A los diez años escribí mi primer relato del Oeste: "El infalible Farrow". Durante los cinco años siguientes escribí otros veinticuatro, siendo el último "La mano inolvidable". Había cumplido quince años y pensé que ya iba siendo hora de tomarme en serio la Literatura.
Recuerdo con mucho cariño aquellos años y aquellos
textos, repletos de tiros, pistoleros y duelos a muerte, de buenos y malos, de
extensas llanuras y estrechos desfiladeros, de sucias cantinas y lujosos
salones, de cazadores de recompensas y sheriffs heroicos, de vaqueros
camorristas y caciques despiadados, de cacerías salvajes y disparos de todos los
calibres...vistos y escritos por un niño que creía en la infalible puntería del
Colt del héroe solitario.
Aquí están algunos de aquellos relatos, tal y
como los escribí, con sus errores sintácticos variados...¡y hasta con algunas
faltas de ortografía!
REVANCHA DE PLOMO
-
De eso hará cosa de tres semanas por lo menos,
señor- el hombre hizo un ademán con la mano- Hacia el Sudoeste.
-
Vale, amigo, con eso me basta.
Child Face dio media vuelta y se encaminó con paso firme hacia los
batientes del “Saloon”.
Una voz le frenó en seco:
-
¿Te acuerdas de mí, Alcott?
El aludido se quedó rígido como un poste.
-
Tú eres Sam “Rápido” Wesster, de Colorado. ¿Qué
quieres?- dijo Jimmy sin volverse.
-
Tienes muy buena memoria, Child. Sé lo de tu
decadencia.
-
¿Y qué?
-
Vengo a matarte.
El movimiento, como en todos estos o parecidos casos, fue general. Las
mesas sirvieron de providencial parapeto.
-
¡Ah, ya! “Rápido” cree que su viejo amigo ya no
sabe tirar y por eso asoma las narices.
-
Sabes que tengo muchos amigos. “Zarpa puma” y sus
comadrejas te zumbaron de firme y si no llega a ser por el sheriff ni lo
cuentas. Estás en declive y tú lo sabes.
-
Ahora, Jimmy Alcott describió media circunferencia
al girar. Sólo dijo:
-
¿Aquí?
-
Qué más da.
“Rápido” Wesster se llevó una mano al vientre. Asombrado, cambió la expresión
triunfante de su rostro, al sacarla llena de sangre. Miró incrédulo, estúpido,
a “Child Face”. Pegó un manotazo al aire, intentando vanamente apartar de sí la
espesa neblina que cubría sus ojos: inútil. Se dobló como se arruga un papel al
fuego y quedó tendido cuan largo era en el entarimado del reducido Saloon.
Fue en Fort Aphajoe, en la divisoria de Nebraska con los dominios sioux
del sur de Canadá.
Llevaba en su búsqueda más de tres meses. Al fin dio con ellos. Chuck
“Zing” Delony, Freddy Baer y Henry Maxter bebían tranquilamente acodados en la
barra del amplio mostrador del único “Saloon”. Esta vez, “Child Face” no esperó
ni se anduvo con contemplaciones. Dijo:
-
¡Maxter, Delony, Baer!
Los tres hombres se volvieron como picados por una víbora.
-
La banda de Bruce Chasson, disuelta y desunida-
silabeó Jimmy.
-
-Tanto mejor para mí.
Henry Maxter esbozó una sonrisa.
-
Ya sabemos tu vuelta a las armas, “Child”. Mataste
a “Rápido” Dexter en “Hot Cementerio”, Arizona. Pero entonces era uno solo.
Ahora somos tres. Pide socorro, maldito
.
Alcott vibró, tenso. En línea, los tres gun-men ofrecían un
inconfundible aspecto.
Fue Delony el que primero movió las manos. Y el último. A “Child Face”
le brotaron inverosímilmente un par de revólveres del máximo calibre, que,
implacables, escupieron plomo seis veces. Pero tres de los tiros fueron
innecesarios. Delony y Baer, ya eran cadáveres. Maxter fue el único que
consiguió “sacar”. Su bala, arañó rabiosa el brazo derecho de Alcott, en un
insignificante rasguño. Pero, inmediatamente, se llevó la mano al pecho. Su tos
fue amortiguada por la copiosa sangre que vomitó. Cayó al suelo. Jimmy se
arrodillo junto a él.
-
¿Y Chasson? ¡Contesta!, ¿dónde está Chasson?
Tosió de nuevo Maxter.
-
¿Está solo? ¿Dónde?
-
No…, reorgani…zó l..la..ban..da
-
¿Dónde? ¿Dónde está?
-
En …en Winchister, sí… en…
No dijo más. Pero fue lo suficiente.
Winchister, Indiana, pensó Jimmy Alcott.
-
Como antes, ¿eh, jefe?
-
Mejor- Bruce Chasson soltó una risita. Había
engordado más, sin duda, dada la actual posición que ocupaba en Winchister.
-
En dos meses, dueño del banco, del SALOON más
importantes, de uno de los mejores ranchos, y dentro de poco, de todos.
De nuevo rió, con esa risa tan desagradable.
-
Y total, con siete hombres.
-
Siete gun-men. De los pocos de la región.
-
Algunos de ellos estarán ahora de vuelta del rancho
de Tutson. Ese viejo idiota ya no sirve para llevar su rancho. Tendré que
hacerlo yo…
En ese instante, la puerta se abrió y en ella irrumpieron dos hombres de
Chasson: Bing y Lou Garret, llevando maniatado a un viejo.
-
¡Ah, Tutson!- hizo Chasson un ademán de levantarse
pero se quedó quieto, sin duda por el mal estado de su cadera izquierda. -¿No?
El viejo miró de frente al bandido. Movió la cabeza negativamente.
-
¡Nunca! Los perros como tú sólo comerán la carroña,
no la fortuna de un hombre honrado.
Los ojillos de Chasson relampaguearon un instante, pero esbozó una
sonrisa cruel cuando dijo:
-
Bien, viejo. Veremos qué tal salta tu piel cuando
te la arranque a tiras.
Tutson escupió al rostro de “Zarpa puma”, el cual, lanzando una
maldición, propinó al indefenso Tutson una salvaje patada. Gimió como un animal
herido.
-
¡Arrancadle la piel hasta que yo diga basta!
Sonaron tres latigazos.
---
En ese mismo momento, tres hombres de “Zarpa puma” tenían delante a “Child
Face”.
-
Bueno- sonrió Ed Kruger, mientras acariciaba
lentamente las culatas nacaradas de sus revólveres. -Se lo diremos todo eso a
Chasson.
-
Y decidle también esto- siguió la voz del gun-man
de la cara de niño. -No emplearé ningún arma de fuego. El combate será a
muerte, pero a puñetazo limpio.
-
¡Ah ya!- la voz de Kruger se hizo cada vez más
burlona.
Una venganza en toda regla. Lástima que eso sea imposible.
“Child Face” sabía por qué decía eso. Y se abstuvo de preguntar nada.
Kruger seguía como siempre: cínico, traicionero y fanfarrón.
Los otros, Lombard y Vulner, permanecían a la expectativa.
Ahora, Kruger estaba mirando al techo. Absurdo, pero por eso revelador.
“Child Face” pegó un brinco relámpago, y en sus manos, armadas
prodigiosamente, se recortaron las siluetas sensacionales de dos enormes
revólveres “Colt” del máximo calibre.
Kruger disparó cuando Jimmy ya no estaba. Y su revólver describió un
giro en busca del cuerpo del pistolero.
Demasiado tarde. Desde el suelo, aquella exhalación barrió el terreno
disparando en abanico sus armas. Kruger no supo nunca desde dónde disparó el
gun-man de la cara de niño. Porque la respuesta, muda pero candente, le arrancó
una vida al servicio del “Colt”, una vida que ahora se le escapaba porque su revólver no había sido más rápido.
Lombard disparó al suelo, pero Alcott se cubría con una mesa. Las balas
rebotaron o se incrustaron en la madera, inofensivas. Cuando se dio cuenta de
la situación, tembló. Antes de recibir el plomo, Lombard vio la muerte en los
“Colts” de Jimmy Alcott. Vio la muerte escupida por dos negros cañones, y
chilló como una rata herida, cazada en su agujero. Vulner se había escondido
detrás del mostrador, y sus revólveres estaban mudos. El sudor le resbalaba por
la frente, y su mano temblaba espasmódicamente.
Reinó un silencio mortal. Vulner, por fin, gritó:
-
¡Está bien, “Child”! ¡Me entrego!
Tiró su único revólver por encima del mostrador, por el que apareció su
cabeza.
-
Sal, Vulner- dijo Alcott.
Vulner lo hizo. Esperó a que Jimmy guardase sus revólveres, y entonces
actuó. Traicionero, el hombre de Bruce Chasson sacó velozmente un cuchillo
“Bowie” del cinto, en una acción vertiginosa, tanto, que Jimmy Alcott quedó
sorprendido. Se echó a un lado, y el cuchillo se clavó a una pulgada de su
cabeza. “Child Face” no perdonó. De nuevo, sus revólveres volvieron a entonar
aquella diabólica canción, y Vulner, con la expresión desencajada, aguantó de
pie hasta seis proyectiles que se le clavaron en el pecho. Porque se quedó
muerto al segundo disparo, y su rigidez le impidió doblarse hasta después de
que su corazón dejara de latir.
Harvey, Basedow, Cull y Jones estaban en una ciudad fantasma.
Al menos eso parecía el pueble de Winchister, porque ni un alma se veía,
aparte de los últimos y más peligrosos hombres de Bruce Chasson. Un silencio
helado se había adueñado del lugar, y solo el viento, que levantaba alguna
ligera nubecilla de polvo, pululaba lúgubremente. Además, el cielo se había
ennegrecido, y un bochorno angustioso se respiraba. La tensión del momento, sin
embargo, flotaba en el aire como un algo palpable, que presagiaba tormenta.
Los cuatro hombres de Chasson formaban una imagen espectral, clavados en
el centro de la calle principal, con las manos descansando sobre los
cinturones-canana. Cuatro caras del Oeste, típicos como el salvaje grito del
coyote herido.
Jimmy Alcott, “Child Face”, el hombre cuyos revólveres habían ganado una
fabulosa fama a lo largo y ancho del Suroeste, hacía su aparición en el pueblo.
Iba a pie, y en su mano derecha llevaba las riendas de su caballo. La distancia
que le separaba de los cuatro pistoleros era la ideal para el tiro con arma
corta. Se paró.
Siempre habían dicho que los pistoleros que han luchado centenares de
veces con la muerte, improvisan algo ante ella. Ahora, eso se cumplió. Los
cuatro hombres se dispersaron en un segundo y ya antes de parapetarse en los
porches sus manos se veían armadas con revólveres de diferentes calibres.
“Child Face” también improvisó. Se pegó a su cabalgadura, que recibió
los impactos, y “sacó”, haciendo fuego contra Harvey. El pistolero se llevó la
mano al pecho, y hundió la cabeza en tierra.
El caballo de Alcott cayó al suelo, pero éste siguió detrás de él. Cada
disparo de sus enemigos se clavaban en la carne del animal.
Basedow, en su afán de atinar a Jimmy, alzó demasiado la cabeza. Fue
fatal. Su cerebro saltó hecho añicos, cuando la bala de Alcott le alcanzó.
Jones y Cully no tiraron. Situados en el mismo lugar, esperaban atentos.
-
¡Voy a salir! – gritó Cara de niño - ¡Hacedlo vosotros
también, con los revólveres en las fundas!
Cully y Jones no fueron, esta vez, cobardes. Salieron los dos a un
tiempo, con los revólveres en las pistoleras.
“Child Face” hizo lo mismo. Y la eterna ley del más rápido decidió la
vida del más lento. Las manos del gun-man desnudas sin sus “Colts”, los
buscaron. Jimmy Alcott vaciló cuando sintió el plomo en el pecho. Antes, su
disparo había alcanzado a Cully, pero no pudo evitar el disparo de Jones. Se
tiró al suelo y esto le libró de la muerte. La otra bala de Jones solo silbó
por encima.
Desde el suelo, el revólver del niño crepitó. Y Jones, hundido el
vientre por el impacto, se dobló como un tallo tronchado. La sangre empapaba la
camisa del gun-man. Veía como en brumas el terrible espectáculo que le rodeaba.
Y aún así, “Child Face”, el luchador, el gun-man, “supo” que Chasson no había
muerto y “tenía” que estar allí. Por eso, se volvió como una serpiente herida
en busca del último eslabón en su alucinante carrera de muertes. Por una décima
de segundo, Bruce Chasson perdió la vida. Rota la cabeza por un disparo, el
último y prodigioso disparo del niño, el célebre “Zarpa Puma” murió de repente,
con la cabeza agujereada limpiamente por aquellos inauditos revólveres del
asombroso gun-man.
Desde ese instante, “Child Face” ha vuelto a su actividad. El Sudoeste
entero ha sido espectador de las hazañas de un hombre hecho leyenda, un hombre
cuyo destino le impulsó a una vida turbulenta, apoyada por la terrible
consistencia de una par de revólveres “Colt” del máximo calibre. Un destino que
le impulsó a luchar, y que no respetó su rostro infantil para matar en duelo
abierto a los hombres más rápidos de la región, los pistoleros que encontraron
la muerte en los “Colts” fabulosos del gun-man con cara de niño.