QUIMICA MORTAL-2

 

LA CIENCIA ALERTA, PERO LA SOCIEDAD NO ESCUCHA

Hace unos pocos años, un grupo de prestigiosos científicos, suscribieron la llamada Declaración internacional sobre los peligros sanitarios de la contaminación química, más conocida como el Llamamiento de París. El Llamamiento, abanderado por la Asociación para la Investigación Terapéutica Anti-Cancerosa, mostraba gran inquietud ante el deterioro de la situación sanitaria en el mundo y apuntaba que la contaminación química podía haber contribuido de forma muy importante, por ejemplo, al notable incremento que desde 1950 se ha registrado en la incidencia del cáncer en los países industrializados. Pero los científicos del Llamamiento de París, también aludían a otros problemas sanitarios. No podían dejar de hacerlo ante la extensísima cantidad de estudios existentes que asocian la contaminación a aspectos tales como, entre otros, el espectacular incremento de la esterilidad, sobre todo masculina, que se está dando en las zonas industrializadas. Se mostraban alarmados, por ejemplo, por el hecho de que hoy en Europa el 15% de las parejas sean estériles. Habla esta declaración científica de sustancias que son perturbadoras del equilibrio hormonal, cancerígenas, mutágenas, tóxicas para la reproducción, esterilizantes, causantes de malformaciones congénitas, alergénicas, que inducen enfermedades respiratorias como el asma (que hoy afecta a uno de cada siete niños europeos), que son neurotóxicas, induciendo enfermedades degenerativas del sistema nervioso en los adultos y una bajada del cociente intelectual en los niños, o que son “inmunotóxicas, induciendo déficits inmunitarios en particular en los niños, y que estos déficits inmunitarios son generadores de infecciones, en particular víricas.

No ha de extrañar, pues, que los firmantes del Llamamiento de París afirmasen que “la contaminación química bajo todas sus formas se ha convertido en una de las plagas humanas actuales” que nos llena de enfermedades “que la medicina moderna no consigue detener” y que constituye una amenaza grave “para la supervivencia del hombre”. Que “estando en peligro nuestra salud, la de nuestros hijos y la de las generaciones futuras, es la especie humana la que está en peligro”. Eso es lo que nos dicen éstos y otros centenares de científicos más, a lo largo y ancho del mundo. Puedes, si así lo juzgas oportuno, desoírles. Pero, honradamente, es probable que no sea eso lo que nos dicte el sentido común.

No debe caer en saco roto la sugerente comparación que hacen los científicos que suscriben el Llamamiento, basándose en otra declaración científica anterior, la Declaración de Wingspread, de 1991. En esa otra declaración, un conjunto de investigadores estadounidenses atribuían la desaparición de diversas poblaciones de especies animales a enfermedades causadas por la contaminación. No se les pasaba por alto que esas enfermedades que habían hecho desaparecer poblaciones animales tenían un inquietante paralelismo con las enfermedades que se estaban observando en la especie humana. Es evidente lo que nos quieren decir con ello.

Es un hecho objetivo que tenemos en nuestros cuerpos un cóctel de centenares de sustancias químicas tóxicas. Como es un hecho objetivo que millares de investigaciones científicas del máximo rigor asocian la presencia de ese tipo de sustancias -PCBs, dioxinas, furanos, pesticidas organoclorados y organofosforados, ftalatos...- con importantes problemas de salud. Lo que este tipo de informes nos muestra es que la especie humana se enfrenta a una situación con la que jamás antes, a lo largo de toda la historia evolutiva, se había enfrentado.

Alterando la química del mundo, el ser humano ha alterado la química de su propio organismo. Prácticamente, el 100% de los habitantes de los países occidentales -lo de ‘prácticamente’ se introduce por un puro exceso de rigor- tenemos en nuestros cuerpos concentraciones de numerosos compuestos tóxicos peligrosos como el hexaclorobenceno, el lindano, los PCBs, y otros muchos. Incluso siguen detectándose sustancias teóricamente prohibidas hace tiempo en nuestros países como el DDT que puede proceder de su alta persistencia en el medio, pero también de poluciones recientes o llegadas a nosotros, en los alimentos, por ejemplo, desde países donde sigue usándose.

Es así de tal manera que uno de los problemas que se encuentran los científicos que tratan de medir los efectos que pueden tener estos contaminantes, es que no son capaces de encontrar en todo el planeta, ni aún en los sitios más remotos y teóricamente impolutos, poblaciones humanas que no tengan contaminantes en su cuerpo. Es un problema, porque muchos estudios se diseñan precisamente buscando personas sin esos contaminantes (lo que se llama ‘grupo de control’) para compararlas luego con las que sí tienen un contaminante. Finalmente, lo que se acaba haciendo muchas veces, es simplemente establecer un grupo con algo más de contaminación y otro con algo menos.

La revista ‘Environmental Research’, publicaba un estudio del catedrático de la Universidad de Granada, Nicolás Olea, que mostraba los resultados de los análisis realizados sobre el contenido de tóxicos en los cuerpos de mujeres españolas. La inmensa mayoría de las mujeres estudiadas tenían sustancias como el endosulfán, uno de los pesticidas más empleados en la agricultura española (pese a estar prohibido en muchos países), lindano, otro plaguicida famoso por los problemas sanitarios a que se ha visto asociado o, entre otros, DDT. Y si los tienen las mujeres, es que luego, si son madres, parte de esos tóxicos pasarán también a su descendencia.

Así, cuando, por ejemplo, el mismo científico al frente de un grupo del Hospital Universitario San Cecilio de Granada se dedicó a analizar lo que había en las placentas de 150 mujeres del sur de España, encontró al menos ocho tipos diferentes de pesticidas como el endosulfán, el lindano o el DDE. De modo semejante sucedió con los estudios realizados por la Universidad de Murcia, que detectaron presencia de restos de diversos organoclorados en placentas y en la grasa de recién nacidos del sureste español. Ya desde antes de nacer estamos expuestos a estos contaminantes. Ya desde antes de nacer los llevamos en nuestros cuerpos. Y una vez nacidos, seguiremos acumulándolos.

Entidades como la Organización Mundial de la Salud han publicado datos acerca de esta acumulación de contaminantes en las personas, por ejemplo, datos sobre la acumulación de las cancerígenas dioxinas, entre otras sustancias, en la leche materna humana. En algunos casos, los niveles detectados en algunos países europeos superaban los permitidos para la leche de vaca. Hay estudios realizados en diferentes países que han encontrado en el ser humano sustancias dañinas para la salud como diversos piroretardantes bromados, dioxinas, alquilfenoles, bisfenol A, compuestos organoestánnicos, ftalatos, almizcles sintéticos, parafinas cloradas, etc.,detectándolos en la sangre, la grasa, la orina, los ovarios, el hígado, los pechos de las mujeres, la leche materna, el líquido amniótico, la placenta, el cordón umbilical, o, por concluir, la sangre y orina infantiles. Los tóxicos están, pues, en todos los países, en todos nuestros cuerpos, en todos nuestros órganos, a lo largo de toda nuestra vida.

En algunos lugares o en ciertas áreas profesionales pueden acumularse más tóxicos. Pero en realidad nadie escapa a tener cierta cantidad de ellos. Hasta hace un tiempo, buena parte de los estudios que intentaban establecer relaciones entre la presencia de tóxicos y enfermedades humanas, se centraban especialmente en aquellas personas que, por una serie de razones, acumulaban cantidades extraordinarias de un contaminante. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, cada vez más investigaciones versan sobre los efectos que pueden tener esas cantidades menores de tóxicos que tiene la mayor parte de la población durante la mayor parte de su vida.

Hay algunos grupos de sustancias cuya concentración en nuestros cuerpos, como indican los estudios que se realizan, parece estar bajando algo. Es el caso de algunas que fueron prohibidas hace tiempo en muchos países, tales como determinados contaminantes organoclorados. Sin embargo, estas sustancias siguen haciendo acto de presencia, en buena medida por su alta persistencia y resistencia a la degradación. Y aunque sus concentraciones sean más bajas, abundan los estudios que siguen asociándolas a problemas sanitarios, ya que podrían tener efectos a niveles más bajos de los que se sospechaba.

Además, mientras bajan las concentraciones de unos contaminantes aumentan las de otros, usados masivamente y presentes por doquier y sobre los cuales la preocupación científica ha sido relativamente más reciente, como pueden ser los retardantes de llama bromados (polibromodifeniléteres o PBDEs), cuya concentración en la leche materna humana se doblaba cada cinco años en Suecia, por jemplo.

Vamos a ver de forma muy clara y sencilla de qué forma nuestros cuerpos han acabado atiborrados de tóxicos que pueden causarnos problemas diversos; desde una alergia a un cáncer, pasando por otros muchos. Para hacerlo, primero veremos cómo la contaminación química ambiental puede alcanzarnos, por ejemplo, a través de la comida, y luego veremos otras posibilidades que tienen relación, por ejemplo, con infinidad de productos con los que convivimos cotidianamente en el hogar. Tras lo que vamos a ver tendremos claro cuán omnipresentes son estos tóxicos en nuestra vida, aunque muchas personas no sean debidamente conscientes de ello. Y todo lo anterior servirá luego para que entendamos más claramente por qué es muy probable que muchas de las lacras de salud que afectan a nuestra sociedad puedan tener que ver con todo esto.

SOMOS ‘ASPIRADORAS’ DE CONTAMINANTES

En ciertos ámbitos existe la creencia de que puede contaminarse indefinidamente porque, al fin y al cabo, los millones de toneladas de sustancias tóxicas que generamos y vertemos al medio ambiente acaban ‘diluyéndose’ en la vastedad de la atmósfera, las aguas o los suelos planetarios, que al hacerlo, sus concentraciones acaban siendo tan bajas que no pueden dañarnos. Ojalá fuese cierto. Lamentablemente, no lo es.

La realidad es otra. La realidad es que -como sabe cualquier persona con unos conocimientos básicos de ecología-, por una serie de circunstancias muchos de esos contaminantes, lejos de dispersarse, acaban concentrándose. Es precisamente en los seres vivos, especialmente los seres humanos, donde se concentran de forma muy singular.

Es una obviedad que los seres vivos forman una unidad indisoluble con el medio en el que se encuentran. El agua que tenemos en nuestros cuerpos es la misma que antes corrió por los ríos. El aire de nuestros pulmones es el que nos rodea. Los nutrientes que constituyen nuestro cuerpo proceden de los vegetales y animales. A través de las cadenas alimentarias un contaminante que se encuentre, por ejemplo, en el sedimento de un río, puede acabar siendo absorbido por seres microscópicos. Estos seres serán ingeridos por otros algo mayores y estos, a su vez, por otros aún más grandes. De hecho, los seres vivos son, demasiadas veces, como verdaderos imanes que van recopilando los contaminantes que hay dispersos por el entorno, concentrándolos en sus cuerpos.Una de las más claras evidencias de todo esto es que, precisamente, uno de los sistemas que se emplean para descontaminar suelos contaminados, absorbiendo las sustancias tóxicas de ellos, sea usar algunas especies de microorganismos, plantas u hongos que se sabe que los capturan.

Pero en realidad, la ‘biorremediación’ no la hacen sólo estas especies que singularmente vemos que sirven para eso. Todos los seres vivos estamos absorbiendo la contaminación química o radiactiva de nuestro entorno. Es como si nuestros cuerpos fuesen las ‘depuradoras’ o ‘filtros’ de la contaminación química ambiental. Lamentablemente, actuar como tales tiene un precio, especialmente cuando lo que tiene que depurarse es algo para lo que los sistemas vivos no estaban diseñados.

La contaminación industrial humana ha hecho que una serie de sustancias tóxicas naturales que antes estaban confinadas dentro de minerales estén ahora diseminadas en mucha mayor cantidad por el entorno en una forma que los técnicos llaman ‘bio-disponible’ (es decir, pudiendo contaminar las formas de vida). Es el caso de algunos metales pesados como el mercurio o el plomo, por ejemplo. Además, y ello es si cabe aún más preocupante, la inventiva humana ha diseñado decenas de miles de sustancias químicas que no existían en la Naturaleza.

Muchas de ellas han sido producidas y liberadas en órdenes de millones de toneladas y son, igualmente, bio-disponibles. Especial preocupación revisten aquellas que son enormemente persistentes en el medio, resistiéndose durante décadas y décadas a su degradación y que, además, tienden a acumularse en los seres vivos. Para comprender bien lo que sucede debemos entender que nuestro planeta es un planeta viviente. No hay una nítida separación entre sus componentes vivos y los no vivos. Y ello es especialmente claro en la delgada capa viva de nuestro planeta en la que vivimos: la Biosfera.

Cuando vertemos algo en el agua o en el suelo, por ejemplo, no lo estamos haciendo en el agua o en el suelo, entendidos estos como si sólo fuesen entes minerales, sino en toda la compleja trama viviente que hay en esa agua o en ese suelo, o que dependen o se ven ligados a ellos.No estamos vertiendo sustancias en un medio inerte, sino en unos ecosistemas vivos que son, de hecho, organismos. Estamos vertiendo contaminantes dentro de los seres vivos. Algunos de estos contaminantes pueden además tender a acumularse singularmente y a persistir mucho tiempo dentro de los organismos. Y, cuando ello sucede, suele iniciarse otro preocupante fenómeno que es, precisamente, uno de los principales problemas de las sustancias químicas contaminantes: el de la biomagnificación.

¿Qué es la bio-magnificación? Pues, explicándolo de modo muy sencillo, el proceso por el cual la concentración de contaminantes va creciendo dentro de los seres vivos a medida que estos ocupan un escalón más alto en la cadena alimentaria. Pongamos que en las aguas de un lago hay una concentración determinada de un contaminante. En pequeñas algas microscópicas de esa masa de agua que van absorbiendo esos contaminantes como si fuese cualquier otra cosa más de su entorno la concentración puede ser ya centenares de veces superior. Y mucho mayor será en los pequeños animalillos filtradores que integran el zooplancton. La concentración puede ser decenas de miles de veces superior en los pequeños invertebrados que se alimentan de ese zooplancton y fitoplancton. Y en los pequeños peces que se alimentan de estos invertebrados, estaremos ya en concentraciones cientos de miles mayores.

Ahora, por el concepto del pez grande que se come al chico, sigamos subiendo por la cadena hasta llegar a los grandes peces depredadores: el resultado será una concentración de contaminantes en el cuerpo de estos últimos peces que puede llegar a ser decenas de millones de veces superior a la de las aguas del lago. Decenas de millones de veces. Y ¿cuál es el máximo depredador sobre la faz de la Tierra?: el hombre.

Es como si los seres vivos fuesen aspiradoras de contaminantes que se dedicasen a recogerlos y almacenarlos en sus tejidos. Singularmente, aspiran aquellos que son contaminantes persistentes, tales como los pesticidas organoclorados, las dioxinas, los PCBs, etc. Es algo que ha sido estudiado hasta la saciedad. Algo que pudo hacer desaparecer las nutrias de los ríos europeos. Algo que hizo desaparecer los halcones peregrinos de buena parte de Norteamérica. Algo que se llevó por delante a contingentes importantes de las águilas calvas de Estados Unidos. Algo que está provocando muchos problemas de salud en los esquimales del Ártico. Algo que hizo que en muchos países se decretasen medidas para prohibir o limitar ciertos tipos de sustancias como el DDT o los PCBs.

Caso singular, sobre el que se ha hablado mucho, es el de las belugas del canadiense río San Lorenzo. En los cuerpos de alguno de estos mamíferos marinos había tal concentración de contaminantes como los PCBs que si se recogía uno de sus cadáveres y se quería ser escrupuloso en el cumplimiento de las leyes, estos cadáveres deberían haber sido llevados a instalaciones especiales de tratamiento de residuos tóxicos y peligrosos. De hecho, superaban en un 1000% la concentración de contaminantes que lo hacía exigible. En cualquier caso hay algo importante que reseñar para no inducir a confusiones. Y es que es probable que pueda haber personas que piensen que el problema nace sólo cuando hay unos niveles altos de concentración de una serie de sustancias.

Eso sólo es cierto en parte. Una concentración elevada puede generar una serie de problemas a veces muy graves. Pero con mucha frecuencia bastan niveles muy bajos de concentración de los mismos contaminantes para generar desarreglos. De hecho,  también están las sustancias no acumulativas. En cualquier caso, y a pesar de la importancia de lo dicho acerca de la bioconcentración de muchos contaminantes, tampoco conviene olvidar que hay muchas otras sustancias que sin ser particularmente persistentes dentro del organismo, pueden generar en él efectos importantes. Sustancias a las que, pese a no ser especialmente bioacumulativas, podemos estar expuestos casi de continuo por su presencia frecuente en el aire, el agua, los alimentos u otras fuentes de exposición (pensemos por ejemplo en sustancias como los ftalatos, que a pesar de tener una vida media relativamente corta en el cuerpo, que con frecuencia no llega a un día, han sido detectados en la orina humana con niveles bastante constantes, al parecer debido a una exposición diaria continuada).

Los problemas que pueden generar las sustancias bioacumulativas podrían así sumarse a los de otras sustancias que también tenemos en nuestros organismos. Buena parte de los estudios científicos que se están realizando en los últimos tiempos versan precisamente sobre los efectos de estos niveles aparentemente ‘bajos’.

                                                                                                                                                                                              © Javier De Lucas 2012