SOLUBILIDAD

 

Está caliente....¡y hace tanto frío...!

El Invierno ha llegado, más helado que nunca, más inhóspito, más cruel...se ha dejado caer sobre las cosas y las inunda a todas, las llena de él hasta lo más hondo...

Por eso es tan sugestiva esa taza de café...

Está humeante, apetecible, incitante...y hace tanto frío...

es algo magnífico una taza de café. Me está llamando. Entre los vapores sedosos, sensuales, confortables, me atrae, me enreda, me busca, me quiere conseguir...es tan fácil dejarse llevar hacia el calor, hacia el calor...

Y sin embargo tengo miedo. Lo sé porque me acerco y tiemblo, y ahora no es el frío del Invierno, de la calle, de la gente. Tiemblo y es, sencillamente, al verme tan cerca de la taza de café.

¡No puedo! Su canto de sirena penetra en mis oídos, casi me enloquece, me lleva a su borde, me invita y me desea, y yo llego también a desearla.  Pero hay algo extraño, algo etéreo, ingrávido...eso es, algo terriblemente ingrávido lo que me detiene.

El frío es intenso y me hiere, me hace tomar una determinación que, sin embargo, en última instancia, se diluye en ese algo extraño que me aparta, que me hace retroceder y quedarme en un rincón, nervioso, tiritando.

No he sido capaz de decidirme, pero me parece que alguien lo hará por mí. Lo creo, y el saberme obligado hace disminuir mi temor ante lo indiscutible. Me dejo hacer. Me está desnudando una mano suave, muy suave, y me veo, de pronto, de nuevo, frente a la humeante taza de café.

Tiemblo.

Veo un pozo negro, como un mar pastoso donde sumergirse promete placeres pero esconde presagios. Dudo un momento, pero la imposibilidad de volverme atrás, el frío, me dan valor.

La mano se ha abierto, un cuerpo caliente, plácido, acogedor, me absorbe, y noto inmediatamente una ambigua sensación de placer.

Mis sentidos, más que mi cuerpo, se sumergen y se llenan de tranquilidad, de sueño, de quietud. Ahora me parece ridículo aquel extraño temor, aquella irreconocible sensación de ingravidez que antes tenía.

Hay una débiles luces que, veladamente, cubren mi cerebro. Tanta paz siento...estoy maravillado, quiero agradecer a aquella mano su gesto. ¡Cuánta quietud! Mi mente se mece en un mundo suave y bello, plácido e ingrávido...

¿Ingrávido?

Sí, como si...

Me cuesta pensar. Me es difícil hacerlo, como si me...

¿Diluyese?

No, ¡no! Otra vez la sensación se apodera de mí, haciéndose sitio entre las nubes que cubren mi mente.

Mi cuerpo, sí, mi cuerpo disminuye, desaparece, se evapora, me abandona...

¿Dónde está mi cuerpo?

Se mezcla al todo pastoso, al todo caliente que me rodea, que me cubre, que me llena, que me lleva...

Me empieza a fallar el cerebro: la forma envolvente llega a él y lo hace suyo, llena sus neuronas con unos densos tentáculos, viscosos y enormes, que se mezclan, y ahora...ahora todo es confuso, trágico, inexplicable.

Me cuesta pensar, hilvanar mis ideas. La forma viscosa, negruzca, me está quitando hasta el último de mis absortos pensamientos.

El último...aún está ahí el último, que lo expreso, aunque no me quedan fuerzas para reaccionar ante él.

El último...

Yo...

¿no seré yo...?

¿no seré yo un terrón de azúcar?

¿un terrón de azúcar?

¿de azúcar?

¿de azuc...?

¿de az...?

¿az...?

¿a...?

a...

...........

.........

.....

..

.

                                                                                                                                                                                       © 1975 Javier de Lucas