QUIMICA MORTAL III

 

MÁS ALLÁ DE LA CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN DE LOS SERES VIVOS

La química es algo básico para el funcionamiento de los seres vivos. La vida, desde que surgió sobre la tierra, representa una compleja pero armoniosa danza molecular, un diálogo químico, frecuentemente a niveles de concentración muy   bajos, de los distintos elementos de la tabla periódica. Estos elementos se unen para formar sustancias. Estas sustancias se unen para formar células, tejidos, órganos...construyendo esa especie de castillo de naipes químico que son los seres vivos.

Durante millones de años, desde los orígenes mismos de la vida en la Tierra, esa misteriosa danza molecular que hace posible la vida sobre nuestro planeta se movió únicamente en función de la música dictada por la partitura de las leyes naturales. La química de la vida, la que constituye y permite funcionar a los seres vivientes, es algo extraordinariamente sensible y complejo. Bastan frecuentemente cambios muy sutiles, por ejemplo, la presencia en niveles prácticamente indetectables de una hormona, para inducir cambios tremendos en el organismo.

Es un equilibrio vulnerable, como el de un funámbulo que se mantiene precariamente en el centro de la cuerda. De hecho no son pocos los científicos que consideran que es virtualmente un milagro que tal equilibrio exista y se mantenga por sí mismo, al margen de que algo ajeno a la Naturaleza lo perturbe o no. Los hombres no somos más que una parte de esa armoniosa sinfonía química y durante milenios nos movimos gracias a ella sin perturbarla.

Durante decenas de miles de años, con mayor o menor dificultad, pudimos adaptarnos a los cambios químicos que se daban en la Naturaleza. Con mayor o menor esfuerzo, con éxitos y fracasos, nuestros organismos se iban adaptando. A veces no lo conseguíamos y, por ejemplo, la toxina generada por un microorganismo o una planta se llevaba por delante a muchos de nosotros.

Pero todas esas circunstancias químicas, a lo largo de los milenios, tenían un ritmo, unos parámetros, unas reglas determinadas que nuestros organismos tenían capacidad y tiempo para asimilar e incluso para, más o menos, predecir. Muchas de esas asechanzas eran más o menos familiares. Un día esa situación que se había mantenido relativamente uniforme a lo largo de millones de años cambió. Hace tan solo unos instantes en la escala del tiempo evolutivo, en cuestión de unas pocas décadas, lo que no deja de ser sino una fracción de segundo en la escala de la que hablamos, apareció de improviso algo nuevo.

Millares de sustancias fueron generadas en los laboratorios, con unas reglas y parámetros frecuentemente muy diferentes a los naturales. Y esas sustancias se diseminaron por la tierra en cantidades ingentes, de miles de millones de toneladas. Los datos que se manejan oficialmente recalcan que el hombre a partir de la Revolución Industrial, pero con una especial intensidad desde la Segunda Guerra Mundial, ha creado más de cien mil sustancias químicas nuevas que no existían en la Naturaleza. Además, ha liberado ingentes cantidades de otras sustancias que, siendo naturales, como por ejemplo sucede con determinados metales pesados, como el mercurio o el plomo, no estaban antes diseminadas por la tierra en las proporciones y del modo que hoy lo están. Todo ese caldo de nuevas sustancias, tras combinarse entre sí y con las de la Biosfera, puede haber dado lugar a millones de nuevas sustancias. Estamos, pues, ante la introducción de un cambio de una entidad muy notable en la química que, en el fondo, sustenta la vida sobre la Tierra.

No se sospechó debidamente lo que podía suceder cuando esas sustancias entraran en contacto con las que preexistían, en especial con aquellas que integraban la trama de la vida. Es como esa persona que, ya desde antes de tener un hijo, está soñando cómo quiere que este sea. Y luego, cuando ese hijo crece, acaba haciendo todo lo contrario de lo que su padre quería. Su padre, por ejemplo, acaso hubiera querido que tuviese unas compañías y luego resulta que el hijo acaba buscando otras.

Del mismo modo, muchos químicos crearon miles de sustancias para que éstas tuvieran únicamente la compañía de un motor, o de un plástico, o para que sólo matasen a un insecto... Y luego resultó que esas sustancias de las que eran ‘padres’ se lanzaron a ‘conocer mundo’ y acabaron integrándose, quién iba a sospecharlo, en los organismos vivos, incluidas las personas.

Tenemos un ejemplo paralelo en lo que sucedió con los famosos CFCs (clorofluorocarbonos) y el agujero de la capa de ozono. ¿Quién iba a decirle al químico que los diseñó que acabaría sucediendo lo que pasó? ¿Quién iba a decirle a la señora que usaba aquel spray de laca para su pelo que estaba ayudando a acabar con algo tan vasto y remoto como la capa de ozono de la estratosfera que protege al planeta del exceso de radiación ultravioleta? Pues aquello tan impensable sucedió. Las moléculas de CFCs eran capaces de viajar a la estratosfera y destruir en ella grandes cantidades de ozono. Y se abrió un agujero de millones de kilómetros cuadrados que veremos cuando se cierra, mientras llevamos años asistiendo a un incremento en los casos de melanomas y otros problemas derivados del exceso de radiación solar.

Algo parecido, aunque en otro ámbito, está sucediendo con otras muchas sustancias químicas sintéticas que usamos cotidianamente, como si no pasara nada. Muchas de ellas, además de aquellos fines para los cuales fueron creados, han acabado teniendo otros no buscados. Es como si, hablando literariamente, hubieran cobrado ‘vida propia’ y se hubieran marcado sus propios objetivos, entre ellos, el de mezclarse de forma particularmente insidiosa con las sustancias que formaban parte de los seres vivos. Y los efectos de esto pueden estar dejando pequeño lo del agujero en la capa de ozono. Porque el ‘agujero’ que están abriendo es ahora en otra capa que envuelve a nuestro planeta y que nos atañe aún de forma más directa, ya que formamos parte integrante de ella: la Biosfera. No se trata ahora de la destrucción de unas moléculas de ozono, sino de la destrucción del equilibrio químico de la vida sobre la Tierra. Es un ‘agujero’ de enfermedad y muerte.

Los seres vivos no estaban preparados para esto. No estaban preparados para tal invasión de una química sintética, una especie de química alienígena, o lo que es lo mismo, ajena, que no había existido desde que la vida era vida. Y mucho menos para una química sintética introducida a tal escala, tanto en cuanto al número de nuevos compuestos, cada uno ‘de su padre y de su madre’, como en cuanto a las enormes cantidades en que muchos de ellos eran producidos. Hasta ese momento sólo existía un ‘laboratorio’ que generaba sustancias: la Naturaleza. Y la capacidad innovadora de ese ‘laboratorio’, como ya se ha dicho, seguía unas reglas más o menos estables. Los seres vivos estaban acostumbrados a eso. No había precedentes de que en tan poco tiempo se generasen tantas sustancias y, mucho menos, que las sustancias se generasen en un laboratorio ajeno a la Naturaleza y con unos criterios ajenos a los de la Naturaleza. Eran sustancias, por tanto, frecuentemente, muy distintas a las naturales. Incluso peor, cuando eran siniestramente parecidas a las naturales, podían inducir a la comisión de graves errores en la química de los seres vivos. Y eso es lo que ha sucedido en muchas ocasiones, por ejemplo, con muchísimas sustancias sintéticas que son lo suficientemente parecidas a las hormonas naturales como para interferir los sistemas de señales químicas que presiden importantes acontecimientos de la vida de nuestros cuerpos ya desde la misma concepción.

Todo un aluvión de química ajena a la vida entró y continúa entrando bruscamente en el seno de la química viviente. Y precisamente este entrar de sopetón, en tan poco tiempo y en tal número de sustancias, es lo que hace que se esté superando la capacidad de adaptación de los seres vivos. No es que la ‘guerra química’ fuese algo desconocido en la Naturaleza. Gracias a ella existe, por ejemplo, la penicilina que las levaduras producían contra las bacterias. Pero estos cambios químicos naturales se daban a una escala y ritmo determinados, frecuentemente a niveles locales y a lo largo de muchas generaciones. Los cambios que se están introduciendo ahora son semejantes a una auténtica explosión, por su rapidez y extensión global. Para entenderlo en terminología bélica, es como si los sistemas naturales se comportaran como un ejército de la antigüedad, con sus mismos parámetros, con sus mismas estrategias y armamentos, y tuvieran que enfrentarse a un ejército moderno, provisto de reactores y misiles balísticos con cabezas nucleares.

Para percatarnos de la complejidad del ataque al que estamos aludiendo, baste decir que las sustancias a las que nos referimos pertenecen a centenares de grupos diferentes y que tan solo uno de ellos puede tener miles de variantes. Es un ataque sorpresa, a gran escala y a todos los niveles. ¿Cabe esperar que la vida pueda adaptarse a tal invasión repentina? La cruda verdad es que, queriéndolo o no, estamos inmersos en un experimento químico de proporciones planetarias en el que nosotros mismos, con el resto de las especies, somos los cobayas.

Los países occidentales hemos centrado una buena parte de nuestro desarrollo en la tecnología. Podría decirse que hemos creado una capa de tecnología, cada vez más gruesa, que nos envuelve cotidianamente y que cubre también parte de la superficie de la Tierra. Podemos llamar Tecnosfera a esa capa que, por primera vez de forma tan contundente desde los albores de la evolución, se ha extendido sobre el planeta. La Tecnosfera, como hemos dicho, tiene su propia química. Una química que ha sido producida a gran escala y que es esencialmente diferente a la de los sistemas vivos. Si ambas químicas fuesen estancas, es decir, si pudiese funcionar cada una por su lado sin relacionarse entre sí, probablemente no habría habido ningún problema. Lo que sucede es que tal estanqueidad no existe. En nuestro planeta todo, para bien o para mal, acaba interaccionando. Era inevitable que la química de la Tecnosfera y la química de la Biosfera acabasen mezclándose y, por lo que hemos visto, entrando en conflicto. A la vez que crece el tamaño de la Tecnosfera, y con ello la cantidad de sustancias que rezuman de ella, crecen una serie de enfermedades de las que ya hemos hablado (daños reproductivos, alteraciones hormonales, inmunitarias o del sistema nervioso, problemas de nacimiento, cánceres, afecciones respiratorias...).

Debemos ser plenamente conscientes de las verdaderas dimensiones y alcance del problema. Hablamos de un problema planetario. Ningún rincón de la Tierra ha quedado a salvo de la presencia de estas sustancias. Ningún organismo vivo. Ninguna persona.

LA CONTAMINACIÓN QUÍMICA: QUÉ RESPIRAMOS EN CASA

Mucha gente no es consciente de que una buena parte de nuestra exposición a sustancias químicas tóxicas tiene lugar cotidianamente en nuestros propios hogares. Para exponernos a estas sustancias no es preciso trabajar en una industria contaminante o vivir en una zona especialmente polucionada, ya que muchos de los compuestos más peligrosos están incorporados en productos que acaban en nuestras propias casas. Y basta con respirar el aire dentro de ellas para que estos, a través de los pulmones, pasen a nuestra sangre y se repartan por todo nuestro organismo.Si nos fijamos en que una persona media respira entre 15.000 y 20.000 litros de aire al día nos daremos cuenta de hasta qué punto hacemos pasar a nuestros pulmones buena parte de lo que haya flotando por el ambiente interior de una casa. En buena medida, actuamos como ‘filtros’ de todas las sustancias volátiles o que, sin serlo, se hayan presentes en el polvo doméstico. Somos como esa alfombra o esa moqueta que parece no haber absorbido casi nada pero a la que cuando pasamos un aspirador y vemos el filtro, nos quedamos horrorizados de la cantidad de polvo que había acumulado.¿Qué contiene el polvo del hogar? El problema básico es que el contenido químico del polvo doméstico de una casa de hoy no tiene nada que ver con el contenido del polvo de una casa de hace 100 años. Se han realizado diversos estudios científicos y todos arrojan resultados realmente preocupantes.

Uno de estos estudios, encargado por Greenpeace a un laboratorio de la Universidad de Exeter en el Reino Unido, mostraba cómo el polvo de las casas de una serie de países europeos, entre ellos España, estaba cargado de sustancias químicas que una copiosa literatura científica ha asociado a problemas de salud, sin necesidad para ello, frecuentemente, de que los niveles de concentración de esas sustancias hayan de ser elevados. En el polvo doméstico de cualquier casa, según esos análisis, uno puede respirar sustancias cancerígenas como las parafinas cloradas, o sustancias que podrían afectar a los sistemas nervioso, inmunológico y hormonal como el pesticida permetrina. Y, por supuesto, podemos inhalar sustancias retardantes de llama con bromo que, entre otras cosas, pueden alterar el tiroides o compuestos organoestánnicos, que pueden afectar, entre otras muchas cosas, al sistema inmune. Eso sí, sin que falten en esa mezcla química que respiramos en nuestros hogares ingredientes como los omnipresentes alquilfenoles y ftalatos que, entre otras cosas, pueden alterar nuestro sistema hormonal con efectos sobre el aparato reproductor.                           

Y ese informe encargado por Greenpeace no es, en realidad, sino uno de tantos estudios semejantes, y ni siquiera el que más datos preocupantes da. Un ejemplo de ello es el estudio que realizaron científicos de varios centros de investigación y de la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. y que publicaron en la revista ‘Environmental Science and Tecnology’, demostrando la enorme cantidad de sustancias tóxicas que, en un complejísimo cóctel químico, puede respirarse cotidianamente dentro de una casa. Analizaron el aire de decenas de hogares (en dormitorios, cocinas, cuartos de baño...) y encontraron los altos niveles de contaminantes que pueden darse en ellos.Identificaron más de 400 compuestos químicos (entre ellos, altos niveles de pesticidas como diazinón, clorpirifos y DDT, aparte de otras sustancias preocupantes). Por encontrar, encontraron, en más del 90% de las casas, incluso metabolitos del DDT, a pesar de ser ésta una sustancia prohibida hace mucho. También se detectaron PCBs-prohibidos hace tiempo- en más de la mitad de los hogares, y, cómo no, otros contaminantes no prohibidos, pero no por ello menos inquietantes, como los ftalatos, que se encontraron en concentraciones considerables.

Además hubo más de 120 sustancias químicas que no pudieron ser identificadas, muchas de las cuales tenían estructuras similares a las empleadas como compuestos integrantes de fragancias (las fragancias, por cierto, estaban a la cabeza de los compuestos detectados y, como muestran muchos estudios, compuestos pertenecientes a este grupo han sido asociados a las más diversas alteraciones orgánicas).

En resumen, concluían los investigadores, dentro de los hogares existe una exposición rutinaria a una dañina mezcla de compuestos químicos que pueden pasar al organismo humanos a través de diversas vías, entre las cuales se cuenta la inhalación de sus partículas presentes en el aire o en el polvo. Hay cantidad de estudios que muestran lo mismo, analizando más o menos sustancias. Así por ejemplo, una investigación en la misma revista científica puede mostrar la alta presencia de contaminantes alteradores del equilibrio hormonal en el aire y el polvo de las casas, y en otra publicación, referirse a un tipo solo de contaminantes como los ftalatos prácticamente omnipresentes en nuestras casas y en nuestros cuerpos.

El hecho cierto es que, aunque los que no entienden de estos temas no parecen preocupados por ellas, los que sí saben, los expertos en contaminación química y salud, consideran que precisamente la exposición a contaminantes en el hogar debe ser uno de los ejes fundamentales de preocupación sanitaria. Sin embargo, la mayor parte de la exposición humana a contaminantes como loscompuestos orgánicos volátiles, cerca de un 90% de ella, no está convenientemente reconocida y regulada por las normas en países como los Estados Unidos. Es la exposición que tiene que ver con toda una serie de fuentes de emisión que se dan dentro de los edificios y que están en relación con los productos que se utilizan en ellos. Se sabe que en espacios cerrados, tales como una casa, la contaminación puede ser enormemente superior a la existente fuera de ella. Y se sabe que los occidentales pasamos de media cerca del 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados. Y esto es más preocupante cuando se piensa en los niños, que son especialmente sensibles a los contaminantes. Y por ello se han estudiado las exposiciones a una suma de sustancias químicas tóxicas -tales como alquilfenoles, ftalatos, bisfenol A, etc.- que se concentran en el cuerpo de los niños.

La pregunta que cualquier hombre o mujer de la calle puede hacerse es, obviamente, ¿cómo tenemos en nuestras casas tal problema de contaminación química que muchos creen que sería algo más típico de encontrar junto a un conglomerado de industrias químicas? Y la respuesta es bien sencilla: esas industrias no sólo pueden verter tóxicos a la atmósfera o los ríos, sino, ante todo, en los productos que fabrican y que ponen a la venta. Muchas materias primas son, de cabo a rabo, y por mucho que se autorice su uso, tóxicas. Y muchos productos finales también lo son o las portan. Da igual que sean plásticos, tejidos, muebles, productos de la limpieza, pinturas, juguetes... el caso es que, al final, acaban en casa. Y esas sustancias, con mayor o menor intensidad, acaban siendo liberadas en su interior, aunque muchas veces no lo percibamos.

Es algo tan sencillo como comprar un sofá, unas cortinas, una alfombra, un televisor, un ordenador, unos cables... Todas estas y muchas más cosas pueden haber sido impregnadas, y de hecho suelen serlo, con uno de los grupos de sustancias tóxicas más preocupantes: los retardantes de llama con bromo. Pequeñas cantidades de esos retardantes de llama acabarán siendo liberadas y terminarán en el aire, desde donde pasarán a nuestros pulmones, y, desde ellos, a nuestra sangre.En lugares del mundo como California, donde unas normas de incendios especialmente exigentes hacen que se usen cantidades muy altas de estas sustancias, los halcones peregrinos, que obviamente no viven en casas amuebladas, sino muy lejosde ellas, tienen concentraciones muy altas de estas sustancias. Pero es que hasta los osos polares del Ártico tienen estas sustancias en sus tejidos. Imagínense una persona que está directamente junto a los productos impregnados.

Un día, a lo mejor, compramos una sartén antiadherente, un abrigo o unas botas con cierto tratamiento de impermeabilización o incluso anti-manchas... Y al hacerlo, estaremos añadiendo a lo mejor otro grupo de sustancias preocupantes al polvo que luego respiraremos en casa: los compuestos perfluorados. Y así pasa con, uno tras otro, todos los grupos de sustancias tóxicas preocupantes. Algunos de estos grupos sólo están en unos pocos productos, otros, por el contrario, están en una gran cantidad de ellos. Adquirimos un perfume, un producto de limpieza, una crema corporal, o revestimos el suelo con PVC, o compramos un juguete de plástico blando... y así podemos hacer entrar en casa otro de los grupos de sustancias más preocupantes: los ftalatos. Algunas de estas sustancias están vinculadas a tantos problemas sanitarios por innumerables estudios realizados que sería interminable referirlos. Productos de aseo personal, detergentes, productos de limpieza... harán entrar a nuestra casa otro grupo: los alquilfenoles, entre los cuales hay famosos alteradores de nuestro equilibrio hormonal. El nonilfenol, uno de los más tristemente célebres, puede haber venido en un limpiador, en una pintura, en la ropa o en un juguete.

Un detergente o un ambientador, por ejemplo, pueden meter en casa también los almizcles sintéticos, uno de los grupos de contaminantes que más preocupan hoy en día.El bisfenol A, una de las auténticas ‘estrellas’ en el ámbito de los tóxicos, puede entrar en casa de mil formas distintas, desde en las resinas epoxi que se emplearon en pinturas, revestimientos de suelos, adhesivos de materiales... hasta en el plástico policarbonato del ordenador, los CDs, DVDs... Sin olvidar, por supuesto, que el problema no será sólo el bisfenol A que podamos respirar, sino que se sumará al que ya tendremos en nuestro organismo por haber comido de un lata revestida con una  película de resina epoxi en su interior, o haber bebido de una botella que libere la sustancia, o, quien sabe, porque la tubería que trae el agua potable a casa lo tiene en su revestimiento interior. Nosotros mismos habremos diseminado por la casa otros tóxicos, al esparcir por ella, por ejemplo, un pesticida doméstico, con piretroides. Pero también puede ser que haya entrado sin que queramos ya que muchas veces, objetos como una moqueta o un tejido vienen tratados con estas sustancias de fábrica para prevenir ácaros y demás.

Y así podríamos seguir, uno tras otro, con todos los grupos de sustancias tóxicas y con todas las formas a través de las cuales han llegado a nuestras casas. Pero basta con lo dicho para ilustrar cuál es la situación y abrir los ojos, pues a pesar de ser una de las principales vías por la que llegan contaminantes peligrosos a nuestros cuerpos, no hay la debida conciencia. Los sistemas tóxicos de producción implican formas tóxicas de vivir. Y la conciencia de ello es importante para presionar a las autoridades y a las empresas a fin de que corrijan las situaciones que lo hacen posible. Esa presión puede ejercerse de diversas maneras. Una de ellas es la de forzar cambios legislativos, controles, ejecución de planes... que hagan que no se produzcan y vendan cosas que contengan una serie de compuestos. Otra, no menos importante, es la variación de hábitos de consumo por parte de los ciudadanos, ya que hay a la venta alternativas sin tóxicos o con mucha menor toxicidad para prácticamente todas las cosas que hemos citado y muchas más.

EDIFICIOS ENFERMOS

Un europeo típico pasa en ambientes cerrados en torno a entre un 85% y un 95% de su vida, a menudo en edificios mal ventilados, y no pocas veces prácticamente herméticos, que propician la acumulación en las atmósferas interiores de toda una serie de elementos perjudiciales, tales como los compuestos volátiles. Desde los materiales de construcción y decoración, muebles, tejidos... a toda serie de productos empleados en los más diversos usos, al final es un hecho que se produce una importante acumulación de factores físicos y químicos negativos que pueden tener serias consecuencias sanitarias.

Cuando más de un 20% de los ocupantes del edificio se queja de una serie de síntomas, se considera que estamos ante un edificio que padece el Síndrome del Edificio Enfermo, algo que, según la Organización Mundial de la Salud ,afectaría nada menos que al 30% de los edificios de oficinas. Es, por tanto, algo que afecta a un gran número de personas. Entre los muchos factores que pueden incidir se citan la deficiente ventilación, la construcción ligera y poco costosa, el que muchas superficies estén cubiertas de materiales textiles como las moquetas, las sustancias emanadas desde adhesivos, pinturas o barnices aplicados a los muebles, así como conservantes de la madera. También puede afectar la presencia de los tan frecuentes tableros de madera conglomerada con colas que liberan formaldehído, por no hablar de las aplicaciones de insecticidas o el uso de determinados productos de limpieza o abrillantadores del suelo, entre otras muchas cosas. A todo ello cabría añadir otros factores como los de la contaminación biológica de los edificios, y, por supuesto, los derivados de la contaminación electromagnética.

No conviene olvidar que, aunque muy frecuentemente los problemas que se dan son más o menos ‘leves’ (a pesar de ello, no implica que no supongan muchas veces un menoscabo muy notable de la calidad de vida), otras veces, algunos de los mismos problemas que generan esos daños más leves, bien sea por que se manifiesten de una forma aguda -por ejemplo, tras una reforma, cuando persisten altos niveles de emanaciones de disolventes u otras sustancias, tras una aplicación de pesticidas- o bien por los efectos acumulativos de largos periodos de exposición, no puedan acabar derivando en patologías más graves. Son cosas perfectamente asumidas por la Administración, pero en las que apenas se actúa. Basta ver las notas técnicas de prevención del Ministerio de Trabajo español para darse cuenta. En estas notas, y desde hace ya muchos años, se describe con todo detalle la cantidad de elementos nocivos que pueden acumularse dentro de un edificio: monóxido de carbono, fibra de vidrio, amianto, compuestos orgánicos volátiles, disolventes, partículas, pesticidas, ozono, radón... Sus fuentes son plásticos, recubrimientos, pinturas, cauchos, tejidos, aislantes, adhesivos, muebles, fotocopiadoras... y se recomiendan medidas como evitar la utilización de materiales que emitan esas sustancias.

Pero se hace poco...y lentamente. Resulta toda una paradoja que la QUÍMICA, que tantos beneficios ha llevado a la Humanidad, contribuyendo a su desarrollo y prosperidad, tenga también una cara B, un lado oscuro, que es imprescindible sacarlo a la luz para el bien de todos aquellos que, inconscientemente, disfrutan de sus múltiples propiedades.

                                                                                                                                                                                        © Javier De Lucas 2012