¿TAMBIEN MIENTEN LOS RECUERDOS?

 

Nuestra experiencia del mundo en tiempo real es fugaz. Cuando experimentamos algo, al momento siguiente ya se ha convertido en un recuerdo; primero se almacena en la memoria a corto plazo y, más tarde, una parte de la experiencia se consolidará en la memoria a largo plazo. Todo lo que conocemos personalmente sobre el mundo es un recuerdo. Pero ¿hasta qué punto es fiable la memoria humana? Piensa en un recuerdo vívido de tu infancia, el tipo de recuerdo en el que piensas a menudo y que representa una parte importante de tu historia y de tu identidad. Lo más probable probable es que ese recuerdo sea en gran parte, e incluso quizá en su totalidad, falso.

Puede que esta idea te resulte inquietante y que ahora mismo estés pensando «¡Qué va! Me acuerdo perfectamente de aquella vez que fui a la juguetería a los diez años. Es imposible que sea falso». Pero siento decirte que tienes en tu contra a todo un siglo de investigaciones sobre la memoria. Nuestros recuerdos no son registros precisos o pasivos del pasado. No tenemos cámaras de vídeo insertadas en nuestros cráneos. Los recuerdos se construyen a partir de percepciones imperfectas que se filtran a través de nuestras creencias y sesgos, y luego, con el tiempo, mutan y se fusionan.

Nuestros recuerdos sirven más para respaldar nuestras creencias que para proporcionar información. En cierto sentido, conforman una historia en evolución que nos contamos a nosotros mismos. En algún momento, todos hemos tenido una discusión acalorada. Una vez las cosas se calman y todas las partes tratan de resolver las discrepancias, se hace patente que cada persona guarda un recuerdo distinto de la conversación que acaba de tener lugar. En este tipo de situaciones, puedes estar tentado de suponer que tu memoria es precisa y que todos los demás se están volviendo locos. Y, naturalmente, eso es justamente lo que los demás piensan de ti.

También puedes haber recordado un momento que ocurrió mucho tiempo atrás con alguien que también estuvo presente. Los investigadores en la materia han descubierto muchas cosas sobre el proceso de la construcción de los recuerdos. Todo lo que percibimos minuto a minuto también es un proceso activo de construcción. Los diversos flujos sensoriales filtran la información importante, establecemos suposiciones sobre lo que es probable que estemos percibiendo y lo comparamos todo, en tiempo real, con toda la demás información y con los modelos existentes y las suposiciones que ya sostenemos sobre el mundo. Y para asegurar que todo encaje perfectamente, damos preferencia a la continuidad.

Dicho flujo perceptivo se convierte en un recuerdo. Existen investigaciones recientes que apuntan a que los recuerdos a corto y largo plazo pueden formarse a la vez, solo que la memoria a corto plazo domina en un principio para luego desvanecerse rápidamente. Tras unos días, el recuerdo a largo plazo se puede consolidar y volverse dominante. Es probable que la complejidad de la relación entre la memoria a corto y a largo plazo sea mayor, y de hecho las investigaciones siguen en curso, pero este es su funcionamiento básico.

Existen distintos tipos de memoria a largo plazo y, aunque se solapan en gran medida, sus «correlatos neuroanatómicos» son distintos (es decir, que trabajan con distintas redes neuronales). Existe la memoria declarativa (también llamada memoria explícita), la cual consiste en el conocimiento factual que se encuentra almacenado en la memoria a largo plazo y que se recuerda de forma consciente. Es lo primero en lo que piensan la mayoría de las personas cuando hablamos de memoria.

La memoria procedimental (también llamada memoria implícita) es más automática y tiene que ver con aprender a llevar a cabo acciones motoras, como lanzar una pelota o aprender a escribir. La memoria declarativa está más dividida. La memoria episódica es la de los acontecimientos y de las experiencias propias, y los recuerdos episódicos constituyen lo que denominamos memoria autobiográfica, es decir, la memoria de lo que ha ocurrido en nuestras vidas y que suele recordarse en primera persona. También existe un tipo específico de recerdos autobiográficos conocidos como recuerdos vívidos, unos recuerdos extraordinariamente vivos de un acontecimiento de gran importancia emocional. Dónde estabas y qué estabas haciendo cuando te enteraste de los atentados del 11 M o de otros sucesos similares serían ejemplos de recuerdos vívidos.

La memoria semántica es memoria factual sobre el mundo, ya no específica sobre tus propias experiencias. Este tipo de memoria también tiene componentes distintos que se almacenan por separado. Tenemos una memoria para los hechos, una memoria distinta para los «estados de certeza» de cada hecho (¿es verdadero o falso?) y otra para la fuente del hecho. Por eso es frecuente que recuerdes que has oído algo en algún sitio, pero que no seas capaz de acordarte de dónde lo has oído, y puede que ni siquiera recuerdes si es cierto o no.

Los recuerdos son imperfectos desde el momento en el que los construimos y, además, no se mantienen estables a lo largo del tiempo. Cada vez que evocamos un recuerdo, estamos reconstruyéndolo y actualizándolo. La memoria, igual que la percepción, da importancia a la coherencia interna, de manera que alteramos nuestros recuerdos para que encajen con nuestros relatos internos sobre la realidad. Y, a medida que dichos relatos van cambiando, vamos actualizando los recuerdos para que se ajusten a ellos.

La vida de un recuerdo es una aventura caótica que discurre por un camino sinuoso. Estas son algunas de las formas que tenemos de moldear nuestros recuerdos:

Fusión. En ocasiones fusionamos los detalles de distintos recuerdos, mezclándolos o incluso combinando dos recuerdos distintos en uno solo. Piensa en esa hipotética visita que hiciste a la juguetería de pequeño. Puede que recuerdes un encuentro perturbador con un desconocido en la tienda. Pero es posible que ese encuentro con un desconocido ocurriera en otro lugar y en otro momento, y por alguna razón has combinado esa experiencia con tu recuerdo de la visita a la juguetería. También es posible que ese encuentro perturbador ocurriera en una película, o que le ocurriera a otra persona, y quelo hayas combinado con tu propio recuerdo.

Fabricación de recuerdos: nos inventamos todo tipo de cosas. Se trata de un proceso completamente automático y subconsciente. Porque recordemos que nuestro cerebro quiere construir un recuerdo continuo y coherente, así que si le falta alguna pieza, se la inventa para rellenar los huecos. Las personas que padecen de demencia tienden a fabricar recuerdos más a menudo, porque sus débiles memoria y cognición crean más huecos que hay que rellenar. En los casos graves, los pacientes de demencia no necesitan demasiados estímulos para fabricar sucesos que no han existido jamás. La invención de detalles sirve para dar énfasis a la importancia emocional de un acontecimiento determinado. De hecho, la importancia temática y emocional general de un recuerdo se almacena en un lugar independiente de los detalles secundarios.

Contaminación. Los humanos somos seres sociales, y el hecho de que concedamos un gran valor al testimonio de los demás forma parte de nuestra naturaleza social. Cuando un grupo de individuos habla de un suceso que vivieron juntos y cada uno comparte los detalles de sus recuerdos individuales, es probable que contaminen la memoria de los demás. Cada uno cogerá los detalles aportados por otra persona y los incorporará sin fisuras a sus propios recuerdos. Esa es precisamente la razón por la que no está permitido que los testigos judiciales se reúnan o hablen entre ellos antes de ofrecer su testimonio.

Distorsión. También es posible que los detalles de un recuerdo sencillamente cambien o se distorsionen. Los detalles pueden cambiar de dirección con el tiempo, o incluso cambiar de una forma específica para apoyar el relato emocional del recuerdo. Las sugerencias pueden distorsionar los recuerdos. Basta con sugerir un detalle a alguien mientras está evocando un recuerdo para que incorpore dicho detalle a su recuerdo. Si, por ejemplo, ese alguien vio a una persona encapuchada pero no fue capaz de discernir su género, el hecho de que el entrevistador se refiera al encapuchado en femenino puede ser suficiente para que el recuerdo cambie y se convierta en el de una mujer encapuchada.

EL SÍNDROME DEL FALSO RECUERDO

Los sistemas de creencias y los mitos gozan de una inercia cultural enorme y es difícil erradicarlos por completo. Por eso la creencia en la astrología persiste, aunque solo la abrace una minoría. No obstante, esto debería ser distinto para los profesionales. Las profesiones sanitarias deben estar sometidas a unas normas básicas de cuidado, las cuales a su vez deben basarse en algo real, lo que significa que se les debe aplicar la evidencia científica. Los profesionales, especialmente los del ámbito médico, no tienen excusa para seguir persistiendo en falsas creencias desacreditadas hace ya mucho.

En la década de 1980, la idea de que las personas pueden suprimir recuerdos de hechos traumáticos y que dichos recuerdos reprimidos se pueden manifestar mediante problemas de salud mental aparentemente inconexos, como pueden ser la ansiedad o los trastornos alimenticios —algo que jamás ha gozado de fundamento científico— alcanzó su cenit. Esta idea ganó popularidad gracias al libro El coraje de sanar (1988). En él, las autoras abogaban por animar a sus clientes de terapia, y en especial a las mujeres, que padecían los mencionados problemas de salud mental, para que recuperaran recuerdos sobre abusos. Sostenían que si dichos recuerdos podían ser desenterrados, podía concluirse que eran reales.

El concepto de los recuerdos reprimidos fue en parte responsable del pánico satánico surgido en la década de 1980, y muchas de las personas que fueron sometidas a técnicas de recuperación no solo «recordaban» haber sufrido abusos sino también haber sido víctimas de abusos en rituales satánicos. El síndrome de los recuerdos recuperados supuso un enorme fracaso para la profesión de la salud mental. Estas extraordinarias ideas jamás se demostraron empíricamente. Además, las respuestas que se ofrecían para responder las preguntas más básicas eran insuficientes. Por ejemplo, ¿existe alguna evidencia empírica que apoye los asombrosos acontecimientos que salen a la luz gracias a la terapia? ¿Es posible que los recuerdos recuperados sean producto de la terapia y que no sean reales? Ahora, con cuatro décadas de perspectiva, podemos afirmar ciertas cosas con un alto grado de seguridad.

El síndrome de los recuerdos recuperados es en gran medida, o incluso por completo, un mito. En general, las personas no reprimen los recuerdos de un trauma extremo, y la existencia de contadas excepciones sigue generando controversia. Además, los recuerdos son construcciones y son maleables. Asimismo, las investigaciones independientes llevadas a cabo por multitud de órganos oficiales y académicos nunca encontraron evidencia alguna que respaldara la veracidad de los casos de abusos sexuales en rituales satánicos, de asesinatos y demás atrocidades surgidas de sesiones de recuperación de recuerdos. Porque, sencillamente, dichos sucesos no ocurrieron jamás.

Lo que surgió de este lamentable episodio fue una creciente comprensión de lo que hoy se conoce como síndrome del falso recuerdo, es decir, la construcción de recuerdos completamente falsos. A ello se llega mediante las visualizaciones guiadas, la hipnosis, la sugestión y la presión de grupo. Estas técnicas quebrantan una de las reglas básicas de la investigación: no guiar jamás a nadie poniendo palabras en su boca. Y esto cobra una especial relevancia si la persona es vulnerable y está confundida.

Aunque existe cierta controversia legítima sobre si es siquiera posible reprimir dichos recuerdos y recuperarlos con precisión en el futuro, no hay duda de que el gigantesco negocio de los recuerdos reprimidos de las décadas de 1980 y 1990 no estaba fundamentado en la evidencia científica. En esencia, fue este negocio lo que generó el síndrome de los recuerdos falsos. El hecho de que una idea controvertida se pusiera en práctica de una forma tan extendida, a pesar de los riesgos a los que se exponía a los pacientes y a sus familiares, evidencia la falta sistémica de autorregulación en el seno de la profesión de la sanidad mental.

Todavía más descorazonador resulta el hecho de que la terapia de los recuerdos recuperados siga practicándose hoy en día. Incluso si deseas sumarte a la opinión minoritaria entre los expertos sobre la memoria de que es posible reprimir los recuerdos, la evidencia no justifica la práctica de la recuperación de dichos «recuerdos». Tan solo el daño potencial es motivo más que suficiente para suspender este ejercicio hasta disponer de evidencias.

 

                                                                                                                                                                        © 2020 Javier De Lucas