QUIMICA MORTAL

INTRODUCCION

"La contaminación química es una de las causas principales del crecimiento del cáncer, la infertilidad, las enfermedades congénitas y otros muchos problemas de salud". Eso es lo que decían los científicos firmantes del denominado  “Llamamiento de París". Pero, pese a ésa y muchas otras advertencias de la ciencia, la sociedad no está reaccionando. Seguimos, como hace décadas, preocupados sobre todo por las enfermedades causadas por agentes como los microbios, bacterias y virus especialmente. Seguimos sin ser plenamente conscientes de que junto a las enfermedades tradicionales, hace mucho tiempo que comenzó la era de otras nuevas enfermedades, las enfermedades ambientales originadas por factores como los tóxicos químicos: cánceres (como los de mama, próstata, páncreas, leucemias...), infertilidad,asma, alergias, abortos, malformaciones, déficit de atención e hiperactividad, enfermedades auto-inmunes, migrañas, endometriosis, Parkinson, diabetes, obesidad, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química, alteraciones tiroideas...

Se trata de todo un conjunto de problemas sanitarios cuya incidencia no para de crecer y en el que, en mayor o menor medida combinados con otros factores, la creciente polución química podría tener un importante papel. Los científicos no dejan de llamar la atención sobre el hecho de que el aumento, brutal en ocasiones, de la incidencia de algunas de estas enfermedades esté coincidiendo con el ‘boom’ de la industria química, que ha multiplicado exponencialmente su volumen de actividad, año a año, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial.

Nuestro entorno ha sufrido una muy notable transformación de su naturaleza química al haber entrado en escena miles de sustancias sintéticas que con frecuencia, como sugieren centenares de investigaciones realizadas, podrían tener efectos sobre nuestra salud a niveles ‘bajos’ de concentración, como los que ya tenemos en nuestros cuerpos. Millones de toneladas de sustancias químicas tóxicas son esparcidas de las más diversas formas. Y alcanzan el organismo humano a través del aire, el agua o la dieta, como sucede, por ejemplo, con los residuos de pesticidas de muchos alimentos o con los metales pesados y otros contaminantes que puede haber en el pescado.

Para buscar sustancias tóxicas basta con analizar el polvo que inhalamos en cualquier casa normal. Podemos encontrar en él centenares de tóxicos procedentes de pesticidas domésticos, productos de limpieza y aseo, pintura tejidos, ambientadores, plásticos, fragancias...

Además de contaminantes más ‘clásicos’ como el DDT o los PCBs, en nuestros cuerpos podemos encontrar otros que a mucha gente le resultarán sorprendentes, por ejemplo, retardantes de llama. Estos compuestos sintéticos, que aplicamos, entre otras cosas, a nuestros sofás y cortinas para que cueste más que ardan (con mucho o poco resultado), han llegado a ser detectados en los cuerpos de los osos polares del Ártico a los que causan problemas reproductivos. Los contaminantes químicos son absorbidos por los seres vivos a veces a miles de kilómetros de donde se fabrican o usan. Con mucha más razón, los absorbemos al respirar en nuestra propia casa. Pueden causar problemas sanitarios en las personas.

Adentrarse en este mundo es apasionante: ver, por ejemplo, cómo algunas sustancias de los pesticidas o disolventes que usamos pueden cambiar el sexo de los peces y anfibios macho, o causar determinadas alteraciones en los seres humanos; ver como nuestros tóxicos industriales pueden causar altas tasas de cáncer en especies silvestres o debilitar el sistema inmunitario de cetáceos y focas, haciéndoles que se vean afectados por enfermedades infecciosas; o descubrir los efectos que sobre la salud humana pueden tener compuestos a los que las personas nos vemos expuestas cada día como pueden ser los de determinadas sartenes antiadherentes, los de ciertos plásticos, los que se encuentran en cremas, perfumes sintéticos, etc.

Hay muchas de las cosas que la ciencia está descubriendo: los excesos de cáncer y otras enfermedades que se están dando en algunas zonas de España particularmente contaminadas, o entre las personas que tienen determinadas profesiones, o entre los usuarios de ciertos productos de uso cotidiano. Hay grandes  problemas de salud que la ciencia está asociando a la exposición a determinados contaminantes químicos y de las situaciones que están contribuyendo a que el problema no se resuelva.

Es mucho lo que puede hacerse y no se está haciendo. No se está advirtiendo debidamente a la población acerca de unos riesgos que están perfectamente establecidos por la comunidad científica. Y apenas se está haciendo nada por parte de las autoridades para frenar la producción de muchas de las peores sustancias. Se están anteponiendo intereses económicos particulares. Sólo se han prohibido unas pocas sustancias. Hay una normativa tibia y, no pocas veces, amañada por la industria, que no nos está protegiendo debidamente.

No se está aplicando lo de ‘más vale prevenir que curar’ y el crecimiento de algunos problemas amenaza con colapsar el sistema sanitario, excesivamente ofuscado en el diagnóstico y el tratamiento de unas enfermedades cuya incidencia no para de crecer porque se olvida su prevención. Una prevención en la que la evitación de la exposición a los contaminantes químicos podría tener, sin duda, un importante papel en muchos casos.

Hasta mediados del siglo XIX, millones de personas morían por no adoptar medidas de higiene al no conocer el papel de los microbios en las enfermedades. Es más que probable que la historia se esté repitiendo ahora con los tóxicos ambientales, tan omnipresentes como los microbios. La higiene química está en la ‘Prehistoria’, a pesar de que, a diferencia de lo que pasó en su día con los microbios, no puede alegarse ignorancia. Hay millares de investigaciones realizadas sobre estos nuevos agentes patógenos que son las sustancias químicas.

Por desconocimiento, muchas personas creen que hay control, que estamos en buenas manos. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Tan solo un dato evidente que muestra el poco control que hay: la mayoría de las más de 100.000 sustancias químicas sintéticas creadas por el hombre han sido comercializadas sin antes demostrar su inocuidad. Aún hoy ni un 1% ha sido evaluado debidamente. Miles de ellas han demostrado tener efectos. Y con frecuencia están en productos cotidianos a la venta en cualquier comercio.

Las sustancias químicas tóxicas, a diferencia de los microbios u otros agentes patógenos, tienen abogados que a veces se empeñan en que sean declaradas inocentes a pesar de la existencia de muchas evidencias en sentido contrario. No olvidemos el trasfondo: negocios enormes, empresas con miles de empleados, poder político, influencia sobre las orientaciones de la Medicina.... La voz de la comunidad científica no está siendo escuchada. ¿Qué podemos hacer? Creemos que la concienciación social es un poderoso antídoto contra ese envenenamiento de nuestro planeta y nuestros cuerpos; que esa concienciación social hará crecer la presión sobre las autoridades y las empresas; que la ignorancia es tóxica al propiciar que nuestro mundo siga siendo envenenado.

El panorama es simple: miles de personas -hombres, mujeres, niños...- enferman y/o mueren porque nadie les advierte de los riesgos de sustancias a las que se exponen a diario. Y no queremos ser cómplices de eso. Esperamos que la Administración y las empresas hagan algún caso de todo lo que muestra una ingente cantidad de estudios científicos. Pero igualmente importante nos parece que, simplemente, lo que abordamos sirva para que miles de personas puedan estar advertidos y evitar riesgos.

 

                                                                                                                                             © Javier De Lucas 2012