pastillas para el dolor de cabeza, deberá aportar ensayos clínicos en los que la eficacia de dicho compuesto se compare, al menos, con otras pastillas que tengan el mismo aspecto pero que carezcan del principio activo X (lo que se llama un control placebo). En algunos casos, se puede incluir en la comparación otros medicamentos que ya están comercializados para curar el mismo problema. Pero, además, es muy importante que se lleve a cabo un procedimiento en el que ni el paciente sometido al tratamiento o al placebo, ni el propio médico que administra el medicamento sepan si lo que está tomando y administrando contiene o no el principio activo (lo que se conoce como procedimiento de doble ciego).

Nada parecido a esto se da en el psicoanálisis. El psicoanalista carece de grupo de control sin tratamiento y, por supuesto, conoce perfectamente las hipótesis que desea comprobar antes de someterlas a prueba. Este conocimiento previo puede llevar con frecuencia al analista a buscar pruebas que confirmen las propias hipótesis. Numerosos estudios realizados en psicología han demostrado esta tendencia humana a la confirmación. Si un analista encuentra en un paciente ciertos rasgos relacionados con la personalidad anal retentiva tenderá a buscar otros que le confirmen su diagnóstico más que a fijarse en aspectos que podrían hacerle desechar su primera impresión. En este sentido, el psicoanalista tiene un comportamiento más parecido al de un curandero o un echador de cartas que al de un científico.

La tendencia a la confirmación parece ser una inclinación natural en el ser humano. No debemos suponer que los psicoanalistas están exentos de ella; no los criticamos por eso. Es natural que, a la hora de contrastar hipótesis, las personas empecemos dándolas por ciertas y buscando pruebas que las confirmen, en lugar de fijarnos en los casos que van en contra de tales hipótesis o demuestran su falsedad. Si las personas tuviéramos siempre una racionalidad impecable, tal vez el método científico no fuese necesario porque, al fin y al cabo, equivaldría al sentido común. Sin embargo, al no ser así, el método sirve para establecer las condiciones en que debemos comprobar los enunciados antes de sacar las conclusiones.

Por ejemplo, si alguien piensa que una determinada marca de champú es buena para su cabello basándose, por ejemplo, en la publicidad o el prestigio de una marca, acudirá a comprar ese champú. Si le va bien, es muy probable que lo siga comprando y que piense que es el champú más adecuado para su cabello. No es probable que esta persona busque lo contrario probando las demás marcas de champú, y tampoco debemos esperar que lo haga. Sin embargo, su conclusión sobre la calidad del champú no puede considerarse científica. Es posible que otras marcas que no ha probado sean mejores, e incluso más baratas. No podemos ser perfectamente racionales en todas nuestras decisiones y, por lo mismo, nadie se considera un científico en todos los campos del saber y en todos sus comportamientos cotidianos.

Precisamente por ello, el método científico sirve para evitar que en el campo de la ciencia se produzcan los mismos errores que cualquier persona comete en su vida cotidiana. Por el contrario, la teoría psicoanalítica parece especialmente diseñada para fomentar la tendencia natural a la confirmación más que para intentar prevenirla. Pensemos en los mecanismos de defensa del Yo que le permiten a éste enfrentarse a los conflictos cotidianos. Podríamos decir que estos mecanismos son también defensores de la propia teoría psicoanalítica y permiten a los analistas enfrentarse a los conflictos teóricos que les pueden surgir en su práctica clínica.

Supongamos que un analista tiene la hipótesis de que un paciente suyo sufre precisamente de un trastorno anal retentivo de la personalidad. Dada esta situación, puede tratar de confirmar su diagnóstico preguntando al paciente, por ejemplo, si se considera una persona extremadamente ordenada. Desde luego, si el paciente responde afirmativamente, el analista dará por confirmado el diagnóstico pero, contra lo que dictaría el sentido común a la mayor parte de las personas (al menos a las que no han recibido instrucción psicoanalítica), si el paciente lo negase es posible que el analista diese también por confirmado el diagnóstico. Esto se debe a que la negación del síntoma puede haber sido motivada por la represión, uno de los mecanismos de defensa del Yo —y del psicoanálisis—. Podría suceder también que el paciente dijese: «Yo no, pero mi mujer sí es extremadamente ordenada», en cuyo caso el analista podría recurrir al mecanismo de defensa de proyección para salvaguardar su diagnóstico, y así puede actuar ante casi cualquier respuesta que reciba por parte del paciente. Si el método científico ha surgido especialmente para evitar la propensión humana a dejarse llevar por ciertos engaños e ideas previas, el método psicoanalítico parece haber surgido para fomentar dicha tendencia.

Una consecuencia de esta manera de proceder es que las hipótesis psicoanalíticas tienen un ámbito de comprobación muy amplio: no es infrecuente que una observación y su contraria vengan a confirmar incluso la misma hipótesis. Además, el propio afán confirmatorio que todos padecemos nos lleva a interpretar las afirmaciones amplias y generales como si fuesen muy específicas. En psicología se conoce este fenómeno como efecto Barnum y es el que explica, por ejemplo, que las descripciones vagas y ambiguas que suele hacer la astrología nos parezcan, a veces, descripciones exactas de nuestra personalidad. Para darnos cuenta de que no se nos está diciendo nada si alguien nos dice: «Es usted una persona sensible que unas veces se encuentra de mejor humor que otras», tenemos que pensarlo dos veces. De igual forma, un psicoanalista podrá encontrar indicios de complejo de Edipo en un hombre que manifiesta querer mucho a su madre u odiarla, haber sentido atracción por ella o repugnancia, etc. Es decir, prácticamente cualquier información confirma la existencia del complejo y ninguna demuestra su inexistencia.

Desde luego, no es así como se forma el conocimiento científico. Tal vez Freud tuvo buenas intuiciones que dieron lugar a párrafos coherentes, e incluso brillantes, pero eso no las convierte en teorías científicas. La ciencia se caracteriza por la provisionalidad de las teorías. Cualquier científico tiene en su mano elementos para refutar una teoría en su campo de especialización. Por el contrario, la intención de los psicoanalistas parece ser que nadie pueda refutar sus teorías, ni como un todo ni en alguna de sus partes. A pesar de ello, algunas propuestas del psicoanálisis parecen susceptibles de contrastación empírica y muchas han sido, efectivamente, sometidas a prueba. Sin embargo, la respuesta del psicoanálisis ha sido generalmente recurrir a sus propios mecanismos de defensa; respuestas del tipo: «Pero eso no es verdadero psicoanálisis». Este tipo de respuestasrecuerdan el «argumento del verdadero escocés» que podemos ejemplificar en este diálogo:

—El whisky no se debe tomar con hielo porque los escoceses no lo toman con hielo.

—Pues yo tengo un amigo escocés que siempre bebe el whisky con hielo.

—Bueno, pero un «verdadero escocés» nunca tomaría el whisky con hielo.

En este argumento, el «verdadero escocés» se define por su tendencia a beber el whisky sin hielo, y esta tendencia se ve corroborada por la existencia de esos «verdaderos escoceses» definidos por ella: es decir, el argumento es claramente circular. Este tipo de argumentos es muy frecuente en el psicoanálisis; es consecuencia, normalmente, de que tanto los datos como sus explicaciones provienen de la misma situación: la situación clínica analítica. Si un psicólogo científico pretende investigar, por ejemplo, el efecto del autoritarismo paterno sobre el comportamiento de los hijos, tratará de medir, por una parte, dicho autoritarismo en los padres y, por otra, el estilo del comportamiento de los hijos. Una vez medidas independientemente ambas cosas podrá determinar si existe o no la relación predicha. Pero un psicoanalista enfrentado al mismo problema analizará generalmente sólo a una de las partes (por ejemplo, al hijo) e inferirá del mismo conjunto de observaciones tanto los problemas del hijo como el presunto autoritarismo paterno. Esta forma de proceder conduce continuamente a la circularidad: el propio Freud explicó a veces sus fracasos terapéuticos por una necesidad del paciente de estar enfermo. Dicha necesidad, desde luego, la había identificado él mismo a partir de su fracaso terapéutico.

PSICOANALISIS, OTRA PSEUDOCIENCIA MAS

El filósofo Mario Bunge no duda en incluir el psicoanálisis entre sus ejemplos favoritos de pseudociencias —es decir, falsas ciencias— junto a la astrología, el creacionismo, la urología, etc. Como esas otras pseudociencias, el psicoanálisis reúne las características de ser, en sus palabras, «un montón de macanas que se vende como ciencia». Entre esas características incluye las siguientes: invocar entes inaccesibles como el Superyó; no poner a prueba sus especulaciones (no existen laboratorios psicoanalíticos); ser dogmático (es decir, no cambia sus planteamientos teóricos a partir de datos adversos); rechazar la crítica; mantener ideas incompatibles con algunos de los principios más seguros de la ciencia (por ejemplo, según el psicoanálisis, la forma en que se adquieren las neurosis viola las leyes de aprendizaje más claramente constatadas, no sólo en la especie humana sino en muchas otras); no interactuar con las ciencias realmente existentes (no muestra interés por los resultados de la psicología experimental, y sus supuestos hallazgos no se publican en revistas científicas que sigan criterios estrictos); y no requerir un largo aprendizaje (para decir que la búsqueda del placer obedece al «principio del placer» no son necesarios largos estudios psicobiológicos).

Algunos "eminentes" psicoanalistas han respondido a argumentos como los anteriores afirmando que el psicoanálisis posee una naturaleza distinta de las disciplinas científicas y no tiene por qué someterse a sus reglas y métodos. A pesar de haber tenido una formación científica, el propio Freud desdeñó en ocasiones los trabajos experimentales sobre conceptos psicoanalíticos que llegaron a sus manos. Su planteamiento era que poco podía aportar ese tipo de trabajo al conocimiento del psicoanálisis ya que, en sus propias palabras, «la riqueza de las observaciones sólidas sobre las cuales descansan mis afirmaciones las hacen independientes de la verificación experimental». Es como si alguien nos dijese que sus sólidas observaciones le hacen concluir que un kilo de madera pesa menos que un kilo de hierro, lo que hace su afirmación independiente de la báscula.

Si Freud hubiese pretendido que las aportaciones de su trabajo se valorasen exclusivamente en el ámbito de la literatura, nada tendría la ciencia que objetar. De hecho, en dicho campo literario su obra fue galardonada con la concesión del prestigioso premio Goethe. Pero Freud pretendió desarrollar, y así lo han hecho los psicoanalistas posteriores a él, una teoría sobre la personalidad y la mente, y en este campo existen otras teorías que sí se someten a las restricciones del método científico. No hay por qué tratar al psicoanálisis con mayor benevolencia, y en este artículo no pretendo otra cosa que aplicar los criterios científicos a los conceptos psicoanalíticos en la misma medida que a cualquier otra propuesta psicológica.

EL PSICOANALISIS ES PELIGROSO

La sociedad del bienestar parece llevar consigo el desarrollo de cierta cultura del ocio. En estas sociedades privilegiadas son cada vez menos las horas que es necesario trabajar para asegurar el sustento. Por tanto, las gentes con tiempo libre pueden encontrar entretenimiento en muy diversas actividades: así proliferan los cursos de macramé, se venden puzzles con mayor número de piezas y hasta barcos en miniatura para montarlos. Cada cual se entretiene como puede. Tal vez el psicoanálisis no sea una teoría contrastada, y carezca de utilidad terapéutica o explicativa, pero es posible que no haga daño a nadie, y si es así puede ser que algunas personas desocupadas con inquietudes intelectuales hagan bien en dedicarse a él para matar el tiempo.

Me he referido ya a algunos problemas que pueden surgir del uso del psicoanálisis: uno de ellos es que las personas pueden abandonar otros tratamientos más eficaces para someterse a él. Se trata de un problema similar al que aqueja a las llamadas «medicinas alternativas». Aun en el caso de que no provoquen directamente efectos secundarios, pueden ser peligrosas si el paciente abandona o reduce otros tratamientos. El propio Freud confundió el diagnóstico de un cáncer abdominal con un problema histérico y empezó a tratar con psicoanálisis un problema que se hallaba obviamente fuera de su alcance. Tal vez en aquel caso la paciente hubiese muerto igualmente, pero podemos imaginar con terror a dónde puede haber llevado en otros psicoanalistas el afán verificador de sus hipótesis en casos similares, es decir, a que personas con enfermedades graves sean privadas del tratamiento requerido para someterse, en cambio, a un análisis de sus recuerdos infantiles.

Son varios los ámbitos y modos en que una rama del saber tan inestable como el psicoanálisis puede dañar todo lo que se asiente sobre ella. En primer lugar, la práctica psicoanalítica puede implantar y fomentar los falsos recuerdos en las personas, que pasarán a creer, por ejemplo, que miembros de su familia han tenido un comportamiento horrible con ellos. Desde un punto de vista más relacionado con el daño intelectual que el afectivo, tanto la crítica psicoanalítica de la literatura y el arte como sus contribuciones teóricas a las ciencias sociales, más que aportar un apoyo teórico han obstaculizado el desarrollo de esas disciplinas. En ocasiones, la crítica psicoanalítica de una obra de arte tiene más de creativo que la propia obra. Dedicaré dos apartados a tratar de demostrar que la inclusión de conceptos psicoanalíticos en disciplinas tales como la crítica literaria y de arte, la historia y las ciencias sociales, no aporta nada. Cuando se ha hecho, sólo ha servido en realidad de rémora para el desarrollo de tales disciplinas, puesto que les ha transferido las limitaciones conceptuales y la falta de rigor propias del psicoanálisis.

Por último veremos cómo el psicoanálisis ha culpabilizado sin base alguna a ciertas personas de los problemas de otras. En esto, sin duda, a las madres les ha tocado el peor papel. En general, hablaremos también de cómo las mujeres en general no han sido muy bien tratadas por el psicoanálisis.

LO RECUERDO TAN BIEN COMO SI HUBIESE PASADO

Uno de los axiomas esenciales de la teoría psicoanalítica es el concepto de represión. Supuestamente, algunos hechos de nuestras vidas son apartados de la conciencia para evitarnos sufrimientos. La represión es el más importante de los mecanismos de defensa del Yo. Para Freud y la mayor parte de los psicoanalistas, los recuerdos demasiado dolorosos son simplemente olvidados; no obstante, permanecen en nuestro inconsciente de forma que pueden aflorar en los sueños, los lapsus, etc. Esta idea de represión está directamente relacionada con el concepto de trauma: las experiencias traumáticas son reprimidas. Curiosamente, este binomio trauma-represión planteado por el psicoanálisis ha tenido un fuerte arraigo popular. A la mayoría de las personas les resulta hoy muy razonable pensar que una experiencia traumática tiende a enterrarse en alguna profunda caverna de la mente sin que sea fácil hacerla aflorar de nuevo.

Lo curioso de esta popularización es que la idea de que olvidamos las experiencias traumáticas es especialmente contraria al sentido común. Normalmente, las personas que han tenido la desgracia de experimentar situaciones particularmente desagradables indican precisamente lo contrario de lo que dice el psicoanálisis. Por ejemplo, los supervivientes de los campos de concentración tienden a decir que jamás podrán olvidar lo que allí vivieron. A menudo ese tipo de recuerdos les vuelven a la memoria sin que puedan hacer nada por evitarlo. Para su desgracia, cualquier cosa puede hacerles revivir la terrible experiencia. Es frecuente que las personas que vivieron durante la infancia hechos traumáticos, como la muerte de un ser querido, tengan esos hechos como sus primeros recuerdos. Es posible que algunas personas olviden ciertos hechos traumáticos, pero la pauta general es precisamente la contraria a la predicha por el psicoanálisis.

La profesora Loftus, una de las investigadoras más prestigiosas de la memoria humana, ha trabajado durante muchos años sobre los recuerdos. Sus estudios y los de otros autores indican que las personas que han sido víctimas de abusos sexuales los recuerdan mucho mejor que cualquier otro hecho de su vida cotidiana, y mucho mejor también de lo que les gustaría. Otras investigaciones han tratado de demostrar sin éxito las ideas freudianas de represión de los recuerdos traumáticos. Por ejemplo, en uno de esos estudios se recurrió a tres grupos de mujeres. El primero había sido víctima de violación y mostraba lo que se conoce como síndrome de estrés postraumático, es decir, respondía con extremada ansiedad ante diversas situaciones. El segundo grupo también había sufrido violación, pero no mostraba tales síntomas de estrés. El psicoanálisis supone que este grupo ha superado mejor el trauma y debe diferenciarse del primero en su capacidad para reprimir los recuerdos traumáticos. A ambos grupos se les dieron unas series de palabras, algunas de las cuales estaban relacionadas con la violación. Se les instruyó para que trataran de recordar la mitad de las palabras y para que procurasen olvidar la otra mitad. Los dos grupos, así como un grupo de control de mujeres que no había sufrido violación, recordaron las palabras que se les pidió que recordasen mejor que las que se les pidió que olvidasen pero, contra lo que predice el psicoanálisis, no hubo diferencia alguna entre los tres grupos en cuanto a si las palabras se referían o no a la violación, es decir, no hubo efecto alguno de la supuesta superación del trauma.

En otro estudio relacionado se recurrió a mujeres que decían haber recuperado recuerdos antes reprimidos sobre abuso sexual infantil, junto a mujeres que sospechaban haber reprimido tales recuerdos pero que no habían sido capaces de recuperarlos. Los resultados fueron similares a los del estudio anterior. Es decir, las mujeres que decían haber olvidado la información traumática no se diferenciaban, en su comportamiento ante las palabras relacionadas con el trauma, de las mujeres que no habían olvidado. Sus respuestas, por tanto, no reflejaban la superación del trauma. La idea del psicoanálisis de que el recuerdo y la elaboración de los traumas sirve para superarlos no encuentra apoyo en los datos.

A pesar de esto, todos hemos oído hablar de cómo el psicoanálisis es capaz de sacar a la conciencia cosas que las personas habían olvidado. En realidad, éste es uno de los principales objetivos de la práctica psicoanalítica. Seguramente casi nadie recuerda haber sido víctima del complejo de Edipo, pero el psicoanálisis mantiene su existencia basándose en que dicho complejo supone una experiencia traumática que ha sido reprimida y que el análisis puede sacarlo a la luz y hacer que el paciente tenga conciencia del hecho. Como argumentaba más atrás, la represión como principal mecanismo de defensa del Yo resulta ser también el mecanismo de defensa fundamental del psicoanálisis. Si alguien no recuerda haber recorrido las etapas evolutivas planteadas por Freud, o si no es consciente de haber sufrido abusos sexuales durante la infancia pese a la opinión del analista, el error no está ni en la teoría freudiana ni en las interpretaciones del terapeuta sino que es fruto de la represión del propio paciente.

Los psicoanalistas afirman que a través de su práctica consiguen hacer aflorar los recuerdos reprimidos: los pacientes recuperan aquellos trazos perdidos de memoria, y eso es un paso fundamental para la curación de sus neurosis y para su propio autoconocimiento. Usted podrá preguntarse si el hecho de que algunas personas recuerden durante el análisis hechos que no recordaban antes constituye una prueba directa de la existencia de los recuerdos reprimidos. Investigaciones recientes en el campo de la psicología de la memoria parecen indicar lo contrario.

La idea intuitiva que tenemos sobre el funcionamiento de nuestra propia memoria es algo simplista. Pensamos en ella como una especie de almacén o disco duro del ordenador en donde guardamos una copia de nuestras experiencias pasadas. Somos conscientes, por ejemplo, de que hay cosas que olvidamos. Todos hemos sufrido por ello en los exámenes. Pero difícilmente nos damos cuenta de que hay cosas que recordamos y que nunca nos han sucedido, o al menos no de la manera en que las recordamos. La razón es que recordar es un proceso constructivo. Cada vez que rememoramos un hecho lo alteramos de alguna manera. La forma en que lo alteremos depende de diversas causas, y no todas han sido convenientemente estudiadas hasta la fecha, pero no es difícil darse cuenta de que el contexto y la finalidad con que traemos a la memoria un recuerdo influirán en sus posteriores evocaciones.

A un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos se les enseñaron unas fotografías trucadas de Disneylandia en las que aparecía el personaje de Bugs Bunny. Todos los estudiantes habían acudido durante su infancia a Disneylandia y se les preguntó con qué personajes de ficción se habían encontrado allí. Entre el 16% y el 35% (dependiendo probablemente de lo bien o mal que estaban hechas las falsificaciones) recordó haber visto en Disneylandia a Bugs Bunny. La mayor parte decía haber estrechado su mano, otros habían jugado con él e incluso alguno afirmaba haber compartido una zanahoria con el personaje. Los estudiantes a quienes no se había enseñado la foto trucada no informaron, sin embargo, de tales recuerdos. La razón es que se trataba de un recuerdo falso inducido por la manipulación fotográfica: es imposible que a Bugs Bunny le dejaran entrar en Disneylandia porque se trata de un personaje de la Warner.

LOS FALSOS RECUERDOS

Las investigaciones sobre falsos recuerdos parecen indicar que algunas de las cosas que los pacientes sometidos a psicoanálisis creen recordar podrían al menos haber sido implantadas durante el tratamiento y no ser genuinas recuperaciones de hechos olvidados. Las normas éticas de la investigación científica impiden la posibilidad de que un investigador implante artificialmente recuerdos tales como el complejo de Edipo u otras experiencias traumáticas en la mente de un sujeto. Sin embargo, se ha demostrado que puede inducirse artificialmente otro tipo de recuerdos y que la simulación de una situación terapéutica estructurada en varias sesiones es un caldo de cultivo ideal para ello.

En cierta ocasión, por ejemplo, se utilizó un cuestionario en el que aparecía camuflada una pregunta sobre si el sujeto recordaba haberse perdido en un centro comercial en torno a los cinco años (recordemos que viene a ser la época del complejo de Edipo). En el experimento se convocó para posteriores sesiones de investigación a personas que afirmaron no recordar una experiencia semejante. Se les dijo que el estudio trataba sobre cómo recordaban diferentes personas un mismo suceso. Se contactó con los familiares de los sujetos y se les pidió que recordaran sucesos de la infancia de esa persona. En ninguno de ellos aparecía, evidentemente, el hecho de que de niño se hubiera perdido en un centro comercial. Durante tres entrevistas los sujetos informaron sobre el recuerdo que tenían de los distintos hechos sometidos a investigación. Entre ellos se había camuflado la falsa historia del niño perdido en el centro comercial. En la primera entrevista ninguno dijo recordar este falso hecho. Sin embargo, en la segunda y tercera entrevistas más del 25% dijo recordarla. Y esto a pesar de que una de las opciones de respuesta era, simplemente, «no recuerdo este hecho». Algunos afirmaron, incluso, haber sido capaces de rememorar perfectamente el suceso y contaron detalles sobre la persona que les encontró y dónde estaba el centro comercial.

El estudio científico de los falsos recuerdos suele indicar que la repetición de un hecho falso puede hacernos creer que lo recordamos. Podemos imaginar que una situación terapéutica en que el analista parte de la hipótesis de que hemos sido víctima de abusos durante la infancia, y nos lo plantea de diversas formas una y otra vez, puede hacernos pensar que esos hechos sucedieron realmente. Pero, como hemos dicho, esa investigación no puede hacerse directamente por razones éticas en el contexto de un trabajo científico experimental. Tal vez quede relegada a la práctica clínica de algunos profesionales. Algo así parece haber sucedido en varias ocasiones cuando algunas personas han sido acusadas de abusar sexualmente de sus propios hijos, de amigos de éstos o de sus estudiantes, para demostrarse más tarde que esos recuerdos habían sido implantados falsamente por sus terapeutas. Un buen psicoanalista nunca puede permitir que la realidad le estropee una interpretación bien hilvanada.

En varios países existen asociaciones de víctimas de falsos recuerdos, integradas por personas que han sido acusadas de varios tipos de delitos —especialmente, de abusos sexuales— fundamentados en recuerdos ocultos «recuperados» en sesiones de psicoterapia. No sólo las personas falsamente acusadas pueden llegar a convertirse en víctimas de los falsos recuerdos. Por ejemplo, muchas mujeres que acuden a un terapeuta aquejadas de depresión pueden escuchar que el origen de su dolencia radica en los abusos de que fueron víctimas durante su infancia (generalmente, por parte de sus padres).

Curiosamente, ellas no recuerdan tales abusos pero el terapeuta insiste en que el hecho de que no los recuerden es síntoma de la virulencia que tuvieron. El propio Freud hacía hincapié en que había que mostrarse inalterable ante la resistencia del paciente a reconocer este tipo de hechos. El terapeuta debía insistir, y hoy sabemos que, si lo hacía durante varias sesiones, era muy probable que el recuerdo llegara a implantarse en el paciente aunque no respondiese a la realidad.

Algunas investigaciones parecen indicar que la interpretación de los sueños puede inducir también falsos recuerdos. Por ejemplo, un grupo de investigadores seleccionó a 50 estudiantes universitarios que habían señalado que no tenían recuerdos infantiles de haberse perdido en algún lugar público. Estos estudiantes acudieron unos días después a una sesión de psicoterapia en la que debían relatar al terapeuta algún sueño que hubieran tenido recientemente. A la mitad de estos estudiantes (elegidos al azar) el terapeuta les indicó que el sueño reflejaba la ansiedad experimentada durante su infancia al haberse perdido en algún lugar público. La mitad de los que recibieron esta información falsa afirmaron posteriormente que tenían algún recuerdo de ese hecho, a pesar de que apenas un mes antes no tenían ninguno y de que sus familiares lo desmintieron.

Más allá del laboratorio existen casos reales de personas que han llegado a «recordar», después de sesiones psicoterapéuticas (analíticas o de otro tipo), haber cometido crímenes horribles de los que eran inocentes. Es evidente que no todos los recuerdos que pueden aflorar en una sesión de psicoanálisis han de ser necesariamente falsos, pero hoy día existen, sin duda, suficientes pruebas sobre su escasa fiabilidad para que resulte muy recomendable contrastar la información obtenida por tales medios con otras que no presenten tantas deficiencias.

Por favor, psicoanálisis, ya no.

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