QUIMIOFOBIA 2

¿ES LEGAL EL MENSAJE «SIN CONSERVANTES NI COLORANTES»?

Tras exponer algunos de los muchos ejemplos de  marketing antiaditivos existentes en el mercado alimenticio y conociendo el efecto negativo que estas campañas tienen sobre la opinión del consumidor hacia este tipo de ingredientes, llega el momento de hacernos la pregunta del millón. Si un aditivo ha pasado todos los controles que exigen las leyes europeas y ha sido autorizado para su consumo por las autoridades competentes que, además, no paran de insistir en que no existe motivo de inquietud derivado del empleo de aditivos en la industria alimentaria española… ¿cómo es posible que, para aumentar el índice de ventas, se permita etiquetar un alimento con un mensaje que sugiere a la población que la ausencia de ese compuesto es beneficiosa para la salud?

Por una parte, creo necesario informar correctamente al consumidor acerca de los beneficios de la presencia de conservantes, colorantes, edulcorantes, etc. en los alimentos. Por otra, hay que intentar eliminar el miedo existente en la sociedad respecto al consumo responsable de estos ingredientes alimenticios. Por último, hay que combatir el empleo de publicidad que lance mensajes erróneos, confusos e incluso fraudulentos al consumidor acerca de la Química en general y de los aditivos en particular. En los últimos años, y para combatir el peligroso avance de la quimiofobia entre la sociedad, muchos científicos y divulgadores de la ciencia han empleado diferentes armas. La más frecuente es la reivindicación de la Química como disciplina fundamental e imprescindible para el desarrollo de nuestras labores diarias y es que es absurdo mostrar recelo hacia los productos químicos cuando la Química forma parte de todas y cada una de las actividades que realizamos diariamente.

La ropa que nos ponemos, los dispositivos electrónicos que empleamos, los fármacos que protegen nuestra salud, los materiales de los que se componen nuestros medios de locomoción, los cosméticos… «todo es Química a nuestro alrededor». ¿Significa esto que los efectos de la Química son siempre beneficiosos? Claro que no, como todas las disciplinas científicas depende del uso que se le dé. El bueno uso de la Química puede salvar vidas gracias a su contribución al desarrollo de un fármaco que combata terribles enfermedades, pero un mal uso de la Química puede ayudar a crear armas de destrucción masiva. Sin embargo, una cosa hay que dejar clara: el hecho de que algunos hagan mal uso de una rama de la Ciencia o de una tecnología no justifica la demonización de la misma.

Pero a pesar de que estoy de acuerdo con que es importante luchar contra la quimiofobia incrementando la cultura científica de la sociedad, creo que no es suficiente. En el caso de los aditivos alimentarios, la información que tenga la población es muy importante para evitar recelos absurdos hacia ingredientes que han sido sometidos a controles muy minuciosos, pero si no se impide legalmente que las empresas sigan asustando al consumidor, la batalla contra el miedo está perdida. ¿Existe alguna forma de atajar el abuso de la quimiofobia en la publicidad alimentaria? Sí, y no hay que elaborar nuevas leyes para alcanzar dicho objetivo, ya existen. Según el Reglamento (CE) 1924/2006 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de diciembre de 2006, relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos empleadas en el etiquetado de alimentos, una etiqueta «NO DEBE DAR LUGAR A DUDAS SOBRE LA SEGURIDAD y/o adecuación nutricional de otros alimentos».

Pues bien, como he mostrado anteriormente, las últimas encuestas alimentarias realizadas entre consumidores europeos muestran que los eslóganes «Sin conservantes ni colorantes» o «Sin aditivos» arrojan muchas dudas sobre la seguridad de aquellos productos que sí lleven aditivos en su composición, hasta el punto de que la población piensa que aquellos alimentos que los contienen son menos seguros a pesar de que han pasado todos los controles sanitarios que exige la ley. Por tanto, mi conclusión es clara. El eslogan «Sin conservantes ni colorantes» o «Sin aditivos» no cumple dicho reglamento, es totalmente ilegal y debería ser prohibido.

Por otra parte, según la Ley 3/1991 de Competencia Desleal, «Se considera desleal por engañosa cualquier conducta que contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico(…)». No soy jurista, pero creo que está más claro que el agua que los casos expuestos de camuflaje de aditivos en las etiquetas pueden inducir a error al consumidor… y también a alterar su comportamiento económico, ya que, como vimos anteriormente, el «LifeStyles 2012» realizado por Kantar Worldpanel demuestra que más de la mitad de la mitad de la población española está dispuesta a pagar más por un producto que no lleve aditivos en su composición.

¿QUEDAN ASPECTOS POR SOLUCIONAR EN EL MUNDO DE LOS ADITIVOS?

Soy partidario de la presencia de aditivos en los productos alimentarios siempre y cuando cumplan la legislación vigente y se empleen dentro de los límites establecidos, pero eso no quiere decir que no considere que hay aspectos relacionados con el mundo de los aditivos que urge solucionar. ¿Se entendería que una persona no pudiese ingerir un aditivo en nuestro país por motivos sanitarios, pero que si cogiese un avión y se desplazase unos kilómetros traspasando fronteras, pudiese consumirlo sin riesgo alguno? Yo no, pero las autoridades alimentarias parece ser que sí. El hecho de que en la UE sea la EFSA la encargada de autorizar la presencia de aditivos en los alimentos y en EE.UU. el organismo responsible sea la FDA provoca que, de forma poco comprensible, existan aditivos que están permitidos en la UE pero no en EE.UU. y otros estén aceptados en el país americano pero no en la UE. Incluso el país norteamericano cerró las fronteras a determinados aditivos procedentes de terceros países como China que sí se consumen en la UE. Todo esto ha provocado el caos, aunque es necesario aclarar que las verdaderas razones de esta situación hay que buscarlas más en aspectos económicos que en motivos saludables.

EL EXTRAÑO CASO DE LA SACARINA

Un caso que demuestra que las verdaderas razones de todo este «sinsentido» van más allá de las sanitarias es el de la sacarina. Este aditivo, que se emplea habitualmente como edulcorante no calórico en la elaboración de bebidas refrescantes, yogures edulcorados y en productos dietéticos para diabéticos, ha aparecido y desaparecido a lo largo de la historia de las listas de aditivos permitidos en diferentes países y estuvo mucho tiempo prohibido en EE.UU. Dependiendo siempre de la presión efectuada por la industria del azúcar o de otros edulcorantes rivales, la sacarina era considerada más o menos tóxica e incluso antes de legalizarse su uso en EE.UU. llegó a permitirse su comercialización siempre y cuando se etiquetase bajo eslóganes tales como: «Este producto contiene sacarina, de la que se ha determinado que produce cáncer en animales de laboratorio» o bien «El uso de este producto puede ser peligroso para su salud». Gravísimo.

Otro caso aún más delirante es el que ocurrió en el estado norteamericano de California, conocido por sus continuas campañas en contra de los productos químicos, y que afectó a las todopoderosas Coca-Cola y Pepsi-Cola. En el año 2012 los dos gigantes empresariales se vieron sometidos a una tremenda tesitura en el estado de California tras la publicación de un estudio que relacionaba la ingesta de un colorante presente en dichas bebidas con diferentes tipos de cánceres. Las multinacionales debían elegir entre eliminar de la formulación de sus productos el colorante E-150, responsible del típico color caramelo de Coca-Cola y Pepsi-Cola, o informar en los envases de la presencia de un ingrediente potencialmente cancerígeno. Como se puede imaginar, rápidamente dicho aditivo desapareció de su composición, ya que sería un suicidio empresarial poner en las latas de refrescos que su consumo podría dar lugar a un cáncer. En un principio, la medida podría parecer lógica, pero la verdad de lo ocurrido es muy diferente.

En 2011, el Center for Science in the Public Interest solicitaba a la FDA americana la prohibición del colorante E-150. La razón era que un grupo de investigadores administraron 4-metilimidazol (uno de los compuestos aglutinados bajo el término E-150) a un grupo de ratas durante dos años en dosis de 40, 80 y hasta 170 miligramos por kilo de peso y día, observándose en los roedores graves patologías en pulmones, corazón, páncreas y glándula tiroides. A pesar de que la FDA americana y la EFSA europea emitieron informes confirmando la seguridad del consumo de este colorante a las dosis permitidas, el estado de California sí entendió que el 4-metilimidazol era una sustancia cancerígena y estableció dosis segura de ingesta diaria (tasa NSRL) de 16 microgramos por día en una persona media que pese 70 kilos y viva unos 70 años. Es interesante resaltar que el NSRL es una dieta segura diaria de una sustancia química cien mil veces más pequeña que aquella a la que no se detectan problemas en los experimentos con ratones.

Pues bien, Yanko Iruin, catedrático de Química Física de la Universidad del País Vasco, analizó la cantidad de latas de refrescos de cola que debería consumir una persona para desarrollar cáncer en base a los resultados del estudio presentado por Center for Science in the Public Interest. Dice el informe al que estamos haciendo referencia que una lata de cola contiene 130 microgramos de metilimidazol, 8 veces más alta que la tasa NSRL que implica un riesgo adicional de cáncer casi imposible de medir. Pero mirémoslo por otro lado. Si de nuevo nos fijamos en la dosis de 40 miligramos por kilo y día, la más «suave» de las suministrada a los ratones, podemos calcular que eso supone, en una persona de 70 kilos, tomar 2.800 miligramos de metilimidazol al día (¡¡¡casi tres gramos de producto puro!!!), lo que a base de latas de cola con 130 microgramos en dada lata, implica tener que beberse diariamente más de 21.000 latas. En fin, que uno puede morir mucho más fácil de tsunami cocacolero que del imidazol de marras. Sí, lo han leído bien… ¡¡21000 latas de Coca-Cola o Pepsi-Cola son las que ustedes deberían beber en un solo día para desarrollar los cánceres que aparecieron en las ratas!!

Es posible que en estos momentos hayan sonreído ante tal disparate o que se hayan echado las manos a la cabeza… pero Coca Cola y Pepsi Cola, según informaron varios medios de comunicación, se vieron obligados a modificar la composición de sus refrescos a pesar de la absurda razón que los llevó a tomar esa decisión. Estos hechos merecen una reflexión: ¿Se imaginan la alarma social que provocó entre los consumidores la absurda decisión tomada por el estado de California? ¿Qué pensarían los ciudadanos de otros estados donde no se ordenó retirar el colorante E-150? ¿Se imaginan los grandes perjuicios económicos que pueden sufrir algunas empresas por el hecho de que se adopten medidas sin ningún criterio científico? De locos.

Y hablando de locos, haciendo un inciso sobre las vacunas antiCovid. ¿Cómo es posible que la gente vaya tranquilamente a inyectarse cualquier vacuna que ordene el gobernante de turno, cuando, a día de hoy, NO SE SABEN, CIENTÍFICAMENTE HABLANDO, NI LA EFICACIA NI LOS EFECTOS SECUNDARIOS DEL MILAGROSO MEDICAMENTO? (Digo milagroso porque es la primera vacuna, en la historia de la medicina, que ha tardado un tiempo récord en sintetizarse, cumplir las etapas del proceso de fabricación y experimentación, empaquetarse y ponerse a disposición del bendito usuario).

LA ABSURDA GUERRA COMPUESTOS NATURALES/COMPUESTOS QUÍMICOS

Debido al trasfondo quimiofóbico que subyace en todo lo expuesto a lo largo de este artículo, creo que es el momento de abordar un aspecto que, aunque no tiene relación directa con los aditivos, sí la tiene con la tensa relación existente entre las sustancias químicas y las sustancias naturales. El hecho de combatir la quimiofobia alimentaria no debe implicar estar en contra de los productos naturales. En la actualidad hay una guerra abierta entre los partidarios de los productos químicos y aquellos que prefieren los productos naturales, y esa batalla es absurda.

No entiendo el empecinamiento que determinados sectores tienen en confundir a la población lanzando el mensaje de que los productos naturales son más saludables que aquellos obtenidos por síntesis química (mal llamados artificiales). Eso no es cierto. El consumo de un compuesto calificado como «natural» no implica que tenga mayores beneficios que la ingesta de uno «artificial», pero tampoco lo contrario… y es que pocas cosas he visto tan absurdas en el campo de la alimentación como la polémica levantada acerca de si son más efectivos los ingredientes naturales, los artificiales, los químicos, los tradicionales, los ecológicos o los transgénicos.

Seamos rigurosos. La efectividad de un ingrediente se basa en la presencia o no, a las concentraciones pertinentes, de un principio activo con funcionalidad demostrada científicamente. Además, para saber si ese ingrediente es efectivo en la globalización de un producto, hay que evaluar su funcionalidad en presencia del resto de los ingredientes del alimento o complemento alimenticio en cuestión. Da igual el origen natural o químico de ese ingrediente. Por ello, estoy totalmente en contra de aquellos que se obstinan en mandar el mensaje de que un principio activo de origen natural no pueda tener mejores efectos saludables que uno sintetizado artificialmente. Y es que a veces los mismos que rechazan, justificadamente, la quimiofobia, pecan de naturofobia o fobia a los productos naturales.

Sirva como ejemplo una situación acontecida en la UE y que supuso un punto de inflexión en la absurda batalla entre los productos químicos y los productos naturales. En el año 2013, y tras haber rechazado una solicitud presentada previamente por no tener el suficiente respaldo científico, la EFSA dio el visto bueno a la capacidad del complemento alimenticio Transitech® para regular el tránsito intestinal, aumentar los movimientos intestinales, regular el tamaño y la consistencia de las heces sin provocar diarreas, todo gracias a la presencia entre sus ingredientes de una serie de extractos de plantas que forman parte del grupo de sustancias que muchos llaman «productos naturales» y que hasta ese momento no habían sido autorizados por la EFSA.

Entre los ingredientes del Transitech® aparecen diferentes «productos naturales» entre los que destacan raíces, hojas, pétalos, semillas junto a levaduras o lactobacilos… que contienen principios activos que han demostrado científicamente que son capaces de mejorar el tránsito intestinal. Estos principios activos son unas moléculas derivadas de un compuesto químico llamado hidroxiantraceno que solamente se encuentran en la raíz y el rizoma de Rheum palmatum L. y de Rheum officinale Baillon aunque también podemos encontrarlos en otras plantas como Cassia senna L., Cassia angustifolia Vahl, Rhamnus frangula L., Rhamnus purshianus DC y diversas especies de Aloe. Es decir, Compuestos QUÍMICOS (derivados del hidroxiantraceno) presentes en raíces y rizomas de PLANTAS que forma parte de un complemento alimenticio con capacidad funcional demostrada ante un organismo oficial de acuerdo con la reglamentación actual. De eso se trata, de evaluar la efectividad de un principio activo se encuentre situado en un alimento «natural» o «artificial» y de nada más.

No seamos quimiofóbicos ni naturofóbicos. Urge tomar una serie de medidas en beneficio del consumidor. Es absolutamente necesaria una revisión de la legislación vigente y una aplicación de la ya existente acerca de los aditivos alimentarios que, por un lado, impida el uso de determinados eslóganes publicitarios basados en miedos injustificados y no en realidades demostradas científicamente cuya única finalidad es confundir deliberadamente al consumidor y, por otro, permita unificar internacionalmente todos los aspectos relacionados con estos compuestos.

Además, es necesario dejar a un lado la absurda guerra entre productos naturales y productos químicos y centrar todos los esfuerzos en conocer la eficacia de los principios activos contenidos en los alimentos independientemente de su origen. Detengamos el avance de la quimiofobia e incrementemos la cultura científica de la sociedad.

«Casi» todos saldremos ganando.

                                                                                                                  FIN

                                                                                                                                      © JAVIER DE LUCAS