El libro del conocido físico Frank Tipler, "La física de la inmortalidad", llega a la provocadora conclusión de que Dios, la resurrección de los muertos, la vida eterna, no sólo son posibilidades de las leyes físicas, sino una consecuencia inevitable de estas mismas leyes. Desde las primeras páginas, Tipler asegura al lector que haya perdido a un ser querido, o que tenga miedo a la muerte: "quédese tranquilo, usted y todos vivirán de nuevo".

Frank J. Tipler es profesor de Física-matemática en la universidad de Tulane y ya había participado de este aire místico en un libro anterior, "El Principio Antrópico", junto con John D. Barrow, que se ha convertido en fuente de inspiración de la nueva generación de cristianos que reivindican la convergencia entre la ciencia actual y la religión tradicional. Sin embargo, la idea de Tipler no es original aunque él ha traído algunas novedades al asunto.

Según sus ideas, son los robots que seremos capaces de construir alrededor del próximo siglo quienes se esparcirán por todo el Universo e irán construyendo generaciones de nuevos y perfeccionados robots. Sus estimaciones indican que estos robots inteligentes habrán de poblar la Galaxia entera en aproximadamente el primer millón de años y que en unos cientos de millones de años, estos se habrán esparcido por el cúmulo de galaxias de Virgo. Por entonces, el homo sapiens habrá dejado de existir. Finalmente, en unos cuantos cientos de miles de millones de años, el Universo estará uniformemente poblado con una forma de vida extremadamente avanzada que será capaz de llevar a cabo una hazaña que está más allá de la imaginación de cualquiera (excepto quizás la de Tipler).

En ese momento, Tipler asume que la fase de contracción del Universo habrá comenzado. No debería olvidar en este punto el lector que hoy en día, la mayoría de la evidencia observacional es favorable a un Universo en eterna expansión. Pero Tipler va más allá y hace otras predicciones como la masa del quark top (cima) o la del bosón de Higgs. Pero esos datos están basados en los cálculos que han hecho otros físicos y sin relación alguna con su teoría y que, por lo visto él reinvindica como suyos.

Pero sigamos con las propuestas de Tipler. El Big Crunch (el colapso final del Universo) no es suficiente para asegurar la inmortalidad. Este colapso final debe ocurrir de una forma característica de modo que se mantenga contacto causal a través de todo el Universo y que la vida disponga de suficiente energía para su supervivencia. En otras palabras, el colapso del universo tendrá que ser cuidadosamente controlado. Ahora bien, si Tipler creyera en una mente cósmica sobrenatural controlándolo todo, él podría simplemente decir: "¡todo es posible!". Pero Tipler no se escabulle de esa forma tan trivial, sino que más bien lo hace por la vía del caos. Nos hace notar que las ecuaciones de la Relatividad General implican que el colapso del Universo será caótico, es decir, sensible a las condiciones iniciales. Y éste será el hecho esencial que utilicen las formas avanzadas de vida para controlar la manera en que se produce el colapso final del Universo. Y asumiendo que estas formas de vida puedan arreglárselas para llevar a cabo semejante labor, la vida convergerá a lo que le jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin llamaba el "Punto Omega".

Tipler asocia este Punto Omega, tal y como lo hizo Teilhard, con Dios. Como última forma de poder y conocimiento, el Punto Omega sería además el no va más del amor. Amándonos de esa manera, el Punto Omega procedería a resucitarnos a todos los humanos que hemos existido. Esto será posible gracias a una perfecta simulación computacional, denominada por Tipler emulación. Puesto que cada uno de nosotros está definido por su ADN, el Punto Omega no sólo emula aquellos seres que han existido alguna vez, sino a todos aquellos humanos posibles. Nuestras memorias se habrían disuelto tiempo atrás en la degeneración entrópica, pero el punto Omega revivirá todos esos recuerdos en un instante, y además nos permitirá vivir todas las vidas que podríamos haber vivido.

Tipler nos asegura que el Punto Omega representa en sus aspectos básicos al Dios judeo-cristiano. El Punto Omega es el Dios de los judíos quien dijo a Moisés, en hebreo: "Ehyeh Asher Ehyeh" que Tipler traduce como "Yo seré el que seré" en lugar del convencional "Yo soy el que soy". Omega es el Dios de los primeros cristianos que resucitará a los muertos en el Día del Juicio Final. Omega es el Dios del Islam, quien continuamente destruye y reconstruye el Universo y que premia a sus guerreros con el paraíso del placer total. Tipler encuentra paralelismos entre la inmortalidad del Punto Omega y la visión de la reencarnación en el Taoismo y el Hinduismo arcaico. Encuentra también que el Budismo es consistente, interpretando "nirvana" como "cielo" a pesar de su significado literal de "extinción". Y nadie mejor que Tipler para ser políticamente correcto y no encontrar también paralelismo con las religiones nativas de los primitivos americanos y africanos.

Los colegas de Tipler no han sido tan políticamente correctos en su evaluación de "La física de la inmortalidad". George Ellis comenta en la revista Nature: "éste ha sido uno de los libros más engañosos jamás escritos...una obra maestra de la pseudociencia" (Nature 371, 1994, p.115). Otros destacados científicos han calificado el libro de "espantoso" y han acusado a Tipler de escribirlo por dinero.

Después de todo esto, el libro de Tipler puede hacer pensar a los creyentes que los físicos están descubriendo aquello que ya ellos conocían y reivindicaban desde el principio de los tiempos; que le están dando la razón. Nada más lejos de la realidad. Una lectura cuidadosa nos revela que el Punto Omega es una descripción más bien materialista que espiritualista, natural más que sobrenatural. Sus resucitados no son cuerpos ni almas, son bits en un ordenador. No creo que esto sea lo que tiene en mente un creyente cuando habla de resurrección.

Pero, ¿existe alguna posibilidad de que esta visión sea una descripción correcta?. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir dentro de un millón de billones de años en el futuro?. De momento, Tipler no puede predecir que seremos resucitado en el Punto Omega. Yo no puedo predecir que no lo seremos. Quizás ya estemos viviendo en una simulación. ¿Quién sabe?. La idea de la prolongación artificial de la vida en el Universo es una idea muy hermosa que ha sido explotada de una manera un tanto ridiculizable por Tipler. Pero la verdad es que no tenemos buenas teorías sobre el futuro lejano del Universo y hay material aprovechable en las ideas de Tipler.

El Homo Cyber se está acoplando a un sistema nervioso externo: "... cuando seamos suficientes los que nos juntemos de este modo, habremos creado una nueva forma de vida… [esto] es lo que la mente humana [siempre] estuvo destinada a hacer" (Louis Rosetto, 1995).

La idea de una trama viviente multi-dimensional, o la Gran Matriz del Ciberespacio, es tan vieja como la imagen védica de "La Trama de Joyas" o la antigua metáfora del Sensorium Universal de los Archivos Akáshicos. En este mundo metafísico -a diferencia del mundo material-, una vez que la información está impresa en la memoria, "vive" virtualmente para siempre, algo como la Mente de Dios. En un complejo proceso interactivo de feedback entre el creador y la creación, la base de conocimiento del campo digital está siendo continuamente 'bajada' dentro del conocimiento humano.

Las redes digitales cruzan zonas horarias y geográficas, promoviendo otras formas de comunicarnos, comprar, vender, y aprender; generando, en un constante zumbido colmenar, "comunidades virtuales"; suscitando la emergencia de la "aldea global" anunciada por MacLuhan. Una imagen similar a la noción de "Noosfera" de Teilhard de Chardin, una supra-conciencia global emergente, conocida y experimentada por todos, que serviría como fuente ideológica a los intentos de desarrollar implicaciones más profundas para el fenómeno de la Red.

Pierre Teilhard de Chardin (1885-1955), un paleontólogo y sacerdote jesuita, trató de cruzar la investigación científica con su vocación religiosa. Teilhard hizo una misión personal de reconstruir las doctrinas cristianas más básicas desde la perspectiva de la Ciencia, utilizando la observación de la Nnaturaleza para refundar la fe cristiana y, al mismo tiempo, rehacer el mundo de la Ciencia moderna dentro de un modelo sugerido por su propia experiencia religiosa.

Sus teorías, contemporáneas al papado devoto y reaccionario de Pío X, fueron consideradas por el Vaticano como una amenaza a la integridad de la fe. Se le prohibió publicar sus libros -que no serían editados hasta después de su muerte, en 1955-, enseñar e incluso hablar públicamente sobre temas religiosos; también fue obligado a abandonar su país. Aún así, sus textos circularon informal y secretamente entre amigos y colegas, influyendo a una generación de jóvenes sacerdotes y teólogos que formaron parte de los movimientos de renovación del Vaticano II.

Teilhard sugiere que la fuente primaria de la verdad religiosa se encuentra en el mundo material, no en el magisterio de la Iglesia. La esencia de su gnosis es una compresión del Universo expresada en la Teoría de la Cosmogénesis. El Universo no es un orden estático, sino un continuo progreso, una trayectoria evolutiva continua, basada en el crecimiento o desarrollo de la conciencia hasta alcanzar un estado caracterizado por (la emergencia o dominación de) el conocimiento, la mente, y las relaciones interpersonales: la "Noosfera".

Se considera que el término Noosfera fue introducido por Edouard Le Roy en 1922. Este, al igual que el ruso Vernadsky, coincide en separar la noosfera de la geosfera (el mundo no viviente) y de la biosfera (el mundo viviente). Estas teorías darían pie a nuevos postulados evolutivos como la hipótesis Gaia de Lovelock y Margulis: el ecosistema global como súper-organismo, un todo más grande que la suma de las partes. Una teoría que fue muy conocida en los círculos teológicos, ecologistas, y pre-New Age.

El progreso de evolución cósmica no se detiene en la Noosfera, la Humanidad no es la epítome del Universo, la naturaleza converge inevitablemente hacia una oportunidad evolutiva final. Una súper-alma está por encima de nuestras almas: el Punto Omega. Según Teilhard, todos convergemos hacia ese objetivo final, el punto natural de convergencia y de acceso a la unificación creativa con Dios. Una epifanía: la "ultra-humanidad", en su destino trascendental, converge en el "Punto Omega" como consumación final de su evolución.

La Teoría del Punto Omega, como vimos anteriormente, sería desarrollada más profundamente por el matemático Frank Tipler, que en su libro The Physics of Immortality (Doubleday, 1994), presenta una "teoría física demostrable" con la intención de probar nada menos que la existencia de Dios. Según el escritor Sam Meddis, Tipler sostiene que dentro de 10 billones de años, un instante antes del fin de los tiempos, una computadora infinitamente poderosa tamizará los remanentes de nuestro continuo espacio-temporal, para traernos nuevamente a la vida en un paraíso similar al descripto por las grandes religiones.

Vehículos interestelares con sus bancos de memoria cargados de código ADN, guiados por robots con una inteligencia de nivel humano, colonizarán el espacio sintetizando seres humanos y otras formas de vida terrestre en sistemas estelares desconocidos, hasta abarcar todo el Universo. Para esa época, el Universo comenzará a colapsar en una especie de Big Crunch, la antítesis del Big Bang. Nuestros descendientes tendrán que usar sus recursos para manejar la dirección de ese colapso, un proceso que, librado a su curso, destruirá todas las formas de vida, artificiales o no, en un nodo de infinita temperatura y densidad. Para que la vida sobreviva por siempre en el cosmos, sería necesario usar la inmensa energía generada por esa implosión, para hacer funcionar una computadora universal con capacidad de simular perfectamente los cuerpos y mentes de cualquier criatura que haya o pueda haber vivido. Este procesamiento infinito y continuo de cantidades infinitas de información se igualaría a la vida eterna dentro del Punto Omega.

¿Ciencia-ficción? Puede ser, pero la Ciencia está acostumbrada a nuestro escepticismo. Mientras tanto, Tipler nos presenta a sus defensores: el pionero de la computación cuántica, David Deutsch, desde la Ciencia, y el Prof. Wolfhart Panneberg, desde la teología.

Pero... ¿realmente todos seremos seleccionados y nuestro ADN almacenado para ser esparcido por el Universo? Si bien las teorías de Teilhard son conocidas, no lo es tanto su interés por la eugenesia como una manera de "limpiar" el camino hacia la ultra-humanidad. Según cita Mark Dery, Teilhard se pregunta "¿Qué actitud fundamental…debería tomar el ala avanzada de la humanidad para arreglar …[la cuestión de] los grupos étnicos que no progresan?….La Tierra es una superficie limitada y cerrada. ¿Hasta dónde deben tolerarse, racial o nacionalmente, áreas de menor actividad? Aún más en general, ¿cómo debemos juzgar los esfuerzos que prodigamos en todo tipo de hospitales para salvar lo que a menudo no es más que un rechazado de la vida? ¿No debería el fuerte …tener prioridad sobre la preservación del débil?". Finalmente, propone que dentro de los próximos siglos "es indispensable que una noble forma de eugenesia humana,… sea descubierta y desarrollada" .

Nuestro desarrollo tecnológico actual nos aleja de la posibilidad de adquirir los gigaflops de procesamiento necesarios, y me temo que no seremos invitados a compartir ese viaje estelar hacia la Eternidad. Puede que Rosetto y el resto de iniciados digitales, al tomar prestadas las teorías Teilhardianas, no sean conscientes de sus explícitas definiciones eugenésicas; pero no pueden escapar al espíritu mesiánico que envolvió la Revolución Digital durante los años 90, que consideró al mercado en términos bioeconómicos y a las empresas tecnológicas como "entidades vivas", destinadas a prosperar en la lucha de la jungla corporativa. Una concepción tecno-darwiniana de "la supervivencia del más apto", que emparenta a la élite digital con el darwinismo social de capitalistas del siglo XIX, como Carnegie y Rockefeller.

     Según la descripción de John Horton en "El fin de la ciencia "(Paidós, 1998), Tipler, un tipo alto, bigotudo y entusiasta, que exhibe una "especie de paletismo jovial" y afirma no probar una gota de alcohol, sólo puede ser entendido como el más eminente de los representantes de la "ciencia irónica" de los últimos tiempos. Tipler, experto en física cuántica (materia que ha servido de punto de partida a tantos misticismos científicos), ya trató en su tesis doctoral de probar los viajes en el tiempo y más adelante de demostrar que los automóviles y los ordenadores son seres vivos.

A pesar de sus actuales veleidades religiosas, y si creemos en sus palabras, siempre le había interesado la Ciencia, para mejorar las condiciones de vida de la Humanidad, desde una visión materialista y pragmática del Universo, lo cual le colocaba en las antípodas de cualquier sentimiento religioso.

 

Sin embargo, como muchos otros científicos -tantos y tan significados que asombrarían al lector-, Tipler emprendió su particular camino a Damasco y sin desmontar de su arrogante caballo científico-materialista (que no racional), gracias a la teoría visionaria de otro excéntrico jesuita, Teilhard de Chardin, paleontólogo que, espoleado por un darwinismo cristiano, pronosticó la llegada del "Cristo cósmico" al final de la historia, como una convergencia de la evolución científica y espiritual de la Humanidad.

 

Este concepto, en su día silenciado por la iglesia y criticado ahora por científicos evolucionistas como Richard Dawkins, como claro ejemplo de "mala poesía científica", ha tenido sin embargo una gran fortuna en una tendencia extrema de científicos "cientifistas" de diferentes disciplinas (biología, inteligencia artificial, cosmología, etc) capitaneados por Tipler, en el papel de profeta de la nueva síntesis.

 

Así, Tipler se convirtió al evolucionismo espiritual, merced a un indigesta mixtura de autores, entre los que caben desde científicos como Barrow y Dyson, hasta teólogos como San Agustín o Wolfhart Pannenberg, y cuyos principales ingredientes son la teoría del "ordenador cuántico" y la tecnología de la "realidad virtual", cocinados ambos hasta la licuefacción. Su tesis, en realidad, mantiene que aunque ahora no existe Dios, existirá en el futuro, al final de los tiempos, cuando la tecnología informática mejorada exponencialmente, consiga crearlo artificialmente.

 

Este Punto Omega, omnipotente como el Dios bíblico, conseguirá entonces resucitar copias virtuales de todos los seres que han existido en una suerte de cielo o paraíso a medida, para vivir eternamente entre placeres indescriptibles y perfectos, como los que nos promete el cielo de la tradición escatológica de las religiones. Según esta teoría, el Universo sería un inmenso programa informático que se está inicializando en estos momentos, y cuando termine de cargar sus ficheros virtuales, entonces aparecerá en toda su gloria el Dios anunciado por todas las religiones (incluso por particulares interpretaciones filológicas, como la que traduce la presentación del Dios bíblico de "soy el que soy", por "por soy el que seré"). Así, una vez que la inicialización haya concluido, volveremos a activarnos como copias virtualmente perfectas -gracias a un complejo proceso de "emulación"- en un Universo perfecto que dura un instante eterno, antes del Apocalipsis del Big Crunch.

 

La tesis del Punto Omega, ya popular en la Red, parece a simple vista más propia de las corrientes esotéricos-científicas de la New Age, que ha saludado alborozada esta nueva prueba científica de la existencia de Dios, pero cuenta con el respaldo de conocidos científicos, extremistas aunque poderosos en sus respectivos campos, como Moravec o David Deutsch, quien en "La estructura de la realidad "(Anagrama, 1999) expone una teoría paralela y coordinada con la de Tipler, donde especifica las aportaciones de las diferentes disciplinas de la Ciencia al proceso general. De acuerdo con la visión de críticos de la tecnología como David Noble en "La religión de la tecnología" (Paidós, 1999) o Margaret Wertheim en "Pythagoras Trousers "(Norton, 1997), Tipler y su variopinta escuela, pertenecen a esa vieja tradición que entiende que la ciencia, especialmente la Física, es un camino gnóstico hacia Dios.

 

Desde Einstein argumentando contra la Fisica cuántica al afirmar que "Dios no juega a los dados" o James Clark Maxwell, padre del electromagnetismo, quien confirma su teoría porque se ajusta al concepto de perfección de la divinidad, y cuyo paradigma sería ya Isaac Newton, que además de descubrir la ley de la gravitación dedicó arduos y prolongados esfuerzos a desentrañar las claves cabalísticas de la Biblia y a la reconstrucción del Templo de Jerusalen. Lo cierto es que el profano, abrumado por ecuaciones matemáticas (como la función de onda que supuestamente demuestra la existencia del Espíritu Santo) y abstrusos conceptos científicos altamente especulativos, las conclusiones de estos verdaderos sacerdotes de la materia le suenan a "pseudofísica", pero no puede o no se atreve a denunciarlo.

 

Desde luego, no todos los científicos ni todos los físicos son como Tipler; ni si quiera su amigo John D. Barrow, excelente divulgador por otra parte y no menos audaz, aunque sin "pasarse de rosca", y que manifiesta en "Imposibilidad "(Gedisa, 1998) que el modelo que elaboraron es puramente especulativo así como que los límites científicos son estimulantemente creativos; o Martin Gardner quien opina que la teoría de Tipler es "una extravagancia generada por demasiadas lecturas de ciencia-ficción", a lo que el escritor Poul Anderson, respetando su solidez científica, apostilla que la considera prudentemente "una travesura muy fuerte" a la espera de un dictamen definitivo de la Ciencia.

 

Pero el verdadero problema es que tras este científico extravagante, hay toda una escuela de pensamiento científico a su sombra, más o menos moderada, que cree en la panacea de la tecnología digital y la eleva a los altares, y lo que es peor, que invierte presupuestos millonarios en desarrollar ideas y artefactos -"máquinas espirituales" en palabras de Ray Kurzweill- que Wittgenstein no dudaría en calificar como mera superstición lingüística, pero que está a punto de hacer realidad la afirmación de Tipler de que la "física es una rama de la teología". El conocimiento de estos personajes debiera obligarnos a repensar el papel de algunos científicos en nuestra sociedad, pues acaso hemos permitido que los éxitos tecnológicos se les suban a la cabeza y se descontrolen, con lo cual pueden permitirse estos extravíos, que distorsionan el desarrollo normalizado de una verdadera Ciencia, en los parámetros de una mesurada racionalidad y, lo que es más importante, verdaderamente útil.

 

Mientras no seamos capaces de poner freno a esta tendencia, seguiremos alimentando estos "sueños de la razón que producen monstruos" (¡Qué mayor monstruosidad que el Dios artificial!) y cada vez que encendemos el ordenador, preguntándonos si no estaremos leyendo realmente: ..."cargando a Dios..."

 

                                                            © 2002 Javier de Lucas