LUIS ROSALES

BIOGRAFIA

(Granada 1910 - Madrid 1992).

Inició en Granada las carreras de Filosofía y Letras y Derecho y pasó más tarde a Madrid para cursar Filología Románica. Publicó sus primeros poemas en la revista "Cuatro vientos" en la que conoció a otros jóvenes poetas como Luis F. Vivanco y los Panero.

La guerra civil lo sorprendió en granada , donde intentó inútilmente salvar a Federico García Lorca. Trasladado a pamplona y más tarde a Burgos hizo posible, junto a otros intelectuales como Ridruejo, Laín Entralgo, Torrente Ballester y Vivanco, una primera llamada a la tolerancia desde el enrarecido ámbito nacionalista.

Terminada la guerra se instaló en Madrid donde publicó el RETABLO SACRO DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR, obra de notable calidad, pero que no anticipa todavía su posterior orientación poética. Su obra RIMAS, publicada en 1951, da cuenta del caos subsiguiente a la guerra civil que el poeta trata de contrarrestar a través del recuerdo y de la superación personal de su propia identidad perdida. Sus temas se fijan en la niñez, en la seguridad afectiva y en el mundo familiar.

Estos motivos se concentran en su obra LA CASA ENCENDIDA, que viene a ser una sostenida reflexión autobiográfica. Otras obras suyas son: SEGUNDO ABRIL, CANCIONES, COMO EL CORTE HACE SANGRE. Especial interés tiene el DIARIO DE UNA RESURRECCION, donde su trabajo de experimentación poética se une a un clasicismo básico. LA CARTA ENTERA, LA ALMADRABA, UN ROSTRO EN CADA OLA, OIGO EL SILENCIO UNIVERSAL DEL MIEDO. Desde 1962 fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua y fue distinguido con numerosos premios literarios, entre ellos el Cervantes en 1982.

POEMAS ESCOGIDOS

  BAJO EL LIMPIO ESPLENDOR DE LA MAÑANA

Bajo el limpio esplendor de la mañana

en tu adorado asombro estremecido,

busco los juncos del abril perdido;

nieve, herida eras tú, nieve temprana.

Tu enamorada soledad humana,

y ahora, Señor, que por la nieve herido

con la risa en el labio me has vencido,

bien sé que la tristeza no es cristiana.

¿No era la voz del trigo mi locura?

Ya estoy solo, Señor -nieve en la cumbre-,

nieve aromada en el temblor de verte,

hombre de llanto y de tiniebla oscura,

que busca en el dolor la mansedumbre,

y esta locura exacta de la muerte.

    CUANDO NACE UN RECUERDO

              Retrato de Dionisio Ridruejo

¿Cómo nace un recuerdo?  Atardecía

y el cielo declinaba su entereza

sobre el valle del Arga; entre los montes

iba la luz con obediencia trémula

reclinando en la tierra su hermosura

blanca, dorada, rosa, añil, violeta

en corta sucesión de tiempo y lumbre

deshojando su cuerpo en la ribera.

Recuerdo que el silencio atardecía

toda la vida a su extensión sujeta:

los caminos desiertos, las murallas,

y el fresco olor que a los pinares lleva.

Oyendo unas campanas vi tus ojos,

pequeños, insistiendo en su pereza,

jugaban con un dejo campesino

en la mirada fugitiva y quieta,

no suspicaz, pero alertada y baja,

no inexpresiva, mas cerrada, y cerca

de ser dura, quizá, si mira grave,

de ser triste tal vez, si mira y sueña:

oscuros, pero nítidos, sin párpados,

sin camino interior, sin brillo apenas,

con libertad no exenta de mesura,

con derramada y fácil negligencia.

¿Cómo nace un recuerdo?  Alegremente

destacaba en la sombra tu silueta

descarnada, pequeña, fina y dulce,

cansado el gesto y sin cansar la fuerza;

el cabello castaño (cuando ríes

la risa te reclina la cabeza);

la piel áspera y pálida; la boca

desdibujada, exánime y risueña

y el gesto aquel, convaleciente y vago,

de corazón con luz y entre la niebla.

Recuerdo que tú hablabas descansando

todo el cuerpo en la voz y tu voz era

la que llevaba al mundo de la mano

amplia, segura, convencida, cierta.

Recuerdo... Yo no sé... ¿Cuándo empezaste

a estar detrás de la memoria entera,

detrás y como un tren que caminara

sobre dos vidas y en la misma rueda?

     VIENTO EN LA CARNE

Dios está cerca. El trigo

se dobla como un ángel

anunciador que siente

la bendición del aire,,

los chopos encendidos

de amor en el paisaje,

las aves que mantienen

su vuelo penetrante,

la nieve fugitiva

del arroyo en el valle,

¡puede ser la vez última

que recuerdo tu imagen!

Cándidamente ilesa

se restaura la tarde

que el poniente ha dorado,

y en el silencio grave,

un viento sin sonido

pero glorioso y ágil

decora alegremente

los grises olivares

al contraluz de plata

campesina y afable,

y pienso que la muerte

tendrá sobre mi carne

la clara valentía

del viento entre los árboles.

 EL TRIGO LIMPIO A LA SAZÓN CORTADO

El trigo limpio a la sazón cortado.

Dame tu mano, amor, corza en olvido.

Vida y dulzura en el silencio erguido

por ausencias de mar enajenado.

¿En qué playa de cielo abandonado,

todo cántico y mar restablecido,

con ternura de azándar has sentido.

violado el cielo y con razón violado?

Aroma de temblor mi terca frente

tu limpio abril en el espacio abierto.

Sólo un esfuerzo y su misterio cierto

me ordenará en el ruego, dulcemente,

remeros de la sombra en la corriente

ciñen su lago en el candor del puerto.

    LA ÚLTIMA LUZ

Eres de cielo hacia la tarde, tienes

ya dorada la luz en las pupilas,

como un poco de nieve atardeciendo

que sabe que atardece,

                        y yo querría

cegar del corazón, cegar de verte

cayendo hacia ti misma,

cayendo hacia avanzar, como la noche

ciega de amor el bosque en que camina

de copa en copa, cada vez más alta,

hasta la rama isleña sonreída

por la postrera luz,

                    ¡y se que avanzas

porque avanza la noche y que iluminas

tres hojas solas en el bosque!

                               y pienso

que la sombra te hará clara y distinta,

que todo el sol del mundo en ti descansa:

¡en ti, la retrasada, la encendida

rama del corazón en la que aún tiembla

la luz, sin sol, donde se cumple el día!

       LA CASA ENCENDIDA

              (fragmentos)

La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre,

y, mientras tanto,

la luna descansaba sobre las aguas de un mar abandonado,

abandonado, para siempre, allí

entre la barca sola y la escalera y la total extensión de las aguas

del mar, que era tan sólo una violeta

deshojando su forma

en los dorados ojos de luz hacia la tarde

que yo entonces miré por vez primera,

mientras el mar desataba y dejaba, una tras otra, todas sus

violetas

anocheciendo húmedamente en tus rodillas,

desdoloriendo aquella carne que, sangraba esperando.

Y yo recuerdo que le dije algo queriéndola vendar,

queriéndola de pronto irrestañablemente,

y ella me contestó :

                 No se preocupe:

                 me nacen arañazos cuando espero.

Y la volví a mirar. Vi que era bella,

que era indeleble y rubia como un agua con sol,

y que tenía

los ojos juntos y apretados como dentro de un beso,

como dentro de un labio que estuviera escribiéndoles

bajo una frente nueva cada día;

y vi que despertaba de algún dolor o de algún sueño

con la mirada titilante aún y restregándose los ojos

y entrecruzando la mirada con aquella sonrisa

que se borraba entre sus labios, que se escuchaba sonar aún sobre

sus labios,

igual que un paso que se aleja

y que se pierde, al fin, entre la lluvia.

...Y la volví a mirar. Y comprendí al mirarla

que, tras de la desnuda extensión de las aguas,

todo estaba desierto,

todo estaba vacío, lo mismo que una máscara que se empieza a

dormir,

y vi que el mundo parecía sonámbulo,

y un poco más pequeño que la tristeza de su voz,

que la tristeza que es anterior al hombre,

que la tristeza con que el muelle desierto comenzaba a vivir y se

extendía.

                ¿Sabes?

                Me llamo Luis.

Y todo se hacía joven con la tristeza ebria y humanamente bautismal

del año nuevo,

y todo se hacía tuyo y hacia la juventud

de esas flores antiguas,

que, al reunirse, despiertan, súbitamente, con aroma

hacia la juventud de aquellos nombres que son tan sólo nombres,

y, sin embargo,

al contemplarse juntos trasparecen,

se encienden y se queman y recuerdan

algo que va a pasar, que nunca pasa y está pasando todavía;

                ¿Te llamas Luis?

                Supongo

                que no te llamarás para todos igual...

Y como iban moviéndose también; secándose también y emigrando las

aguas,

y como iba cayendo la sombra, sobre el mundo

y ya sólo existía aquel temblor a oscuras,

yo reuní, para ti, como en un ramo, a todas las palabras

verdaderas,

yo reuní todas las palabras,

y abrazándote entonces,

te puse para siempre,

te puse, para siempre, sobre los labios el nombre de María.

"Y puede ser que estemos todavía unos dentro de otros,"

y puede ser que habitemos aquella casa de la infancia

donde el latido del corazón tenía las mismas letras que la palabra

hermano;

y Gerardo...

-ya sabéis que Gerardo quería llegar a ser como un domingo

  cuando fuera mayor-,

y aquella casa estaba viva siempre,

estaba ardiendo siempre durante varios años de juego indivisible,

de cielo indivisible,

de cielo con su tiempo indivisible y circular que comienza en

mañana,

y «quien te cuida, Luis»,

y puede ser que aquella casa siga aún creciendo sin paredes,

y puede ser que todos nos reunamos en ella,

ardiendo aún dentro de aquella casa,

dentro de aquella infancia,

en donde al patio de la sangre le llamábamos Pepa,

y en la cual, si llegaba el cansancio, le llamábamos noche todavía;

y «quién te cuida, Luis»,

y puede ser que yo sea niño,

                          «Pepa, Pepona; ven»,

y Pepona llegaba hacia nosotros con aquel alborozo de negra

  en baño siempre,

con aquella alegría de madre con ventanas

que hablaban todas a la vez, para decirnos

que no hay tarde sin sol, ni luz que no caliente

las mieses y las manos,

                   «pero, Pepa; Pepona, ¿dónde estás?»,

y estaba siempre

tan morena de grasa

que parecía como una lámpara

vestida con aquel buen aceite tan pálido de la conformidad;

y era tan perezosa,

que sólo con sentarse

comenzaba a tener un gesto completamente inútil de pañuelo doblado,

de pañuelo de hierbas;

y vosotros recordaréis conmigo

que tenía un cuerpo grande y popular,

y una carne remisa y confluente

que le cambiaba de sitio acomodándose continuamente a su postura,

como cambian las focas, para poder andar, la forma de su cuerpo,

y vosotros sabéis todavía,

después de quieta siempre, era tan buena,

tan ingenua de leche confiada,

que muchas veces las avispas se le quedaban quietas en las manos,

y ahora está en una cama de carne de hospital

con el cuerpo en andrajos,

y vosotros sabéis, y Dios lo sabe, que se llamaba Pepa,

            «pero, Pepona, ven, ¿cómo no vienes?»,

y vosotros sabéis

que todos los hermanos hemos vivido dentro de ella,

sin encontrar la puerta de salida

durante muchos años,

que sus manos han sido las paredes de la primera casa que tuvimos

durante muchos años,

hasta que al fin la casa grande,

la casa de la infancia fue cayéndose,

la casa de hora única, con una estancia sola de juego indivisible

de cielo indivisible,

se fue cayendo al fin, sobre nosotros, con la carne de Pepa,

se fue cayendo como ella, y agrietándose al fin.

la casa de la infancia,

y  dejó de volar el abejorro silabeante que reunía entre sus alas

nuestros labios,

y quedó sólo en pie la casa chica,

la casa que tenía

una luz inmediata de mármol en el patio,

la casa verdadera

-con salas y azulejos y penumbra de labio en el zaguán-,

en donde todos comenzamos a tener habitación individual

y nombre propio,

la casa que también comenzó con nosotros a enterrar a sus muertos,

la adolescencia triste y sin motivo,

la casa con cimiento,

donde se quema aún, donde se está quemando el alma sin arder

todavía.

  EL DESVIVIR DEL CORAZÓN

Mi soledad termina en tu latido.

Tú eres mi compañero;

mí reló de morir que late solo;

mi corazón de Dios dentro del pecho.

¿Recuerdas?  Yo contaba tus latidos

como un llanto de ciego,

como un corte en el césped, como un rastro

de lluvia en el espejo,

siempre hacia atrás, viviendo la alegría,

para encontrar mi propio sentimiento

desnudo y anterior y en aquel punto

en que el labio de Dios lo está diciendo

ya para siempre. Sí, pero ¿hacia dónde

me llevaba tu mano, compañero

de la esperanza nuestra, que desvives

llorándola volviendo

hacia la sed del mar, que ya la cubre

de sal y de silencio?

(La fronda estremecida, bajo el agua

se quiebra; un viento quieto

va gastando en las hojas la hermosura

que aún era alegre ayer; los troncos viejos,

innumerablemente sucesivos,

se doblan bajo el lento

movimiento mortal del agua viva

-del pie que al caminar borra el sendero-,

y se borran mis huellas en el alma

llevándolas volviendo

siempre hacia atrás, hasta dejar soñado,

y en la mano de Dios, cuanto fue nuestro.)

¡Contigo siempre!  Sí, pero ¿hacia dónde

me llevará tu mano, compañero?

Sobre el mar sólo queda la esperanza;

debajo de ella el tiempo,

el retrasado corazón que busca

en su propia ceniza el fundamento

de mi vivir; las olas

van y vienen y van; dime. ¿no es cierto

que no vives mi vida, que no vives

la vida que me das?, ¿dime latiendo

si me has de acompañar cuando mi muerte

tenga la edad de Dios sobre el sendero?

dime, ¿qué voluntad mueve la tuya?,

dime, ¿volverá el tiempo

a dividir las aguas que ahora cubren

madera, cima y cielo

del bosque agonizante donde nunca

se pierde un niño ni se olvida un sueño?,

dime, ¿cuándo sabré que hemos vivido

la misma vida, corazón, si ciego

siempre, pierdes el tino

cuando la luz deslumbra tu silencio,

y quiebras en mis ojos la mirada

con un desprendimiento,

con un temblor de tierra interno y loco

que me arrastra contigo sangre adentro,

contigo y hacia ti, que desvarías

confundiendo hoja y mar, camino y cielo?

    LO QUE NO SE RECUERDA

Para volver a ser dichosos, era

solamente preciso el puro acierto

de recordar... Buscábamos

dentro del corazón nuestro recuerdo.

Quizás no tiene historia la alegría.

Mirándonos adentro

callábamos los dos. Tus ojos eran

como un rebaño quieto

que agrupa su temblor bajo la sombra

del álamo...El silencio

pudo más que el esfuerzo. Atardecía,

para siempre en el cielo.

No pudimos volver a recordarlo.

La brisa era en el mar un niño ciego.

  MISERICORDIA

                   ¡Señor, Señor,

gravitación de horizontes en sereno equilibrio!

¡Playa de soledades en que el cielo y el mar fueran estatuas!

Mansedumbre sin voz. Hierba piadosa. ¡Sosiego de mis ojos!

Tú sabes que yo nunca he negado el presente.

Y el presente eras Tú, cuando yo te buscaba

por los rincones de mis ojos heridos,

por la corriente viva de las aguas, empapadas de cielo,

y en la nieve.

¡A Ti, Señor, Amor sin determinaciones, Presencia sin instante!

¡A Ti, Señor!

en la nieve absoluta.

¡Nunca en el mar!,

porque el mar nos lleva lejos de Ti,

nos aísla, nos hace dioses sobre la arena de la playa,

por su oculto brillar de premura en acopio,

por el ruego sin labios de todos los sentidos.

¡Nunca en el mar!

-tibio canto pagano de la rosa y el número-,

porque el mar quiebra su línea para no espejar el Cielo

¡y yo te busco, Señor, Dios de misericordia,

con los ojos anegados en llanto,

sin saber nada, sin desear nada,

pero también, sin olvidar nada, para entregarme a Ti!

Suprime mi sonrisa, cámbiala por el gozo,

esa vasta y precisa alegría que no turba ni ofende.

Suprime mi sonrisa, Señor, hoy que comienza

esta ascensión, callada, por la fiebre del pasmo.

Dime, dime, Señor, qué es este gozo mío.

Por qué sabe a madera mi voz cuando te nombro.

Por qué un cuerpo de hombre bajo el sol se desdobla en la sombra.

Dime Tú, Luz rendida, Advenir sosegado,

¿a qué suerte de visión encendida le llamamos amor?

Porque es siendo yo mismo que llegara a ser nuevo,

¡cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!

He aquí que fue el silencio el primero de tus dones.

Era el silencio.

Tierra sin yerba en noche estremecida.

Después, sólo tus ojos entre el ser y la nada,

¿Qué evidencia de amor movió Tu lengua?

Era el silencio,

toda la tierra en éxtasis como un mar asombrado.

Fue cántico la vida, porque el silencio era

sobre el haz de las aguas la unidad de las cosas.

Comprended

que el silencio es como una oración inmóvil,

como el desangrarse de un corazón.

Oíd, montes, mares, islas:

he aquí que el silencio es amor.

Yo lo pongo a tus plantas y con él la norma, la intención de

perseverar en el instante puro.

No lloro lo perdido, Señor; nada se pierde.

He aquí que ahora tengo un amor

abandonado a ser puro instante supremo.

Un amor

cuya sola presencia era ya una oración.

Fue tránsito en sus ojos la ceguera del agua.

En su piel

el sonoro vibrar del perfume de lirio.

Todo por Ti, Señor, total forma gozosa,

porque el amor es como un gran desierto lleno de tu               

                            presencia,.

cielo postrado, mar sin orillas, alba,

su soledad de mundo serenaba los vientos.

¡Todo por Ti!, Señor, pura brisa sin norma,

Vívido, dulce, grave, transparente y herido.

¡Hay que ordenar la espuma y dejar correr el agua!

oíd, montes, mares, islas:

era el amor

sin nada.

¡El milagro sin límites de su ensimismamiento!

Yo lo entrego en tus manos de nieve y llanto míos.

¡Con él te ofrezco el universo entero!

No lloro lo perdido, Señor; nada se pierde.

Aún me brindaste el don del llanto.

Fue impotencia de ser como Tú deseabas,

fue sombra de humildad, cristiana certidumbre de sentirme

incompleto,

fue vanidad de perfección, decía:

Yo no burlaré el dolor.

Era el llanto, Señor, la oración de la carne.

Tú tan sólo comprendes esta impureza mía.

Nada me ha engañado tanto como mi sinceridad.

No lloro lo perdido, Señor; nada se pierde.

He aquí que aún me queda el dolor.

Ese dolor -conmovido y callado- que tienen los puertos y las manos

de los locos.

Mi oído y mi lengua olvidan las palabras.

Gasta el dolor mi cuerpo suficiente y tranquilo.

Yo pregunto,

             yo, hombre tan sin consuelo,

nacido de mujer, nacido para siempre,

para siempre, Señor, por la iluminación de tu misericordia,

yo pregunto: ¿Qué es el dolor?

Oíd, montes, mares, islas:

yo no he de hablar con amargura de mi alma,

porque el dolor no es la sombra de tu cuerpo, sino tu cuerpo mismo,

¡tu cuerpo de cristal encendido tan claro!

Oh Señor, transido en dulcedumbres,

¡el dolor es la llama de tu visitación!

          Yo le pongo a tus plantas y con él mi soledad.

La soledad donde los hombres eternizan su límite,

lejanos, sobre sí, vertiéndose en nosotros,

sangre en víspera alzada, insistencia en el sueño,

ella es el principio y el fin de las cosas,

la memoria y la tumba, la culpa y la gracia.

La palma de su mano jugaba con el mundo como con un grano de arena.

Y fue la soledad

como el desprendimiento del peso de su cuerpo para el hombre

crucificado,

¡visión tan sostenida, presencia de la Gracia!

¡Nuevo descendimiento de la cruz para el hombre!

Y he aquí que era la soledad mi última tentación.

Tú me escuchas, Señor, número tan divino,

total forma gozosa, presencia sin instante.

Tú haces rodar el sol por la pendiente del día,

Tú has visto sin asombro la claridad del cielo,

Tú, que afirmas mis pies en la tierra que pasa,

Tú que has puesto en la angustia de mis labios de hombre

una sola palabra de temblor aterido.

Todo te lo devuelvo para quedar desnudo,

y ya, sin voz, ante Ti, te pido que eternices

la hora mansa y la paz de mi entrega absoluta.

No lloro lo perdido, Señor; nada se pierde.

Oíd, montes, mares, islas;

¡Gracias, Señor, por esta total nada serena que a mi inquietud le

brindas!

Sin un temblor,

humanamente solo,

misericordia pido, Señor, misericordia.

                                                                             © Javier de Lucas