SINGULARIDAD TECNOLOGICA

 

La tecnología es el producto derivado de la cultura y de la cognición humana más fascinante de todos. En ocasiones las posibilidades y el atractivo de la tecnología futura generan tanta expectación que provocan vértigo. El tecno-optimismo también puede hacer que sea fácil esperar grandes avances en plazos de tiempo poco realistas o que se haga caso omiso de la complejidad y de los marcos temporales de las variables implicadas en proporcionarnos estas nuevas herramientas y dispositivos.

¿Cuáles son los pasos en falso más comunes que dan muchas personas al predecir el advenimiento de las revolucionarias ciencia y tecnología del futuro? La sobrestimación de la tecnología de un futuro cercano y la subestimación del futuro más profundo es un cliché que casi nunca decepciona. Hace tan solo veinte años, se imaginaba con total seguridad que, a fecha de hoy, ya iríamos al trabajo con mochilas cohete y en coches voladores. Y, sin embargo, si nos remontamos a muchas décadas atrás veremos que nadie predijo el surgimiento y el poder transformador de Internet.

A los pronosticadores también les gusta subestimar el alcance total de los cambios que las nuevas tecnologías y el propio tiempo son capaces de forjar. Las imágenes descriptivas del futuro imaginadas a principios del siglo XX incluyen unos coches voladores razonablemente aproximados, pero están atestadas de singulares personajes ataviados con polainas y bastones y parasoles de plumas. Hoy tenemos la idea de que entre todos compartiremos coches autónomos en un futuro cercano, puesto que los coches suelen estar parados en garajes y aparcamientos. Parece razonable, pero la idea de compartir vehículo puede resultar tan anacrónica como llevar monóculo mientras vuelas con una mochila cohete a la espalda. Puede que a la gente le encante pasar tiempo en el coche una vez sea libre de hacer lo que quiera, ya sea dormir, chatear, ver Netflix durante horas o mantener relaciones sexuales. Puede que entonces quieran tener un coche propio para personalizarlo según sus gustos y aficiones. Y esto podría llevar a que el tamaño de los coches aumente más allá de las expectativas actuales.

Por ejemplo, en la película de 2002 Minority Report (una cautivadora visión del futuro cercano), imaginaron que tendríamos teléfonos móviles diminutos. Teniendo en cuenta la tendencia de la década de 1990, esta extrapolación era razonable. Pero se les pasó por alto la revolución de los smartphones que ha llevado a que los teléfonos sean cada vez más grandes para maximizar el tamaño de la pantalla.

Puede que el obstáculo más peligroso para los pronosticadores sea la predicción basada en los deseos. Los meteorólogos acuñaron este término al darse cuenta de que los presentadores del tiempo predicen con una frecuencia poco realista que el 4 de julio hará sol y que nevará en Enero. Las  personas tenemos una fuerte tendencia a dejar que los deseos conscientes o inconscientes influyan en nuestras predicciones. La anticipación y expectación por las criadas y mayordomos robóticos antropomórficos acumula una larga historia y un atractivo indiscutible. El atractivo es tal que muchas personas dan por sentado que ocurrirá y construyen su predicción alrededor de dicha asunción. Pero es posible que ningún hombre metálico vestido con esmoquin acabe limpiándote la casa. Ahora tenemos un aparato en forma de disco que se encarga de aspirar. En el futuro, tal vez unos brazos instalados en el techo se encarguen de hacer la comida, sin necesidad de tener piernas o torso. Puede que las camas se hagan solas (¡sí,por favor, por favor, por favor!).

Cuando se trata del futuro, no hay conclusiones previsibles. Imaginar un elemento tecnológico futurista concreto suele ser la parte fácil. La implementación específica de dicha tecnología y, lo que es más importante, el uso que decidan darle las personas son aspectos tan contingentes e impredecibles que suponen la ruina de muchas visiones del futuro. Si les hubieses dicho a las personas del año 2000 que hoy estaríamos enviando mensajes de texto en lugar de haciendo videollamadas, lo más probable es que se hubieran reído de ti.

Ahora que tenemos presentes estas advertencias, echemos un vistazo a una de las predicciones más controvertidas y revolucionarias sobre el futuro: la singularidad tecnológica. El término «singularidad» tiene muchos significados distintos en una gran variedad de campos científicos. En las matemáticas, se trata de un punto que no es definido o que presenta un comportamiento errático. Una singularidad gravitacional es un punto de densidad sobrecogedora que produce fuerzas de marea infinitas. Una singularidad mecánica es un mecanismo cuyos estados futuros son inherentemente impredecibles.

La singularidad tecnológica es similar, ya que se trata de un cambio disruptivo e impredecible de enormes proporciones. La singularidad tecnológica admite distintos matices dependiendo de quién la describa, pero la mayoría de las personas coincidirán en que se trata de un hipotético punto futuro en la historia de la Humanidad en el que una explosión de inteligencia causada por la superinteligencia artificial (SIA) o por las mentes humanas aumentadas modificará la civilización de una forma tan súbita que es inherentemente imposible trazar cualquier predicción más allá de dicho punto.

Uno de los primeros indicios del concepto de dicha singularidad surgió en 1958 de la mano del célebre matemático John von Neumann, tal como cita su amigo Stanislaw Ulam:

"Una conversación centrada en el progreso en constante aceleración de la tecnología y en los cambios en el modo de vida de los humanos, que da la sensación de acercarse a una singularidad esencial en la historia de la raza más allá de la cual los asuntos humanos, tal como los conocemos, no podrían continuar."

I. J. Good fue otro pionero conceptual. Este matemático y criptólogo británico también trabajó con el legendario especialista en computación Alan Turing. Fue Good quien originó el concepto de una explosión de inteligencia con la siguiente cita:

"Definamos una máquina ultrainteligente como una máquina que puede sobrepasar con mucho todas las actividades intelectuales de cualquier hombre, por muy inteligente que sea. Puesto que el diseño de máquinas es una de estas actividades intelectuales, una máquina ultrainteligente podría diseñar máquinas incluso mejores; entonces no cabe duda de que ocurriría una «explosión tecnológica», y la inteligencia del hombre quedaría muy atrasada. Así, la primera máquina ultrainteligente es el último invento que el hombre necesitará inventar jamás, siempre que la máquina sea lo suficientemente dócil como para decirnos cómo controlarla."

Este resultado surge de un punto crítico inicial de esta situación hipotética: la creación de una inteligencia general artificial. No tiene que ser necesariamente más inteligente que un humano, pero que se aproxime quizá sea lo mejor. A partir de aquí, lo único que sería necesario para llevar a cabo proezas sobrehumanas sería acelerar el sustrato computacional. Imagina una inteligencia artificial (IA) de nivel humano que fuera capaz de dedicar diez años a la misma tarea. Ahora imagina que esos diez años de trabajo se pudieran llevar a cabo en una semana laboral. ¿Y si la tarea fuera la mejora de su propia mente, la reescritura o reorganización de los cimientos de su propia cognición? Por descontado, esta mente digital tendría a su alcance muchas más opciones que un humano con un doctorado.

Estamos hablando del overclocking* del cerebro, pero ¿y si añadimos el equivalente a millones de neuronas digitales más a la corteza prefrontal artificial? ¿Y si duplicamos el número de conexiones en el conectoma, el mapa que describe los cientos de billones de interconexiones neuronales que conforman el cerebro biológico? Es razonable pensar que cualquiera de estas estrategias —u otras— podrían producir una inteligencia más inteligente de lo que un humano podría llegar a ser jamás. En el momento en que emprendamos ese camino, habremos encendido los plomos de la explosión de la inteligencia.

En cuanto esto ocurra, el proceso de la automejora repetitiva podría producir en muy poco tiempo unas mentes dos veces más inteligentes que el humano más inteligente, y luego diez veces más. A medida que esto suceda y vayan emergiendo informaciones imprevistas, y a medida que los cambios de paradigma empiecen a... cambiar, el «horizonte de predicciones» de nuestra cultura comenzará a encoger. En este momento podemos predecir con seguridad algunos avances que es probable o posible que ocurran en el futuro cercano, en unos quince o veinte años. No cabe duda de que es una visión borrosa, pero estoy bastante seguro de que, para entonces, muchos coches de los que veremos en las carreteras serán autónomos. Pero una cosa es segura: en veinte años no estaremos yendo en coche a la Luna.

Cuanto más inteligentes sean las inteligencias artificiales en constante mejora, más cerca nos quedará el horizonte de predicciones. En un corto período de tiempo, pensar a más de un año vista será totalmente inútil, y luego serán seis meses, y luego tal vez serán horas, y finalmente...

Cuando hayamos perdido toda esperanza de predecir el futuro en cualquier medida, la singularidad tecnológica habrá llegado. Ray Kurzweil describe esta singularidad como un «cambio tecnológico tan súbito y profundo que representa una ruptura en el tejido de la historia de la humanidad». Esta idea tiene sentido, porque en cuanto una mente que es cientos o miles de veces más inteligente que cualquier persona empiece a llevar la batuta, ¿cómo podrán unos meros humanos anticipar cualquier cosa que sea capaz de hacer o descubrir? Para reafirmar el poder predictivo que antaño tuvimos, tendríamos que ser igual de inteligentes que la IA.

Puede que te estés preguntando qué pasará entonces. Evidentemente, por definición, no podemos predecir la respuesta a esta pregunta, pero podemos analizar las posibilidades extremas que nuestra mente exigua es capaz de imaginar. Sería posible que la superinteligencia artificial se preocupara y respetara todas las formas de vida. Podría trabajar con la Humanidad para mejorar nuestra situación en infinidad de maneras: curando enfermedades, alargando la esperanza de vida en gran medida, haciendo que todo el sistema solar fuera habitable o incluso elevando nuestra propia inteligencia hasta el nivel de la superinteligencia, si lo deseáramos. El otro extremo del espectro es... menos bonito. Una entidad con una inteligencia un millón de veces superior podría considerar a la humanidad igual que V’Ger veía al Capitán Kirk y a su tripulación en Star Trek: es decir, como una infestación de carbono a la que —con suerte—solo hay que ignorar o, más probablemente, aniquilar.

Seguir añadiendo todos los demás ejemplos que encontramos en la cultura sobre este escenario distópico de inteligencia artificial sobrepasaría el recuento de palabras recomendado para este artículo.¿Qué piensas ahora de esta singularidad tecnológica? ¿Se trata de un dislate, de un simple «embelesamiento de ratas de biblioteca», como se la ha calificado? ¿Está el clamor que ha ido creciendo alrededor de esta idea cada vez más justificado? ¿Es esa una falsa dicotomía?

Algunos están en desacuerdo con la propia premisa de que una inteligencia consciente pueda crearse de forma artificial, digital... no biológica. No hay ninguna razón para pensar que el wetware* o la electroquímica sean los únicos medios capaces de soportar alguno de los innumerables tipos de inteligencias que podrían llegar a existir. Muchos teóricos de la mente adoptan una visión funcionalista en la que la organización y la autointeracción del cerebro son más importantes que su propio sustrato material. Muchos sustratos no biológicos distintos podrían, potencialmente, soportar lo que describiríamos como mente.

Plantéate lo siguiente: ¿Y si dispusiéramos de un proceso que pudiera convertir poco a poco cada una de las neuronas de tu cerebro en un dispositivo digital electrónico capaz de recrear las entradas y salidas de información con total precisión? Tras cierto tiempo, tu cerebro pasaría a ser totalmente no biológico. Partiendo de la base de que la tecnología funcionara tal como la he descrito, ¿llegaría un momento durante la transformación en la que tu conciencia de ti mismo empezara a desaparecer o se interrumpiera por completo? ¿Te convertirías en un zombi-f que se comportaría con normalidad pero sin experimentar la rica vida interior, la que tenemos cada uno de nosotros y que asumimos que los demás también tienen? ¿Existe algo totalmente desconocido o que no presente ningún indicio de existir en el campo de la neurociencia que solo permita a las neuronas biológicas, única y exclusivamente, generar el epifenómeno de la mente?

Al margen de si es o no posible replicar la conciencia, también está la cuestión de si deberíamos intentarlo siquiera. Ahora que sabemos que las superinteligencias artificiales podrían suponer un riesgo existencial, tal vez no haremos que ese genio salga de su lámpara. En la última década hemos visto que la IA de foco limitado y no consciente es capaz de alcanzar muchísimos objetivos, y eso que solo hemos rascado la superficie de lo que incluso esta limitada IA es capaz de hacer. No necesitamos a la fuerza robots y electrodomésticos con mentes formadas del todo. No es ético crear mentes de un nivel similar o superior a las humanas para convertirlas en nuestras esclavas. Las investigaciones para crear mentes sintéticas conscientes de sí mismas se pueden llevar a cabo de forma segura en laboratorios aislados sin redes y con ordenadores con sistemas air gap* para evitar que escapen. Puede que no exista ninguna necesidad real de replicar este tipo de mentes en miles de robots que estarán esperando a que les toquemos las narices para ponerse en modo Terminator.

Por otro lado, en los últimos diez años, muchos modelos de negocio han abrazado con gran entusiasmo los frutos y avances potenciales que ofrece la IA. Así, la inversión en IA ha aumentado hasta niveles sin precedentes en todo el mundo, y no hay indicios de que vaya a reducirse. A medida que pase el tiempo, el poder de las superinteligencias artificiales de mejorar la normalidad hasta puntos insospechados irá ganando adeptos y será cada vez más insistente. Puede que mantenerlas a salvo y encerradas en un laboratorio estéril termine viéndose como un acto enormemente ingenuo y poco realista en un mundo aquejado de una competición global intensa y de problemas en apariencia confusos.

Puede que construir una inteligencia artificial sea posible pero tan sumamente difícil que esté fuera del alcance de los humanos. En este círculo vicioso, necesitaríamos una inteligencia sobrehumana para crear la inteligencia artificial. Esta idea cobra sentido si tenemos en cuenta que la mente humana es el objeto más complejo del que tenemos constancia en todo el universo. Peor aún es caer en la cuenta de que, para construir un cerebro falso, el cerebro humano primero tendría que entender su propio funcionamiento por completo. ¿Es eso siquiera posible? De serlo, ¿no se estaría rompiendo alguna regla fundamental de la lógica?

Afortunadamente, este argumento tiene toda la pinta de ser un argumento espantapájaros. Codificar un cerebro desde cero sería una cosa, pero copiar un cerebro existente sería la forma más razonable de enfocar esta tarea. La emulación total del cerebro es el conocido concepto de escanear un cerebro con una fidelidad y una resolución tan elevadas que permitirían emularlo en una plataforma informática adecuada. Potencialmente, esto podría crear una mente digital equivalente a la humana sin que tuviéramos que entender el cerebro mucho más de lo que lo entendemos ahora. Huelga decir que el proceso sería muy complejo y que no disponemos de la tecnología de escaneado o del hardware informático necesario para llevarlo a cabo. Pero entonces, la pregunta es: ¿podremos en un futuro crear este tipo de tecnología de soporte?

La duda es mínima. Estamos muy lejos de los límites de lo que los escáneres y la informática son capaces de hacer. Por ejemplo, el computronio es un sustrato hipotético que se calcula como el material informático más denso y eficiente permitido por las leyes de la física. El físico Seth Lloyd calcula que este material mítico podría computar en el orden de 5 × 1050 (500 octillones) cálculos por segundo, lo que supera en treinta y cinco órdenes de magnitud al superordenador más rápido del planeta. Es cierto que la idea del computronio suena un poco a broma, ya que en la práctica lo más probable es que no fuera capaz de efectuar 1050 cálculos por segundo. Además, decir que una secuencia de materia pueda ser optimizada para todos los tipos de computación (tanto en paralelo como en serie, por ejemplo) es un disparate. Y, aun así, tan solo un pequeño porcentaje de ese máximo teórico sobrepasaría con mucho la potencia de la que disponemos ahora y sería más que suficiente para emular un cerebro humano.

Como puedes ver, el tecno-optimista ve mucho potencial en el futuro de la IA, siempre que se utilice adecuadamente. Pero también debo cumplir con las comprobaciones escépticas debidas. Así que ¿en qué punto podría torcerse el relato de la existencia de esta singularidad?

Para empezar, todavía no hemos creado una IA general consciente de sí misma. Todavía es hipotética. Hace cincuenta años se creía que la creación de esta IA estaba a cincuenta años de distancia y, sin embargo, ya han pasado y los científicos siguen prediciendo que podemos seguir estando a cincuenta años de distancia. Ha resultado ser mucho más difícil de lo que se creía, y puede que sea todavía más difícil. No estamos lo suficientemente cerca de su creación como para poder decir cuánto nos queda. Además, como he apuntado antes, puede que nunca lleguemos a necesitar una IA consciente de sí misma. De momento, las inteligencias artificiales más enfocadas nos están viniendo bien y puede que sencillamente sigamos en esta línea.

Si vamos a hablar de inteligencia, también debemos mencionar que esta cuestión es mucho más compleja de lo que se consideró en el pasado. Existen muchos tipos de inteligencia, y es probable que la IA sobresalga en algunos aspectos y que se quede atrás con respecto de los cerebros humanos en otros (como es el caso en la actualidad). Puede que nuestras inteligencias artificiales estén aquejadas del equivalente al síndrome de Asperger, y que no sepamos por qué o cómo evitarlo. Puede que carezcan de una creatividad real.

Asimismo, no sabemos si las entidades complejas y conscientes de sí mismas se enfrentan a algún límite físico o práctico. En nuestros intentos de hacer que las inteligencias artificiales sean más rápidas, más inteligentes y mejores, puede que todas se vuelvan psicóticas o que sufran alguna limitación inherente de autocomunicación. Y, naturalmente, puede que nos topemos con los propios límites de la potencia informática. Todo esto significa que no podemos extrapolar de manera simplista una tecnología tan compleja hacia el futuro y asumir que todas las tendencias seguirán avanzando sin límite. La inteligencia artificial superinteligente ( por extensión la singularidad) pueden ser los coches voladores y mochilas cohete, siempre a cincuenta años de distancia.

Ese no va a ser el caso siendo tecnooptimista, pero también soy escéptico, lo que significa que debo reconocer que, sencillamente, no lo sabemos. El futuro siempre nos sorprende. Confío en que transfieran mi cerebro a un microchip para poder ver el futuro por mí mismo.

                                                                                                                      

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